jueves, 5 de agosto de 2021

“El poder de los ideales”, 2015. Damon y Colby

  Una aproximación habitual a la pregunta de cómo evoluciona la moralidad suele llevar a la conclusión de que los cambios morales vienen dados por el entorno social, y que los individuos no participan apenas en ellos. Según este relativismo moral, no eran malos hombres quienes vendían y compraban esclavos en su época, o quienes aún hoy castigan a las mujeres adúlteras con la muerte: simplemente siguen los criterios morales de su tiempo y lugar. Sin embargo, a quienes se consideran partícipes de la modernidad ilustrada, semejante idea les repugna. Creemos que existe una moral objetiva, acorde con la naturaleza humana y que es difícilmente compatible con el relativismo. ¿Es ciertamente así?

Los argumentos en favor de la esclavitud, ahora y en el pasado, están desprovistos de verdad moral  (p. 202)

Estamos de acuerdo en que las fuerzas biológicas, culturales y situacionales juegan papeles significantes (…) [pero] intentamos mostrar el papel particular de los ideales dentro del contexto de otras influencias psicológicas con respecto a las elecciones morales (p. xix)

  El psicólogo William Damon y la educadora Anne Colby, en su defensa del idealismo moral basado en el razonamiento de las personas virtuosas, en parte utilizan como vehículo de su argumentación el contraste con lo que llaman la “nueva ciencia de la moralidad”, que defienden autores como Jonathan Haidt y Joshua Greene, según la cual el origen de la moralidad se encuentra en la reacción emocional –inconsciente- ante las infracciones morales. Tales reacciones emocionales vendrían dadas por el contexto y no pueden ser sometidas por una virtud racional.

La nueva ciencia de la moralidad señala a un sentimiento inmediato, no mediado, con gran contenido de elevación moral y sentimiento cálido en respuesta a historias y modelos de bondad humana como una de las reacciones emocionalmente construidas que dan lugar a la moralidad humana. Pero la investigación reciente sobre los mecanismos biológicos que están asociados con la inspiración moral apoya nuestra afirmación de que la reflexión y la conexión de la instancia particular con ideas y principios morales más generales son partes críticas de este proceso  (p. 79)

  Es decir, según la “nueva ciencia de la moralidad” se da ese “sentimiento inmediato” de elevación moral como incentivo emocional a la hora de seguir una “inspiración moral”. Esto coincide bastante con lo que decía el gran Hume acerca de la “simpatía” como motivadora del comportamiento moral. Ahora bien, se da por supuesto que tales reacciones incontrolables dependen del contexto social.

Las costumbres que se construyen [por presión cultural] pueden dar a ciertas respuestas sociales una cualidad automática (p. 60)

   Pero que esto en buena medida sea así no significa que, en ocasiones, no podamos participar intencional y racionalmente en el perfeccionamiento moral al aplicar nuestras convicciones en una serie de ideales.  Experimentamos “simpatía” por nuestros semejantes en buena parte como consecuencia de la cultura y las costumbres, pero, puesto que sabemos que tales cultura y costumbres se ven sometidas a cambios, ¿no tiene sentido que nuestras convicciones participen en tales cambios de las costumbres morales? 

  Nadie duda de que nuestra percepción moral puede cambiar (nuestras ideas sobre el machismo, por ejemplo). No negar el carácter “instintivo” de ciertos comportamientos no quiere decir que no podamos educarnos moralmente a nosotros mismos en un sentido determinado (ingresando en una congregación religiosa o frecuentando nuevos círculos de amistades…). Lo que construye la presión cultural, también podemos, en buena medida, construirlo nosotros mismos. Aquí es precisamente donde los autores consideran que intervendría el idealismo: podemos educarnos a nosotros mismos para vencer nuestros instintos morales más siniestros. ¿No conocemos todos casos de personas que han logrado superar su odio inicial, por ejemplo, a quienes son de raza negra o a los homosexuales?

La gente puede aprender a regular sus propias emociones (p. 77)

  Ideas y principios implican la participación de la parte racional de la mente a la hora de evaluar lo justo e injusto. Lo racional puede gobernar lo emocional.

