domingo, 15 de noviembre de 2020

“La evolución del progreso moral”, 2018. Buchanan y Powell

  Si partimos del principio de que el progreso del ser humano implica el progreso moral, urge averiguar  cómo se produce éste. Y si partimos del principio de que en los últimos dos o tres siglos ha tenido lugar un gran “progreso moral” tenemos ahí un objetivo próximo para llevar a cabo la averiguación. Cuanto más aprendamos de cómo se producen los avances, mejor podremos ayudar a continuarlos.

  Para los filósofos Allen Buchanan y Russell Powell, la era de la Ilustración ha supuesto hasta hoy la mejor época del progreso moral. Y la ideología de los Derechos Humanos supone el mayor logro de este progreso.

El moderno movimiento de los Derechos Humanos (…) es la expresión institucional más completa de la moralidad inclusivista hasta ahora  (p. 398)

  ¿Qué es la moralidad inclusivista

La inclusividad  (…) [son los] cambios que implica extender un básico estatus de igualdad o alguna clase de reconocimiento moral a las clases de individuos que previamente se habían visto excluidos de ellos (p. 15)

  Por ejemplo, incluir a los extraños además de a los parientes, a los extranjeros además de a los compatriotas, a las mujeres además de a los hombres… Tiene mucho que ver, por tanto, con la empatía y sus consecuencias altruistas. Y la inclusividad nunca fue fácil de lograr.

Cualquier esfuerzo para llevar a cabo ideales inclusivistas se enfrentará a una seria resistencia por parte de las tendencias exclusivistas que fueron seleccionadas en el remoto pasado humano  (…) El progreso moral inclusivista es un sólido candidato para un importante tipo de progreso moral –posiblemente el tipo más importante  (p. 142)

  En un principio, en las condiciones del “estado de naturaleza” de la Prehistoria, el individuo solo actuaba para favorecerse a sí mismo y a los parientes de la familia –extensa- a la que pertenecía. Era el “sálvese quien pueda”, el mayor “exclusivismo”.

Las condiciones de enfermedades infecciosas, inseguridad física, conflicto interétnico y bajos niveles de productividad dan lugar a respuestas de exclusivismo moral, lo cual a su vez retroalimenta la exacerbación y perpetuación de las condiciones que dan lugar a tendencias exclusivistas  (p. 210)

  De ahí, una de las primeras lecciones de este libro: el progreso moral requiere de ciertas condiciones económicas favorables. Esto puede formularse de una manera un tanto atroz pero muy clara: los ricos pueden permitirse el lujo de ser buenos; los pobres se embrutecen.

En favorables entornos (de gran prosperidad económica) en los cuales las duras condiciones del entorno humano originario hayan sido paliadas, las innovaciones culturales pueden crear oportunidades para que la gente ejerza la capacidad para la normatividad de fin abierto de forma que ayude a activar el potencial de plasticidad adaptativa que permite las respuestas morales inclusivistas  (p. 313)

   La “normatividad de fin abierto” implica que, si bien nuestra condición moral innata nos predispone a aceptar las reglas sociales -¿cómo podríamos vivir en sociedad, si no?- el objetivo de estas reglas es por completo dependiente de las costumbres, el orden social o la ideología en particular: matar al extranjero está bien; matar al enemigo está bien; matar al criminal está bien; matar solo está bien cuando se trata de castigar un crimen especialmente grave; no está bien matar bajo ninguna circunstancia. Al cabo de los tiempos, han tenido lugar grandes cambios en la normatividad moral para bien.

Ejemplos notables de progreso moral no son difíciles de encontrar: considérese, por ejemplo, el cambio de un mundo en el cual la esclavitud era ubicua y aceptada como natural a uno en el cual está condenada universalmente y ya no existe en la mayoría de la humanidad, el creciente reconocimiento de los derechos de igualdad de la mujer en muchas sociedades, el creciente reconocimiento  en prácticas y creencias de que hay límites morales sobre cómo podemos tratar (al menos algunos) a los animales no humanos, la abolición de los castigos crueles en muchos países y de los castigos más crueles en todas partes, la noción de que la guerra debe ser moralmente justificada y el reconocimiento y (sin duda imperfecta) institucionalización de la idea de que el pueblo es soberano o al menos que el gobierno debería servir al pueblo más que al revés (p. 2)

   Todo esto se fue haciendo posible poco a poco. Pero ¿cuál es la mecánica del proceso?

