martes, 15 de septiembre de 2015

“Darwin, Dios y el sentido de la vida”, 2010. Steve Stewart-Williams

La teoría de la evolución tiene importantes implicaciones en cuanto a cómo nos vemos a nosotros mismos y cuál es nuestro lugar en el universo. Tiene implicaciones para las cosas que son en verdad importantes para las personas, cosas por las que las personas se preocupan profundamente, cosas sobre las que la mayoría de nosotros tiene una opinión.

  Si bien en este libro se dedica bastante espacio a demostrar cómo se vio afectada la visión teísta del mundo por la aparición de la teoría darwiniana de la evolución natural, el autor, el psicólogo Steve Stewart-Williams, va más allá al abordar cómo el evolucionismo cuestiona también nuestro sistema ético.

La evolución es cambio. No es necesariamente el cambio que consideramos bueno.(…) Debemos rechazar el punto de vista de que la evolución es progresiva

Al socavar tanto la tesis de la racionalidad [la idea de que nos hemos distinguido en alguna forma moralmente significativa de otros animales por nuestra posesión de la racionalidad] como la tesis de la imagen de Dios [seres humanos hechos a Su imagen y semejanza], el punto de vista darwiniano socava la doctrina de la dignidad humana. La deja sin fundamento intelectual

  El progreso ético supone esencialmente promover el comportamiento altruista: si todo el mundo se preocupa por el bienestar ajeno, la capacidad intelectual humana, en feliz cooperación, podría proporcionarnos niveles de mejora social sin precedentes. La esperanza de esta mejora se basa en la evidencia de que el comportamiento altruista existe pero, entre las muchas cosas que todavía no comprendemos acerca de la naturaleza humana, se encuentra la relevancia y la estructura que este comportamiento altruista realmente tiene en la vida social.

Entre los biólogos evolutivos, la cuestión importante no es por qué la gente a veces no ayuda, sino más bien por qué la gente (y otros animales) llegan a ayudarse unos a otros en algunas ocasiones. E. O. Wilson describió esto como el problema teórico central de la sociobiología

  Y es que el altruismo contradice el principio darwiniano de la selección individual, lo que comúnmente se denomina “la supervivencia del más apto”. Todos los animales compiten entre sí por los recursos necesarios a fin de ser capaces de desarrollar el ciclo de la vida: la reproducción y con ello la propagación de su herencia genética.

La selección natural no necesariamente favorece los rasgos que consideramos buenos o saludables o deseables.

  Lo que necesita la ética, para quedar fundamentada en base a argumentos razonables de alcance universal, sería una conexión entre la naturaleza humana y el progreso moral, una justificación de la ética que se apoyase en datos evidentes acerca del comportamiento humano. Esto permitiría albergar expectativas ciertas acerca de los comportamientos altruistas y para el individuo supondría una seguridad equivalente a lo que comúnmente se denomina “conocer el sentido de la vida”.

Después de todo, sin una razón para creer en algo, la creencia no es razonable

  Por eso el darwinismo siempre ha sido visto como una amenaza. La supervivencia del más apto y el medir el éxito reproductivo como único referente de la propagación de las formas de vida parecen más bien una justificación de la inmoralidad (“éxito a cualquier precio”). Se diría entonces que para promover el altruismo tendríamos que ir en contra de nuestra naturaleza biológica. ¿Es esto realmente así?

Según los "teóricos de la ley natural", si algo es natural, es moralmente aceptable, mientras que si es antinatural es moralmente inaceptable. 

  El ejemplo más notorio de esto fue el nazismo, que se inspiraba en algunos pensadores muy ilustrados, como Nietzsche: para impedir la degeneración de la raza sería preciso reinstaurar el principio de supremacía de los fuertes sobre los débiles. Estas creencias se fundamentaban en la obediencia a la supuesta ley natural y no perdían de vista los hallazgos de Darwin. Desde el punto de vista ético convencional, la actitud de opresión y explotación de los débiles por los fuertes es absolutamente inmoral al oponerse a la propagación del altruismo. Pero ¿podría fundamentarse el altruismo al cabo de una lectura más atenta y profunda de los principios de la ley natural y la selección biológica? Algunos creen que sí…

El altruismo es bueno para el grupo y la agresión no lo es, y así deberíamos cultivar nuestras tendencias altruistas evolucionadas y buscar controlar o sublimar nuestros impulsos agresivos evolucionados. 

