¿Es la religión un desencadenante de la violencia humana? ¿Incluso el peor de todos?
La sociedad moderna ha transformado la fe en un chivo expiatorio. En Occidente, la idea de que la religión es inherentemente violenta se da por sentada y parece evidente.
Las afirmaciones que se hacen de ello son de sobra conocidas en la cultura popular de las sociedades laicas occidentales
La religión ha sido la causa de las principales guerras en la historia
El monoteísmo es especialmente intolerante
Una vez que los pueblos creen que “Dios” está de su lado, el compromiso resulta imposible.
Sin embargo, la historiadora de las religiones Karen Armstrong pretende demostrarnos que esto no es lo que nos muestran los hechos. Que la religión, muy al contrario, habría sido una estrategia pacificadora de la humanidad en buena parte exitosa, mientras que la violencia organizada entre seres humanos en la sociedad moderna (guerras, persecuciones) se ha desarrollado por mecanismos que pueden o no haber utilizado la religión para potenciar la agresividad.
Para intentar esclarecer esto, tenemos que comenzar, como siempre, por algún tipo de definición de religión, aunque…
No existe una forma universal de definir religión (…) Las palabras que en otras lenguas traducimos como “religión” invariablemente remiten a algo más amplio, más vago y más universal
Podemos plantearnos la búsqueda de una definición de forma indirecta: si el ser humano siempre (excepto quizá ahora) ha necesitado de la religión, ¿cuál pudo ser el principio de todo, en el lejano pasado de los cazadores-recolectores?
Una de las mayores preocupaciones del arte y la religión fue cultivar un sentido de la comunidad: con la naturaleza, con el mundo animal y con nuestros congéneres
Los seres humanos siempre han buscado la intensidad y momentos de éxtasis que confieran sentido y propósito a sus vidas. Si un símbolo, un icono, un ritual o una doctrina ya no ofrecen un valor trascendente, tienden a sustituirlo por otra cosa. (…) Prácticamente cualquier cosa puede convertirse en símbolo de lo divino
La religión podría entonces no ser algo muy diferente a una idea general de conocimiento trascendente o sabiduría con un fuerte contenido emocional que toma formas simbólicas (iconos, rituales, lenguaje literario…). Pero también tendría un componente práctico y aparentemente prosocial: la religión ayudaría a convivir en armonía, a mejorar la interactuación entre individuos. Al menos, eso deberían sentir quienes se ven impulsados a participar en sus prácticas.
Sabios y místicos crearon prácticas espirituales para ayudar a la gente a controlar su agresividad y cultivar el respeto hacia todos los seres humanos. (…) Cultivaron los ideales (…) para controlar los impulsos egoístas que tan a menudo conducen a la violencia
Desde los primeros tiempos hubo quienes se atormentaron con el dilema de la violencia necesaria y propusieron formas religiosas para hacer frente a los impulsos agresivos y encauzarlos hacia fines más compasivos
Que algunas doctrinas religiosas hayan diseñado tales ideales, sin embargo, no implica que todas contribuyesen efectivamente a la paz. Con la sociedad laica se desarrollaría la idea de que la paz está sobre todo relacionada con los cambios políticos.
Europeos y norteamericanos comenzaron a separar la religión y la política, pues asumieron, no del todo certeramente, que las disputas teológicas de la Reforma fueron plenamente responsables de la Guerra de los Treinta Años.
La costumbre de separar religión y política es tan habitual en Occidente que nos resulta difícil apreciar su estrecha coexistencia en el pasado.
En la Antigüedad, parece ser que la religión era una especie de fundamento ético de la autoridad política…
La religión mesopotámica era esencialmente comunitaria; hombres y mujeres no pretendían vivir lo sagrado en la privacidad de sus corazones, sino fundamentalmente en una comunidad sagrada. La religión premoderna carecía de una existencia institucional independiente. (…) Era esencialmente una cuestión política y no tenemos registros de una devoción personal
Karen Armstrong señala con agudeza un dilema ancestral del desarrollo civilizatorio, más allá de la sempiterna violencia entre los grupos de cazadores-recolectores:
La agricultura introdujo otro tipo de agresión: una violencia institucional o estructural en la que una sociedad obliga a las personas a vivir en tal miseria y sometimiento que son incapaces de mejorar su destino
Por desagradable que parezca, al forzar a las masas a vivir en el nivel de la subsistencia, la aristocracia controló el crecimiento de la población e hizo viable el progreso humano.
