martes, 5 de julio de 2016

“Consilience”, 1998. Edward O. Wilson

La mayor empresa de la mente siempre ha sido y siempre será el intento de conectar las ciencias con las humanidades. (…) La clave de la unificación es la consiliencia. Prefiero esta palabra a «coherencia», porque su rareza ha conservado su precisión, mientras que coherencia tiene varios significados posibles, uno de los cuales es consiliencia. 

En la medida en que las brechas entre las grandes ramas del saber puedan reducirse, la diversidad y la profundidad del conocimiento aumentarán. (…) La empresa es importante por otra razón adicional: confiere un objetivo último al intelecto. 

  Edward O Wilson, el creador de la "sociobiología" (el mismo admite que se puede llamar también “psicología evolutiva” o “antropología darwiniana”) ve en la perspectiva de la consiliencia  la mejor posibilidad de alcanzar una interpretación acertada de la evolución social. Sin duda el desarrollo de la ciencia social es más importante que el de las ciencias llamadas "duras" (Matemáticas y Física, por supuesto, pero también Biología o Medicina) porque, al fin y al cabo, es una sociedad más cooperativa –el objetivo buscado por la ciencia social-  la que permite el progreso de cualquier forma de conocimiento humano, incluidas las ciencias ”duras”, pero  alcanzar la “consiliencia” en las ciencias sociales (o “blandas”) es lo más difícil de todo.

La gente espera de las ciencias sociales (antropología, sociología, economía y ciencia política) el conocimiento para comprender su vida y controlar su futuro (…)  La diferencia crucial entre ambos ámbitos [ciencias sociales y, por ejemplo, las ciencias médicas] es la consiliencia: las ciencias médicas la tienen, y las ciencias sociales no. Los científicos médicos construyen sobre unos cimientos coherentes de biología molecular y celular. 

  Puesto que el comportamiento humano se origina en la naturaleza biológica, no debería ser imposible llegar a esta consiliencia también en las ciencias sociales gracias a los avances biológicos. Pero con los medios de ahora eso sigue quedando un tanto lejano.

Cualquier proceso mental tiene un fundamento físico y es consistente con las ciencias naturales. (…) Las cuestiones importantes son, en primer lugar, ¿existen principios generales de organización que permitan reconstituir completamente a un organismo vivo sin recurrir a la simulación de fuerza bruta de todas sus moléculas y átomos? Segundo, ¿serán de aplicación los mismos principios a la mente, el comportamiento y los ecosistemas? Tercero, ¿existe un cuerpo de matemáticas que sirva como lenguaje natural para la biología, paralelo al que tan bien funciona para la física? Cuarto, aunque se descubran los principios correctos, ¿cuán detallada ha de ser la información objetiva para poder usar dichos principios en los modelos deseados? 

    E O Wilson aparece, dentro de lo que cabe, como un optimista, no muy lejano del ideal ilustrado, mientras que hoy hay muchos que creen que jamás alcanzaremos un conocimiento completo de la naturaleza humana mediante el estudio de las ciencias biológicas.

Se conoce lo suficiente para justificar la confianza en el principio de consiliencia racional universal en todas las ciencias naturales.

Una vez superamos el golpe de descubrir que el universo no fue hecho pensando en nosotros, todo el significado que el cerebro puede conocer a fondo, todas las emociones que puede soportar y toda la aventura compartida que pudiéramos desear gozar, pueden encontrarse descifrando el sentido del orden hereditario que ha llevado a nuestra especie a través del tiempo geológico y la ha troquelado con los residuos de la historia profunda. 

   Todo esto sin olvidar los peligros de la Ilustración, peligros que han ido más allá del de cometer errores científicos…

Quizá solo existe un orden social «perfecto», y los científicos lo encontrarán (o, lo que es peor, afirmarán falsamente haberlo encontrado). La autoridad religiosa, el muro de Adriano de la civilización, se vendrá abajo y llegarán en masa los bárbaros de la ideología totalitaria. Tal es el lado oscuro del pensamiento secular de la Ilustración, desvelado en la Revolución francesa y expresado más recientemente mediante teorías de socialismo «científico» y fascismo racista.

  Pero siempre puede hacerse una distinción entre la ciencia real y las seudociencias, doctrinas tendenciosas que pretenden arrogarse del prestigio del que dispone la ciencia real.

Las pseudociencias satisfacen necesidades psicológicas personales

  La ciencia auténtica, seria, ha de funcionar de otra manera.

El científico ideal piensa como un poeta y trabaja como un contable

Mediante la investigación empírica podrían alcanzarse criterios de verdad objetiva. La clave reside en clarificar las operaciones, todavía poco conocidas, que componen la mente y en mejorar el enfoque fragmentario que la ciencia ha tomado hacia sus propiedades materiales.

