martes, 25 de febrero de 2025

“Manual de urbanidad”, 1875. Manuel Carreño

Llámase Urbanidad el conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la benevolencia, atención y respeto que les son debidos. (p. 32)

La etiqueta es una parte esencialísima de la urbanidad. (p. 33)

  El de Manuel Carreño es uno de los muchos manuales de urbanidad y etiqueta que circulaban por el mundo en su época; este en concreto estaba destinado a la enseñanza escolar. El concepto de “urbanidad” recibe otras denominaciones en otros idiomas, mientras que el sentido de “etiqueta” es más generalizado. Como puede verse en la obra de Carreño, en ocasiones la “urbanidad” va más allá de la “etiqueta” y podría entrar en el ámbito de la enseñanza moral propia de la “paideia” griega. 

  Hoy los contenidos de “etiqueta” resultan un tanto cómicos pero no pueden dejar de vincularse a las concepciones sobre las relaciones humanas en un periodo histórico determinado. Aportan una visión ideal de la sociedad que coexiste con la negatividad cotidiana… y con sus propias contradicciones.

Nos encontramos constituidos en el deber de instruirnos, de conservarnos y de moderar nuestras pasiones. (p. 27)

  Vivir en sociedad impone obligaciones pero supone también aspirar a recompensas emocionales que valen mucho la pena. La urbanidad no es solo algo que nos ayuda a desenvolvernos en la vida social: supone en muchos sentidos la razón misma de ésta, las relaciones gratificantes de amabilidad y mutua asistencia entre los individuos, especialmente entre aquellos que son extraños entre sí, fuera del círculo familiar.

Los actos de benevolencia derraman siempre en el alma un copioso raudal de tranquilidad y de dulzura, y nos preparan al mismo tiempo los innumerables goces con que nos brinda la benevolencia de los demás. (…) Por el contrario, el hombre malévolo, el irrespetuoso, el que publica las ajenas flaquezas, el que cede fácilmente a los arranques de la ira, no solo está privado de tan gratas emociones y expuesto, a cada paso, a los furores de la venganza, sino que vive devorado por los remordimientos, y lleva siempre, en su interior, todas las inquietudes y zozobras de una conciencia impura. (p. 24)

Debemos emplear nuestra existencia entera en la noble tarca de dulcificar nuestro carácter, y de fundar en nuestro corazón el suave imperio de la continencia, de la mansedumbre, de la paciencia, de la tolerancia y de la generosa beneficencia. (p. 30)

  Benevolencia. A pesar de que es preciso trabajar e incluso competir con nuestros semejantes dentro de una sociedad burguesa dedicada a la consecución de bienes materiales y de ostentación pública, la benevolencia, si sabemos desarrollarla en nuestros actos, puede proporcionarnos una vida virtuosa, acorde con los valores sagrados.

¿Dónde hay nada mas conforme con el orden que debe reinar en las naciones y en las familias, con los dictados de la justicia, con los generosos impulsos de la caridad y la beneficencia, y con todo lo que contribuye a la felicidad del hombre sobre la tierra, que los principios contenidos en la ley evangélica? (p. 9)

  Supongamos que, inspirados por la ley evangélica, practicamos una vida de benevolencia. Sabemos que la estamos practicando porque nuestros actos son contenidos, cuidadosos, armoniosos… casi una expresión artística (¿o una liturgia?). Por ejemplo, cuando se nos invita a casa ajena, a la privacidad de un extraño.

Entraremos a la pieza que se nos designe, donde aguardaremos a que aquella [persona que vamos a visitar] se presente. Durante este espacio de tiempo, permaneceremos sentados a la mayor distancia posible de los lugares donde haya libros o papeles, y de manera que nuestra vista no pueda dirigirse a ninguno de los sitios interiores del edificio. (p. 94)

   Más allá de la liturgia de la benevolencia hay también ideales profundos de humildad, de comprensión y de lo que hoy llamaríamos “empatía”.

En las injusticias de los hombres no veamos sino el reflejo de nuestras propias injusticias: en sus debilidades, el de nuestras propias debilidades: en sus miserias, el de nuestras propias miserias. Son hombres como nosotros (p.31)

   Tal creación de una psicología prosocial –como se diría hoy- no es muy diferente a la que se exigía a los monjes. Pero ahora habría que practicarla en un mundo diferente. Y aquí es donde asoma la gravedad de las contradicciones.