En los imperios de Oriente Medio, China, la India y Europa (…) un grupo de élite que incluía a no más que el 2% de la población robó sistemáticamente, con la ayuda de un pequeño grupo de subalternos, los productos agrícolas que [los demás] habían cultivado a fin de sostener su estilo de vida aristocrático (…) Sin este arreglo injusto los seres humanos probablemente no habrían ido nunca más allá del nivel de subsistencia, porque [este arreglo injusto] creó una clase privilegiada con el ocio necesario para desarrollar las artes y las ciencias civilizadas que han hecho posible el progreso
Ésta es la situación llamada de “violencia sistémica”: de la lucha continua entre grupos igualitarios de cazadores-recolectores se pasa, en las sociedades agrícolas, a la violencia socialmente asumida de la división en clases. La religión, que ya existía en las sociedades de los cazadores-recolectores, evoluciona entonces en las nuevas sociedades agrarias para fundamentar un orden injusto que se presenta como una especie de mal menor…
La civilización exige sacrificios, y los sumerios tenían que convencerse a sí mismos de que el precio que estaban arrancando a los campesinos era necesario y merecía la pena. Al afirmar que su sistema desigual estaba en armonía con las leyes esenciales del cosmos, los sumerios expresaron una realidad política inexorable en términos míticos
Todo estado depende de una mitología que define su carácter y misión específicos (…) La mitología expresaba una realidad atemporal y no histórica, y proporcionaba un proyecto para la acción en el presente.
Ahora bien, la racionalización de la violencia sistémica de las sociedades agrarias mediante la religión lleva forzosamente a una evolución del pensamiento. Lo que resulta invariable es la asunción del orden social, la obediencia a la autoridad política. Pero cuál será el modelo social exacto de esas nuevas estructuras políticas depende de una serie de pasos evolutivos en el proceso de los cuales la influencia de la búsqueda intelectual de la sabiduría se hace notar a medida que se van acumulando mitos, experiencias históricas y formulaciones doctrinales cada vez más complejas.
Parece que una monarquía fuerte genera a menudo el culto a una deidad suprema, creadora del orden político y natural (…) La política puede modelar la teología
La mayor parte del arte del Antiguo Egipto celebra la alegría y la elegancia de la vida civilizada y en la temprana literatura egipcia hay una escasa glorificación de la guerra.
Aunque la religión aria glorificaba la guerra, también reconoció que esta violencia era problemática.
Hasta el periodo moderno, la religión atravesaba todos los aspectos de la vida, incluyendo la guerra y la política, no porque clérigos ambiciosos “mezclaran” dos actividades esencialmente distintas, sino porque la gente quería dotar de significación todo cuanto hacían. Toda ideología estatal era religiosa.
Muy representativo del ideal ario es el relato heroico de la “Iliada”… pero en la misma narración de héroes y batallas encontramos clarísimos rasgos compasivos. El discurso ideológico –religioso- a partir de la guerra estatal deja entonces espacios posibles a la paz. En el caso de Egipto -una civilización agraria relativamente aislada en el desierto, poco vulnerable a invasiones-, la guerra tiene todavía menos relevancia. La religión –la primera expresión de la sabiduría de la que se guarda recuerdo- va avanzando a lo largo de su desarrollo hacia nuevas metas. En Persia aparece Zoroastro.
Habría un gran juicio y los servidores terrenales de los devas (dioses malignos) serían exterminador. La tierra recuperaría entonces su perfección original. (…) El pensamiento apocalíptico de Zoroastro fue único (…) Zoroastro demonizó la violencia y lo convirtió en la figura del mal absoluto.
