Sam Harris pertenece a este pequeño grupo de autores de best-sellers, en su mayoría hombres de ciencia o académicos respetables, que a finales del siglo XX han comenzado a romper el tabú del “respeto a las creencias”. Para Sam Harris, Richard Dawkins, Christopher Hitchens o Michel Onfray ha llegado la hora de dar un toque de atención contra el irracionalismo de las creencias en lo sobrenatural en el más claro estilo polemista. El gran divulgador de la ciencia Carl Sagan, que vivió en otra época, fue más comedido: era ateo, por supuesto, y militaba contra el esoterismo y el mercadeo de lo paranormal, y sin embargo, nunca arremetió directamente contra las religiones tradicionales de hoy, nunca equiparó explícitamente el irracionalismo de creer en los ovnis o en el espiritismo con el de las iglesias cristianas o musulmanas. Sam Harris es un buen ejemplo de quienes van un poco más allá.
No puedo decir cosas como «Creo en Dios porque eso me hace sentir bien». El hecho de que me siente bien que haya un Dios no es razón para creer en su existencia. Es algo que queda en evidencia si cambiamos la existencia de Dios por cualquier otra propuesta consoladora. Pongamos que quiero creer que hay un diamante enterrado en alguna parte de mi patio y que es del tamaño de una nevera. Cierto, me sentiría desmesuradamente bien creyéndolo, pero ¿tengo motivos para creer que en mi patio de verdad hay un diamante mil veces más grande que cualquier otro descubierto hasta la fecha?
Lo más curioso de Harris, si lo comparamos con los otros predicadores ateos del momento, es que, a pesar de cómo denuncia el absurdo y el fraude de las grandes religiones de nuestra época (cristianismo e islam), se posiciona como defensor, en cierto modo, de la religión y el misticismo… siempre y cuando sean racionales. Esto ha hecho que se le ataque desde varios puntos opuestos del espectro ideológico.
El progreso en la religión, al igual que en otros campos, debería ser cuestión de investigación presente, no de simple reiteración de doctrinas del pasado. Sea cual sea la verdad, ésta debería ser descubrible y en términos que no sean una afrenta a todos los demás conocimientos del mundo.
El misticismo, para ser viable, requiere instrucciones explícitas
La base de nuestra espiritualidad se basa en que el alcance de la experiencia humana excede con mucho los límites corrientes de nuestra subjetividad.
Por otra parte, su idea de “fe” ha sido atacada por ser considerada poco exacta, ya que la define como «acto de conocimiento con un nivel muy bajo de evidencia», cuando para el antropólogo Emile Durkheim, hace ya cien años, era, ante todo, “un impulso a actuar”. De hecho, en una edición posterior del libro, Sam Harris tiene que precisar que "La buena fe para tomar un camino en la vida sin la seguridad de que las cosas saldrán bien, es ocasionalmente llamada «fe». Pero ésa no es la fe que se nos inculca con la religión."
De modo que podríamos definir más bien la “fe” a la que se refiere Sam Harris en el título de su libro como la “convicción irracional”. Esto nos lleva también a precisar que su idea de “religión” parece que se refiere exclusivamente a las actuales religiones monoteístas (cristianismo, Islam y judaísmo) y no, por ejemplo, al budismo, que él alaba.
Además, en su crítica contra su particular concepto de “religión” y “fe” (como sucede con otros ateos como Hitchens u Onfray) parece que la pasión le puede, y el razonamiento patina unas cuantas veces. Veamos unos ejemplos:
Los crímenes más monstruosos contra la humanidad han estado invariablemente inspirados por creencias injustificadas.
Esto es un error, porque los pueblos primitivos como los yanomamis o los jíbaros no necesitan de creencias comunicadas doctrinalmente para poseer una capacidad homicida que supera con mucho cualquier tiranía religiosa (entre un 30 y un 40 % de muertes violentas entre los adultos de sexo masculino). En realidad, un estudio serio de la historia (del tipo al que recurre Steven Pinker en su libro “Los ángeles que llevamos dentro”) nos demuestra que las sociedades más avanzadas (también religiosamente más complejas) cometen muchos menos crímenes que los pueblos de creencias más sencillas. Y no hay precedentes de pueblos sin creencias religiosas en la historia (“creencias injustificadas”).
