lunes, 11 de noviembre de 2013

“El alma primitiva”, 1927. Lucien Lévy-Bruhl

  ¿En el principio fue la mística? Lucien Lévy-Bruhl llegó a ser conocido mundialmente por su teoría de que “el hombre primitivo” (que es, nunca lo olvidemos, la base genética que conforma nuestro propio ser) posee una “mentalidad prelógica”, es decir, que su forma de interpretar el mundo parte, no de la observación objetiva de las causas y los efectos, sino de una participación de experiencias objetivas y subjetivas dentro de la cual ostentan la supremacía las interpretaciones sobrenaturales de todos y cada uno de los hechos trascendentes de su entorno.

Para la mentalidad primitiva, bajo la diversidad de las formas que revisten los seres y los objetos en la tierra, circula una misma realidad esencial. (…) Esta realidad misteriosa no puede, como es el caso de la sustancia universal de nuestros metafísicos, presentarse bajo la forma de un concepto. (…) Se la dio a conocer por vez primera [en las ciencias sociales] bajo el nombre de “mana”

El mana está unido a todas las cosas, puede ser bueno o maléfico. Siendo intangible, puede manifestar su presencia. (…) Es una de estas categorías vastas e indistintas cuyo contenido emocional es más patente que el intelectual.

El primitivo ve perfectamente, al igual que nosotros, la distancia que separa en general una piedra de un árbol y este árbol de un pez o de un pájaro, pero no lo siente como nosotros. La forma de los seres no le interesa más que cuando le permite adivinar lo que estos poseen de mana. (…) Los seres son todos receptáculos de estas fuerzas místicas.

   Lucien Levy-Bruhl fue un notable erudito señalado hoy como uno de los creadores de la moderna antropología, ya que distinguió esta disciplina del resto de las ciencias sociales en tanto que relacionaba los datos etnográficos sobre pueblos exóticos también con el hombre contemporáneo, lo cual da aún más valor a su percepción del mundo místico del hombre primitivo

El indígena no pretende disponer los objetos en series de clases, géneros y especies, sino que intenta desgajar en los objetos la presencia y las predisposiciones benévolas u hostiles de esa esencia o fuerza, el mana. (…) El éxito o el fracaso en la caza, en la pesca, en el cultivo de las plantas, depende antes que nada de la fuerza o de las fuerzas misteriosas, invisibles.

El primitivo pasará cerca de una roca o una piedra sin prestarle atención, pero por poco que alguna cosa de la misma detenga su mirada y dañe su imaginación, bien porque la forma sea extraña, su posición curiosa, o su dimensión anormal, al acto revestirá el carácter de estar investida de fuerza mística y, apropiándosela, aumentará su mana.

   No es lo que uno pensaría inicialmente. Uno pensaría que el hombre primitivo, que vive en medio de la naturaleza y cuya cultura iletrada aparenta ser tan básica y sencilla, carente de toda sofisticación, estaría acostumbrado a la observación ingenua y objetiva de las realidades más primarias. Pero Lucien Lévy-Bruhl, muy en la línea de los primeros intérpretes de las recolecciones etnográficas, se da cuenta de que el hombre primitivo vive rodeado de significaciones y de interpretaciones preconcebidas e irracionales que afectan su experiencia.

   ¿Qué es lo “místico”? En el sentido que lo utiliza Lévy-Bruhl, por lo menos (hay otras definiciones), coincide básicamente con lo que de forma común llamamos "superstición", es decir, atribuir a los fenómenos del azar unos efectos intencionales de los que tenemos noticia por la tradición: el número trece trae mala suerte o un bello sol al amanecer significa que hoy todo va a irnos muy bien. Si una suma de “supersticiones” se pone en función de un entramado más o menos coherente (“el número trece trae mala suerte porque viola el orden del número doce, que es el número de lunas que aparecen a lo largo de un año”) puede formarse una “realidad mística” con sus derivaciones mitológicas ("historia mítica"). En el mundo social del hombre primitivo, todas las costumbres girarían en torno a estas “supersticiones” asentadas por la tradición.

A los ojos del malayo, los tigres son seres humanos que para alcanzar sus fines toman la forma de un tigre. (…) Existe la creencia extendida de que el brujo toma la forma de un animal. 

Los muertos a veces aparecen bajo forma de animales.

Un nativo se considera sobrino de un cocodrilo porque su padre ha soñado que un cocodrilo lo ha llamado para convertirse en su hermano de sangre. (…) Para la mentalidad primitiva no es insólito ni absurdo que un animal aparezca bajo forma humana. 

