sábado, 5 de diciembre de 2015

“El comportamiento altruista”, 1998. Sober y Wilson

   A primera vista, la idea de sacrificarse por el bienestar ajeno parece no casar mucho con la selección darwiniana. Al fin y al cabo, todos los individuos, en tanto que individuos, deben buscar la satisfacción del propio interés, y es el conflicto de los intereses encontrados lo que causaría el proceso de selección del más apto. Y sin embargo, no cabe duda de lo muy conveniente que es para el conjunto de individuos de una especie el que exista la cooperación mutua e incluso que, de vez en cuando, alguno se sacrifique por el interés ajeno.

Un comportamiento es altruista cuando incrementa la adaptación de otros y disminuye la adaptación del actor.

  Ya Darwin observó que tales comportamientos se dan en la naturaleza, pero no veía fácil el explicar cómo llegaban a producirse. En teoría, todos los comportamientos que ayuden a la prosperidad de la especie podrían ser elegidos por la “mano invisible” de la evolución, pero ¿cómo puede la conveniencia de la cooperación imponerse al instinto de buscar el interés individual?, ¿qué interés puede tener un individuo en perjudicarse por el bien de otros? Entonces se le ocurrió a Darwin la idea de “selección de grupo”.

Darwin explicó (…) que la selección natural a veces actúa en grupos, igual que actúa otras veces en individuos. Un altruista puede tener menos descendencia que un no altruista dentro de su propio grupo, pero grupos de altruistas tendrán más descendencia que grupos de no altruistas. En un famoso pasaje de “El origen del hombre”, Darwin usó el principio de selección de grupo para explicar la evolución de la moralidad humana.

  Muchos años después, el filósofo Eliott Sober y el biólogo y antropólogo David Sloan Wilson escribieron su libro “El comportamiento altruista” (título original “Unto Others”) cuyo objetivo sería

mostrar que la preocupación por los otros es uno de las motivaciones finales que tiene a veces la gente

    Esta cuestión de las “motivaciones finales” se centra en el caso específico del comportamiento altruista humano.  Una explicación de este tipo de comportamientos es que son instintivos y que al ejecutarlos el individuo sigue igualmente un impulso hedonista de evitar el dolor y buscar el placer. El caso del “cuidado parental” (los instintos maternales e incluso paternales a la hora de complacerse en cuidar de la prole) es el más evidente. Ahora bien, si se extrae placer de cualquier acción, el altruismo solo puede ser una consecuencia colateral, el altruismo en tal caso sería "hedonista" (cuida de su hijo porque le da placer la acción de hacerlo). En el caso de la "motivación final", el individuo no sería un mero "hedonista".

El hedonismo psicológico dice que alcanzar el placer y evitar el dolor son las únicas preocupaciones últimas que tiene la gente.

   Por ejemplo:

Supongamos que Lois ayuda a alguien. El hedonismo nos dice que Lois hizo esto porque ella se preocupa únicamente de su propio estado de consciencia y de nada más. (…) El pluralismo psicológico afirma que esto puede ser parte de la explicación, pero niega que sea toda la verdad. 

Además de los deseos por el propio bienestar y los deseos finales por el bienestar de este o de otro individuo, hay posibilidades adicionales a considerar

  Observaciones específicas descubren motivaciones más complejas y más difíciles de explicar desde el punto de vista hedonista…

No todos los egoístas son hedonistas. Los egoístas pueden tener como último objeto alcanzar el placer y evitar el dolor, pero también pueden tener deseos últimos que alcancen el mundo fuera de sus propias mentes (…) Pueden tener el deseo irreductible de acumular riqueza o escalar el Everest. 

  Es decir, que igual que podemos aspirar a acumular riqueza o escalar el Everest, también podemos aspirar al bienestar y benevolencia universales. Y hay una diferencia entre este tipo de aspiraciones “fuera de las propias mentes” y el mero hedonismo psicológico.