El Zoroastrismo de hace tres mil años fue la primera religión moralista y compasiva. Después vendrían muchas más.
[En la India del siglo IX ac] una espiritualidad más interna estaba empezando a emerger, más cercana a lo que llamamos religión; y estaba enraizada en el deseo por evitar la violencia (…) Se pedía a los participantes que fueron conscientes del significado oculto de los ritos
Budistas y jainistas (…) se reconstruyeron en un nivel psicológico profundo y fraguaron una humanidad más empática
La religión comienza entonces a diferenciarse de una mera justificación de la autoridad política mediante el relato de unos mitos cada vez más complejos. Dentro de la estabilidad que proporciona la “Pax Romana”, surgen experiencias religiosas centradas en el comportamiento individual. La filosofía laica, que ha comenzado en Grecia, va influyendo en el pensamiento religioso.
A lo largo del imperio, jóvenes nobles e individuos talentosos de origen humilde fueron sometidos a una formación (paedeia) que databa de tiempos antiguos (…) Un romano verdaderamente cultivado era siempre cortés y contenido, pues la ira, las palabras injuriosas y los gestos agresivos no eran bienvenidos en un caballero, de quien se esperaba un comportamiento amable, sereno, contenido y serio
Como el estoicismo y el epicureísmo, el cristianismo prometía el sosiego interior, pero su modo de vida podía seguirlo tanto el pobre y el iletrado como los miembros de la aristocracia
Es en este contexto de mejorar la convivencia mediante el perfeccionamiento individual cuando surge el cristianismo que, a diferencia de las filosofías perfeccionistas paganas que son dirigidas a la élite culta, está adaptado a las masas. Y aunque no es exactamente antipolítico, se centra más en la vida comunitaria “de base”, que en la participación en las instituciones estatales.
[En] el cristianismo primitivo (…) la gente encontraba su fe en la experiencia de la vida en común en una comunidad minoritaria y muy unida que desafiaba la distribución desigual de la riqueza y del poder en la jerarquizada sociedad romana.
Sin embargo, pronto el triunfo del cristianismo desbordará el ámbito de la comunidad inmediata. Se convertirá en una religión de Estado y su doctrina se adaptará en consecuencia.
De hecho, el cristianismo, lejos de ser anarquista o antiestatal, en cierto sentido apoya la autoridad política. Pablo instará a los cristianos no a vivir al margen de la Ley, sino, muy al contrario, a ser, en tanto que cristianos, ciudadanos ejemplares.
Con este planteamiento, y circunscrito en un principio el pacifismo y el igualitarismo a la esfera particular de la comunidad cristiana dentro de una sociedad civil plural, no debe extrañarnos que una vez alcanzado el triunfo político por los cristianos, el pacifismo utópico se viera sometido a las imprescindibles restricciones.
Lo que hacía que la violencia fuera perversa no era el acto de matar, sino las pasiones de la avaricia, el odio y la ambición que lo desencadenaban. La violencia era legítima, sin embargo, si la inspiraba la caridad –por una sincera preocupación por el bienestar del enemigo- (…) La fuerza tenía que ser autorizada por la autoridad correspondiente (…) Al situar la violencia más allá del alcance del individuo, Agustín confirió poderes casi ilimitados al Estado
La tradición que en parte surgió como protesta contra la opresión sistémica del imperio se convirtió en la herramienta de la coerción agresiva de Roma
El viejo ideal comunitario persiste solo al tomar la forma de monasticismo. Es decir, determinando cuidadosamente unas condiciones –antes espontáneas- parecidas a las de las primeras comunidades cristianas pacifistas e igualitarias.
