Parte de esos textos tiene su origen en la prestigiosa web www.edge.org, punto de encuentro y debate sobre ciencia, cultura, filosofía o arte y en la que, desde 1996, participan los más importantes intelectuales de nuestro tiempo.
Nunca antes tantas personas habían leído divulgación científica, o visto programas de ciencia en televisión, o expresado su interés por la ciencia; el público es ahora mucho más sofisticado que nunca en ese sentido. Las personas están preparadas para enfrentarse a estas cuestiones
En esta edición de fragmentos escogidos publicados en “Edge” y otros lugares, recopilados por John Brockman, participan hasta diecisiete autores, entre ellos Steven Pinker, V. S Ramachandran, Jonathan Haidt y Simon Baron-Cohen. El contenido gira en torno a las posibilidades de una humanidad que cada vez es más capaz de hacerse cargo de su destino futuro mediante cambios tecnológicos y culturales en su propia mente.
El estudio de la inteligencia humana es explosivo desde el punto de vista ideológico, político y social.
Como esto es Edge, la idea no es hablar de lo que existe y ya se ha publicado, sino más bien la de presentar nuevos avances.
En la civilización actual concebimos que las aspiraciones de la humanidad tienen que ver con el desarrollo de la racionalidad y la capacidad para la cooperación. Algo que podemos aprender de las últimas investigaciones es que, definitivamente, nuestro comportamiento no es tan racional como en otros tiempos se pensaba.
La mayor parte del pensamiento es inconsciente. (…) Los conceptos abstractos son en su mayoría metafóricos.
¿Por qué hacen las personas locuras como seguir a un ex amante y matarlo? ¿Cómo vas a recuperar a alguien si lo matas? Parece un defecto de nuestro software mental. (…) [En realidad, si] nos vemos impulsados a llevar a cabo una amenaza cueste lo que cueste para nosotros, esa amenaza se convierte en creíble. Cuando una persona amenaza a su amante, ya sea de forma explícita o implícita, diciéndole «Si me dejas, no pararé hasta acabar contigo», la amante podría descubrir el farol si careciese de signos que le indicasen que el amante está lo suficientemente loco como para llevar a cabo la amenaza, por vana que fuese. De este modo, el problema de construir una disuasión creíble en las criaturas que interactúan entre sí conduce a una conducta irracional como solución racional.
Los estudios sobre el razonamiento cotidiano muestran que solemos utilizar la razón para buscar pruebas que secunden nuestro juicio inicial, que fue tomado en milisegundos.(…) A veces podemos utilizar procesos controlados como el razonamiento para sobreponernos a nuestras intuiciones iniciales. Pero (…) esto sucede con poca frecuencia
A la mayoría de personas buenas y normales se las puede seducir, tentar o iniciar fácilmente en llevar a cabo conductas en las que dijo que nunca caerían.
Pero es importante que no cunda el desánimo al afrontar nuestro comportamiento irracional y antisocial innato, porque también es innato nuestro comportamiento racional, cooperativo y prosocial, de manera que, aplicando nuestra inteligencia y nuestro conocimiento, podemos desarrollar extraordinarias innovaciones dentro del conjunto de pautas de autocontrol y estímulo que llamamos “cultura”, y limitar así las consecuencias nocivas de nuestras fragilidades. Al saber que muchos comportamientos irracionales obedecen a motivaciones comprensibles podemos recurrir a la psicología de la conducta para analizar el conjunto de nuestros deseos e inhibiciones, y diseñar los correspondientes controles y mejoras al respecto.
Algo que hemos de tener en cuenta ante todo es que nuestra naturaleza social está probablemente en el origen de nuestra propia identidad individual. El mundo interior de nuestra mente existe solo con respecto a nuestros semejantes. No hay oposición real entre el “yo” y “los demás”
¿Podría ser que la función biológica de la introspección, la razón por la que evolucionó esta capacidad, sea precisamente que, al presentarnos el funcionamiento de nuestras propias mentes, nos ayuda a leer las mentes de otros? (…) El éxito de nuestros antepasados humanos debió depender, en buena parte, de su capacidad para entrar en las mentes de aquellos con los que vivían, adivinar sus intenciones, anticipar adónde se dirigían, ayudarles si lo necesitaban, desafiarlos o manipularlos. Para ello tuvieron que desarrollar cerebros que pudiesen contarles la historia de cómo era ser otra persona desde su interior.
Esta visión del “yo” como individuo social puede ayudarnos a construir estrategias innovadoras a la hora de vivir en común. Nuestra capacidad para la empatía conlleva potencialidades altruistas que nos permiten compensar las de tipo defensivo y agresivo.
