lunes, 14 de abril de 2014

"Por qué fracasan los países", 2012. Acemoglu y Robinson

  Los economistas Daron Acemoglu y James Robinson han escrito un libro más de entre los varios que intentan  explicar el extraño fenómeno de la pobreza humana. Se trata de un fenómeno sin duda extraño porque hace mucho que los seres humanos poseemos la tecnología capaz de proporcionarnos, cuando menos, y con solo unas pocas horas de trabajo al día, una vida lo suficientemente confortable en lo que se refiere a la obtención de alimento, cobijo, cuidados médicos y acceso a la educación. En lugar de eso, buena parte de la población mundial sigue viviendo en la precariedad, y casi todos los demás nos encontramos amenazados por la incertidumbre de unirnos a su desgracia en cualquier momento.

  En algunos países, la precariedad es mucho menor que en otros. Se supone que eso se debe a que en esos países la gente se organiza mejor.

Son la política y las instituciones políticas las que determinan las instituciones económicas que tiene un país. 

La tesis central de este libro es que el desarrollo y la prosperidad económicos están asociados con instituciones económicas y políticas inclusivas, mientras que las instituciones extractivas normalmente conducen al estancamiento y la pobreza

  ¿Qué son las "instituciones políticas inclusivas" y las "instituciones políticas extractivas"?

Denominaremos instituciones políticas inclusivas a aquellas que están suficientemente centralizadas y que son pluralistas. Cuando falle alguna de estas condiciones, nos referiremos a ellas como instituciones políticas extractivas.

Para ser inclusivas, las instituciones económicas deben ofrecer seguridad de la propiedad privada, un sistema jurídico imparcial y servicios públicos que proporcionen igualdad de condiciones en los que las personas puedan realizar intercambios y firmar contratos; además de permitir la entrada de nuevas empresas y dejar que cada persona elija la profesión a la que se quiere dedicar. (…) Las instituciones económicas inclusivas implican la existencia de derechos de propiedad seguros y oportunidades económicas no solamente para la élite, sino también para la mayor parte de la sociedad.

  Los autores pretenden combatir la posición comúnmente aceptada de que la diferencia entre países ricos y pobres se encuentra en “la cultura”, es decir, en los particulares hábitos de convivencia que son  interiorizados por cada individuo dentro de un entorno social determinado (naciones, clase social, comunidad religiosa…). La teoría “de la cultura” es bastante antigua, surge hacia el siglo XVIII, pero su propagandista estrella fue Max Weber, que a principios del siglo XX identificó el progreso de las sociedades industriales con la expansión de la religión protestante.

Max Weber defendía que la Reforma protestante y la ética protestante que estimuló tuvieron un papel clave a la hora de facilitar el ascenso de la sociedad industrial moderna en la Europa occidental. La hipótesis de la cultura ya no se basa solamente en la religión, sino que destaca también otros tipos de creencias, valores y ética.

   Hay que decir que Weber no se hubiera opuesto a la distinción entre instituciones “extractivas” e “inclusivas”, pero que habría atribuido el origen de las instituciones más eficaces a la ética protestante. Es decir, habría afirmado que ese tipo de instituciones son las que acaban surgiendo en países donde se ha extendido previamente la ética protestante. Pero no es ése el punto de vista de los autores de este libro.

Hasta qué punto la gente confía en los demás o es capaz de cooperar, es importante, pero sobre todo lo son los resultados de las instituciones, no se trata de una causa independiente.

La Europa occidental del siglo XV en sí era resultado de un proceso contingente de deriva institucional marcado por coyunturas críticas, y nada de esto había sido inevitable. Las potencias europeas occidentales no podrían haber logrado ventaja y haber conquistado el mundo sin varios puntos de inflexión históricos. Éstos incluían el camino específico que tomó el feudalismo, sustituyendo la esclavitud y el poder debilitador de los monarcas en el proceso; el hecho de que siglos después del cambio del primer milenio en Europa fueran testigos del desarrollo de ciudades independientes y comercialmente autónomas; de que los monarcas europeos no estuvieran tan amenazados y, en consecuencia, no intentaran desalentar el comercio extranjero como hicieron los emperadores chinos durante la dinastía Ming, y la llegada de la peste negra, que hizo temblar los cimientos del orden feudal. 

  Ésta es la tesis del libro: hacia el siglo XV se consolidarían los cambios institucionales en Europa Occidental  (centralización del Estado, más pluralismo político y fomento de cierta libertad y seguridad) que acabarían llevando al desarrollo industrial. Y todo esto vendría a ser “contingente”, es decir, que se habría producido por una acumulación de circunstancias históricas casuales, nada que ver con un supuesto desarrollo acumulativo de las costumbres a partir de una transformación religiosa (la transformación atribuida al cristianismo, luego refinado en el cristianismo “más puro” que representaría el protestantismo).

