Aunque el desarrollo del libro se atiene en general al tema que anuncia su título (la adolescencia), “Adolescencia en Samoa” (“Coming of Age in Samoa”), de la antropóloga Margaret Mead, también es una obra famosa por haber abordado una crítica a la sociedad urbana occidental de su tiempo al contrastarla con algunos aspectos positivos de la vida tradicional en los mares del sur. No se trataba de idealizar a los isleños con el romanticismo ingenuo de los narradores del siglo anterior, pero lo cierto es que se describían pautas de conducta del mundo primitivo que presagiaban actitudes progresistas del mundo moderno que estaba por venir.
Se parte de cuestionar el tópico de la conflictividad adolescente. Y para ello Margaret Mead recurre al método antropológico clásico.
El antropólogo se guía por el principio de que cuanto más simple es una civilización más posible es el logro del análisis. (…) Elegimos grupos primitivos que han tenido miles de años de desarrollo histórico bajo sistemas completamente diferentes de los nuestros
Se cuenta ya con una sospecha…
El antropólogo prestó atención a las opiniones corrientes sobre la adolescencia. Observó cómo actitudes que le parecieron dependientes del ambiente social —la rebelión contra la autoridad, los interrogantes filosóficos, el florecimiento del idealismo, el conflicto y la lucha— eran atribuidas a un período de desarrollo físico.
Las perturbaciones que afligen a nuestros adolescentes ¿se deben a la naturaleza de la adolescencia misma o a los efectos de la civilización?
¿Se encontrarían problemas parecidos bajo condiciones sociales mucho más sencillas?
Así vio la señora Mead a los adolescentes samoanos:
La adolescencia no representaba un período de crisis o tensión, sino que era, por el contrario, el desenvolvimiento armónico de un conjunto de intereses y actividades que maduraban lentamente.
¿Constituían el afecto y la autoridad difusos de las familias numerosas, la facilidad de mudarse de una casa a otra, el conocimiento sexual y la libertad de experiencia, garantías suficientes como para que todas las jóvenes samoanas pudieran llevar a cabo una adaptación perfecta? En casi todos los casos, sí.
Vivir como una muchacha con muchos amantes durante el mayor tiempo posible, casarse luego en la propia aldea cerca de los parientes y tener muchos hijos, tales eran las ambiciones comunes y satisfactorias.
El factor que hace del crecimiento, en Samoa, un asunto tan fácil y sencillo, es el predominio de un clima de complaciente indiferencia que penetra toda la sociedad. Porque Samoa es un lugar en que nadie arriesga mucho, nadie paga precios muy elevados, nadie sufre por sus convicciones o pelea hasta la muerte por objetivos especiales. Los desacuerdos entre padres e hijos se resuelven cruzando el niño la calle; entre un hombre y aldea, mudándose aquél a otra; entre un esposo y el seductor de su esposa, con unas cuantas esteras finas (como pago de reparación). Ni la pobreza ni grandes desastres amenazan a la gente para que ésta se aferre a su vida y tiemble por la continuidad de su existencia. No existen dioses implacables, prestos a la ira y severos en el castigo, que perturben el curso uniforme de sus días. Las guerras y el canibalismo han desaparecido hace mucho tiempo y en la actualidad la máxima causa de dolor con excepción de la muerte misma, la constituye el viaje de un pariente a otra isla. A nadie se le apura en la vida ni se le castiga ásperamente por su lentitud en el desarrollo. Por el contrario, el capaz, el precoz, es demorado hasta que los más lentos hayan alcanzado su paso. Y en las relaciones personales, la preocupación es igualmente leve. Odio y amor, celos y rencor, pena y duelo, son asunto de semanas.
De modo que la respuesta es:
la adolescencia no es necesariamente un período de tensión y conmoción, sino que las condiciones culturales la hacen así
De ahí se extraen conclusiones actuales, sugerencias para el mundo “civilizado”
Podríamos realizar nuestro objetivo, consistente en el desarrollo de una conciencia de la personalidad a través de la educación mixta y del fomento de amistades libres y no regimentadas, y acabar quizá con los males inherentes a la organización familiar demasiado íntima, eliminando de tal modo una parte de los factores de inadaptación sin sacrificio ninguno de los beneficios adquiridos a precio tan elevado.
El problema actual creado por la experiencia sexual de los jóvenes se simplificaría muchísimo si fuera concebido como una experiencia y no como una rebelión, si ninguna autoacusación puritana turbara sus conciencias.
Margaret Mead fue muy criticada por este libro. Sobre todo, se la criticó por supuestamente no haber recogido con exactitud los testimonios que le dieron los nativos y por haber extraído conclusiones exageradas. Sin embargo, si leemos "Adolescencia en Samoa" ya percibimos cierta precaución en la autora. Para empezar, la cultura samoana que la joven antropóloga norteamericana conoce, no es una tradición milenaria sino que
antes de la influencia de los blancos, era menos flexible y trataba con menos bondad al individuo anormal. La Samoa aborigen era más dura con la joven delincuente sexual que la del presente. El lector no debe confundir las condiciones que se han descrito con las aborígenes ni con las primitivas típicas. La civilización samoana actual es simplemente el resultado del fortuito y en general afortunado ímpetu de una cultura compleja, intrusa, sobre una cultura indígena más sencilla y sumamente hospitalaria.
