Somos sin duda racionales y esto nos proporciona grandes ventajas y enormes expectativas en el progreso de la civilización, pero la racionalidad humana tiene ciertos límites en lo que a desarrollo lógico se refiere. Ésta es la cuestión que los psicólogos Banaji y Greenwald abordan en su libro.
Hace un cuarto de siglo [escrito en 2013], la mayor parte de los psicólogos creían que el comportamiento humano era sobre todo guiado por sentimientos y pensamientos conscientes. Hoy en día la mayoría acordarán en que mucho de los juicios y comportamiento humanos se produce con poco pensamiento consciente
Y el pensamiento inconsciente comete todo tipo de errores. Se deben a que, a la hora de decidir, más que hacerlo racionalmente, nos dejamos llevar por sesgos, pautas de conducta –que no son criterios, sino heurísticas- que nosotros mismos rechazaríamos si reflexionáramos un poco sobre ello.
Veamos un ejemplo que tiene su importancia… Estamos en una investigación acerca de un accidente de tráfico y se pregunta a un testigo.
“¿Cómo de rápido iba el coche cuando se estrelló contra el otro coche?” Aquellos a los que se preguntó haciendo uso del verbo “estrellarse” dieron una estimación más alta de la velocidad que la de aquellos a los que se les hizo la pregunta [refiriéndose a] “chocar” (…) Los psicólogos llaman a este “parásito mental” interferencia retroactiva –una influencia de la información posterior a la experiencia en la memoria (…) Un pequeño cambio en el lenguaje puede producir consecuencias
Buena parte de la totalidad de la psicología trata de esto… Banaji y Greenwald hacen uso frecuente del término “parásito mental” (mindbug) para referirse a ciertos sesgos en particular que “pervierten” la lógica de nuestro pensamiento, y que causan auténticos “puntos ciegos” en nuestro comportamiento racional al manifiestar la acción inconsciente de prejuicios que no sospechamos.
La aparición de la reciente atención a los sesgos ocultos fue precedida por siete décadas de investigación científica de formas de sesgo no oculto –en otras palabras, prejuicios.
Hemos descubierto que la mayor parte de la gente encuentra simplemente increíble que su comportamiento podría estar guiado de esta forma [por sesgos ocultos], sin su consciencia. Nuestra principal meta en este libro es hacer claro por qué los científicos contemplan ahora estos puntos ciegos como del todo creíbles. Convencer a los lectores de esto no es un desafío fácil. ¿Cómo podemos mostrar la existencia de algo dentro de nuestras propias mentes que está oculto de nuestra propia conciencia?
Hay varias formas de hacerlo, y una de las más interesantes que se incluye en este libro es el “Test de Asociación Implícita”.
Un dispositivo llamado el Test de Asociación Implícita nos ha capacitado para descubrir los contenidos de los puntos ciegos de sesgos ocultos.
El Test de Asociación Implícita puede funcionar sencillamente con ayuda de un cronómetro y dos listados en los que tenemos que señalar conceptos asociados.
El ejemplo más asequible es una lista de “palabras agradables” (como “amor”, “alegría”, “paz”…) que se enumeran al lado de nombres de insectos y “palabras desagradables” (como “violencia”, “excremento”, “maldad”) que se enumeran al lado de nombres de flores; y en el otro listado, al revés, “palabras agradables” junto a flores y “palabras desagradables” junto a insectos. Se debe marcar la asociación correcta en cada listado: en el primero, insecto-palabra agradable SI, insecto-palabra desagradable NO, flor-palabra agradable NO, flor-palabra desagradable SI… y viceversa en el otro listado. Se hace lo más rápido posible y se miden los errores cometidos y el tiempo en llevarlo a cabo.
El resultado es que se hace evidente la previsible diferencia de que es más difícil asociar palabras o imágenes agradables a los insectos que a las flores. Cambiemos “insecto” por “inmigrante” y “flor” por “español”, “estadounidense” o cualquiera que sea la nacionalidad del que completa el test, y entonces nos aproximaremos mucho a un resultado empírico de la medición del prejuicio inconsciente. El autor nos refiere su propia experiencia.
