Barbara Ehrenreich es una activista social norteamericana autora de un entretenido ensayo acerca de un fenómeno de la cultura popular de masas que, aunque de origen típicamente norteamericano, se extendió por el mundo sobre todo a partir de finales del siglo XX: el “pensamiento positivo”.
La expresión se usa en dos acepciones. La primera se refiere al pensamiento positivo en sentido propio; es decir, a lo que significa el término en sí. Se puede resumir como sigue: las cosas van ahora bastante bien –al menos si uno está dispuesto a ver siempre la botella medio llena–, y van a ir todavía mejor en el futuro. Se trata, pues, de optimismo; algo que no hay que confundir con esperanza. La esperanza es una emoción, un anhelo, un sentimiento que no depende enteramente de nosotros; mientras que el optimismo es un estado cognitivo (…)En su segunda acepción, “pensamiento positivo” se refiere a la práctica –a la disciplina– de pensar positivamente.
Si uno espera que el futuro le sonría, el futuro le sonreirá. ¿Y cómo es posible que suceda solo por haberlo pensado? La explicación racional que nos brindan muchos psicólogos de nuestros días es que el optimismo mejora la salud, la eficacia individual, la confianza y la capacidad de adaptación, facilitando que alcancemos nuestras metas. Pero una idea mucho menos racional está extendidísima también: la de que, misteriosamente, los pensamientos pueden tener una incidencia directa en el mundo real.
Con el respaldo de algunos destacados psicólogos, como Martin Seligman, esta tendencia parece convertirse en una completa forma de cultura popular o filosofía de vida, un poco por el estilo de las filosofías helenísticas del mundo mediterráneo de hace dos mil años (estoicismo, epicureísmo) que trataban de “enseñar a vivir”. El “pensamiento positivo” se expande mediante libros, conferencias y, sobre todo, a través de diversas prácticas de terapia o coaching…
[Ha] llegado a colarse en el ámbito académico, como una nueva disciplina llamada “psicología positiva”, en cuyos cursos los alumnos aprenden a levantar los ánimos y a fomentar sus sentimientos positivos.
Los psicólogos positivos suelen tener cuidado de distanciarse un poco respecto a las versiones populares del pensamiento positivo.
La autora lo compara a una especie de
metafísica que se difunde en las charlas de los entrenadores (…) en libros como "El Secreto" tiene un inconfundible parecido con los diversos tipos ancestrales de magia, sobre todo con la “magia simpática”, basada en la idea de que lo semejante atrae a lo semejante. En este tipo de magia, se considera que un objeto fetiche o talismán (para la magia negra se usa por ejemplo la muñeca de vudú llena de alfileres) puede atraer lo que se desea.(…) En la “magia mental”, a la que pertenece la variedad del pensamiento positivo, “se interioriza el escenario, y en él se desarrolla alguna forma de meditación o de visualización guiada que se convierte en el ritual predominante.”
Todo parece indicar que se trata de un mal síntoma de la cultura reciente… Algo que no nos prepara para afrontar los retos sociales del mundo actual, sino más bien todo lo contrario.
Necesitamos arremangarnos y ponernos a luchar contra unos obstáculos terribles, algunos que nos hemos puesto nosotros mismos y otros que nos ha colocado la propia vida. Y el primer paso para conseguirlo es que nos despertemos de esa fantasía colectiva que es el pensamiento positivo.
Como hemos visto, Ehrenreich relaciona el “pensamiento positivo”con la magia de las culturas primitivas. Se trataría, por tanto, de una creencia por completo regresiva. Y lo peor de todo es que sus promotores pretenden a veces escudarse en supuestos fundamentos científicos.
Visualiza lo que quieres, y el objeto de ese deseo será “atraído” hacia ti.
