En este clásico ensayo, cuyo título completo es “Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas”, Margaret Mead se convierte en portavoz de una cierta escuela de la antropología, capitaneada por su maestro Franz Boas, que se ha dado en llamar “relativismo cultural”.
La naturaleza humana es maleable hasta extremos casi increíbles.
Cada pueblo difiere en su elaboración cultural, elige algunas guías e ignora otras.
Muchos, si no todos, de los rasgos de personalidad que llamamos femeninos o masculinos se hallan tan débilmente unidos al sexo como lo está la vestimenta.
Éste es también el punto de vista de "la tabla rasa" (una idea muy antigua, aireada por el filósofo inglés John Locke en el siglo XVII): todos los seres humanos nacemos iguales y es nuestro entorno el que, sobre todo mediante la educación, puede hacer de nosotros un determinado tipo de ser social caracterizado por determinadas pautas de comportamiento (lo que incluye elementos como la personalidad “femenina” o “masculina”).
Estas semejanzas de comportamiento, agrupadas por sociedades, serían las que dan lugar a una determinada “cultura”. Margaret Mead viajó a Nueva Guinea para encontrar allí tres sociedades primitivas de cazadores-recolectores (que también se dedicaban a la agricultura de subsistencia y a la artesanía) las cuales, supuestamente, serían representativas de la maleabilidad de la naturaleza humana, pues el comportamiento de las personas que integraban cada una de ellas pareció a los investigadores por completo diferente con respecto al de las otras dos, a pesar de vivir en entornos muy parecidos, y no muy distantes unos de otros.
Tal como resume Helen Fisher en su prólogo al libro: ”Los hombres arapesh eran femeninos y antimasculinos; los hombres y mujeres mundugumor eran masculinos, viriles y agresivos; las mujeres tchambuli eran el miembro dominante, impersonal y responsable de la pareja.“
Hombres y mujeres arapesh y mundugumor poseen, idealmente, la misma personalidad social, mientras que en Tchambuli sus personalidades se oponen y complementan.
¿Cómo podría configurarse la mecánica de semejantes transformaciones de modo que diera lugar a culturas tan diferentes unas de otras?
Si existen diferencias temperamentales definidas entre los seres humanos (…) sobre una base hereditaria (…) estas diferencias son las guías sobre las cuales trabaja la cultura.
Cada cultura simple y homogénea puede aceptar solo unas pocas de las variadas dotes humanas y castigar o rechazar otras.
Una cultura puede tomar sus guías de varios temperamentos, en vez de hacerlo de uno solo. (…) Puede aislar cada tipo, haciéndolo la base de una personalidad social, aprobada para un grupo de la misma edad, sexo, casta u ocupación.
Las diferencias que existen entre los miembros de diferentes culturas pueden apoyarse casi enteramente en las diferencias de condicionamiento, especialmente durante la primera infancia
Margaret Mead se fija especialmente en las diferencias de temperamento entre hombres y mujeres, y en cómo la sociedad, mediante el condicionamiento durante la primera infancia, supuestamente asignaría tales diferencias a cada uno de los sexos por mera convención.
Nos ocuparemos de la estructuración de la conducta sexual desde el punto de vista del temperamento.
Los temperamentos que consideramos innatos en un sexo, podrían ser, en cambio, meras variaciones del temperamento humano, a las cuales pueden aproximarse por su educación, con menor o mayor éxito según el individuo, los miembros de uno o de los dos sexos.
La valentía, el odio a cualquier debilidad o a la cobardía ante el dolor o el peligro: estas actitudes constituyen poderosos componentes de algunos temperamentos humanos que se han elegido como modelo de la conducta masculina.
Cada individuo será educado para aproximarse a esa definida personalidad del sexo; si es un niño, para suprimir el temor; si es una niña, para mostrarlo.
Es decir, que no existirían rasgos de personalidad “femeninos” o “masculinos” innatos
Yo compartía la creencia general en nuestra sociedad de que había un temperamento natural correspondiente a cada sexo (…) No sospechaba que los temperamentos que consideramos innatos en un sexo, podrían ser, en cambio, meras variaciones del temperamento humano, a las cuales pueden aproximarse por su educación, con menor o mayor éxito según el individuo, los miembros de uno o de los dos sexos.