Este es un libro sobre el compromiso moral, sobre cómo se desarrolla cuando algunas personas son capaces de sostenerlo frente a la presión, y qué sucede cuando [este compromiso] es llevado a cabo en grandes escenarios públicos por los líderes mundiales (p. xi)

  Los autores ponen un gran énfasis en la importancia de los comportamientos ejemplares. Personajes ejemplares (como Nelson Mandela, Eleanor Roosevelt o Jane Addams, que aquí se mencionan) pueden tener su importancia, pero otros muchos casos de individuos o grupos son también inspiradores (pensemos en el comportamiento ejemplar de los monjes medievales o el de los cuáqueros de Estados Unidos). Lo esencial es señalar que los cambios éticos se suceden unos a otros, pero que todos tienen que comenzar por aparecer de forma evidente a la vista de la sociedad por la obra de algunos individuos o grupos que más adelante muy bien pueden ser vistos como pioneros. 

   Toda creatividad es la suma y combinación de aportaciones individuales dentro de una sociedad, pero no exagerar el papel de las iniciativas rupturistas no debe implicar ignorarlas. Todos aprendemos unos de otros… y algunos son los primeros en aprender.

Las vidas de personas que son reconocidas generalmente como excepcionalmente morales muestran lo que la moralidad puede ser  (p. 30)

  Ver la moralidad como un estilo de vida virtuoso resulta un buen recurso didáctico y nos muestra cómo se inician los procesos de cambio moral.

Las capacidades para un crecimiento moral continuado, como la tendencia para evitar racionalizaciones que excusen el comportamiento inmoral, requieren que las personas sean honestas con ellas mismas y capaces de aprender de otros con una mente abierta. Igualmente, cuando las personas han llegado a ver que no son el centro del universo, sino más bien uno entre muchos, cuando son capaces a veces de distraer su atención de su propio bienestar y ponerla en el bienestar ajeno, los motivos en competencia prevalentes –protección y avance del yo- disminuyen. Cuando su compromiso con sus ideales y metas morales son lo suficientemente profundos, cuando se sostiene una fe moral, las preocupaciones propias de la competitividad pierden su poder. Estas tres cualidades –honestidad interior, humildad y fe- son todas virtudes que ayudan a guiar el crecimiento moral en una dirección positiva. (p. 86)

  La humildad no es para los autores una mera mansedumbre o sentimiento de inferioridad.

Verse a uno mismo como parte de un todo mayor, mantener las cosas en perspectiva, ayuda a visionar el sufrimiento que es inevitable en la vida humana y proporciona la base para el significado y el propósito. Una humilde disposición de sentir con los demás proporciona la base para fuertes vínculos con otras personas que son una bien conocida fuente de salud, fortaleza y bienestar. La apertura de mente y un juicio honrado son prerrequisitos para continuar el crecimiento  (p. 151)

Un elemento esencial de la humildad se refiere al hábito de poner el foco de atención y la energía en las tareas por hacer, en las otras personas y en su bienestar, más que en una constante consideración de las implicaciones de cada suceso para uno mismo (p. 149)

  Una serie de virtudes humanas, más o menos bien definidas, nos dan la guía del comportamiento moral correcto, pero ¿cómo lograr difundir virtudes e ideales hasta el punto de que podamos “interiorizarlos” –emocionalmente- como base de nuestra conducta?  Alcanzar la virtud solo puede producirse como resultado de un entorno social que fomente nuestra misma capacidad para juzgar virtuosamente. La gran esperanza actual está puesta en la educación.

En su forma gradual, no dramática, la educación puede ejercer una influencia duradera en la conducta de los individuos y la atmósfera moral de las sociedades. La educación puede elevar las mentes de los ciudadanos, especialmente de aquellos que están formando aún sus orientaciones morales. A medida que la gente llega a comprender y querer los ideales morales, es más probable que actúe de acuerdo con ellos  (p. 206)

  La educación como medio de expandir la moral no se refiere únicamente al discurso moral explícito dentro del sistema educativo estatal. Educación es, por encima de todo, promoción del racionalismo y la objetividad del juicio.

