lunes, 2 de junio de 2014

“Qué nos hace humanos”, 2003. Matt Ridley.

  El zoólogo y gran divulgador Matt Ridley quiere mostrarnos en su ensayo, dirigido al gran público pero nada escaso de pormenorizadas exposiciones científicas, que a la hora de reflexionar acerca de la naturaleza humana sería conveniente evitar el maniqueísmo de la sistemática oposición entre el determinismo genético y el determinismo ambiental: ni nuestra conducta está programada directamente por la herencia, ni tampoco nuestra conducta depende exclusivamente de los condicionamientos del entorno.

Los dos lados de este debate son los nativistas, a los que a veces llamaré genetistas o partidarios de la herencia o la naturaleza, y los empiristas, a los que algunas veces llamaré ambientalistas o partidarios del entorno.

 Por supuesto, el libre albedrío también es una fantasía (una fantasía creada por el cerebro humano), pero el rechazo a cualquier determinismo concreto nos sitúa en una posición compleja y a la vez tranquilizadora: podemos enfrentarnos a nuestras características heredadas más problemáticas de la misma forma que podemos defendernos de la presión de nuestro entorno, pero solo es factible hacerlo en la medida en que nuestra herencia genética y nuestro entorno nos lo permitan…

El ambiente es reversible; la herencia no lo es. Esta es la razón por la que durante un siglo los intelectuales han preferido ser optimistas y creer en la posibilidad de mejorar el ambiente, en lugar de creer en el deprimente calvinismo de los genes.

  Sin embargo…

El determinismo ambiental es, al menos, una creencia tan despiadada como el determinismo genético (No debemos olvidar que la manipulación del entorno es algo que está al alcance de los poderosos: los líderes religiosos o políticos, o los detentadores del poder económico… )

  Veamos cómo  la creación de un entorno propicio puede afectar nuestras peculiaridades heredadas, incluso a nivel de las funciones cerebrales.

Todos los primates, seres humanos incluidos, pueden desarrollar nuevas neuronas corticales en respuesta a experiencias intensas, y perder neuronas en respuesta a la dejadez (…) A pesar del determinismo que existe en la formación inicial de las conexiones cerebrales, la experiencia es esencial para perfeccionar dichas conexiones. (…)La experiencia influye absolutamente en el desarrollo del cerebro. (…)Más que atiborrar la mente de hechos, la única finalidad de la educación es ejercitar esos circuitos cerebrales que podrían ser necesarios a lo largo de la vida. 

Las puntuaciones promedio del Cuoficiente Intelectual aumentan constantemente a un ritmo de al menos cinco puntos por década. Esto demuestra que el ambiente influye en el CI (…) Hay algo acerca de la vida moderna, ya sea la nutrición, la educación o la estimulación mental, que está haciendo que cada generación obtenga mejores resultados en las pruebas del CI que sus padres

La premisa de Freud que dice que existen unas «experiencias formativas», que tienen lugar muy pronto y que están presentes con fuerza en el subconsciente del adulto es correcta. (…) Esta propuesta es buena para el diagnóstico, pero es una terapia espantosa. 

   De todas formas, mientras más sepamos acerca de cuáles son los límites de nuestra libertad, más podremos ejercer ésta.

  Por ejemplo, ¿son hombres y mujeres iguales?

Hoy día nadie niega que los hombres y las mujeres difieren no sólo en anatomía sino también en conducta.

  Por ejemplo, ¿es heredable la inteligencia?

Los genes no nos hacen inteligentes; hacen que las probabilidades de que disfrutemos aprendiendo sean mayores. Puesto que lo disfrutamos, pasamos más tiempo haciéndolo y desarrollamos nuestra inteligencia. La naturaleza sólo puede actuar a través del entorno.

  Por ejemplo, ¿la religión puede ser transmitida genéticamente?

En una cosa tan típicamente «cultural» como la religión, la influencia de los genes no se puede pasar por alto y se puede medir. (…) La transmisión de la afiliación religiosa es algo cultural más que genético, aunque no el fervor religioso.

   ¿Y la agresividad?

