jueves, 25 de julio de 2024

“Un conflicto de visiones”, 1987. Thomas Sowell

   Lo que el economista Thomas Sowell llama “visiones” son concepciones comunes de la naturaleza humana y la vida social: el contenido de la sabiduría del momento.

Una visión ha sido descrita como un acto cognitivo preanalítico (…) Una visión es nuestro sentido de cómo funciona el mundo. Por ejemplo, el hombre primitivo tenía un juicio de por qué las hojas de los árboles cambian: podía haber sido porque algún espíritu las cambiaba (…) Newton tenía una visión muy diferente de cómo funciona el mundo y Einstein otra. (Capítulo 1)

Las visiones son los fundamentos de cómo se construyen las teorías (Capítulo 1)

Las visiones sociales difieren en sus concepciones básicas de la naturaleza del hombre (Capítulo 2)

El fenómeno de que se sostengan aserciones sin ninguna evidencia es otro signo de la fuerza y persistencia de las visiones (Capítulo 9)

  Ahora bien, a Sowell le interesa en especial la coexistencia conflictiva actual de dos visiones en particular, que llama la “visión ilimitada” –unconstrained- y la “visión limitada” –constrained-.

La visión limitada es una visión trágica de la condición humana. La visión ilimitada es una visión moral de las intenciones humanas que son vistas como decisivas por completo. La visión ilimitada promueve la persecución de los ideales más altos y las mejores soluciones. En contraste, la visión limitada ve lo mejor como lo enemigo de lo bueno (Capítulo 2)

  Lo limitado sería conservadurismo, y lo ilimitado sería progresismo. La diferenciación tiene mucho que ver con la clásica de “hobbesianos” y “rousseaunianos”.

Cuando Rousseau dijo que el hombre nace libre pero que en todas partes está encadenado, expresaba la esencia de la visión ilimitada, en la cual el problema fundamental no es la naturaleza del hombre sino las instituciones. Según Rousseau, los hombres no son enemigos mutuos por sistema [que es] la visión diametralmente opuesta presentada por Hobbes en el “Leviatán” (Capítulo 2)

  Se trasluce en el autor cierta tendenciosidad conservadora. No parece concebir una “tercera alternativa” a este dualismo: Hobbes dice que la naturaleza humana es violenta y perniciosa… pero eso no quiere decir que no pueda ser corregida por la civilización; al fin y al cabo, la religión cristiana se basa en eso: combatir, controlar y perfeccionar la naturaleza pecadora del ser humano. ¿Dónde aparece la visión de la perfectibilidad de la naturaleza humana en contraste con la de su imperfección irremediable y con la otra, la rousseauniana, de que la naturaleza humana en realidad es buena, pero que una civilización insensata la ha corrompido? 

  Y recordemos que las “visiones” no implican un conocimiento exacto de la naturaleza del mundo, sino que expresan una actitud humana en particular con respecto a éste.

La realidad es demasiado compleja para ser comprendida por mente alguna. Las visiones son como mapas que nos guían a través de un entramado de confusas complejidades. Como los mapas, las visiones tienen que dejar fuera muchos rasgos concretos a fin de que podamos centrarnos en unos pocos caminos que lleven a nuestras metas. Las visiones son indispensables pero peligrosas, precisamente porque llegamos al punto de que las confundimos con la misma realidad (Capítulo 1)

  Tanto más peligroso es resignarnos a solo estas dos opciones poco esperanzadoras en las que insiste Sowell. Resulta llamativo cómo el autor trata de ridiculizar las posibilidades de perfeccionismo social –sea mediante leyes o, quizá, mediante el perfeccionamiento del comportamiento humano individual-.

La persona promedio tal como existe hoy no es vista en términos optimistas por aquellos con la visión ilimitada (…) La brecha entre lo actual y lo potencial es mayor en la visión ilimitada que en la visión limitada. (Capítulo 6)

Una gran separación entre las capacidades existentes morales e intelectuales del hombre común y los de la élite intelectual ha sido una característica duradera de la tradición de la visión ilimitada (Capítulo 6)

  Se pretende hacer creer que la idea de la perfectibilidad social implica la aparición y permanencia de una élite intelectual de tendencias tiránicas que nos guiaría a tal perfección, con lo que las pretensiones de igualdad encubrirían en realidad un proyecto social de gran desigualdad. Esto bien puede decirse de la “República” de Platón, donde los sabios guerreros deben gobernar y, desde luego, del elitismo marxista, donde se hace inevitable que exista una “vanguardia del proletariado” bien formada en el socialismo científico… pero en absoluto se puede negar la evidencia de que todos los cambios sociales, para que se produzcan, implican que las nuevas ideas –las nuevas visiones- en principio sean respaldadas por una minoría, ¿cómo si no van a darse y extenderse si no hay un comienzo en alguna parte?  

