Según el Génesis, “Dios creó al hombre a su imagen”. Según Aristóteles, “los hombres crean a los dioses siguiendo su propia imagen”.
Sin duda que el Dios omnipotente del Génesis en la realidad es más bien un objeto maleable de la imaginación humana que no otra cosa. Y, al igual que muchas otras creaciones de la sociedad humana (como el matrimonio, la monarquía, la guerra, la agricultura…), ha ido evolucionando a lo largo de cientos de generaciones. El autor de este libro, el sociobiólogo y divulgador Robert Wright, nos informa de que, en un principio, los cazadores-recolectores tenían muchos dioses, o espíritus (y a veces “tótems” de apariencia animal), después aparecerá el politeísmo clásico del mundo grecolatino o de la India actual, hasta llegarse finalmente al Dios único, numinoso y metafísico de los cristianos…
¿Cómo de importante es este asunto, también para los que no albergan creencias acerca de lo sobrenatural?
El Dios que aparece en las Escrituras –exista o no- tiende a desarrollarse moralmente. Esta progresión, aunque en ocasiones sea muy crípticamente y superficialmente aleatoria, se corresponde con la revelación del orden moral que subyace en la historia.
La evolución cultural empuja poco a poco a la divinidad, y en consecuencia a la humanidad, hacia la iluminación moral.
La humanidad protagoniza una evolución moral. La evolución moral es la que nos aporta los criterios de selección de individuos con fines asociativos que a la vez nos permiten mejorar en la vida social: menos violencia y más cooperación. ¿Y son las religiones el principal impulsor de esta evolución? ¿Lo han sido en el pasado, al menos?
Muchas personas (…) se comportan mejor, incluso son más felices, al pensar en un Dios consciente de su lucha diaria mientras les ofrece consuelo, afirmación o reprimendas. (…) Es bueno que haya quien se comporte modélicamente sin recurrir a ese tipo de asistencia, pero en cierto modo es sorprendente. El comportamiento humano, desde un punto de vista puramente natural, depende de su relación con el resto de sus congéneres.
Y los dioses son entidades personificadas –por lo tanto, hasta cierto punto “congéneres”- que aparecen como autoridades morales. Pero antes de convertirse en tales autoridades morales, la autoridad de Dios o los dioses tenía que ver con la inquietud trascendente de todo ser humano.
El sentimiento inherente del ser humano por encontrar un sentido a su existencia acechaba en todo momento (…) En todas las sociedades siempre hay alguien dispuesto a ganar reputación convirtiéndose en experto religioso. (…) Las sociedades sin expertos religiosos son una auténtica excepción, prácticamente una anomalía
Un ser imaginario, originado en principio para dar cohesión al grupo que comparte las inevitables inquietudes existenciales, acaba por servir de orientador moral. Este cambio probablemente comenzó en el Neolítico, y más adelante aún, en las religiones “de Escrituras” (posteriores a las más antiguas que se construían en torno a una tradición oral que narraba mitologías), las divinidades se convierten en el vehículo de todo tipo de historias, ejemplos, proverbios y mandamientos morales.
Las Escrituras tienen tanta importancia que si pudiéramos reemplazar mágicamente el Corán (o la Biblia) por un libro de nuestra elección podríamos probablemente hacer que musulmanes, judíos y cristianos fueran mejores personas.
Tendemos al progreso moral y determinados individuos, impulsados por las circunstancias sociales, crearían nuevas ideas morales que eran plasmadas en las religiones. Así puede que hayan evolucionado los dioses en tanto que entidades imaginarias inmensamente atractivas que dan soporte a nuestra actitud moral.
Podemos considerar que a lo largo de la historia de la humanidad se ha producido una especie de progreso moral, aunque solo sea porque la imaginación moral hoy abarca de forma inconsciente a círculos más amplios que los de cualquier pueblo cazador-recolector. Y seguramente la religión ha desempeñado un papel en este progreso.
La extensión de la imaginación moral nos obliga a ponernos en el lugar de los demás (…) y nos hace conscientes de que existen parecidos notables con nosotros mismos.
A medida que la empatía aumenta nos acercamos al amor, que podríamos definir como la apoteosis de la imaginación moral pues fomenta la identificación más íntima y la más intensa apreciación moral con quienes nos rodean.
Robert Wright identifica, pues, el progreso moral con el desarrollo de la “imaginación moral”, es decir, la capacidad para empatizar con nuestros semejantes. Y esta capacidad se ha ido incrementando a medida que Dios nos ha alentado a hacerlo.
La imaginación moral fue construida para ayudarnos a discriminar entre aquellos con los que podemos asociarnos de aquellos con los que no
En términos generales, la moral consiste en asignar reputaciones de fiabilidad a los diversos miembros dentro del grupo, pero la imaginación moral permite precisar cada vez más esa fiabilidad. El ponernos en lugar del otro nos permite comprender mejor los criterios de actuación ajenos y de ahí nuestro conocimiento profundo acerca de lo que podemos esperar de nuestros semejantes. La moral se hace así más sofisticada, más psicológica. Y hace dos mil años comienza a aplicarse la razón en la interpretación de las emociones morales como consecuencia de la racionalización de nuestro mismo concepto de la naturaleza humana
La parte de la mente que es una extensión directa del Logos es la mente racional. Para Filón, ésta lucha constantemente con los impulsos animales que, en el caso de que prevalezcan, pueden deformar nuestra visión y corromper nuestra motivación. Cuanto más dominados se encuentren los impulsos por la mente racional, más cerca de Dios estaremos.
