Marvin Harris fue un gran divulgador de la antropología, muy bien documentado e incluso audaz, algunas de cuyas ideas acerca de la naturaleza humana han sido juzgadas como chocantes, particularmente su insistencia en encontrar la causa más generalizada del cambio en las civilizaciones a partir de la cuestión del abastecimiento de alimentos de determinada calidad. A Harris se le considera, por tanto, un claro representante de la escuela antropológica del “materialismo cultural”.
En cualquier caso, hemos de agradecerle que no se quedase en vaguedades y nos planteara fórmulas muy concretas acerca del origen de la civilización
El núcleo del proceso que preside el mantenimiento de formas culturales comunes es la tendencia a intensificar la producción. La intensificación —la inversión de más tierra, agua, minerales o energía por unidad de tiempo o área — es, a su vez, una periódica respuesta a las amenazas contra los niveles de vida. En tiempos primitivos, tales amenazas surgían, principalmente, de las modificaciones climáticas y de las migraciones de personas y animales.
Naturalmente, a uno se le ocurren unas cuantas objeciones. El Homo Sapiens existe en el mundo desde hace más de 150,000 años, y en ese tiempo se han dado gran número de modificaciones climáticas y migraciones animales, pero sólo hace diez mil años de que uno de estos cambios (el fin de la última glaciación) llevó (supuestamente) a la aparición de la agricultura.
Las presiones reproductoras predispusieron a nuestros antepasados de la Edad de Piedra a recurrir a la intensificación como respuesta al número decreciente de animales de caza mayor, disminución provocada por los cambios climáticos del último período glacial.
Las primeras aldeas fueron construidas entre mil y dos mil años antes del desarrollo de una economía agrícola, en tanto que en el Nuevo Mundo se domesticaron plantas mucho antes de que se iniciara la vida aldeana. La explicación del distanciamiento de la caza y la recolección debe buscarse fuera de sus cerebros.
Pero el problema surge si nos planteamos que los cambios en el comportamiento humano se produjeron antes de la catástrofe climática de hace 13.000 años (fin del último periodo glacial), como demuestra la aparición, muy anterior en el tiempo, de fenómenos culturales de ruptura, como las pinturas rupestres y los enterramientos, un cambio importantísimo en la mente humana que no parece relacionado con los cambios económicos. Y puesto que sabemos que la vida sedentaria precedió a la agricultura (aunque, por lo visto, no así en todos los casos en el Nuevo Mundo, donde parece que los primeros poblamientos se hicieron junto al mar, en zonas de buena pesca), es probable por tanto que el origen de la civilización si esté en los cerebros.
Si no fuera por los graves costos que entraña el control de la reproducción, nuestra especie podría haber permanecido por siempre organizada en grupos pequeños, relativamente pacíficos e igualitarios, de cazadores recolectores.
¿A qué se refiere el autor con los “graves costos que entraña el control de la reproducción”?
El método de control de la población más ampliamente utilizado durante la mayor parte de la historia humana fue el infanticidio femenino. Aunque los costos psicológicos de matar o dejar morir de inanición a las propias hijas pueden atenuarse culturalmente definiéndolas como no-personas (al igual que los partidarios modernos del aborto definen a los fetos como no-niños), los costos materiales de nueve meses de embarazo no se borran tan fácilmente. La regulación de la población a menudo fue un proceso costoso, cuando no traumático, y una fuente de tensión individual.
En tal caso, la teoría del origen de la civilización sería la siguiente: en un principio, los Homo sapiens vivían en hordas de cazadores-recolectores que ocuparían determinados espacios que habrían de proporcionarles los medios de vida suficientes (igual que los chimpancés o los gorilas), y para asegurarse de que la población nunca excediera los recursos económicos disponibles se controlaba la natalidad mediante el infanticidio; sin embargo, esta práctica implicaba costos psicológicos y económicos: durante 100.000 años, esos costos fueron asumibles, pero al producirse un cambio climático (fin de la última glaciación) y escasear más la caza y la recolección (esto habría sucedido hace unos 13.000 años), los cazadores-recolectores hicieron uso de sus conocimientos del medio para dedicarse a la agricultura como medio de vida alternativo, lo cual redundó en la obtención de mayor cantidad de alimentos (algo supuestamente no buscado: en principio sólo se habría querido sobrevivir a la escasez de piezas de caza) lo que a su vez les permitiría expandir su población y dejar gradualmente de practicar el infanticidio (con lo que se ahorraron sus graves costos psicológicos).
