lunes, 15 de diciembre de 2014

“Historia natural del pensamiento humano”, 2014. Michael Tomasello

   El pensamiento humano es lo que somos. El doctor Michael Tomasello ha elaborado un cuidadoso estudio para darnos a conocer cómo hemos llegado a convertirnos en una especie capaz de pensar de una forma única en comparación con el resto de seres vivos.

  Desde un punto de vista científico, los seres humanos no somos los únicos que piensan. Si se considera que pensar es algo que se hace para examinar el entorno y obrar en consecuencia, tenemos que admitir que

los grandes simios parecen saber mucho más acerca de los otros como agentes intencionales de lo que se había creído previamente, y ellos todavía no han desarrollado una cultura o cognición al estilo de los humanos.

   La capacidad para interactuar con otros seres vivos a partir de una comprensión más o menos elaborada de sus pautas de comportamiento es lo que determina la existencia de una mente. Es decir, el conocimiento de los “otros” como “seres intencionales”. Al captarse la capacidad de seres semejantes para aprender de la experiencia (y debemos tener en cuenta que nosotros mismos podemos ser parte directa de la “experiencia” de otro) se produce un fenómeno “recursivo”.

Los comunicadores humanos conceptualizan situaciones y entidades mediante vehículos comunicativos externos para otras personas. Estas otras personas intentan entonces determinar por qué el comunicador piensa que estas situaciones y entidades serán relevantes para ellos. 

Lo “recursivo” implica una comprensión del fenómeno de ser comprendido, una secuencia en teoría infinita de imágenes, conceptos e ideas que se reflejan de uno a otro cerebro. Así surge la mente compleja, y también parece que es así como surge la autoconciencia. Pero este fenómeno no se produce fácilmente en la evolución humana. En los grandes simios, a pesar de su gran inteligencia, se aprecian limitaciones mentales. El estudio de estas limitaciones es la que nos señala la capacidad mental propiamente humana.

  Veamos primero cuán atinada es la inteligencia del chimpancé al observar la conducta de otros:

En una situación en la cual una constricción física forzaba a un ser humano a hacer uso de una acción inusual (por ejemplo, tenía que encender una luz con la cabeza porque sus manos estaban ocupadas sosteniendo una manta, o tenía que activar una caja de música con el pie porque sus manos estaban ocupadas con un montón de libros) los chimpancés, cuando, tras observar la escena habían de hacer uso de los interruptores, no tenían en cuenta la acción inusual y usaban sus manos normalmente. Sin embargo, cuando veían que el humano hacía la acción inusual sin la constricción física, entonces copiaban la acción inusual (…)Es decir, en el primer caso obraban de acuerdo con el razonamiento siguiente: él no está usando sus manos, pero si él pudiera elegir, usaría sus manos, luego, si, a diferencia de él, yo puedo elegir, no debo imitar su acción inusual; sin embargo, en el otro caso, en que sí tenía elección, el chimpancé piensa que el ser humano ha obrado de la forma que ha de ser correcta …y que por lo tanto conviene imitar (…) Nuestra conclusión es que en el ámbito físico, tanto como en el social, lo que hacen los grandes simios en estos estudios es pensar.

  El chimpancé comprende la situación en la que el ser humano del experimento tiene que encender la luz con la cabeza, pero veamos otro caso…

Si un simio ve a un ser humano martilleando una nuez, sabe perfectamente bien lo que éste está haciendo, pero si lo ve haciendo un movimiento con el martillo en ausencia de cualquier piedra o nuez, se queda perplejo. Para comprender los gestos icónicos, uno debe ser capaz de ver las acciones intencionales llevadas a cabo fuera de sus contextos instrumentales normales (…) Los gestos icónicos representan una especie de término medio entre la comunicación humana y la comunicación animal, un pensamiento que hace de puente entre señalar a los demás informativamente y el señalar perspectivamente en el contexto de conceptos comunes (lenguaje humano convencional). Este puente implica formas externas de representación simbólica que tienen un contenido semánticamente categorizado.

  El chimpancé no entiende la gesticulación icónica, algo que a nosotros nos parece muy elemental. Veamos otro ejemplo más, ahora comparando con la conducta de un niño de doce meses:

Un adulto (…) necesitaba un particular tipo de objeto para un juego y siempre se lo localizaba en un plato. En un momento determinado, un niño de doce meses necesitaba también uno de esos objetos, pero no encontraba ninguno. Para conseguir uno, el niño alumbraba la estrategia de señalar al adulto el plato vacío (…) Que esto no es solo una simple asociación se sugiere por el hecho de que los chimpancés, que son perfectamente capaces del aprendizaje asociativo, no hicieron ningún intento de atraer la atención del humano hacia el plato vacío (aunque fueron capaces de señalar cosas en otros contextos dentro del mismo estudio). Los niños, en cambio, comprendían que el adulto haría inferencias acerca de su disposición intencional.

