viernes, 15 de marzo de 2019

“Cómo las tradiciones viven y mueren”, 2011. Olivier Morin

    El filósofo y psicólogo cognitivista Olivier Morin aborda una cuestión de importancia capital en el desarrollo humano, quizá la más importante de todas: qué mecanismos de la mente permiten los cambios de costumbres. Sin duda, el tipo de costumbres más influyentes en el desarrollo humano son las de tipo moral, pues éstas moldean los sistemas sociales, pero costumbres son también todos los rasgos culturales humanos: desde la tecnología a las artes pasando por el ocio más trivial. A primera vista, no podemos concebir al ser humano sin que participe en creaciones culturales.

Las nuevas consideraciones [sobre la cultura la ven] (…) como un conjunto de ideas y prácticas, cada una de las cuales puede expandirse independientemente de las otras. Esta idea es opuesta a la visión que prevaleció en muchos círculos antropológicos contemporáneos, donde las culturas eran descritas como estructuras coherentes, bloques bien integrados de significación, donde todo dependía de todo lo demás en conjunto

  Elementos independientes que pasan de unas generaciones a otras, o que se expanden, como epidemias, a partir de no se sabe qué fenómenos aislados.

Las tradiciones lo suficientemente populares para sobrevivir el paso de generaciones son una minoría, su aparición es un suceso raro.  Por ello no nacen todas al mismo tiempo. Una vez nacidas, sin embargo, duran lo bastante para ver el nacimiento de más tradiciones insistentes como ellas. Juntas, estas tradiciones “extremas” impulsarían un lento (y difícil de revertir) proceso de acumulación. Si esta especulación es correcta, da alguna plausibilidad a una extraña visión: podría haber habido poblaciones humanas, sociedades como las conocemos, con los humanos cooperando y comunicándose entre ellos tal como sucede hoy entre nosotros, pero cuyo repertorio cultural parecería el de los modernos chimpancés. Solo yendo a lo largo de una larga historia habrían alcanzado el nivel de la riqueza cultural que es común a los humanos de hoy. Podemos imaginar una humanidad sin cultura.

   Aquí aparecen dos ideas notables: la de que existen “tradiciones extremas” que cuentan con preponderancia sobre las que son más triviales y volubles, y la posibilidad de que la vida cultural humana, en cierta época, no hubiera sido diferente a la de los chimpancés. Porque los chimpancés (y los pájaros, y otros animales…) también tienen “algo” de tradiciones y cultura… Si bien las tradiciones de los animales no se difunden (se transmiten, pero no se difunden), no se mantienen fácilmente, ni se expanden, ni se acumulan.

La proximidad tolerante [no hostil] escasea entre los grandes simios, bien por falta de proximidad (en orangutanes) o bien por falta de tolerancia (en los chimpancés). Pero ésta es una condición crucial de la transmisión cultural: las innovaciones necesitan ser hechas públicas, preferiblemente con no parientes, si han de ser enseñadas (…) La simple observación de un congénere usando una herramienta puede no ser tan fácil entre los grandes simios. Las relaciones sociales necesitan ser restablecidas, negociadas o enmendadas continuamente, en formas más o menos pacíficas que van desde el grooming a la pelea. Esto convierte la vida social de los chimpancés en una continua inversión mental (…) Esta atmósfera de contienda no se restringe simplemente al ámbito de las interacciones pacíficas que podrían ser usadas para el aprendizaje social: también se lleva recursos mentales que podrían ir a la cultura.

   “Inversión mental” se refiere, en este apartado, a una continua improvisación de recursos en lo que a habilidades sociales se refiere: no existen entonces pautas instituidas que permitan una convivencia favorable a la transmisión cultural; las relaciones entre individuos han de ser negociadas en todo momento. Ello implica que, en lo que se refiere a la transmisión de innovaciones culturales, al carecer de mecanismos naturales de transmisión (tipo “enseñanza”, digamos), este flujo sea lento, torpe y acabe en numerosos callejones sin salida. Por eso cabe precisar que este tipo de transmisión no es “difusión”.

Se suele decir que el ser humano es el “animal cultural”, en la medida en que ha obtenido grandes mejoras en su vida social gracias al empleo de tradiciones de gran valor práctico, sin embargo, el que el ser humano parezca más capacitado para la vida cultural no quiere decir que ésta le sea más imprescindible de lo que lo es para el chimpancé.

