miércoles, 5 de septiembre de 2018

“En defensa de la Ilustración”, 2018. Steven Pinker

  Steven Pinker es un renombrado científico social y también un escritor de éxito. En la línea de sus obras anteriores nos presenta un libro en el que hace alarde de racionalidad y ecuanimidad para convencernos de que existe una ideología, una concepción del mundo, que protagoniza el progreso y que está teniendo éxito, pero que nos pasa inadvertida y que requiere una defensa.

Presentaré en este libro una concepción (…) del mundo, basada en los hechos e inspirada por los ideales de la Ilustración; esto es: la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. Espero demostrar que los ideales ilustrados son eternos, pero jamás han sido más relevantes de lo que lo son en la actualidad. (…) Más que nunca, los ideales de la ciencia, la razón, el humanismo y el progreso necesitan una defensa incondicional.

  A diferencia de otras ideologías o concepciones culturales, como el cristianismo o el marxismo, la Ilustración no tiene fundadores carismáticos ni textos reverenciados. Se trata de la gradual convicción de que los seres humanos hemos de afrontar nuestros conflictos sociales y de convivencia haciendo uso de criterios de racionalidad para hallar el bien común.

Apliquemos enérgicamente el estándar de la razón a la comprensión de nuestro mundo y no recurramos a generadores de engaño como la fe, el dogma, la revelación, la autoridad, el carisma, el misticismo, la adivinación, las visiones, las corazonadas o el análisis hermenéutico de los textos sagrados.

La aplicación deliberada de la razón era necesaria precisamente porque nuestros hábitos de pensamiento comunes no son sobre todo razonables.

  La parte “no razonable” de nuestro pensamiento (el prejuicio, las tradiciones, la superstición, las “primeras impresiones”…) es la que exige la crítica contrastada constante. De esa forma, el ideal del razonamiento es la ciencia. La ciencia que, a su vez, es la misma que permite la mejora de la tecnología que tantos beneficios materiales nos aporta.

    Este racionalismo sería la base también de lo que se suele llamar “humanismo”.

Los pensadores de la Era de la Razón y la Ilustración veían una necesidad apremiante de dotar a la moral de una fundamentación secular (…)  [que] privilegia el bienestar de hombres, mujeres y niños individuales por encima de la gloria de la tribu, la raza, la nación o la religión

   Si lo pensamos bien, esta visión del mundo ha sido ya gradualmente aceptada en el mundo entero hasta el punto de que poderosos sistemas culturales con otro origen –la China comunista, la Iglesia Católica- sucumben tácitamente ante él e incorporan sus concepciones de tolerancia y benevolencia cívicas.

   Parece cierto que determinadas sociedades del mundo “ilustradas” han alcanzado los mayores niveles de bienestar conocidos hasta hoy. Dinamarca o Nueva Zelanda son naciones no solo prósperas económicamente, sino también más “felices” en el sentido de tener menos criminalidad, más bienestar material y más satisfacción personal, pero lo que no queda tan claro es cómo han llegado a desarrollarse hasta ese punto. Por qué los criterios racionales, ilustrados, humanistas y científicos han sido allí mejor aceptados que en otras partes del mundo…

  Para muchos, lo que sucede es que en estas sociedades se ha dado una evolución ética previa… y que en ésta algo ha tenido que ver un determinado cambio religioso que tuvo lugar en su pasado inmediato (se trataría del cristianismo reformado). Pinker, por su parte, nos pretende vender el lote completo, de prosperidad económica y desarrollo ético, pero resulta más útil centrarnos en lo segundo, pues lo primero parece más bien haber sido su consecuencia.

La evolución selecciona en pro de los sentimientos morales: compasión, confianza, gratitud, culpabilidad, vergüenza, perdón e ira justificada. Una vez instalada en nuestra constitución psicológica, la compasión puede expandirse mediante la razón y la experiencia para abarcar a todos los seres sintientes

    Es probable que, sin esta evolución moral previa, los sabios ilustrados del siglo XVIII hubieran sido igual de arrogantes que los sabios inspirados por Pitágoras y Platón dos mil años atrás, y en consecuencia tampoco en nuestra época se habrían dado el humanitarismo, el desarrollo científico y el liberalismo político que en la Antigüedad no aparecieron. Si la ciencia moderna pudo evolucionar de Arquímedes a Galileo, si los reyes medievales toleraron la creciente independencia de las ciudades libres, si inventar la imprenta acabó valiendo la pena, todo esto fue fruto de una evolución moral muy lenta que, muy probablemente, en mil años de Edad Media (de monasterios, de Cruzadas, de escolasticismo, de herejías…) acabó llevando al Renacimiento y la Reforma.