   Pero ¿por qué esto es así? Lévy-Bruhl y otros eruditos de su época, como Frazier, Tylor, Malinowski o Spencer, trataron de determinar el origen de esta sucesión de “disparates” que tanta importancia tiene en las culturas ancestrales. Las especulaciones al respecto variaban: podía tratarse de una derivación de la angustia ante la muerte, o del asombro ante lo incomprensible del mundo natural, o una consecuencia de la experiencia nocturna del mundo de los sueños, o de los delirios derivados de enfermedades, situaciones de estrés o ingestión de alucinógenos (los “estados alterados de consciencia”).”

   Hoy en día parece predominar la opinión de que incluso los animales se vuelven “supersticiosos” con facilidad (es decir, que retienen en la memoria falsas relaciones causa-efecto) y que todo deriva, por contradictorio que pueda parecer en un principio, del uso de la observación objetiva en la lucha por la supervivencia: el rastreo de la causa de todo efecto... en la forma que nos sea más favorable para nuestros intereses (lo cual suele llevar al autoengaño).

   La acción no puede posponerse, y ahí está el gran problema. Si el hombre primitivo fuese un filósofo podría especular a largo plazo acerca de por qué el rayo golpea el árbol o porqué la fiera retorna a su guarida. Pero como se trata de sobrevivir a corto plazo sólo tiene la oportunidad de establecer una conexión causal inmediata y esto sólo lo puede realizar a partir de su propia experiencia interna, es decir, a partir de los propios estados emocionales del ser humano: el rayo está enfadado contra el árbol y lo hiere: el rayo es colérico y peligroso; el rayo tal vez lo ha creado un brujo; tal vez sea un brujo muerto que exige que se le ofrezcan alimentos en su tumba; y si la fiera retorna a su guarida es porque no es diferente al hombre, que también tiene un lugar al que regresar, luego la fiera es intelectual y emocionalmente equiparable al ser humano.

No podemos suponer que los primitivos tengan atisbo alguno de curiosidad especulativa, de deseo de saber por saber. Donde ese deseo existe es extraordinariamente débil. El primitivo encuentra suficiente satisfacción en las explicaciones místicas que su mentalidad se encarga de tener preparadas para cada caso concreto. (…) Se trata de representaciones colectivas poco nítidas en las cuales los elementos emocionales predominan y camuflan profundas contradicciones que no son percibidas ni sentidas.

El primitivo no tiene la idea de un encadenamiento más o menos complicado de fenómenos que se condicionan. La oposición entre la materia y el espíritu no existe en la mentalidad primitiva. No hay materia o cuerpo de donde irradie cierta fuerza mística diferenciada, sino que ambos se confunden. Tampoco hay realidad espiritual que no constituya un ser completo. 

    La teoría de Levy-Bruhl acerca de la “mente prelógica” del hombre primitivo ha sido muy criticada, incluso por el mismo Levy-Bruhl al final de su vida, pero, en términos generales, los estudiosos más modernos, como Alexander Lúriya, han llegado a confirmar que el funcionamiento de los procesos cognitivos entre los pueblos de culturas menos evolucionadas ("culturas orales") obedece a pautas sorprendentemente diferenciadas de las nuestras.

   En estos casos, la cognición no funciona en términos de las relaciones causales incluyentes, por el estilo de silogismos del tipo de “si la lluvia beneficia el huerto porque moja la tierra, el riego con una manguera también lo beneficiará porque también mojará la tierra”, más bien al contrario, los individuos tienden a responder en términos de su experiencia cotidiana, aunque a nosotros nos resulte difícil comprenderlo. Estos sujetos no perciben los silogismos como un sistema lógico unificado, no les atribuyen un carácter lógico de afirmación universal, sino que convierten cada parte del silogismo en algo parcial que no puede tener relación lógica con la parte correspondiente y de la cual se puedan extraer las correspondientes conclusiones. Ellos no han visto nunca una manguera, y un tubo por el que corre el agua no es lo mismo que la lluvia. Que la lluvia moje el huerto no quiere decir que necesiten el agua de una manguera por mucho que puedan comprender cómo funciona ésta, pues su experiencia les dice que lo que necesitan es la lluvia. La experiencia también les dice que si hoy no llueve, tal vez mañana la magia del brujo logre hacer caer la lluvia que se retrasa. Todo esto no es menos absurdo que el hecho de que el Imperio Romano, con su riqueza, su prolongadísimo periodo de paz y estabilidad política, sus conocimientos científicos, su concentración monetaria y sus clases privilegiadas gustosas del lujo, fuese incapaz de inventar la imprenta, el reloj de cuerda o la locomotora a vapor cuando disponían de toda la tecnología básica necesaria para ello.