Este supuesto descubrimiento de Margaret Mead y otros antropólogos de su época tendría una extraordinaria trascendencia para la generación siguiente de mujeres intelectuales, sobre todo para el movimiento feminista: la mujer no puede ser asignada a unas determinadas funciones sociales (en general, las más desfavorecidas) en base a su naturaleza porque no existiría ninguna naturaleza psicológica femenina. Se negó, por ejemplo, que la agresividad fuese mayor por naturaleza en el hombre que en la mujer e incluso que existiera “instinto maternal” alguno.
No es posible a la luz de los hechos, relacionar con el sexo rasgos como la pasividad o la agresividad.
La creencia de que las mujeres están naturalmente más interesadas en la paz es sin duda artificial, y forma parte de toda la mitología que considera a las mujeres más suaves que los hombres.
Otras ideologías, aparte del feminismo, pueden obtener provecho de esta visión de la naturaleza humana.
La noción de que las personalidades de ambos sexos son producidas por la sociedad es favorable a todo programa que tienda a la planificación del orden social.
Sin embargo, las conclusiones más extremas de textos como este interesantísimo relato parecen descartadas por las investigaciones modernas. Hoy es imposible refutar la evidencia de que la gran mayoría de las mujeres son menos agresivas que la gran mayoría de los hombres y que sienten una atracción instintiva por la maternidad. Por lo menos. Y solo esta conclusión ya es de extraordinaria importancia, puesto que la agresividad es el “problema humano” por antonomasia.
En la sabiduría ancestral de pueblos como los arapesh y los mundugumor, esta cuestión no era menos importante que en el mundo contemporáneo (tanto en el de la civilización occidental de 1935, como en el de la actual), así que se decía que los “arapesh”, pacíficos, eran “femeninos” y los “mundugumor”, cortadores de cabezas, caníbales y todo lo violentos imaginable, eran “masculinos”.
Para el lector actual, de una época en la que “lo femenino” parece cada vez más interesante y lo de cortar cabezas lo dejamos para determinado género de espectáculos de ficción, lo más instructivo es leer las impresiones de Margaret Mead acerca de cómo los “arapesh”, un pueblo que vivía no muy lejos de la costa, lograban ser relativamente –atención: solo relativamente- pacíficos.
Los arapesh han tipificado la personalidad tanto de hombres como de mujeres según un patrón que, de acuerdo con nuestro sesgo tradicional, describiríamos como maternal, femenino y antimasculino
Se modela al niño arapesh para que se convierta en un individuo tranquilo, amable, receptivo, plácido, fácil de contentar, pacífico y apocado.
El niño está siempre cerca de alguien que le atiende. (…) Un niño que llora es una tragedia que se debe evitar a toda costa. (…) El niño aprende a amar y a confiar en todos los que encuentra. A todos llama hermano, tío o primo.
El niño queda preparado para contemplar el mundo como un lugar seguro. (…) El niño crece con una sensación de seguridad emocional.
A la menor señal de disputa entre los niños, interviene un adulto. (…) Los padres no aprueban las peleas entre los niños
En los juegos de los niños no se da nada que estimule la agresividad o el espíritu de competencia.
Entre los arapesh tener mal carácter es “no dar cosas a la gente”
Los arapesh no exigen a sus hombres y mujeres habilidades técnicas o condiciones brillantes, sino más bien emociones correctas y un carácter que encuentre en las actitudes cooperativas y benéficas su más perfecta expresión.
El arte militar es prácticamente desconocido entre los arapesh. No existe tradición de caza de cabezas, ni el sentimiento de que para ser valiente y varonil sea necesario matar.
Todo esto es bastante modélico, aproximado a lo que recomienda la UNESCO hoy, y, además, se dice que tales pautas rigen para los dos sexos, que no habría personalidad temperamental diferenciada entre hombres y mujeres.
Los arapesh (…) no han aprovechado el contraste entre los sexos.
Claro que, para el lector desconfiado, enseguida surgen dudas. Para empezar, si unos kilómetros más allá viven cortadores de cabezas caníbales ¿cómo es que los pacíficos “arapesh” no se vieron exterminados por ellos?
Pero es que resulta que entre los “arapesh” también hay hombres agresivos a los que se otorga cierta función de liderazgo. Y resulta que entre los “arapesh” también se dan homicidios…
Durante los primeros años de la adolescencia, los adultos clasifican en los jóvenes las cualidades en potencia, que les permitirán ser algún día “grandes hombres”
Nadie quiere verdaderamente ser el líder o “gran hombre” (…) Es un papel que la sociedad fuerza a aceptar a algunos, en circunstancias especiales.