El dolor es un indicador de daño corporal extremadamente útil, aunque imperfectamente fiable. Bajo esta luz, pensamos que es bastante improbable que el dolor psicológico que postula el hedonismo esté perfectamente correlacionado con la creencia de que nuestros hijos están sufriendo daño. Una virtud propia [del mecanismo psicológico altruista no hedonista] es que su fiabilidad no depende de la fuerza de tales correlaciones (…)El altruismo psicológico será más fiable que el hedonismo psicológico como un mecanismo para conseguir que los padres cuiden de sus hijos

  Si lo que favorece la evolución es que podamos percibir cuanto antes el daño y el peligro que amenaza a nuestros hijos a fin de ponerles remedio, la diferencia entre el mecanismo psicológico hedonista y el no hedonista es que el segundo puede prescindir de la “perfecta correlación” entre nuestra percepción del riesgo y la situación a remediar. En el mecanismo psicológico hedonista, para que podamos sentir dolor la situación de daño para nuestros hijos debe estar presente. En el mecanismo no hedonista, al no ser necesario que sintamos ese daño (puede o no puede estar produciéndose en el aquí y el ahora), es viable que actuemos también a partir del mero conocimiento o previsión racional de que esa amenaza va a producirse en el futuro.

El altruismo psicológico será más fiable que el hedonismo psicológico como instrumento para conseguir que los padres tomen cuidado de sus hijos

   Sober y Wilson engloban estas observaciones en lo que llaman una “teoría del pluralismo motivacional” (o “pluralismo psicológico”)

Pluralismo- la coexistencia de múltiples perspectivas que “ven” el mismo mundo en formas diferentes

  De lo que se trata, en suma, es de que el ser humano puede actuar más eficientemente como individuo altruista (para el bien del grupo) si, aparte de un instinto automático de sentirse mejor (buscar el placer, evitar el dolor) cuando ayuda a otros, cuenta además con una capacidad intelectual que le permite representar en su mente situaciones no necesariamente presentes en las que también puede intervenir para ayudar a otros. Esta capacidad general para imaginar situaciones no presentes en las que podemos ayudar a otros supondría la “meta última” (o “motivación final”) del altruismo humano.

[La teoría del] pluralismo motivacional dice que los deseos últimos que tiene la gente incluyen tanto motivos egoístas como altruistas. La gente puede querer evitar el dolor como un fin en sí mismo, y también puede tener su propia supervivencia como una meta última, pero, adicionalmente, a veces la gente se preocupa irreductiblemente por el bienestar de otros

  Esto podría aplicarse dentro de comunidades sociales complejas como son las propias del ser humano civilizado, mejorando incluso el comportamiento instintivo hedonista habitual. Por ejemplo: un padre (no una madre) encuentra placer en que su hijo se alimente bien. Podemos decir que, siendo el padre y no la madre, lo hace porque se lo exige la comunidad: si la norma social demanda el cuidado de los niños por sus padres, el abandono de ellos conlleva una sanción que iría desde el chismorreo malicioso a la pena de muerte por violar un tabú (dependiendo de las culturas). Ahora bien, si es una situación de hambre generalizada, nadie puede reprocharle que busque primero sobrevivir él abandonando a su hijo. Sin embargo, supongamos que, aparte del deseo biológico de saciar su hambre y temer el castigo por descuidar el bienestar de su hijo, posee también un deseo propiamente altruista de “meta última”

En la situación que se describe el organismo continúa sintiéndose hambriento si él da la comida a su hijo, pero tiene el agradable pensamiento de que el bienestar del hijo ha sido mejorado

  Este deseo por el bienestar ajeno (puede ser por el bienestar del propio hijo, pero puede tratarse también por el bienestar de un extraño, si se trata de un santo cristiano) sería más probable que inclinara la balanza a la hora de que el individuo optase por la prosocialidad (¿cuánta hambre puede soportar una persona como sacrificio por el bienestar ajeno?). Aparte de buscar el propio placer y evitar el propio dolor, aparece, pues, un incentivo añadido: el deseo último por el bienestar ajeno. Se podría decir que se trata también de un placer propio, pero necesariamente vinculado al placer ajeno y proyectado a situaciones alejadas y complejas… Desde el punto de vista de promover la prosocialidad (el beneficio para todo el grupo), parece el más conveniente y eficaz.