   Las representaciones colectivas de los individuos civilizados suelen obedecer una serie de leyes generales, como por ejemplo la ley de la identidad, la de la contradicción, la causalidad, la generalización, la abstracción y la clasificación. En cambio, las representaciones de los hombres primitivos no son exclusivamente cognitivas, sino que están muy mediadas por factores emocionales y motores. Además, el pensamiento de los individuos primitivos parecía tener, por lo menos en ciertas tribus, un recurso constante a la memoria, mucho mayor del que se encuentra en el pensamiento civilizado, y que vendría a convertirse en soporte vital del pensamiento.

   Levy-Bruhl atribuye a la mentalidad primitiva una carencia para las operaciones lógicas en sentido estricto, u “operaciones discursivas del pensamiento”. Esto sería que en un gran número de sociedades inferiores parece darse un conjunto de hábitos mentales que excluyen el pensamiento abstracto y el razonamiento propiamente dicho. Los principios de contradicción y de identidad son operaciones discursivas características del pensamiento del individuo civilizado, y son, desde luego, principios lógicos, pero estos no están presentes en el pensamiento primitivo, sino que, en lugar de ellos, se observa una “ley de la participación”, que es una forma de mediar entre la identidad y la contradicción.

   En esta “participación” confluiría toda la masa de la experiencia subjetiva y objetiva de forma que se hace inviable una distinción clara entre asuntos lógicamente relacionados. Una mentalidad gobernada por la ley de la participación es lo que Lévy-Bruhl llama también “una mentalidad prelógica”, que no carece de cualquier lógica, pues las operaciones mentales de los individuos a nivel práctico son perfectamente lógicas... pero no sería lógica en general en lo referente a las representaciones colectivas.

En el culto occidental a las reliquias se extiende irresistiblemente el fervor a las pertenencias del dios o personaje mítico. Se produce una transferencia psicológica instantánea. Pero no parece suceder lo mismo entre los primitivos. La participación entre el individuo y las pertenencias no resulta de una transferencia bajo la influencia de la emoción, sino que es original, inmediata.

Comparada con la de ellos, la individualidad del hombre occidental parece haber sufrido una reducción, una suerte de encogimiento. Las pertenencias son para el primitivo partes integrantes del individuo, mientras que para nosotros no son más que dependencias. 

Para el primitivo, la imagen propia reflejada en el agua no es una reproducción del original distinta de éste. Es este mismo original. (…) Quizá se diga que hasta el primitivo más primitivo sabe muy bien que su imagen o su sombra es una cosa y que él mismo es otra. Este hecho no contradice que en la mentalidad primitiva lo que predomina no son los elementos objetivos controlados por la experiencia, sino los elementos místicos.

La mentalidad primitiva practica poco la abstracción. Muchas lenguas primitivas no se preocupan de distinguir ordinariamente el plural del singular. (…) Se representa en números propiamente dichos con dificultad; [el hombre primitivo] recurre más bien, cuando lo necesita, a números concretos, conjuntos-números (una docena, los dedos una mano…) Para el primitivo, la imagen de un ser es un ser, el original es otro ser: son dos seres, y sin embargo es el mismo ser. Dos en uno o uno en dos, para él no es nada extraordinario.

En los dibujos y esculturas del primitivo no se muestran demasiado cuidadosos por copiar exactamente la forma y las proporciones de los modelos. (…) No entienden la semejanza de la misma manera que nosotros la entendemos.

   Hay que decir que Levy-Bruhl, a diferencia de otros pioneros de la antropología que lo precedieron, como Tylor o Spencer, no era racista. Se había dado cuenta de que la mentalidad prelógica del hombre primitivo, aunque tal vez irreversible en los adultos, no era una limitación intelectual innata, sino fruto del efecto del entorno social, de la religión y cultura ancestrales. Levy-Bruhl no afirma que los primitivos no sean inteligentes por ser prelógicos, sino que parten de premisas diferentes, que son razonables con premisas no propias de la lógica aristótelica. Esto equivale a decir que el hombre primitivo es acientífico y acrítico. La mentalidad prelógica tiene una causa social, no psicológica.