En una sociedad donde la norma es ser amable, cooperativo, desinteresado, donde nadie calcula cuánto le deben y cada hombre caza para que otro coma, se encuentran individuos especialmente entrenados para conducirse de la manera diametralmente opuesta que se espera de los “grandes hombres”
A un muchacho se le asigna una preparación especial: se le asigna un “socio para el intercambio” (…) una institución social que desarrolla la agresividad y estimula el raro espíritu de competencia (…) Deben insultarse mutuamente, preguntarse burlonamente (…) Es un entrenamiento para lograr la firmeza que un “gran hombre” debe poseer.
La sociedad otorga gran libertad a la violencia, pero no le da significado.
Entonces llegamos a una serie de digresiones en el libro que nos parecen tan interesantes como sospechosas.
Los que más sufren entre los arapesh, los que encuentran su sistema social más incomprensible y extraño, son los hombres y mujeres violentos y agresivos.
Uno piensa que quienes más sufrirían serían las víctimas pacíficas de estas personas excepcionalmente violentas y agresivas…
No creen en la perversidad de la naturaleza humana, ni en la necesidad de imponerle severas sujeciones y restricciones
Algo se nos aclara al leer esta observación:
Es el espectáculo de personas amables y bienintencionadas, atrapadas en una red que no pueden deshacer porque carecen de elementos sancionados por su cultura para ello. (…) A falta de una pauta estructural confían en la creación de un estado emocional de tal beatitud y fragilidad que su existencia se ve continuamente amenazada por accidentes.
El sentimiento de pagar mal con mal es muy fuerte entre los arapesh
Los niños arapesh se sienten intolerablemente heridos en sus sentimientos por un golpe o una palabra dura
Veamos las cosas que pasan:
Las aldeas chocan y disputan entre ellas, casi siempre a causa de las mujeres
Si alguien muere en un encuentro entre bandas de aldeas, se trata de negar por todos los medios que hubo intención de matar.
Con lo que se reconoce que también hay quien muere en las disputas entre aldeas de pacíficos "arapesh"...
En esta sociedad, ajena a la violencia, donde se supone a todos los hombres pacíficos y cooperativos, y sorprende aquel que no lo es, no existen sanciones para aplicar al hombre violento. Creen más en poder sujetar al que, estúpida y descuidadamente, provoca violencias.
Entonces obtenemos conclusiones más realistas…
Han establecido categorías absolutas de amigo y enemigo (…) Se recurre obligatoriamente a la hechicería cuando se manifiesta la más leve expresión de hostilidad.
En la vida adulta, cuando la hostilidad se hace evidente, se la expresa en forma desatinada, sin formas institucionales, sin control. No cuentan con una concepción de la naturaleza originaria según la cual el hombre es violento y debe ser apaciguado.
¿Cuál puede ser el error de los "arapesh"? Margaret Mead no nos lo aclara, excepto que refleja que sí que se producen homicidios y peleas entre ellos. Y si tenemos en cuenta que se trata de pequeños poblados, el que los antropólogos, durante su breve estancia, pudieran atestiguarlo supone, estadísticamente, un nivel de violencia mucho más alto que en nuestra sociedad occidental (¿cuántos de nosotros hemos conocido asesinos, en persona?). Aunque no eduquen a sus niños para ser guerreros (nosotros tampoco lo hacemos) está claro que existe una naturaleza violenta, agresiva, que previenen como pueden, sin conseguir un éxito total (nosotros tampoco lo conseguimos).
Los "arapesh" habrían descubierto cómo se controla la agresividad durante la primera infancia (eso que muchos creemos que es tan difícil) pero no habrían descubierto cómo se controla en la sociedad adulta, de ahí que surjan los “accidentes” mencionados (falta de prevención). Lo único que se les ocurre, en lugar de desarrollar una cultura pacífica para los adultos (para lo cual quizá hubieran necesitado una ideología, un cierto desarrollo intelectual), es predisponer solo a algunos individuos, desde la infancia, para desarrollar actitudes agresivas para el bien común (la tarea de los “grandes hombres”). Ese sistema es perjudicial incluso para los mismos “grandes hombres”, cuyos supuestos privilegios chocan con la actitud general de la población.