Estamos dotados del sentimiento de compasión (sympathy), que también llamaban benevolencia, piedad y conmiseración. Dado que estamos equipados con la capacidad de compadecernos de otros y empatizar con ellos, nada puede impedir que el círculo de la compasión se expanda desde la familia y la tribu para abrazar a toda la especie humana, especialmente a medida que la razón nos incita a percatarnos de que no hay nada exclusivamente meritorio en nosotros mismos ni en los grupos a los que pertenecemos 

   Pensemos, por ejemplo, en cómo los legisladores ilustrados (siglo XVIII) comenzaron a moderar gradualmente la justicia penal.

El castigo a los criminales, sostenían, no es un mandato para implementar la justicia cósmica, sino parte de una estructura de incentivos que disuade de cometer actos antisociales sin causar más sufrimiento del que impide. (…) Los castigos crueles, con independencia de que sean o no «merecidos» en algún sentido, no resultan más efectivos para impedir el daño que los castigos moderados pero más certeros, e insensibilizan a los espectadores y embrutecen a la sociedad que los implementa.

  Es absurdo considerar que, en el siglo XVIII, Beccaria supiese que su sistema era más efectivo. Hoy pretendemos saber que lo es, pero eso era imposible de demostrar entonces. Lo que resulta más eficiente en todos los ámbitos de la convivencia humana es la cultura compasiva de las sociedades que, por ser compasivas (y solidarias, asistenciales para los desafortunados), son gradualmente más humanitarias también en la justicia penal… Lo que Beccaria y otros promovían no era tanto la eficiencia de la justicia penal, sino una justicia penal acorde con una sociedad comparativamente más compasiva que la anterior y que demandaba una permanente rebaja de las manifestaciones públicas de crueldad. Y, siendo incapaces de demostrar que su nueva concepción iba a ser más eficaz en reprimir el delito, está claro que estaban dispuestos a afrontar los posibles inconvenientes de que, en alguna medida, la ley penal menos cruenta resultara menos disuasoria.

  Y en la economía…

Cuando la Revolución Industrial liberó un surtidor de energía utilizable a partir del carbón, el petróleo y la fuerza del agua, posibilitó el Gran Escape de la pobreza, la enfermedad, el hambre, el analfabetismo y la muerte prematura, primero en Occidente y progresivamente en el resto del mundo

  No, los principios básicos de la tecnología industrial ya eran conocidos en época del Imperio Romano y sin embargo no surgió entonces la Revolución Industrial porque los romanos ya tenían un sistema económico que funcionaba y no encontraban una motivación para mejorarlo. Tampoco entonces surgieron las ciudades libres, con sus gremios y sus concejos municipales.

   Y la pobreza pudo haber sido erradicada mucho tiempo atrás, ya que la agricultura siempre ha permitido crear excedentes de alimentos y de fuerza de trabajo suficientes (fue, por cierto, durante la “oscura” Edad Media cuando se logró duplicar la productividad del trabajo agrario con respecto al floreciente Imperio Romano). Las posibilidades de cooperación de una sociedad más compasiva permitió que tales creaciones se volvieron inevitables. Y fue una sociedad más compasiva la que toleró que el ingenio de los artesanos y la iniciativa de los mercaderes fuera gradualmente llevando a la sociedad industrial.

  La evolución moral impuso cambios. Estos cambios exigieron reajustes en el sistema económico y político. Y, a la hora de afrontar estos reajustes, las peculiaridades de la sociedad moralmente evolucionada resultaron también ser más provechosas a nivel práctico.

