viernes, 25 de octubre de 2024

“Evolución, comportamiento humano y moralidad”, 2017. Lagerspetz et al Editores

  Este libro es un compendio de ensayos que buscan conectar los primeros hallazgos de la antropología con el posicionamiento moderno de la psicología evolutiva. Se centra sobre todo en la figura de Edvard Westermarck, maestro de Malinowski y contemporáneo de Durkheim, Tylor y Levy-Bruhl

Westermarck (…) desarrolló la visión de que la moralidad en general estaba basada en la emoción, esencialmente derivada del instinto (Capítulo 2)

Los psicólogos evolutivos generalmente piensan que la moralidad se hace posible solo por el crecimiento de la inteligencia. La inteligencia se ve como la fuente de libertad y es así la condición de posibilidad de la moralidad (Capítulo 15)

   Esta visión se oponía a la que considera que el comportamiento moral es arbitrariamente fijado por la cultura del momento. Es decir, el planteamiento de la “tabula rasa”.

La visión tradicional de las ciencias sociales sobre la moralidad [la considera una] convención sobre deber y obligación que deriva de la costumbre social (Capítulo 8)

   El concepto de “tabula rasa” no se refiere solo a la imposición efectiva de unos convencionalismos sociales; implica, en el célebre caso de Freud y la prohibición del incesto, considerar que unos impulsos innatos antisociales –la disputa por las hembras- dan lugar a unos condicionamientos sociales inamovibles derivados de la imposición necesaria del tabú del complejo de Edipo.

Funcionalistas y freudianos se inclinaban por una visión de la sociedad como una fuerza independiente –para los freudianos, una fuerza represiva- que ejerce control sobre las mentes de los individuos, mientras los evolucionistas tendían a pensar de las normas sociales como más o menos directas expresiones de la psicología individual (Capítulo 2)

  Y si se habla de Westermarck, hay que hablar del famoso “efecto Westermarck”, la contestación, casi sin duda acertada, al extraño y en su momento escandaloso “complejo de Edipo” freudiano, en el cual el doctor vienés fundamentaba el origen mismo de la civilización humana.

Para Freud (…) la lujuria originaria por el sexo entre miembros de la familia es tan fuerte que la sociedad tuvo que construir tabús para mantener la integridad de la institución familiar (Capítulo 8)

   Westermarck, por el contrario, daba por sentado que existe un instinto natural que se opone al incesto. Y ahí aparece la oposición entre lo instintivo y lo cultural. Oposición que no es necesariamente tan estricta: una prohibición puede ser instintiva –el incesto, según Westermarck- y al  mismo tiempo tener un apoyo cultural –la prohibición legal del incesto-.

Hoy el ámbito de comportamientos a los que se da una explicación evolutiva se ha expandido (y probablemente mucho más allá de lo justificable), pero la explicación de por qué evitamos el incesto de Westermarck fue uno de los primeros intentos (Capítulo 6)

  No cabe duda de que en su momento, Westermarck se vio favorecido por la repugnancia generalizada de la teoría de Freud acerca de una lujuria originaria imparable. Por su parte, la idea del instinto natural contra el incesto era lógico que  su vez despertara objeciones fáciles de comprender.

Frazer argumentó que no habría necesidad de una prohibición del incesto firme y universal si hubiese una aversión instintiva y natural a cometer actos incestuosos (Capítulo 3)

  La contestación a su vez se hacía inevitable.

Westermarck [sostiene que] (…) un tabú social es improbable que extinga un deseo existente. Como es el caso de las normas proscribiendo e incluso prohibiendo la homosexualidad (Capítulo 7)

   Es decir, el incesto tendría que seguir siendo algo frecuente que tendría lugar, cuando menos, en la clandestinidad. Y no parece que eso suceda muy a menudo, como sí es el caso de la homosexualidad en aquellas sociedades donde está severamente prohibida. Otra forma de explicarlo es el caso de la prohibición del canibalismo ¿se prohíbe porque existe una tendencia natural al canibalismo que solo un tabú social podría contener?  

