Jared Diamond, uno de los más amenos divulgadores de la ciencia social, aborda en este libro una temática sencilla y rotunda:
Las diferencias entre [las] sociedades tradicionales y las sociedades estatales que nosotros conocemos son el objeto de este libro.
Cuando se refiere a “sociedades tradicionales” (los cazadores-recolectores y los agricultores primitivos) se está refiriendo a nuestra misma naturaleza innata. Durante decenas y cientos de miles de años “Homo sapiens” ha vivido de acuerdo con ciertas pautas de vida tradicional, mientras que la civilización es un hecho relativamente reciente en la trayectoria del ser humano como especie, y casi insignificante a nivel biológico: hemos evolucionado genéticamente para vivir de esa forma tradicional y es esa predisposición innata la que las normas sociales modernas ha de manipular para adaptarnos a la vida civilizada. Sin embargo, hoy solo quedan unos pocos pueblos remotos que conservan parte –solo parte- de las características propias de la vida tradicional originaria.
Este contraste sorprendente daría lugar al surgimiento de la ciencia antropológica, pero Diamond (que es “geógrafo cultural”… entre otras muchas cosas) no pretende revelarnos una visión general de la naturaleza humana sino contribuir en la medida de la posible a que hallemos alguna enseñanza práctica en la vida tradicional. “Nuestra” vida tradicional.
Casi todo nuestro conocimiento de la psicología humana se basa en sujetos (…) pertenecientes a sociedades occidentales, cultas, industrializadas, ricas y democráticas (…) Si deseamos generalizar sobre la naturaleza humana, debemos ampliar enormemente nuestra muestra de estudio (…) y abarcar a todas las sociedades tradicionales
Las sociedades tradicionales representan miles de experimentos sobre cómo construir una sociedad humana. Han ideado millares de soluciones a los problemas humanos (…) Algunas de esas soluciones –por ejemplo, el modo en que las sociedades tradicionales crían a sus hijos, tratan a sus ancianos, se mantienen en forma, hablan, pasan el tiempo libre y resuelven disputas- pueden sorprenderles, al igual que a mí, por considerarlas superiores a las prácticas normales del Primer Mundo. Tal vez podríamos beneficiarnos si adoptáramos selectivamente algunas de esas prácticas tradicionales.
Pero que nadie piense que Diamond es un rousseauniano ingenuo que idealiza la sociedad tradicional. Se trata de un autor inteligente, honesto y realista que, además, conoce a fondo la vida tradicional de las tierras altas de Papua Nueva-Guinea en particular y está al tanto de sus inconvenientes. El mejor observador disponible para la tarea que emprende.
No estoy sugiriendo que adoptemos de forma general un estilo de vida tradicional, que acabemos con los gobiernos estatales ni que volvamos a matarnos unos a otros, a cometer infanticidios, a librar guerras por motivos religiosos o a pasar hambre periódicamente.
Porque todas esas circunstancias poco ventajosas (objetivamente “antisociales”, puesto que dificultan la cooperación eficiente) las encontramos en las sociedades tradicionales. De hecho, los mismos integrantes de tales sociedades no suelen tener dudas a la hora de cambiar su forma de vida ancestral por la vida civilizada cuando tienen oportunidad para ello.
[Los integrantes de] una banda recién descubierta de cazadores-recolectores [de Papua Nueva Guinea](…) habían decidido mudarse a una aldea indonesia (…) [Dijeron que lo hacían por tener allí] “arroz para comer y nada de mosquitos”
E incluso por lo referente a la misma forma de vida privada
[A] una amiga papú (…) le gustaba la vida en los Estados Unidos (…) [por] su anonimato (…) [Así podía] tener la libertad de alejarse de los vínculos sociales que hacen que la vida en Nueva Guinea sea plena a nivel emocional pero, al mismo tiempo, restrictiva (…) [En Estados Unidos contaba con la] libertad de (…) ser inmune a las presiones sociales y de que no se escrute ni se comente cada acción que realiza.
A estas ventajas de la civilización moderna se añade la que es quizá la más importante de todas (puede que incluso la causa fundamental de todo el proceso civilizatorio), que es el mayor control de la violencia.
Mantener la paz en una sociedad es uno de los servicios más importantes que puede prestar un Estado.
Gran parte de las sociedades a pequeña escala se ven atrapadas en ciclos de violencia y guerra (…) Los estados al menos ofrecen cierta protección a las partes débiles, mientras que las sociedades a pequeña escala les procuran poca o ninguna.