Filón de Alejandría, un erudito judío contemporáneo de Jesús y Pablo, es un personaje histórico cuya relevancia justamente subraya Robert Wright. El Dios que evoluciona a partir de esta unión entre la doctrina griega del alma vinculada a la razón y el Dios único judío es el que acabará triunfando –con el cristianismo- en la Roma clásica.
Puede que (…) la presencia griega alentase el monoteísmo de Israel en un plano menos político, más cerebral. (…) El monoteísmo griego surgió de una de las grandes aspiraciones culturales de Grecia: el ajuste intelectual de las ideas religiosas.
Evolución de Dios relacionada con la evolución de la moralidad (“imaginación moral”) y, por tanto, con el progreso de la civilización hacia mayores cotas de cooperación y autocontrol de la agresividad. Esta teoría en cierto modo optimista acerca de la religión es bastante antigua en las ciencias sociales…
La escuela funcionalista [Durkheim] contempla la religión como una herramienta al servicio de la sociedad
…pero no es aceptada por todos. Algunos autores defienden la idea de religión como un subproducto, o incluso un parásito, del desarrollo social. No es ése, evidentemente, el punto de vista de este libro.
¿Se dirige la historia de la humanidad, impulsada por su propia naturaleza, hacia algo que podríamos llamar el bien moral?
Y, en cualquier caso, no se contempla el progreso moral –social, cultural, civilizatorio- como directamente vinculado a los descubrimientos éticos de un Zaratustra, un Buda, un Filón o un Pablo. En este libro se considera el progreso moral como un fenómeno más bien de origen político.
El monoteísmo surgió como una forma de entender la catástrofe de Jerusalén [la conquista de Jerusalén por los babilonios].
Las decisiones tácticas y el progreso moral no son mutuamente excluyentes. Lo que empieza siendo una simple estrategia (…) puede evolucionar a algo más genuino.
Ahora bien, también podemos interpretar que los acontecimientos políticos (como la pérdida de Jerusalén) impactan a las autoridades que es entonces cuando simpatizan más con determinados profetas o pensadores religiosos, y ahí estaría “lo genuino”: de repente –por circunstancias sociales ajenas a la “búsqueda espiritual”-, el profeta es escuchado por los poderosos y eso permite que su doctrina se extienda… en un principio interpretada en sentido político. Éste sería el mecanismo clave, fundamental, en el proceso de evolución moral. Al rey le interesan determinados aspectos de la doctrina (como que la nación israelita sobreviva a la catástrofe de la pérdida de Jerusalén), pero no ignora las consecuencias psicológicas de la doctrina cuyos profetas protege.
Y puesto que esta doctrina casi siempre se desarrolla en el sentido de promover la pacificación de la vida cotidiana y de lograr que los súbditos sean menos conflictivos, el gobernante tampoco es indiferente a ella. Ya lo decía Napoleón: “un cura me ahorra diez gendarmes”.
Sin duda, a nivel histórico la transformación más importante dentro de tal proceso de evolución religiosa ha sido la conversión del Imperio romano al cristianismo. Muy pocos discuten hoy que se divida la historia entre el “antes” y el “después” de Cristo.
Aunque el Imperio romano ya acumulaba casi un siglo de existencia, ninguna otra religión se había propagado como el cristianismo
Wright considera que el éxito del cristianismo se debe a que Roma demandaba una religión unificadora de un conjunto tan diverso de pueblos que componían el Imperio (de nuevo se subraya el factor político).
Es muy difícil saber con seguridad cuál fue el elemento diferenciador que hizo que Pablo tuviese éxito (…) [En cualquier caso] extendió el amor fraternal más allá de las congregaciones locales y de las fronteras étnicas
Aquí caben, sin embargo, algunas objeciones. Para empezar, Wright no menciona ni el platonismo ni el estoicismo, escuelas de pensamiento cuyas doctrinas pacificadoras y racionalizadoras se extendieron entre las clases cultas del mundo grecolatino y que sin duda influyeron a Pablo tanto como a Filón. Se trataba, por tanto, de algo más que de superar las fronteras étnicas y, sobre todo, es preciso recordar que Roma no fue el primer Imperio de la Antigüedad, y que todos los imperios se enfrentaban al problema de las divisiones étnicas, ¿por qué no surgió entonces el cristianismo, o su equivalente, entre los persas, los chinos o los babilonios (que optaron por otras fórmulas religiosas)? Además, Egipto, cuyo Dios o dioses también recompensaban la virtud con la vida eterna, no tenía apenas divisiones étnicas. Eso hace pensar que la evolución de Dios no fue tan sencilla como la plantea Wright: no se trataba tan solo de que un gran Imperio exigiera una doctrina unificadora de los pueblos.