El niño arrogante y ambicioso pasará por uno que está dispuesto a ejercer el mando. (…) Puede llegar a ser un “gran hombre” antes que la comunidad advierta que sus gritos y furores son genuinos, y no una buena representación.
El patrón joven ideal en una escala jerárquica (…) [es] violento, posesivo, arbitrario, dictatorial, positiva y agresivamente sexual. Entre los arapesh, constituía una figura patética.
Los "arapesh" no se habrían dado cuenta de que, para preservar la paz, era preciso crear un condicionamiento social que excluyera toda forma de violencia y no solo algunas de sus manifestaciones. Es decir, prescindir también de los “grandes hombres” y de las peleas entre aldeas por las mujeres. Pero eso hubiera exigido una “pedagogía para los adultos”: exigiría una paz universal y una filosofía de vida que proporcionase gratificaciones emocionales compensatorias y plenas también para los temperamentos agresivos. La cultura "arapesh" no es tan rica, y el entorno de Nueva Guinea (las otras tribus) tampoco lo permite: los cazadores de cabezas rondan, la brujería los asedia y el hambre los amenaza.
Lo que hacen los "arapesh", en el fondo, es lo contrario de lo que hacemos en nuestra sociedad occidental contemporánea (que es, sin duda, más pacífica que la de los "arapesh" que visitó Margaret Mead): nosotros hemos creado instituciones pluralistas, democráticas y tolerantes… pero hemos descuidado la educación de los niños durante su primera infancia (quizá porque probablemente en nuestra forma de vida adultos y niños viven en entornos muy separados y diferenciados... aunque hay que observar, por otra parte, que en un entorno social como el de las pequeñas aldeas "arapesh", los niños también quedarían expuestos al espectáculo de las reyertas de los adultos).
Y por cierto que no parece exacto el juicio de que los "arapesh" no distinguen entre hombres y mujeres a nivel de comportamiento…
Las manifestaciones de enojo en las niñas se reprimen más temprano que en los niños.
A los niños, más que a las niñas, les están permitidos los accesos de furor.
Entre los arapesh se da a los hombres mayor autoridad (…) Se excluye a la mujer de las ceremonias
En algunos casos, cuando tras el parto se descubre que es una niña y ya hay varias en la familia, se la deja morir. (…) Los arapesh prefieren los niños.
Hay periodos de confinamiento para las mujeres durante la menstruación.
Hay trabajo para hombres, para mujeres y para ambos sexos.
Otro de los grandes descubrimientos de los antropólogos fue el darse cuenta de que, en las sociedades primitivas, donde se supone que viven de acuerdo con costumbres ancestrales que deberían haberse perfeccionado a lo largo de milenios, existen constantes conflictos personales e individuos inadaptados.
El inadaptado sería el individuo cuya disposición innata es tan extraña a la personalidad social requerida por su cultura para su edad, sexo o casta, que no pueda revestirse de la personalidad que su sociedad le ha asignado.
¿Cómo hemos de entender esto? Pues en el sentido de que las sociedades primitivas son, per se, inestables. No solo no son idílicas, sino que se ven sometidas a convulsiones internas y externas. Así, por ejemplo, cuando Margaret Mead nos relata la existencia violenta de los "mundugumor", que no solo forman bandas de asesinos caníbales que aterrorizan a las aldeas vecinas, sino que además disputan constantemente entre padres e hijos a fin de acumular harenes de mujeres sometidas, admite, de pasada, que…
hay abundantes pruebas de un tiempo en el cual la sociedad mundugumor no estaba tan devastada por la violencia.
Y, si se hubiera buscado, probablemente se habrían hallado pruebas de que los "arapesh" no siempre fueron tan relativamente pacíficos. Todo eso sin contar el hecho de que la llegada de los antropólogos se había visto precedida por la llegada de otros hombres blancos (el observador siempre afecta a lo observado). Por lo tanto, lo “ancestral” hemos de verlo de forma relativa.
Los mismos primitivos no tienen una idea demasiado profunda del paso del tiempo: unas pocas generaciones atrás, ya se entra en el ámbito de lo legendario, donde antepasados y dioses se confunden, por lo que el que sus sociedades no nos muestren sistemas estables no debe sorprendernos: la evolución social de los pueblos primitivos podría ser cíclica y cambiante a lo largo de cientos y miles de generaciones, y su cultura carece de memoria para enjuiciar estos cambios con una perspectiva histórica.