  Desde el punto de vista de la naturaleza evolutiva del ser humano, un planteamiento así levanta algunas objeciones. Al fin y al cabo, el altruismo en los seres humanos, si bien está probado que existe, solo se manifiesta ocasionalmente.

¿El hecho de que hemos evolucionado para ser parcialmente altruistas implica que debemos ser solo parcialmente altruistas? ¿Implica que sería equivocado ser menos altruistas, pero también sería equivocado ser más altruistas? No estando todos genéticamente diseñados para el mismo nivel de altruismo, ¿no deberíamos entonces ser ni más ni menos altruistas que el promedio?

  Esto nos lleva a rechazar la expansión del altruismo a partir del fundamento de la ley natural: el conocimiento de la naturaleza nos confirma la existencia de cierto altruismo, pero no explica porqué debería expandirse más allá de los niveles que han sido habituales durante los cientos de miles de años de existencia del ser humano sobre el planeta.

  Por otra parte, en los últimos miles de años, al producirse el “proceso civilizatorio” (agricultura, ciudades, avances tecnológicos…), encontramos que la promoción de la ética del altruismo es también altamente sospechosa en sus motivaciones.

Preceptos morales como “da sin pensar en una recompensa a cambio” son potencialmente muy ventajosos para aquellos que los predican pero no los practican. (…) [El hecho es que] esfuerzos manipuladores de la gente siguiendo esta política pueden haber ayudado a promover formas de moralidad altruistas

    Un punto de vista diferente es argumentar que, simplemente, no necesitamos para nada seguir la ley natural. En realidad, no nos concierne conocer cuál ha sido la forma de vida humana durante la mayor parte de la existencia del género humano, ni tampoco nos conciernen los orígenes de la promoción del altruismo (que muy bien podría haber sido, sí, la explotación sistemática de una clase social por otra). El hecho es que, por un motivo u otro, el proceso civilizatorio aparentemente coincide con la expansión de la ética del altruismo. Las causas parecen relacionadas con fines prácticos.

La naturaleza humana está diseñada en principio para las pequeñas sociedades de cazadores-recolectores en las cuales ha tenido lugar una parte significativa de nuestra evolución y en las que se vivía en base a relaciones "cara a cara". En las sociedades anónimas actuales a gran escala, la naturaleza humana ya no puede ser suficiente. Para vivir apaciblemente en las condiciones modernas, podemos necesitar algún tipo de prótesis intelectual para inhibir y controlar nuestra naturaleza y aumentar nuestra bondad natural.

  Podemos ver el asunto desde una perspectiva meramente utilitarista: promover una ética que nos permita alcanzar el mayor bien para el mayor número... si bien para ello hemos de partir del conocimiento más informado posible acerca de la naturaleza humana. Que promover el altruismo favorece el desarrollo de la cooperación inteligente entre los seres humanos parece fuera de toda duda, y que el altruismo existe en los seres humanos y que éste es manipulable hasta cierto grado por medios culturales (leyes, ideologías, religiones, educación…) también parece fuera de toda duda. Por lo tanto, de lo que se trata es de saber hasta dónde se puede llegar en la promoción del altruismo, con independencia de que esto sea “natural” o no.

La moralidad no es realmente innata, sino que es una invención humana informada por preferencias y motivaciones que sí son innatas. Es un producto tanto de la evolución biológica como de la cultural.

  Es aquí donde se plantea lo que parece ser el problema filosófico central de este libro:

Nuestras creencias morales son el producto de un proceso que no presupone la verdad de estas creencias. Tan pronto como nos damos cuenta de esto, ya no estamos justificados para mantenerlas, a menos que hallemos fundamentos independientes para hacerlo así. El mero hecho de que los sostengamos no puede ya ser considerado una razón suficiente para aceptarlos como verdad.

  Entonces, al estar admitiendo que la promoción del altruismo es “antinatural”, solo estamos eligiendo una tendencia manipuladora de nuestra naturaleza en particular entre otras muchas posibles, todas justificables por igual. Hitler tendría tanta razón como Gandhi, en tanto que nuestro origen evolutivo “justifica” tanto la violencia como la paz, tanto el egoísmo como el altruismo. No podemos, por tanto, decir que tenemos “razón” al promover el altruismo en lugar del egoísmo.