  Por el contrario, la reacción conservadora –visión limitada- se pretende que es completamente honesta y no fruto de tendenciosidad interesada alguna. 

Es para los procesos evolutivos sistémicos –tradiciones, valores, familias, mercados, por ejemplo- que aquellos con la visión limitada buscan la preservación y el avance de la vida humana (Capítulo 7)

En la visión ilimitada, en la cual el hombre puede controlar las complejidades sociales lo suficiente para aplicar directamente la lógica y la moralidad por el bien común, la presencia de gente altamente educada e inteligente que se opone diametralmente a las políticas por el bien común o bien es un enigma intelectual o una infamia moral, o ambas cosas. [Sin embargo,] las implicaciones de mala fe, venalidad u otras deficiencias intelectuales y morales tienen mucho más en común con el criticismo de la visión ilimitada a la visión limitada que viceversa (Capítulo 9)

  ¿Cómo no va a haber implicada mala fe y venalidad en el empeño de un inmovilismo social –visión limitada- que favorece a los privilegiados del momento? ¿No son evidentes las motivaciones para ello? ¡No cambiemos nada, que yo y los míos ahora vivimos muy bien!

  Se pretende hacer creer que son los intereses venales y de mala fe de los intelectuales de la visión ilimitada los que impulsan el cambio social. En realidad, los cambios sociales “rousseaunianos” tienen motivaciones más complejas en las cuales siempre han jugado decisivamente los condicionamientos de precariedad de las masas desfavorecidas.

  De hecho, los autores a los que Sowell suele hacer referencia como representativos de la visión ilimitada –Godwin, Condorcet, el mismo Rousseau- nunca abrigaron expectativa de “venalidad” alguna, pues estuvieron muy lejos de alcanzar el poder político.

  ¿Hay algo valioso en la “visión limitada” que se presenta como alternativa a la venalidad de los intelectuales ambiciosos?

Mientras que la visión limitada toma los motivos y predisposiciones de la gente como algo inamovible y enfatiza los incentivos para llevar al comportamiento socialmente deseado, la visión ilimitada intenta cambiar los motivos y predisposiciones de la gente de modo que los incentivos en general sean menos importantes, sea en el mercado económico o en el Derecho. (Capítulo 8)

  Un orden social basado en incentivar las motivaciones inamovibles no parece que pueda promover evolución alguna.

La visión (…) que ve límites severos en la racionalidad consciente del hombre, descansa sobre todo en procesos sistémicos evolucionados que aportan y coordinan una amplia gama de conocimiento necesario para la supervivencia y progreso humanos. (Capítulo 3)

    Poco o nada podemos saber de tales “procesos sistémicos evolucionados” ni qué pueden aportar al “progreso humano”. 

En la visión limitada, los individuos tienen una gran libertad precisamente a fin de servir a fines sociales –los cuales pueden no ser parte de los propósitos del individuo- (Capítulo 5)

  Estaríamos quizá en el ámbito de libertarismo capitalista y los “procesos sistémicos” serían estrategias económicas que, sin proponérselo los individuos, cumplirían inadvertidamente fines sociales: los incentivos de beneficio individual acabarían llevando de forma sistémica al avance social. Esto es una creencia poco fundamentada por el estilo de la de los marxistas de que el capitalismo sucumbiría por sus propias contradicciones. 

  Nada sabemos de cómo se ha producido en concreto el avance social y económico, pero sí sabemos dos cosas: una, que siempre ha habido demanda de mayor igualdad y humanitarismo por parte de las minorías intelectuales progresistas (Godwin y Condorcet incluidos); y otra, que las clases privilegiadas nunca han necesitado de procesos sistémicos de avance social y económico para mantenerse en su condición privilegiada.