Aseguran que el poder del pensamiento puede influir en el mundo físico. Llegan a decir que las paradojas e incertidumbres de la mecánica cuántica (que son verbalizaciones de complejos teoremas matemáticos elaborados a partir de no menos complejos experimentos de Física) respaldan la magia de que “pensar” permite la realización de los hechos buscados, cuando en la realidad
según ha calculado un científico, “la masa de las moléculas de los neurotransmisores, y su velocidad cuando recorren la distancia de las sinapsis, vienen a ser de dos órdenes de magnitud mayores de lo que tendrían que ser para que actuaran sobre ellas las fuerzas cuánticas.” Es decir, que nuestros procesos mentales parecen quedar definitivamente condenados a la prisión determinista de la física newtoniana de siempre.
En cuanto a la pretensión, más razonable, de que el optimismo del “pensamiento positivo” puede favorecer la salud al influir sobre el sistema nervioso, parece que tampoco hay nada comprobado sobre esto…
¿Esas personas están sanas porque son felices, o son felices porque están sanas? Harían falta estudios longitudinales a largo plazo para saber cuál es la causa y cuál la consecuencia. De estos estudios hay tres que se suelen citar por parte de los psicólogos positivos, y ninguno de ellos llega a conclusiones definitivas. (…)Las pruebas de que las emociones positivas pueden proteger a quienes padecen dolencias coronarias, sin embargo, parecen más sólidas, aunque no estoy en condiciones de evaluarlas.(…) Algunos de los estudios (…) incluso llegan a la conclusión de que ciertos rasgos de carácter negativo, como el pesimismo, pueden ser más saludables a largo plazo.
De todas formas, no hay tampoco nada esencialmente malo en promover el optimismo…
Es cierto que hay factores subjetivos, como la fuerza de voluntad, que resultan básicos para la supervivencia, y que hay individuos que en ocasiones salen triunfantes de una situación de pesadilla. Pero la mente no domina automáticamente la materia
Lo que nos promete el “ser positivo” es que tu vida mejorará en aspectos concretos, materiales; y, en el sentido más simple y práctico, probablemente sea así. Si eres “agradable”, le caerás mejor a la gente que si te pasas la vida gruñendo, criticando y viéndolo todo al revés. Gran parte de los consejos sobre cómo actuar que brindan los gurús, por internet o en las charlas, son de lo más inofensivos.
Pero lo que preocupa -y con razón- a la señora Ehrenreich es que esta “filosofía popular” sobre el pensamiento positivo estaría perversamente relacionada con pautas de comportamiento antisociales…
[El] autor de un libro superventas publicado en 2005, "Los secretos de la mente millonaria", aconseja quitarse de encima a las personas negativas, aunque vivan contigo (…) En el mundo del pensamiento positivo, los demás no están ahí para que los cuidemos, ni para darnos baños de realidad que no les hemos pedido. Solo tienen sentido si nos animan, nos aplauden y nos reafirman. (…) Es como si hubiera un déficit masivo de empatía, al que la gente responde dejando a su vez de practicarla. Ya nadie tiene tiempo ni paciencia para los problemas ajenos.
El pensamiento positivo está ahí al quite para decirle a cada uno que se merece más, y que puede conseguirlo si de verdad lo desea y está dispuesto a alcanzarlo con su esfuerzo. (…) Otra función que se ha arrogado el pensamiento positivo es la de defender los aspectos más crueles de la economía de mercado. Dado que el optimismo es la clave para el éxito material, y dado que se puede alcanzar ese enfoque vital optimista si uno practica el pensamiento positivo, no hay excusa para el fracaso.
Lo que de verdad tiene el pensamiento positivo de ideología conservadora es su apego al sistema, con todas sus desigualdades y sus abusos de poder.
Nuestra disposición a endeudarnos hasta el cuello y seguir gastando está íntimamente relacionada con el optimismo (…) El eje de cualquier burbuja económica es una epidemia de autoengaño que infecta no solo a millones de inversores sin formación, sino también a muchos de los ejecutivos y banqueros más inteligentes, expertos y sofisticados.