  Muy bien podía haber subrayado Levy-Bruhl que también el hombre occidental de su tiempo se veía cognitivamente limitado por la experiencia social de las tradiciones y también podía haber concluido que, muy probablemente, el avance de la civilización (habido y por venir) se basa en la remoción de diversas barreras cognitivas aún existentes y no perceptibles en su momento como tales barreras.

   La igualdad entre el hombre y la mujer, la inexistencia de los seres sobrenaturales, o el estorbo que la violencia humana y las diferenciaciones nacionales y lingüísticas suponen a la cooperación plena, son conclusiones lógicas provenientes de la observación objetiva y que, sin embargo, tardaron o tardarán mucho en imponerse a la tradición. Del asombro ante las limitaciones cognitivas del hombre primitivo podríamos pasar al asombro ante nuestras propias limitaciones…

Con ayuda de ciertas drogas o fetiches algunos hombres dicen adquirir el poder de transformarse en hombres-leopardos. Cuando el brujo que quiere la muerte de alguien fabrica una imagen, la imagen participa del modelo.(…) La mentalidad primitiva es poco sensible a la diferencia que nosotros vemos entre lo animado y lo inanimado.

Los primitivos apenas se representan al individuo en sí mismo. Un individuo sólo existe para ellos en tanto que participa en su grupo o en su especie. A los ojos de un primitivo, la esencia mística de un ser tiene mucha mayor importancia que su apariencia exterior. Ciertos objetos de madera o de piedra pueden considerarse a la vez como el cuerpo de un hombre y de su antepasado totémico, y pueden convertirse en el doble del individuo. 

En el espíritu de los blancos se forma un dualismo, en el de los indígenas una dualidad. El misionero cree en la distinción entre dos sustancias, una corporal y perecedera, y otra espiritual e inmortal. (…) Para la mentalidad primitiva resulta extraña esta oposición entre sustancias: ellos sienten que todos los seres son homogéneos, todos son cuerpos o tienen cuerpo, y todos poseen en cierto grado las propiedades místicas. La mentalidad primitiva desconoce incluso la diferencia entre los que nosotros llamamos seres animados e inanimados. Todos ellos participan del mismo mana. Los animales, las plantas y los objetos tienen “dobles” igual que los hombres, y estos dobles forman parte de su individualidad, son ellos mismos. 

  Se ha considerado que Levy-Bruhl llega a exagerar un poco en lo referente a que la “mente prelógica” del primitivo no distingue entre realidad y fantasía. Es posible, por una parte, que la idea de “realidad” no exista de la misma forma en sus lenguas ancestrales que en la nuestra y, por otra parte, antropólogos “de campo” posteriores a Levy-Bruhl han demostrado que cualquier concepto lógico del lenguaje moderno puede ser comprendido por cualquier hablante de una lengua autóctona propia de un “pueblo primitivo”: las causas, contradicciones y similitudes evidentes, aisladas del contexto social, también son perceptibles para ellos.

   En cualquier caso, dentro de la cultura de las sociedades primitivas, incluso las más impactantes ideas acerca de la muerte y el más allá coinciden en parecidas características aparentemente “prelógicas” que tal vez no sean tan diferentes a las de religiones más modernas.

La muerte produce en los otros una sensación muy profunda. (…) La muerte es contagiosa. (…) El lugar donde alguien ha muerto ha debido de ser visitado necesariamente por espíritus antes del acontecimiento. (…) La muerte es contagiosa por razones místicas y materiales, inseparables. (…) Quienes han tomado parte en las ceremonias fúnebres deben pasar por un proceso de purificación. (…) Los ritos funerarios tienen por objeto impedir que el muerto, a pesar de su resistencia, permanezca en contacto con los vivos.

El ser vivo verdadero es el grupo, y los individuos solo existen por y para él. Es, pues, el grupo el que se siente directamente afectado. Esta muerte le acarrea la pérdida de una parte de su sustancia. 

El primitivo, por lo general, cree en la supervivencia de los muertos. El muerto cesa de formar parte del mundo de los vivos, pero no deja de existir. Pasa a otro mundo donde continúa viviendo más o menos tiempo en nuevas condiciones. Los muertos se hayan abocados a llevar una vida bastante semejante a la de aquí abajo. (…) La otra vida es una continuación de ésta, sólo que se haya uno despojado de su cuerpo.

Al ver que el cuerpo se destruye, el primitivo es refractario a la idea de resurrección. 

