sábado, 15 de julio de 2017

“La mente compasiva”, 2009. Paul Gilbert

   El psicólogo Paul Gilbert propugna un estilo de vida basado en la compasión.  Normalmente entendemos la compasión como “piedad” (emoción de dolor empático ante el sufrimiento ajeno), pero el concepto que maneja Gilbert es más amplio y ambicioso.

La compasión puede definirse de muchas formas, pero su esencia es una amabilidad básica con una profunda consciencia del sufrimiento de uno mismo y del resto de los seres vivos, unida al deseo y el esfuerzo de aliviarlo
 
Nuestra capacidad para la compasión evolucionó de la capacidad para el altruismo y el comportamiento de cuidado por otros [entre parientes]. La compasión puede ser definida como comportamiento que busca cuidar, atender, enseñar, guiar, tutelar, apaciguar, proteger, ofrecer sentimientos de aceptación y pertenencia – a fin de beneficiar a otra persona [cualquiera]

  Lo que permitiría otras denominaciones, como benevolencia, amor o incluso "caridad" en el sentido paulino.

El desafío aquí es reconocer la importancia de la bondad y la afección, y situarlas en el centro de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con el mundo

La compasión procede del reconocimiento de que la vida es una tragedia, un reconocimiento que forma la base de mucho del adiestramiento de una mente compasiva

Desarrollar una mente compasiva es una forma de intentar crear ciertos patrones en nuestros cerebros que organicen nuestros motivos, emociones y pensamientos de forma que sean conducentes a nuestro propio bienestar y al bienestar ajeno.

  Por lo tanto, una vida compasiva equivale a una vida razonablemente bondadosa, también para nosotros mismos, una concepción general de la vida en comunidad. Un ideal que existe en Occidente desde antes del cristianismo, y aún anteriormente en Oriente (budismo). Algunos antropólogos e historiadores han sostenido que este tipo de filosofías evolucionaron por conveniencia de los gobernantes, que deseaban súbditos dóciles, pero Gilbert argumenta que la vida compasiva ya de por sí aumenta la calidad de vida de todos.

La evidencia es ahora abrumadora: sentir amor y compasión para nosotros mismos y los demás es profundamente reparador y terapéutico, y nos ayuda a afrontar los muchos desafíos que nos encontramos en la vida.

Centrarse en la amabilidad, tanto a nosotros mismos como a los demás, estimula áreas del cerebro y el cuerpo de forma tal que son conducentes a la salud y al bienestar

Cuando nos lanzamos a desarrollar la compasión, adoptamos la idea básica de que, si aprendemos a concentrar nuestra atención, pensamientos y comportamientos en torno a la compasión, nos imaginamos a nosotros mismos como compasivos y pensamos sobre ser compasivos con otros, estimularemos ciertos sistemas particulares en nuestro cerebro (…) Resulta que si haces trabajar a estos sistemas compasivos dentro de tu cerebro crearás sentimientos de paz, calma y conexión, por no mencionar la introspección en la naturaleza del yo y en el propio papel en el flujo de la vida.


Podemos estimular patrones en nuestro cerebro que sean auto-satisfactorios, de apoyo, aliento y consuelo, de modo que en cualquier cosa que hagamos para ayudarnos a nosotros mismos (digamos, cambiar la forma en que pensamos sobre nosotros mismos, o encarar y afrontar las cosas a las que nos enfrentamos) practiquemos creando en nuestras mentes una experiencia (patrón cerebral) de calidez, amabilidad y apoyo como nuestra posición de arranque primaria

  Bien podría ser. Además, si desarrollamos una cultura universal de la bondad y la compasión sería difícil que, dados sus inevitables beneficios prácticos, los efectos psicológicos pudieran ser eludidos por una clase dominadora cínica: sería demasiado evidente el provecho general de tal pauta de comportamiento.  

  Planteadas así las ventajas de un estilo de vida compasivo, quedaría trabajar para llevarlo a la realidad.