  También hay inexactitudes acerca de lo que el pensamiento de innovación social puede implicar.

La visión [ilimitada] exige para los menos afortunados no meramente caridad sino justicia (Capítulo 8)

  Esto implica considerar que el planteamiento progresista se limita al pensamiento político. En realidad, el progresismo se encuentra también en la evolución moral. Una vez más, no podemos quedarnos en el reduccionismo de esas dos visiones de tipo político: la de la élite intelectual que promueve el igualitarismo político, y el conservadurismo que confía en el progreso espontáneo de las fuerzas económicas y sociales. En el caso concreto de la dicotomía caridad/justicia; “caridad” puede suponer, para el generoso, algo más que un alivio momentáneo de la conciencia culpable… puede implicar un cambio moral que mejore el cómo se manifieste la naturaleza humana a nivel social.  

  El hecho es que en este libro también aparecen apuntes significativos de lo que puede significar una visión progresista genuina. Por ejemplo, al recuperar a un autor tan injustamente olvidado como Godwin.

Desde la perspectiva de Godwin, el amor a nuestro país es un principio engañoso que establecería una preferencia construida sobre relaciones accidentales y no sobre la razón (Capítulo 4)

  En pleno siglo XXI aún no tenemos un movimiento intelectual antinacionalista comparable, por ejemplo, al del “nuevo ateísmo”. Ello es un ejemplo de que el progresismo –¿”visión ilimitada”?- tiene todavía mucho espacio para evolucionar.

Era el poder de la razón lo que hacía innecesario que el gobierno tomase la tarea de la redistribución en la visión de Godwin, porque los individuos serían capaces, en cualquier caso, de voluntariamente compartir su propiedad (Capítulo 5)

  Lo mismo sobre el anarquismo de Godwin: ¿si la razón es capaz de superar el irracionalismo que lleva al abuso y la desigualdad… no sería también capaz de superar la misma coacción propia de todo gobierno? Para un socialista elitista -¿”visión ilimitada”?- es preciso crear una autoridad que imponga la justicia social mediante la propiedad pública de los medios económicos; para un anarquista racionalista y benévolo como Godwin, la propiedad es indiferente, lo importante es el uso que se da a los bienes… que racionalmente debe ser equitativo y benévolo (lo que se parece más a la caridad que a la justicia).

La noción de que el ser humano es altamente un material plástico es todavía central entre muchos pensadores contemporáneos que comparten la visión no limitada (Capítulo 2)

  La idea de la plasticidad es también razonable si consideramos cómo evolucionan las culturas. Y tampoco implica necesariamente cambios políticos. De hecho, la evolución cultural –y en particular su aspecto de evolución moral- solía depender en el pasado más bien de cambios religiosos, que hasta cierto punto se sustanciaron en la expansión de concepciones populares acerca de la condición humana (el alma inmortal de naturaleza universal, por ejemplo). Nuevas “visiones” que den lugar a nuevas mejoras sociales son posibles.

Lectura de “A Conflict of Visions” en Basic Books 2007; traducción de idea21

lunes, 15 de julio de 2024

“Machos demoniacos”, 1996. Wrangham y Peterson

   El debate entre rousseaunianos y hobbesianos acerca de la naturaleza violenta o no del Homo sapiens durará todavía bastante tiempo a falta de evidencias más firmes que aquellas con las que contamos ahora. La relevancia del debate se explica porque numerosas teorías sociales y políticas requieren una determinación exacta de tal supuesta naturaleza innata. 

   El igualitarismo socialista daba por sentado – desde una posición plenamente rousseauniana- que el ser humano en estado de naturaleza era pacífico… hasta que aparecieron siniestras invenciones políticas como la propiedad privada, el patriarcado o la religión (por lo tanto, una vez eliminadas tales demoniacas instituciones que solo benefician a las clases altas, el ser humano volvería de nuevo a la armonía primitiva).

  El conservadurismo reaccionario se apuntaba al hobbesianismo: la naturaleza humana es violenta y pecadora, por lo que requiere una fuerte autoridad política que evite el caos de la guerra de todos contra todos (mejor entonces fortalecer a una clase superior que pueda hacerse cargo de ejercer tal autoridad).