  Así pues, tenemos diferencias concretas de comportamiento entre seres que poseen diversos tipos de mente. ¿Podemos averiguar algo sobre las pautas generales que las diferencian? Michael Tomasello tiene algunas teorías acerca del origen evolutivo que ha llevado a los seres humanos a desarrollar una inteligencia capaz de llevar a cabo otro tipo de interactuaciones con los propios semejantes.

En general, los humanos son capaces de coordinarse con otros de una manera en que los demás primates aparentemente no pueden para formar un “nosotros” que actúa como una especie de agente plural para crearlo todo, desde una partida de caza en común a una institución cultural.

El pensamiento humano es fundamentalmente cooperativo

   Los animales conocen la cooperación. No solo los chimpancés, también las hormigas o los lobos, pero estos seres no piensan cooperativamente. En apariencia, los humanos poseen la especificidad cognitiva de compartir los actos intencionales: hacer planes juntos, ejecutarlos juntos y extraer consecuencias a largo plazo de tales pensamientos y acciones que después trasladan al ámbito cultural (elaboran costumbres a partir del comportamiento cooperativo). Los otros animales cooperativos actúan de forma instintiva solo en base a sus intereses individuales.

  ¿Cómo se llegó hasta ese nivel? Desgraciadamente, en la historia natural del pensamiento solo podemos especular con los pasos intermedios entre uno y otro estado. Nos faltan las especies humanas primitivas, los eslabones perdidos de la evolución.

La propuesta evolutiva es que los primeros humanos – quizá el Homo Heidelbergensis hace unos 400.000 años- desarrollaron evolutivamente habilidades y motivaciones para la intencionalidad conjunta que transformaron las actividades paralelas de grupo de los grandes simios (“tú y yo estamos persiguiendo un mono en paralelo”) en auténticas actividades colaborativas (“estamos persiguiendo el mono juntos, cada uno cumpliendo un papel en la operación”). (…) También transformaron el comportamiento de atención paralela de los grande simios (“tú y yo estamos mirando la banana”) en auténtica atención conjunta (“estamos mirando juntos la banana, cada uno desde su propia perspectiva”).

   Heidelbergensis u otro similar fue el antepasado común de Sapiens y Neandertal, un ser ya muy semejante a nosotros. Pero hay que tener en cuenta algo importante: aunque estos homínidos conocieran la atención conjunta y la atención paralela, y aunque sus cerebros fueran muy parecidos a los nuestros, aún no eran completamente humanos: no hablaban, no elaboraban obras de arte, no enterraban a sus muertos, no transmitían pautas de comportamiento social mediante la cultura. Entre su mundo y el nuestro aún existía una importante diferencia cognitiva. Tomasello cree poder deducir este límite observando el comportamiento de los niños muy pequeños. Un límite parecido para ellos se encontraría entre los dos y los tres años de edad.

Hasta aproximadamente su tercer cumpleaños, las interacciones sociales de los niños entre sí son básicamente de segunda persona, no basadas en grupos (…) Ellos no comprenden cómo funcionan por completo tales cosas como el idioma, los artefactos y las normas sociales a modo de creaciones convencionales.(…) Pero alrededor de los tres años de edad, los niños ya no se limitan a seguir las normas sociales sino que comienzan a hacerlas cumplir activamente en otros (y a sentirse culpables cuando ellos mismos rompen las normas)

  "Interacciones sociales de segunda persona” son relaciones en las que se comparte la intencionalidad y se aceptan diferentes perspectivas… pero solo en las relaciones inmediatas. De todas formas, el pensamiento “de segunda persona” es un cambio fundamental que implica ya un tipo de pensamiento humano. Los grandes simios no conocen esta forma de pensar.

En algún momento los primeros humanos comenzaron a comprender su interdependencia con los otros no solo cuando la colaboración estaba sobre la marcha, sino también más generalmente: si mi mejor socio tiene hambre esta noche, yo debería ayudarle a fin de que esté en buena forma para el forrajeo de mañana.

  Los grandes simios (así como los lobos y leones que cazan en grupo) no comparten la comida: simplemente se la disputan unos a otros, tal como veremos con detalle más adelante.

