Lou Agosta es un filósofo y psicólogo que decide abordar una cuestión en la que es posible aunar el humanismo y la neurociencia: la empatía.
En general, la empatía es una consciencia de y una respuesta al otro en tanto que otro.
Si para el psicólogo o el antropólogo el concepto de empatía es básico por tratarse de la expresión mínima de relación entre individuos propiamente humana, el filósofo tiene que reflexionar sobre tal concepto de forma particular porque todos sabemos que el filósofo es el prototípico “pensador solitario”.
La meta aquí es desbloquear nuestro acceso a la empatía al poner en marcha las posibilidades de una investigación sobre la empatía
Agosta repasa las concepciones de la empatía de filósofos como Heidegger o Husserl, “pensadores solitarios” que vivieron ya en la época de la psicología y el pensamiento social avanzado. Llega hasta el moderno John Searle. Pero la empatía no somete a los filósofos a las ciencias sociales, sino que más bien sirve de enlace entre ambas visiones del problema humano.
Además de la situación límite de la posibilidad de la propia muerte, la situación extrema de la pérdida del otro por la muerte del otro radicaliza el proceso de humanización, pero estos no son los únicos casos paradigmáticos. Tal humanización ocurre también en los ejemplos de comprometerse en la “emergencia crónica” de asistir a un recién nacido; al rescatar o ser rescatado en el escenario del buen samaritano; o en la lucha poco común de comprometerse con un amigo auténtico en lo que la amistad significa
Para la filosofía existencialista (Heidegger), el conflicto se encuentra en la búsqueda de “autenticidad” de la vida humana. Desaparecido Dios y apabullados por las brutales revelaciones de la ciencia (Darwin), los filósofos se inclinaron por una concepción solitaria del individuo que busca su “autenticidad” en el existir. Pero es inevitable entonces que la necesaria dimensión ética de la existencia humana se apoye en algún hecho incontrovertible. Ese hecho es la relación con el “otro”, y de ahí la necesidad de reconocer el fenómeno de la empatía.
Lo desconcertante de la empatía –de hecho, lo que incluso podría ser llamado su misterio- es que el individuo empático obtiene su propia humanidad (el hacerse humano) de aquel con quien tiene lugar la empatía
La búsqueda mutua del uno al otro forma una comunidad humanizadora cuyo ámbito y límites son determinados por la empatía
Se muestra el fenómeno de la empatía como revelador de la existencia individual… de forma parecida a como en la metafísica cumplía esta función el supuesto fenómeno de la divinidad. Sin embargo, la existencia social es conflictiva y por lo tanto las relaciones empáticas no siempre suponen la plenitud y “autenticidad” del individuo (tampoco en toda la tradición de la Antigüedad era la divinidad siempre benévola). Para que las relaciones empáticas signifiquen la plenitud y autenticidad del individuo sería necesaria una concepción de la empatía indiscutiblemente benévola y enriquecedora. Ninguno de los filósofos a los que se hace referencia en este libro aborda esta cuestión.
Pero la reflexión siempre es útil. Por ejemplo, se analizan distinciones entre las diferentes concepciones de la realidad “del otro” con respecto a nuestra propia existencia. Tenemos el “sentimiento vicario” y el “contagio”, que no son exactamente “empatía”.
El contagio emocional no es empatía, sino más bien subyace en un mecanismo que también proporciona impulso para el proceso empático
El contagio emocional lo conocen los animales y los bebés más pequeños: si uno llora, todos lloran.