  La revolución humanitaria es anterior a la Ilustración, pero la Ilustración la haría mucho más evidente porque por primera vez la ética humanitaria se desvinculó de las tradiciones religiosas (y sus correspondientes e inevitables herejías…)

La asistencia a los necesitados tranquiliza la conciencia moderna, incapaz de soportar la idea de que la pequeña vendedora de cerillas muera congelada, que Jean Valjean sea encarcelado por robar pan para salvar a su hermana que se está muriendo de hambre o que la familia Joad de Las uvas de la ira entierre al abuelo al lado de la Ruta 66. (…) Aunque me asusta cualquier idea de inevitabilidad histórica, fuerzas cósmicas o arcos místicos de justicia, ciertas clases de cambios sociales realmente parecen impulsadas por una fuerza tectónica inexorable.

    El relato compasivo es anterior a Jean Valjean. El relato compasivo de mayor impacto sin duda fue el relato evangélico, que no tiene precedentes en la mitología de la Antigüedad (aunque un poco sí en la literatura, por ejemplo, en las tragedias griegas). Ni siquiera la condena a Sócrates contiene esos matices sangrantes de humillación de la virtud y de exaltación de la benevolencia en un relato referido a un líder moral de rango sagrado.

  Esta evolución moral continúa todavía hoy.

¿Los chistes intolerantes siguen siendo un vicio privado o han cambiado tanto las actitudes que resultan ofensivos, sucios o aburridos? (…) Las curvas [de los gráficos estadísticos] sugieren que los estadounidenses no solo se sienten más avergonzados que antes a la hora de confesar sus prejuicios; tampoco los encuentran tan divertidos en privado

   A la vista de estos cambios, lo más valioso sería aprender qué condiciones han impulsado la evolución moral.

Conforme las sociedades pasan de agrarias a industriales hasta convertirse en sociedades de la información, sus ciudadanos sienten menos ansias de defenderse de sus enemigos y de otras amenazas existenciales y están más ansiosos por expresar sus ideales y buscar oportunidades en la vida, lo cual provoca un cambio de valores hacia la búsqueda de una mayor libertad tanto para ellos mismos como para los demás. (…)La gente empieza a priorizar la libertad sobre la seguridad, la diversidad sobre la uniformidad, la autonomía sobre la autoridad, la creatividad sobre la disciplina y la individualidad sobre la conformidad. 

    En tal caso, la evolución moral sería un producto inevitable de la interacción humana a lo largo de generaciones, igual que lo fue el desarrollo de las artes y la tecnología. El grave obstáculo para tal evolución lo encontramos entonces en el embrutecimiento que es propio de la vida en precariedad.

La riqueza no solo proporciona las cosas obvias que el dinero puede comprar, como la nutrición, la salud, la educación y la seguridad (…) Los estudios de los efectos de la educación confirman que las personas educadas son realmente más ilustradas. Son menos racistas, sexistas, xenófobas, homófobas y autoritarias. Confieren un valor superior a la imaginación, la independencia y la libertad de expresión.

    Esto es coherente con el planteamiento de que solo con la sociedad agraria pudieron aparecer clases sociales privilegiadas que, en alguna medida libres del embrutecimiento de la precariedad económica, fueron poco a poco capaces de alcanzar mayores cotas de desarrollo ético. Tales clases superiores habrían ido influyendo a las clases inferiores. La clase superior es, desde luego, opresora (lo cual, desde el punto de vista actual, no suena mucho a “compasivo”), pero, por una parte, la violencia de su opresión (“violencia sistémica”) es preferible a la violencia del caos de la lucha de todos contra todos (igualdad sin autoridad), y, por otra parte, para justificar su opresión, a la clase superior le conviene obtener prestigio de su esperado mayor nivel ético.

   Se trata, pues, de un desarrollo muy gradual y complejo de las actitudes individuales ante el entorno humano cambiante, en el que influyen también el comercio, el pensamiento religioso, los cambios económicos y los cambios políticos. Pero los factores imprescindibles son la interacción humana dentro de un entorno de cada vez menor precariedad económica y las fórmulas simbólicas y estructuras éticas prosociales (que fomenten la benevolencia y por ello la confianza y por ello la cooperación) que se transmiten a toda la población para ser gradualmente interiorizadas (¿religión?).

