lunes, 15 de octubre de 2018

“¿Qué es la emoción?”, 2007. Jerome Kagan

Las emociones han atraído la atención de muchos estudiosos porque sirven a muchas funciones. Algunos estados [emocionales] son agitadas puntuaciones que marcan la toma de control de la consciencia y la fuerzan a poner atención a un suceso o un estado corporal que requiere acción inmediata. Otras ayudan a que el individuo controle comportamientos que son violaciones del código ético de la comunidad o de la consciencia privada de la persona. Aún hay otras que garantizan la perseverancia en intentos continuados de ganar metas deseadas, ayudar al registro de experiencias en la memoria a largo plazo, facilitar aprendizajes sobre sucesos a evitar, motivar la reproducción sexual y permitir el vínculo íntimo entre personas necesario para la cría exitosa de la siguiente generación. Algunas emociones, sin embargo, son menos obviamente adaptativas. Los estados emocionales creados por el encuentro de un hermoso paisaje, una reflexión sobre pasados placeres, una hora de gimnasia o un vaso de vino poseen muchos de los rasgos de las emociones más urgentes pero parecen menos necesarios para la supervivencia.

  La misma existencia humana, en tanto que el ser humano es social, se basa en la experimentación e intercambio de emociones. Aunque la emoción se da en todos los animales superiores, el ser humano vive, en cierto modo por y para ellas: nada tiene valor si no puede traducirse y ser compartido a nivel emocional en las relaciones privadas, y muchos de los estados emocionales más valorados suelen ser precisamente aquellos que no parecen necesarios para la supervivencia.

   El psicólogo Jerome Kagan ha estudiado las emociones y llegado a algunas conclusiones diferentes a otras en exceso simplistas.

Se sugirió que los mecanismos neurológicos innatos que se localizan en los centros subcorticales y que son responsables de particulares incentivos generaban expresiones faciales representando ocho emociones primarias llamadas interés, alegría, sorpresa, desasosiego, miedo, vergüenza, asco e ira. El problema con esta afirmación es que cada una [de estas representaciones] es una familia de estados y no una emoción unitaria (…) [A pesar de ello,] si bien la cara no es ni el origen de todas las emociones ni un signo fiable de un estado emocional, sin embargo, puede en ocasiones revelar un sentimiento o un sesgo de temperamento

  Sabemos que, en alguna medida, la personalidad o temperamento es un rasgo innato y hereditario que también resulta influido por el entorno. Si supiéramos más de la disposición emocional de los individuos podríamos mejorar sus relaciones sociales y en consecuencia dar lugar a condiciones de vida más gratificantes para todos. La historia de la civilización es en buena parte una cuidadosa catalogación de las emociones y de los mecanismos de comportamiento social que las desencadenan.

Los griegos y romanos seleccionaban el valor [físico] como especialmente loable debido a que la amenaza de un ataque físico era común y ambas sociedades requerían tal estado de ánimo en sus soldados. La cultura de los esquimales Utku requería la emoción de naklik (preocupación por el bienestar físico y psicológico de otros) como un estado frecuente. La cultura europea medieval seleccionaba el miedo a la ira de Dios como una interpretación prevalente de los sentimientos de inseguridad

  La previsibilidad de la reacción emocional equivale a la correspondencia entre ésta y el estado cerebral que la provoca. Pero entre ambas manifestaciones evidentes –el estado cerebral puede ser detectado con la tecnología actual- existen numerosos condicionamientos que dificultan la identificación de las emociones en juego. Más difícil aún es predecir una pauta de comportamientos emocionales en base a marcadores genéticos.