  Con todo…

La teoría evolutiva socava el punto de vista de que la moralidad tiene un fundamento objetivo pero no nos volverá ni depravados egoístas ni asesinos

  Sería la cultura del momento la que lo conseguiría.  Una cultura violenta y totalitaria podría ser eficiente a la hora de proporcionar “utilidad” a unos ciudadanos sobre otros. Hitler pudo haber ganado la guerra (ello dependió exclusivamente de la estrategia militar) y entonces habría podido proporcionar a la sociedad alemana muchos años de gran prosperidad económica gracias al saqueo brutal de los recursos de otras naciones. El éxito justificaría la “razón” de las creencias culturales del momento, y no habría sido la primera vez que algo así sucediese en la historia de la humanidad (pensemos en el imperio de Gengis Khan, por ejemplo). La única diferencia con respecto a pasados episodios de brutalidad habría sido que, en el caso de un triunfador imperio nazi, no iban a faltar filósofos y eruditos de talla mundial dispuestos a formular la justificación “racional” de la violencia. Martin Heidegger y Carl Schmitt han sido los ejemplos más notables.

  Hoy por hoy, aparentemente, la cultura de la promoción del altruismo predomina en el ideario colectivo a nivel mundial (pensemos en las Declaraciones solemnes de las Naciones Unidas). Pero eso podría cambiar en cualquier momento y está, desde luego, muy lejos de realizarse en sentido práctico en la vida real. Se trata solo de un ideal ético muy popularizado.

Nuestro punto de partida es siempre una disposición, un sentimiento, una asunción arbitraria de que algo es moralmente deseable. Y no hay justificación final para esto. Nuestros compromisos morales fundamentales no pueden ser derivados de la pura lógica, o de cualquier mezcla de lógica y hechos.

Los fines utilitarios –evitar el sufrimiento e incrementar la felicidad- no son justificables al extremo. Solo sucede que son de mi gusto y quizá del suyo. No creo que sea posible justificar los compromisos morales más allá de esto y no lo voy a intentar

El canibalismo y el incesto son imposibilidades morales para la mayor parte de los humanos, pero los miembros de otras especies han evolucionado en estas actividades sin problema. ¿Quiénes somos para dudar de que un animal con este tipo de forma de vida alternativa podría evolucionar en un animal moral sin renunciar a estas tendencias?

  Finalmente, podemos intentarlo de otra manera. Al hacerlo, entramos en contradicción con Stewart-Williams en su afirmación de que “Los fines utilitarios –evitar el sufrimiento e incrementar la felicidad- no son justificables al extremo”, y la cosa quedaría así: para empezar, existen fuertes indicios de que la evolución cultural humana tiene un origen determinado por nuestra naturaleza a partir de un probable cambio genético que tuvo lugar hace relativamente poco tiempo (hace entre 70 y 40.000 años), que es cuando aparecen los primeros indicios de vida intelectual (arte y rituales funerarios…). Este hecho sería determinante de nuestra verdadera naturaleza, que se diferenciaría cualitativamente de las generaciones anteriores de Homo Sapiens.

  Los avances tecnológicos y la expansión de la población humana se producen casi enseguida, y un cambio climático hace solo diez mil años favorece la aparición de las primeras civilizaciones agrarias. Todos estos avances implican el abandono “voluntario” de la vida en pequeños grupos de cazadores-recolectores.  Las tendencias a la vida sedentaria son, de hecho, anteriores a la invención de la agricultura y la ganadería, y tienen un origen psicológico profundo que se manifiesta en un momento en el cual el Homo Sapiens continúa llevando una forma de vida económica equivalente a la de sus antepasados de hace miles de años. Se trata de un profundo cambio a partir del cual se manifiesta una nueva tendencia a incrementar la intensidad y complejidad de la vida social más allá del estilo de vida nómada que el género "Homo" había llevado durante cientos de miles de años. Y esta forma de vida social más intensa y compleja solo puede conseguirse mediante la promoción del altruismo: la formación de grupos más grandes de seres humanos exige la expansión de una ética que restrinja la agresividad y el egoísmo. La necesidad de dedicar más recursos a la vida intelectual y espiritual favorece también la aspiración a una paz universal.

