Las modernas investigaciones en la siempre sorprendente rama científica de la genética nos han proporcionado otra novedad en lo que se refiere a la evolución de nuestra especie: los cambios biológicos se producen más rápido de lo que en un principio se pensaba. No solo nuestra cultura ha cambiado enormemente desde el comienzo del sedentarismo y la agricultura: también hemos cambiado biológicamente.
Durante la mayor parte del siglo pasado [siglo XX], la sabiduría oficial en las ciencias sociales ha sido que la evolución humana se detuvo hace mucho tiempo –antes de que los humanos modernos se expandieran desde África hace unos 50.000 años. Esto implicaría que las mentes humanas deben ser las mismas en todas partes –la unidad psíquica de la humanidad. Esto haría la vida más simple si fuera cierto. Desgraciadamente, una detención reciente de la evolución también implicaría que los cuerpos humanos debieran ser los mismos, lo cual es obviamente falso. La sabiduría oficial está equivocada, y la evolución humana ha continuado.
Pretendemos demostrar que la evolución humana se ha estado acelerando en los pasados 10.000 años, más bien que desacelerándose o deteniéndose, y que esto sucede (…) cien veces más rápido que en el promedio a largo plazo de los 6 millones de años de nuestra existencia dentro de la especie de los homínidos
Cambios sustanciales en casi cualquier rasgo son posibles en unas pocas decenas de generaciones
Cambios genéticos permitieron importantes desarrollos humanos hace 40.000 años que no fueron posibles hace 100.000 años (…) Argumentaremos que los dramáticos cambios culturales que tuvieron lugar en el Alto Paleolítico [hace 40.000-30.000 años](…) ocurrieron en gran parte a causa de cambios biológicos subyacentes.(…) Tal dramático cambio probablemente implicó un número de genes, así como algún mecanismo que pudo ocasionar un cambio genético repentino e inusual
Estos cambios han tenido que ver con el desarrollo por parte de los seres humanos de nuevas habilidades económicas. Se trata de que nos hemos autodomesticado, nada menos: que los hábitos culturales, las pautas sociales de los mismos seres humanos, han ido seleccionando a los individuos más aptos igual que se ha hecho con los animales de granja. Esto implica, entre otros, cambios intelectuales y emocionales.
Una y otra vez a lo largo de unos pocos miles de años ocurrió en algún individuo una mutación favorable y se propagó ampliamente hasta que una fracción significativa de la raza humana es ahora portadora de ese alelo mutante
Saber esto nos ayuda un poco a conocer mejor nuestra naturaleza actual, ya que está claro que no somos tan “cazadores-recolectores” como antes se pensaba.
Con todo, adelantémonos a decir que tampoco conviene exagerar: sí que somos básicamente los homínidos de hace 50.000 años, lo que sucede es que también hemos de tener en cuenta las diferencias genéticas aparecidas sobre todo hace 10.000 años (sedentarismo y agricultura… por este orden).
Creemos firmemente que los cambios culturales –nuevas ideas, técnicas, nuevas formas de organización social- fueron poderosas influencias en el proceso histórico (…) [pero] simplemente estamos diciendo que el analista histórico completo debe considerar también el cambio genético tanto como el cambio social, cultural y político.
Veamos un poco de lo más evidente en lo que hemos cambiado con respecto a los cazadores-recolectores originarios…
Los humanos que adoptaron la agricultura se empequeñecieron. La estatura promedio cayó casi cinco pulgadas. (…) Los humanos comenzaron a adaptarse a una dieta agrícola.
[Se produjo un] cambio evolutivo en los humanos a lo largo de los pasados 10.000 años. El esqueleto humano se ha hecho más grácil –construido más ligeramente- si bien eso se ha dado más en algunas poblaciones que otras.
Tenemos razones para pensar que los humanos hace 100.000 años tenían músculos más fuertes que hoy –y de ese modo los cambios en el complejo [molecular] de distrofina podrían haber sacrificado fuerza muscular por una mayor inteligencia.
Es decir, que nuestra fisiología nos ha hecho más debiluchos porque la energía se concentraba en los cambios intelectuales. Esto coincide en cierto modo con la creencia popular al respecto: que los fortachones tienen poco seso. En contra de lo que muchos creen, el cerebro requiere mucha energía.
Los cambios genéticos más interesantes son aquellos que afectan la personalidad humana y la cognición, y la evidencia es buena de que tales cambios han ocurrido.