Antonio vivió (…) en una fortaleza abandonada junto al Mar Rojo, hasta que en el 301 empezó a atraer discípulos (…) Como los renunciantes de tiempos anteriores, los monjes crearon una contracultura, abandonando su papel funcional en la economía agraria y rechazando su violencia inherente (…) Su mayor tarea era detener los impulsos violentos que moran en las profundidades de la mente humana (…) Un monje ni siquiera debía parecer enfadado o hacer un gesto impaciente (…) Algunos aprendieron a trascender su beligerancia innata y alcanzaron una paz interior que experimentaron como un regreso al Jardín del Edén (…) El movimiento monástico se extendió rápidamente, lo que demostró el deseo de construir una alternativa al cristianismo progresivamente contaminado por su asociación con el imperio
La regla [de san Benito, en el siglo VI,] proporcionaba disciplina, semejante a la disciplina militar del soldado romano (…) para reestructurar la emoción y el deseo, y crear una actitud de humildad muy diferente a la autoafirmación agresiva del caballero
Es interesante que Karen Armstrong se muestre muy escéptica acerca de que el ideal de pacifismo e igualitarismo social cristiano fuera antipolítico en su origen, tal como más adelante sería concebido.
En realidad, el ideal de pacifismo de “Jesús” se habría referido únicamente a las relaciones de armonía dentro del grupo (pautas por el estilo de “un hermano no agrede a un hermano”) pero no a un ideal apolítico de pacifismo y altruismo universales. Ésa sería una interpretación posterior hecha por Pablo y los judíos helenizados…
La idea de que la fe no debería involucrarse en la política habría sido tan extraña para Jesús como para Confucio.
“Devolved al César lo que es del César, y a Dios lo que es Dios” (…) pero como todos los judíos sabían que Dios era su rey y que todo le pertenecía, de hecho había poco que devolver a César.
Es decir, que el Jesús originario era probablemente un activista político judío más (siempre siguiendo el ideal de los Macabeos, los rebeldes armados que triunfaron sobre los infieles extranjeros y opresores) y que sería después, tras el fracaso del movimiento cristiano originario, que el judío helenizado Pablo habría hecho de la necesidad virtud, difundiendo un ideal de moralismo comunitario apolítico (pero tampoco anarquista ni antiestatal…).
En los siglos que siguieron al fin de la “Pax Romana”, el ideal igualitario cristiano trataría de mantenerse en los límites del monasticismo, el cual también podía comprenderse como una forma de influir en la sociedad civil transmitiendo comportamientos universales de benevolencia y caridad. Pero inevitablemente la mera existencia de este tipo de valores antiagresivos y cooperativos repercutiría también en los conflictos políticos del mundo secular…
Cuando el pueblo leía la Biblia pronto detectaba manifiestas discrepancias entre las enseñanzas de Jesús y la práctica política y eclesiástica contemporánea.
Papas y abades se dedicaban a la imitación de Cristo, pero tropezaron con el dilema de la civilización, que no puede existir sin la violencia estructural y militar contra la que se sublevaron los cátaros
El papa Inocencio III [, que] esperaba controlar el movimiento en pro de la pobreza que amenazaba el conjunto del orden social, aprobó la Regla de San Francisco
Así estaban las cosas hasta la aparición de la Reforma en el siglo XVI, surgiendo entonces, ya con total claridad, el ideal de separación entre religión y política.
La nueva definición de religión de los protestantes reflejaba los programas de los nuevos Estados soberanos, que relegaban la religión a la esfera privada
Lutero fue el primer europeo cristiano en defender la separación de Iglesia y Estado (…) Creía que Dios se había retirado del mundo material hasta el punto de que éste carecía de significado espiritual (…) Los verdaderos cristianos pertenecían al reino de Dios y eran fundamentalmente libres de la coerción estatal porque el Espíritu Santo los hizo incapaces de sentir odio o cometer una injusticia. Pero Lutero sabía que el número de estos cristianos era muy escaso
Aunque Armstrong no lo menciona, con la Ilustración iba a surgir un anticlericalismo que generalizaría un fuerte odio a la Iglesia cristiana en tanto que apaciguadora de las inquietudes sociales. La Iglesia, en efecto, presentaba ideales pacifistas e igualitarios, pero al mismo tiempo, al exigir el apoliticismo a los idealistas por la paz y la igualdad, se convertía en cómplice hipócrita de todo lo contrario a lo que predicaba… ¿Cómo cambiar las cosas si se apoya al gobierno injusto y se fuerza a la inacción a quienes son honestos?