    El progreso futuro quizá no se trate tan solo de un mero aumento cuantitativo de las instituciones y sistemas de gobierno democrático que hoy tenemos. Quizá la presión por la evolución moral conlleve cambios revolucionarios. Recordemos que los pensadores ilustrados del siglo XVIII no previeron una sociedad democrática con instituciones parlamentarias y con una economía industrial tal como resultó después ser la del siglo XIX. En el fondo, todo lo que esperaban era que –como los platónicos-, los ilustrados se convirtieran en consejeros de unos reyes más tolerantes y generosos. Y que tal vez la religión cristiana fuera sustituida por una espiritualidad más pura y vinculada con los valores ilustrados, por el estilo de la masonería… Es casi seguro que ni el sufragio universal, ni la igualdad absoluta entre los individuos ni el ateísmo entraron en sus planes.

  No debemos, por tanto, caer en el error de ellos de imaginar un futuro previsible, convencional pero “mejor”…

La visión del mundo que guía los valores morales y espirituales de una persona culta en la actualidad es la visión del mundo que nos ofrece la ciencia. Aunque los hechos científicos no dictan valores por sí mismos, ciertamente constriñen sus posibilidades.

    La ciencia social también puede desafiar los convencionalismos, algo que Pinker no valora. En su libro es muy crítico, por ejemplo, con el teísmo y el nacionalismo, pero ¿una civilización que rechace a Dios y a la patria seguirá siendo convencional en todo lo demás?, ¿se mantendrían, a pesar de todo, el sistema económico capitalista, la sociedad de consumo, la desigualdad, la familia nuclear y la meritocracia competitiva?, ¿seguiría existiendo la justicia penal?, ¿se enseñaría a los niños idiomas que dificultan sus relaciones humanas con quienes no los hablan?, ¿seguiría habiendo espectáculos violentos, deportes que simulan ser pequeñas guerras entre equipos o una sexualidad ambiguamente estigmatizada?

  Veamos, a modo de ejemplo de las limitaciones del planteamiento convencional de Pinker, cómo dibuja el conflicto ético aún existente entre utilitarismo y deontologísmo.

¿Podemos dotar a la moral humanista de un fundamento más profundo, capaz de excluir a los sociópatas racionales y de justificar las necesidades humanas que estamos obligados a respetar? Creo que sí que podemos. 

  Sí se puede, pero no a partir de la idea convencional de las necesidades humanas que estamos obligados a respetar. No se trata de obligaciones en función de necesidades, sino de continuar el proceso de condicionamientos sociales –ya no meramente educativos en el sentido pedagógico- que permiten la interiorización de un estilo de vida más benévolo. La auténtica necesidad humana es el desarrollo de la benevolencia mutua, y esta, una vez arraigada (“instalada en nuestra constitución psicológica”), ya no requiere el establecimiento de obligaciones.

  Como psicólogo, Steven Pinker sabe que la mayoría de los comportamientos prosociales no son resultado de obligaciones legales (hacer el bien por temor al castigo), sino de interiorización de pautas de conducta, y sin embargo no es capaz de concebir una civilización enteramente construida en base a este principio. Se sigue concibiendo el futuro como que esté constituido, al igual que nuestro mundo convencional actual, a partir de un sistema dual de coacción legal –normas penales- y proceso de interiorización moral.

  Todo ello, de forma parecida a como, en el siglo XVIII, incapaces de salir de su convencionalismo, Voltaire o Montesquieu promovieron el “despotismo ilustrado”, cuando lo acertado, lo racional, lo ilustrado, sería seguir explorando el mejor camino en la evolución moral. Hoy se trataría del desarrollo integral de estrategias psicológicas de interiorización de pautas de conducta prosociales… pautas de conducta que a su vez serían determinadas por criterios racionales, estuviesen tales pautas de acuerdo o no con nuestros prejuicios y tradiciones del momento. Esto sería la Ilustración definitiva. 

2 comentarios:

  1. Hola
    Me gustaría leer una vrcríti suya sobre "en defensa del altruismo" de Matthieu Ricard.
    Me parece un libro interesante y creo que puede aportar.

    Saludos cordiales
    Rodrigo

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  2. Gracias,Rodrigo, por la sugerencia. Tengo algo de Ricard y la visión sobre el altruismo de inspiración budista. Lo tengo aquí http://unpocodesabiduria21.blogspot.com/2016/10/el-monje-y-el-filosofo-1997-revel-y.html y lo menciono también en otras reseñas. Tengo algún otro libro suyo en espera, incluido el que mencionas. Bien visto...

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