Y aún faltaría por añadir lo que parece un problema de perspectiva típico en el estudio de muchos antropólogos a pueblos muy sencillos en condiciones primitivas
Ocurren casos de celos apasionados, pero constituyen temas de comentario y asombro generales. Durante los nueve meses que permanecí en las islas, sólo cuatro casos me llamaron la atención
Pero es que luego nos enteramos de que
las tres islas tienen una población de poco más de dos mil individuos
Así que nos queda la duda de si, por ejemplo, cuatro casos de “celos apasionados” durante el poco tiempo en que la señora Mead permaneció en aquellas islas tan escasamente pobladas fueron en realidad significativamente pocos o no…
Como conclusión más ponderada, la señora Mead, una intelectual comprometida (una de las primeras mujeres antropólogas), no podía tampoco presentar la forma de vida de los samoanos como un modelo a imitar, porque la supuesta baja conflictividad en la vida aldeana (sobre todo, por lo visto, en materia sexual) tenía como origen una cierta banalidad cotidiana…
Los samoanos se ríen de las historias románticas de amor, escarnecen la fidelidad a una esposa o amante ausente durante largo tiempo, creen explícitamente que un amor curará en seguida la pena causada por la pérdida de otro (…) El amor romántico tal como ocurre en nuestra civilización, inextricablemente ligado a las ideas de monogamia, exclusividad, celos y una fidelidad sin rodeos, no ocurre en Samoa. Nuestra actitud es un complejo, resultante final de muchas líneas de desarrollo convergentes en la civilización occidental, de la institución de la monogamia, las ideas de los tiempos de la caballería, la ética del cristianismo. Aun la apasionada adhesión a una persona, que dura un largo período y persiste frente al desaliento pero no excluye otras relaciones, es rara entre los samoanos.
Los samoanos tasan la fidelidad romántica en términos de días o semanas cuando más y tienden a mofarse de los relatos sobre la constancia eterna. (Acogieron la historia de Romeo y Julieta con incrédulo desprecio.)
En esta actitud indiferente hacia la vida, en esta tendencia a esquivar el conflicto, las situaciones agudas, Samoa contrasta profundamente no sólo con Estados Unidos sino también con las civilizaciones más primitivas. Y por más que deploremos tal actitud y sintamos que en una sociedad tan superficial no nacen personalidades importantes ni se da un gran arte, debemos admitir que reside aquí un factor vigoroso que influye en el pasaje indoloro de la niñez a la condición de mujer. Dado que nadie experimenta sentimientos muy fuertes, la adolescente no será torturada por situaciones hirientes.
Pero este mismo “factor vigoroso que influye en el pasaje indoloro de la niñez a la condición de mujer” hoy no es juzgado de la misma manera. Observemos la peligrosa conclusión que se extrae al observar las supuestas relaciones paterno-filiales entre los primitivos samoanos…
El cuadro samoano muestra que no es necesario encauzar tan profundamente el afecto de un niño hacia sus padres y revela que si bien podríamos rechazar la parte del esquema samoano que no acarrea ninguna ventaja, como la separación de los sexos antes de la pubertad, podemos empero aprender algo de una cultura en la que el hogar no domina ni deforma la vida del niño.
La idea de ser laxos en las relaciones afectivas padres-hijos estuvo en boga durante algún tiempo. Pero hoy por hoy la psicología experimental ha demostrado que los vínculos paternales intensos son básicos en la construcción de una personalidad empática y afectiva. Algo que a los samoanos, como se ve, no les preocupaba de forma especial.
Sin embargo, durante bastante tiempo pareció una opinión acertada la de que el niño buscase su identificación y sus relaciones afectivas en una comunidad más amplia fuera del núcleo familiar juzgado como opresivo, ya que se alentaba a “acabar con los males inherentes a la organización familiar demasiado íntima”.
De todas formas, Margaret Mead sí hace una observación muy acertada y necesaria al rechazar el excesivo peso de la responsabilidad individual que la sociedad carga sobre los jóvenes.
Una sociedad que reclama decisiones, que está integrada por muchos grupos orgánicos (…) no dará paz a cada generación hasta que todas hayan elegido o se hayan hundido, incapaces de soportar las condiciones de la elección.
Finalmente, de la lectura de este libro, como de cualquier otro que observa con perspicacia las costumbres de pueblos exóticos, se pueden extraer algunas observaciones valiosas que no están necesariamente relacionadas con la cuestión adolescente y familiar. Por ejemplo, que los samoanos, siendo pocos y teniendo pocas posesiones, también conocían las jerarquías y que su clase alta demostraba tener una moral sexual mucho más estricta (¿no es lo mismo en la sociedad cristiana tradicional, donde se da por supuesta una mayor relajación moral en las clases bajas?)
Lo sexual es algo natural y placentero; la libertad de que puede gozar está limitada sólo por una consideración: la situación social (social status). Las hijas y esposas de jefes no deben entregarse a experiencias extramaritales.
Y otra curiosidad: siendo el mundo de los samoanos extremadamente sencillo y alejado de las complejas tradiciones de las naciones más populosas, también conocía las ideas de sabiduría y excelencia, incluso como forma de que los jóvenes construyesen su propio estatus…
Alo era el modelo de todo lo que un joven debía ser. Evitaba la compañía de mujeres, se quedaba mucho tiempo en su casa e instruía rigurosamente a su hermano y hermana. Mientras los demás muchachos jugaban al cricket, él se sentaba a los pies de Samala y repetía genealogías de memoria.
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ResponderEliminarmuchas gfracias!!!
ResponderEliminarA ti!
ResponderEliminarCvqjjwjuysjksusjjJhh
ResponderEliminarIt is certainly unknown to me...
ResponderEliminarMuy interesante gracias ☺
ResponderEliminarSi, muy interesante, gracias
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