La guerra tribal es prácticamente continua (…) A los hombres de las sociedades tradicionales se les alienta a matar desde la infancia, o al menos a saber hacerlo (…) Los papúes acaban por no sentir conflicto alguno ante la muerte del enemigo: no han recibido ningún mensaje contrario que desaprender.
La evidencia de la guerra tradicional (…) es tan abrumadora que debemos preguntarnos por qué se mantiene todavía un debate acerca de su importancia.
Así que para Jared Diamond (y probablemente para la mayoría de las personas afectadas a la hora de elegir entre civilización y forma de vida tradicional) está claro que no se trata de un retorno al paraíso del cazador-recolector, sino de extraer lecciones útiles de una observación imparcial acerca de la forma de vida en estado de naturaleza. Diamond destaca especialmente lo que se refiere a la resolución de conflictos entre particulares, la igualdad entre individuos y la educación de los niños.
La tendencia a que la violencia disminuya bajo el control gubernamental de un Estado no refuta el hecho de que las sociedades tradicionales tengan medios no violentos para resolver con éxito la mayoría de sus disputas antes de que estas adquieran un carácter enconado
Es decir, precisamente porque saben de la peligrosidad (y la inevitabilidad) del conflicto violento han desarrollado estrategias para evitarlo en todas las ocasiones en que esto sea posible. El principal mecanismo de resolución de conflictos que conocen es un proceso de mediación, negociación y conciliación.
El jefe alienta a una parte a aceptar la oferta de la otra, y la primera lo hace demostrando cierta renuencia, insistiendo en que lo hace solo para honrar al líder.
El libro muestra ejemplos a la hora de resolver conflictos, como un accidente con resultado de muerte en el que están implicadas personas de diferentes familias. Lo más notable es la diferencia conceptual entre la sociedad tradicional y la civilizada:
El Estado muestra un interés menor o nulo en el objetivo primordial de la justicia en las sociedades no estatales a pequeña escala: restablecer una relación o no relación preexistente (…) entre partes enfrentadas que ya se conocían o sabían de la existencia de la otra y que deben seguir manteniendo trato. De ahí que la resolución de conflictos no estatales no pueda considerarse un sistema de justicia en el sentido estatal: es decir, un sistema para discernir entre el bien y el mal.
El proceso occidental [de justicia] es una búsqueda de lo que ocurrió y quién lo hizo; la pacificación [por ejemplo, del pueblo] navajo ahonda en el efecto de lo sucedido. ¿Quién resultó herido?
El hecho es que en las sociedades primitivas sí existe cierta idea de lo que es o no justo, pero esto parece algo muy secundario frente a la cuestión principal que es la reparación del daño causado. En cualquier caso, no existe el concepto de “justicia imparcial”, una de las aportaciones clave de la sociedad civilizada. Pero si no existe la “justicia imparcial” impartida por el Estado eso a su vez permite una mayor implicación psicológica de las partes en el proceso de resolución del conflicto, lo que quiere decir que, desde el punto emocional, las actuaciones de compensación pueden ser mucho más intensas y por tanto más efectivas. Si en las acciones violentas de venganza se desencadenan exaltados actos de odio, en las acciones de perdón y reconciliación pueden experimentarse auténticos estados de compasión, afección y consuelo. En un mundo fuertemente emocional como es el de las sociedades tradicionales, ambos polos pueden alternarse en poco tiempo.
Si nuestras sociedades estatales invirtieran más en mediación y jueces de familia, es posible que muchos casos de divorcio y herencias se resolvieran de manera más económica y con menos acritud y más rapidez (…) El peligro (…) es que podría coaccionarse a la gente a que aceptara la mediación en circunstancias que comprometieran su dignidad y libertad y que podrían acrecentar incluso la injusticia del prejuicio original
Otra enseñanza positiva que podemos extraer de las sociedades tradicionales es el igualitarismo entre los miembros del grupo.
La autonomía individual, incluso entre los niños, es un ideal más apreciado en las bandas de cazadores-recolectores que en las sociedades estatales
Los cazadores-recolectores son ferozmente igualitarios y no le piden a nadie, ni siquiera a un niño, que haga nada
Si bien siempre existen los “jefes”, su autoridad es muy escasa y se da una vigilancia continua entre los miembros del grupo para evitar la conducta arrogante y los privilegios. Esto también parece que sucede precisamente para controlar el impulso contrario: una exaltación del amor propio provocaría una peligrosa reacción de rivalidad dentro del grupo, y eso es algo que siempre se busca evitar.