Ofrecemos una teoría de las condiciones bajo las cuales (…) es probable que suceda el progreso moral, basada en un análisis de las condiciones bajo las cuales ya ha sucedido, a la luz de los mejores pensamientos evolutivos disponibles acerca de los orígenes de la moralidad humana  (p. 19)

   Ya hemos visto una condición: cierta prosperidad económica. No es casualidad que la Atenas de Sócrates y Platón fue una de las ciudades más ricas de su época. Tampoco que lo mismo puede decirse de Holanda e Inglaterra del siglo XVII en adelante.

Un entorno social en el que los mercados se desarrollan bajo condiciones de seguridad física recompensa a los individuos que desarrollan mejor control de los impulsos así como la capacidad de predecir las consecuencias futuras de sus acciones y represiones. (p. 315)

  La seguridad física permite la prosperidad. Y cuanta más prosperidad, más moralidad que da lugar a más armonía social, la cual a su vez facilita la seguridad física

  En esta línea, está claro que el rey favorecerá la paz social, pero quizá no tanto los señores feudales, pues para ellos las trifulcas locales pueden proporcionarles oportunidades para enriquecerse a expensas de otros. De modo que no todos se benefician por igual de la paz social a gran escala.

  Por otra parte, al rey no le basta con decretar: “¡hágase la paz!” como recurso para contar con un buen gobierno de sus estados. Bien le gustaría, pero el origen de la armonía social –el progreso moral- no está en las decisiones políticas, ni tampoco en el éxito económico. Éxito económico y político son, más bien, condicionantes para que la evolución moral se ponga en marcha y no sea obstaculizada. Reyes y mercaderes la favorecerán en la medida de lo posible. Esto no siempre estuvo tan claro como ahora pero, en cualquier caso, la idea de que al extranjero no hay que matarlo, sino acogerlo con hospitalidad y tal vez comerciar con él, tuvo que abrirse paso de alguna forma en la mente del hombre primitivo. Y eso no fue una decisión política.

La moralidad incluye recursos para afrontar ciertos problemas fundamentales de cualquier sociedad humana. Estamos de acuerdo con la afirmación de los teóricos evolutivos de que la moralidad es –aunque solo en parte- una “tecnología social” funcional para enfrentar ciertas exigencias que son ubicuas en la ecología humana (p. 387)

  Entonces, de lo que se trata es de que los factores políticos y económicos aprovecharon esta “tecnología social” disponible –nuevas ideas morales emocionalmente asumidas que constituyen el contenido del progreso moral- y la fomentaron y apoyaron… cuando las condiciones del entorno lo hicieron viable.

  ¿Qué formas toma esta “tecnología social”? Una de ellas, sin duda, es la ideología.

Creemos que las ideologías funcionan como mapas sociales evaluativos que orientan a los individuos en su mundo social  (p. 404)

  Las “ideologías” no siempre existieron en la forma actual. Los “mapas sociales evaluativos” solían en tiempos antiguos aparecer como mitos y, más adelante, como doctrinas religiosas. Sin duda la Ilustración fue un gran salto adelante en el progreso moral al proveernos de nuevos “mapas sociales evaluativos” con aspiraciones de racionalidad incluso científica, pero esto no surgió de forma espontánea ni, desde luego, por conveniencia política o económica. Uno de los ejemplos de progreso moral más utilizados en este libro es la abolición de la esclavitud a finales del siglo XVIII en Gran Bretaña.

No puede negarse que las organizaciones religiosas, especialmente los grupos protestantes inconformistas, jugaron un papel central en el movimiento [abolicionista británico]. Pero sería un error confundir este hecho con la afirmación más dudosa de que el cristianismo fue la principal fuerza impulsora del movimiento, si esto quiere decir que los cambios en creencias y compromisos religiosos fueron su causa primaria  (p. 323)

  Si no la “causa primaria”, la evolución del contenido moral de las doctrinas religiosas es un elemento a considerar. Los reyes no decretaban la virtud, pero protegían a los predicadores de ésta… que bien podían ser filósofos apaciguadores (como Séneca o Confucio) o bien podían ser profetas y propagandistas religiosos menos convencionales, como era el caso de las llamadas “religiones compasivas”, como el budismo o el cristianismo. 

  Es un error considerar que el progreso moral ha tenido como fin el incremento de la riqueza para reyes y príncipes; pero sí es cierto que estos aprovecharon para su beneficio un movimiento de progreso moral preexistente.