Cambios tanto a nivel meramente intelectual, como también en cuanto a la capacidad para desarrollar la vida social (estrategias de cooperación)
El juego gavilán-paloma [consiste en que] algunos individuos son genéticamente agresivos mientras que otros son genéticamente apacibles. Cuando los gavilanes son raros, estos fácilmente derrotan a los palomas y tienen mayor adaptabilidad. A medida que se hacen más comunes, sin embargo, se enfrentan a otros gavilanes cada vez más a menudo y mantienen costosas luchas que hacen decrecer su adaptabilidad. En alguna frecuencia, la adaptabilidad de gavilanes y palomas es la misma, llevando a un polimorfismo equilibrado [pero] el polimorfismo equilibrado del comportamiento podría responder rápidamente a nuevas presiones selectivas. Si la mezcla original era 50 % palomas y 50% gavilanes, un cambio del entorno que elevara los costes del comportamiento agresivo llevaría a un cambio en la frecuencia –digamos de 70% palomas a 30% gavilanes. Esta clase de cambio evolutivo es muy rápido
La ventaja de los palomas viene dada sobre todo por selección cultural, por domesticación, dentro de las grandes sociedades agrarias
Los gobiernos limitaron la violencia local. Presumiblemente, los gobiernos lo hicieron porque eso les permitía extraer más recursos de sus súbditos, la misma razón por la que los granjeros castran a los toros. (...)
Selección para la sumisión a la autoridad suena desconcertantemente como domesticación. De hecho, hay paralelos entre el proceso de domesticación en los animales y los cambios que han ocurrido en los humanos
A esta diferenciación en el comportamiento social, sin duda favorecedora para los palomas a largo plazo, a medida que la sociedad se hace menos agresiva y más cooperativa, se añade la que se refiere a la inteligencia. Está probado que la inteligencia puede evolucionar por selección genética. El asombroso ejemplo de la comunidad de judíos ashkenazíes (judíos alemanes... como Einstein, Freud o Marx) lo demuestra.
Los judíos ashkenazíes tienen una ventaja genética en inteligencia cuyo origen estaría en la selección natural para el éxito en ocupaciones burocráticas durante su estancia en el norte de Europa. (…)Los tests IQ predicen los logros académicos y otros resultados relevantes en la vida social, y los datos del IQ son altamente heredables. (…) [Por otra parte] existe una fuerte evidencia en la prevalencia de determinadas enfermedades genéticas entre los ashkenazíes.
Los trabajos de los ashkenazíes eran cognitivamente exigentes, ya que los miembros de este grupo estaban esencialmente restringido a empleos de empresarios, tanto como gestores financieros, administradores de propiedad, cobradores de impuestos y comerciantes.
Lo que encontramos es que una probable selección social o autodomesticación de la especie humana nos señala el camino de la evolución cultural, porque menos agresividad y más inteligencia son estrategias adecuadas para desarrollar las posibilidades de éxito económico de una especie cooperativa.
De esta forma, la evolución biológica es acorde con la evolución cultural: ambas, como es natural, coinciden en favorecer el éxito de la especie, y en el caso del ser humano ello se logra mediante el desarrollo de la inteligencia y la capacidad cooperativa (mientras que el león lo lograría desarrollando la capacidad letal de sus sentidos, sus garras y sus colmillos).
Es importante resaltar que la cooperación inteligente requiere de una perspectiva cognitiva que los animales irracionales desconocen: el dominio del tiempo. Esto tendría también consecuencias económicas más allá de nuestros inicios como “cazadores-recolectores”.
La habilidad para diferir la gratificación durante largos periodos de tiempo (…) era un requisito práctico para los agricultores, ya que hay que guardar una porción de la cosecha para semilla y algunos de los animales domesticados para la cría. (…) Esto es algo que los clásicos cazadores-recolectores simplemente no hacían. (…) Requiere un cierto tipo de personalidad –con rasgos que incluyan paciencia, autocontrol y la habilidad para ver los beneficios a largo plazo en lugar de la satisfacción a corto plazo- y la selección natural debía haber hecho gradualmente tales personalidades más comunes entre los pueblos que cultivaban durante largo tiempo.