Se trataría entonces de dos circunstancias concatenadas: el cambio climático (factor nuevo) y los costos del infanticidio (factor omnipresente). El cambio climático pudo conllevar un cambio económico (que fuese más fácil obtener alimento vegetal en lugar de animal, por ejemplo) y las posibilidades que abría este cambio económico (adoptado al principio por mera necesidad de supervivencia) llevarían a resolver el viejo problema del infanticidio, permitiendo el aumento de población. A partir de ahí, en los últimos 13.000 o 10.000 años, se irían sucediendo los inevitables acontecimientos que llevarían a la civilización actual.
Esta teoría parece que deja dos graves asuntos por explicar: primero, el problema de los ya mencionados cambios cognitivos que sucedieron antes de que tuviese lugar el cambio económico fundamental del sedentarismo y la agricultura (arte, enterramientos y también aparición de alguna tecnología adaptada a la vida económica del cazador-recolector, como los arcos y flechas), y, segundo, lo del “alto coste del infanticidio”, porque el infanticidio se seguía practicando sin problemas en el muy civilizado imperio romano, de forma no diferente a como se practica el aborto hoy; parece raro que implicase tanta resistencia en el Homo sapiens pero que sólo hace 13.000 años, supuestamente, se tomasen iniciativas para superarlo… a pesar de que se ha seguido practicando en tiempos históricos… Además, ¿en qué se basa Harris para afirmar tan taxativamente que el coste de nueve meses de embarazo es tan inasumible culturalmente, hasta el punto de acabar impulsando un cambio total de la forma de vida?, ¿por qué no podrían considerarse los nueve meses de embarazo para dar a luz a una niña a la que matar como un trastorno orgánico femenino más, como ya era la menstruación o el menor vigor de las mujeres para los trabajos físicos?
Otro asunto de importancia que aborda Marvin Harris en su libro es el del “progreso”:
Los antiguos imperios eran conejeras llenas de campesinos analfabetos que se afanaban de sol a sol, sólo para obtener dietas vegetarianas deficientes en proteínas. El hecho de que sociedades que proporcionaban tan magras compensaciones resistieran miles de años —más que cualquier otro sistema con categoría de estado en la historia del mundo— es un inexorable recordatorio de que en las cuestiones humanas no hay nada inherente que asegure el progreso material y moral.
Desde luego, si nos limitamos a considerar el valor del “progreso” desde el punto de vista del abastecimiento de proteínas (asunto que es el que más caracteriza la visión de Harris), no cabe duda de que los primeros imperios agrícolas no fueron un progreso… pero tampoco los primeros poblados agrícolas del Neolítico aseguraban las proteínas. En realidad, la mejor forma de abastecerse de proteína era, precisamente, seguir siendo cazadores-recolectores con un control de natalidad que asegurase un abastecimiento per-capita suficiente de acuerdo con el valor del territorio de caza y recolección para cada horda o grupo comunitario nómada.
Así que volvemos a lo mismo: el fin de los supuestos costes económicos y psicológicos del infanticidio sería la única ganancia de la invención de la agricultura: peor dieta en proteínas, pero da posibilidades de contar con más población subalimentada y menos necesidad de control de natalidad. Para explicar este cambio no podemos limitarnos a encogernos de hombros y atribuirlo a que en las cuestiones humanas no hay nada inherente que asegure el progreso material y moral.
(Por supuesto, el desarrollo de la ganadería a gran escala acabó permitiendo la mejora en la dieta.. aunque conllevó la aparición de las epidemias, y, en todo caso, eso tardó generaciones en darse.)