Aparte de modos orwellianos de cambio de comportamiento, la única forma de promover la elección y el compromiso es mediante la educación que compromete la mente consciente (p. xx)

Gracias a la educación que sostiene la comprensión moral, la gente puede aprender a percibir exigencias situacionales ilegítimas y actuar para resistirlas. Más que ser siempre víctimas de su contexto, la gente puede enfrentarse a éste e incluso a veces tener éxito en cambiar tales contextos (p. 14)

  Sin embargo, se echa de menos una visión menos convencional de la moralidad. ¿Qué hace pensar que nuestro estilo de vida democrático es el ideal moral definitivo?

La determinación de que una ideología política democrática tiene una legitimidad mayor que una ideología nazi puede hacerse en base a fundamentos no arbitrarios al mostrar (fácilmente) que la ideología nazi ofrecía menos justicia, libertad, derechos humanos, honradez y compasión que cualquier otro estado democrático que lo precedió o siguió (p. 202)

  En realidad no habría sido tan fácil demostrar que la ideología nazi ofrecía menos bienes socialmente gratificantes si los nazis hubieran ganado su guerra y hubiesen mantenido su visión neodarwinista de razas superiores e inferiores naturalmente enfrentadas. De la misma forma que la humanidad aceptaba la esclavitud y hoy acepta la desigualdad económica extrema (tanto más extrema hoy en cuanto que contamos con más riquezas que nunca) la moralidad de una Europa nazi habría podido convencer a muchos de que “libertad”, “derechos humanos” o “compasión” eran valores improductivos y contraproducentes.

  De la misma forma, en dictaduras actuales como Cuba o China, no son simples ignorantes quienes consideran que establecer democracias de tipo occidental podría llevar a incrementos terribles de delincuencia común y desigualdad económica (si comparamos la dictadura cubana con la democracia hondureña, por ejemplo) o bien a una espantosa guerra civil (si comparamos lo sucedido en la ex Unión Soviética después de 1991 con lo que podría suceder en una China democratizada). También las democracias liberales de nuestra época aceptan límites como mantener la prohibición de la venta de drogas, denegar el derecho a la secesión de las regiones para constituirse como nuevas naciones o perseguir a los inmigrantes, personas que tan solo buscan mejorar su vida con un trabajo honrado.

  No es por tanto el sistema político democrático occidental el que resulta imbatible desde el punto de vista racional, sino más bien lo que resulta imbatible es el papel que el idealismo moral puede jugar en la mejora social.

Como regla, la gente se ve influida por su experiencia cultural, pero no están a su merced. La socialización cultural puede ser poderosa pero las evaluaciones de los individuos y las críticas de sus culturas finalmente determinan sus elecciones morales –y a veces incluso la futura dirección de la misma cultura. (p. 201)

La verdadera fe se fundamenta en la sabiduría (p. 161)

La sabiduría (…) requiere comprender lo que es verdaderamente importante a largo plazo (p. 161)

  La consideración racional y libre de prejuicios nos señala tanto el acierto de las reformas sociales democráticas en Occidente -con sus limitaciones- como las amenazas para el futuro y, sobre todo, las posibilidades de continuar la mejora social por caminos convencionales o no. La sabiduría no es el sentido común, ni el academicismo científico ni la fe irracional. La sabiduría es la racionalidad puesta al servicio de la virtud. Es a nivel de “virtud” que el idealismo moral cobra sentido. La virtud implica una disposición racional benévola, compasiva y afectiva hacia los semejantes; una disposición que es natural en el ser humano –pero que requiere estímulo- y que garantiza las relaciones de confianza sin las cuales una cooperación inteligente no podría desarrollarse en plenitud.

  Un nazi puede contradecir la virtud de forma racional –“el fin justifica los medios”, “el mayor bien para el mayor número”- y un fundamentalista islámico virtuoso puede mantener su fe solo si excluye la racionalidad. Pero una práctica constante y sincera de la virtud que haga uso de la racionalidad podría construir un idealismo propiamente humano que superase cualquier condicionamiento del “contexto”.

Lectura de “The Power of Ideals” en Oxford University Press, 2015; traducción de idea21

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