  Aquí, algunos pronunciamientos públicos a este respecto…

Los orígenes de la violencia. Unesco

Wikipedia. Violencia

Manifiesto de Sevilla sobre la violencia

  Paleoantropólogos y primatólogos tienen mucho que aportar a todo esto. Richard Wrangham ha estudiado ambos campos científicos, sobre todo la primatología, el comportamiento de nuestros parientes “grandes simios”. Se adhiere a la opinión más generalizada de que el comportamiento en especial de los machos es rabiosamente violento.

La violencia masculina que existe y amenaza las comunidades de chimpancés es tan extrema que [para un individuo aislado] estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado y en el grupo equivocado puede significar la muerte  (p. 21)

Somos parte de un grupo dentro de los simios donde los machos mantienen el poder organizándose en coaliciones poderosas, impredecibles, manipuladoras y guiadas por la lucha por el estatus que operan en persistente rivalidad con otras coaliciones semejantes (p. 233)

A pesar de las admirables intenciones de los que creen que el patriarcado es únicamente una invención cultural, hay demasiada evidencia contraria. El patriarcado está en todas partes y a lo largo de toda la historia, y sus orígenes pueden detectarse en la vida social de los chimpancés (p. 125)

  Después de los siniestros descubrimientos en Gombe sobre sangrientas guerras entre bandas de chimpancés, ya pocos dudan de que estos animales, tan parecidos en su vida social a la de los cazadores-recolectores humanos que conocemos, son muy violentos. Ahora bien, eso no quiere decir que los pre-humanos Homo habilis, Homo erectus o Australopiteco fuesen necesariamente igual. Y contamos con una nueva evidencia dada a conocer poco después de los informes de Gombe: el comportamiento mucho menos violento de los chimpancés bonobos.

Entre los bonobos no hay informes de coitos forzados, palizas a hembras ni infanticidios (p. 205)

No hay patrullas fronterizas, ni agresiones letales ni palizas a extraños (p. 216)

  El bonobo no es una “raza” de chimpancés, sino una especie diferenciada de grandes simios que ha evolucionado por su cuenta a lo largo de cientos de miles de años. Aunque los machos bonobos –e incluso las hembras- pueden a veces ejercer cierta violencia, la diferencia es abismal con respecto al comportamiento del chimpancé común. Y esto requiere una explicación.

  Sabemos que en muchas cosas ambas especies –chimpancé común y bonobo- son casi idénticas: los machos son más violentos, los machos son más grandes que las hembras –dimorfismo-, los machos permanecen en su grupo de origen -y son las hembras las que pasan a integrarse a otros grupos cuando son jóvenes-, ambos son cazadores y viven en bandas.

  Pero después aparecen las diferencias, y aquí Wrangham considera que podría estar la clave.

  -Los machos bonobos nunca forman coaliciones para enfrentarse a otros individuos dentro de la misma banda.

  -Las hembras bonobo forman coaliciones que controlan cualquier intento de los machos de realizar conductas abusivas.

  -Los bonobos toman más alimento vegetal (dieta más semejante a la del gorila) y no hay escasez de este en su medio

  -Como los chimpancés, los machos bonobos a veces cazan otros monos, pero no al Colobus, cuyo tamaño y aspecto se aproxima más al de los grandes simios.

Los grupos de bonobos incluyen más hembras que los de chimpancés y el tamaño de tales grupos varía menos a lo largo del año. Los grupos de chimpancés son con frecuencia más pequeños, dándose el caso de madres con crías que viajan solas. Los grupos de bonobos nunca son tan atomísticos(…) Los bonobos combinan la cohesión de la sociedad gorila con la flexibilidad de la organización social de los chimpancés (p.222)

La comida propia de los gorilas es más abundante en la región del bosque donde viven los bonobos simplemente porque allí no hay gorilas (p. 224)

  Esto puede esperanzarnos un poco: son circunstancias del entorno –mayor abundancia de comida, sobre todo- las que hacen que una especie sea más violenta que otra. Tampoco los gorilas matan a otros gorilas para disputarles el territorio (pero son infanticidas).

   Ahora bien, ¿los pre-humanos disputaban el territorio? Wrangham y piensan que sí.