Y queda una tercera cuestión fundamental (después de la del origen de la civilización y la de si existe o no un “progreso”): la violencia, que es, sin duda alguna, el principal obstáculo para la mejora económica.
La existencia de pueblos “primitivos” que nunca han hecho la guerra sugiere que el homicidio intergrupal organizado quizá no formó parte de las culturas de nuestros antepasados de la Edad de Piedra.
Ésta es una afirmación que parece arriesgada, porque aunque Harris menciona algunos pueblos “primitivos” supuestamente pacíficos
Mi lista preferida incluye a los habitantes de las Islas Andamán, que viven cerca de la costa de la India, los shoshoni de California y Nevada, los yahgan de Patagonia, los indios mission de California, los semai de Malasia y los recientemente contactados tasaday de Filipinas
Otros autores desechan la totalidad de los que figuran en esta lista (en la que se incluyen los “tasaday”… que no existen, pues se trata de un conocido fraude de la época en que Harris escribió su libro). De lo que no hay duda es de que las circunstancias ambientales permiten disminuir, mediante presión cultural, una tendencia constante a la violencia de todos los grupos humanos.
La primera prueba arqueológica realmente fiable acerca de la existencia de la guerra, es la construcción de aldeas y poblaciones fortificadas.
Y, desde luego, la afirmación hecha anteriormente de que los pueblos prehistóricos eran relativamente pacíficos e igualitarios así como que la guerra surge sólo a partir de la construcción de aldeas y pueblos fortificados parece errónea, puesto que hay bastantes evidencias arqueológicas de lo contrario (esqueletos enterrados que muestran heridas por armas, restos de festines caníbales, pinturas que muestran luchas con lanzas, arcos y flechas anteriores a los poblados fortificados…), más la evidencia acerca de la vida extremadamente violenta de la mayoría de los pueblos cazadores-recolectores que han sobrevivido, incluso si con alguna relativa excepción.
Después del desarrollo de la agricultura, es probable que la guerra se tornara más frecuente y letal.
Esta es una vieja teoría que suena un poco al “buen salvaje”: es precisa la aparición de la agricultura, las comunidades urbanas y la propiedad para que aparezca la guerra o para que ésta se haga más letal que cuando se limitaba a simples reyertas entre bandas de cazadores-recolectores. Las evidencias más modernas demuestran que los pueblos civilizados (por lo menos, a partir de cierto nivel de progreso) son, en general, mucho menos letales que los pueblos de cazadores-recolectores.
En cualquier caso, Harris recoge varias teorías acerca del origen de la guerra:
Teorías sobre el origen de la guerra: la guerra como solidaridad, la guerra como juego, la guerra como naturaleza humana y la guerra como política.
Para no extendernos demasiado en analizar estas teorías, nos centraremos en la que hoy parece la más evidente, que es la guerra como “naturaleza humana”, es decir, la guerra como expresión común de la agresividad individual, culturalmente adaptada.
Matamos porque esta conducta ha tenido éxito desde la perspectiva de la selección natural en la lucha por la existencia. Pero cómo y cuándo nos volvemos agresivos es algo que, más que de nuestros genes, depende de nuestras culturas. Para explicar el origen de la guerra uno ha de poder explicar por qué las respuestas agresivas adoptan la forma específica del combate intergrupal organizado.
Las luchas en grupo las conocen también los animales (y nuestros primos los chimpancés las practican de forma sistemática) y no contradicen para nada las luchas individuales dentro del grupo. Lo que está claro es que la violencia innata puede controlarse mediante estrategias culturales a medida que la lucha se va volviendo cada vez más contraproducente en un sistema económico más sofisticado.
Pero la teoría favorita de Harris vuelve sobre el tema del infanticidio y el control de la natalidad:
Sin la presión reproductora, ni la guerra ni el infanticidio femenino se habrían extendido, y la conjunción de ambos representa una solución salvaje pero singularmente eficaz del dilema malthusiano.