  Con todo, Westermarck reconocía ser incapaz de detectar el mecanismo de la repugnancia al incesto.

Las propias teorías de Westermarck no eran sin tacha. No identificaba claramente la base instintiva de la aversión innata contra el incesto (Capítulo 3)

  Sea cual sea el mecanismo, parece en general probado que esta aversión existe y que las objeciones en contra no tienen mucho peso.

  La idea de que estamos programados en nuestros deseos sexuales incluso al punto de contar con mecanismos innatos de evitación del incesto va unida a una concepción de la moralidad que ciertamente parece relacionada con los modelos evolutivos más modernos.

Westermarck (…) era un relativista moral que intentó mostrar cómo y por qué los seres humanos en general se comportaban como si los hechos morales objetivos sí existieran (Capítulo 16)

  La idea de una racionalidad ilógica con pretensiones lógicas podemos relacionarla con la tarea de Wason. Y tendría sentido en el ámbito de la moral: lo que son tendencias sociales innatas de origen evolutivo suelen hacerse pasar por leyes lógicas.

L a consecuencia que Westermarck extrae de su idea de que todos los conceptos morales están al cabo basados en emociones, es que no puede haber objetividad moral ya que no puede obtenerse objetividad de una emoción (Capítulo 12)

  Los planteamientos de apariencia evolutiva en Westermarck aparecen también en su visión de la religión.

[Westermarck] creía que la religión estaba basada en sentimientos instintivos de recogimiento y maravilla. Su ambición general era crear una visión de la naturaleza humana que fuera subyacente a todas las culturas, desde las salvajes a las civilizadas. (Capítulo 2)

Westermarck (…) argumentaba que la idea de lo sagrado se basa en emociones de sobrecogimiento y respeto, un sentido de lo misterioso (…) La distinción entre religión y magia se basaría meramente en la actitud del practicante (Capítulo 4)

La prohibición y el tabú marcan los límites entre lo profano y lo sagrado (Capítulo 4)

  Tratándose del debate acerca de la naturaleza humana, es inevitable que la consideración evolutiva tenga interpretaciones ideológicas. Aquí se nos refleja la visión evolutiva conservadora: 

Desde el punto de vista de James Q Wilson, Westermarck habría argumentado muy convincentemente la universalidad y naturalidad de los apegos emocionales no racionales entre los miembros de la familia y en consecuencia sus estudios podían ser usados para contrarrestar la influyente y extraña visión de que el “amor a los niños” es una invención moderna (Capítulo 16)

  A esto también se le llama “darwinismo conservador”. La importancia de la familia, la religión y la propiedad privada en las relaciones humanas podría concluirse del estudio comparativo de las culturas humanas a nivel universal.

La teoría de Westermark era, según Fukuyama, una de las mejores ilustraciones de cómo los instintos naturales pueden modelar las normas sociales en una forma directa. De hecho, el tabú del incesto mostraría que las normas evolucionan irracionalmente y espontáneamente; en otras palabras, sin organizaciones jerárquicas como el estado. (Capítulo 16)

  Y es cierto que las ideologías sociales conocidas convencionalmente como progresistas –socialistas- parecen más relacionadas con la idea de una sociedad controlada por convencionalismos sociales de los que pueden librarnos los cambios políticos, capaces de hacer “tabula rasa” de las instituciones opresivas como la propiedad privada, las clases sociales y la familia patriarcal.

  Pero la teoría evolutiva es mucho más optimista que quedar a la arbitrariedad de los cambios históricos. La idea de que la moralidad tiene su origen en emociones innatas –la simpatía de Hume y Adam Smith- supone un aseguramiento de nuestras mejores expectativas sociales. Y esto tampoco deja de ser compatible con la existencia de la agresividad. Sabemos que en el ser humano coexisten tendencias prosociales y antisociales, y que todas tienen por origen la forma de vida humana “en estado de naturaleza” (prehistoria); lo que hace la civilización es reprimir unas tendencias y estimular otras mediante mecanismos culturales. 