El capitalismo fundamentalista, o la idea de que los mercados se corrigen a sí mismos, que no necesitan a ningún regulador que venga a meter las narices en ellos. (…) ¿Y qué era ese capitalismo fundamentalista sino el pensamiento positivo huyendo hacia adelante?
Siempre, en un susurro, le llega también el mensaje ominoso de que, si no tienes lo que deseas, si te encuentras mal, desanimado, o derrotado, la culpa es solo tuya. La teología positiva ratifica y culmina un mundo sin belleza, sin trascendencia y sin piedad.
[Es] una fuerza que nos anima a negar la realidad, a someternos con alegría a los infortunios, y a culparnos solo a nosotros mismos por lo que nos trae el destino.
Dentro del contexto de lo “regresivo”, la señora Ehrenreich añade la observación de que la versión “cristiana” del pensamiento positivo se revela como más bien pagana…
El credo básico de la teología positiva (…) [es] que Dios está al quite para darte lo que deseas
Lo cual nos recuerda a las viejas religiones en las que hombres y dioses intercambiaban mutuas contraprestaciones…
Puesto que la filosofía del pensamiento positivo apareció en Estados Unidos (tiene claros precedentes en el siglo XIX), la autora analiza cuál podría ser su mecanismo cultural originario y concluye que habría sido la variedad anglosajona del protestantismo calvinista. Cuando juzgamos la sociedad norteamericana, nunca hemos de olvidar que se trata de una sociedad que ha alcanzado un alto nivel social y económico, pero que lo ha hecho de forma diferente a como lo han conseguido las naciones menos políticamente poderosas, pero probablemente más socialmente exitosas del norte de Europa…
Si una de las mejores cosas que se pueden decir del pensamiento positivo es que consiguió erigirse en alternativa al calvinismo, una de las peores es que acabó manteniendo algunos de los rasgos calvinistas más tóxicos: la forma despiadada de juzgar, similar a la condena del pecado que hacía la religión, y la insistencia en hacer una constante labor de autoexamen. La alternativa norteamericana al calvinismo no iba a ser el hedonismo, ni siquiera la defensa de las emociones espontáneas, no. Para el que piensa en positivo, las emociones siguen siendo sospechosas, y uno debe pasarse el día supervisando atentamente su propia vida interior.
El pensamiento positivo no elimina la necesidad de estar siempre alerta, lo único que cambia es que uno ha de estar alerta hacia sí mismo. En vez de estar preocupándonos por si se derrumba el tejado o por si nos despiden del trabajo, el pensamiento positivo nos anima a preocuparnos por las propias expectativas negativas, sometiéndolas a revisión constante. Al final, nos impone un tipo de disciplina mental exacta a la del calvinismo
Quizá Ehrenreich se precipita al condenar la reflexión y el autocontrol sobre las acciones y sus consecuencias, pues en ello se basa todo éxito psicológico en afrontar los problemas sociales a lo largo del proceso civilizatorio (aplicar la razón y el juicio a la realidad circundante). Si a veces la actitud de autocontrol parece desquiciante, lo más probable es que estos casos negativos se deban a los pobres resultados que dan ciertas elecciones de criterio a la hora de organizar los fines y las estrategias de autocontrol.
De todas formas, el punto de vista de la autora en cuanto a la cuestión particular del pensamiento positivo no deja lugar a dudas: se trata de una actitud inútil, además de irracional (perniciosa intelectualmente) y amoral (porque se vincula a una ideología egoísta del propio éxito)
Se trata de algo para lo que es necesario autoengañarse, así como esforzarse sin pausa en reprimir o bloquear lo indeseado y los pensamientos “negativos”.
