lunes, 29 de septiembre de 2014

“Tratados morales”, siglo I. Séneca

  Séneca ocupa un lugar destacado entre los pensadores de la Antigüedad. No siendo un filósofo sistemático ni original, sus escritos tienen el valor de la subjetividad. Séneca nos proporciona la reflexión intimista del hombre ilustrado que se abre al público culto en el contexto de su época. Desde el punto de vista de la evolución del humanismo, el contenido y la forma de tal reflexión suponen un salto cualitativo tanto como pudieron serlo antes los diálogos de Platón y como lo serían después las “Confesiones” de Agustín.

    Podemos clasificar a Séneca como un moralista de la escuela de los estoicos.

Nuestros estoicos dicen: Nosotros hasta el último fin de la vida hemos de trabajar, sin dejar de cuidar del bien común, y de ayudar a todos, y de socorrer aun a los enemigos, y de obrar con nuestras manos. 

  Escrito esto en la misma época en que Pablo da a conocer al mundo grecorromano el mensaje de la religión cristiana, nos revela que tales tendencias morales estaban ya muy arraigadas. En Séneca, el estoico, encontramos el compromiso cívico por el bien común, el control de los instintos, la búsqueda de la sabiduría, la necesidad de un Dios abstracto y justo, y también la humildad y la bondad de “socorrer aun a los enemigos” como actitud psicológica. En Platón y Aristóteles no teníamos una psicología de la bondad. Para Platón y Aristóteles el sabio había de ser justo y magnánimo, pero no humilde ni bondadoso hasta la excentricidad de socorrer al enemigo o al socialmente inferior. Veremos que esto sí se da en Séneca, aunque con notables limitaciones que lo diferencian del cristianismo.

La naturaleza me ordena ser útil a los hombres; sean esclavos o libres, de padres libres o libertos (…) ¿qué importa? Dondequiera que haya un hombre, allí hay lugar para un beneficio.

Sé que hay algunos que piensan que la clemencia sostiene al peor, porque sin crimen es superflua, y es la sola virtud que no tiene sentido entre inocentes. Pero, en primer lugar, así como la medicina sólo se usa entre los enfermos, pero también es estimada por los sanos, así también aunque invoquen la clemencia los merecedores de castigo, también la reverencian los inocentes. En segundo lugar, también tiene la clemencia su lugar entre éstos, porque a veces el infortunio se tiene como culpa: no sólo socorre a la inocencia la clemencia, sino también con frecuencia a la virtud, porque por la condición de los tiempos suceden tales cosas que pueden ser castigadas las laudables.

  Platón nunca habría aceptado que el sabio ha de ser útil a los esclavos. Para Platón, el hombre digno de tal nombre es el ciudadano libre. Y aunque para Platón es la ignorancia la que hace al hombre injusto, no toma esto en consideración a la hora de pedir clemencia para los culpables que lo sean “por la condición de los tiempos” o el “infortunio”.

  También es destacable la actitud de Séneca ante los despiadados espectáculos circenses de su época:

Al hombre, sagrado para el hombre, lo matan por diversión y risas.

La crueldad es un mal nada humano e indigno de la dulzura de nuestra naturaleza; rabia de fieras es complacerse en la sangre humana y en las heridas y, dejando de ser hombre, convertirse en un animal salvaje.

  Por otra parte, para Platón la máxima virtud era el servicio público a través de las instituciones de gobierno, pero para Séneca ésta es solo una de las diversas opciones que tiene el sabio.

El que vive bien, con sólo eso es útil para otros, porque los encamina a lo que les ha de ser provechoso.

Si te retirares a tus estudios y dejares todo el cansancio de la vida, no vendrás a codiciar la noche por el fastidio del día, ni te cansarás de ti mismo, ni a otros serás enfadoso. Llevarás muchos a tu amistad, y te irán a buscar todos los hombres de bien: porque aunque la virtud esté en lugar oscuro, jamás se esconde

  A la hora de dar la razón última de la virtud, Séneca tiene que recurrir a Dios, e incurre por ello en algunas contradicciones. Por una parte, no admite, como Platón y Aristóteles, que Dios pueda ser en modo alguno ajeno a lo que suceda a los hombres en la tierra. Platón y Aristóteles consideraban que el bien procede de Dios y el mal… sería fruto del azar (o de cualquier otra causa desconocida). Séneca no queda satisfecho con semejante solución. Todo lo que sucede es obra del Dios todopoderoso, pues de lo contrario no sería Dios.