Como la maldad es fascinante, estamos obsesionados por fijarnos en los malhechores. (…) Nunca ha habido una psicología del heroísmo. Por ejemplo, después del Holocausto, pasaron treinta años antes de que nadie hiciese la simple pregunta de si alguien ayudó a los judíos. Estábamos tan obsesionados con la maldad de los nazis que no nos planteamos la cuestión. (…) El límite de la perspectiva situacionista se manifiesta cuando vemos a estos héroes, porque al parecer tienen algo que la mayoría no tiene. Y no sabemos cuál es esa cualidad especial. Desde luego, es algo que queremos estudiar. Queremos poder identificarla para poder cultivarla y enseñársela a nuestros hijos y a otros miembros de nuestra sociedad.
El “situacionismo” es un paradigma del comportamiento que considera que el individuo reacciona siempre en base a los condicionamientos previos del entorno (la “situación”). Como todas las teorías de ese tipo, resulta falsa si se lleva a los extremos e ignoramos las tendencias individuales (temperamento) de cada individuo, pero no por eso deja de ser cierto que un control efectivo del entorno puede ayudar mucho a desarrollar las tendencias prosociales (altruismo, bondad, afección, generosidad…). Y para que las estrategias sean efectivas, éstas deben estar informadas de los imponderables genéticos.
Una formulación mejor del dilema Naturaleza o crianza sería Naturaleza mediante crianza. Pero, distantes o no, las influencias genéticas son intensas
«Los genes cantan una canción prehistórica que a veces debe resistirse, pero que nunca debería ignorarse».
Un niño sin miedo al que se deja sin dirección es posible que se convierta en líder de la banda y luego en delincuente o criminal, pero con una cierta habilidad en la crianza el mismo niño puede convertirse en el tipo de persona que nos gusta tener cerca en caso de peligro. (…) El héroe y el psicópata son ramitas de la misma rama genética.
[En el] DSM [Manual de Diagnóstico Psiquiátrico] aparece una clasificación de virtudes y cualidades; es lo opuesto a la clasificación de las demencias. Al reflexionar vemos que hay seis virtudes, refrendadas en las diversas culturas, que se descomponen en veinticuatro cualidades. Las seis virtudes no son arbitrarias: en primer lugar tenemos un núcleo de sabiduría y conocimiento; luego, un núcleo de coraje; en tercer lugar, virtudes como el amor y la humanidad ; en cuarto, un núcleo de justicia; en quinto, un núcleo de templanza y moderación; y en sexto, un núcleo de espiritualidad y trascendencia. (…) Esas seis virtudes forman parte de la naturaleza humana
Las visiones positivas de las virtudes que son innatas en el ser humano (y para las cuales cada individuo tiene una predisposición genética en particular -temperamento) son las que nos esperanzan en que podamos crear situaciones que permitan una cooperación social más eficiente en el futuro. Con todo, la determinación de algunas virtudes también es discutible. Por ejemplo, no queda claro por qué la virtud de la “justicia” (que implica coerción y castigo) iba a ser necesaria si tenemos todas las demás. Tampoco queda claro cuáles serían las consecuencias prácticas de la “trascendencia”.
Si nos guiamos por alcanzar el objetivo de la “felicidad”, encontramos que los estudios psicológicos más avanzados apuntan a tres posibles formas de alcanzar tal estado de satisfacción subjetiva: la suma de emociones positivas, la eudemonía (o flujo) y la búsqueda del significado. La determinación también es polémica y en buena parte dependiente del entorno cultural.
La suma de “emociones positivas” no requiere mayores explicaciones: se trata del placer directamente perceptible. Tiene el inconveniente de que depende en buena parte del propio umbral de percepción de cada individuo y de que éste puede saturarse: hay estudios que consideran que todas las personas, en todas las épocas, salvo en casos extremos de catástrofe, alcanzan niveles de percepción de “emociones positivas” parecido, de acuerdo con su predisposición genética para ello.
La “eudemonía” o “flujo”, que ambicionaban ya los filósofos griegos, es algo más complejo
En la eudemonía, el tiempo se detiene. Uno se siente totalmente a gusto. La autoconciencia queda bloqueada. Eres uno con la música. La buena vida consiste en los aspectos fundamentales que te hacen fluir [“flujo”].
Las sensaciones de “flujo” (La autoconciencia queda bloqueada) son las que se experimentan cuando trabajamos en lo que nos gusta, trátese de la música, las matemáticas o de cultivar un huerto. Lógicamente, este tipo de felicidad parece más conveniente para la prosocialidad que la “suma de emociones positivas”, cuya tendencia al egoísmo es inevitable.