Una dieta de carne, frutas, nueces, miel y raíces exigiría una constante división de los grupos para encontrar los mejores lugares para alimentarse (p. 229)

  Con ello, sería probable que los prehumanos de la sabana –australopitecos, Homo erectus y demás- no hubieran tenido la ventaja del bonobo para mantener grupos grandes, dentro de los cuales las coaliciones de hembras pudiesen mantener la paz.

  A todo esto, hay que añadir un dato llamativo que ya hemos señalado: los bonobos no son tan cazadores como los chimpancés. Alimentándose mejor, no tienen que buscar grandes piezas, como el mono colobo. ¿Tendría sentido la relación entre el homicidio y la caza?

El asesinato y la caza podrían estar más vinculados de lo que solemos pensar (p. 219)

  En cuanto a nuestra propia especie, si parece que no habríamos tenido la suerte de descender de algún tipo de simio feliz como el bonobo (o los monos muriquis), no parece que podamos esperar un comportamiento pacífico.

  ¿Qué sabemos de las bandas humanas de cazadores-recolectores? Pues los testimonios que nos han llegado recuerdan bastante a la vida violenta de los chimpancés.

Un 30% de chimpancés macho adultos [en Gombe] mueren por agresión, el mismo porcentaje que Chagnon encontró entre los yanomamo (p. 70)

  Y los homicidas parecen verse recompensados…

[Entre los yanomamo, los hombres que han matado a otros hombres] tienen dos veces y media más esposas que los no homicidas y más de tres veces más hijos (p. 68)

  Que los humanos se vean gobernados por machos violentos no quiere decir que esta violencia obedezca hoy a una necesidad por la disputa de los recursos. Simplemente, es posible que fuera así en los antepasados que nos legaron la herencia genética que conforma nuestro ser y por tanto, esta tendencia sería ahora irreversible (hemos nacido malditos, pecadores…).

La guerra entre poblados, dicen los Yanomamo, no tiene lugar por los recursos. Puede desencadenarse quizá por algo tan vago como sospechas de brujería o tan mundano como una disputa trivial (…) [También] suele suceder por las mujeres (p. 66)

  Y se daría la correspondiente selección sexual: en la medida en que la mujer –hembra- pueda elegir, elegirá al macho más exitoso, es decir, el más violento (también se valora la habilidad social para organizar coaliciones de violentos).

Mientras que los hombres han evolucionado para ser machos demoniacos, parece probable que las mujeres han evolucionado para preferir a los machos demoniacos (p. 239)

  Los rousseaunianos aún protestarán, argumentando que no hay suficientes pruebas de que los prehistóricos fuesen violentos –es discutible si aparecen evidencias de ello en los huesos encontrados- y que los antropólogos han hecho relatos sesgados sobre pueblos cazadores-recolectores que, viviendo en la época contemporánea, ya habrían sido aculturados por la sociedad civilizada.

  Sin embargo, en cuanto a esto último hay algunos relatos especialmente significativos como el caso de William Buckley

Buckley fue un convicto inglés en Australia que escapó para vivir entre forrajeros aborígenes de 1803 a 1835. Describió numerosas muertes violentas (p. 71)

  Los aborígenes australianos no tuvieron oportunidad de coexistir con civilización desarrollada alguna –no las había en el continente hasta la llegada de los europeos-. También el relato de la señora Valero confirma las evaluaciones “hobbesianas” de Chagnon sobre los yanomamo.  

   Parece que gana Hobbes, pero no se trata tan solo de emitir dictamen que descarte el utopismo socialista de la lucha de clases, sino de localizar las causas inmediatas del comportamiento violento innato y cómo podemos paliar sus consecuencias. Sabemos que se trata de algo masculino, que es probable que vaya asociado a algunas conductas –la brujería, la caza- y sabemos que, por muy arraigado que esté en nuestros instintos, el ser humano racional no se resigna a ser violento. Si pudiera elegir, elegiría ser diferente. Este inconformismo con la propia naturaleza, esta resistencia a un fatalista pesimismo es la razón de ser de la búsqueda de la sabiduría.