La urbanidad estima en mucho las categorías establecidas por la naturaleza, la sociedad y el mismo Dios; así es que obliga a dar preferencia a unas personas sobre otras, según es su edad, el predicamento de que gozan, el rango que ocupan, la autoridad que ejercen y el carácter de que están investidas. (p. 36)

Nuestro acendrado amor [por nuestros padres] debe naturalmente conducirnos á cubrirlos siempre de honra, contribuyendo, por cuantos medios estén a nuestro alcance,  su estimación social, y ocultando cuidadosamente los extravíos, las faltas a que como seres humanos puedan estar sujetos, porque, LA GLORIA DEL HIJO ES EL HONOR DEL PADRE (…) aun cuando lleguemos a creerlos alguna vez apartados de la senda de la verdad y de la justicia (p. 16)

  Hay también referencias al amor a la patria, que se equipara nada menos que al amor a Dios. Pero es más grave que, junto a la consolidación de la desigualdad se dé también cierta tendencia a la falsedad y la hipocresía.

Nuestra atención debe corresponder siempre a las miras del que habla, o al espíritu de su conversación; manifestándonos admirados o sorprendidos cuando se nos refiera un hecho con el carácter de extraordinario y compadecidos si el hecho es triste ó lastimoso ; aplaudiendo aquellos rasgos que se nos presenten como nobles y generosos ; celebrando los chistes y agudezas (p. 92)

  Esto podría anular cualquier intercambio sincero entre personas con puntos de vista diferentes.

La más grave, acaso, de todas las faltas que pueden cometerse en sociedad, es la de desmentir a una persona, por cuanto de este modo se hace una herida profunda a su carácter moral; y no creamos que las palabras suaves que se empleen puedan en manera alguna atenuar semejante injuria. (p. 91)

  Y eso que se critica la afectación…

Si bien la mal entendida confianza destruye (…) la estimación y el respeto que todos nos debemos, la falta de una discreta naturalidad puede convertir las ceremonias de la etiqueta en una ridícula afectación. (p. 35)

    En este manual de urbanidad hay una descripción precisa de la psicología de la benevolencia, pero un desarrollo sospechoso. Hay referencias a cómo evitar situaciones graves que solo pueden darse si partimos de un mundo mucho más sórdido que los ideales evangélicos en los cuales este tratado se inspira.

Es tan solo propio de personas vulgares y destituidas de todo sentimiento de moralidad y pundonor, el pedir dinero prestado, o hacer compras a crédito en los establecimientos mercantiles o industriales sin tener la seguridad de pagar oportunamente. (p. 128)

Una persona de elevados principios no debe, es verdad, hacerse la injuria de admitir como posible que se le atribuya jamás una acción torpe; mas el que echa de menos una cosa de su propiedad, necesita poseer principios igualmente elevados para apartar de sí una sospecha indigna, y así, la prudencia nos aconseja ponernos, en todos los casos, fuera del alcance aun de la mas infundada y extravagante imputación. (p. 126)

   Son los años de la miseria urbana, de los abusos clasistas, de la rapacidad mercantil, de los burdeles, de la demagogia política y el nacionalismo violento y racista.

  El intento de promover la benevolencia se encuentra ante obstáculos que no se manifiestan directamente. La gente respeta las clases sociales, encubre las faltas de los mayores, se comporta hipócritamente. Apenas hay una ligera mención a tratar con cortesía a los sirvientes –durante las comidas en las que se tienen invitados- y nada con respecto a la generosidad con los que menos tienen.

  Es posible rastrear estas inconsistencias en lo que, de entrada, parece una relativa tolerancia para la informalidad.

Las chanzas no pueden usarse indiferentemente con todas las personas ni en todas ocasiones: ellas son privativas de la confianza, y enteramente ajenas de la etiqueta: rara vez es lícito a un hijo usarlas con sus padres, a un inferior con su superior, a un joven con una persona de edad provecta; y en ningún caso son oportunas en círculos serios (p. 132)

Excluyamos severamente la ironía y la sátira do toda discusión, de todo asunto serio, y de toda conversación con personas con quienes no tengamos ninguna confianza. (p. 88)

   La peligrosidad del humor está señalada pero el hecho de que se restrinja solo a las personas superiores ya demuestra asumir una imperfección para los inferiores.

  En cuanto al juego, no solo no se ve contrario a los buenos valores evangélicos, sino que ni siquiera se menciona que se hagan apuestas y la cuantía a las que estas pueden llegar. Y el hecho de que se quiera prevenir el apasionamiento del juego, es una vez más un reconocimiento del peligro que esta conducta prescindible supone.