En cuanto a la “trascendencia”, ésta sería
El servicio a cosas mayores que nosotros mismos en las que creemos, y utilizar en ellas nuestras mejores cualidades; es una receta para obtener significado
Tal "trascendencia" Implica ciertos peligros, pues a veces da lugar a situaciones extremas (fanatismo religioso, por ejemplo).
La tecnología (farmacología) puede hacer o no algo por la felicidad humana que viene formulada en los términos ya mencionados...
Es posible que haya una farmacología del placer, y quizá incluso de las emociones positivas en general, pero no es probable que se llegue a una farmacología interesante del flujo. Y es imposible que haya nunca una farmacología del significado.
Una conclusión provisional a partir de nuestra visión informada de la naturaleza humana como ser social, de las virtudes disponibles y de la felicidad asequible es que quizá la respuesta para que la humanidad afronte el mundo futuro incluiría una mejora en la capacidad del individuo para elegir su propio entorno y modificarlo gradualmente.
Si pudiéramos elegir cómo manipularnos a nosotros mismos, entonces quedaría la cuestión de determinar cuáles serían los fines a alcanzar… o el tipo de felicidad a la que aspiramos. Recordemos que si la felicidad se obtiene mediante la “búsqueda del significado” de cosas mayores que nosotros mismos, entonces podemos caer en ideologías antisociales muy peligrosas.
El mecanismo tradicional para cumplir el cometido de diseñar un entorno de felicidad prosocial siempre ha sido la religión, particularmente las religiones llamadas “compasivas” (budismo, cristianismo…), que promueven emociones gratificantes vinculadas a comportamientos de tipo altruista y afectivo (que todo el mundo sea feliz con el bienestar ajeno es la fórmula ideal para beneficiarnos todos). En este sentido, la elaboración de entornos humanos que utilicen estrategias religiosas (que seduzcan y no coaccionen) podría ser la solución para superar las contradicciones de la acción política.
Tradicionalmente, el ideal de la virtud suprema, que aúna a todos los individuos mediante vínculos altruistas y emotivos (moralizantes) suele ser manipulado en función de intereses políticos (poder coercitivo y jerarquías), y por eso sería conveniente hoy fijarse en los ejemplos que nos muestra la psicología positiva acerca de cómo afrontar las situaciones individuales de conflicto de una forma racional, equilibrada y que no esté en deuda con tradiciones del pasado.
El trabajo del psicólogo positivo es averiguar qué es lo mejor de ti —algo de lo que quizá no te has dado cuenta— y hacer que lo utilices cada vez más.
Se le dice al visitante que queremos averiguar lo que realmente funciona, y para ello vamos a asignarle aleatoriamente una intervención. (…) Se piensa en alguien de tu vida que haya supuesto una enorme diferencia positiva, que aún esté vivo y a quien no le has dado las gracias de una forma adecuada. ¿Tienes a la persona? Es importante poder hacerlo, por cierto, ya que la cantidad de gratitud está relacionada con los niveles básicos de felicidad. Cuanta menos gratitud tengamos en nuestra vida, menos felices somos, sorprendentemente. (…) Escribir un testimonio de trescientas palabras para esa persona, escrito correctamente y contándole la historia de lo que hizo, por qué supuso una diferencia para nosotros y dónde estamos en la vida como resultado de ello. (…) Entonces nos presentamos a su puerta, tomamos asiento y le leemos nuestro testimonio (…) La visita de agradecimiento es uno de los ejercicios que, para mi sorpresa, hace que las personas, de forma duradera, estén menos deprimidas y sean más felices
Algunas de estas intervenciones funcionan y otras no.
De momento, sabemos que las religiones tradicionales (particularmente el cristianismo) tienen efectos prosociales, que favorecen el altruismo, la confianza mutua y la cooperación efectiva. Los ejemplos de la psicología positiva, la terapia cognitivo-conductual y el desarrollo de la inteligencia emocional podrían servir de pautas para estrategias racionales de prosocialidad a gran escala que combinaran los hallazgos de la terapia del comportamiento con las estrategias religiosas (que implican, entre otros elementos característicos, el contenido simbólico, la doctrina ética y la red social de apoyo).