En Inglaterra aparecieron las instituciones inclusivas a partir de la interacción entre la coyuntura crítica creada por el comercio atlántico y la naturaleza de las instituciones inglesas preexistentes.

    Los autores pretenden demostrar su teoría recurriendo, entre otros ejemplos, al del reciente éxito económico de las naciones de Asia Oriental: no son cristianos, no tienen nuestras costumbres, y sin embargo han prosperado enormemente en la época actual.

Si miramos más hacia el este, veremos que ninguno de los éxitos económicos del este de Asia tiene nada que ver con ningún tipo de religión cristiana, así que no hay muchos argumentos que apoyen la existencia de una relación especial entre el protestantismo y el éxito económico en este aspecto.

   Lo que da pie a los siguientes comentarios:

Las actitudes culturales, que, en general, tardan mucho en cambiar, es poco probable que puedan explicar por sí solas el milagroso desarrollo del este de Asia y China. 

Muchos creyeron también una vez que la cultura china y los valores del confucianismo eran perjudiciales para el desarrollo económico, aunque ahora la importancia de la ética de trabajo china como motor del crecimiento en China, Hong Kong y Singapur se pregona a los cuatro vientos.

  Lo que, según Acemoglu y Robinson, se habría dado en estos países sería un cambio de instituciones como resultado de unas contingencias históricas. La principal de ellas, la de que China y Japón se vieran forzados, por la amenaza de intervención militar de las potencias imperialistas del siglo XIX, a cambiar sus instituciones políticas y económicas.

  Para el origen de la misma prosperidad económica de Occidente, también se encuentra una explicación contingente:

La enorme escasez de mano de obra que originó la peste negra de 1346 sacudió violentamente los cimientos del orden feudal. Animó a los campesinos a exigir que cambiaran las cosas. (…)Los campesinos empezaron a liberarse de los trabajos obligatorios y de las muchas obligaciones que tenían con sus señores. Los sueldos empezaron a aumentar.

No ocurrió lo mismo en Europa oriental. Tras la plaga, los terratenientes de la parte oriental empezaron a adueñarse de grandes extensiones de tierra para ampliar sus posesiones, que ya eran más grandes que las de Europa occidental. Las ciudades eran más débiles y estaban menos pobladas y los trabajadores, en lugar de llegar a ser más libres, empezaron a ver atacadas las libertades que ya tenían

La peste negra es un ejemplo claro de una coyuntura crítica, un gran acontecimiento o una confluencia de factores que trastorna el equilibrio económico o político existente en la sociedad. 

  Así que éste sería el origen de un mayor pluralismo en Occidente: la peste negra

En 1346 había pocas diferencias entre Europa occidental y oriental en lo referente a instituciones políticas y económicas, en el año 1600 eran dos mundos distintos

Las diferencias institucionales más importantes que aparecieron tras la peste negra crearon el trasfondo en el que se producirían las divergencias más significativas entre Oriente y Occidente durante los siglos XVII, XVIII y XIX.

  En Inglaterra, además, se habría sumado otro factor

A partir de 1492, la Corona española tenía un vasto imperio americano y se beneficiaba intensamente del oro y la plata que encontraba allí. En Inglaterra, la situación era distinta. Isabel I era mucho menos independiente desde el punto de vista financiero, así que tenía que pedir al Parlamento que recaudara más impuestos. A cambio, el Parlamento exigía concesiones
 
  El problema para esta teoría es que los mismos autores se contradicen en sus argumentaciones al respecto:

Tanto el poder político de los barones como la influencia de la Carta Magna perduraron. Inglaterra había dado su primer paso vacilante hacia el pluralismo. (…) El primer Parlamento electo en el año 1265 limitó aún más el poder de la monarquía.

  Estamos, por tanto, ante acontecimientos institucionales de envergadura que tuvieron lugar en Inglaterra antes de 1346…

  Además, la explicación no es nada convincente debido a que explica poca cosa…

Como en el año 1346, los campesinos de Europa occidental tenían más poder y autonomía que en Europa oriental, la peste negra condujo a la disolución del feudalismo en la parte occidental y a la Segunda Servidumbre en la oriental. 

  Habría que explicar entonces por qué los campesinos de Europa occidental tenían más poder y autonomía a la hora de afrontar lo que los autores llaman una “coyuntura crítica”.