No vamos a ir muy lejos en el camino de la compasión a menos que prestemos atención a nuestros estilos de pensamiento y razonamiento
 
   La compasión parece concretarse en rasgos concretos del comportamiento cotidiano, lo que sería propiamente el “estilo de pensamiento”, o de conducta.

Crea una expresión facial amable (pero no la conviertas en una sonrisa enfermiza porque entonces no la sentirás como genuina) (…) La calidez es una cualidad difícil de definir con exactitud, pero implica ser no amenazante a la vez que se muestra una orientación de ayuda y cuidado. De forma habitual, las experiencias de calidez son notables por la comunicación no verbal y el trato interpersonal.
 
De la misma forma que un buen actor estudia el individuo al que va a interpretar e intenta recrear el rol dentro de él, tú vas a hacer lo mismo- vas a convertirte en la persona perfecta, ideal, compasiva.

Aprendiendo compasión, aprendemos cómo activar un estado particular de los patrones de la mente y el cerebro asociados con el cuidado y la crianza que tienen cualidades apaciguadoras. Podemos aprender ciertos ejercicios que estimularán este sistema, una especie de fisioterapia de la mente.


  Los elementos antisociales y los elementos prosociales que coexisten en una sociedad compleja desarrollan diferentes estilos de comportamiento individual (calidez, rasgos faciales, prosodia, gestualidad…). Nadie duda de que tales minucias conductuales están relacionadas con los comportamientos sociales a gran escala.  Y la comparación con las técnicas de actuación es oportuna -un buen actor estudia el individuo al que va a interpretar e intenta recrear el rol dentro de él- porque nos hace más evidente cómo los cambios en el comportamiento nos afectan. Por supuesto, un buen mentiroso y un buen actor pueden coincidir en medios y fines… pero ¿es de verdad posible “engañar a todo el mundo todo el tiempo”?

Dado que tú te sientes mucho mejor si la gente es amable y positiva contigo, de forma que te sientes seguro y sabes que te ayudarán si los necesitas, y dado que tu también sabes que otra gente tiene exactamente la misma necesidad que tú, entonces tiene sentido que la compasión y la amabilidad deberían ser el centro de nuestra relación y conexión con el mundo. De esta forma, podemos coordinar las mentes y los estados mentales de los unos y de los otros. Para ponerlo de otra forma: las experiencias en la consciencia son co-construidas por nuestras relaciones con los demás.
  
    En apariencia, nada podría impedirnos crear una forma de vida enteramente basada en este tipo de interacciones compasivas.  Hoy en día los comportamientos benevolentes y afables coexisten con otros que no lo son en un reparto de roles bastante caótico. Una entidad comunitaria (de tipo monástico) que determinase totalmente el estilo de vida en el sentido compasivo podría alcanzar, mediante prueba y error, resultados notables que no dejarían de tener impacto en el resto de la sociedad, de forma parecida a como parece que sucedió con el monasticismo europeo en los siglos anteriores al Renacimiento y la Reforma (y, por tanto, a la Ilustración). Al menos, podría intentarse, y de su éxito o su fracaso se podrían aprender unas cuantas lecciones.

   Pero, curiosamente, Paul Gilbert no aborda esta posibilidad,  prefiriendo centrarse en cómo utilizar este tipo de iniciativas en la vida convencional.  Y en ese sentido no va más lejos que Dale Carnegie.

Aprender a usar frases afectivas y que den juego (…) voz y expresiones faciales cálidos, poner atención a los deseos y necesidades de quienes te rodean (…) estas son maneras de construir amistad y otras cualidades positivas que necesita que se practiquen y usen regularmente. En muchas formas, regresamos al libro de Dale Carnegie de 1937 Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (…) Carnegie estaba absolutamente en lo cierto: cultivar relaciones de cuidado mutuo es un elemento clave de sentirse feliz y es beneficioso para nuestro bienestar

  Y sin embargo, admite graves limitaciones para el pensamiento compasivo dentro de la sociedad convencional. Esto se ve con claridad en el plano de las relaciones personales, donde el juicio compasivo no encaja con las directrices competitivas e incluso agresivas que recibimos en la sociedad convencional.