   Aquí entrarían en juego las presiones culturales a la hora de dar formas concretas a estas posibilidades de actuación. Como hemos mencionado, las normas sociales pueden presionarnos para obrar en bien de otros…

Las normas sociales pueden ser impuestas a bajo coste. Estas normas implican recompensas y castigos que crean presiones selectivas dentro de las sociedades. El resultado es que diferentes sociedades evolucionarán a diferentes configuraciones internamente estables

Estudiando un grupo de cazadores-recolectores cuyas vidas se aproximan a la condición humana ancestral (…) [observamos] que el compartir la carne es escrupulosamente equitativo (…) Negarse a compartir abre una seria brecha a la etiqueta que conlleva castigo (…) El sistema de recompensa y castigo que causa la distribución de la carne puede parecer e incluso ser egoísta en el sentido psicológico de la palabra

Los comportamientos secundarios de bajo coste [asignación de premios y castigos mediante la fuerza de la mera costumbre en una pequeña comunidad] juegan un papel crucial en la creación y mantenimiento de la diversidad en los comportamientos primarios [aquellos que se busca asentar mediante recompensas y castigos], los cuales no son funcionales fuera del contexto del sistema cultural

  Pero aparte de recompensas y castigos inmediatos (dolor físico) también existen recompensas y castigos de tipo psicológico: la vergüenza y la culpa. Y algo más importante todavía: los individuos, por presión cultural, interiorizan comportamientos prosociales, tales como repartir la carne cazada entre todos, de modo que obran de una forma que parece “instintiva” pero que es fruto de la presión del entorno asimilada desde la misma infancia. Y si, por cualquier motivo (dentro de las laberínticas posibilidades de la psicología de un individuo), alguien transgrede este comportamiento, recibe la sanción correctiva, que puede no ser necesariamente un castigo físico.

Los chismes parecen funcionar como una forma poderosa de control social

  El resultado de todo esto es la aparición de un mundo de percepciones intelectuales en el sentido de la promoción del altruismo que va bastante más allá del instinto ante situaciones concretas de auxilio en el aquí y el ahora (como sucede, por ejemplo, con el instinto maternal de los mamíferos no humanos):

Los principios morales implican un tipo de consideración impersonal que difiere de la perspectiva personal que frecuentemente acompaña nuestras emociones y deseos

 En algunos casos, ni siquiera necesitamos sentir placer por obrar el bien. Ciertamente, el ver a nuestro hijo alimentarse (o incluso imaginarnos que lo vemos si contamos con la conjetura razonable de que esto está sucediendo en otra parte o va a suceder en el futuro) puede consolarnos placenteramente del sufrimiento que nos causa nuestra propia hambre, pero un caso diferente es el de pagar impuestos. No nos agrada, pero nuestro civismo –“consideración impersonal”- nos lleva a aceptarlo sin queja.

  Llegados a este punto, nos interesa conocer más acerca de cómo se elaboran nuestros deseos no-egoístas, cómo se produce la "interiorización" de la ética, cómo desarrollamos nuestro sentido de la moralidad personal y cómo damos lugar al comportamiento altruista "de motivación final". Aquí nos ayuda mucho la observación antropológica, especialmente el caso de los “pueblos primitivos”, que se parecen mucho más que nosotros al ser humano ancestral.

Los Gilyaks reaccionan a la idea del matrimonio entre categorías prohibidas [por ejemplo, un hermano casarse con la viuda de un hermano] con la misma clase de asco visceral que muchos pueblos de nuestra sociedad reservan para el incesto y la homosexualidad. Las normas están tan internalizadas que no requieren actuación organizada

  Lo interesante de este caso es que precisamente lo de casarse el hermano con la viuda de su hermano es nada menos que la institución mosaica del "levirato". Es decir, que lo que repugna visceralmente a los Gilyaks es lo mismo que despertaba aprobación y alabanza entre los antiguos judíos. Con esto vemos que el fenómeno de la “internalización” de pautas de comportamiento ético parece bastante flexible. ¿Qué sabemos acerca de estos mecanismos?