 Y, por otra parte, se hace una lectura de los acontecimientos históricos que parece poco profunda:

El papel de la contingencia puede ilustrarse a través de los orígenes de las instituciones políticas inclusivas de Inglaterra (…)El monarca español, Felipe II, envió una flota potente, la armada española (…)Sin aquella improbable victoria inglesa, los acontecimientos que habrían creado la coyuntura crítica transformadora y que generaron las instituciones políticas distintivamente plurales del período posterior a 1688, Inglaterra nunca se habría puesto en movimiento. 

  La “Spanish Armada” es poco probable que hubiera cambiado mucho la historia de Gran Bretaña. De haber desembarcado en Inglaterra y haber conquistado Londres, los invasores hubieran podido conseguir, a lo más, una vuelta temporal de los británicos al catolicismo, de la misma manera que la Restauración después de Cromwell consiguió una vuelta temporal al absolutismo. Pero difícilmente eso hubiera cambiado la cultura de los británicos, más pluralista y psicológicamente compleja. No hay más que comparar las obras de Shakespeare con las de Lope de Vega para comprender que estas diferencias no iban a desaparecer por un mero cambio dinástico. Igual que la Carta Magna no necesitó de la peste negra, tampoco el protestantismo británico necesitó de la victoria naval de 1588

  En cuanto al éxito económico actual de los paganos de Asia Oriental, que supuestamente pondría en cuestión la influencia acumulativa del cambio cultural (evidenciado por el cambio gradual de las instituciones políticas), es cierto que el confucionismo, tal como se vivió en China durante muchos siglos (una ideología autoritaria, paternalista y conservadora), no implicaba creencias humanistas, pluralistas e igualitarias, pero cuando en el siglo XIX los imperialistas occidentales fuerzan a China y a Japón a abrirse al comercio exterior también los fuerzan a abrirse a la ideología cristiana a la manera de Europa Occidental (la ideología de los triunfadores) y el cristianismo sí surgió en las clases populares, ponía en cuestión las tradiciones, predicaba la igualdad de las almas ante Dios, y era compasivo y racional… elementos ideológicos que fueron los ejes del proceso acumulativo que acabaría llevando, entre otras cosas, a la desaparición de la esclavitud y a una mayor libertad de las ciudades en la Edad Media.

   Y, con todo, ciertas características de la preexistente cultura propia de Asia Oriental les permitió a estas naciones adaptarse mejor a la ideología extranjera que otras (el confucionismo también es compasivo y racional, aunque no predica la igualdad, ni pone en cuestión las tradiciones, y surgió de la élite).

   Se puede objetar de forma parecida a las otras presuntas pruebas de la no influencia cultural o religiosa

Francia, país predominantemente católico, copió rápidamente los resultados económicos de los holandeses y los ingleses en el siglo XIX e Italia es tan próspera como cualquiera de esos países hoy en día. 

  Francia, país católico, no protestante… pero cristiano… y republicano, condiciones que, como el confucionismo chino, favorecieron la absorción no solo de las instituciones de los países protestantes, sino también de su cultura. El republicanismo francés, originado en la Ilustración, es una consecuencia indirecta de las guerras religiosas en Francia. En cuanto a Italia, hay pocas dudas de que, de no ser por su proximidad geográfica a los países de Europa noroccidental, que tanto le ha influido culturalmente, su sistema institucional no habría dado mejores resultados que los de Latinoamérica.

 Hemos de tener en cuenta, por lo demás, que el protestantismo no es más que la consecuencia final de un proceso de evolución cultural acumulativa. La derrota militar de los protestantes en Francia forzó a quienes defendían ideales más pluralistas y humanistas a tomar caminos alternativos con otras denominaciones, como el jansenismo (una corriente de la teología católica) y finalmente el pensamiento Ilustrado que llevaría a la revolución republicana.

Quizá el legado cultural europeo superior sea la base de la prosperidad (y el último refugio de la hipótesis de la cultura). Sin embargo, esta versión de la hipótesis de la cultura tiene tan poco potencial explicativo como las demás. La mayor parte de la población argentina y uruguaya, en comparación con la canadiense y estadounidense, es de ascendencia europea, pero el resultado económico de Argentina y Uruguay deja bastante que desear. Japón y Singapur nunca tuvieron más que unos pocos habitantes de ascendencia europea y, no obstante, son países tan prósperos como muchas partes de Europa occidental.

  El resultado económico de Argentina y Uruguay deja bastante que desear… según con quien se les compare. Se trata de las naciones más prósperas y desarrolladas de Latinoamérica, que en sus buenos tiempos alcanzaron un nivel de bienestar económico bastante por encima del de los países de la Europa del Sur (y hoy siguen sin estar demasiado por debajo de estos).