Es decir: si practicamos la guerra, necesitamos más varones que hembras, ya que las hembras no son tan vigorosas como los varones para la guerra. Así pues, por hacer la guerra, eliminamos a las niñas al nacer, con lo que ahorramos recursos. Mejor aún: mediante la guerra podemos robar mujeres al enemigo, con lo cual nos ahorramos la crianza de niñas.
Se necesitaba una fuerza cultural muy potente para inducir a los padres a que descuidaran o mataran a sus propios hijos y una fuerza peculiarmente poderosa para lograr que mataran o descuidaran más niñas que niños. La guerra ofreció esta fuerza y esta motivación.
La guerra no es expresión de la naturaleza humana, sino una respuesta a las presiones reproductoras y ecológicas. En consecuencia, la supremacía masculina no es más natural que la guerra.
Todo vuelve al mismo sitio (el control de natalidad). Y uno se pregunta por qué, de entre todas las “fuerzas culturales” posibles que llevasen al control de natalidad, había de optarse por la guerra, cuando sabemos que hay muchas otras opciones. El mismo Harris reconoce que hay sociedades no guerreras (como los esquimales) que también practican el infanticidio y, por encima de todo, pueden alentarse –mediante “fuerzas culturales”- prácticas sexuales no reproductivas que permitan el control de natalidad sin recurrir al infanticidio.
La guerra y el sexismo dejarán de practicarse cuando sus funciones productivas, reproductoras y ecológicas se satisfagan mediante alternativas menos costosas.
Pero como esto tendría que haber sucedido hace mucho tiempo, y más todavía hoy, que disponemos de todo tipo de medios incruentos y fáciles de control de natalidad, de producción económica y de control ecológico, parece que la guerra y el sexismo han de tener otra explicación…
Finalmente, cerramos este repaso al interesante libro de Marvin Harris con otra cuestión polémica que es característica de este autor: ¿por qué la civilización mexica fue la única cultura altamente desarrollada que practicó el canibalismo de forma habitual?
Sólo los aztecas sintieron que era santo ir a la guerra con el fin de practicar enormes cantidades de sacrificios humanos.
De nuevo, parece que la explicación se halla en el abastecimiento de proteínas:
Es legítimo describir a los sacerdotes aztecas como asesinos rituales en un sistema patrocinado por el estado y destinado a la producción y redistribución de cantidades considerables de proteínas animales en forma de carne humana.
La carne obtenida de los prisioneros de guerra es costosa, resulta muy caro capturar hombres armados. Pero si una sociedad carece de otras fuentes de proteínas animales, quizá los beneficios del canibalismo superen estos costos.
Y es que, según Harris, la avanzada civilización agrícola mexica (o “azteca”) carecía de ganadería, y esto habría hecho especialmente valiosa la carne humana, por lo menos entre las clases altas.
Sin embargo, hay un problema: los mexicas sí criaban algunos animales para comer su carne. Los perros y, sobre todo, los pavos. Está claro que los perros sólo pueden alimentarse de carroña, lo que los hace inadecuados, pero el problema de los pavos, que se pueden alimentar de maíz, lo resuelve Harris con la siguiente explicación:
los pavos compiten con los seres humanos por los cereales.
Lo que los iguala a los cerdos, y Harris no explica porqué no se convertía a los prisioneros en esclavos para ponerlos a labrar los campos de maíz y con ello alimentar pavos: se habría obtenido así muchos más kilos de carne que comiéndose a los prisioneros… Especialmente si tenemos en cuenta lo que sabemos acerca de que los aristócratas mexicas no se comían toda la carne de los prisioneros sacrificados, sino sólo algunas partes, de acuerdo con sus rituales.
En suma, Marvin Harris es un autor muy bien informado sobre muchos aspectos, pero que plantea preguntas que pueden responderse de muchas más maneras aparte de como él lo hace. Sus libros, sin embargo, se encuentran en abundancia y son de un gran aprovechamiento para el lector… siempre y cuando éste no pierda el sentido crítico a la hora de leer los pasajes donde aborda las cuestiones más polémicas.
