lunes, 25 de septiembre de 2017

“Yanomamö”, 1992. Napoleon Chagnon

  Como bien afirma Edward O Wilson en el prólogo del libro, este “Yanomamö” del antropólogo Napoleon Chagnon se ha convertido en un clásico (en realidad, se trata de la versión corregida y ampliada de un libro anterior, “The Fierce People”- "el pueblo feroz”).

  Es un clásico por varios motivos: por la extensión y minuciosidad del estudio de la sociedad tradicional de los yanomamö a lo largo de casi tres décadas, por lo contundente de sus conclusiones (los yanomamö serían un pueblo cuya cultura está fundamentalmente condicionada por la agresión y la guerra) y por la encendida polémica que ha dado lugar.

Elegí [estudiar] la guerra al comprender que ésta era la principal preocupación de los yanonamö y que afectaba a todo lo que hacían. Mis primeros estudios fueron de naturaleza muy distinta: qué comían y cuánto comían.(…) [Pero] en la zona de mi estudio, al menos una cuarta parte de los varones adultos ha muerto por causas violentas. 

Algunos antropólogos culturales no creen que la guerra haya tenido nunca una importancia significativa en nuestro pasado evolutivo (…) De ahí que en determinados casos se vean obligados a ofrecer todo tipo de explicaciones  para justificar la violencia o la guerra, la más común de las cuales es que allí donde hay guerra, ésta ha sido introducida por poblaciones foráneas. 

   Ya desde hace unas décadas nos encontramos con un debate público que va mucho más allá de las controversias académicas de antropólogos y psicólogos sociales, un debate que puede trasladarse a todo tipo de cuestiones humanistas: el debate entre “rousseaunianos” y “hobbesianos”. Los “rousseaunianos” –por ejemplo, los marxistas- consideran que la naturaleza humana es pacífica y armoniosa, y que en el principio existía una especie de paraíso primitivo que fue después corrompido por instituciones extrañas como la religión, la jerarquía y la propiedad privada; los “hobbesianos” –por ejemplo, Napoleon Chagnon… y Sigmund Freud- consideran que la naturaleza humana es agresiva y que precisamente la causa principal de la evolución cultural y civilizatoria es controlar esta agresividad en la medida de lo posible.

  Chagnon, desde luego, no olvida señalar al

mito del buen salvaje, esa ingenua visión del hombre primitivo tan querida por los antropólogos moralmente correctos.

 E incluso apunta que

la mayoría de los antropólogos aplicados que trabajan con los yanomamö consideran que solo deben recopilarse y publicarse los datos “políticamente correctos” (…) Me parece paternalista esa actitud que postula que las personas inteligentes no sentirán simpatía o desearán ayudar a los yanomamö porque a la postre estos tienen los mismos defectos sociales, emocionales y políticos que nosotros.

  El pueblo de los yanomamö se compone de una extensa comunidad de aldeas en las selvas del alto Orinoco, en los territorios más recónditos de las repúblicas sudamericanas de Venezuela y Brasil. Como son bastante numerosos, han sido estudiados por muchos observadores, y Chagnon los considera característicos del “hombre en estado de naturaleza”. Ciertamente, en sus costumbres y forma de vida recuerdan a otros pueblos tradicionales de Nueva Guinea o África Central. Con todo, al lector atento puede sorprenderle que, más que cazadores-recolectores estrictos, sean agricultores semi-sedentarios (trasladan sus poblados y huertos con relativa frecuencia) y que sus poblados pueden superar el “número de Dunbar” –ciento cincuenta individuos como máximo- que se considera propio de la demografía de las hordas de cazadores-recolectores. Pero en lo demás, los hábitos cinegéticos, la simplicidad de tecnología y religión, y la compenetración con la naturaleza, sí que parecen corresponder con bastante aproximación a la imagen clásica del “hombre prehistórico”.

  ¿Por qué son violentos los yanomamö?

De vez en cuando surgen rencillas entre tribus a partir de conflictos individuales. La sospecha da paso a acusaciones de brujería.

Los niños son invitados a ser fieros, y rara vez se les castiga por pegar a sus padres o a las niñas indefensas de la aldea.

Pegar a una mujer con un garrote es una demostración de poder que no entraña demasiados peligros para el hombre, a menos que la mujer tenga hermanos agresivos en la aldea que acudan en su auxilio. Parecía importante para los hombres demostrar sus dotes violentas maltratando a una mujer, pues con ello enviaban a otros hombres el mensaje de que exigían ser tratados con circunspección, cautela e incluso deferencia.