La probabilidad de que una emoción o apreciación seguirá a un estado cerebral en particular es baja, tanto si nos referimos a mil personas o a una misma persona mil veces (…) La meta que buscamos es descubrir estimaciones de probabilidad que se aproximen al 0.7 o 0.8. Puesto que esta victoria no ha sido alcanzada, los científicos se ven forzados a estar satisfechos con mezquinas diferencias entre condiciones o personas que son estadísticamente significativas en probabilidades de 0.05 o 0.01 (…) Cuando un científico es lo suficientemente afortunado para descubrir una correlación entre un marcador genético y un estado emocional, la relación usualmente cuenta para menos de un 10% de la [concordancia predictiva del comportamiento]

La biología de una persona no puede determinar un tipo de personalidad particular, pero puede limitar cómo de fácilmente ciertas emociones y estados de humor pueden ser adquiridos y sostenidos

La reacción del cerebro es siempre una función de la disposición mental de la persona, expectativas e interpretación privadas de un suceso, y estos procesos reúnen actividad en conjuntos neuronales que no son los mismos en todos los individuos


  Queda, pues, mucho por hacer. Pero hay una serie de conocimientos que son importantes y de los que disponemos ya. Uno de ellos es que, como hemos visto en la referencia a las civilizaciones antiguas, las emociones pueden ser orientadas culturalmente.

Miembros de unas categorías definidas como socialmente variadas varían en sus apreciaciones de las emociones. Sugiero que las categorías más influyentes son el género, etnicidad, clase, religión y cultura, y siempre dentro de una era histórica.

  La selección de estados emocionales y su reorientación cultural se convierte entonces en un instrumento único de cambio social.

Un estudio de las actitudes mantenidas por residentes de cuatro países con respecto a ocho emociones, deseables y no deseables, reveló que americanos y australianos consideraban el orgullo como deseable y la culpa como una emoción indeseable, mientras que los informantes chinos ofrecieron clasificaciones opuestas. Esta diferencia cultural está de acuerdo con la creencia popular de que las sociedades individualistas valoran las emociones que acompañan el logro personal y la libertad para hacer lo que uno desea. Las culturas que celebran la armonía social y la lealtad de grupo urgen alguna restricción al deseo para perfeccionar el yo cuando esta motivación iguala el coste de no honrar estas normas éticas.

El prototipo para el término griego filia es una mutualidad de afección entre dos personas, mientras que el prototipo para el término inglés que se refiere a un sentimiento afectivo por un amigo no incluye una emoción recíproca por parte del otro

Séneca, el filósofo y dramaturgo romano que escribió cuando comenzaba la era moderna, consideraba el estado deseable de serena tranquilidad como el prototipo para el concepto latino de apatía, mientras que el prototipo de apatía entre los escritores modernos es un estado indeseable de depresión (…) Si, como es probable, algunas emociones se restringen a escenarios culturales particulares, será imposible hacer un mapa de todas las emociones experimentadas por los miembros de una sociedad para aquellos de otra cultura


  Son tan grandes las diferencias a la hora de afrontar las circunstancias adversas de la vida, todas ellas derivadas de la interpretación de las emociones, que hay pocas dudas de que una determinada influencia en el entorno cultural, o una determinada enseñanza aplicada sistemáticamente, podrían cambiar casi por completo nuestra forma de vivir y permitirnos mejorar la civilización hasta límites hoy impensables.

  Por otra parte, resulta curioso -y revelador, tal vez, de la amplitud de los estudios de la ciencia social- que Jerome Kagan, con ser escéptico acerca de la previsibilidad de la emoción humana en base a los conocimientos actualmente disponibles, a la vez no descarta una cierta predeterminación de las muy variables emociones según estirpes seleccionadas en ciertos entornos a lo largo de generaciones...

Poblaciones humanas que han estado reproductivamente aisladas durante miles de años a lo largo de grandes distancias y en consecuencia durante muchos cientos de generaciones, es probable que posean genomas únicos con implicaciones en los temperamentos que influencian las emociones (…) Por ejemplo, los bebés y niños pequeños caucasianos sonríen más que los niños nacidos de padres chinos (…) Es posible que las diferencias temperamentales entre asiáticos y caucasianos hagan una pequeña contribución a las preferencias culturales (…) Los perros y los lobos, que han estado separados durante aproximadamente el mismo número de generaciones [que humanos caucasianos y asiáticos] difieren en alelos que afectan a estados cerebrales relacionados con las emociones (…) [Esta posibilidad sobre diferencias entre caucasianos y asiáticos] halla apoyo en estudios de la molécula transportadora de la serotonina durante el desarrollo del embrión

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