Los dioses son buenos con los buenos; porque la naturaleza no consiente que los bienes dañen a los buenos. Entre Dios y los varones justos hay una cierta amistad unida, mediante la virtud

  Pero ¿cómo justificar el sufrimiento de los buenos, víctimas del mal?

Los dioses tienen por deleitoso espectáculo el ver a los grandes varones luchando con las calamidades. 

Dios, no teniendo en deleites al varón bueno, de quien hace experiencias para que se haga duro, le prepara para sí.

Cuanto más tuvo de tormento, tanto más tendrá de gloria.

  Y si el argumento de que Dios nos “prepara para sí” no convence (Séneca no da muchos detalles acerca del destino del hombre justo tras la muerte), queda este otro:

No tengas compasión del varón bueno, porque aunque podrás llamarle desdichado, nunca él lo puede ser.

Vuestra felicidad consiste en no tener necesidad de la felicidad.

  En otras cosas, Séneca no es tan innovador, ni está tan próximo al humanismo contemporáneo

Es más cordura sufrir plácidamente las públicas costumbres y los humanos vicios, sin pasar a reírlos o llorarlos, porque es una eterna miseria atormentarse con males ajenos, y el alegrarse de ellos es un deleite inhumano, al modo que es inútil tristeza el llorar y encapotar el rostro porque alguno entierra su hijo

  La actitud de indiferencia ante el sufrimiento (propio o ajeno) concuerda con la idea del hombre sabio endurecido tanto como el guerrero ha de serlo (se trata, por tanto, del mismo ideal platónico de virtud militar), pero no concuerda con el carácter altamente compasivo y emocional del cristianismo que acabará predominando. Tampoco con que el mismo Séneca apele a ayudar a los semejantes, ¿por qué hacerlo si su sufrimiento no nos ha de conmover?

  No es de extrañar que una de las virtudes más excelentes para los cristianos, sea explícitamente rechazada por Séneca

Es pertinente investigar qué es la misericordia, pues muchos la alaban como si fuera una virtud y al hombre bueno le llaman misericordioso. Y es la misericordia un vicio del ánimo. La crueldad y la misericordia están muy cerca la una de la severidad y la otra de la clemencia y ambas deben ser evitadas, porque bajo apariencias de severidad caemos en crueldad y bajo apariencias de clemencia en la misericordia. (…) Son las viejas y las mujercillas las que se conmueven con las lágrimas de los criminales y las que, si pudieran, les abrirían las puertas de las cárceles. La misericordia no tiene en cuenta la causa, sino el infortunio; la clemencia va unida a la razón.

   Y, finalmente:

Hay hombres tan mentecatos que juzgan pueden recibir afrenta de una mujer.

  Tampoco concuerda esta actitud con la mucha más alta estima que reciben las mujeres en el cristianismo, ya que son equiparadas espiritualmente a los varones e incluso idealizadas en el mito de María y las vírgenes y santas.

  Delimitada así la virtud del estoico pagano con respecto a la del naciente cristianismo, vemos que la psicología de la virtud tampoco es muy coherente en Séneca.

Aunque la virtud da deleite, no es esa la causa porque se busca (…) El deleite no es paga ni causa de la virtud, sino una añadidura, y no agrada porque deleita, sino deleita porque agrada.

El sumo bien es un vigor inquebrantable de ánimo, que es una providencia, una altura, una salud, una libertad, una concordia y un decoro

    El cristianismo resuelve el dilema sobre si es o no deleite el rechazo a los deleites o si el vigor inquebrantable del ánimo nos puede hacer inmunes a los deleites, al añadir una presencia mística (el “Espíritu Santo”) que garantiza una experiencia de cualidad superior al placer carnal y al que solo se llega por la virtud. Séneca no puede realizar tal distinción, pues la mística no aparece en su visión del ser humano. Así que tiene que hacerse un pequeño lío cuando intenta contestar a Epicuro.

Mi opinión es que lo que enseñó Epicuro son cosas santas y rectas y aun tristes, si te acercares más a ellas, porque aquel deleite se reduce a pequeño y débil espacio, y la ley que nosotros ponemos a la virtud la puso él al deleite, porque le manda que obedezca a la naturaleza, para la cual es suficiente lo que para el vicio es poco. (…) Busca buen autor a cosa que es de suyo mala (…) Yo no digo lo que muchos de los nuestros, que la secta de Epicuro es maestra de vicios, antes afirmo que está desacreditada e infamada sin razón  

  Pero

Esto es como ver un varón fuerte en traje de mujer (…) El que sigue el deleite descubre ser flaco, y que degenera, y que ha de parar en cosas torpes, si no hubiere quien le distinga los deleites, para que conozca cuáles son los que le han de tener dentro del natural deseo, y cuáles los que le han de despeñar (…) En la virtud no hay que temer la demasía

Consiste, pues, la verdadera felicidad en la virtud: ¿y qué te aconsejará ésta? Que no juzgues por bien o por mal lo que te sucediere sin virtud o sin culpa, y que después de esto seas inmóvil del bien para el mal, y que en todo lo posible imites a Dios.