La mayor parte de las luchas entre aldeas tiene su origen en cuestiones sexuales 

  La verdad es que en estos párrafos y en otros parecidos encontramos un panorama que no es extraño que indigne a quienes luchan porque el mundo preserve el estilo de vida ancestral de los Yanomamö. Y lo más chocante es que el mismo Chagnon también opine que

los yanonamö (…) son esencialmente como cualquiera de nosotros, pues la condición humana es universal. (…) Los guerreros yanonamö (…) guerrean para proteger y defender a su pueblo. (…) Para casi todo el mundo, incluidos los yanonamö, la guerra es repugnante, y todos preferiríamos que no existiera (…) Si pudiéramos librarnos de la gente mala no habría ninguna guerra.

¿”Gente mala”?, ¿”defender a su pueblo”? Por lo que nos cuenta sobre los yanomamö, siendo la guerra y la agresión su estilo de vida, con rencillas y venganzas que parecen generarse más bien gratuitamente y que se prolongan durante generaciones, la impresión que producen es una dinámica social por el estilo de la teleserie de “Los Soprano”. Porque no parece existir una diferenciación clara entre la guerra y las reyertas personales. El nexo es, claramente, la solidaridad familiar: hermanos, padres e hijos, tíos, sobrinos y primos se ven constantemente implicados en luchas cuyo origen, por lo que parece relatar Chagnon, se encuentra en acciones individuales.

Varios niños murieron en la aldea de los bisaasi-teri. Los chamanes del poblado empezaron a sospechar que sus vecinos lanzaban maleficios en secreto (…) [Un visitante de la tribu vecina es asesinado en el poblado por uno de los bisaasi-teri], varias mujeres llevaron su cadáver hasta su aldea natal. Comenzó así la guerra

  Chagnon comenta que se trata de individuos en particular que comienzan la reyerta, sobre todo para ganar prestigio como “fieros”. El grupo respalda al agresor y las sucesivas venganzas ya resultan imparables.

  De hecho, no se nos aclara cómo se viven estas situaciones desde el punto de vista del juicio moral, lo que supone una sorprendente laguna en un libro que es obra de alguien que habla la lengua yanomamö a la perfección y ha llegado a intimar mucho con estos hombres. Por ejemplo, cuando enumera las tácticas de agresión entre grupos menciona

[la] traición, conocida  como (…) estrategia ruin (…) la máxima modalidad de violencia entre los yanomamö

  De hecho, la narración inicial del asesinato –no podría llamarse de otra manera- del invitado cuya tribu era acusada de brujería, es un claro caso de traición. Al visitante se le ofrece comida por hospitalidad, y mientras la consume alguien lo mata atacándolo por la espalda. Lo asombroso –de Chagnon- es que no se hace el menor comentario al respecto sobre si esta acción era merecedora o no de reprensión por parte de los otros hombres de la aldea. Aparentemente no. Entonces ¿cómo puede decirse que la guerra es vista por los yanomamö como indeseable, y causada por culpa de la “gente mala”?

  Además, aparte de lo ya mencionado sobre la educación para la ferocidad de los niños y los malos tratos a las mujeres, tenemos importantes apuntes sobre la conducta cotidiana de los hombres yanomamö –las mujeres son menos agresivas-

Me resultó de lo más difícil aprender a convivir con sus incesantes, encendidas y a veces agresivas demandas (…) Los yanonamö no aceptaban un no por respuesta a menos que mi negativa se hiciera con la misma pasión y agresividad (…) Para llevarme bien con los indios tuve que intentar ser como ellos: un poco ladino, agresivo, amenazante y avasallador. (…) Buena parte de su intimidación estaba calculada para determinar mi umbral de tolerancia o desesperación.

  Al igual que en las comunidades del hampa (o los cuerpos militares de élite…), los recién llegados parecen ser forzados a pasar por ritos de iniciación que incluyen el afrontar abusos y provocaciones a los que se ha de responder demostrando determinación y capacidad para una “amenaza creíble”; después, para evitar la autodestrucción del grupo de individuos agresivos, se establecen normas de honor, así como ciertas costumbres familiares y tradiciones funcionales de la vida económica y de alianzas de fuerza, pero

muchos yanomamö violan las normas, especialmente aquellas por las que se rigen las relaciones de parentesco y el matrimonio

[Un hombre] no dudaría en violar [las normas] si en algún momento estas se interpusieran en su camino, en el sentido de incluir en la categoría de mujer casadera a quien en realidad no le correspondiera tal lugar (…) En la cultura yanomamö un hombre puede actuar de este modo con éxito y confianza solo si está en condiciones de defender su quebrantamiento de la norma, lo que en buena parte depende de lo creíbles que resulten sus amenazas: de su fiereza.

