jueves, 16 de abril de 2015

“La negación de la muerte”, 1973. Ernest Becker

   El filósofo Ernest Becker escribió una larga y brillante reflexión (galardonada con el premio Pulitzer) acerca de cómo el conjunto de la vida humana se halla condicionada por la conciencia de la ineludible muerte del individuo.

La idea de la muerte, el miedo que ocasiona, acosa al animal humano como ninguna otra cosa. Es causa principal de la actividad humana, diseñada, en su mayor parte, para evitar la fatalidad de la muerte, para superarla negando de algún modo que es el destino final de la persona. 

La muerte y el miedo a la muerte. (…) Este es el estrato de nuestra verdad y de nuestra ansiedad animal básica, el terror que llevamos con nosotros en el fondo de nuestro corazón. 

  ¿Qué solución puede tener esto? Evidentemente, el ser humano actual no puede encontrar solución material a la muerte. Becker, como otros pensadores, considera que el no saber afrontar esta cuestión ha supuesto uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de una vida humana plena y enriquecedora.

Mientras el ser humano sea una creatura ambigua, nunca podrá acabar con su ansiedad; lo que puede hacer en su lugar es utilizarla como una fuente eterna de inspiración para crecer en nuevas dimensiones de pensamiento y de confianza. 

  La palabra “creatura” la utiliza Becker en el sentido de que el ser humano es un producto biológico, un ser animal, condenado a la muerte y al sufrimiento… en el que coexiste a la vez una naturaleza “espiritual” que siente incontrolables experiencias de rechazo y repugnancia a la propia condición biológica. Esta experiencia de repugnancia fue primeramente identificada por Sigmund Freud cuando escribió acerca de la “analidad”

La clave del problema de la analidad reside en que refleja el dualismo de la condición humana, el yo y el cuerpo. La analidad y sus problemas se originan en la infancia, puesto que es cuando el niño realiza ya un descubrimiento alarmante: su cuerpo es extraño y vulnerable. Además, el cuerpo tiene un claro predominio sobre él, con sus exigencias y necesidades. (…) El ano y su producto incomprensible y repulsivo representan no sólo el determinismo físico y la dependencia, sino el destino, así como todo lo que es físico: la degeneración y la muerte.(…) Lo inquietante de la analidad es que revela que toda la cultura, todas las formas de creatividad humana, son, en algunos aspectos básicos, una protesta elaborada contra la realidad natural

  Ante este choque con la realidad biológica, las únicas salidas, tal como lo vio Freud, son la represión y la ilusión:

La gran lección de la psicología freudiana: que la represión es autoprotección normal y autorrestricción creativa; en realidad, el substituto natural del ser humano para el instinto.

El mundo real es sencillamente demasiado terrible para aceptarlo; le dice al ser humano que es un animal insignificante y tembloroso que morirá y se descompondrá. La ilusión cambia todo esto

Creo que los que consideran que la comprensión total de la condición humana nos volvería locos están en lo cierto. (…) Todo lo que hace el ser humano en su mundo simbólico es un intento de negar y superar su grotesco destino. 

La neurosis (…) se refiere a las personas que tienen problemas para aceptar la verdad de la existencia; en este sentido es universal porque todo el mundo tiene algún problema para vivir con la verdad de la vida y paga algún rescate vital a esa verdad.

  Es interesante que Becker aprovechó para contestar a una línea de pensamiento muy característica de su época (décadas de 1960 y 1970) que pretendía reconciliar al ser humano con su cuerpo y sus deseos, una tendencia que aparecía como alegre, optimista y lúcida, y que él denominó “pensamiento antirrepresivo”

Norman Brown llega a la conclusión de que la humanidad sólo puede trascender el terrible precio que se cobra el miedo a la muerte si se vive plenamente en el cuerpo y no se permite que quede ninguna parte de la vida sin vivir que pueda envenenar nuestra existencia, que socave nuestro placer y que deje un residuo de lamentación. Si la humanidad hiciera esto, dice Brown, el miedo a la muerte ya no conduciría a la locura, al desperdicio y a la destrucción; los seres humanos tendrían su apoteosis en la eternidad viviendo plenamente en el ahora de la experiencia. El enemigo de la humanidad es la represión básica, la negación del latido de la vida física y del espectro de la muerte. El mensaje profético es para la vida sin represiones, que dará a luz a un nuevo ser humano. 