La historia del cristianismo es sobre todo una historia del sufrimiento y la ignorancia humana antes que la historia de su requerido amor a Dios.
Esto, por supuesto, es otro error: el sufrimiento y la ignorancia humanas existían mucho antes del cristianismo y su concepto de amor a Dios, que forma parte de una evolución cultural que, a la larga, en una concatenación de causas y efectos, acabará abocando a las ideas modernas de humanitarismo.
Descubrimos que para que el sufrimiento ajeno nos inspire compasión no hace falta creer en nada con insuficientes evidencias. La humanidad que compartimos es motivo suficiente para proteger a otros seres humanos del daño.
No tiene sentido hablar de “motivos suficientes” porque la humanidad se rige por principios básicamente egoístas. Eliminar un enemigo, hacernos con sus riquezas y sus mujeres son “motivos suficientes” desde el punto de vista biológico para hacer daño a aquellos que “comparten la humanidad” con nosotros (pero que no comparten nuestros intereses privados). Tampoco existe nada parecido a que “el sufrimiento ajeno nos inspire compasión” sin necesidad de "insuficientes evidencias": la idea de compasión por el extraño es desconocida entre los pueblos primitivos que reservan su compasión para los miembros de su familia y su clan; la idea de una humanidad universal es algo novedoso en la historia que sólo comienza a aparecer una vez que una serie de creencias (elaboradas a partir de “insuficientes evidencias”, por supuesto) han comenzado a expandirse gracias a una evolución cultural cuya expresión más visible ha sido siempre el pensamiento religioso.
Estos son errores que tienen que ver con el desconocimiento de las ciencias sociales, sobre todo con el conocimiento de la evolución cultural a lo largo de la historia, que aparece siempre vinculada a los cambios religiosos.
Cada vez que oigamos que hay gente que mata a no combatientes de forma intencionada e indiscriminada, preguntémonos cuál es el dogma con el que cargan. ¿Qué creen esos asesinos recientes? Descubriremos que siempre —siempre— es algo absurdo.
Otro grave error: los revolucionarios franceses de la época del Terror cometieron matanzas indiscriminadas al defender creencias liberal-democráticas muy semejantes a las del humanitarismo actual. Todavía hoy podemos observar que muchos militantes políticos de extrema izquierda, radicalmente contrarios a la pena de muerte incluso para los más abyectos psicópatas sexuales, son, sin embargo, simpatizantes de grupos terroristas "antisistema" o "anticapitalistas" que cometen cruentos atentados contra objetivos indiscriminados.
Por eso no debe sorprendernos tampoco que una doctrina pacifista como la del Evangelio haya sido utilizada para respaldar grandes crímenes. Y, por supuesto, lo mismo se aplica al humanitarismo del socialismo marxista, que es una ideología –en buena parte también religiosa- que surge en defensa de los más débiles.
Esto no quiere decir, sin embargo, que a Harris no le falte razón cuando escribe:
Un auge del fundamentalismo jain no pondría en peligro a nadie. De hecho, la propagación incontrolable del jainismo en el mundo mejoraría inmensamente la situación. Puede que perdiéramos más cosechas por las plagas (los jainistas devotos no matan nada, ni siquiera insectos), pero no estariamos rodeados de terroristas suicidas o de una civilización que aplaude sus acciones.
Este es un buen ejemplo de que puede haber casos inequívocos de ideologías inocuas, ya que todo depende de lo taxativo que sea el mandato moral, y es muy probable que si los autores del Nuevo Testamento hubieran eliminado el 5 o el 10 % del contenido doctrinal que admite interpretaciones ambiguas, el cristianismo hubiera sido diferente.
