Pretendo hacer visible un tipo de fuerza –la dinámica de suma no-cero – que ha sido crucial en el desarrollo de la vida en la tierra hasta hoy
Mientras más de cerca examinamos la deriva de la evolución biológica y, especialmente, la deriva de la historia humana, más parece que existe una clave para todo ello. Porque la palabra correcta no es en ningún caso “deriva”. Ambos procesos tienen una dirección, una flecha indicadora. Al menos, ésa es la tesis de este libro
La idea de “deriva” (particularmente la “deriva genética”) implica que los cambios evolutivos se producen meramente por azar, que no existe criterio discernible alguno en la naturaleza. Muchos estudiosos actuales (biólogos, pero también de las ciencias sociales) han desdeñado la idea decimonónica de “progreso” aplicada sobre todo a los cambios en la sociedad humana, en contra de lo que parece a primera vista (creemos constatar que cada vez existe más población, más producción económica, más tecnología, mayor complejidad política, económica, artística). Pero Robert Wright está en desacuerdo con el punto de vista escéptico.
Las sumas no-cero (…) explican porqué la evolución biológica, si se le da bastante tiempo, es muy probable que cree vida altamente inteligente –vida lo suficientemente inteligente para generar tecnología y otras formas de cultura.
Como promedio, a largo plazo, las situaciones de suma no-cero producen más sumas positivas que negativas y más beneficio mutuo que parasitismo. Como resultado, la gente queda inserta en redes de interdependencia más grandes y ricas. Esta secuencia básica –la conversión de situaciones de suma no-cero a sumas en su mayor parte positivas –ha comenzado a suceder al menos desde hace 15.000 años
Esta idea optimista, sin embargo, no debemos interpretarla en el sentido de que estén todos los participantes de una sociedad contribuyendo conscientemente al bienestar común. Se trata de algo mucho más complejo y difícil de apercibir, consecuencia de una dinámica impersonal.
Yo tengo una relación de suma no-cero con la gente en Japón que construyó mi minifurgoneta, pero ni yo ni ellos hemos elegido cooperar el uno con el otro
En términos generales, lo que defiende Robert Wright es la vieja tesis del “doux commerce” (que aparece en la Ilustración, y que podemos relacionar con la de la “mano invisible” de la economía de mercado), según la cual la humanidad habría ido gradualmente mejorando sus habilidades cooperativas por la motivación egoísta de industriales y comerciantes, lo que habría tenido el resultado final de proporcionar más bienes para todos.
Mucho del crecimiento de la suma no-cero durante los pasados milenios ha sido como consecuencia de que la gente se ha unido por la ganancia común
La fuerza impulsora no era un “estrés” causado por [la escasez] del entorno, sino una fuerza más constante: vanidad humana, alentada por la competición por el estatus que se muestra en todas las sociedades conocidas y que parece ser innata
Otra fuerza impulsora de la cooperación y el progreso tecnológico habría sido la guerra (en la cual el objetivo es siempre que uno gane y otro sea derrotado, naturalmente):
La Guerra no encarna precisamente la suma no-cero. Con todo, la guerra no es solo suma-cero sin parar [porque], incluso si la guerra es suma-cero entre dos grupos, dentro de los grupos las cosas son bastante diferentes.
Cuando se ha observado la fusión política de poblados, ésta ha llegado normalmente por agresión e intimidación. Y cuando la consolidación ha sido voluntaria, ha sido generalmente para hacer frente a una agresión externa
Es decir, el que un grupo se enfrente a otro exige aumentar la cohesión y la fuerza dentro de cada grupo para hacerlo militarmente más eficiente, lo que se consigue mejor con cooperación y tecnología. Y, por supuesto, mientras más numeroso es el grupo social, más posibilidades de victoria hay en la guerra…
Por otra parte, la aparición de bienes suntuarios en las tumbas prehistóricas demuestra fuera de toda duda que el deseo de atesorar bienes ha existido siempre y, por supuesto, que el valor de estos bienes venía dado por el estatus que se asignaba a sus poseedores, pero ¿por qué solo en tiempos recientes se han desarrollado las tendencias cooperativas para aumentar la cantidad de bienes? La arqueología y la etnografía nos muestran que los “hombres primitivos” no se preocupaban mucho por aumentar la producción para el conjunto de la sociedad. Cada individuo se preocupaba tan solo por mejorar en estatus y reputación ante sus semejantes tratando de disponer para sí de los bienes que hubiese, pocos o muchos. Parece ser que el incremento en la producción de bienes se ha dado solo en la medida en que la sociedad ha permitido a más individuos participar en la competición por el estatus. En esto ha sido vital la aparición gradual de las clases sociales intermedias.
Guerra y lucha por el estatus parecen, pues, más bien factores antisociales que otra cosa, y si la prosocialidad ha surgido de esto, ha sido bajo nuevas condiciones, no tanto del entorno, sino por la presión añadida de otros factores humanos de cambio.