  El mensaje de E. O. Wilson insiste acerca del valor de la ciencia también para el diseño de una sociedad mejor. Pero para ello necesitamos una ciencia genuina, alejada de los espejismos seudocientíficos del pasado reciente

Gran parte de lo que pasa por teoría social es todavía esclava de los grandes maestros originales, lo que es mal síntoma, dado el principio de que el progreso en una disciplina científica puede medirse por lo rápidamente que sus fundadores son olvidados.  (…) Los teóricos sociales avanzados, incluidos los que producen refinados modelos matemáticos, están igualmente encantados con la psicología popular. Por regla general, ignoran los hallazgos de la psicología científica y de la biología. Esta es parte de la razón, por ejemplo, por la que los científicos sociales sobreestimaron la fuerza del régimen comunista y subestimaron la fuerza de la hostilidad étnica. 

  Una teoría social moderna tendría más sentido que algunas teorías del conocimiento nuevas, como el postmodernismo

El postmodernismo es la antítesis polar extrema de la Ilustración. La diferencia entre los dos extremos puede expresarse aproximadamente como sigue: los pensadores de la Ilustración creen que podemos saberlo todo, y los postmodernistas radicales creen que no podemos saber nada

  E. O. Wilson, aunque predique la moderación, es sin duda de los que creen que podemos llegar a saberlo todo

Existe solo una clase de explicación. Atraviesa las escalas del espacio, del tiempo y de la complejidad para unir los hechos dispares de las disciplinas mediante consiliencia, la percepción de una red inconsútil de causa y efecto. Durante siglos la consiliencia ha sido la leche materna de las ciencias naturales. Ahora está completamente aceptada por las ciencias del cerebro y la biología evolutiva, las disciplinas mejor situadas para servir a su vez como puentes hacia las ciencias sociales y las humanidades. (…) Todos los fenómenos tangibles, desde el nacimiento de las estrellas hasta el funcionamiento de las instituciones sociales, se basan en procesos materiales que en último término son reducibles, por largas y tortuosas que sean las secuencias, a las leyes de la física. 

Solo el saber unificado, compartido universalmente, hace posible la previsión precisa y la opción prudente.

  Entre las cosas que hemos averiguado acerca de la condición humana gracias a la ciencia –particularmente a partir del enfoque evolucionista- estaría el mecanismo básico del problema humano y muchas de sus manifestaciones más conflictivas.

  Éste es el problema básico humano, la explicación científica de por qué “las cosas tal como son” en la vida social no deben seguir siendo así; porqué, aparentemente, “la naturaleza se equivoca”:

No hubo tiempo suficiente para que la herencia humana se las apañara con la enormidad de nuevas posibilidades contingentes que la inteligencia elevada revelaba. Se podían construir algoritmos, pero no eran lo suficientemente numerosos ni precisos para responder de forma automática y óptima a cualquier acontecimiento posible

   Podemos enumerar algunos de los problemas específicos surgidos por este crecimiento desmesurado de la inteligencia en un ser regido por las emociones típicas de los vertebrados superiores. Por ejemplo, el tribalismo (o "sesgo endogrupal"), el sobrenaturalismo y los estímulos supernormales:

La exclusión y el fanatismo religiosos surgen del tribalismo, la creencia en la superioridad innata y la categoría especial de los que pertenecen al grupo. El tribalismo no puede achacarse a la religión. La misma secuencia causal dio origen a las ideologías totalitarias. El corpus mysticum pagano del nazismo y la doctrina de lucha de clases del marxismo-leninismo, ambos esencialmente dogmas de religiones sin Dios, fueron puestos al servicio del tribalismo, y no al revés. 

El mundo que los seres humanos preletrados perciben objetivamente es solo un pequeño fragmento del mundo natural completo. Así, por necesidad, la mente primitiva se halla continuamente ajustada al misterio. Para los cazadores-recolectores del Kalahari y otros grupos contemporáneos la experiencia de la vida cotidiana se transforma de manera imperceptible en su entorno mágico. Los espíritus moran en los árboles y las rocas, los animales piensan y el pensamiento humano se proyecta hacia fuera desde el cuerpo con una fuerza física. 

(El) estímulo supernormal (…) ampliamente extendido en las especies animales, es la preferencia durante la comunicación por las señales que exageran las normas, aunque raramente o nunca existan en la naturaleza. (…) Las mujeres con grandes ojos y rasgos delicados pueden tener una salud menos robusta, especialmente durante los rigores del parto, que las que se hallan más cerca del promedio de la población. Pero, al mismo tiempo (y este podría ser el significado adaptativo), presentan pistas físicas de juventud, virginidad y la expectativa de un largo período reproductor.