Más adelante, Sam Harris tratará de demostrar la inutilidad de la religión para el desarrollo ético
Sostengo en este libro que todo lo que tiene de bueno la religión puede encontrarse en otra parte
Lo que también es muy discutible, porque todo lo que se encuentra en “otras partes” es fruto de una larga evolución cultural, y no existe ninguna evolución cutural en la que la religión no haya sido el elemento básico. Además, es dudoso que el mero enunciado de normas cívicas tenga el mismo efecto emocional que los métodos religiosos para inculcar nuevas pautas de conducta. Porque lo que hace que la religión sea "religión" no es tanto el contenido del mandato moral (eso puede hacerlo también la legislación o la educación) sino los mecanismos emocionales por los cuales ese mandato moral es individualmente interiorizado y como consecuencia de ello, al ser compartido, se convierte en pauta de conducta social, capaz incluso de imponerse a la tradición.
En suma, lo que no podemos hacer es obviar el papel de la religión en el curso de la evolución social. Sam Harris, por supuesto, está plenamente acertado en su crítica al irracionalismo y a las religiones actuales, pero es disparatado identificar “religión”, como fenómeno comunitario en general, con la disfunción actual de las antiguas religiones que sobreviven, tanto con las creencias sobrenaturalistas que se refieren al más allá
La influencia de la religión basada en la fe sería impensable sin la muerte.
No se quiere decir que el aspirante a mártir no disfrute con lo que supone será el atronador significado político de su último acto, pero desde luego es improbable que una persona se dedique a ese tipo de actividad sin creer algunas cosas bastante increíbles sobre el universo, especialmente sobre lo que pasa después de la muerte.
Sin embargo, los hechos demuestran que, de una u otra forma, los jóvenes se han sacrificado en masa por ideologías de tipo político, como el comunismo soviético o el nacionalismo, sin que la indeferencia de estas creencias a "lo que pasa después de la muerte" les haya influido de forma decisiva.
En realidad, hay muchas religiones y muchas fes que no tienen en cuenta la muerte. Y tenemos que buscar en una de las abundantes notas a pie de página en el libro para encontrarnos con el reconocimiento de que existen creencias irracionales capaces de llevar al fanatismo, la violencia y la guerra que no tienen nada que ver con el sobrenaturalismo ni con ideas sobre la vida después de la muerte.
El hecho es que este tipo de autores que atacan las religiones suelen ser relativamente condescendientes con tales creencias no menos irracionales: Sam Harris, que es de origen judío, llega al colmo cuando condena la religión musulmana y hace este comentario acerca de la violencia que utiliza el gobierno israelí en la lucha contra sus enemigos árabes:
Los israelitas han mostrado un grado de contención en su uso de la violencia que jamás contemplaron los nazis, o, lo que es más, que podría llegar a contemplar ninguna sociedad musulmana de hoy en día. Basta con preguntarse cuáles son las posibilidades de que los palestinos muestren la misma contención al matar judíos si estos fueran una poderosa minoría viviendo bajo su ocupación y decidida a cometer actos de terrorismo suicida.
Que la violencia de Israel pudiera considerarse “contenida” con respecto a la que demostraron los nazis no es decir mucho (hasta el stalinismo pudo parecer “contenido” con respecto a la violencia nazi), pero especular con lo que harían los palestinos con sus deseos de venganza de estar en el lugar de los israelíes es una pura necedad. La realidad, hoy por hoy, es que la violencia de Israel contra los palestinos no es nada “contenida”, como lo demuestran las brutales y desproporcionadas represalias de Israel contra los campamentos de refugiados cada vez que se produce un atentado terrorista.
En conjunto, el planteamiento de Sam Harris no es satisfactorio en lo que tiene de excesivo su ataque a lo que él llama “religión” como algo ajeno a la evolución de las culturas en un sentido humanista. Cuando habla de que la religión es un tremendo desperdicio de recursos humanos está ignorando el devenir histórico, porque si hemos llegado a un nivel cultural avanzado desde el que podemos juzgar determinadas tendencias como retrógradas, ha sido como consecuencia de una evolución en la cual esas tendencias, hoy retrógradas, han sido, en su momento, los hitos fundamentales previos para el avance social.