Si no hemos adquirido el hábito de dominar nuestras pasiones, si no poseemos aquel fondo de desprendimiento, generosidad y moderación que es inseparable de una buena educación, imposible será que dejemos de incurrir en la grave falta de aparecer mustios y mortificados en los reveses del juego, y de ofender el amor propio de los contrarios, cuando los vencemos, manifestando entonces una pueril y ridícula alegría. (p. 115)

  Finalmente, algunas observaciones acerca de las relaciones de la urbanidad con la materialidad del cuerpo humano. Tal como han observado algunos autores, existe una progresión social en los cuidados higiénicos.

Nos lavaremos la cara con dos aguas, los ojos, los oídos interior y exteriormente, todo el cuello al rededor, etc., etc., nos limpiaremos la cabeza y nos peinaremos. (p. 41)

  No hay mención, por breve y discreta que sea, al cuidado que merece el resto del cuerpo, ni tan siquiera al riesgo del olor corporal. Y en 1875 se habían hecho ya grandes avances en las instalaciones higiénicas dentro de los hogares (bañeras y conducciones de agua).

  Y obsérvese lo que es una evidencia del lento cambio de las costumbres higiénicas…

Es imponderablemente asqueroso escupir en el pañuelo; y no se concibe cómo es que algunos autores de urbanidad hayan podido recomendar uso tan sucio y tan chocante. (p.45)

  Por lo demás, el cuerpo humano sigue viéndose como un enemigo potencial de la misma humanidad. 

Al despojarnos de nuestros vestidos del día para entrar en la cama, procedamos con honesto recato, y de manera que en ningún momento aparezcamos descubiertos, ni ante los demás ni ante nuestra propia vista. (p. 60)

Lectura de “Manuel de Urbanidad” en Benito Gil – Editor 1875

sábado, 15 de febrero de 2025

“Objetividad, relativismo y verdad”, 1991. Richard Rorty

   La tarea es interminable ¿cuánto podemos llegar a saber? Somos subjetivos y aspiramos al conocimiento objetivo. No es fácil. “Todo es relativo”… entonces, nunca podremos contar con certezas. Sobre todo si tenemos presente todo el tiempo nuestra incapacidad de alcanzar un conocimiento válido para todos nuestros semejantes…

La tradición filosófica nos ha acostumbrado a la idea de que cualquiera que esté dispuesto a atender a la razón —a escuchar todos los argumentos— puede ser persuadido a reconocer la verdad. Esta concepción (…) Kierkegaard [la] denominó «socratismo» (p. 256)

  Pero si se trata solo de una “tradición” no podemos darle siquiera nosotros el valor que lógicamente ha de asignarse a la “verdad”.

Fue un error intentar convertir al científico natural en un nuevo tipo de sacerdote, un vínculo entre lo humano y lo no humano. También lo fue la idea de que algunos tipos de verdades son «objetivas» mientras que otras son meramente «subjetivas» o «relativas» (…) También lo fue la idea de que el científico tiene un método especial que, con sólo que el humanista lo aplicase a los valores últimos, nos daría el mismo tipo de autoconfianza sobre los fines morales que la que tenemos sobre los medios tecnológicos (p. 60)

  El filósofo norteamericano Richard Rorty fue un pragmatista liberal. Desde su punto de vista, si la ciencia no nos aporta objetividad, menos todavía podrá hacerlo la filosofía –tanto peor para el “socratismo”-. Pero tampoco está tan mal vivir en el entorno social que nos es dado. Para Rorty, cuando menos, es suficiente para asentarnos en una comunidad moral de corte democrático. De esa forma nos ilumina en cuanto a que no creer en la verdad objetiva no supone ser relativista.

Puede funcionar la democracia liberal sin presupuestos filosóficos. (p. 244)

Hay una diferencia entre el nazi que dice «Somos buenos porque somos el grupo particular que somos» y el liberal reformista que dice «Somos buenos porque, más por la reflexión que por la fuerza, finalmente convenceremos a todos los demás de que lo somos». (p. 289)

  Pero si podemos convencer mediante la “reflexión” eso significa que contaríamos con una superioridad –un tanto socrática- sobre las culturas no liberales.