  Todo esto le parece a Becker absurdo

La visión de Brown de algún futuro para el ser humano se derrumba ante la incapacidad de comprender la culpa. No procede de la «fantasía infantil», sino de la realidad. (…) Hablar de un «nuevo ser humano» cuyo ego se fusiona completamente con su cuerpo es hablar de una creatura subhumana, no de una superhumana. El ego, para llegar a desarrollarse, ha de negar, ha de ceñirse al tiempo, ha de detener al cuerpo.

No vale la pena dar vueltas en torno a las falacias de los revolucionarios de la antirrepresión; podríamos seguir y seguir, pero siempre volveríamos al mismo tema básico: la imposibilidad de vivir sin represión.

  La represión es inevitable, entonces. El ser humano no podría vivir con ignorancia. ¿Cuál es entonces la actitud correcta?: lo que Becker llama “heroísmo”

Lo primero que hemos de hacer con el heroísmo es poner al descubierto su parte oculta, mostrar lo que da a la heroicidad humana su naturaleza específica y su ímpetu. (…) El heroísmo es un reflejo del terror a la muerte. (…) Cuando vemos a una persona afrontando con entereza su propia extinción, es como si ensayáramos la mayor victoria que podamos imaginar. 

  Esto nos recuerda la lectura del existencialismo que encontramos en muchos textos de Sartre… Y al igual que en el caso del escritor francés socialmente comprometido, también para Becker este heroísmo tiene una dimensión social.

Lo que es y ha sido siempre la sociedad: un sistema de acción simbólico, una estructura de statu quo y papeles, de costumbres y normas de comportamiento diseñadas para servir de vehículo al heroísmo terrenal. (…) Es un sistema mítico al que la gente se somete para adquirir un sentimiento de valor primordial

  Esta búsqueda del valor primordial es el auténtico origen de la religión.

La idea de Dios nunca ha sido un simple reflejo de un miedo supersticioso y egoísta, como han reivindicado los cínicos y los “realistas”. Por el contrario, es el resultado de un genuino anhelo por la vida, de una búsqueda de una plenitud de sentido

La única manera de trascender las contradicciones naturales de la existencia era en la trillada forma religiosa: proyectar nuestros problemas en una figura divina, ser curado por una trascendencia omniprotectora y omnijustificadora. (…) La orientación de los seres humanos ha de estar siempre más allá de sus cuerpos, ha de basarse en represiones saludables y encaminadas a ideologías sobre la inmortalidad explícitas, a mitos de trascendencia heroica

Argumento a favor de una fusión de la psicología y de una perspectiva mítico—religiosa. Para ello, me baso en gran medida en la obra de Otto Rank.

[Rank y Kierkegaard] llegaron a la misma conclusión tras la búsqueda psicológica más exhaustiva: que, en los más lejanos límites de la descripción científica, la psicología ha de dejar paso a la “teología”, es decir, a una visión del mundo que absorba los conflictos y el sentido de culpa del individuo y le ofrezca la posibilidad de algún tipo de apoteosis heroica. El ser humano no puede soportar su propia insignificancia a menos que pueda traducirla en un significado lo más amplio posible. 

   Vemos aquí un pronunciamiento firme que reivindica a la Antigüedad: los cambios culturales no se han dado por mero azar y el cristianismo ha tenido su razón de ser

El temor a la muerte no es el único motivo de la vida; la trascendencia heroica, la victoria sobre el mal de la humanidad en general para las generaciones futuras, la consagración de nuestra existencia a fines superiores, estos motivos son igualmente vitales y son lo que confieren al animal humano su nobleza incluso ante sus temores animales. El hedonismo no es heroísmo para la mayoría de las personas. Los paganos en el mundo antiguo no se dieron cuenta de eso y salieron perdiendo con el “odioso” credo judeocristiano. 