Harris se olvida de la evolución del hombre, además se olvida que el proceso cultural es también evolutivo. La humanidad es una sola, su origen ancestral y único, por lo tanto tiene un solo destino y fin, debemos estudiar a la humanidad como un todo, no es conveniente a mi manera de ver, aisladamente los grupos culturales, tampoco se debe compara estos.
ResponderEliminar"Harris se olvida de la evolución del hombre, además se olvida que el proceso cultural es también evolutivo. "
ResponderEliminarLos antropólogos más modernos, parecen en general inclinarse por la idea de que se produjeron cambios genéticos en el periodo de entre 60.000 a 10.000 años atrás, que es cuando se detecta a los Homo Sapiens haciendo "cosas raras" como las prácticas artísticas y funerarias. En ese periodo también se inventan armas nuevas, la caza se vuelve más productiva, se eliminan a otras especies de homínidos competidores (los Neandertal, pero no solo ellos) y aumenta la población.
Sobre este tema:
http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2014/12/arqueologia-de-la-mente-1996-steven.html
http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2015/06/la-explosion-de-hace-10000-anos-2009.html
http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2014/02/los-senores-de-la-tierra-2012-ian.html
Magnífica exposición de argumentos, que rebate lógicamente a Harris...voy a pomerme en contacto por privado, por su hubieras publicado mas cosas o alguna recomendación de lo que fuera el ABC actual de la antropología. Gracias por tales explicaciones...
ResponderEliminarGracias por tu interés, Javi, pero que conste que yo no soy quien para "rebatir a Harris", solo soy un lector insistente (no he publicado nada más que este humilde blog) que cree que cualquier persona puede elaborar críticas e ideas que puedan servir como base de discusión.
ResponderEliminarUn autor como Marvin Harris, al dirigirse al gran público, tiene cuando menos que convencer al lector atento. Algunas de las ideas que expone en este libro, como el determinismo económico, parecen poco convincentes, pero hemos siempre de ser muy prudentes al juzgar a un autor tan documentado como él.
Hacía tiempo que no releía mi reseña, y lo hecho gracias a tu intervención. No sé si puedo "rebatir" a Harris, pero sí que puedo rebatirme a mí mismo ahora en algún punto de lo que escribí hace cuatro años. Por ejemplo, cuando rechazo demasiado tajantemente la idea de que el Neolítico fuera más violento que el Paleolítico. Hay algunos autores que consideran que sí, que durante algún tiempo, las primeras civilizaciones agrícolas fueron más violentas que los cazadores-recolectores. Es un tema aún a discutir y, por tanto, yo hice mal en concluir lo contrario. Por los demás, y sobre este tema esencial, uno de los libros que he leído últimamente sobre la naturaleza violenta y guerrera del ser humano, y que más me ha impactado ha sido éste: http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2016/12/la-guerra-en-la-civilizacion-humana.html
Finalmente, mi recomendación para javi y para cualquier lector de esta reseña en lo que se refiere a la antropología es que, a mí personalmente, me parece que los antropólogos están siendo reemplazados por los psicólogos evolutivos. Todo es "sabiduría" en tanto que nos permite profundizar en la naturaleza humana y cuestionar nuestra sociedad misma desde el conocimiento informado.
Te recomiendo, El animal divino y Etnologia y eutopia de Gustavo Bueno.Tienes un afán por aprender como he podido comprobar que eres idoneo para tal recomendación, en breve voy exprimir tu blog pues tienes reseñas de libros que tengo pendientes por leer y me serviran para la lectura. Enhorabuena, por tu empeño...
ResponderEliminarGracias, javi, por tu recomendación que tendré en cuenta, y por tu apoyo.
ResponderEliminaroye, quiero citarte en un trabajo. me darias tu nombre?
ResponderEliminarPara ponerte en contacto conmigo, ahí tienes mi email, pero, de todas formas, solo soy un aficionado a las ciencias sociales. No tengo titulación académica y no he publicado nada, lo siento.
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