Del Test [de Asociación Implícita] se esperaba que revelase si el método podría medir una de las más significativas actitudes emocionales –la actitud hacia un grupo racial (…) Debido a que yo no tenía preferencia (o eso pensaba) por un grupo racial u otro, esperaba ser tan rápido en asociar nombres de personas negras con palabras agradables como en asociar nombres blancos con palabras agradables (…) No puedo decir si me sentí más frustrado personalmente o científicamente eufórico al descubrir algo dentro de mi cabeza de lo que yo no tenía conocimiento previo
En cambio, podemos controlar nuestras respuestas conscientes si nos preguntan si albergamos o no prejuicios raciales, incluso si nos comprometemos a dar una respuesta honesta… compromiso que no cuenta para el inconsciente, cuya actividad no puede detenerse y que se aprovecha de estructuras psicológicas tan escurridizas como el autoengaño. El Test de Asociación Implícita suele superar estos obstáculos y revelarnos los sesgos ocultos.
Por otra parte, este libro, especialmente a la hora de enfrentar los sesgos raciales, nos proporciona información de otras fuentes, como es el caso de los experimentos en los que se muestra que los empleadores rechazan más a candidatos negros que blancos con las mismas cualificaciones… incluso si se añade el único detalle diferenciador de que el candidato de raza blanca tiene antecedentes penales. Pero el Test de Asociación Implícita es mucho más sencillo y sorprendentemente fiable, hasta el punto de que incluso nos lo podemos hacer a nosotros mismos…
La preferencia automática por los blancos es persistente en la sociedad estadounidense –alrededor del 75% de aquellos que hacen el test (…) en Internet o en estudios de laboratorio revelan preferencia automática por los blancos (…) [El test] predice el comportamiento discriminatorio incluso entre sujetos de investigación que seriamente (y pensamos que honradamente) esposan creencias igualitarias
Los prejuicios contra las personas son de los que más estorban a una convivencia armoniosa, y los prejuicios raciales no son los únicos que cuentan. Lo más negativo del estudio de estos “puntos ciegos” es que si ahora descubrimos que no podemos dominarlos conscientemente podemos llegar a desmoralizarnos mucho. Esto afecta también, muy dramáticamente, a quienes forman parte de los mismos grupos que son discriminados por el prejuicio.
Miembros de grupos desaventajados juegan un chocante papel en mantener su propia desventaja al aceptar los estereotipos que los subestiman
La casi inevitabilidad de los prejuicios y “parásitos mentales” que afectan la discriminación entre grupos tiene como causa la persistencia de ciertas tendencias innatas de la mente humana.
La identidad de grupo aborrece el vacío. Si se crea una conexión arbitraria entre una persona y un grupo, y se proporciona la mera sugerencia de que hay otros que carecen de esa conexión con uno, entonces la psicología del “nosotros” y “ellos” se lanza a llenar el vacío [apareciendo entonces la distinción entre grupos de identidad enfrentada]
Otro sesgo psicológico que dificulta la comprensión racional es el “anclaje”
Anclaje (…)[es] la idea de que la mente no busca información desde un vacío. Más bien, comienza en alguna parte, usando cualquier información inmediatamente disponible
El anclaje implica que, por ejemplo, si una persona memoriza un número y luego discute un precio, el número memorizado siempre tenderá a influir el cálculo a pesar de que el número memorizado y el objeto de la discusión no tienen nada que ver.
El inconsciente, con su repertorio de heurísticas automáticas, no calla nunca…
Les hemos dado a la gente solo una imagen de un rostro humano y [con tan escaso elemento de juicio, les hemos] pedido que nos digan si es probable que a Mark le guste esquiar o leer, o si Sally visitará a su familia en sus vacaciones o si Heather encuentra que ir a comprar zapatos es un fastidio, y así con docenas de preguntas. Notablemente, nadie responde nunca “¡no podría decirlo!”