La idea del ritual y, una vez más, de toda cultura: la forma artificial de las cosas prevalece sobre el orden natural y lo domina, lo transforma y lo hace seguro.

  Hoy en día sigue habiendo algunos filósofos que continúan señalando el camino de la antirrepresión, el hedonismo y el paganismo (opuesto al ateísmo). Estos pensadores consideran que hemos de gozar con nuestra condición natural y aceptar armoniosamente nuestro origen y destino. Ernst Becker se opuso a ellos y reconoció la necesidad de la concepción originalmente cristiana de represión, sentido de culpa y sacrificio. Todo ello valdría la pena. Incluso la represión sexual tendría lógica.

El problema humano distintivo desde tiempos inmemoriales ha sido la necesidad de espiritualizar la vida humana, de elevarla a un plano inmortal especial, más allá de los ciclos de la vida y de la muerte que caracterizan a todos los demás organismos. Esta es una de las razones por las que la sexualidad ha estado sujeta desde el principio a tabúes

El cuerpo es sin duda un obstáculo para el ser humano, la decadente carga de la especie sobre la libertad y la pureza de su yo.

  El dualismo alma/cuerpo seguiría teniendo sentido. Es cierto que ya no resulta creíble la idea de un alma inmortal, pero no dejaría de existir una “dimensión heroica” de la voluntad humana. El humanismo lleva al idealismo, y el idealismo a las ideologías.

El heroísmo transmuta el miedo a la muerte en seguridad de autoperpetuación, hasta el punto de que las personas pueden enfrentarse alegremente a la muerte e incluso cortejarla según su ideología.

La propia sociedad es un sistema codificado de héroes, lo que significa que, en todas partes, la sociedad vive el mito del significado de la vida humana, una provocadora creación de sentido. Toda sociedad es, por lo tanto, una “religión” tanto si así lo cree como si no: la “religión” soviética y la maoísta son verdaderas religiones

  Hay, sin embargo, otra visión de la vida humana a la hora de enfrentarse a la maldición de nuestra “sucia” condición biológica. Una visión que puede ser vista o no como complementaria de este heroísmo esencialmente religioso que promueve Ernst Becker, y que es el mundo de los afectos.

  El mundo de los afectos es el mundo originario, porque el ser humano nace como ser biológico envuelto en una protección afectiva

El niño que tiene una experiencia materna positiva desarrolla un sentido de seguridad básico y no está sujeto a temores insanos de pérdida de apoyo, de aniquilación o similares.

  Luego, como hemos visto, viene el descubrimiento de la “analidad”: nuestra mísera condición solitaria y perecedera. Pero, en un principio, estamos sumidos en un universo de protección y dicha. ¿Podemos volver a él, de alguna forma?

La transferencia refleja la condición humana en su totalidad (…) El ser humano no puede estar solo, sino que necesita ayuda externa.

  Becker, dependiente de los descubrimientos (ciertamente heroicos) de los primeros psicólogos, hace uso del concepto psicoanalítico de “transferencia” que supone la relación afectiva como intercambio y percepción de signos de confianza entre humanos. Esto también puede interpretarse como amor en todas sus formas posibles: maternidad, sexualidad, “ágape”, compromiso social…

Las personas ansían la inmortalidad y la obtienen donde pueden: en el pequeño círculo familiar o en el objeto del amor único. 

  A Becker no le parece suficiente. El ser humano necesitaría más. Necesita una idea trascendente y colectiva de afectividad. Necesita religión.