El cambio acumulativo [en la cultura humana según la arqueología] es solo un rasgo de la prehistoria más reciente, la de a partir de hace 50.000 años

  Homo Sapiens lleva existiendo en el mundo mucho más de 50.000 años. Y sin cultura acumulativa se las arreglaba bastante bien… aunque es cierto que tenía que competir con otras especies parecidas a él, como el Homo Neandertalensis o el Homo Denisoviano. Gracias a la cultura acumulativa no tardó en convertirse en el único homínido inteligente en el planeta (gracias a la invención de lanzas, hachas, y arcos y flechas, por ejemplo). Sin embargo, parece ser que, antes del cambio cultural, era el mismo tipo de ser vivo... al menos morfológicamente.

Podemos estar seguros de que los repertorios tecnológicos humanos han sido comparables a los de los chimpancés al menos desde el Homo Erectus. La selección entonces estabilizaría las nuevas adaptaciones, dando lugar a poblaciones donde las tradiciones serían más fácilmente mantenidas que en otras poblaciones en otras partes.

Mediante la cultura, el aprendizaje cooperativo podría haber creado algunas de las condiciones de su propia evolución. Podríamos, entonces, considerar la sociabilidad humana como una adaptación a la cultura, entre otras cosas.

[Se habría dado] un proceso coevolutivo: la selección natural de algunas capacidades cognitivas humanas estabilizaría las tradiciones, y la disponibilidad de tradiciones fortalecería las presiones selectivas favoreciendo las mentes capaces de aprenderlas

  Es decir, de alguna forma, se ha seleccionado genéticamente la capacidad para adaptarse a las tradiciones. Se habría producido un cambio genético que llevaría al Homo Sapiens “no-cultural” al Homo Sapiens de cultura acumulativa… el mismo que comenzó a pintar las paredes de las cuevas y a enterrar a sus muertos (y que nunca ha dejado de hacerlo). Este cambio –que algunos atrevidos creen ya haber detectado en el genoma humano- habría sido posible por la selección de determinadas capacidades cognitivas.

Señalar algo con tu dedo índice, hacer un gesto con la mano -estos signos quieren decir algo porque se basan en el reconocimiento de una intención. El fin comprende la intención comunicativa de la fuente, y la fuente usa este reconocimiento para llevar su mensaje más allá. A pesar de su aparente simplicidad, este modo de transmisión parece raro o inexistente fuera de nuestra especie

  A esto se le llama la “comunicación ostensiva”.

La comunicación voluntaria y abierta [es] también conocida como comunicación ostensiva. Comunicarse con alguien en una forma abierta es intentar cambiar su vida mental (instruirles, despertar sentimientos, orientar la atención etc) al hacer manifiesta una intención comunicativa (…) [En cambio] la transmisión del comportamiento en los animales no humanos es usualmente involuntaria

  Si esta capacidad para la comunicación ostensiva dio lugar a la superioridad material del Homo Sapiens, es lógico que se seleccionara de forma darwiniana.

Aprender de otros en una forma inteligente es una tarea exigente, hambrienta de información; las claves de las que obtenemos nuestros modelos necesitan ser interpretados, integrados y usados de forma flexible, junto con otras piezas de información. El proceso resultante es tan diferente a una conformidad y deferencia compulsivas que el nombre “imitación” realmente no es adecuado (…) Imitación, definida como o bien una capacidad para reproducir comportamientos de una forma fiel (…) o como una compulsión para seguir la influencia social (…) no es el motor de la transmisión cultural

La transmisión necesita ser plena  (…) lo bastante abundante para crear cadenas de difusión redundantes, robustas y reparables

   Entre otras cosas, parece requerir la capacidad para reconocer el valor de lo que es transmitido. Aquí es donde entra la cuestión de las “tradiciones extremas”.