La visión del tiempo, el calcular y prever, es algo que nos distingue de nuestros parientes biológicos más inteligentes, como los chimpancés. Ningún chimpancé es capaz de recordar una orden más allá de un día. Tampoco ningún chimpancé en libertad, pese a ser capaz de hacer uso de alguna herramienta, ha sido capaz de inventar un recipiente o algún tipo de artilugio que le permita almacenar alimentos para el siguiente día (las ardillas tampoco lo hacen: el instinto les hace amontonar nueces y en invierno las encuentran a su disposición sin recordar, por supuesto, cómo han llegado hasta allí) .
El cambio biológico ha sido un factor clave que ha dirigido la historia. No ha sido ciertamente el único factor y ha estado extrañamente relacionado con más influencias tradicionales.
¿Y cuándo y por qué comenzó a producirse el cambio definitivo que nos llevaría al desarrollo del sedentarismo y la agricultura? Hace cien mil años, los humanos primitivos eran casi idénticos a nosotros, pero no hacían una forma de vida mucho más diferente de la de un chimpancé, excepto que eran capaces de cazar grandes animales organizándose en grupos (como los lobos, aunque utilizando palos y armas de piedra).
El gran cambio biológico parece haberse producido entre hace 40.000 y 50.000 años. Lo sabemos porque es entonces cuando empiezan a aparecer restos arqueológicos que atestiguan comportamientos inauditos: obras de arte, ritos funerarios… El paso hacia el sedentarismo se dará después.
Los autores del libro aventuran que esa transformación primera (la que da lugar a las manifestaciones de "vida espiritual") pudo surgir por una mutación genética como consecuencia de una hibridación entre Homo Sapiens y Homo Neandertalensis.
La Microcefalina [es] un gen muy inusual que regula el tamaño del cerebro. La mayor parte de la gente hoy lleva una versión que es bastante uniforme, lo que sugiere que se originó recientemente. Los investigadores estiman que apareció hace 37.000 años. (…) Los Neanderthales son una fuente razonable y verosímil.
FOXP2 [es] un gen que tiene un papel en el habla [y] que habría sido reemplazado por una variante hace unos 42.000 años (…) La idea de que podríamos haber adquirido algunas de nuestras capacidades para el habla de los Neanderthales podría ser sorprendente, pero no es imposible. El momento de la adquisición es ciertamente consistente con la explosión creativa.
A partir de este momento, el éxito económico del Homo Sapiens comienza a hacerse notar
Hace 60.000 años, en la época de nuestra expansión fuera de África, había en el mundo no más de un cuarto de millón de seres humanos (…) Al final de la edad de Hielo, hace 12.000 años, pudo haber 6 millones de humanos modernos –todavía cazadores-recolectores, pero mucho más sofisticados y efectivos que nunca.
Tal incremento de población llevaría a una creciente extinción de las grandes piezas de caza. El cambio climático que tuvo lugar hace diez mil años sin duda favoreció las posibilidades de aprovechar las cosechas de cereales silvestres. Por encima de todo, la tendencia a llevar una vida cultural y social cada vez más rica (evidenciada por los hábitos artísticos y religiosos) empujaba a nuestros antepasados a vivir en grupos cada vez mayores y de la forma más sedentaria posible.
Hasta aquí, todo es lógico y perfecto: más inteligencia, más cooperación, más vida social, mejores resultados económicos.
La gente agresiva, combativa, puede haber experimentado menos adaptación una vez comenzaron a aparecer las élites gobernantes. Con estados fuertes, la compensación personal por la agresión puede haberse hecho más pequeña, mientras que la ley y el orden hicieron la combatividad para la autodefensa innecesaria.
Pero ¿qué es lo que falla? ¿Por qué nos hemos quedado “a mitad de camino”? Somos más inteligentes, más pacíficos y más prosociales… pero no hasta el punto de haber erradicado la precariedad y la violencia. La evolución biológica no nos ha dado resultado hasta ese punto.
Aquí vienen las malas noticias:
La guerra primitiva fue aparentemente el mecanismo dominante que limitaba la población entre la mayor parte de los forrajeros antes del desarrollo de la agricultura en el periodo neolítico (…) Juzgando a partir de la abundante evidencia de homicidio y canibalismo en el registro arqueológico, nuestra conjetura es que la violencia local tuvo un fuerte efecto [en el control de población]
La domesticación habría sido, pues, solo parcial. Y el incremento de la riqueza económica tendría algunas malas consecuencias:
[En la era agraria], por primera vez los humanos podían comenzar a acumular riqueza. Esto permitió la aparición de élites no productivas, las cuales habrían sido imposibles entre cazadores-recolectores. Ponemos el énfasis en que estas élites no fueron formadas en respuesta a ninguna necesidad social: aparecieron porque pudieron.