Esto no quita que sea cierto que hoy tenemos que posicionarnos claramente en contra de todas las ideologías irracionales que se oponen al humanismo moderno y que a los niños se les debería enseñar en las escuelas que los dogmas sobrenaturalistas de la iglesia católica están al mismo nivel de irracionalidad que el espiritismo o la astrología, pero precisamente porque hemos de ser racionales y humanistas tenemos que contemplar el fenómeno de la humanidad en su contexto histórico, aceptar la irracionalidad que hay en nosotros como un hecho insoslayable que nos lleve a hallar recursos con que remediarla y no perder de vista que la naturaleza de la religión todavía puede revelarnos muchos de esos recursos.
Más adelante, cuando Sam Harris aborda la cuestión ética lo hace para intentar demostrar que no necesitamos de las religiones para resolver los inevitables dilemas y, sin embargo, una cosa es considerar que los valores éticos de nuestra tradición moderna liberal-democrática son superiores a los del pasado, y otra muy distinta intentar fundamentarlos en lo que él llama “intuiciones éticas”
Existe un claro vínculo entre ética y emociones humanas positivas
El descubrimiento de que la Naturaleza parece habernos seleccionado por nuestras intuiciones éticas, sólo es relevante porque desmiente la ubicua falacia de que esas intuiciones son, de algún modo, producto de la religión.
La falacia parece encontrarse más bien en que tales “intuiciones éticas”, independientes de la evolución cultural (y, por tanto, también religiosa) a lo largo de la historia, no existen y son más bien producto de una fantasía no muy distinta de cualquier superstición sobrenaturalista.
Habrá muchos antropólogos que querrán incluir la importancia del contexto cultural. Dirán que los asesinos por honor no son asesinos en el sentido habitual del término, sino hombres normales, incluso cariñosos, que se han convertido en marionetas de sus costumbres tribales. Llevando esto a su conclusión lógica, se sugiere que cualquier conducta es compatible con cualquier estado mental.
Es que es realmente así; el comportamiento violento y egoísta se da en cualquier persona si está condicionada culturalmente. ¿Cómo si no se explica que los yanonami acepten un porcentaje del 30 % de muertes violentas entre la población masculina? En realidad, no es muy diferente al porcentaje que se da en algunos ghettos raciales de Estados Unidos donde predominan las bandas de narcotraficantes. ¿No son estas personas “hombres normales”? La anormalidad sería que existiesen las “intuiciones éticas” que menciona Harris, independientes del medio cultural. Precisamente, la función de la religión ha sido crear nuevos contextos culturales gracias a la elaboración de nuevos conceptos éticos a partir de nuestros instintos más cooperativos y menos violentos. Nuestra cultura liberal-democrática moderna es el producto de esta evolución y no el fruto espontáneo de unas “intuiciones éticas”.
Un yanomami homicida, ladrón y violador es un hombre tan normal como un ciudadano europeo que se gana la vida en una ONG humanitaria. Se podría decir que ambos tienen las mismas “intuiciones éticas” en el sentido de que poseen instintos afectivos y compasivos, pero éstas no significan lo mismo para cada uno de ellos: el yanonami es compasivo y afectuoso con su hijo, pero no vacila en matar a los hijos de sus enemigos, de la misma forma que un europeo humanitario es afectuoso con su perro pero no vacila en comprar carne de cerdo o cordero para alimentarse.
Escribe Sam Harris que:
Vemos que uno podría llegar a ser más amoroso y compasivo por razones puramente egoístas.
Pero para “ver” esto tienes que haber sido educado en un contexto cultural que te muestre un universo humano de relaciones amorosas y compasivas. Para el yanonami, el círculo de sus relaciones amorosas y compasivas está en el contexto de su familia y su tribu, nada más, y fuera de ahí está el medio en el que ha de desempeñar sus cualidades masculinas de guerrero, de homicida, de violador, sin el cual nunca podría obtener el estatus social que le permite integrarse entre sus semejantes (familia y tribu). La razón egoísta del yanonami es matar al adversario y robarle su mujer, no la de contribuir socialmente a una humanidad compasiva y cooperativa. Ésta idea de humanidad universal es una creación cultural, una formulación cognitiva que, precisamente, no pudo surgir sin las religiones, en tanto que éstas son un recurso psicológico de masas que logra implantar en la conciencia del individuo nuevas pautas éticas mediante condicionamientos emocionales.