La selección natural “reconoce” la lógica del juego de suma no-cero antes de que la gente lo haga (…) Cierto grado de estructura social se construye así en nuestros genes
La mezcla de instintos humanos competitivos y cooperativos, la sutil pero potente lucha por el estatus, la ingeniosidad que ello fomenta fueron evidentes mucho antes de que llegara la teoría darwiniana para explicar su razón de ser (…) Sin estas cualidades asociales (lejos de ser admirables por ellas mismas) los seres humanos vivirían en una Arcadia de existencia pastoral de perfecta armonía, autosuficiencia y amor mutuo. Pero todos los talentos humanos quedarían ocultos para siempre en un estado durmiente
La historia –y la prehistoria- atestiguan que evolucionar de un diferente nivel de organización política a otro frecuentemente trae “inestabilidades transicionales”, un término amable para catástrofe
La idea de Wright de que los talentos humanos requieren de la competitividad dentro del grupo y de la agresión frente a otros grupos para poder aflorar no está, sin embargo, argumentada, ya que, al fin y al cabo, no tenemos ejemplo alguno de seres humanos que hayan alguna vez vivido en una Arcadia de existencia pastoral de perfecta armonía, autosuficiencia y amor mutuo. Lo que sí sabemos es que los impulsos competitivos y agresivos en el ser humano son innatos.
Dentro de casi cada juego de suma no-cero en la vida subyace una dimensión de suma cero (…) En todas las culturas la amistad soporta una tensión subyacente. En todos los lugares de trabajo existe el chismorreo sobre quién es un aprovechado y quién es un trabajador de equipo. En todas las culturas la gente escudriña el panorama en busca del vago y el ingrato, y cada cual asigna su generosidad de acuerdo con esto. En todas las culturas la gente intenta conseguir el mejor reparto posible.
Somos profundamente gregarios y profundamente cooperativos, si bien profundamente competitivos. Instintivamente jugamos tanto juego de suma no-cero como de suma cero (…) Si bien esto ha sido responsable de mucho sufrimiento, la tensión entre [estos factores] ha sido, al final, creativa
Ahora bien, parece claro que para que una cooperación sea más eficaz, no basta con la estrategia maquiavélica de “conviene que estemos unidos para poder vencer a los otros y obtener más botín”, sino que es inevitable que surjan, por selección social, impulsos psicológicos altruistas:
Generosidad (si bien selectiva y a veces precavida); gratitud y un acuciante sentido de obligación, una creciente empatía y confianza para aquellos que prueban ser fiables agentes recíprocos (también conocidos como “amigos”) (…) Estos sentimientos y los comportamientos que dan lugar, se hallan en todas las culturas.
El maquiavelismo no genera confianza. Tanto los líderes que buscan alcanzar el estatus mostrando generosidad, como los guerreros que luchan juntos mostrando camaradería, no pueden alcanzar sus metas sin un desarrollo psicológico genuino de los impulsos prosociales a fin de que las muestras de benevolencia que permiten ganarse la confianza de los demás resulten convincentes. Pero ¿no está la benevolencia sincera en contradicción con los impulsos egoístas, competitivos y agresivos que se afirma que, a su vez, llevan al progreso tecnológico?
La suma no-cero, aparte de ser la razón de que exista la complejidad orgánica, y la razón por la cual la comunicación de información fue inventada, es la razón de que exista el amor
Incluso si nuestros impulsos nucleares [egoístas] no pueden ser erradicados, pueden ser moderados y redirigidos. O, más propiamente: algunos impulsos pueden ser usados contra otros.
Es decir, esa tendencia de “mano invisible” hacia el progreso económico, que convierte los recursos naturales en instrumento de la tecnología… también convertiría los recursos psicológicos humanos en instrumento de la tecnología (una "tecnología de la mente"): si quiero un sistema industrial fiable, necesito personas fiables, necesito personas obedientes, no conflictivas, inteligentes y capaces de despertar confianza en los demás. Si la sociedad económica industrial y tecnológica requiere este tipo de tendencias en el comportamiento, estaríamos promoviendo, cada vez más, individuos que será más difícil que les mueva exclusivamente la avaricia y la competitividad.
La avaricia y el deseo de estatus, de poder sobre la gente, ayudaron a impulsar una evolución tecnológica que permitió a la gente más libertad (…) El final [de esto] ha llegado. Con el ecosistema del mundo ya bajo presión, y con miles de millones de personas aparentemente en camino, el materialismo despreocupado se hace más que dudoso
Y lo que Wright no menciona es que tampoco parece tan claro que fuese simplemente el impulso de obtener más riquezas y hacer más eficazmente la guerra lo que movió en el pasado a las sociedades hacia el progreso tecnológico. Una pregunta habitual es ¿por qué fue Europa el origen de la Revolución Industrial? ¿Por qué no fue China?
Hacia el final del siglo XI, China estaba produciendo 150.000 toneladas de hierro al año, un resultado que toda Europa no alcanzaría hasta 1700
¿Y por qué tampoco la Roma imperial, al igual que la China imperial, no logró lo que sí logró la Europa moderna, a partir de la Baja Edad Media y el Renacimiento?
¿Por qué las élites gobernantes [medievales] estaban más abiertas al cambio que las de Roma?