La acumulación extrema (…) quiere decir que la evolución cultural es transformada por las tradiciones que aparecen raramente pero que duran mucho

Las “tradiciones extremas” [son] los artículos culturales que duran mucho y se difunden ampliamente porque son atractivos para todos. Para conseguir que aparezcan estas tradiciones la imitación o la fidelidad son inútiles, pero la invención es clave

   Un ejemplo serían las habilidades para la navegación o realizar tallas en hueso. Se suele mencionar este ejemplo por el sorprendente caso de los tasmanos: un pueblo al sur de Australia que perdió estas habilidades al quedar aislado. Pero estas habilidades fueron perdidas muy lentamente, con gran resistencia

Separados del continente por el aumento del nivel del mar y reducidos a menor número, los tasmanos parecieron dejar de reemplazar las innovaciones perdidas con unas nuevas. Sin embargo, les llevó muchos siglos perder las técnicas que habían inventado antes de eso, y las cuales habían sido aparentemente incapaces de desarrollar.

  Eran tradiciones que no les resultaban especialmente útiles y que, con su aislamiento, tendrían que haber desaparecido en poco tiempo, pero la resistencia quizá se originara en el reconocimiento por parte de los individuos del valor de lo que se estaba perdiendo. La propuesta de Olivier Morin, entonces, enfatiza una cierta autonomía del pensamiento individual para elegir las innovaciones que pueden convertirse rápidamente en tradiciones, no dependiendo tanto de la mera repetición a lo largo del tiempo.

La teoría de las cadenas de difusión [de la cultura] dice que las tradiciones que consiguen acumularse a largo plazo triunfan porque apelan al tipo de atracción más genérico, del tipo universal de la especie

   Es casi como decir que los criterios de sentido común humanos obran con tanta sabiduría como la selección darwiniana, pero mucho más rápido… Se ha observado en algunos animales. Ciertos pájaros son hábiles en abrir las botellas de leche que el lechero deja en la puerta de las casas. Este hábito se llega a extender y con eso se convierte en cultural, pero en el proceso de transmisión no se dan las condiciones acumulativas habituales de la difusión de costumbres humanas.

La transmisión cultural en algunos pájaros [que aprenden a abrir botellas de leche] tiene poco que ver con la imitación, y todo que ver con la reconstrucción a partir de ciertas claves (…) Están simplemente improvisando, sobre la base de claves comportamentales y ambientales, acciones que cumplen su propósito

  El ser humano hace lo mismo. La diferencia es que el conocimiento se difunde, se conserva, permanece y solo con mucha dificultad acaba desapareciendo, como en el caso de los nativos tasmanos.

    Morin desdeña algunas impresiones de otros estudiosos, como que la transmisión cultural se basa en la mera imitación, en la abundancia de conductas a imitar o en el predominio de las clases sociales o personajes influyentes que propagan los nuevos hábitos. Todas estas cosas pueden darse y tener su importancia relativa, pero no son lo fundamental.

Las teorías imitativas de la cultura predicen la difusión cultural como una consecuencia inevitable de la inercia de la transmisión

   Algo que el éxito de tradiciones transmitidas con poca frecuencia pone en cuestión. Pueden transmitirse muchos modelos de conducta, unos con más frecuencia que otros, pero no es la inercia de esta transmisión lo que decide si este modelo es o no adoptado por la cultura, difundiéndose de forma efectiva. Tampoco parece decisiva la influencia de las clases superiores o los individuos notables dentro de un grupo social.

No hay perfecta coincidencia entre escalas de estatus y escalas de influencia: la gente no siempre mira a la parte superior de la escala social para pedir consejo

[En humanos] la preservación de la tradición no puede garantizarse bajo ciertos umbrales de población, incluso para las técnicas más útiles

  En su lugar, la teoría de Morin (de la “difusión”, concepto que se opone al de la mera “transmisión”) da a la capacidad creativa promovida por las condiciones del entorno (como en el caso de los pájaros que abren las botellas de leche) un papel fundamental. Podemos reconocer el valor de los avances, crearlos y re-crearlos por nosotros mismos y difícilmente olvidarlos.

   ¿En qué nos ayuda este conocimiento a poner en marcha los cambios que nos faltan para tener una sociedad mejor? En cierto modo es esperanzador porque nos proporciona una autonomía de juicio: las ideas innovadoras no requieren, más que relativamente, una acumulación de transmisiones determinada o que provengan de personalidades notables determinadas; son reconocidas a partir de su propia funcionalidad y preservadas de acuerdo con criterios cognitivos autónomos. Quizá eso explica por qué en muchas civilizaciones muy alejadas se han repetido parecidos cambios y avances. Por qué son “avances”… y no solo cambios.

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