La experiencia vicaria es diferente del sentimiento compartido. En el sentimiento vicario uno experimenta, en un sentimiento cualitativamente similar y numéricamente diferente, lo que el otro siente. (…) La experiencia vicaria lleva al individuo a experimentar aspectos de la situación en una forma desinteresada en comparación con compartir el sentimiento en el cual el individuo es participante
El decir, la "experiencia vicaria" es cuando, por ejemplo, leemos una novela que nos narra sentimientos, mientras que la empatía propiamente es lo que se denomina aquí el “sentimiento compartido”
[La empatía] requiere una representación del sentimiento, sensación y afecto del otro. Esto es lo que la empatía comparte con el contagio emocional. [Pero] la introspección vicaria requiere una representación del otro como la fuente de la primera representación. Por supuesto, esto último es lo que falta en el contagio emocional (…) La introspección vicaria es una manera de elaborar la experiencia capturada y hecha mía por medio de la receptividad empática
En los sentimientos compartidos, uno reconoce que la situación requiere más que la receptividad. Uno participa, se implica. Por ejemplo, el labrador que va al teatro por primera vez y ve a Bruto y los asesinos que van a matar a César en la obra, y salta a la escena [para impedirlo]
Uno hace la introspección de un sentimiento, sensación o experiencia vicaria, despertada en uno mismo por la expresión animada del sentimiento de otro (…). Uno dirige la conciencia atenta a un sentimiento, sensación o experiencia que aparece en uno mismo, determinando que es de uno mismo y, sin embargo, reconociendo que representa una experiencia causada por la experiencia de otro. En la introspección uno llega a darse cuenta de que este sentimiento no es un sentimiento endógeno, que surja de un proceso puramente endógeno en uno mismo, sino que es un sentimiento vicario que parte de ser receptivo a la autoexpresión animada del otro. Usando la primera persona por claridad, soy yo mismo, no el otro, el que es el blanco de mi introspección. El otro es el blanco de mi empatía y yo soy el blanco de mi introspección
El individuo existe diferenciado netamente de los otros. Esta “ilusión biográfica” del individuo que se siente diferenciado de sus semejantes, un tanto desdeñada por la neurociencia actual -que considera que el “yo” consciente tiene un papel no tan importante en la toma de decisiones-, es necesaria para crear el vínculo (es lo que se vincula). El problema es que la fuerza con la que se enfatiza la diferenciación da lugar a fenómenos solipsistas que obstaculizan las posibilidades de la empatía. El amor propio sería uno de estos fenómenos, la “asertividad” sería otro…
Y, sin embargo, los hechos señalan que la empatía es inherente a nuestra condición individual misma.
Los seres humanos son los seres para los cuales su existencia es su función. La estructura de esta función la designamos como “cuidado mutuo” (…) Cuidado mutuo indica que los humanos son la clase de seres para los cuales su propio ser es una función. Esto incluye la distinción entre uno mismo y el otro. En consecuencia, la estructura del cuidado mutuo señala directamente a la empatía como que es una entidad para la cual el ser es una función para uno mismo y para el otro
La ciencia social reconoce la función benéfica de la empatía:
La famosa “cura del habla” fue el regalo de Breuer a la empatía, la cual no debería ser subestimada dada la visión autoritaria estereotipada de las características de la medicina en aquel momento y lugar. Obviamente, esto no es el primer uso de la empatía que todo padre, maestro y ser humano conoce. Más bien es el primer uso disciplinado, científico de la empatía
La ciencia psicológica nos informa de cuáles son las capacidades para enriquecernos en la unión empática.
Hay toda un área de investigación, indicada por Darwin y seguida por Ekman, en la cual la receptividad empática a las microexpresiones de emociones expresadas y no expresadas funcionan para informar y sustanciar una continuidad de la comprensión empática
Es probable que una humanidad futura alcance la familiaridad con estas capacidades para la comprensión empática mediante el desarrollo de una cultura simbólica menos centrada en el individualismo y más en los mecanismos objetivos de vinculación mutua. Las bases filosóficas para ello ya no se encontrarán en el ámbito de autores clásicos como Heidegger o Husserl, sino, casi con seguridad, en una concepción racionalista de la religiosidad a la que habremos llegado gracias a la asimilación de las concepciones psicológicas actuales. La religiosidad es, entre otras cosas, el uso de recursos simbólicos para generar vínculos afectivos entre individuos, y éste ha sido en el pasado el mayor recurso objetivo de “comprensión empática”, sobre todo a partir de la aparición de las llamadas “religiones compasivas”, que propagaban estrategias de consuelo y afección. La propagación de nuevas estrategias de receptividad emocional gracias a la psicología podría contribuir grandemente a una eficaz racionalización de estos recursos religiosos.
Al desaparecer las religiones de lo sobrenatural, la humanidad, guiada por los valerosos y solitarios filósofos, ha caído en la desorientación. Se ha concluido que la soledad era garantía de individualidad y por tanto de existencia auténtica, si bien por otra parte hemos ganado la certidumbre de la ciencia, que incluye la asunción racional de la experiencia social (aprendemos del pasado). La reflexión sobre la empatía debería hacernos volver hacia una nueva concepción de la religión, ya no sometida a las tradiciones de lo sobrenatural, sino expandida a partir del reconocimiento de la necesidad psicológica de la vida en común.
Sin empatía, la misma idea de vida mental en el ser humano es impensable
El viejo cristianismo tiene la clave: el amor mutuo, la inculcación de la benevolencia, la erradicación del amor propio y el control total y excluyente de la agresividad pueden beneficiarse de una visión racional de la empatía y desarrollarse mediante estrategias útiles informadas por la ciencia social.
Son posibilidades psicológicas, fenómenos científicamente reconocibles. Opciones religiosas. Renuncia y descanso de la filosofía…
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