No podemos saltar fuera de nuestra piel democrática social occidental cuando encontramos otra cultura, y no deberíamos intentarlo. Todo lo que deberíamos intentar hacer es penetrar en los habitantes de esa cultura lo suficiente como para hacernos una idea de qué aspecto tenemos para ellos, y si ellos tienen ideas que podamos utilizar. Eso es también lo que es de esperar que ellos hagan cuando se topan con nosotros. Si los miembros de la otra cultura protestan diciendo que esta expectativa de reciprocidad tolerante es provincianamente occidental, sólo podemos encogernos de hombros y contestar que tenemos que actuar según nuestro criterio, igual que ellos, pues no existe una plataforma de observación supercultural desde la cual situarnos. (p. 287)

  No existe plataforma de observación supercultural  pero nosotros,despreciamos –encogiéndonos de hombros- a quienes desprecian la reciprocidad tolerante occidental. 

   Y esto podemos relacionarlo con que en el aspecto moral sí tenemos alguna capacidad para la certeza.

Quienes desean fundar la solidaridad en la objetividad (…) deben concebir una metafísica que diferencie las creencias verdaderas de las falsas. (p. 40)

El fracaso de la metafísica no nos impide realizar una distinción útil entre la persuasión y la fuerza (p. 294)

[Debemos] entender la ciencia natural simplemente como un instrumento de predicción y control en vez de como un ámbito normativo de la cultura (p. 224)

   La naturaleza humana implica, por tanto, algún determinismo. La ciencia –al menos, la de inspiración newtoniana- se basa en el mismo planteamiento. Es preciso que nos expliquen por qué la predicción y control no implica la posibilidad de normas morales.      

 Tomamos nota de la afirmación de que no hay metafísica ni “naturaleza humana” (y por lo tanto no hay determinismo).

La idea de naturaleza humana como estructura interior que lleva a todos los miembros de la especie a converger en el mismo punto, a reconocer como honorables las mismas teorías, virtudes y obras de arte, nos asegura que incluso si hubiesen ganado los persas, antes o después hubieran aparecido en algún lugar las artes y ciencias de los griegos (p. 52)

  Finalmente, hemos de encuadrar todo este minucioso discurso en las concepciones, ya cada vez más populares, del posmodernismo y la deconstrucción

En mi opinión, carece de utilidad señalar las «contradicciones internas» de una práctica social, o «deconstruirla», a menos que se pueda idear una práctica alternativa (p. 34)

  No aparece en el pensamiento actual, a ningún nivel, una alternativa.

La Ilustración había esperado que la filosofía justificaría los ideales liberales y fijaría los límites a la tolerancia liberal apelando a criterios de racionalidad transculturales. (…) Nosotros los liberales burgueses posmodernos no tachamos ya de «necesarios» o «naturales» nuestras creencias y deseos centrales y de «contingentes» o «culturales» los periféricos. (p. 281)

No hay nada malo en las esperanzas de la Ilustración, las esperanzas que crearon las democracias occidentales. Para nosotros los pragmatistas, el valor de los ideales de la Ilustración es precisamente el valor de algunas de las instituciones y prácticas que dichos ideales han creado. (p. 55)

La cuestión de si los filósofos pueden apelar a algo salvo a la manera en que nosotros vivimos ahora, aquello que nosotros hacemos ahora, a nuestra forma de hablar ahora —a cualquier cosa más allá de nuestro propio pequeño momento de la historia universal— es la discusión básica entre los filósofos del lenguaje representacionalistas y de la práctica social. (p. 216)

  “Representacionalismo” implica una visión del mundo en la cual el lenguaje humano reproduce una realidad objetiva –“Verdad”- de la cual los humanos no somos responsables. El antirrepresentacionalismo se define en oposición a esta convicción acerca de la objetividad.

Entiendo por explicación antirrepresentacionaíista una explicación según la cual el conocimiento no consiste en la aprehensión de la verdadera realidad, sino en la forma de adquirir hábitos para hacer frente a la realidad. (p. 15)

  Y las dudas que siempre quedan:

Creo que no podemos imaginar un momento en el que la especie humana pudiese recostarse y decir: «bien, ahora que finalmente hemos llegado a la Verdad podemos descansar». Deberíamos abandonar la idea de que tanto las ciencias como las artes siempre proporcionarán un espectáculo de feroz competencia entre teorías, movimientos y escuelas alternativas. El fin de la actividad humana no es el reposo, sino más bien la actividad humana más rica y mejor. (p. 62)

  ¿Quién determina lo que es “mejor”?