No hay nada que fundamente semejante filosofía de vida. Lo que sí existe es la inevitabilidad de ser vulnerables al engaño cuando nos enfrentamos a situaciones angustiosas
El ser realista –incluso incurriendo en el pesimismo defensivo– es un requisito básico para la supervivencia, tanto en los seres humanos como en cualquier especie. (…) Esta insistencia del pensamiento positivo en que nos concentremos en que todo va a salir bien, en vez de buscar los peligros que acechan, contradice uno de nuestros instintos más básicos
El pensamiento positivo es un desarrollo de una particular actitud (un rasgo actitudinal) que descansa en el voluntarismo (a veces con apoyo exterior, como cuando se recurre a un terapeuta). Este desarrollo actitudinal puede darse en muchos ámbitos, y en este libro se incluyen algunas observaciones muy valiosas al respecto:
El sociólogo Arlie Hochschild publicó en la década de 1980 un estudio muy famoso en el que argumentaba que las azafatas sufren estrés y se sienten vacías emocionalmente por la exigencia de atender a los pasajeros con continuo buen humor. “Pierden el contacto con sus propias emociones”
Dos investigadores de “percepción de beneficios” escribieron en un informe que las pacientes de cáncer de mama con las que habían trabajado mencionaban repetidamente que a ellas los intentos de animarlas a identificar ‘beneficios percibidos’, incluso cuando se hacía con la mejor intención, les parecían una muestra de insensibilidad y una inconveniencia.
El concepto de “percepción de beneficios” supone que un individuo puede cambiar su actitud si focaliza su pensamiento en determinados aspectos positivos racionalmente valorados…
“Ya que una no puede dar por sentado que va a recuperarse, al menos debería llegar a ver el cáncer como una experiencia positiva”
En conjunto, el activismo social del que Ehrenreich se hace portavoz no considera valioso el planteamiento actitudinal, ni en lo tocante al optimismo, ni en lo tocante a buscar la felicidad al focalizar nuestra percepción en los supuestos beneficios disponibles…
Si hablamos en términos globales, el mayor obstáculo para la felicidad es la pobreza. Las encuestas sobre felicidad, hasta donde podemos confiar en ellas, muestran siempre que los países más felices del mundo suelen ser los más ricos. (…) Dentro de cada país, la gente más rica tiende a ser más feliz
Ehrenreich no da importancia al hecho de que, al fin y al cabo, si la gente es más feliz con la riqueza se debe a que ha sido condicionada culturalmente en una sociedad que determina que la adquisición de bienes es el medio adecuado para alcanzar el éxito social (también sería concebible una sociedad que no valorase el éxito social...). Tenemos entonces que, por un lado, se condena una “filosofía popular” que pone como objetivo vital el éxito económico pero, por el otro, se asume que la única felicidad posible es aquella cuyos estándares establecen una sociedad basada en tales principios de éxito económico…
Ya las viejas religiones utilizaban con éxito estrategias de recogimiento, seclusión y meditación a fin de mejorar los comportamientos en un sentido prosocial (más confianza, menos agresividad, más cooperación… más autocontrol). Enseñar formas de alcanzar el optimismo, la felicidad o una benevolencia dichosa puede ser útil e incluso prometedor. Lo falaz del “pensamiento positivo” sería utilizar estrategias actitudinales poco productivas (basadas en el autoengaño) como estrategia para alcanzar metas vulgares.
El estudio de las azafatas es muy interesante en el sentido de que una actitud positiva y altruista de autocontrol puede resultar contraproducente en un contexto que no proporciona refuerzo al que actúa, pero una actitud de autocontrol en un sentido prosocial sí que puede ser muy efectiva si implica una interacción en todo el entorno, si se da una coherencia entre fines, medios y gratificaciones.
Utilizar el fomento del optimismo y la benevolencia (en el caso del “pensamiento positivo” solo el optimismo) como mero instrumento para fines incoherentes (la ambición personal en el caso del “pensador positivo”, y un fugaz efecto tranquilizador en el de las azafatas) supone una escasa mejora social… pero sí demuestra, al menos, la efectividad, ya hace mucho tiempo conocida, de tales estrategias de mejora del comportamiento mediante la programación actitudinal.
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