    Sin embargo, es vital señalar que la cultura humana  puede hacer uso de los “estímulos supernormales” para el progreso social (o cultural). En realidad, no tiene otra opción porque la salida al problema humano solo podemos alcanzarla mediante el desarrollo de estrategias sociales de innovación y mejora culturalmente transmitidas, y estas estrategias, lógicamente, solo pueden hacer uso de las herramientas psicológicas innatas de las que disponemos.  La racionalidad, el altruismo y la tecnología son muy “aprovechables” para ello, mientras que el tribalismo, el sobrenaturalismo y la agresividad no lo son nada…   En el caso específico de los “estímulos supernormales”,  la preferencia por la exageración puede tener un cierto poder adaptativo: nuestra inteligencia nos permite manipular la realidad de una forma que los animales irracionales no pueden y esas exageraciones que “raramente o nunca existen en la naturaleza” son las que constituyen también los ideales culturales que, en el caso del comportamiento humano, nos llevan a la búsqueda de la virtud.

  Si de lo que se trata es de superar las contradicciones entre un exceso de inteligencia y nuestra dependencia de los instintos animales heredados, seguir la pista de los estímulos supernormales nos puede permitir alcanzar altos ideales éticos “antinaturales” muy capaces de forzar las limitaciones instintuales de agresividad e irracionalidad.

Estamos aprendiendo el principio fundamental de que la ética lo es todo. La existencia social humana, a diferencia de la animal, se basa en la propensión genética a formar contratos a largo plazo que por la cultura evolucionan en preceptos morales y ley. Las reglas de la formación de tales contratos no se le dieron a la humanidad desde arriba, ni surgieron aleatoriamente en la mecánica del cerebro. Evolucionaron a lo largo de decenas o cientos de milenios porque conferían supervivencia y la oportunidad de estar representados en las generaciones futuras, a los genes que los prescribían.

     La capacidad para cumplir las obligaciones éticas va todavía más allá del establecimiento y cumplimiento de contratos, pues la cultura puede transmitir sensibilidades colectivas a la hora de reaccionar emocionalmente ante las elecciones éticas por el bien común que permitan alcanzar comportamientos éticos progresivamente más eficientes, y solo la elaboración cultural de un comportamiento benevolente, racional y afectivo extremo garantiza la confianza para la cooperación plena. En “estado de naturaleza” (las miles de generaciones de cazadores-recolectores que constituyeron por evolución nuestra base genética) la benevolencia tiene un papel limitado. La “exageración” de las tendencias benevolentes o altruistas es la que lleva a la virtud, garantizando el cumplimiento de los contratos y desarrollando el autocontrol del comportamiento para alcanzar el bien común.

   La cultura elabora representaciones de virtud y establece estrategias de psicología social para establecer comunidades humanas mientras más cooperativas mejor, en base a las posibilidades del comportamiento. Nada de esto sería posible si la naturaleza humana no estuviese predispuesta a la “exageración” a la hora de percibir y actuar en base a los estímulos. El ideal social es la supernormalidad de los estímulos prosociales, aquellos que permiten el comportamiento altruista, antiagresivo y racional mucho más allá de las experiencias del pasado. La manipulación psicológica en busca de ese ideal de virtud es en lo que siempre ha consistido la sabiduría, la de la Antigüedad y la de hoy…

Nos estamos ahogando en información, mientras que nos morimos por la falta de sabiduría.

    Es el esquema científico el que nos señala las limitaciones lógicas de nuestra cultura contemporánea. Identificado el problema humano en que hemos desarrollado –muy recientemente, según criterios evolutivos- una asombrosa inteligencia “dentro” de la biología emocional del género “Homo”, lo que está claro es que hemos de proceder a una “doma” del “Homo sapiens” haciendo uso de estrategias de psicología social transmitidas culturalmente. Las religiones de las civilizaciones agrarias más desarrolladas se dieron cuenta de esta dualidad (humanidad/bestialidad) y definieron metas de virtud a alcanzar mediante estrategias psicológicas a gran escala. Estas metas no son otra cosa que expresiones de “estímulos supernormales”. No son, por tanto, algo disparatado en nuestra propia naturaleza que ya de por sí está programada para actuar en base a tales “exageraciones”.  Y si exagerar es natural, buscar la extrema virtud, por tanto, tiene sentido por mucho que tal virtud no se encuentre en nuestra cultura del momento.

  Podemos actuar en base a tal ideal con la esperanza razonable de que modificaciones culturales posteriores permitan la mejora del comportamiento colectivo en un sentido de mayor benevolencia, altruismo, confianza, racionalidad y cooperación. Es evidente que ya se ha conseguido mucho.

  La ciencia social debería, por tanto, aceptar que el estudio de las causas y la experiencia de los fenómenos señala hacia metas humanas no convencionales. El error de la Ilustración fue precipitarse en definir fórmulas supuestamente racionales en base a prejuicios (por ejemplo, que un sistema social más racional ha de crear un Estado más fuerte y un ideal humano aristocrático, cuando en realidad la democracia debilita el poder del Estado y surge el pueblo llano como sujeto de soberanía). Si eliminamos los prejuicios, la racionalidad de la observación del mismo fenómeno humano puede mostrarnos el camino de un proceso civilizatorio futuro tan coherente –consiliente- como opuesto a lo convencional. La ciencia real, no la seudociencia, no entiende ni de convencionalismos ni de prejuicios.

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