Lectura de “Objetividad, realismo y verdad” en Paidós 1996; traducción de Jorge Vigil Rubio

miércoles, 5 de febrero de 2025

“Perspectivas acerca de la influencia de las minorías”, 1985. Serge Moscovici (Editor)

  El psicólogo social Serge Moscovici fue el creador del concepto de “influencia de la minoría”  y algunos años más tarde se escribieron numerosos trabajos complementando sus hallazgos, varios de los cuales se recogen en este volumen editado por él mismo. 

La influencia representa para todos el poder de las ideas (p. xii)

  ¿Cómo surgen ideas nuevas, cambios sociales, científicos, artísticos? Lógicamente, primero el cambio se produce en una minoría… y después esa minoría logra influir en la mayoría, dando lugar a un nuevo fenómeno de creencias.  

Los procesos de influencia de la minoría están basados en dos nociones claves: los de conflicto y conversión (p. 8)

  El conflicto es fácil de entender, pues es constante entre los intereses particulares de todos los individuos que componen una sociedad y también tiene que darse conflicto entre corrientes de opinión opuestas. Pero la conversión… 

La conversión es un medio de resolver un conflicto que ha sido interiorizado (p. 35)

La interiorización (…) se refiere a actitudes o juicios que están incorporados al propio sistema de valores que en consecuencia actúan como guías del propio comportamiento sin la necesidad de supervisión (p. 76)

 En cierto modo, “interiorizar” lo ajeno es ceder en la propia personalidad. Allí donde hay interiorización cede el conflicto y la misma subjetividad se ve afectada. La armonía social sería posible hasta límites desconocidos si pudiéramos conocer los mecanismos de la interiorización.

  El ejemplo clásico son los movimientos religiosos y políticos, pero la influencia de las minorías se da en muchos otros campos: en el arte, en la ciencia, en la tecnología, en la economía… Primero suelen ser “cosas raras” que generan rechazo, burla o a lo menos indiferencia … y después… la gente empieza a ver las cosas de otra manera.

Inintencionadamente y con frecuencia inconscientemente, la gente incorpora creencias –y prácticas- de la minoría en sus experiencias concretas, sentimientos y juicios. Llamaremos a ésta la fase de incubación (p. 49)

  Porque, por razones obvias, la gente no gusta de evidenciar abiertamente que cambia de opinión. A nadie le gusta ceder en público, mostrarse maleable, así que el proceso de conversión suele comenzar de forma inconsciente... y el cambio inconsciente tiende lógicamente a la interiorización, lo que también asegura mejor el cambio. 

  Uno de los autores incluidos en esta colección de ensayos pone el ejemplo clásico de cómo muchos ciudadanos franceses, en la época del “caso Dreyfus”, fueron cambiando de opinión, tal como relata Proust en “En busca del tiempo perdido”. Es un ejemplo valioso porque quedaba reflejado en numerosos testimonios escritos a medida que pasaba el tiempo, especialmente en la prensa, que fue muy partidista durante aquella gran controversia.

La influencia recuerda mucho a una negociación tácita (p. 18)

  Y sin embargo, los trabajos en psicología social anteriores a Moscovici, lo que estudiaban era al ser humano como especialmente propenso a la conformidad con la mayoría. Tenemos el paradigma del famoso experimento de Asch… y las terribles conclusiones del experimento Milgram que lo sucedió. 

La psicología social continúa contemplando la influencia como lo que lleva a la conformidad. Ahora, en una sociedad como la nuestra, caracterizada por el cambio y la innovación, tal punto de vista parece bastante limitado. No nos permite comprender cómo son modificados las opiniones o comportamientos, por qué la gente llega a aceptar creencias o ideas que originalmente parecían incluso absurdas. Para superar esta limitación algunos investigadores han comenzado a tratar el fenómeno de la influencia desde un punto de vista menos tradicional, principalmente en términos de sus orígenes en la minoría. El interés se centra no en cualquier minoría sino en la minoría que socaba el orden y la visión de la mayoría. ¿Cómo tal minoría hace que sus ideas convenzan a los ojos de aquellos que de lo contrario las rechazarían como sin sentido? (p. xii)

  Seamos optimistas y creamos en que los fenómenos de influencia de la minoría nos llevarán siempre a un mundo mejor. Newton convenció. Darwin convenció. Martin Luther King convenció. Ellos y, por supuesto, sus partidarios.

  Seamos optimistas y planteemos que nos esperan más cambios sociales para mejor, que habrá otra minoría influyente que convencerá.

  ¿Cómo ha de actuar?, ¿qué sabemos acerca del éxito de tal fenómeno?