La vida es, al fin y al cabo, un reto (…) Si se rinde al ágape, se arriesga a no conseguir desarrollarse, a no realizar su contribución activa para el resto de la vida. Si expande demasiado a Eros, se arriesga a aislarse de la dependencia natural, del deber con una creación más extensa

La necesidad de una verdadera ideología religiosa (...) es inherente en la naturaleza humana, y su realización es imprescindible para cualquier tipo de vida social

El ser humano moderno se volvió psicológico porque se aisló de las ideologías colectivas protectoras. Tenía que autojustificarse desde su propio interior. Pero también se volvió psicológico porque el pensamiento moderno evolucionó de ese modo cuando se desarrolló a partir de la religión.

  ¿Una religión psicológica podría ser el paso siguiente en la evolución cultural? No sería una religión afectiva, como el concepto cálido de la fraternidad cristiana nos hace sentir, sino que se trataría de una religión heroica en la que el individuo afronta la vida (y la muerte) en una individualidad distintiva que a algunos les podrá parecer soledad. Las relaciones entre los individuos serán en buena medida utilitarias: la “transferencia” es un servicio de fortalecimiento mutuo, un medio para un fin.

Si vemos la religión terapéutica como una necesidad cultural, entonces el idealismo más elevado será intentar cumplir esa necesidad en cuerpo y alma. Por otra parte, aun con las mejores intenciones, la transferencia es, queramos o no, un proceso de adoctrinamiento. (…) Para que la psicología se convierta en un sistema de creencia completo, todo lo que ha de hacer el terapeuta es tomar las palabras de las profundidades internas de la personalidad de las religiones místicas tradicionales

  Por otra parte, Becker señala la insuficiencia del poderoso “amor romántico”

La grandeza y el poder de Dios es algo que nos puede nutrir, sin que se comprometa en manera alguna con los acontecimientos de este mundo. Ninguna pareja humana puede ofrecernos esta seguridad, porque la pareja es real. (…) Si una mujer pierde su belleza, o demuestra que ya no posee la fuerza ni la fiabilidad que una vez creímos que tenía, pierde su agudeza intelectual, no cumple nuestras necesidades peculiares en cualquiera de las mil formas posibles, entonces toda la inversión que hemos hecho no sirve para nada. La sombra de la imperfección cae sobre nuestras vidas y, con ella, la muerte y la derrota del heroísmo cósmico. 

  Aun siendo conscientes de que la idea de Dios pertenece al pasado, que hoy no es admisible, el conocimiento, la sabiduría y la conciencia del ser podrían reemplazarla. Y puesto que Dios no existe, las mujeres son frágiles y el amor mutuo –el ágape- dispersa la capacidad del individuo para enfrentarse al mundo como un todo, lo que Becker promueve para cada individuo es

la necesidad de sentirse heroico, de saber que su vida tenía alguna importancia en el esquema de las cosas

La forma en que una persona resuelva sus necesidades naturales de autoexpandirse y de encontrar un sentido determinará su calidad de vida. La heroicidad de la transferencia ofrece al ser humano justo lo que necesita: cierto grado de individualidad claramente definida, un punto de referencia para su práctica del bien, y todo ello dentro de cierto grado de seguridad y control.

  Todo esto resulta un tanto vago. Está claro que Becker vivió una época en la que el fin de las viejas religiones llevaba a una reflexión sobre su origen y necesidad, y que a partir de ello se esperaba el surgimiento de nuevas adaptaciones. De un plumazo Becker se deshace de las tentaciones del hedonismo antirrepresivo y reconoce la profundidad y la ineludibilidad del reconocimiento de nuestra sufriente condición mortal. Son los psicólogos, los Freud, Jung y Adler (y Rank), los nuevos profetas a este respecto. La cuestión no es tanto qué sentido tendría la vida, sino cómo hemos de vivirla con menos sufrimiento, cuál sería la actitud madura, coherente con nuestra condición.