Además de eso, en tanto que la Iglesia afirmaba poseer el monopolio de la sabiduría, la actitud de los ilustrados que buscaban el conocimiento mediante el libre ejercicio de la razón no podía tampoco ser más que antieclesiástica e inevitablemente anticristiana.
Todos los philosophes de la Ilustración, Jefferson y Madison (…) creían que ninguna idea debería ser inmune a la investigación o incluso al rechazo más absoluto (…) Insistían en el derecho de conciencia (…) El mito de la violencia religiosa había arraigado definitivamente en la mente de los fundadores
Así, por ejemplo, se consideraba que
Los sentimientos religiosos contribuían a que soldados y generales se distanciaran del enemigo, borraran todo rastro de humanidad compartida y proyectaran en el cruel enfrentamiento un fervor moral que no solo lo hacía aceptable, sino también noble
En realidad, como bien se recuerda en este libro, las grandes guerras no requieren necesariamente de grandes ideologías. En la época de las Cruzadas, cuando se podía atribuir al fanatismo religioso las luchas por Jerusalén, también tenía lugar la espantosa agresión mongola… y los caudillos mongoles no necesitaban ni de religión ni de ideología alguna para justificar el derramamiento de sangre masivo. Tampoco lo necesitaron los griegos para arrasar Troya.
Volvemos así a la cuestión central del libro, ¿es la religión un desencadenante de la violencia?
Ante todo, vemos que las ideologías (religiosas o no) sí que tienen ese poder, y que los ilustrados anticristianos de la Revolución Francesa lo demostraron sobradamente
En Francia estaba claro que un régimen laico tenía tanto potencial para la violencia como uno religiosamente constituido (…) En la Vendée, 1794, con instrucciones del Comité de Seguridad Pública que recordaban la retórica de la cruzada cátara, (…) la Revolución que prometía libertad y fraternidad asesinó a doscientas cincuenta mil personas en una de las peores atrocidades del mundo moderno.
Si por “religión” entendemos exclusivamente la creencia en seres sobrenaturales, entonces no podemos admitir que el laicismo ilustrado sea menos violento. Claro que se puede considerar que las ideologías políticas también se vuelven “religiosas”
Tan pronto como los revolucionarios [franceses] se liberaron de una religión, inventaron otra, convirtiendo la nación en la encarnación de lo sagrado (…) Los rituales del Estado celebraban el advenimiento de una extraña vita nuova, eminentemente espiritual
Una ideología moderna será, pues, el nacionalismo (los Imperios de la Antigüedad no eran “naciones”). Y el nacionalismo es, sin duda, más violento que las religiones.
El Estado se había ideado para contener la violencia pero la nación se utilizó para desencadenarla
Si podemos definir lo sagrado como algo por lo que uno está dispuesto a morir, la nación se convirtió en la encarnación de lo divino (…) Tenía que crear la “preocupación por todos”, que fue un ideal tan importante en muchas de las tradiciones espirituales asociadas a la religión (…) Ahora que la religión estaba siendo privatizada, no había un impulso internacional para contrarrestar la creciente violencia estructural y militar que las naciones más débiles padecían en un grado cada vez mayor.