La educación, la tecnología (farmacología, pero no solo eso), el incremento de la riqueza material y las reformas políticas son hoy los medios utilizados en nuestra sociedad laica y racional, informada por la ciencia, para lograr la mejora social mientras que la racionalización de las grandes estrategias religiosas a fin de desarrollar la capacidad del individuo para el autocontrol en un sentido altruista (moralidad extrema) no ha sido todavía puesta en marcha. Sin embargo, el desarrollo sistemático de la moralidad debería ser el requisito previo a la aplicación de los avances científicos a la vida social. No basta con proclamar que la violencia, la pobreza y la ignorancia son malas, habría que implementar pautas de comportamiento prosocial en los individuos haciendo uso de lo que sabemos acerca de la psicología humana y de la experiencia histórica.
Los sistemas morales son conjuntos interrelacionados de valores, prácticas, instituciones y mecanismos psicológicos evolucionados que colaboran para suprimir o regular el egoísmo y hacer posible la vida en sociedad.
Hace tiempo que los sondeos muestran que, en Estados Unidos, los creyentes en una religión son más felices, más sanos, más longevos y más generosos entre sí y para la caridad que las personas laicas.(...) Si uno opina que la moral tiene que ver con la felicidad y el sufrimiento, entonces creo que se está obligado a examinar con más atención la forma en que viven realmente las personas religiosas y preguntarse qué es lo que hacen bien.(…) [Es un error] la afirmación (…) de que no solo no hay pruebas, sino que desde luego no las hay, cuando de hecho los sondeos llevan décadas mostrando que la práctica religiosa es un sólido predictor de comportamiento caritativo. Arthur Brooks analizó recientemente estos datos (en [su libro] "Who Really Cares") y llegó a la conclusión de que la enorme generosidad de los creyentes religiosos no solo se pone de manifiesto en las organizaciones benéficas religiosas (…) Según Brooks, es que todas las formas de dar van juntas
Muchos discuten estos datos sobre la influencia de la religión en el comportamiento altruista, pero, al menos, la discusión ya sitúa el problema en su justa medida: de todos los tipos de felicidad, de todas las virtudes individuales, de todas las predisposiciones temperamentales de cada uno de los individuos, pueden extraerse pautas culturales coherentes en un entorno determinado, y se puede poner al servicio de éstas las estrategias que conocemos (algunas nuevas y otras muy antiguas) acerca del autocontrol individual y la modificación del entorno.
Se puede ser feliz de muchas maneras, pero algunas formas de ser feliz son más prosociales que otras, y alientan la confianza, el altruismo y la cooperación más que otras. Ésas tendrían que ser las que eligiéramos como base cultural. Cómo implementarla dependería del uso que hagamos de los medios que nos ofrece el estudio de las religiones y el estudio en general de la mente humana.
Sabemos, por ejemplo, que la base del autocontrol moral se encuentra en nuestra repugnancia inmediata a las conductas antisociales culturalmente determinadas; ello es lo que permite prescindir de la coerción legal en muchos casos de comportamiento moral (me repugna dañar a un inocente tanto como me atrae ayudar a un necesitado…), lo cual supone la mayor de las ventajas para vivir en común (que todo el mundo desee por sí mismo lo justo y lo bueno). Los psicólogos actuales determinan el origen evolutivo de estas conductas de autocontrol…
Pureza/santidad(…) puede ser un sistema mucho más reciente, que surge de la emoción genuinamente humana del asco, que parece proporcionar a las personas la sensación de que determinadas formas de vivir y de actuar son más elevadas, más nobles y menos carnales que otras.(…) Se trata de sistemas modulares evolucionados que generan, durante la culturalización, gran número de módulos más específicos que ayudan a los niños a reconocer, de forma rápida y automática, ejemplos de virtudes y vicios resaltados culturalmente. (…) Las virtudes se construyen y aprenden socialmente, pero son procesos muy bien preparados y restringidos por la mente evolucionada.
Si intervenciones de este tipo (Las virtudes se construyen y aprenden socialmente) se hicieran a gran escala, utilizando, entre otros, el recurso del simbolismo religioso (imágenes de contenido emocional que pueden comunicarse e interiorizarse con efectos moralizantes) y siempre a partir de criterios objetivos y contrastados por la experiencia, entonces habríamos dado un gran paso en el sentido de utilizar la racionalidad de la mente humana para consolidar el autocontrol de nuestros impulsos antisociales mediante el diseño de un entorno que promueva la virtud y la felicidad. Con nuestra inteligencia natural y las posibilidades que la plena confianza entre los individuos abre para la cooperación efectiva, la mente humana podría desarrollar entonces sus plenas capacidades para la transformación del entorno (ciencia y tecnología).
¿Podrían las comunidades religiosas darnos claves sobre la prosperidad humana? ¿Pueden enseñarnos lecciones que mejorarían nuestro bienestar (…)?
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