 Es significativo y sorprendente, por lo demás, que los autores no mencionan para nada los cambios institucionales en Holanda, que sin duda están en el origen de muchos cambios que tuvieron lugar en Gran Bretaña. El capitalismo y la economía moderna así como las tradiciones pluralistas tienen su origen en Flandes, y no en Inglaterra. Y no podemos concebir la sociedad de los Países Bajos sin su protestantismo y su apertura al comercio internacional mediante la navegación.

  De todas formas, los autores vuelven a contradecirse cuando argumentan que

las normas sociales, que están relacionadas con la cultura, importan y pueden ser difíciles de cambiar y, en ocasiones, apoyan diferencias institucionales, la explicación de este libro de la desigualdad mundial. 

    En lo demás, las opiniones de los autores acerca de lo inclusivo y lo extractivo, la “destrucción creativa” (cómo las nuevas tecnologías destruyen organizaciones económicas menos avanzadas), así como las tendencias que se ponen en marcha a partir de tales instituciones (círculos virtuosos y viciosos) son de gran valor, e incluyen anécdotas poco conocidas, como la supervivencia de una cierta paz social en Botsuana, una pobre nación africana que, por razones geográficas y un poco de suerte, logró escapar de las atrocidades del esclavismo y el colonialismo.

Su interacción con la coyuntura crítica que creó la independencia del control colonial sentó las bases para el éxito político y económico de Botsuana. Es otro caso que demuestra la importancia que tienen las pequeñas diferencias históricas.

  Desde luego, nadie puede negar la importancia, en algunos casos, de ciertas "pequeñas diferencias históricas". Si Hitler hubiera ganado su guerra o si Lenin hubiera logrado apoderarse de Polonia en 1920 esto hubiera influido en gran medida en la visión del mundo de millones y millones de personas… pero el fracaso de las ideologías totalitarias hubiera llegado igualmente por el proceso acumulativo de cambio cultural que comenzó con el cristianismo.

  El determinismo cultural contrasta con el relativo determinismo institucional que proponen los autores de este libro (ellos niegan ser deterministas en el sentido de que hacen depender los hechos históricos de contingencias en buena parte fruto del azar), pero aunque los efectos suelen tener múltiples causas, tarde o temprano hay que elegir una teoría a la hora de tomar decisiones sobre qué acciones hoy podrían ayudar –aunque la determinación exacta sea imposible- a obtener los mejores resultados… ¿promover cambios culturales (educación e ideología), o promover cambios institucionales (política)?

  Las hipótesis de los autores acerca de la importancia de la peste negra en 1346 o del fracaso de la Armada Invencible resultan poco creíbles, y otros juicios y posicionamientos son también sorprendentes:

Fue la transición de república a principado y, después, el imperio puro, lo que sentó las bases para el declive de Roma.(…) Los orígenes del declive se remontan, como mínimo, a la toma del poder por Augusto, que puso en marcha cambios que hicieron que las instituciones políticas fueran mucho más extractivas.

  Si consideramos que con Augusto se inicia el período de “Pax Romana” que duraría tres siglos, resulta chocante que se hable del “declive de Roma” tras el fin de la República, la cual habría apenas durado cien años (con numerosas interrupciones dictatoriales y guerras civiles) desde el período de triunfo de las guerras púnicas (que es el momento a partir del cual Roma se hace destacar en el concierto histórico de la época).

  Pero el tema más grave es el de la China de hoy en día: es cuestión de unos pocos años que un régimen político totalitario se convierta en la primera potencia económica mundial.

China, bajo el control del Partido Comunista, es otro ejemplo de sociedad que experimenta un crecimiento bajo instituciones extractivas y es igualmente improbable que genere un desarrollo sostenido a menos que emprenda una transformación política fundamental hacia instituciones políticas inclusivas.

  La Unión Soviética vivió esa transformación hacia instituciones políticas inclusivas… pero eso no los llevó a una situación de mayor prosperidad económica, sino a una situación de caos y precariedad que todavía persiste. Los dirigentes chinos lo saben, y el pueblo chino lo sabe también. Es cierto que España, Corea del Sur y Chile evolucionaron de sociedades autoritarias económicamente en crecimiento a sociedades pluralistas… pero ¿se debió ello a un determinismo de tipo económico, o se debió más bien a que se trataba de naciones sin poder político a nivel internacional que se vieron influidas por el conjunto de naciones pluralistas de quienes dependían? Si España abandonó el franquismo fue por incorporarse a la pluralista Europa, la sociedad de Corea del Sur quería parecerse a la de Japón y Estados Unidos, y Chile tampoco podía sustraerse a la oleada democratizadora en la Latinoamérica de los años noventa. Pero ¿y la China actual? Ellos no dependen de nadie y no quieren que les suceda lo que le sucedió a la Unión Soviética…

   Si medimos el progreso humano en términos de resultados meramente económicos es muy probable que nos equivoquemos y obtengamos resultados opuestos a los que nos planteamos en un principio… No se llegó al pluralismo y a la seguridad jurídica en la búsqueda de la prosperidad económica, sino que la prosperidad económica fue consecuencia de un proceso cultural acumulativo de tipo humanista.