[Han de desecharse] todas esas tontas ideas que dicen que puedes hacer o ser lo que quieras simplemente si lo deseas lo bastante. ¿Con qué frecuencia padres y maestros han dicho esto a los niños, dejándoles el sentimiento de que debe haber algo malo en ellos si no pueden conseguirlo? (…) Es el reconocimiento de estas variaciones entre nosotros [en talento innato] lo que supone un paso clave hacia la compasión, para nosotros mismos y para los demás. No vivimos en un mundo de igualdad, nuestros genes y nuestras experiencia de la vida nos tratarán de forma desigual
 
Intenta no permanecer en entornos que te son tóxicos; eso no es compasivo. Puedes elegir abandonar una situación- consigue un traslado o encuentra otro empleo-. Si esta solución te funciona, entonces todo bien. No lo veas como algo cobarde al huir, sino como algo sensato

Todos los estudios psicológicos acerca de incrementar el éxito actualmente dicen que, si quieres ayudar a niños y adultos a tener éxito y confianza, entonces debes centrarte en sus esfuerzos y no en los resultados. Sin embargo, el capitalismo no tiene interés en el esfuerzo, solo en los resultados


  Negar el voluntarismo de que se pueden alcanzar todos los logros, aceptar la huida y el valor de los esfuerzos fracasados son planteamientos no convencionales coherentes con un estilo de vida compasivo. Son un ejemplo de los efectos sociales divergentes que un cambio de paradigma podrían tener en una comunidad humana que desarrollase principios de vida alternativos. Y tampoco en el plano de las relaciones sociales a gran escala el mundo convencional parece compatible con una visión coherente de la vida compasiva
 
Cambiar a un foco de compasión no es fácil porque quiere decir que ya no podemos justificar disparidades y desventajas
  
  La desigualdad social y los problemas políticos son solo parte del problema, y aquí es un poco de lamentar que Gilbert (y otros) presenten una “terapia compasiva” simplemente como una oferta más dentro del amplio espectro de posibilidades de la ayuda psicológica en las sociedades más desarrolladas. Si se reconoce la implicación del “estilo de vida” en el modelo de sociedad y se señala la importancia extrema del trabajo individual (y grupal) en el cambio de comportamiento, la conclusión debería ser que la “vida compasiva” puede suponer un cambio de paradigma radical en nuestras relaciones sociales… un auténtico cambio social no-político, así como tampoco dependiente de los cambios tecnológicos o económicos. Un tipo de cambio que en el pasado tenía más que ver con las revoluciones religiosas… y para el cual aún no se ha creado una alternativa secular.

  Si de lo que se trata meramente es de sentirse bien, habrá entonces muchas otras opciones satisfactorias y la experiencia nos dice que casi cualquier estilo de vida puede juzgarse subjetivamente como satisfactorio. Pero ¿es correcto que quien promueve, desde la prestigiosa experiencia de la psicología, la compasión como forma de vida se confiese como conformista en aspectos cruciales de la vida social… cuando al mismo tiempo reconoce la incompatibilidad con la compasión de nuestra forma de vida convencional?
   
Podemos cambiar nuestros cerebros. Incluso si utilizas solo unos pocos minutos, digamos, en el baño o antes de salir de la cama o durante el desayuno o tu pausa de la comida – para sonreír compasivamente, centrarte en tu respiración en intentar “concentrarte” y generar sentimientos compasivos en ti mismo (...) . Haciendo poco pero con frecuencia puede funcionar

  No se trata tanto de la efectividad de estas sencillas técnicas, ni tampoco de cuestionar el bien que puedan hacer (por poco que sea), de lo que se trata es de la trivialización de lo que supone la cuestión capital del desarrollo civilizatorio: el control de la agresividad y el fomento de la cooperación mutua. 