Para ejercer influencia una minoría debe emplear estilos de comportamiento, debe organizar y planear sus acciones en el espacio y el tiempo. La minoría debe ser, en una palabra, consistente; debe ser coherente, segura de sí misma, firme en la negociación. Estos estilos tienen el poder de crear conflictos en las circunstancias donde la uniformidad de otra manera prevalecería. Por su consistencia, la minoría introduce una alternativa en el campo social con la cual debe enfrentarse la mayoría. (p. 4)

Un factor clave en el éxito de la minoría es un estilo de comportamiento resuelto y consistente que sirva para ganar la atención de los miembros de la mayoría, que es entonces probable que atribuyan gran confianza y convicción a los miembros del grupo disidente (p. 171)

El origen de la influencia de una minoría es su estilo conductual. El concepto se refiere a la organización de respuestas según un patrón particular que tiene un significado reconocible para aquellos a quienes se refieren las respuestas (p. 28)

  Por supuesto, el contenido de la creencia es de lo que hay que convencer a la mayoría…pero muchas veces sucede que hay buenas ideas que no tienen éxito en propagarse y que, a lo mejor, cien años más tarde sí que lo logran.

  Los autores que colaboran con Moscovici en este libro apuntan algunos factores favorecedores.

La primera persona en un campo de fuerza social tiene más impacto que la número cien (p. 203)

  Es decir, en cualquier controversia, el primero que se expresa llega siempre a tener una ventaja. Suele suceder.

Los conjuntos de datos claramente indican que el impacto de las minorías en los individuos aislados puede ser tan importante como el impacto de las mayorías en un clásico paradigma de conformidad (p. 60)

  Es decir, una minoría puede tomar como estrategia para la propagación elegir sujetos aislados… Tampoco nos sorprende. 

Se alcanzó más influencia cuando se mostró más flexible en la negociación que cuando se mostró como rígido (p. 116)

  Flexibilidad y también maquiavelismo, disimulo…

Una mayor cantidad de tiempo podría contribuir a más influencia mediante los mismos mecanismos (p. 221)

  Lo del tiempo y la paciencia podría ser el caso del triunfo del cristianismo: en la Antigüedad, los casi trescientos años que necesitaron para imponerse a las otras religiones del Imperio Romano no supusieron, desde luego, un plazo breve; muchas religiones e ideologías políticas se desarrollaron en mucho menos tiempo.

Las minorías no siempre carecen de poder (p. 220)

   Poder de la minoría… puede ser una minoría con éxito económico. Puede ser incluso la violencia del terrorismo por parte de la minoría…

   Las minorías son ya un misterio por sí mismo. ¿Cómo se tolera su existencia? Por otra parte, en muchos casos hay individuos interesados en formar parte de una minoría y estos individuos motivados impulsan el que tales minorías lleguen a desarrollarse ante la inevitable hostilidad hacia lo diferente de la mayoría. ¿Por qué los judíos, tan perseguidos durante siglos, no se convirtieron al cristianismo pese a todo? No todo debía de ser tan malo para aquella minoría perseguida…

En cualquier circunstancia, una minoría puede cambiar un estigma en una ventaja por su consistencia y su resolución (p. 31)

Es de esperar que los miembros de la minoría tengan más en común unos con otros que los miembros de la mayoría, y por ello es de esperar que pasen más tiempo juntos. Mientras más tiempo pasen juntos, más probable es que se influencien unos a otros y se hagan más uniformes en opinión (p. 180)

Tanto para un grupo como para un individuo, la identidad consiste en la consistencia de lo que se hace y se piensa, y la consistencia es el carácter intelectual de una cosa, es decir, está expresando algo (…) Esta puede ser una de las razones por las que los disidentes son vistos como más dinámicos y firmes, e incluso más acertados que los conformistas (p. 30)

  Formar parte de una minoría puede suponer una ventaja. Y esas ventajosas peculiaridades pueden acabar relacionadas también con su capacidad para influir a la mayoría. Grupos pequeños, incluso acosados y perseguidos, desarrollan fuertes vínculos, incrementan la interiorización de sus valores propios. Una serie de factores psicosociales hacen posible el avance de las minorías.

  Por supuesto, son pocas las minorías que tienen éxito… pero los cambios se suceden rápidamente, no dejan de producirse en la historia de la evolución de las culturas. Y no siempre para bien. 

Lectura de “Perspectives on Minority Influence” en Cambridge University Press versión digital 2008 ; traducción de idea21