  Otro elemento notable es la difusión de determinadas prácticas culturales. Por ejemplo, el gusto por leer novelas y otras narraciones acerca de las vivencias humanas ajenas.

Ha sido con frecuencia señalado que el periodo durante el cual se originó y floreció el movimiento abolicionista británico testimonió también el nacimiento y la difusión de la novela –una de las grandes tecnologías capaz de comprometer  la imaginación humana y las emociones morales de forma que nos permita trascender los confines estrechos de la nacionalidad, clase, raza y género, mediante la identificación con caracteres ficticios de entornos diversos  (p. 322)

  “Caracteres ficticios” eran también los personajes míticos, pero la proximidad de los personajes ficticios al “hombre común” que se da en la novela supone un importante marcador de “inclusivismo”. Este fenómeno de identificación con las emociones ajenas se conoce en general como empatía.

La empatía se ha demostrado que lleva al altruismo  (p. 362)

  Sería muy difícil demostrar cuál es el factor predominante del progreso moral. Identificarlo sería muy valioso, pues es ahí donde habría de incidirse hoy.

Si ha habido progreso moral y si puede ser alcanzado hoy o en el futuro se trata seguramente de una de las cuestiones más importantes que un ser humano puede plantearse (p. vii)

  El progreso moral es algo más que los cambios legales. Es, sobre todo, el fenómeno cultural de “interiorizar” determinados valores -o patrones de conducta- relativos a las relaciones humanas. Un valor moral está “interiorizado” cuando el individuo dentro de una cultura determinada reacciona emocionalmente y de forma automática a una situación o dilema de tipo social en el ámbito interpersonal. El ejemplo más relevante es el del reconocimiento de lo sagrado. Si una blasfemia produce una reacción automática de ofensa, también sucede algo parecido cuando se da una manifestación flagrante de racismo o machismo en la sociedad progresista moderna. Si lográsemos que unos determinados criterios morales de la máxima prosocialidad fueran interiorizados como “sagrados” habríamos quizá resuelto el problema.

Innovaciones culturales en la forma de nuevas normas morales, razonamiento moral más sofisticado y nuevas técnicas de toma de perspectiva pueden remodelar las respuestas morales  (p. 212)

  Consideremos un ideal moral aún no alcanzado: una concepción “inclusivista” que nos haga rechazar toda violencia, toda conducta dañina para otros, toda indiferencia ante el sufrimiento ajeno así como que promueva una actitud constante de benevolencia universal. Éste sería, bastante objetivamente, el ideal máximo de prosocialidad, que a su vez generaría unas relaciones humanas de extrema confianza mutua a nivel universal con grandiosas posibilidades económicas.

Podemos identificar con seguridad varios tipos de progreso moral que ya han sucedido y sacar conclusiones sobre la necesidad de más progreso con respecto a esos tipos, mientras reconocemos que nuevos tipos que no podemos ahora siquiera imaginar pueden aparecer en el futuro (p. 382)

  Supongamos que queremos promover nuevos tipos [de progreso moral] que no podemos ahora siquiera imaginar  -¡tratemos de imaginarlos!- , que ya no nos conformamos con el ideal de los Derechos Humanos actual –un ideal de tipo “negativo”: no harás daño a los demás… pero tampoco estás obligado a hacerles bien. ¿Qué sabemos acerca de la evolución del progreso moral que nos pueda ser útil a la hora de promover el progreso moral máximo?

  Sabemos, por supuesto, que la prosperidad económica siempre ayuda. Sabemos también que la racionalidad ayuda también. Sabemos que determinados condicionantes culturales –aparte de la riqueza económica y la racionalidad- son también de gran ayuda, como es el caso de la ilustración, la ciencia y la narrativa psicológica en la literatura.

El razonamiento moral consistente es con frecuencia facilitado por técnicas de cambio de perspectiva disponibles solo para los alfabetizados (p. 318)

Hay un numero de irreductiblemente diferentes –y conceptualmente bastante diferentes- tipos de progreso moral, desde las mejoras en razonamiento moral y en comprensión de posiciones y estatus morales hasta mejores conceptos de las virtudes y de la responsabilidad moral hasta cambios decisivos en la definición de la misma moralidad. (p. 382)

  Con todo, tales condiciones siguen sin determinar el contenido de la acción moral. Éste parece hallarse en la concepción de la virtud, que tiene que ver con las ideologías conectadas con las emociones (y, a este respecto, hay quienes definen la religión como “educación de las emociones”). 