  Los autores reconocen que para que el pluralismo triunfe los poderosos han de verse perjudicados:

los grupos poderosos suelen oponer resistencia al poder económico y a los motores de prosperidad. El crecimiento económico no es solamente un proceso de más y mejores máquinas, y de más y mejores personas con estudios, sino que también es un proceso transformador y desestabilizador asociado con una destrucción creativa generalizada. (…)Si los grupos que se oponen al crecimiento son los ganadores, pueden bloquear con éxito el desarrollo económico y la economía se estancará.

¿Estarían estas élites interesadas en cambiar las instituciones políticas para hacerlas más pluralistas? (…) La única forma de cambiar estas instituciones políticas es obligar a las élites a crear instituciones más plurales.

  ¿Y cómo pueden ser doblegados los poderosos, las élites, si estos se encuentran en la situación más privilegiada para resistir? Roma aplastó a Espartaco sin grandes problemas y los grandes propietarios de las Antillas en el siglo XVIII no tuvieron problema tampoco para enriquecerse con el sufrimiento de los africanos esclavizados. Es falso que la esclavitud fuese económicamente improductiva o institucionalmente inviable.

Durante la reducción de la población rural al estatus de siervos, la esclavitud desapareció de Europa. Las élites podían reducir toda la población rural a la condición de siervo, por lo que no parecía necesario tener una clase distinta de esclavos como la que habían tenido sociedades anteriores. 

  Absurdo. ¿Por qué prescindir de la esclavitud a cambio de la servidumbre? ¿Por qué no combinar diversas modalidades de esclavitud, según sean las necesidades económicas del momento? Hitler y Stalin demostraron que en el siglo XX la esclavitud más atroz puede ser económicamente productiva para las élites en el poder. Y todas las antiguas sociedades esclavistas complejas admitían diversas condiciones de esclavitud. Solo algunas quedaban prohibidas… por ser objeto de execración social, por motivos culturales, no por motivos económicos.

La lógica del círculo virtuoso procede, en parte, del hecho de que las instituciones inclusivas se basan en límites que se ponen al ejercicio del poder y en una distribución pluralista del poder político en la sociedad, consagrada en el Estado de derecho. La capacidad de un subconjunto de imponer su voluntad a los demás sin ningún límite, aunque esos otros sean ciudadanos ordinarios, amenaza precisamente ese equilibrio. Si se suspendía temporalmente en el caso de una protesta de los campesinos contra las élites que usurpaban sus tierras comunales, ¿qué garantizaría que no se volviera a suspender? 

  En la conflictividad social, nunca hay garantías de nada. Si los burgueses buscaron que se dieran libertades al pueblo buscando garantizar que los aristócratas no les arrebatasen a ellos sus propiedades (subconjuntos en conflicto), tampoco podían tener garantía alguna de que el pueblo, ganando peso político, no acabase arrebatándoselas también. El “círculo virtuoso” no funciona en ese sentido porque todo subgrupo social quiere proteger sus intereses no solo contra un solo subgrupo opuesto, sino contra todos a la vez, y eso no hace viable las alianzas a largo plazo.

  En lugar de un círculo virtuoso institucional, de lo que se trata más bien es de una “pendiente resbaladiza” cultural. El señor romano que se volvía cristiano no dejaba por eso de tener esclavos (de hecho, el Nuevo Testamento aprueba la esclavitud), por lo que no tenía por qué promover un cambio institucional… pero psicológicamente su posición superior quedaba socavada por la aceptación del hecho de que el esclavo posee, como él, un alma inmortal que la divinidad valora tanto como la de su amo (¡o incluso más!)… y aquí sí se produce un cambio cultural. Un cambio cultural acumulativo e imparable que llevaría de la esclavitud a la servidumbre, de la servidumbre al absolutismo estatal (que protege de los abusos feudales), y del absolutismo estatal al pluralismo… Las consecuencias económicas de esta “pendiente resbaladiza” cultural han sido una creciente prosperidad, pero la búsqueda de la prosperidad por parte de aquellos que detentan el poder político no lleva necesariamente la misma dirección que la evolución cultural.

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