Esto llevaría a una sociedad de desigualdad, aunque comparativamente menos violenta. La desigualdad conlleva una violencia latente (llamada “sistémica” por algunos autores). Esta violencia civilizatoria llega al punto de que
en la Inglaterra medieval, los miembros más ricos de la sociedad tenían aproximadamente el doble de hijos supervivientes que los más pobres. La parte de debajo de la sociedad se reproducía menos, con el resultado de que, después de un milenio aproximadamente, casi todo el mundo descendía de las clases más ricas.
De hecho, esto es tanto así, que se ha descubierto una pauta de comportamiento en las sociedades desiguales en base a la cual las familias de la clase baja invierten más en las hijas que en los hijos, al revés que sucede en las clases altas. ¿Por qué?: porque mientras un siervo o esclavo tiene muy escasas probabilidades de prosperar, una sierva o esclava puede tener la expectativa de ser elegida como esposa o concubina por alguien de la clase superior, lo que aumenta mucho más sus posibilidades de éxito (y las de su familia, por tanto).
Cambios genéticos que acomodasen a la gente a una sociedad densamente jerarquizada podrían haberse desarrollado durante milenios
Es sorprendente que casi ningún autor (Cochran y Harpending tampoco, desde luego) señale las implicaciones que esta selección tendría para las mujeres en particular. Una civilización agraria con separación de clases es siempre una sociedad patriarcal, donde la clase superior (masculina) selecciona a sus siervos, ciertamente, por su docilidad… pero que en mucha mayor medida también selecciona a las esposas y madres, -no solo en la clase baja, también en la clase alta- por criterios parecidos. El resultado de esta selección habría sido una clase superior de hombres dominantes y mujeres sumisas, dentro de una sociedad de hombres superiores dominantes y hombres inferiores sumisos. Ya hemos visto que la estirpe de los hombres sumisos no ha prosperado mucho a lo largo de las generaciones, pero ¿y las mujeres sumisas?
Los psicólogos experimentales han observado diferencias asombrosas entre el comportamiento masculino y el femenino. Las mujeres son mucho menos violentas, mucho más prosociales, más obedientes a la autoridad, más fáciles de intimidar y sus gustos sexuales no son en absoluto equivalentes a los de los hombres (plasticidad erótica: pueden adaptar sus deseos sexuales mucho más fácilmente que los hombres al condicionamiento de las circunstancias del entorno). ¿No es lógico pensar que estas diferencias son consecuencia de la selección ancestral?
Los varones habrían elegido siempre esposas sumisas, fieles y que fuesen buenas madres, de modo que a lo largo de las generaciones estas características habrían sido heredadas por sus hijas y nietas (y, en alguna medida, también habría atemperado algo la agresividad de los varones que han sido hijos suyos). Además, la fidelidad sexual es una exigencia lógica del varón que no quiere que su esposa críe a los hijos de otro hombre (evitar la famosa "estrategia del cuco"), y la mejor forma de que la mujer sea fiel es que no sienta un gran deseo sexual por los hombres (y puesto que en la sociedad patriarcal la mujer suele ser elegida y no es ella la que elige, su falta de interés es selectivamente casi indiferente). Eso explicaría, dentro del fenómeno de la plasticidad erótica, la facilidad con la que las mujeres aceptan la castidad, en comparación con los varones, y también la asombrosa relevancia de la bisexualidad en la mujer.
Por otra parte, los autores del libro se aventuran asimismo a la hora de considerar que los cambios biológicos fruto de la selección humana también estarían implicados en el desarrollo intelectual (recordemos el caso de los ashkenazíes).
De hecho, incluso consideran posible que el fracaso de la “revolución científica” que tuvo lugar efímeramente en la civilización grecorromana de hace dos mil años pudo deberse a que aún no se habían producido suficientes individuos biológicamente adaptados a este tipo de cognición.
La revolución científica podia haber sido el resultado de cambios modestos en frecuencias de genes que afectan rasgos psicológicos claves (…) Aunque todavía no comprendemos del todo las verdaderas causas de la revolución científica e industrial, debemos considerar la posibilidad de que la continuada evolución humana contribuyese a este proceso.