Entre los Senoi de Malasia, un mito cuenta que un dios fue el que sacó a la gente del estado presocial al decirles que comer solos no era propio del comportamiento humano (…) No solo las normas sociales limitan la privacidad, sino que también pueden forzar a los individuos a ser sociables cuando están juntos

  Las historias míticas eran un poco el equivalente a las ideologías adoctrinadoras de hoy. El uso del mito ayuda en este caso a cimentar tendencias prosociales innovadoras.

    Más allá de la antropología, la psicología experimental ha observado fenómenos curiosos a la hora de interiorizar pautas de comportamiento… En un caso, se midió la tendencia al comportamiento altruista en unos jóvenes estudiantes. Después se hizo que unos tomaran clases de astronomía y otros de economía…

La disposición a actuar deshonestamente se incrementó entre los estudiantes en las clases de economía más que entre los de la clase de astronomía. Esto es evidencia de que estudiar economía inhibe la cooperación

  La psicología define también la diferencia entre la simpatía y la empatía. En el caso de la empatía, la visión del sufrimiento próximo en otros nos puede conmover. Para algunos, podría tratarse de aprensión, o simplemente que se busque la forma de alejarse de una situación desagradable. En otros, este sentimiento de empatía podría llevarlos a actuar de forma compasiva en el intento de remediar el daño. Pero la simpatía no es exactamente lo mismo que la empatía.

Supongamos que Walter descubre que Wendy está siendo engañada por su sexualmente promiscuo marido. Walter puede simpatizar con Wendy, pero no porque Wendy se sienta herida y traicionada. Wendy no siente nada de eso, porque ella no sabe de la traición

   Por lo tanto, “Walter” no siente empatía propiamente.  Y eso es mejor –más eficaz- desde el punto de vista prosocial: "Walter" puede emprender medidas para remediar una situación inmoral sin necesidad de que "Wendy" llegue a sufrir.

  Hay otros casos de comportamiento altruista en parecido sentido…

Incluso si empatía y simpatía son causas de altruismo, otras causas pueden ser posibles. Quizá uno puede querer que mejore la situación de otra persona sin sentir nada. Algo del tipo de esta forma de distanciado altruismo puede ocurrir cuando la gente se entera de desastres que suceden en lugares lejanos

  (Fijémonos en que este tipo de planteamientos permite incluso obrar de forma altruista a los psicópatas, que carecen de empatía: les es suficiente con la satisfacción de estar haciendo lo correcto)

Lo que queremos para nosotros mismos se extiende más allá del deseo de agradables estados de conciencia. Y los seres humanos, creemos, también tienen deseos últimos que conciernen el bienestar de los otros

Puedes simpatizar con alguien solo si te sientes emocionado por su situación objetiva; no necesitas considerar su estado subjetivo

  La conclusión que podemos sacar es que la complejidad del comportamiento altruista, prosocial, nos permite grandes mejoras con respecto al comportamiento altruista animal (la abeja que se sacrifica por el enjambre, el pájaro que avisa a la bandada de que hay cerca un depredador…) e incluso con respecto al comportamiento altruista entre las sociedades humanas primitivas…

Los individuos empáticos son “psicólogos” (…) Tienen creencias acerca de los estados mentales de otros. 

  La evolución cultural en los últimos siglos, con la profusión de obras literarias compasivas, con sus ideologías a favor de la justicia social, los derechos humanos y la ayuda humanitaria parece responder a que se han desarrollado gradualmente numerosas posibilidades complejas en favor del altruismo. Quizá puedan desarrollarse todavía más. Quizá sea factible si todos nos hacemos un poco psicólogos. Al fin y al cabo, en la Roma de hace dos mil años hubiera parecido absurdo que todo el mundo supiese leer y escribir, y que el recibir educación desde la infancia estuviera al alcance de cualquier niño, algo que se restringía a las clases privilegiadas. Un mundo futuro de “psicólogos” (y de “filósofos”) en un sentido no meramente metafórico puede perfectamente llegar a darse.

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