¿Qué es la sabiduría? Si la inteligencia es la capacidad de hablar, la sabiduría es la capacidad de escuchar. Si la inteligencia es la capacidad para ver, la sabiduría es la capacidad para ver lejos. Si la inteligencia es un ojo, la sabiduría es un telescopio. La sabiduría representa la capacidad para dejar la isla de nuestro propio yo y movernos a través del mar. Ver a nosotros mismos quizá como otros lo hacen y ver a los otros dentro y más allá de las primeras dimensiones del contexto. La sabiduría es, en otras palabras, perspectiva (p. 258)

  Si la masculinidad violenta originada por la disputa de recursos escasos es el origen de la agresión entre humanos, hoy precisamente contamos con recursos adicionales no solo para garantizar la prosperidad económica –algo que ya hace tiempo que tenemos- sino también para desarrollar fórmulas sociales innovadoras que nos permitan vivir sin una innecesaria agresión –y eso es lo que nos falta-.

Lectura de “Demonic Males” en Houghton Mifflin Company  1996; traducción de idea21   

viernes, 5 de julio de 2024

“La senda de Aristóteles”, 2018. Edith Hall

   La profesora de clásicas doctora Edith Hall nos sugiere hacer uso práctico de la perspectiva ética defendida por Aristóteles hace más de dos mil años. No es tan disparatado: Aristóteles, a diferencia del idealista Platón, promovía que los individuos desarrollasen una vida social feliz bien integrada en las clases altas.

La diferencia más importante entre Aristóteles y Platón, su maestro, [se encuentra en que este último] opinaba que los humanos tenían que encontrar las respuestas a los problemas de la existencia en un mundo invisible de ideas intangibles o «formas» esenciales más allá del mundo material que eran capaces de ver. Aristóteles, en cambio, se centró en los emocionantes fenómenos del aquí y ahora, del mundo perceptible  (p. 14)

  Además, en la Antigüedad, al idealismo platónico y el materialismo aristotélico, sucedió una doctrina ética diferente que sería particularmente exitosa, el estoicismo.

El estoicismo de Marco Aurelio, Séneca y Epicteto, (…) es una escuela que no alienta la misma joie de vivre que la ética de Aristóteles. Antes bien, es una tendencia pesimista y sombría que requiere eliminar las emociones y los apetitos físicos, que recomienda la aceptación resignada de los infortunios más que el compromiso activo y práctico con los asuntos fascinantes y complejos de la vida cotidiana y la resolución de problemas. El estoicismo no deja espacio suficiente para la esperanza, la acción o la intolerancia al sufrimiento, y se opone al placer por el placer (p.17)

  Está claro que el aristotelismo ético resulta más atrayente para el ciudadano occidental de hoy que el idealismo platónico o estoico, pero, con todo, en la perspectiva de Aristóteles hay algo más que un pragmatismo que hoy llamaríamos “burgués”. 

Queremos ser felices y parecemos creer que la felicidad es algo más que una serie de experiencias agradables. (p. 11)

  Y es que el aristotelismo nos ha transmitido un par de buenas ideas que aún gozan de gran popularidad.

La ética aristotélica abarca todo lo que los pensadores modernos asocian con la felicidad subjetiva: realización personal, búsqueda lograda de «un significado» o «un sentido» y el «fluir» del compromiso---creativo con la vida (o «emoción positiva»).  (p. 8)

Aristóteles (…)  pensaba que la felicidad era un estado psíquico, una sensación de plenitud y satisfacción con nuestra conducta, con nuestras interacciones y con el rumbo que imprimimos a nuestra vida. La felicidad implica cierto elemento de actividad y fijación de objetivos. (p. 11)

Para el Estagirita, el trabajo y la recuperación posterior a la jornada laboral nunca son fines en sí mismos, sino únicamente el medio para practicar, en el tiempo libre, más actividades que contribuyan a realizar plenamente nuestro potencial y alcanzar la felicidad.  (p. 190)

  O sea, cumplir nuestro potencial ("realización personal"), sentirnos “plenos” y disfrutar de nuestro “tiempo libre” (bien diferenciado de la maldición de la vida laboral).

  Por otra parte, Aristóteles, materialista, poco o nada interesado en el mundo sobrenatural de los dioses, estableció lúcidamente una concepción de lo que tendría que ser la divinidad. Elaboró pruebas de la existencia de Dios –un “Dios” que no tenía por qué estar interesado en el destino de los seres humanos, lo cual no carece de lógica- y definió lo que tendría que ser la existencia intelectiva en una dimensión sobrehumana… derivada de la misma naturaleza humana más allá de los efímeros condicionamientos sociales.