Darwin (…)[con respecto a] los instintos sociales, enumera cuatro rasgos característicos: 1) placer que los animales sociales tienen en la compañía común; 2) su tendencia a sentir simpatía, esto es, la capacidad de compartir y ser afectado por los sentimientos de otros; 3) su disposición altruista a llevar a cabo varios servicios para los individuos del mismo grupo y, especialmente en los seres humanos, 4) el fuerte deseo de ganar la aprobación de los otros y evitar su desaprobación (Capítulo 10)

   El poder de la cultura es enorme, pero los postulados culturales no son arbitrarios. No podemos inventarnos una cultura, por ejemplo, que haga de la práctica del incesto o de la homosexualidad presupuestos de la vida cotidiana. Sin embargo, tuvimos una civilización caníbal en México y durante algún tiempo las clases altas de Egipto practicaron sistemáticamente el incesto. Tales excepciones debieron de requerir una fuerte manipulación cultural (como también fue el caso de los niños soviéticos que denunciaban a sus padres por ser herejes políticos) que sirve también para darnos la medida de la capacidad del cambio civilizatorio… siempre dentro de la consideración correcta de nuestros instintos sociales específicos e innatos.

Lectura de “Evolution, Human Behaviour and Morality” en Routledge 2017; traducción idea21

martes, 15 de octubre de 2024

“La naturaleza del prejuicio”, 1954. Gordon Allport

   El libro del psicólogo Godon Allportr sobre los prejuicios es justamente célebre. Escrito con numerosas referencias a la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, intenta comprender el origen de los mecanismos que llevan a estorbar la convivencia a partir de creencias infundadas, así como los medios posibles para remediar esta situación. El prejuicio es inútil, torpe y agresivo, no sirve para nada. Entonces, ¿por qué existe?

[La] utilidad [de las categorías] parece consistir en facilitar la percepción y la conducta; en otras palabras, en hacer más rápidos, fáciles y adecuados nuestros ajustes a la vida. (p.  37)

  Categorías y heurísticas, ciertamente, facilitan la acción ante situaciones de urgencia y la prehistoria sin duda era una época en la que el individuo se hallaba constantemente en estado de alarma, y en situaciones críticas la cohesión del grupo podía ser vital. Parte importante de esta forma de vida grupal –propia, en cierto modo, de todos los mamíferos sociales- es el tribalismo, la comprensión de la vida individual en el contexto de un grupo diferenciado por marcadores identitarios en oposición constante a los grupos de extraños. Prejuicios y estereotipos se adaptan bien al tribalismo al expresar emocionalmente las diferencias entre los diversos integrantes de unos y otros grupos enfrentados. En realidad, el prejuicio era útil en los tiempos primitivos durante los cuales fue codificada nuestra herencia genética.

Se  espera que uno actúe con mayor rectitud  frente a quienes pertenecen al propio grupo que con los exogrupos. Entre los pueblos primitivos  se aplican  por lo común solamente sanciones contra la deshonestidad con los miembros de la  propia  tribu. [Por el contario, ] es correcto y laudable burlar a un extranjero (p. 170)

  Es en nuestra época cuando el prejuicio y el tribalismo se vuelven antisociales, al igual que sucede con otros rasgos de conducta hereditarios como la agresión, el deseo de supremacía o la conciencia de la masculinidad. ¿En qué consiste el prejuicio exactamente?