Una mejor comprensión de las virtudes, como cuando la comprensión del honor, que antes se limitaba a la castidad y sumisión en el caso de las mujeres y la disposición para responder con violencia a los insultos en el caso de los hombres, da paso a una noción más compleja que enfatiza la autonomía, integridad y dignidad, donde la dignidad se comprende como que incluye un rechazo a recurrir a la violencia  (p. 55)

  El auténtico progreso moral parece relacionado entonces con una virtud que promueve las relaciones pacíficas. ¿Es tal vez la paz y la armonía afectiva algo deseado por todos los seres humanos y que se da por defecto cuando las condiciones lo permiten?, ¿o, más bien, el progreso moral exige cambios en nuestro estilo de vida que siempre resultarán difícilmente concebibles en la época previa al cambio?

Considérese, por ejemplo, una supuesta sociedad ideal en la cual la gente es del todo imparcial en sus apegos y compromisos, donde el altruismo e incluso el amor son literalmente universales y en el cual la economía es de alguna forma impulsada no por el interés propio sino por un deseo de contribuir al bien común. Tal ideal puede parecer moralmente deseable, pero es tan diferente de nuestro mundo que hay poca razón para creer que sea posible o, si se obtuviese, que fuera óptimamente apreciado  (p. 104)

El estado ideal será óptimo para aquellos que lo habiten porque ellos estarán moldeados por él de tal forma que eso les asegurará una buena adaptación; ellos serán bastante diferentes a nosotros. La dificultad está en que, tal como somos ahora, tenemos pocas razones para creer que esta predicción de buena adaptación sea válida, primariamente porque no sabemos lo bastante sobre cómo serían tales seres “mejorados”  (p. 104)

   Ciertamente, aspiramos a un orden moral que presagia un estilo de vida no convencional futuro. Pero quizá los intelectuales ilustrados del siglo XVIII ya presentían algo parecido. 

El hecho de que actualmente no somos motivacionalmente capaces de actuar según las normas morales consideradas que hemos llegado a endorsar no es una razón para recortar esas normas; es una razón para ampliar nuestra capacidad motivacional (…) de modo que alcance a las exigencias de la moralidad considerada  (p. 185)

  Una sugerencia: aprovechemos nuestra actual educación psicológica para elaborar –siguiendo un poco la tradición de las experiencias monásticas y puritanas- modelos minoritarios explícitos de conducta prosocial que tengan en cuenta todos los elementos emotivos e intelectuales propios de un ideal humanista más ambicioso, ése que hoy por hoy es tan diferente de nuestro mundo que hay poca razón para creer que sea posible o, si se obtuviese, que fuera óptimamente apreciado

   El mundo de mañana nunca es fácil de comprender desde el hoy o el ayer. Pero la experiencia nos dice que vale la pena arriesgarse a cambiar  y que el cambio no puede producirse al mismo tiempo en todas partes: muy al contrario, en un principio son minorías las que poco a poco se expanden, pero con antelación han debido de surgir en alguna parte y de algún modo. Solo a partir de ese momento pueden comenzar a afectar gradualmente a todo el mundo convencional.  

Lectura de “The Evolution of Moral Progress” en Oxford University Press 2018; traducción de idea21

2 comentarios:

  1. Algunas hipótesis son más exigentes con respecto al progreso moral, como Peter Singer ("The Expanding Circle") y David Livingstone Smith ("Less Than Human"); este último cuenta con excelentes estudios sobre los procesos de deshumanización y cómo se pueden desencadenar.¡Podría escribir sobre eso!

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    1. Hola!

      Bueno, a Peter Singer ya lo tengo http://unpocodesabiduria21.blogspot.com/2014/06/el-circulo-expansivo-1981-peter-singer.html

      Pero no conocía el libro del señor Smith que menciona, aunque el asunto de la "deshumanización" sí creo haberlo tocado alguna vez. Por supuesto, merece una lectura más atenta. A no mucho se verá ese libro por aquí. Gracias mil por la sugerencia.

      Por otra parte, el "proceso de deshumanización" no trata directamente del "progreso moral" sino de la "regresión moral". Por desgracia, es más fácil desarrollar la antisocialidad que la prosocialidad... ¿el principio de la entropía?

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