  Es interesante que Becker haga varias referencias a la fascinación de la sexualidad femenina. Se diría que no se le pasó por la cabeza que su libro también pudiera ser leído por mujeres…

Nuestro completo desconcierto ante el evidente sinsentido de la creación: dar forma al milagro sublime de la faz humana, al mysterium tremendum de la radiante belleza femenina, a las verdaderas diosas que son las mujeres hermosas. Sacar todo esto de la nada, del vacío y hacer que reluzca a mediodía; tomar el milagro y crear nuevos milagros en su seno, allá en lo profundo de los ojos que atisban, unos ojos que estremecieron incluso al seco Darwin. Poder hacer todo esto y tener que compaginarlo con un ano que caga, ¡es demasiado!

El amante romántico (…) busca en la profunda interioridad de la mujer, en su misterio natural. Quiere que ella sea una fuente de sabiduría, de intuición segura, un pozo sin fondo de fuerza que se renueva constantemente. 

  La verdad es que uno tampoco se puede imaginar que un libro como éste pudiera haber sido escrito por una mujer, no solo por estas alusiones al deseo por la feminidad, sino por el señalamiento constante de lo heroico, de las tradiciones religiosas de la Antigüedad. En todas estas visiones queda implícita la preponderancia de lo masculino.

Esa personalidad (…) que el ser humano quiere desarrollar: la idea de que es un héroe cósmico con dones especiales para el universo. No quiere ser un mero animal fornicador como cualquier otro (…) Este es un punto crucial porque explica la razón por la que los tabúes sexuales han girado en torno a la sociedad humana desde sus comienzos. Afirman el triunfo de la personalidad humana sobre la igualdad animal. (…) Creó los tabúes sexuales porque tenía que triunfar sobre el cuerpo y sacrificó los placeres del cuerpo al mayor de todos los placeres: la autoperpetuación como ser espiritual a lo largo de toda la eternidad. 

  La conclusión, pues, parece una especie de “homenaje” a la vieja religión:

La única manera de trascender las contradicciones naturales de la existencia [se encuentra] en la trillada forma religiosa: proyectar nuestros problemas en una figura divina, ser curado por una trascendencia omniprotectora y omnijustificadora. 

Podemos concluir diciendo que un proyecto tan grande como la construcción mítico—científica de la victoria sobre la limitación humana no es algo que pueda ser programado por la ciencia. 

Quién sabe qué forma adoptará el impulso hacia adelante de la vida en tiempos venideros, o qué uso hará de nuestra angustiosa búsqueda. 

  La lectura de este ferviente compromiso con la mente autoconsciente (dualismo alma/ cuerpo) resulta insatisfactoria si la cotejamos con lo que sabemos de la naturaleza humana a la luz de la ciencia del comportamiento de hoy. Hoy sabemos, por ejemplo, que no existe el libre albedrío y tampoco un ser humano separado de la comunidad de otros seres humanos, lo que hace un poco injustificado el ideal del heroísmo.

  La confrontación heroica del individuo ante la vida (que incluye la muerte) a la manera angustiosa de un Kierkegaard o un Sartre podría llevarnos a una neurosis conflictiva. Llevó, casi con seguridad, a los totalitarismos socialistas. Una mejor propuesta parece que sería una visión cristiana menos mortificante y mistérica, y más centrada en las gratificaciones emocionales de la afectividad. Si la fuente de toda afectividad es la mujer, y si la belleza femenina supone el mysterium tremendum que se ha mencionado, convendría que profundizáramos en esta realidad tan significativa más allá de la cuestión trivial de que esta belleza se marchite (todo se marchita: es el principio de la entropía).

  Al fin y al cabo, la belleza de la mujer no es solo inspiración para los varones heroicos, es también fuente de amor en los niños y en muchas más mujeres de las que habitualmente se piensa (una intrigante dimensión del narcisismo). Esa belleza se refiere a una realidad del mundo de la afectividad, de los instintos altruistas y prosociales que existen realmente en el comportamiento humano universal y que puede desarrollarse culturalmente. Ese angelismo (el término existe) supone una promesa para la humanidad más realista y más amable que el angustioso heroísmo que propone Becker.

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