Quizá la definición más breve que puede darse del prejuicio es la siguiente: pensar mal de otras personas sin motivo suficiente (p.21)

Los pre-juicios se hacen prejuicios solamente cuando no son reversibles bajo la acción de conocimientos nuevos (p. 24)

  Hay casos extremos en los que podemos reflexionar sobre cuándo el prejuicio puede llegar a ser razonable como precaución…

Cerrarle la puerta a un hombre solamente porque tiene antecedentes criminales es una actitud que cuenta con alguna  probabilidad de acierto, puesto que muchos  no cambian jamás; pero hay en ello también u n elemento de prejuicio inmotivado. Tenemos aquí  un verdadero ejemplo limite.(p. 23)

  Naturalmente, primero debemos ocuparnos de los casos más claros de prejuicio injustificable, como es el de la discriminación racial. En el libro, los más comentados son los prejuicios contra los afroamericanos y los judíos. Para luchar contra ellos, Allport propone actuaciones que son muy coincidentes con las que se han llevado a cabo en los decenios posteriores a la publicación de su libro.

Una  acción enérgica y rectilínea  que venga “de arriba” —comisiones oficiales pro -rectitud, gerentes o directo rio  etcétera— es generalmente aceptada , después de un período inicial de alboroto, el hecho consumado suele ser bien recibido si va de a cuerdo con los dictados de nuestra conciencia. (p. 304)

  Pero el factor fundamental es el declive de la ignorancia en general. En el caso del siglo XX en los Estados Unidos, el mero paso del tiempo ya implicaba un aumento de la educación y esto se notaba cuando se comparaban encuestas acerca del racismo, unas realizadas en 1932, y otras en 1950.

En el caso de los negros, los principales estereotipos en ambas ocasiones fueron los de supersticiosos y haraganes, pero estos rasgos fuero n señalados en el segundo estudio  por menos de la mitad del número d e estudiantes que lo había hecho en el estudio primitivo .  (p. 227)

  Estas encuestas fueron extraordinariamente reveladoras. Chocante fue la que mostraba que el origen de la ignorancia procedía en buena parte de la incomunicación entre los grupos raciales.

Solo una décima parte de los soldados procedentes del Sur y un séptimo de los del Norte dijo “la mayoría de [los negros] están insatisfechos” (…) [mientras que] tres cuartas partes de [los negros] están convencidos de que “los blancos han de mantener oprimidos a los negros” (p. 166)

   Contra el prejuicio, por tanto, parecía fundamental alentar el conocimiento de proximidad con las comunidades discriminadas. Sin embargo, este efecto no siempre produce buenos resultados.

Es obvio que los efectos del contacto  dependerán de la clase de asociación que se establezca y del tipo de las personas involucradas. (p.290)

  Una estrategia más efectiva es la enseñanza explícita contra el prejuicio. Esto corresponde más al adoctrinamiento o incluso al sermoneo… pero nunca carece de sentido y, unido a otros factores, se espera de ello un cambio de perspectivas.

Donde se da (…) enseñanza específica [contra el prejuicio] deberíamos esperar que la ganancia en  cuanto a tolerancia sea mayor. Y existe alguna evidencia de que así es. (p. 468)

Los propiciadores de la educación moderna piensan que es mejor no limitarse a impartir el conocimiento de hechos, sino que conviene más brinda r a los estudiantes una experiencia directa con otros grupos. Como resultado, la educación intercultural ha creado muchos ingeniosos recursos. (p. 293)

  Claro que parece que incluso la enseñanza sin adoctrinamiento tiene efecto, y esto es así porque afecta en general a la racionalidad del individuo; previene la aparición de la “personalidad prejuiciosa” que, al fin y al cabo, no viene a ser otra cosa que una forma de antisocialidad.