  ¿Llevan viviendo así miles de años? Es interesante entonces observar con más detalle los límites a la violencia que existen entre ellos. Que una tercera o una cuarta parte de los varones acaben muriendo en reyertas (y que todos exhiban notorias cicatrices de sus peleas, de las que se muestran muy orgullosos) puede parecer una cifra incluso moderada dado tal estado de cosas. Pero si los yanomamö han perdurado es porque han controlado sus pérdidas hasta cierto punto. Probablemente hubo tiempos aún peores…

Los yanomamö sienten pavor ante la idea de convertirse en caníbales, como si creyeran que los seres humanos tienen una predisposición inherente que puede llevarlos a devorar a otros miembros de su especie, una acción que para ellos es repugnante, pero también una posibilidad muy real que ha de combatirse en todo momento (…) Comer animales que se han convertido en mascotas domésticas (…) equivale para los yanomamö a un acto de canibalismo (…) Nada desagradaba más a los yanomamö que mis comentarios  sobre el consumo de animales domésticos, como vacas y ovejas

  Algunos controles son de tipo grupal: si una aldea es atacada, entonces tienen que encontrar aliados que impidan a los enemigos destruirlos por completo

Han desarrollado modelos de alianzas destinados a limitar los conflictos (…) [Pero] la mayoría de las alianzas termina por resquebrajarse. La amistad da paso a la hostilidad

  Y a nivel individual

Las tres formas de violencia más inocuas –los puñetazos en el pecho, los golpes en el costado y los duelos con garrote- permiten a los contendientes expresar su hostilidad y quedar en términos relativamente pacíficos pasado el combate. La cultura yanomamö fomenta las conductas agresivas, pero también proporciona un marco para mantener esa agresividad bajo control.

  Además, tienen jefes, si bien la jefatura carece del autoritarismo jerárquico que a nosotros nos es familiar, lo que, por una parte, parece incluso amable, ya que el jefe

se limita a dar buen ejemplo, y los otros lo siguen si les parece oportuno, aunque también pueden no hacerle caso, pero siempre recurren a él cuando se encuentran en una situación difícil.

  Sin embargo, quizá un jefe más enérgico podría evitar los abusos de las normas, limitar la agresión traicionera del que compromete a toda la aldea en una guerra contra los vecinos o tratar de moderar la raíz agresiva del comportamiento cotidiano ¿Sólo la autoridad poderosa puede moderar la violencia de todos contra todos? Eso es lo que pensaba Hobbes…

    Un detalle interesante es que Chagnon encontró ciertas diferencias entre los yanomamö que vivían en las montañas –un medio económicamente más pobre- con respecto a los que vivían en el llano

Muy pocos hombres en las montañas son (…) individuos que han participado en la matanza de otros hombres. (…) [Por otra parte,]  la vida en estas zonas resulta mucho más dura (…) [Son] refugiados que han huido de comunidades mayores para buscar seguridad en las tierras altas y escarpadas, donde la vida es más difícil pero la estabilidad política es mayor y los conflictos menos frecuentes. Estos grupos son más reducidos, menos violentos y más amables; cuentan con menos guerreros e inferiores porcentajes de poligamia, mujeres secuestradas y muertes violentas
 
    (La mención a la poligamia es importante, pues Chagnon considera probado que el guerrero más agresivo se ve socialmente recompensado al conseguir más mujeres y por tanto más descendencia: éxito reproductivo de los violentos)

  Esto contradice la teoría de que es la pobreza la que embrutece a los individuos en la lucha por los recursos. Chagnon asegura –aunque no es del todo convincente- que los yanomamö cuentan con comida más que suficiente, y que incluso apenas dedican tres horas diarias de promedio al trabajo. ¿Cuál sería entonces el origen de la extraordinaria violencia entre los yanomamö, si no tiene que ver con la escasez de recursos?  Lo que se insinúa es que, simplemente, los yanomamö son representativos del estado de naturaleza humano y que lo excepcional no es la violencia, sino el control de ésta.

   ¿Es la vida del hombre en estado de naturaleza una especie de infierno? Tal vez no: desde un punto de vista filosófico, quizá la violencia no sea lo peor de todo. Chagnon encuentra cosas positivas entre los yanomamö desde cualquier punto de vista, como la riqueza de su vida sexual, el contacto con la naturaleza, las fiestas e incluso un rasgo que a todos nos parecerá positivo: el amor a los niños. Pone como ejemplo cierta ocasión en que un hombre iba a acompañarlo en un viaje que parecía interesarle mucho.

[Su hijo pequeño] empezó a llorar y despertó el instinto paternal (…)  Cogió en brazos a su hijo “No puedo ir contigo. [Mi hijo] me echará de menos y se pondrá triste”

  Esta fuerza del amor filial compensa en parte la ausencia del amor romántico entre hombre y mujer, cuya existencia no consta a Chagnon. Y tampoco parece saberse nada de otras invenciones culturales más modernas, como el perdón, la reconciliación y la amistad y la hospitalidad incondicionales.  Esta aparente pobreza de las cualidades que solemos calificar de propiamente “humanas” ¿implica que los yanonamö no solo son “tradicionales”, sino también “primitivos”, en el sentido absoluto del término?

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