Una reacción occidental común ante el peligro que jamás he visto entre los papúes experimentados es hacerse el macho, buscar situaciones peligrosas o disfrutar de ellas, o fingir que uno no tiene miedo y tratar de ocultarlo (…) Evitar activamente situaciones peligrosas está considerado algo prudente, no cobarde o poco masculino.
Y un rasgo propio de la sociedad tradicional especialmente atractivo es el igualitarismo y la benevolencia en la educación de los niños.
La mayoría de las bandas de cazadores-recolectores infligen castigos mínimos a los niños pequeños.
La libertad e independencia de que gozan los niños conlleva lo que para muchos ciudadanos civilizados se juzgaría como cierto abandono por parte de los padres. Por ejemplo, los adultos rara vez prohíben a los niños de sus aldeas que jueguen con leños encendidos, de modo que muchos suelen sufrir quemaduras. Así aprenden por sí mismos a reconocer el peligro.
No parecen estar tan convencidos como los ciudadanos modernos (…) de que los padres son responsables del desarrollo de un hijo y de que ellos pueden influir en su manera de ser (…) Este estilo de paternidad genera adultos muy duros y resistentes que no creen que nadie les deba nada.
Por otra parte, la crianza de los niños, una vez que estos dejan de ser bebés, suele ser compartida por todo el grupo: los niños tienen tios y primos de todas las edades alrededor de ellos. Eso se llama “aloparentalidad”.
La aloparentalidad [implica que] (…) individuos que no son los padres biológicos (…) aportan ciertos cuidados (…) La presencia de cuidadores aloparentales mejora las posibilidades de supervivencia del niño
También hay grupos “multiedad”.
En los grupos de juegos multiedades, los niños mayores y los más pequeños se benefician estando juntos.
Y, una vez más, el valioso igualitarismo, que se aprende, naturalmente, desde la infancia
Característica habitual de los juegos de las sociedades de cazadores-recolectores y sus homólogos agrícolas más reducidas es su falta de competición o concursos (…) Es raro que (…) identifiquen a un vencedor (…) Los juegos de las sociedades a pequeña escala a menudo consisten en compartir y preparar a los niños para una vida adulta que pone énfasis en la colaboración y rechaza las competiciones
Hasta aquí la distinción entre lo bueno y lo mejor. Las recomendaciones de Jared Diamond parecen claras: dar más importancia a la resolución de conflictos mediante la reparación del daño, fomentar el igualitarismo entre los individuos y educar a los niños con participación de todo el grupo y dándoles más libertad.
Estas serían características que se dan en todas las sociedades tradicionales. Otros aspectos de la vida cotidiana, en cambio, dan lugar a respuestas muy diversas en sociedades tradicionales muy diferentes. Por ejemplo, en lo que se refiere al cuidado de los ancianos.
[Hay] una gran variación que se aprecia en las normas de trato a los ancianos
Así tenemos las tristes historias de las sociedades que abandonan a los ancianos porque consumen demasiados recursos sin poder aportar ya su trabajo, u otras en las que, por el contrario, son objeto de todo tipo de respeto y cuidados por los jóvenes. Incluso sociedades en las que los mayores acaparan a las jóvenes esposas, causando la inevitable frustración en los hombres jóvenes.
La razón por las que las sociedades cuidan o no de sus ancianos depende en buena medida de lo útiles que sean
Esta diferencia, por cierto, parece tener que ver no con la habilidad del grupo para producir recursos, sino más bien con su capacidad guerrera para arrebatarlos a otros.
El factor definitivo propuesto más a menudo para explicar la guerra tradicional es la adquisición de recursos escasos
La omnipresente inquietud por la inanición (…) [es] uno de los riesgos principales de la vida tradicional
En Nueva Guinea todos los terrenos son reivindicados por algún grupo, aunque ni siquiera los visiten.
La sociedad primitiva es una sociedad de escasez. Miles de generaciones de tradición no parecen haber proporcionado estrategias eficaces que garanticen una mínima seguridad en la obtención de los medios que aseguren la vida del grupo, y aunque algún grupo encontrase un entorno muy rico en recursos económicos, tendría que recurrir a la guerra constante para defenderlo. A pesar de todo, y al igual que hemos visto que sucede con las disputas entre individuos y entre grupos, también cuentan con algunas medidas paliativas.