  Si surge la necesidad de hallar soluciones, éstas comienzan entonces a producirse: las invenciones culturales por el estilo del “Derecho”, “el alma inmortal”, “la dignidad humana” no hemos de verlas como muy diferentes de invenciones tecnológicas como la agricultura, la rueda o la fundición de metales: se trata de “tecnología de la mente”, y este proceso se habría producido a partir de un cambio en nuestra naturaleza. Una cultura prosocial, por tanto, una promoción constante e ilimitada del altruismo, no estaría en contradicción con la naturaleza humana; la “razón” del altruismo y la naturaleza coincidirían.

 Ahora tan solo se estaría acelerando el proceso de cambio dada la acumulación de invenciones en los últimos tiempos (el “proceso civilizatorio”).

 La autoridad moral del mandato divino se apoyaba en que nadie cuestionaba lo irracional de la creencia en los seres sobrenaturales. El “milagro de la vida”, observable en la naturaleza, operaba en muchos como apoyo lógico a tal creencia. Darwin (y otros naturalistas rigurosos como él, antes y después) la desmontan, reduciendo el milagro de la vida a un fenómeno complejo pero explicable (la evolución). Lo que se desmorona entonces es una ilusión, no algo realmente existente, pero se trataba de una ilusión que había reportado beneficios en el proceso civilizatorio de promoción del altruismo.

   Una ilusión eficaz puede ser reemplazada por otra, lo que, en la práctica, supone que una “razón” es reemplazada por otra. Hoy “Dios ya no existe”, pero sí contamos con el conocimiento de la tendencia demostrable del género humano hacia la prosocialidad, demostrable por la observación del proceso civilizatorio que nos ha llevado de la guerra permanente entre nómadas a la ideología de los “derechos humanos”.

  En el comportamiento humano, la fe es un fenómeno psicológico que como “justificación” requiere aquellos estímulos del entorno ("argumentos lógicos", culturalmente transmitidos) que sean lo bastante eficientes para hacerla posible. Desde un punto de vista utilitarista puede lograrse que la fe en el proceso civilizatorio sea tan eficiente (probablemente más) como la fe en Dios lo fue en su momento. Permitiría argumentar, con cierto fundamento, que existe un registro histórico en el sentido de cada vez una mayor prosocialidad: menos violencia, más benevolencia, más compasión, más cooperación y más racionalidad.

   Recordemos que, durante algún tiempo la fe en el marxismo permitió conseguir grandes logros sociales en algunos países. Por lo tanto, desarrollar una fe eficiente puede alcanzarse mediante estrategias que no consistan necesariamente en promover la creencia en seres sobrenaturales. No necesitamos de pruebas científicas irrefutables. Basta con argumentos eficientes presentados de forma eficiente que afecten las emociones de los individuos de forma determinante.

   Pero hoy en día nadie está trabajando en elaborar este tipo de estrategias en concreto por el logro del mayor bien para el mayor número, lo cual explica la inquietud de Stewart-Williams (lo que él considera la imposibilidad de fundamentar el progreso ético). Y quizá haya para ello un motivo oculto: creer en un proceso civilizatorio aún en marcha en el sentido de la prosocialidad y el altruismo cuestionaría incluso nuestra forma de vida convencional. Tal vez haya algo más allá también de los “derechos humanos” tal como los concebimos hoy.

  Para algunos autores como Stewart-Williams quizá sea mejor predicar un interesado escepticismo en lugar de dejar la puerta abierta a cambios futuros que podrían hacer desaparecer nuestro estilo de vida. El proceso civilizatorio –todo proceso evolutivo, en realidad- siempre encuentra resistencias.

2 comentarios:

  1. "Hitler pudo haber ganado la guerra (ello dependió exclusivamente de la estrategia militar) y entonces habría podido proporcionar a la sociedad alemana muchos años de gran prosperidad económica gracias al saqueo brutal de los recursos de otras naciones. El éxito justificaría la “razón” de las creencias culturales del momento"

    Para quien le interese desarrollar este argumento, aquí se especula acerca de cómo una circunstancia así podía haber afectado nuestra visión de la historia y el progreso humano.

    http://mediterraneomarnegro21.blogspot.com.es/2014/11/47-la-victoria-del-vencedor.html

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