No podemos callarnos: el inconsciente no puede detenerse y siempre buscamos emitir un juicio. Esto contribuye a que cometamos errores cuando lo lógico sería que fuésemos reservados a la espera de contar con más elementos para juzgar. Buscamos explicaciones y pretendemos encontrarlas todo el tiempo. Pero el inconsciente no busca la verdad “químicamente pura”, sino aquella que más pueda beneficiarnos, de ahí la tendencia a aceptar errores favorables y rechazar aciertos inconvenientes. El caso más extemo es lo que sucede con la “disonancia cognitiva”.
La teoría de la disonancia cognitiva nos dice que hacernos conscientes de los conflictos entre nuestras creencias y nuestras acciones, o entre dos creencias simultáneamente coexistentes, viola la tendencia natural humana por la armonía mental o consonancia
Así, en la “disonancia cognitiva”, un individuo con creencias políticas totalitarias puede negarse siempre a aceptar las evidencias de los crímenes de Hitler o Stalin por mucho que pueda constatarlas presencialmente. Siempre encontrará pretextos, falsos razonamientos y autoengaños que le permitirán mantener la “armonía mental o consonancia”.
Afortunadamente, cada vez más la idea de “disonancia cognitiva” se va haciendo evidente a la hora de juzgar las situaciones de desavenencia. La aparición de nuevos conceptos es una de las mayores contribuciones de la psicología al bien común. Si hoy estamos habituados a hablar (con mayor o menos propiedad) de “frustración” o “catarsis”, ello nos facilita comprender algunas de nuestras reacciones cuya realidad en otros tiempos pasaba desapercibida. “Disonancia cognitiva” es un concepto que también se va abriendo paso hoy en el lenguaje coloquial y nos facilita aceptar nuestra tendencia a negar lo que nos desagrada y a construir argumentos falaces para sostener opiniones poco razonables.
También es positivo el que constatemos que, desde luego, muchos prejuicios van desapareciendo con el tiempo. Por ejemplo, la discriminación contra mujeres, homosexuales o minorías raciales. Los mecanismos para que se produzca esta desaparición son variados, pero lo importante es que puede alcanzarse la meta en tanto que tengamos claro cuál es ésta y recurramos al proceso habitual de prueba y error.
Se han demostrado intervenciones situacionales que (al menos temporalmente) fortalecen en las mujeres la asociación al género femenino con la posibilidad de carreras científicas. El método es sorprendentemente simple –implica añadir decoración típicamente femenina a las aulas de, por ejemplo, ciencia informática
Es muy probable que la lucha contra los puntos ciegos sea la esencia del avance civilizatorio. Históricamente, el proceso podría haber tenido que ver con que las clases altas, dentro de la dinámica de consolidar su poder gracias a la acumulación de prestigio (crear una imagen pública de superioridad), hayan ido recolectando gradualmente innovaciones culturales capaces de cuestionar los prejuicios. En un principio, tales innovaciones solo estarían a disposición de estos privilegiados, pero gradualmente irían difundiéndose a las clases inferiores e influirían en la vida convencional hasta hacerla irreconocible con el paso de los siglos.
Queda entonces la cuestión de cómo se originan las innovaciones. Los intelectuales, artistas, filósofos y profetas religiosos suelen ser los creadores de cada mínima “partícula” de innovación cultural (los “memes”, según la terminología ideada por Richard Dawkins) y estos grupúsculos minoritarios, que a veces forman su pequeña “subcultura”, logran, con el tiempo, ser tolerados “graciosamente” por la clase social superior a la hora de introducir conceptos extraños e incluso chocantes. No debió de ser fácil que se diera este resultado, por muy gradualmente que se manifestase, puesto que el bloqueo por parte de las resistencias conservadoras es lo habitual cuando se inician los procesos de cambio. Pero tenemos la evidencia de que al final se cuestionan los prejuicios, los “puntos ciegos” de la racionalidad humana.
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