Tampoco parece acertada la visión acerca del pacifismo cristiano.
Pablo no es el primero en darse cuenta del poder de ofrecer amistad a un enemigo como potente contraataque. La mención a que su cara arderá de vergüenza [mencionada por Pablo] viene del libro de los Proverbios
Pero el amor al enemigo tiene un componente psicológico más profundo que está presente en el mundo afectivo (incluso femenil) del Nuevo Testamento. No es tanto “potente contraataque” como un despliegue de virtud dirigido a la misma comunidad de creyentes: si amo al enemigo, ¡cuánto más amaré al amigo!
Ni es acertado decir
La cristiandad reemplazó un tipo de particularismo por otro, en el que la nacionalidad se había cambiado por la fe
Porque la fe no es un particularismo equivalente a la nacionalidad. No puedes elegir tu nacionalidad, pero sí puedes elegir tu fe, más aún cuando se trata de una religión que tanto airea la capacidad para la conversión, el perdón y la reconciliación.
Finalmente, sorprende que en este libro no se mencione siquiera la evolución del Dios del cristianismo, desde sus orígenes judaicos, hasta la espiritualidad sutil y profundamente psicológica del cristianismo reformado. Quizá pone demasiado énfasis en cómo los políticos, en base a sus intereses, favorecieron a unas doctrinas sobre otras, olvidando que tales doctrinas, aunque encontraran utilidad política, eran sobre todo doctrinas morales, espirituales, psicológicas.
En ese sentido, más acertada es esta otra estimación sobre el triunfo del cristianismo que no incide tanto en los intereses de los gobernantes…
El siglo siguiente a la crucifixión es un periodo de dislocación en el Imperio romano. Se produce un éxodo rural y muchos de esos nuevos ciudadanos tienen que enfrentarse a culturas y pueblos extranjeros, lejos del entorno y la familia con la que se habían criado. (…) En el Imperio romano (…) florecen todo tipo de asociaciones voluntarias, como los gremios profesionales, estructuras que podríamos considerar clubes o cultos religiosos. (…) Lo que proponen (…) es la creación de familias ficticias para aquellos que han tenido que dejar a sus verdaderos núcleos familiares. Estas estructuras ofrecen a sus miembros garantías materiales (por ejemplo, se encargan del enterramiento de los fallecidos) y psicológicas (ayudan a generar un sentimiento de pertenencia). Las primeras iglesias cristianas también cubren esas necesidades vitales desde su fundación. (…) El amor fraternal propugnado por Pablo es producto de los tiempos.
Aunque hay que volver a recordar que Roma no fue el primer Imperio ni sus ciudades las primeras grandes ciudades de la civilización. Lo que sucede es que precediendo a Roma y al cristianismo estaba la progresiva confluencia, en el Mediterráneo Oriental, de las civilizaciones que llevaban siglos desarrollando doctrinas religiosas en busca de una virtud que permitiera la coexistencia ("el amor fraternal propugnado por Pablo es producto de los tiempos"). El cristianismo hemos de verlo como una conclusión final de estas doctrinas de la Antigüedad: se crea una religión de masas con un ideal ético absolutamente prosocial que permitiría incluso la erradicación de toda forma de agresión e ignorancia con la garantía del amor fraternal constante y a toda prueba. Semejante cambio exige profundas transformaciones psicológicas en el creyente. Transformaciones muy exigentes en la conducta que llevarán incluso a una minoría de jóvenes a la vida monástica pero que en mayor o menor medida influirán a toda la población para cambiar su comportamiento moral (el primer monasticismo, en todo caso, fue invención de los budistas e hindúes antes que de los cristianos o incluso los pitagóricos).
Algunos ejemplos de estos cambios en el comportamiento para toda la sociedad son especialmente notorios, como una preocupación por el bienestar general (caridad y benevolencia), la mejora en la condición de la mujer, la desaparición gradual de la esclavitud o de los espectáculos de gladiadores y la sumisión de los mismos gobernantes a una justicia imparcial.
¿Hasta qué punto ha recorrido la humanidad el camino de la evolución espiritual?
¿Qué es lo “espiritual”? Consideremos que la evolución espiritual se refiere a la mejora moral y al afrontamiento de las inquietudes existenciales. Para el hombre y mujer comunes, las pautas de la vida espiritual son el sustrato último de su comportamiento social. Sabemos que una vida intelectual más rica (por ejemplo, el que incluso un campesino analfabeto se haga preguntas acerca de cuál es la mejor religión) contribuye a desarrollar en general las habilidades sociales. El campesino pide consejo al hombre letrado. El hombre letrado lo pide al maestro. El maestro lee a los grandes sabios. Y el rey da su aprobación a tal encadenamiento de enseñanzas y aprendizaje protegiendo al sabio. Y el rey no haría esto si no fuese consciente de que dar tal protección le proporciona prestigio.
La evolución espiritual no debe de haber terminado, puesto que nuestra moralidad aún no es perfecta, y los avances que hemos vivido hasta hoy hacen pensar que haríamos bien en tener en cuenta la pasada evolución de Dios, la evolución religiosa.
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