Aristóteles sugiere que la vida más autosuficiente es la pura contemplación filosófica, que no requiere la intervención de nadie (p. 39)

  E incluso sobre las cuestiones sociales, que iban surgiendo ya en esta época, se pronunció con lógica… aunque sin el menor apasionamiento ni compromiso personal.

Al socialista aristotélico le complacerá ver que nuestro filósofo condena la pobreza extrema por considerarla causa de la guerra y los crímenes, y que se toma seriamente la visión radical de un contemporáneo llamado Faleas de Calcedonia, defensor de la abolición de las desigualdades, que veía la causa de los conflictos civiles en la desigualdad constatable en el ámbito de la propiedad. (p. 176)

  Probablemente, Aristóteles fue el más “moderno” de los grandes filósofos griegos y por eso se explica que la señora Hall considere que hoy podemos tomarlo como guía moral.

  Sin embargo, se podrá objetar que el convencionalismo de sus contenidos no está a la altura de la ética cristiana posterior que acabaría conquistando el mundo grecolatino… Hoy no consideraríamos que el haber experimentado la necesidad nos incapacita para la generosidad, ni que la venganza es legítima, ni que la amistad es conveniente por su utilidad. En Aristóteles encontramos muchas cosillas así, sin menoscabo de que, junto a la idea de la amistad conveniente, también señale el valor de la amistad profunda, algo mucho más significativo.

«La mayor parte de las diferencias entre amigos tienen lugar cuando no son amigos de la manera que creen serlo.» La (…) amistad, que es, con mucho, la de mejor calidad, es el amor mutuo que se da entre miembros de familias felices y entre personas sin lazos de parentesco entre sí que se esfuerzan por trabar una amistad profunda. «Consideramos que el amigo es uno de los mayores bienes, y que la carencia de amistades y la soledad es lo más terrible" (p. 162)

  En cierto modo, esto nos retrotrae a la idea aristotélica de la divinidad: no estando interesado especialmente en lo divino –pues lo veía necesariamente alejado de lo humano-, definía correctamente el Absoluto como intelección contemplativa y autosuficiente –es la visión que tomará Dante para su Cielo en “La Divina Comedia”-; tampoco parece que vea la amistad fuera del pragmatismo de las relaciones sociales –conviene tener amigos-, pero ve claramente que la amistad puede suponer una virtud y una meta por sí misma. Y esto es diferente a la felicidad por la realización del potencial, diferencia a la que Aristóteles parece que no dio gran importancia.

   Pero lo que es más destacable de la ética aristotélica es su consideración de “ética de la virtud”. En esto, no por el contenido, sino por la sistematización, nadie lo ha superado.

[Aristóteles] pensaba que si nos entrenamos para ser buenos, si ejercitamos las virtudes y controlamos los vicios, descubriremos que el estado de ánimo feliz acostumbra a surgir cuando hacemos lo correcto. Si empezamos a sonreír deliberadamente de una manera cordial cada vez que se nos acerca nuestro hijo, comenzaremos a hacerlo de un modo inconsciente. Algunos filósofos se cuestionan si una vida virtuosa es más deseable que su contrario, pero últimamente la «ética de la virtud» se ha rehabilitado en los círculos filosóficos y se ha aceptado como beneficiosa. (p. 12)

  Nos encontramos con una auténtica psicología de la vida social. Es cierto que no contamos en la ética de la virtud con las fijaciones inamovibles de contenido del idealismo kantiano ni con la sistematización contable del consecuencialismo –o utilitarismo- pero todo se centra en algo mucho más real y valioso: el camino ético es una práctica psicológica consciente para adaptarnos -cultivar conscientemente nuestro inconsciente- a un entorno cultural predeterminado que fija sus correspondientes contenidos. Nos comprometemos a un aprendizaje emocional haciendo uso de todas las estrategias morales que nuestra cultura nos ofrece.

  A diferencia de lo que hace la señora Hall, que se toma al pie de la letra el estilo de vida materialista de Aristóteles –ciertamente en buena parte equiparable al de la sociedad convencional de hoy-, lo valioso es fijarnos en la correspondencia psicológica entre el comportamiento humano y la cultura social. Formalmente, no hay un modelo ético particular, sino una comprensión práctica del hecho social humano. Practicar la virtud no es tanto seguir unos mandatos, decálogos o doctrinas, sino asumir un rol, un carácter moral, emocionalmente expresado, dentro de un marco cultural determinado. 

