El alma debe ser salvada porque en todo momento somos conscientes del peligro en que se encuentra. Con la ciencia y la tecnología, se pierde la confianza en los remedios espirituales de origen religioso.
De manera similar a las ideas religiosas (…) los conceptos elaborados en los espacios especializados y profesionales de los científicos moldean nuestra comprensión corriente de nuestro ambiente social y natural (p. 26)
El análisis expuesto en este libro ofrece un modelo implícito para el estudio de la cultura y del cambio cultural. (p. 301)
La socióloga Eva Illouz nos muestra que tras la pérdida de influencia de las religiones en la sociedad moderna, lo que la ciencia puede ofrecer a nivel espiritual es, básicamente, “psicología”.
[La] situación dual de la psicología, simultáneamente profesional y popular, es lo que la hace tan interesante para el estudioso de la cultura contemporánea (p.18)
En un principio, los psicólogos eran médicos del alma. El doctor Freud descubría los traumas y los curaba.
Al hacer del psicoanálisis el único camino hacia la salvación física, Freud sugería que la autoayuda no dependía de la propia resistencia moral, de la propia virtud o de la propia voluntad, pues el inconsciente podía tomar astutamente muchos caminos que conducían hacia la derrota de las decisiones de la conciencia. Si el inconsciente podía derrotar a la propia determinación a ayudarse a uno mismo, esto significaba a su vez que la perspectiva freudiana era, al menos inicialmente, incompatible con lo que se convertiría en la industria de la autoayuda (p. 199)
¿Autoayuda? Sí, en un principio, incluso en una sociedad materialista, incluso antes de la moderna "industria de la autoayuda", el alma podía ser curada a partir de la concepción decimonónica de la firmeza moral.
El siglo xix fue (…) el siglo del “descubrimiento del yo”: autobiografías confesionales, autorretratos, diarios, cartas y literatura sentimental y autorreferencial señalaban un vasto interés en la naturaleza de la interioridad y la subjetividad (p. 69)
[Hay] diferencias importantes entre la concepción victoriana y la concepción moderna del “yo verdadero”: para los victorianos, la intimidad era una oportunidad para expresar el yo verdadero, y la expresión del yo verdadero no conllevaba ningún problema en especial (…) Pero ahora la revelación del yo verdadero parecía conllevar problemas especiales y requerir un cuidado especial (…) La intimidad era presentada como un bien precioso pero difícil de obtener, como una meta que el yo podía lograr sólo de manera dolorosa. (p. 168)
La del pasado, que creía en la fuerza de la voluntad, suponía una subjetividad menos quejica. Illouz nos recuerda, entre otros, el testimonio de Abraham Lincoln, que nunca dio importancia a las circunstancias de su pobreza en la infancia y juventud.
En conformidad con el estoicismo y la circunspección que dominaban gran parte de la cultura protestante, Lincoln se rehusaba a adornar la pobreza y el sufrimiento con un significado. En contraste con ello, la narrativa terapéutica consiste precisamente en adornar con el máximo de significado todas las formas de sufrimiento, tanto reales como inventadas.(…) La narrativa terapéutica (…) consiste (…) en extraer conclusiones a partir de los primeros años de vida. (p. 234)
Y del principio llegamos al final: en la narrativa terapéutica la culminación de la vida es la “autorrealización”.
La afirmación de que una vida no autorrealizada necesita terapia es análoga a la afirmación de que alguien que no utiliza al máximo el potencial de sus músculos está enfermo (p. 221)
El mandato mismo de esforzarse por lograr niveles más altos de salud y de autorrealización produce narrativas del sufrimiento. (p. 226)
Si partimos de una concepción terapéutica, médica, es lógico que se nos vea inicialmente como pacientes, como seres sufrientes necesitados de la asistencia de los especialistas.
Ahora bien, tengamos a mano o no un terapeuta disponible, lo que estamos interiorizando también es una concepción racional de nuestra naturaleza. Los terapeutas no son augures ni sacerdotes: reflejan una realidad asequible.