El nacionalismo desemboca fácilmente en un fervor casi religioso, especialmente en momentos de elevada tensión y emoción
De hecho, tenemos el ejemplo del exterminio de los armenios, de hace cien años. Los armenios cristianos habían vivido hasta cierto punto protegidos por el califato musulmán turco. Pero quienes ejecutaron el exterminio fueron los nacionalistas laicos turcos…
En conjunto, la valoración de Karen Armstrong sobre la religión es positiva, pues considera la religión como una enseñanza de sabiduría que evoluciona con la cultura humana. Así, por ejemplo:
Ajenos al pensamiento alegórico y simbólico, [la educación científica de los terroristas del 11-S] los inclinó no al escepticismo, sino a una lectura literal del Corán, radicalmente alejada de la tradicional exégesis musulmana. No habían sido educados en la jurisprudencia tradicional (…) Tal vez el problema no era el islam, sino el desconocimiento del islam
Todas las grandes tradiciones religiosas del mundo comparten como uno de sus principios esenciales el imperativo de tratar a los demás como uno querría ser tratado
Hoy necesitamos ideologías, laicas o religiosas, que ayuden a la gente a afrontar los insolubles dilemas de nuestra “situación histórica y económica”, como hicieron los profetas en el pasado
Si queremos un mundo viable hemos de responsabilizarnos por el dolor del mundo y aprender a escuchar relatos que pongan en jaque la percepción que tenemos de nosotros mismos
Probablemente Armstrong se equivoca en que
el sentido del carácter sagrado de la vida [es] una convicción anclada en el corazón de las tradiciones religiosas y que los sistemas cuasi religiosos parecen incapaces o poco dispuestos a recrear.
(Muchas religiones no han demostrado promover el carácter sagrado de la vida, y ahí están las religiones de la Antigüedad que han promovido guerras santas y sacrificios humanos, pero sí es cierto que a partir de cierto período histórico, la llamada “Era Axial” que empieza con el zoroastrismo, las religiones, cada vez más doctrinales y reflexivas, sí se han hecho básicamente compasivas y prosociales)
Y probablemente Karen Armstrong no se equivoca tanto en que
La secularización no ha desplazado tanto la religión como ha creado entusiasmos religiosos alternativos. Tan arraigado es nuestro deseo de encontrar un sentido último que nuestras instituciones seculares, especialmente el estado nación, adquirieron casi inmediatamente un aura religiosa, aunque han sido menos hábiles que las antiguas creencias a la hora de ayudar a la gente a afrontar las lóbregas realidades de la existencia humana para las que no hay respuestas sencillas.
Podemos concluir que la religión ha sido la forma propia de la sabiduría en la Antigüedad. Solo a partir de una época más reciente los paganos griegos (y quizá algunos indios y chinos) descubrirían la Filosofía, que pronto iba a dar lugar a la enseñanza cívica para el perfeccionamiento moral individual. Sin embargo, lo propio de la religión no es ni la especulación racional filosófica, ni la mera especulación cósmica, mística o teológica, sino la capacidad de comprometer al individuo en fuertes experiencias de transformación moral, más poderosas que la educación moral laica, pues las religiones hacen uso de estrategias psicológicas (mitos, rituales, adoctrinamiento…) que permiten la interiorización emocional de las pautas de conducta que no están al alcance de toda forma de pedagogía.
La aparición del cristianismo, una religión “filosófica” de masas, que promete la transformación ética definitiva (pacifismo e igualitarismo), trastorna la cultura del momento y dispara el proceso civilizatorio. La Ilustración, hija del cristianismo en sus ideales últimos, despreciará la hipocresía y el oscurantismo de las "religiones", y las acusará de haber cooperado en las matanzas e injusticias que supuestamente condena. La atroz “Guerra de los Treinta Años” (siglo XVII) dejará un duradero recuerdo a los ilustrados del siglo siguiente.
Pero al acusar a la “religión” (propiamente, al cristianismo) de ser desencadenante de la violencia, los ilustrados toman la parte por el todo: ellos mismos crean ideologías totalitarias en las cuales “el fin justifica los medios”, trátese del idealismo republicano francés, del nacionalismo moderno, del marxismo o de otros cualquiera. Estas ideologías descuidan algo que el cristianismo nunca olvidó y que es propio de las religiones y no de otras formas ideológicas: el diseño de conjuntos, simbólicamente integrados, de estrategias psicológicas para el perfeccionamiento moral del individuo en sociedad en los que el individuo "en conciencia", portador como es de un alma inmortal, se desarrolla emocionalmente para alcanzar una armonía perfecta con sus semejantes.
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