En una extensa familia holandesa con una historia de delincuencia de varias generaciones, se encontró que el gen de la MAOA estaba alterado sin más en los miembros de la familia que eran delincuentes, pero no en los parientes que cumplían las leyes. Sin embargo, esta mutación es muy rara y no explica muchos crímenes. Las mutaciones de baja actividad que dependen del ambiente son mucho más habituales (se encuentran en el 37 por ciento de los hombres).

   De observar estos fenómenos de cerca obtenemos unas cuantas enseñanzas prácticas acerca del comportamiento humano, sobre todo si a la hora de juzgar su funcionalidad no nos dejamos llevar por los prejuicios culturales del momento. Pongamos el caso de las diferencias entre sexos (con independencia del hecho concluyente de que existe igualdad intelectual entre ambos):

Cuanto más alto es el nivel de testosterona, menos mira el bebé masculino de un año a los ojos (…) Da la impresión de que la relativa preferencia femenina por las caras, que poco a poco se va tornando en una preferencia por las relaciones sociales, está de algún modo presente desde el principio. 

  La mayor empatía de las mujeres, su bajo nivel de agresividad, sus inclinaciones sexuales más plásticas (la mujer puede adaptarse más fácilmente a diversas tendencias eróticas) y sus mayores capacidades sociales muy bien podrían estar desaprovechadas en un entorno cultural que hasta muy recientemente ha sido diseñado solo en base a las características del sexo masculino dominante…

  Quizá uno de los errores del libro de Ridley sea acentuar demasiado los errores ajenos. Es equivocada la idea de que somos una “tabla rasa” sobre la cual podemos crear mediante la manipulación del ambiente al individuo que deseamos (lo que presuntamente señalaban los conductistas), pero el que esto sea cierto no justifica considerar que los conductistas o ambientalistas ignoraban la predisposición instintiva del individuo, cuando era precisamente el conocimiento de tal naturaleza su principal preocupación.

  Ridley da una gran importancia al famoso experimento que el psicólogo Harry Harlow llevó a cabo con unas crías de mono:

Se le ocurrió una idea para hacer un experimento: ¿por qué no darle a una cría de mono la posibilidad de elegir entre un modelo de madre hecho de tela, que no ofreciese ningún tipo de recompensa, y otro hecho de alambres y que le recompensase con leche?, ¿cuál de los dos elegiría?

  Del resultado del experimento, Matt Ridley concluye poco menos que la defunción de la teoría conductista…

Si las cuatro crías de mono hubieran leído a Watson y a Skinner enseguida hubieran asociado al modelo de alambre con la comida y les hubiera encantado el alambre. Sus madres de alambre les recompensaban generosamente, mientras que las de tela les ninguneaban. Pero los monitos pasaban casi todo el tiempo con las madres de tela; sólo dejaban la seguridad de la tela para beber de las madres de alambre.  (…)En 1958, Harlow anunció sus resultados en su disertación como presidente de la Asociación Americana de Psicología, y tituló la conferencia, con toda la intención de provocar, «La Naturaleza del Amor». Le había dado un golpe letal al skinnerismo, que se había colocado a sí mismo en la absurda situación de proclamar que la base del amor que un niño siente por su madre era únicamente que la madre era su fuente de alimentación. (…)El poder de asociación tenía un límite, un límite suministrado por las preferencias innatas

  Resulta difícil de creer que los psicólogos conductistas Watson o Skinner hubieran llegado nunca a decir que solo de leche viven los bebés. Entre otras cosas porque eran científicos experimentales y eran perfectamente capaces de distinguir entre estímulos y aversiones si se les mostraban pruebas empíricas de ello. Es obvio que Harlow demostró que, entre las necesidades innatas de los bebés (simios o humanos) se cuentan tanto el suministro de alimentos como determinados efectos sensitivos que corresponden con bastante aproximación a lo que llamamos “amor”. Y de ahí el extraordinario valor del experimento (que en modo alguno refuta el conductismo bien entendido).

  En efecto: el amor existe, no es una creación poética. El amor es material, tiene un origen genético y fisiológico (la hormona oxitocina, ya famosa, juega un importante papel en su biología), y se puede descomponer en elementos perceptibles como la expresión facial, el calor y tacto de la piel, el tono de voz y muchos más… todos importantísimos y que deben ser estudiados a fondo.

  Y puesto que el amor existe, que está científicamente demostrado que existe, y puesto que el amor supone tantas ventajas (proporciona placer… y además estimula la cooperación como ninguna otra cualidad humana), todo lo que podamos averiguar sobre él nos puede ayudar a recrearlo, incentivarlo y potenciarlo.