Las «virtudes», o «caminos hacia la felicidad», son, más que rasgos de carácter, hábitos que pueden aprenderse con la práctica. Tras reiterados ejercicios, arraigan como nuestros reflejos inconscientes cuando conducimos, y hasta tal punto que, de hecho, pueden parecer (al menos a los demás) una cualidad permanente (hexis) de nuestro carácter. (p.106)

  El ideal ético de Aristóteles en particular –contenido de criterios de elección moral- es el propio de su época. Aristóteles, intelectual académico equiparable a un prestigioso catedrático de la actualidad, defiende una felicidad apacible en cuya consecución hemos de tener en cuenta, por supuesto, el éxito social. Ahora bien, también se nos ofrece alguna indicación de los contenidos éticos más elevados, pues la idea de "virtud", así como la idea de "amistad", implican una armonía permanente que en teoría va mucho más allá de la vida apacible de los hombres de una clase social determinada en un entorno social determinado. Aunque no es eso lo que parece a primera vista.

Decidirse a buscar la felicidad viviendo bien significa practicar la «ética de la virtud» o, para decirlo más sencillamente, «hacer lo correcto». Del mismo modo, las virtudes de Aristóteles se traducen en sustantivos solemnes, como «justicia», lo que en realidad solo significa tratar a los demás bien y justamente. La ética de la virtud siempre ha atraído a humanistas, agnósticos, ateos y escépticos precisamente porque ofrece a los que quieren una vida feliz, decente y constructiva una manera reflexiva de conseguirla. La ética de la virtud ayuda a acercarse a las decisiones, a la moral y a las «grandes preguntas» acerca de la vida y la muerte confiando en nuestro propio juicio y en la capacidad de cuidarnos a nosotros mismos, a nuestros amigos y a las personas que dependen de nosotros. (p. 36)

  No es exacto decir que La ética de la virtud ayuda a acercarse a las decisiones, a la moral y a las «grandes preguntas» acerca de la vida y la muerte confiando en nuestro propio juicio  porque nuestro propio juicio no tiene por qué contar con mayor valor que el juicio de cualquier otro. Lo que la ética de la virtud nos enseña es cómo valorar un comportamiento ético en base a una concepción cultural determinada –por el entorno social, no por nuestro propio juicio-. Y tampoco es relativismo cultural –era ético ser caníbal en el Tenochtitlán de los mexicas- sino sistematización psicológica del hecho moral: la virtud fomenta la armonía y a la virtud llegamos por un condicionamiento psicológico que podemos elaborar culturalmente (practicando la vida intelectual, profesando una religión humanitaria, accediendo a la educación...). No cabe relativismo porque la virtud puede ser mejor o peor según garantice mayor o menor convivencia entre los seres humanos. La virtud dentro de una banda de delincuentes es “peor” que la virtud dentro de una comunidad de santos porque la comunidad de santos es mucho más estable y menos conflictiva. La virtud de Aristóteles era la propia de su época y clase social, pero el mismo sabio griego hubiera convenido en que era posible encontrar fórmulas más adecuadas a la misma naturaleza de “virtud” en tanto que criterio moral que más nos aproxime a la armonía. Tengamos en cuenta cómo reconocía el ideal de la “amistad profunda” –pese a promover una amistad utilitaria- y cómo definía la divinidad –pese a considerarla alejada de la vida humana de cada día-. La práctica psicológica -hexis- puede cultivar una virtud mediocre -el justo medio- tanto como, con mayor desarrollo, puede cultivar también una virtud más elevada.

  Puesto que existe una evolución de la civilización que corresponde a una evolución moral –básicamente, controlar y a ser posible erradicar la agresión entre humanos y fomentar su cooperación-, la “ética de la virtud” no puede ser otra cosa que desarrollar la capacidad del individuo para integrar su actuación en el marco de ese ideal de perfecta armonía humanista. A Aristóteles quizá le hubiese parecido un imposible desde el punto de vista practico, pero no hubiera negado la lógica de ello. 

Lectura de “La senda de Aristóteles” en Editorial Anagrama en formato digital 2022; traducción de Daniel Najmías