Los procesos cognitivos dc las personas con prejuicios son en general diferentes de los procesos cognitivos de las personas tolerantes. En otras palabras, el prejuicio de una persona no se limitará de ordinario a ser una actitud específica con respecto a un grupo específico; es más probable que sea un reflejo de toda su naturaleza habitual de pensar sobre el mundo en el que vive (…) Dicotomiza a al pencar en la naturaleza, en las leyes, en la moral, en hombres y mujeres, lo mismo que cuando piensa en grupos étnicos (…) Sus hábitos de pensamiento son rígidos. No cambia su configuración mental fácilmente  (,,,). Tienen  una  notable necesidad de que las cosas sean definidas; no puede tolerar que sus perspectivas sean ambiguas. (p.197)

  Que surja este tipo de personalidad no debe extrañarnos, por lo que sabemos del comportamiento primitivo… pero es precisamente ese tipo de tendencias las que la cultura más avanzada tiene que controlar. Y en ejercer este control cultural es donde debemos aplicarnos. Está claro que la educación –específica contra los prejuicios o meramente formal- juega un importante papel. Pero también hay otros  condicionamientos de tipo psicológico.

   En este sentido es revelador un experimento en el que se expuso a unos jóvenes a una experiencia frustrante (en el último momento se les suspendió una actividad de ocio para que cumplimentaran una encuesta) y luego se comparó el resultado con el obtenido en circunstancias normales, no frustrantes.

Después de la frustración, (...) atribulan un número menor que antes de rasgos deseables a los japoneses - a los mexicanos. (p. 376)

  Lo que parece válido en una experiencia trivial también lo es cuando se coligen datos biográficos.

Los niños que reciben un tratamiento demasiado duro, a los que se castiga con severidad  o se critica continuamente manifiestan una tendencia mayor  a  desarrollar personalidades en las que el prejuicio contra grupos humanos tiene un papel importante  (p. 328)

  La conclusión de todo esto es que la “personalidad prejuiciosa” es algo más que un caso concreto para unas circunstancias puntuales: puede englobarse dentro de los rasgos agresivos de la personalidad y Gordon Allport admite que “curar” este tipo de comportamiento no puede ser más fácil que cualquier otro trastorno antisocial de la personalidad.  

Quizá el mejor de todos los métodos para cambiar actitudes  consista en la psicoterapia individual porque, como hemos visto, el prejuicio suele estar insertado en el funcionamiento de la personalidad entera. (p. 530)

  Finalmente, nos encontramos con algo muy curioso. Aunque la mayor parte de los ejemplos de prejuicio que aparecen en este libro tienen que ver con el racismo contra negros y judíos, también se señalan otros casos, como el de los católicos, la fiebre anticomunista del macartismo y la discriminación contra las mujeres… Pero no hay ni rastro sobre el prejuicio contra los homosexuales, pese a que el hoy célebre “Informe Kinsey” es de unos pocos años antes de la publicación de este libro. ¿Un prejuicio del señor Allport esta omisión, o tal vez temía enfrentarse a los prejuicios ajenos?

Lectura de “La naturaleza del prejuicio” en Editorial Universitaria de Buenos Aires 1962; traducción de Ricardo Malfé

sábado, 5 de octubre de 2024

“La psicología del comportamiento prosocial”, 2010. Stürmer y Snyder Editores

   No hay duda de la conveniencia social del comportamiento altruista. Pero al llevarse a cabo los actos correspondientes surgen dudas y conflictos de todo tipo, ya que lo altruista, lo benévolo –lo prosocial- choca inevitablemente con el natural interés egoísta de cada sujeto.

Se necesita una investigación futura para explorar cómo las percepciones de las características de las situaciones de ayuda pueden verse afectadas por las percepciones de potenciales voluntarios y el prejuicio hacia los individuos que necesitan ayuda en esas situaciones  (p. 119)

  Percepciones erróneas, prejuicios pasados por alto… a la vez que el desarrollo del altruismo es la mejor esperanza de la mejora social, las decepciones son muchas cuando de la voluntad altruista no obtenemos los resultados esperados en la sociedad como conjunto.

  La recopilación de ensayos llevada a cabo por los profesores de psicología social Stefan Sturmer y Mark Snyder es bastante heterogénea, pero su importancia radica en la dificultad general que se evidencia en los casos señalados. Al fin y al cabo, la conducta altruista o prosocial es hasta cierto punto ilógica, pues cada realidad subjetiva se encuentra encerrada en sí misma. ¿Por qué esforzarse en ayudar a otros a cambio de nada, si todo lo que tenemos es nuestra propia vida?