  En el principio, los recursos psicológicos del Homo sapiens eran escasos, su enorme cerebro, con su memoria capaz de viajar al pasado y al futuro, de imaginar cosas que no existen o crear símbolos y abstracciones, se ponía al servicio de la vida del género “Homo” de siempre: hacer frente a las amenazas dentro de la competición por unos recursos económicos escasos

El cerebro da más prioridad a ocuparse de las amenazas que de las cosas placenteras

Los evolucionistas nos cuentan que la amabilidad y la consideración mutua son recursos caros y por eso nos los reservamos mayormente (con alguna excepción) para nuestros parientes, amantes y amigos


  Pero la cultura comenzó a evolucionar acumulando conocimientos acerca de cómo manipular nuestras propias emociones, cómo construir una moralidad y cómo interpretar un “estilo de vida”. La religión, en un principio una especie de subproducto de la vida gregaria dentro de las bandas de cazadores-recolectores, dio lugar a portentosas formas de autocontrol del comportamiento humano.

  Y ahora que tenemos la ciencia, ¿todo se va a quedar en recomendarnos trucos para sentirnos bien solo unos pocos minutos, digamos, en el baño o antes de salir de la cama o durante el desayuno? Esta moderación no parece consecuente con la importancia que tiene el desarrollar nuestra capacidad para controlar el comportamiento antisocial.

  Y aparecen los prejuicios…

La compasión no es acerca de alguna forma “blanda” de bondad –si bien es sobre bondad. No es tampoco sobre comportamiento sumiso, debilidad o simplemente poner la otra mejilla. Es acerca de abordar importantes dilemas sociales y personales y dificultades enfocar desde un foco mental en particular

Por supuesto, necesitamos castigos, disuasión y prisiones –la compasión no es ingenua acerca de esto


  Encontramos entonces que se pretende combatir la “blandura”… ¿en nombre de las antiguas tradiciones viriles de la lucha por la vida?, ¿qué sentido tiene empeñarnos en defender esto cuando tenemos abierta la posibilidad de crear una sociedad completamente compasiva? 

  Y por supuesto que NO necesitamos castigos y prisiones por siempre, ¿por qué la pena de muerte y la tortura no, y los castigos y prisiones sí? El señor Gilbert no nos da argumento racional alguno al respecto (lo que demuestra que estamos en el ámbito del prejuicio). En realidad, él es el ingenuo, en la medida en que infravalora la capacidad para el cambio cultural que se ha dado en el pasado y que forzosamente también habrá de darse en el futuro.

  Si afrontamos esta cuestión racionalmente y sin prejuicios, resulta que las implicaciones psicológicas de la “vida compasiva” son de tal magnitud que podrían fundamentar por sí solas un cambio cultural. Bastaría con que, en un principio, se desarrollase una subcultura socialmente eficiente a partir de criterios exclusivamente compasivos como para que el significado y la simbología del cambio social tomaran una nueva forma, porque el abandono de las viejas tradiciones ha sido siempre el requisito previo del cambio social.     
 
De la misma forma que podemos imaginarnos comidas ideales o compañeros sexuales ideales que pueden estimular nuestros cuerpos en forma específica, así podemos crear imágenes internas que pueden estimular el sistema apaciguador.

    Podemos no solo imaginar una sociedad coherente basada en la vida compasiva (que para algunos podría ser tan difícil de imaginar hoy como una sociedad igualitaria y democrática del tipo de la actual era difícil de imaginar para los contemporáneos de Voltaire y Rousseau), sino que incluso podemos crear tales ideales en forma de subculturas, de forma estructuralmente parecida a cómo las subculturas del monasticismo sirvieron para impulsar los cambios morales y de “estilo de vida” en el pasado.

  La psicología y las ciencias sociales nos proporcionan hoy una perspectiva correcta del fenómeno humano. Lo que falta tan solo es el valor moral para impulsar iniciativas inequívocas de cambio de paradigma, más allá de lo convencional.

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