Cuando un grupo local se encuentra con un excedente, invita a los vecinos a comer, con la esperanza de que dichos vecinos les devuelvan el favor cuando sean ellos los que tengan un excedente de alimentos
Pero como normalmente la escasez suele coincidir en regiones en las que coexisten los diversos grupos independientes, el compartir la abundancia cuando esta se produce es difícil que proporcione mucha seguridad. Lo importante es tener en cuenta que el que los pueblos primitivos puedan diseñar algunas estrategias de supervivencia (que en su momento debieron de ser innovadoras) nos demuestra hasta qué punto es difícil sacar adelante la que sería la más valiosa de todas: una coexistencia pacífica y productiva entre los diversos grupos.
Finalmente ¿qué significado dar a algunas características propias de la vida privada en la sociedad primitiva?
[Hay una clara] diferencia entre los conceptos de amistad en sociedades a gran y pequeña escala (…) En Nueva Guinea no vamos a visitar a la gente sin un propósito. El hecho de que acabes de conocer a alguien y hayas pasado una semana con él no significa que hayas entablado una relación o una amistad
En este caso, nos viene a la mente el que la primera obra literaria extensa que se conoce, la epopeya de Gilgamesh, es sobre todo una historia acerca de la amistad entre dos individuos de orígenes muy alejados. ¿No estará entonces la amistad en el origen de la civilización? Recordemos que en las bandas de cazadores-recolectores no existen amigos: todos son parientes. Y al no existir la concepción afectiva propia de la amistad, parece explicable que tampoco se desarrollen los fuertes sentimientos que llevan al sacrificio mutuo por el bien común.
[Algunos] soldados deciden sacrificarse (por ejemplo, arrojándose sobre una granada de mano) para salvar a sus compañeros (…) Nunca me han hablado de un comportamiento así en la guerra tradicional de Nueva Guinea: el objetivo de todo guerrero es matar al enemigo y seguir con vida
¿Y qué significado dar a la locuacidad de los pueblos prehistóricos? Uno pensaría que, inmersos en la sacralidad de la naturaleza, poblada por animales no dotados de habla, el hombre en estado de naturaleza sería lacónico. Pues no.
[Los cazadores-recolectores] realizan comentarios continuos sobre lo que está sucediendo ahora mismo, lo que ha pasado esta mañana y lo que pasó ayer (…) [incluyendo] detalles minuciosos sobre quién dijo qué sobre alguien o qué le hizo a alguien (…) Por la noche de vez en cuando se despiertan y siguen hablando (…) Hablar es la principal forma de distracción en Nueva Guinea
Esto lo podemos relacionar también con la ya mencionada cuestión de la privacidad.
Las disputas [conyugales] se dirimían en público y (…) la banda participaba siempre en las discrepancias entre dos de sus miembros
La mayoría [de las sociedades primitivas] (…) ofrecen escasa privacidad y no la consideran un ideal deseable
[Una de las] ventajas del mundo tradicional (…) [es que] la soledad no es un problema en las sociedades tradicionales (…) Nadie es desconocido
Quizá estos detalles –la inexistencia de la amistad, el que no exista tradición de sacrificio heroico, la falta de privacidad y la locuacidad- reflejan importantes y sutiles diferencias en la psicología social del “hombre en estado de naturaleza” con respecto al ser humano civilizado. La interacción social primitiva no parece muy diferente al constante piar de los pájaros y el “grooming” de los grandes simios.
De muchas obras literarias hemos tomado la imagen del hombre primitivo que existe dentro de la grandiosa unidad mística con la naturaleza. Parece, sin embargo, que el hombre primitivo está inserto más bien en su propio grupo (y que la psicología de la vida grupal se extiende a la naturaleza), que su refugio es esa privacidad constantemente compartida, colectiva, que a nosotros nos parecería opresiva. Como hemos visto, los integrantes de esta sociedad cerrada, sin privacidad individual ni contacto con extraños, son fuertemente igualitarios… pero no parece tratarse de una igualdad que resalte la subjetividad del individuo, sino más bien una igualdad forzada por el grupo que impediría su autodestrucción por el conflicto de intereses privados. Sin haberse desarrollado un concepto subjetivo de valor individual al que diesen vida la empatía y la afección mutuas, solo la coexistencia de los intereses egoístas forzada por la tradición de mutuo control permite que el grupo se mantenga unido. E incluso esto sería imposible de no darse la circunstancia de que todos son parientes entre sí.
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