El comportamiento prosocial puede ser generalmente definido como las acciones propias que benefician a otros  (p. 59)

Si comprendemos mejor los determinantes de las acciones prosociales (cuando y porqué ocurren, y  si no ocurren) entonces, idealmente, podemos ser capaces de diseñar intervenciones para promover un gran número de comportamientos benéficos que son vitales para el bienestar de los individuos y de toda la sociedad (p. 3)

  La primera conclusión que obtenemos es que, siendo tan subjetivos, contamos, cuando menos, con una especie de instinto para favorecer a nuestra familia, que puede ser una familia extensa, que puede ser un intragrupo… Si la conducta prosocial se manifiesta es porque es tan humana como la conducta egoísta y antisocial. Pero su origen se encuentra en el comportamiento entre los miembros de nuestro grupo social, en oposición a los grupos extraños. Ésa es la fuente, el punto de partida de toda acción prosocial.

Bajo las circunstancias apropiadas los límites psicológicos que definen la pertenencia al intragrupo pueden ser expandidas para incluir a los individuos que normalmente quedan fuera de él (…) El rol de la identidad moral es expandir el círculo de la visión moral (…) La evidencia muestra que la toma de perspectivas puede tener el mismo efecto (p. 180)

  La toma de perspectivas es más o menos equivalente a la “simpatía” que describía Adam Smith: el imaginarse en la situación de otro. El razonamiento moral, por otra parte, crea la identidad moral: pensemos en la idea cristiana de que todos tenemos un alma inmortal que es igualmente apreciada por Dios, cualquiera que sea nuestra condición mundana.

  Y de todo ello surge una valiosa concepción en la manipulación cultural, la recategorización

Recategorización (…) [Su] meta es reducir sesgos mediante la alteración sistemática de la percepción de los límites intergrupales, redefiniendo quién es concebido como miembro del intragrupo (p. 193)

  La fórmula más simple de reconocer esto es cómo los frailes se llaman a sí mismos “hermanos”. No son hijos de los mismos padres en absoluto… pero los mecanismos culturales han recategorizado a los individuos antes extraños como miembros de un nuevo intragrupo.

  Naturalmente, la pregunta es hasta qué punto podemos recategorizar a los individuos con el fin de favorecer el altruismo universal. Son muchos los factores culturales que pesan al respecto, como es la educación recibida, la tradición, la evolución moral general. En general, se habla del “círculo expansivo” por el cual se daría, de forma lineal, una evolución moral en el transcurso de la cual cada vez más sujetos fuera del “intragrupo” –nuestra familia, nuestra nación…- son recategorizados como miembros de un intragrupo más inclusivo –los poseedores de alma inmortal, la clase obrera, el género humano, por ejemplo-.

  El libro también enfoca las debilidades y las fortalezas de la actitud altruista en un sentido más práctico y general.  Por ejemplo, nos confirma que la acción altruista es, beneficiosa para la salud mental e incluso física.

Cuando uno se compromete en actividades sociales o hobbies, se experimenta un bienestar hedónico, un sentido del disfrute. Pero en actividades orientadas  a otros como el voluntariado, uno puede disfrutar la actividad misma pero también sentir un juicio de satisfacción de que uno está viviendo  sus valores al ayudar a otros en la sociedad. Es el poner el foco fuera de uno mismo lo que proporciona el mayor beneficio para la salud interna, quizá en parte mediante la ampliación de la autoestima y el sentido de la propia importancia. Este sentido de la propia importancia puede ayudar a combatir la alienación y la anomía, y al bienestar psicológico   (p. 162)

Numerosos estudios revelan efectos  protectores del voluntariado en la salud mental y física (p. 158)

   Y aborda la cuestión de los incentivos para ayudar, para formar parte del voluntariado…. lo cual pondría en duda el altruismo en sí (nos comprometemos en actividades que nos benefician socialmente). En general, se considera que hay ciertos incentivos de tipo social.