  Para instrumentalizar nuestros conocimientos al respecto podríamos hacer uso de los mecanismos culturales, es decir, de la capacidad del ser humano para alterar su propio entorno… que está compuesto fundamentalmente por el comportamiento de los semejantes que nos rodean.

Imitar, manipular y hablar son tres cosas que los seres humanos hacen especialmente. No es que sean elementos centrales de la cultura: son la cultura. Se ha dicho que la cultura es la utilización de artificios para influir en la acción. 

La cultura es la capacidad de acumular ideas e inventos durante generaciones, de transmitírselas a los demás y así unificar los recursos cognitivos de muchos individuos vivos y muertos.

Si los chimpancés, los monos y las orcas tienen una cultura ¿por qué no despegan culturalmente? Porque carecen de la inquietud por el cambio y la innovación continua y acumulada. En una palabra, para ellos no existe el «progreso».

  Se trataría sobre todo de transmitir métodos y aprendizajes que permitan incentivar actitudes más cooperativas. Eso sería el mayor progreso porque mientras más cooperación inteligente se dé, en sus más variadas formas, mayor bienestar habrá para la inmensa mayoría. A nivel económico, el progreso se materializa en el desarrollo de la tecnología y su manejo eficiente. Pero inventar, desarrollar y aplicar la tecnología exige cooperación.

La cultura explica el éxito ecológico de los seres humanos. Sin la capacidad de acumular y de mezclar ideas nunca hubiera inventado la agricultura, la gente, las ciudades, la medicina, ni ninguna de las cosas que le permitió gobernar el mundo. La aparición conjunta del lenguaje y la tecnología alteró drásticamente el destino de las especies.

En algún momento, los primeros seres humanos combinaron su capacidad para imitar con su capacidad para empatizar y de ahí surgió una capacidad para representar conceptos mediante símbolos arbitrarios. Esto les permitió referirse a ideas, personas y sucesos que no estaban presentes y así pudieron desarrollar una cultura cada vez más compleja, que a su vez les forzó a desarrollar cerebros cada vez más grandes para poder «heredar» elementos de esa cultura a través del aprendizaje social.

¿Qué fue lo que cambió hace unos 200 000 o 300 000 años y que posibilitó que los seres humanos consiguieran el despegue cultural del modo que lo hicieron? Tuvo que ser un cambio genético, en un sentido banal ya que el cerebro está construido por los genes y algo tuvo que cambiar en la forma en que se construye el cerebro.  (…) Los cambios tuvieron lugar en un pequeño número de genes, sólo porque el despegue fue muy repentino, y a no mucho tardar la ciencia sabrá en cuáles de ellos.

  Hoy por hoy, las posibilidades de progreso parecen ilimitadas.

   Aunque Ridley se muestra muy escéptico acerca de los clásicos modelos utópicos, no cabe duda de que el planteamiento de la utopía es perfectamente lógico

El utopismo es la idea de que existe un modelo ideal de sociedad que puede derivarse de una teoría de la naturaleza humana. 

  De ahí que el pensamiento y la ciencia hayan llevado a tantos modelos utópicos. Todos, hasta el momento, han fracasado, pero de todos sus errores hemos aprendido mucho.

El cambio cultural no alteró la naturaleza humana (por lo menos no demasiado). Esto es algo que ha despistado a los utópicos. Una de las ideas más constantes en las utopías es la abolición del individualismo en una comunidad que lo comparte todo. 

  ¿Es un error considerar que el individualismo choca sistemáticamente con los intereses de grupo?, ¿y es un error considerar que la cooperación eficiente del grupo es lo que más recompensas puede proporcionar al individuo? Lo que es un error es hacer un análisis superficial de la capacidad humana para superar los conflictos entre individuos. Tanto como es un error no reconocer que ése siempre será el problema. Partiendo del reconocimiento del problema, podemos hallar la solución.

Existen límites al poder de la cultura para cambiar el comportamiento humano.