Conceptos (…) como “intimidad”, “sexualidad” o “liderazgo” (…) son el punto de contacto entre las instituciones de conocimiento especializadas y las prácticas culturales corrientes (p. 26)
La doctrina terapéutica ha transformado en una enfermedad lo que antes era clasificado como un problema moral, y puede así ser entendida como parte del fenómeno más amplio de la medicalización de la vida social. (p. 220)
El lenguaje de la psicoterapia abandonó la esfera de los expertos y se trasladó hacia la esfera de la cultura popular, donde se entrelazó y se combinó con otras categorías clave de la cultura estadounidense, tales como la búsqueda de la felicidad, la confianza en uno mismo y la creencia en la posibilidad de perfeccionar el yo (p. 200)
Así, la medicalización y la introducción de conceptos científicos (médicos) en el lenguaje no tenemos que verlas como algo negativo. El libro de la señora Illouz señala los excesos, pero no niega el enriquecimiento social que ha supuesto que los individuos vean la problemática de la subjetividad como algo mejorable con ayuda de consejos sensatos en el marco de una sociedad racional y progresista.
La ideología del lenguaje promovida por la terapia reside en una serie de creencias: que el autoconocimiento se obtiene mediante la introspección, que la introspección puede a su vez ayudarnos a entender, controlar y adaptarnos a nuestro entorno social y emocional y que la expresión verbal es clave para las relaciones sociales (p. 305)
El conflicto [es] el resultado de transacciones emocionales, y la armonía [puede] ser alcanzada mediante el reconocimiento de dichas emociones y la comprensión mutua. (p. 99)
Esto es una mejora con respecto a las cuestiones cristianas acerca de la salvación del alma. Es una mejora porque, naturalmente, se aleja de la irracionalidad de las tradiciones religiosas, pero también lo es porque proporciona al individuo más claves para esclarecer la verdad. Menos misterio.
El discurso terapéutico ayuda a justificar la afirmación de que el lenguaje es central en la constitución del yo en tanto es un medio dinámico de experimentar y expresar emociones (p. 22)
Muchas decisiones erróneas pueden tener lugar precisamente por no entender lo que otra gente puede pensar y no saber cuáles son sus actitudes (p. 287)
Se establece un estilo emocional cuando se formula una nueva “imaginación interpersonal”, esto es, un nuevo modo de pensar la relación del yo con otros, imaginando sus potencialidades e implementándolas en la práctica. (p. 28)
Los excesos son unos cuantos. Para empezar, la terapia supone un gran negocio, y eso siempre resulta sospechoso.
La doctrina terapéutica funciona como una “zona comercial” cultural ampliada (p. 219)
Y si el enfermo es el negocio del terapeuta, a éste nunca le interesará que sane del todo…
Los psicólogos presentaban el conflicto como inevitable pero superable, y sugerían que, si se los abordaba con cuidado, los [mismos] conflictos maritales podían ser contenidos e incluso resueltos (p. 158)
La perturbadora pregunta en relación con la distribución del sufrimiento (o teodicea) (¿Por qué los inocentes sufren y los malos prosperan?), que ha obsesionado a las religiones y a las utopías sociales modernas, ha sido reducida a una banalidad sin precedentes por un discurso que entiende el sufrimiento como el efecto de emociones mal manejadas o de una psiquis disfuncional, o incluso como una etapa necesaria del propio desarrollo emocional. (…) La psicología resucita vengativamente [ciertas] formas de la teodicea. En el espíritu terapéutico no existen el sufrimiento y el caos sin sentido, y éste es el motivo por el que, en el análisis final, su impacto cultural debería preocuparnos. (p. 308)
Recordemos que la “Teodicea” es la doctrina del sufrimiento humano perpetuo. En una sociedad que establece metas tan específicas como la autorrealización humana, la intimidad y la felicidad conyugal tal vez sea inevitable aceptar el sufrimiento cuando no se alcanzan tantos objetivos a la vez. Pero en todo caso será por culpa del entorno y de los traumas infantiles.
El espíritu terapéutico (…) alienta un fuerte individualismo basado en un interés propio ilustrado, pero siempre con el objetivo de mantener el yo dentro de una red de relaciones sociales. El espíritu terapéutico promueve un enfoque procedimental para la propia vida emocional, en tanto opuesto a una vida emocional espesa o sustantiva. La vergüenza, el enojo, la culpa, el honor ofendido, la admiración son emociones definidas por su contenido moral y por una visión sustantiva de las relaciones, y estas emociones han sido convertidas cada vez más en signos de la inmadurez o de la disfunción emocional. (p. 137)
La conclusión es que, como tantas veces, un intento de paliar un mal en una situación dada acaba cambiando la situación misma.
Marshall Sahlins [escribió que] “los hechos son ordenados por la cultura, [...] [y] en ese proceso la cultura es reordenada (p. 302)
Lectura de “La salvación del alma moderna” en Katz editores 2010; traducción de Santiago Llach
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