El voluntariado también construye comunidad (p. 233)

  Sin embargo, se ha comprobado que esto es menos importante de lo que se piensa.

La integración social en la organización de voluntarios y las relaciones con los co-voluntarios son menos importantes para la motivación y el compromiso de los trabajadores voluntarios de lo que se asume con frecuencia (p. 264)

  La motivación parece tener más bien que ver con un condicionamiento previo. En el caso el voluntariado en Estados Unidos, existe una antigua tradición.

Los factores que llevan a una participación social a largo plazo están arraigados en la familia de origen y en la participación extracurricular en la enseñanza secundaria  (p. 158)

  De esta preparación previa surgen unas motivaciones derivadas y éstas sí parecen relacionarse propiamente con la experiencia altruista en tanto que rol social.

El orgullo y el respeto ayudan a comprender la motivación de los voluntarios existentes (p. 258)

  La gran tradición del voluntariado en los Estados Unidos se encuentra incluso institucionalizada cuando se valora positivamente en los expedientes académicos.

  Por otra parte, el estudio sobre el altruismo nos puede llevar a explorar lo que es contrario a la benevolencia.

[Un estudio psicológico] encontró que la gente que culpa a quienes están enfermos de Sida (“tienen lo que se merecen”) también es más probable que culpe a quienes tienen SARS, a pesar de que el medio de contraerla es muy diferente (p. 67)

  A primera vista, esto indica que tales “antisociales” son personas irresponsablemente poco perspicaces. Pero también puede ser el indicio de algo más.

Los programas educativos que caracterizan la enfermedad mental como “enfermedad del cerebro” pueden reducir el estigma público al enfatizar que la enfermedad mental es incontrolable (p. 67)

  El primer caso, sobre el Sida y el Sars, es importante porque demuestra que, en contra de lo que ellos mismos pretenden, las personas prejuiciosas son irracionales. En el segundo caso abordamos la cuestión de la “enfermedad” como comprensión empática de las circunstancias que crean la diferencia no deseada. Incluso uno puede sospechar que quizá el primer paso para la tolerancia hacia la homosexualidad pudo encontrarse al equiparar lo que antes se consideraba una malévola perversión o una debilidad del carácter con una enfermedad (más adelante, la homosexualidad también deja de considerarse una enfermedad); pero esto dice algo más sobre los individuos que sostienen prejuicios: lo que los caracteriza es la agresividad y no tanto la precaución. Al estigmatizarse a las personas enfermas como objeto de rechazo simplemente se elige un blanco para una agresividad ya preexistente en el individuo antisocial.

  Finalmente, otra cuestión que se aborda en esta colección de ensayos es la de los que se sienten ofendidos por ser ayudados. Parece que es inevitable que las personas receptoras de ayuda perciban esta situación como propia de una desigualdad que los hace vulnerables y dependientes de otros. Se abordan posibles estrategias para paliar este grave inconveniente de la acción altruista.

El estilo didáctico consiste en buscar una solución al problema, mientras que en el estilo de negociación, los acuerdos de ayuda se consiguen en colaboración con el que ayuda.  En un estilo de negociación el que recibe es un socio igual, más que un receptor dependiente (p. 283)

Negros que recibían una ayuda (no solicitada y dada en ausencia de necesidad personal evidente) de un blanco experimentaban un afecto negativo y se disminuía su autoestima, pero no era ese el caso cuando la ayuda venía de otro negro (p. 124)

  Para los verdaderamente altruistas, lo esencial es conseguir que la ayuda llegue a quienes lo necesitan, por lo que cuestiones que hieran el amor propio, como, por ejemplo, la aparente ingratitud y desconsideración, siempre tendrán que quedar en muy segundo plano.

Lectura de “The Psychology of Prosocial Behavior” en Blackwell Publishing 2010; traducción de idea21