  Séneca quiere darnos a entender que el placer virtuoso de Epicuro, al venir de la naturaleza, es vulnerable a los excesos, mientras que el placer virtuoso que él defiende, al venir de la divinidad, nunca puede ser excesivo ni degenerar. La idea es lógica hasta cierto punto, pero Séneca se limita a decirnos que el placer de la virtud deriva de imitar a Dios, sin mayor ilustración ni efecto, mientras que la virtud cristiana es mucho más firme y poderosa (y además, es universal: alcanza a los que no son sabios, incluso a las mujeres y a los niños) porque posee una sustancia mística, la Gracia, el Espíritu Santo, los prodigios sobrenaturales, que operan como vigorizadores psicológicos.

  Hoy podemos decir que todo esto es ilusorio… pero en su momento ese tipo de ilusiones fueron muy necesarias porque ideas como “Gracia” o “Espíritu Santo” lo que estaban encubriendo era la vertiente emocional de la motivación humana, la vivencia inmediata de la virtud en comunidad como experiencia psicológica y afectiva.

  Al identificar y señalar la manifestación emocional de la virtud, los cristianos permiten incluso al creyente menos ilustrado comunicar esta vivencia, y nada es más importante en el desarrollo cultural que nombrar las cosas porque solo entonces llegan a existir simbólicamente, y es la gran riqueza simbólica de la virtud cristiana (su efecto emocional a nivel social) la que le permite sostener una comunidad que aspira a basarse en el comportamiento altruista. La “Gracia” y el “Espíritu Santo” actúan como expresión espiritual concreta de la vida emocional virtuosa en lugar del formalismo ético de los estoicos.

   También solemos equivocarnos al pensar que la idea de inmortalidad del alma fue un paso atrás en la cultura con respecto a la visión previa de la ultratumba como un mundo siniestro de olvido y sombras (así suele verse en los pueblos más primitivos). Muy al contrario, estas ilusiones acerca del alma inmortal, la presencia de Dios en nuestra privacidad psicológica y una esencia mística humanizada y bondadosa reforzaron enormemente la individualidad y permitieron el desarrollo de la vida interior.

   “Espíritu Santo” y “alma inmortal” fueron ilusiones necesarias en el desarrollo humanista, equiparables a las formas más complejas de la narración literaria que vendrían más adelante.

  A un nivel muy diferente de la privacidad moral, Séneca es un aristócrata comprometido en las tareas de gobierno que al participar en la vida política no lo hace como hombre sabio, sino que se ve forzado a poner en riesgo su compromiso por las más altas virtudes.

Las riquezas, los honores, los mandos y todas las demás cosas que por opinión de los hombres son estimadas, abstraen de lo justo. (…) Ensoberbecen el ánimo, engendran soberanía y arrogancia, despiertan la envidia

   Como sabio, ha de rechazar el honor y el mando (¡desde luego no era ésta la visión de Aristóteles!) pero su responsabilidad cívica le impide renunciar al poder y solo le queda predicar la moderación:

Aprendamos a aumentar la continencia, a enfrenar la demasía, a templar la gula, a mitigar la ira, a mirar con buenos ojos la pobreza, y a reverenciar la templanza

Se puede también definir diciendo que el hombre feliz es aquel para quien nada es bueno ni malo, sino un alma buena o mala, que practica el bien, que se contenta con la virtud, que no se deja ni elevar ni abatir por la fortuna, que no conoce bien mayor que el que puede darse a sí mismo, para quien el verdadero placer será el desprecio de los placeres.

  Tal vez Confucio predicara algo parecido, pero hay una diferencia: la filosofía de Confucio no incurría en contradicciones, no era ambiciosa con una idea de virtud superior, de origen divino, ya que la sabiduría china se justificaba aludiendo a los reyes perfectos del lejano pasado (los buenos viejos tiempos del mundo originario). Por eso la búsqueda de la moderación en el confucianismo era psicológicamente estable, mientras que Séneca está inserto en un mundo de filósofos ávidos de perfección, y el deseo de perfección no puede moderarse.

    Séneca pudo o no darse cuenta de que él era ya moralmente más perfecto que Platón. También pudo o no darse cuenta de que una moralidad más avanzada acabaría superándolo.

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