  ¿Y dónde están esos límites? Eso es lo que nos interesaría averiguar, porque ya sabemos que el comportamiento humano estándar, es decir, en las condiciones culturales que generaron nuestra herencia genética (la cultura de la sociedad primitiva) no se atiene a nuestras expectativas actuales. Somos capaces de alcanzar las potencialidades humanistas más exquisitas (es decir, aquellas que retribuyen la cooperación con recompensas de valor universal) y somos capaces de ello partiendo de cualquier tipo de condicionamiento cultural previo, pero ¿cómo emprender el cambio y hacer que predominen tales potencialidades humanistas sobre todas las demás?

   Yendo al detalle, ¿cuáles son las cualidades humanas, tan innatas como el “individualismo”, que pueden ayudarnos a crear una cultura que estimule la plena cooperación?

Se dice que el amor romántico es un fenómeno cultural encubierto por siglos de tradición y enseñanza. Fue inventado en la Corte de Leonor de Aquitania, o algún lugar semejante, por un grupo de poetas obsesionados por el sexo llamados trovadores; antes de eso era simplemente sexo.(…)  En 1992 William Jankowiak estudió 168 culturas etnográficas diferentes y no encontró ninguna que no reconociera el amor romántico

Boas concluye respecto a sus amigos esquimales que «la mente de los salvajes es sensible a la belleza de la poesía y de la música, y sólo pueden parecerles estúpidos o sin sentimientos a los observadores superficiales»

  Por lo tanto, las cualidades humanas empáticas, imitativas y afectivas, las que mejor pueden llevarnos a una cultura de plena cooperación, no son en absoluto extrañas a nuestra naturaleza . Están en nuestra herencia, y a veces el entorno cultural las promueve y estimula. A veces no. Pero la capacidad para percibirlas está ahí.

«Sólo los seres humanos entienden [a otros seres humanos] como agentes intencionales similares a uno mismo, y por tanto sólo los seres humanos se pueden implicar en un aprendizaje cultural». Esta diferencia surge a los nueve meses de edad (…) Por ejemplo, los seres humanos señalarán un objeto con el único propósito de compartir la atención con otra persona. Mirarán a la dirección a la que alguien está señalando, y seguirán la mirada de otra persona. Los primates nunca hacen eso; ni tampoco (hasta mucho después) lo hacen los niños autistas (…) La imitación se convierte en algo más profundo cuando el imitador entra en la cabeza del modelo; cuando entiende sus procesos mentales. 

Cuando uno mismo imita una idea la convierte en una representación, que a su vez se convierte en simbolismo. Quizá eso es lo que permite a los seres humanos jóvenes adquirir mucha más cultura que los chimpancés.

   Un estudio sin prejuicios de las capacidades humanas para el progreso cultural puede llevarnos a admitir hechos ciertos que entran en conflicto con muchas de nuestras creencias actuales. El que esas creencias existan es una buena muestra de que el progreso cultural tiene mucho camino por delante.

Si (…) eres hijo de un guerrero yanomano, entonces lo mejor que puedes hacer para conseguir la inmortalidad genética es matar y que no te maten. En esa sociedad los hombres que han matado a otros hombres tienen un número mayor de parejas sexuales que la media. En cualquier caso, no cabe duda de que ser varón es malo para la supervivencia y que suspenderá el test de la selección natural

  ¿Son los guerreros yanonamo un ejemplo de cultura progresiva? Los homicidas son retribuidos con el éxito reproductivo (aunque estadísticamente tengan menos posibilidades de alcanzar una larga vida), no los que desarrollan la mejor tecnología, ni  tampoco los que contribuyen a crear buenas condiciones para la cooperación… Lo mismo se puede decir de otras fórmulas fallidas…

Una sociedad estratificada por la riqueza es injusta, porque los ricos pueden comprar comodidades y privilegios. Pero una sociedad estratificada por la inteligencia también es injusta, porque los listos pueden comprar comodidades y privilegios. Afortunadamente, la meritocracia está permanentemente socavada por otra fuerza incluso más humana: la lujuria. Si los hombres más listos llegan más alto, es razonable pensar que usarán sus privilegios para buscar mujeres guapas (y seguramente al contrario), igual que los ricos hicieron antes que ellos. Las mujeres guapas no son necesariamente estúpidas, pero tampoco son necesariamente brillantes.

  El punto de partida siempre será el mismo:

Las mentes humanas fueron diseñadas para la sabana del Pleistoceno, no para la jungla urbana.

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