Los mundugumor no respetan ninguna de sus propias reglas. (…) En lugar de permitir que el hermano use a su hermana para obtener una esposa, el padre puede utilizarla para sí mismo; puede cambiar a su hija adolescente por una esposa joven.
En sus vidas conyugales, se podría decir que los arapesh sufren de un inmoderado optimismo, porque no calculan el número de desgracias que pueden deshacer la perfecta adecuación entre un hombre joven y su esposa niña. La misma simplicidad y dulzura del ideal hacen difíciles de soportar las condiciones de las rupturas e interrupciones.
Es decir, podríamos concluir que las sociedades primitivas están en cierto modo desestructuradas, que son necesariamente caóticas en lo cultural, tanto como son pobres en lo tecnológico y están expuestas a la precariedad económica. Por lo tanto, el modelo “arapesh” no nos sirve a nosotros. No tanto porque su pacifismo probablemente lleva a un registro de violencia mucho más letal que en nuestras sociedades con policía, jueces, ejército y administración estatal, sino porque su sistema de control emocional a través de la educación y las tradiciones no es tan eficaz a la hora de guiar a los buenos ciudadanos a la existencia pacífica y feliz, así como en apaciguar y compensar a los inadaptados de turno (podríamos quizá trazar cierto paralelismo con el grooming de los grandes simios). Sin embargo, sí que podemos aprender mucho de sus errores en el intento de reprimir la agresividad.
Otra observación de interés que podemos tener en cuenta se refiere a la violencia de los "mundugumor": se nos dice que ésta les ha permitido enriquecerse dominando las mejores tierras para el cultivo, la caza y la pesca, lo que es una muestra de lo falaz del “argumento” de que los comportamientos compasivos derivan de la riqueza, y que también es otra buena muestra de que la codicia, en contra de lo que consideran algunos ingenuos, no es algo desconocido entre los pueblos primitivos. Mientras los pacíficos "arapesh" pretenden ser monógamos (a veces desposan parejas de hermanas o a la cuñada viuda), los mundugumor triunfantes pueden reunir harenes de hasta veinte esposas. No hay límite en las expectativas del hombre violento.
Veamos las propuestas de la misma Margaret Mead acerca de cómo evitar la inadaptación y sus consecuencias
Habría que tratar de que todas nuestras instituciones educacionales desarrollaran al máximo al joven que muestra capacidad para la conducta maternal y a la joven que muestra una capacidad opuesta.
Ningún niño debería ser moldeado implacablemente según una pauta de conducta (…) Cada niño sería estimulado según su verdadero temperamento.
Existirían normas éticas y simbolismos sociales, un arte y una forma de vida compatibles con cada conjunto de cualidades.
Si bien la propuesta es bastante vaga y, al fin y al cabo, lo que se pretende es evitar los arbitrarios abusos educativos (“Ningún niño debería ser moldeado implacablemente”), conviene recordar que los temperamentos antisociales no son una mera consecuencia de la inadaptación sino que pueden ser innatos (psicópatas, por ejemplo), y que la necesidad de controlarlos se haría en bien de todos. El “verdadero temperamento” importa menos que la capacidad del individuo para desarrollar una vida armoniosa y no conflictiva con sus semejantes, incluso a costa de tener que reprimir sus conductas antisociales de origen innato (la cuestión sería, más bien, crearles compensaciones gratificantes a cambio de la renuncia).
Finalmente, observemos estos juicios acerca del pueblo de los "tchambuli", ni tan violentos como los "mundugumor", ni tan pacíficos como los "arapesh":
Es la mujer en tchambuli quien ocupa la posición real de poder en la sociedad
La actitud femenina hacia los hombres es amable, tolerante y de aprecio
Sin embargo, cuesta trabajo ver cómo estas mujeres amables con los hombres disfrutan de tal posición real de poder
El predominio femenino no origina infaliblemente la libertad de las mujeres para decidir sobre su casamiento
El hombre casado tiene más aventuras que la mujer casada.
Pueden tener dos esposas, o aún tres (…) Un hombre afortunado tenía tres esposas que podían trenzar mosquiteros (…) Era un hombre rico
Los varones dependen, para comer, de la pesca de las mujeres
¿Predominan las mujeres, pero al mismo tiempo enriquecen a los hombres con su trabajo, toleran el adulterio, y permiten la poligamia y los matrimonios concertados?, ¿qué clase de predominio de la mujer es éste que otorga al varón tantas ventajas?
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