El muerto permanece en los alrededores durante los primeros días, invisible o tomando la forma de un animal. Matar un muerto no es algo por completo absurdo para estos indígenas que creen que la vida del otro mundo continúa la de éste: en ella se come, se bebe, se duerme, y también se muere. 

No debe confundirse la supervivencia, universalmente admitida por los primitivos, con la inmortalidad, de la cual no tienen ni un amago de sospecha. El africano dirá, casi de un tirón, que los muertos se han ido a una gran ciudad subterránea donde todo es puro, o que han partido hacia algún rincón lejano del este o del oeste. (…) La mayoría de los bantús, no todos, creen que los muertos vuelven a nacer. Los muertos viven, y de su buena voluntad depende la infelicidad o el infortunio de los que todavía están en la tierra. (…) Los escépticos son raros en estas sociedades. Los incrédulos lo son todavía más. 

Los primitivos se plantean preguntas acerca de los muertos. Pero no son de ese tipo de preguntas que, para nosotros, tendrían importancia primordial. Para nosotros el problema del destino individual predomina sobre los demás. (…) Para el primitivo no hay apenas destino individual ni tampoco eternidad. (…) No tiene por qué preguntarse acerca de lo que será de él en el otro mundo. Ya lo sabe de antemano. El clan existe allá abajo igual que existe aquí. Ocupará allí su lugar según su rango. (…) La idea de un castigo o una recompensa por la conducta que se ha llevado en la vida terrestre no les pasa por la cabeza. 

La mayor desgracia sería carecer de hijos porque los miembros del clan muertos no pueden prescindir del culto ni de las ofrendas a cargo de sus descendientes. (…) En las islas Fidji los hombres que tenían la mala fortuna de no haber tenido hijos eran muy desgraciados. Temían encontrarse en la ultratumba con sus ancestros, furiosos contra el miserable que no había dejado descendencia para continuar el culto familiar. 

Los muertos no son espíritus ni almas, sino más bien seres semejantes a los vivos, solo que decaídos y disminuidos, aunque aún poderosos y temibles. Cuando se aparecen tienen el aspecto de fantasmas. Tienen un cuerpo similar al nuestro, solo que sin consistencia ni espesor.

¿Qué es de los muertos a la larga? , ¿se conserva su individualidad? (…) Si se tratara de almas puramente espirituales serían inmortales de una vez por siempre. Pero en ninguna parte se imagina esa otra vida carente de fin. (…) Algunos dicen que tienen que morir tres veces, otros dicen que siete. (…) Pero todos están de acuerdo en que, después de haber degenerado por causa de las muertes sucesivas, terminan por quedar aniquilados de hecho. (…) Se admite en casi todas partes que los muertos acaban por desaparecer definitivamente 

  ¿Llevan necesariamente el misticismo y la mentalidad prelógica al fatalismo?

Para la mentalidad primitiva, una desgracia es siempre signo de que vienen otras tras ella.

Su derecho consuetudinario muestra que su conocimiento del bien y del mal es, en sustancia, el mismo que el nuestro. Con todo, sostienen ese principio paradójico según el cual la parte lesionada se hallará al albur de la dominación de las potencias malignas, quedando, en cambio, inmune a ella el culpable. La parte lesionada queda bajo la influencia de la mala suerte, así como también la comunidad entera. 

  ¿Es concebible la idea de un “hombre natural” plenamente racional, observador objetivo del mundo puramente material que lo rodea? No, en absoluto. La mente humana es una especie de mente animal excepcionalmente atiborrada de información, de memoria, de capacidades intelectivas inusitadas y de estados alterados de conciencia (sueños, delirios, fantasías) para los cuales no está en absoluto preparada, dado lo reciente de su aparición en el contexto de la larguísima historia evolutiva de los mamíferos. La superstición, la tradición y la mitología han sido las defensas que el cerebro ha creado para poder sobrellevar el peso abrumador de semejantes novedades. Y, pensándolo bien, no nos ha ido tan mal hasta ahora: tras una larga y agitada evolución cultural (superpuesta a la evolución biológica) hemos creado nuevas tradiciones sobre antiguas tradiciones, hemos creado símbolos que nos indican salidas cognitivas, instrumentos de mejora en las costumbres y, sobre todo, religiones (ideologías emotivas orientadoras).

   Sólo cuando la mente humana quede del todo alejada de la naturaleza será el ser humano capaz de hacerse cargo de ésta. El observador debe distanciarse de lo observado.

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