Otra sugerencia interesante es la que explicaría por qué el pueblo indoeuropeo logró su extraordinario éxito político (que testimonia la expansión de sus lenguas emparentadas por el mundo entero: latinas, germánicas, eslavas, persas, indostaníes…). Se habría debido a una ventaja económica relacionada con su peculiaridad biológica
A fin de expandirse tanto como lo hicieron, los primeros indoeuropeos debían haber contado con algún tipo de ventaja, y (…) había de ser una ventaja difícil de copiar (…) Sugerimos que la ventaja que llevó a la expansión indoeuropea fue biológica –una alta frecuencia de la mutación de tolerancia a la lactosa.
La tolerancia a la lactosa (la capacidad de los adultos para asimilar la leche, algo rarísimo entre los pueblos cazadores-recolectores) les habría permitido mejorar mucho su dieta al alimentarse de la leche de su ganado. Ésta reportaría grandes beneficios a nivel económico y político (para los guerreros nómadas, contar con una fuente de alimentación móvil es una extraordinaria ventaja estratégica). Estas y otras ventajas evolutivas en la especie humana se suelen englobar dentro del llamado "Efecto Baldwin".
La expansión de los indoeuropeos, el establecimiento exitoso de los europeos en América y Australia, el fracaso en África, la entrada de los judíos ashkenazíes en el medio intelectual, posiblemente incluso la revolución industrial y el surgimiento de la ciencia –todo parece ser consecuencia de este baile infinito entre el cambio cultural y el biológico.
(Lo referente a los europeos en América, Australia y África tiene que ver con el conocido fenómeno de la inmunidad a determinadas enfermedades: los nativos americanos y australianos apenas pudieron resistir las enfermedades europeas, mientras que los europeos apenas pudieron resistir las enfermedades africanas)
Exageren o no los autores, y siempre teniendo mucha precaución a la hora de contemplar a los seres humanos como divididos en “razas” con características más o menos ventajosas en su competición por el dominio de los recursos, de lo que no cabe duda es de que las diferencias biológicas hereditarias entre los seres humanos existen, que la selección se ha producido y que las tendencias evidenciadas por esta selección son bien claras: fuese por las causas que fuese, los seres humanos incrementan sus posibilidades de éxito económico al producir individuos más inteligentes, al producir individuos menos agresivos, y al enriquecer la vida social, intelectual, artística y religiosa. Lo que la biología ha hecho no es diferente a lo que hace la cultura (el “baile infinito”).
Ahora bien, hoy en día parece difícil que los cambios biológicos futuros nos aporten más ventajas en ese sentido. Para empezar, ya no se da el caso de que los que cuentan con mayor éxito social tienen más descendencia (sucede más bien al revés). Por otra parte, la población se ha expandido hasta tal punto, se da tan gran número de mestizajes exóticos e influyen tantísimas nuevas variables en el cambio social, que los cambios biológicos, de darse en alguna forma relevante, probablemente no guardarían relación alguna con el progreso humano (mayor capacidad intelectual y de cooperación social).
Podemos decir que en el momento presente ha cesado la evolución biológica, pero quedan grandes posibilidades de cambios culturales e incluso biotecnológicos. Y estos cambios serán mucho más productivos mientras más conscientes seamos de cuál es nuestra verdadera naturaleza como especie.
hola buenos días solo quería comentar que les hace falta comentar como eran en realidad nuestros ancestros
ResponderEliminarMuchas gracias, por el comentario.
ResponderEliminarResponder a la pregunta de cómo eran en realidad nuestros ancestros es dar una gran respuesta, que los "sabios" no se atreven a responder. Suelen dar algunas pistas: físicamente algo más robustos, probablemente más agresivos, cazadores-recolectores que vivían en grupos de no más de ciento cincuenta individuos... Si se produjo el proceso de "autodomesticación" que comentan Cochran y Harpending los cambios tuvieron que ir en el sentido contrario.
El gran problema es la tendencia a la agresión. Creo que nadie discutirá que, sin la agresividad, dada la inteligencia y capacidad para la cooperación humanas, viviríamos de una forma diferente y con mucha probabilidad "mejor". Al menos, "mejor" según son las aspiraciones de la sociedad civilizada en la que nos hemos educado...
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