Wright nos asegura que se debió en buena parte al azar…
La desconexión llegó durante la dinastía Ming, que reinó de 1368 a 1644. Cuando los Ming derrotaron a los Mongoles (…) un gobernante Ming, quizá por puro capricho, rescinde los viajes oceánicos de China, y la nación más sofisticada en la tierra se cierra al exterior
Este “cierre al exterior” de la dinastía Ming tampoco parece explicar gran cosa (¿fue tan fundamental para el progreso industrial y social europeo la explotación de América?). Sobre todo porque produjo un fenómeno social y económico europeo que tuvo lugar antes del descubrimiento de América: el crecimiento de las ciudades libres, con su clase artesanal y comercial.
El instinto de los señores feudales era explotar la clase emergente de comerciantes con impuestos en los puentes y tributos. Pero los comerciantes no tardaron en darse cuenta del interés común que tenían. Éstos se unieron en gremios y exigieron las libertades necesarias para el comercio: no solo estar libres de impuestos abusivos, sino libertad para comprar y vender propiedad, libertad para comprometerse en contratos, y libertad para decidir qué otras libertades necesitaban (…) Los potentados feudales de finales de la Edad Media llegaron a darse cuenta [de que] necesitas dar alguna libertad para hacerte rico
¿Y por qué no se dieron cuenta de eso los potentados de la Roma imperial?, ¿y por qué la dinastía Ming se cierra al exterior y, en cualquier caso, pone inconvenientes al desarrollo industrial y comercial?, ¿por el capricho de un emperador?
En realidad, el fallo de la tesis de Robert Wright está más atrás: no fue el cambio económico (producción de más recursos para la guerra fuera del grupo y competitividad por el estatus dentro del grupo) el que impulsó los cambios morales y culturales. En realidad, muchos antropólogos discuten que los cazadores-recolectores mejoraran su forma de vida material con la agricultura (parece que los primeros agricultores se alimentaban peor que los cazadores-recolectores). Lo que sí sabemos es que mucho antes de que se dieran las condiciones económicas para la vida sedentaria se había producido un profundo cambio psicológico en el hombre del Paleolítico al aparecer la vida espiritual: el arte, los enterramientos y el lenguaje (con narraciones míticas). El sedentarismo precedió a la aparición de la agricultura, y ésta no fue otra cosa que un recurso para hacer posible la vida sedentaria en los casos en que la caza y recolección no lo permitieran (los primeros asentamientos parece que se debieron a la abundancia de algunas cosechas silvestres y a los recursos pesqueros).
Así que es más sensato preguntarse qué es lo que gana el ser humano con la vida sedentaria, y todo parece indicar que en un principio no se trató de ventajas materiales, sino de alcanzar una sociabilidad más compleja: más vecinos, más colaboradores, más experiencias religiosas, más ceremonias, más bardos, más fiestas… Más vida social… y menos violencia.
Esta tendencia de los humanos a formar vínculos más allá de la familia se habría hecho crucial a medida que la evolución cultural comenzó la larga expansión geográfica de la suma no-cero
Si éste es el impulso principal, los otros impulsos, como la obtención de más bienes para asentar el estatus de algunos, o crear ejércitos más numerosos, son los que derivan de ello, y no al revés. Entre los cazadores-recolectores también hay divisiones de estatus (aunque muy simples y sometidas a control para que no evolucionen a desigualdad económica) y el sedentarismo ofrece menores posibilidades para la guerra ofensiva que el nomadismo… aunque aporta grandes ventajas para la guerra defensiva…
Entonces podríamos también explicar por qué Roma y China no lograron los avances tecnológicos y económicos que sí comenzaron a obtenerse a finales de la Edad Media europea: en Roma y en China no se produjo el tipo particular de evolución cultural, ideológica, que sí tuvo lugar en Europa al cabo de mil años de cristianismo, cuya relativa benevolencia permitió que los poderosos dieran más libertad a los artesanos y comerciantes. La misma tendencia humana a la sociabilidad que llevaría al hombre del Paleolítico a desarrollar una inaudita vida espiritual, llevaría también al sedentarismo en cuanto las condiciones del entorno lo permitieron y en cuanto se desarrollaron las tendencias culturales específicas al respecto. Más adelante, el continuo desarrollo de las tendencias psicológicas asociativas llevaría a una "era axial" (hace entre tres mil y dos mil años) en el transcurso de la cual surgirían las filosofías y religiones teóricamente complejas con sus contenidos prosociales, generadoras de confianza e incluso no violentas. Y esto no se contradice en nada con lo argumentado acerca del deseo, por ejemplo, de acrecentar el número y fuerza de los ejércitos: muchos emperadores promovieron religiones más compasivas para fomentar precisamente la cohesión social y la riqueza. Los bárbaros germanos y mongoles que conquistaron Roma y China adoptaron la religión de los vencidos, abandonando voluntariamente la propia, la de los vencedores, porque reconocieron la utilidad de las religiones más prosociales. Se podría decir, incluso, que la paz sería un "subproducto" de la guerra.
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