De forma curiosa, Sam Harris encuentra también un momento para criticar un pacifismo universal futuro (¡después de haber defendido una intuición ética universal!):
Bastaría con darse cuenta de que un solo sociópata, armado sólo con un cuchillo, podría exterminar a toda una ciudad de pacifistas. No hay duda de que los sociópatas existen y de que por regla general están bien armados.
Otra falacia. Un solo sociópata armado con un cuchillo es poco lo que puede hacer si una sociedad plenamente cooperativa se previene contra ese tipo de casos excepcionales. La conducta violenta excepcional puede ser detectada desde la infancia como cualquier otra enfermedad mental: el comportamiento alterado puede ser supervisado, y puede, por ejemplo, alejarse al sociópata de las armas peligrosas, puede desarmársele, puede incluso inmovilizársele o proporcionársele sedantes y terapia. Pueden hacerse mil cosas. (Sam Harris, por lo demás, justifica en su libro la tortura en casos extremos como el de una investigación criminal que permita salvar vidas inocentes.)
Un yanomami tal vez no entendería tampoco por qué se desaprovecha cualquier oportunidad para matar y robar al vecino en un momento de descuido. Sencillamente, nuestra cultura no acepta cierto tipo de conductas violentas. También es posible que una cultura futura no acepte que se sigan manteniendo ejércitos o policías armados, y si la sociedad futura evoluciona en ese sentido lo hará gradualmente, a medida que vaya desapareciendo la necesidad de tener tales guardianes. Ya hoy, los hechos demuestran que las sociedades que aplican penas menos severas a los infractores son precisamente aquellas donde menos infracciones graves se producen, y no al revés.
Finalmente, llama la atención la defensa que hace Sam Harris del budismo como fuente de formación ética (y obvia el hecho de que el budismo es una religión racional, no teísta, aunque sí acepta, sorprendentemente, que se trata de un “misticismo racional”).
El misticismo es una empresa racional, la religión no.
Ninguna otra tradición ha desarrollado como el budismo tantos métodos mediante los cuales la mente humana puede convertirse en una herramienta capaz de transformarse a sí misma.
Olvidándose de que, precisamente, esto es lo que son todas las religiones, y no sólo el budismo: métodos para que la mente humana se transforme a sí misma.
La meditación es menos asunto de suprimir pensamientos que de romper nuestra identificación con ellos para así poder reconocer la condición en la que nacen los propios pensamientos.(…) Desaparece la división ilusoria entre lo que una vez fue conocedor y conocido, el yo del mundo, el interior del exterior. Esta experiencia ha estado en el centro de la espiritualidad humana desde hace milenios, y no necesitamos creer en nada para actualizarla, sólo mirar lo bastante de cerca a lo que llamamos «yo».
Una vasta literatura sobre la meditación sugiere que la emociones sociales negativas como el odio la envidia y el rencor proceden de nuestra percepción dual del mundo.
También parece de sentido común que cuanto más se relaje el sentimiento de individualidad, menos surgirán esos estados sobre los que ese basa, como el miedo o la rabia.
Aquellos que no estamos familiarizados con tan vasta literatura sobre la meditación tenemos nuestras dudas de que estas prácticas, por sí solas, tengan tales consecuencias éticas, y también nos parece de sentido común que cuanto más se relaje el sentimiento de individualidad menos surgirá cualquier tipo de estado emocional, tanto el miedo o la rabia como la felicidad o el amor o cualquier otro. La meditación es un método religioso más, como pueden ser la oración, la confesión, la predicación o incluso el arte religioso, y muy probablemente, de todos los métodos religiosos, el más efectivo sea la elaboración doctrinal de conceptos éticos mediante una simbología de valor emocional y su difusión mediante “acto, palabra y obra”, y no tanto la meditación, técnica de relajación conocida desde hace miles de años y que no parece haber tenido tanta relevancia a la hora de mejorar la humanidad en el sentido liberal-democrático.
En cualquier caso, la defensa de la racionalidad frente a las todavía poderosas organizaciones religiosas irracionales (y, por tanto, anacrónicas y nocivas) es algo que bien merecía el esfuerzo de Sam Harris en su libro, que es interesante, valioso y nada aburrido.
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