El pensamiento de segunda persona de los primeros humanos tenía como objetivo resolver problemas de coordinación presentados por interacciones colaborativas directas y comunicativas con unos “otros” específicos. 

   Y aunque esto es un avance enorme a nivel mental, lo que parece faltar aquí es la idea abstracta de “comunidad de individuos”, la dimensión “colectiva” del fenómeno de la intencionalidad compartida, cuando

el individuo ya no contrasta su propia perspectiva con la de un otro específico, más bien contrasta su propia perspectiva con alguna clase de perspectiva genérica de cualquiera

La hipótesis de la intencionalidad compartida es que su proceso comprende una secuencia evolutiva de dos pasos: intencionalidad conjunta seguida por intencionalidad colectiva. En ambas transiciones el proceso en conjunto fue, a un nivel muy general, el mismo: un cambio ecológico llevó a un nuevo tipo de colaboración que requería para su coordinación alguna nueva forma de comunicación cooperativa, y entonces crearon la posibilidad de que, durante la ontogenia, los individuos pudieran construir, a lo largo de sus interacciones sociales con otros, algunas nuevas formas de representación, inferencia y automonitorización cognitiva para usarlas en su pensamiento.

   El proceso sería entonces: cooperación interpersonal sin intencionalidad compartida (los grandes simios) para pasar a la cooperación interpersonal de “segunda persona” con intencionalidad compartida (el "eslabón perdido" de los pre-humanos). El siguiente paso, la intencionalidad colectiva, se da solo a partir de un momento determinado en la evolución de la especie humana…, cientos de miles de años después de que surgieran seres humanos prácticamente idénticos a nosotros. Ésa sería, básicamente, la peculiaridad humana por excelencia, nuestro pensamiento y nuestra identidad.

  Es importante tener en cuenta que, cualquiera que fuese el origen del cambio, éste se ha preservado por medios culturales. Nosotros seguimos siendo, biológicamente, seres dotados primordialmente para la cooperación interpersonal de “segunda persona” con intencionalidad conjunta…. Es decir, no nacemos “plenamente humanos”, sino que es la cultura la que nos hace plenamente humanos.

Imaginen un escenario tipo “Señor de las moscas”. En este caso habría múltiples niños creciendo y llegando a la madurez en una isla desierta, con nadie para interactuar excepto ellos mismos. Quizás sorprendentemente, la hipótesis en este caso es que estos niños tendrían la clase de interacciones sociales necesarias para desarrollar la intencionalidad conjunta pero no la intencionalidad colectiva.

  Es decir, el Homo Heidelbergensis hace 400.000 años no había desarrollado aún esta intencionalidad colectiva. Es el asombroso fenómeno de que, muy probablemente, la intencionalidad colectiva solo aparece hace quizá unos 60.000 o 70.000 años. Recordemos las habilidades que tiene un bebé humano de doce meses y que están fuera del alcance de un chimpancé adulto. Esas habilidades serían parecidas a las de los Heidelbergensis, permitiéndoles interactuar empáticamente en pequeños grupos. Tal peculiaridad de sus mentes les llevaría también a desarrollar formas de pensamiento, de comunicación y de comportamiento social muy diferentes a las de los chimpancés. Pero no se trataría aún de nuestra capacidad moderna –prehistórica- para la intencionalidad colectiva, que es innata solo en potencia y que es culturalmente transmitida.

    En algún momento el ser humano dio nuevas respuestas a los viejos problemas y también a nuevos problemas, produciéndose un cambio en la mente.

El razonamiento de los humanos modernos enfrentó nuevos desafíos sociales debido al incremento de los tamaños del grupo acompañados por la competición entre grupos. Para la supervivencia, los grupos humanos modernos habían de comenzar operando como unidades colaborativas relativamente cohesionadas, con varias divisiones de roles de trabajo.(…) La solución fue la convencionalización de las prácticas culturales: todo el mundo se adaptaría a lo que cada uno de los demás estaría haciendo y esperaría de los otros que se adaptaran también, lo cual crearía un tipo de entorno común cultural que puede ser asumido por todos los miembros del grupo (pero no por otros grupos)

  Así, mediante mecanismos culturales, se extiende y perpetúa la capacidad humana para la “intencionalidad colectiva”. Y es entonces cuando aparece el lenguaje. Porque solo entonces se hace necesario.

Combinaciones manifiestas de símbolos, especialmente si estaban esquematizados, condujeron a la posibilidad de concebir variados pensamientos, nuevos e incluso contrafactuales, tanto como a las primeras, más bien modestas, reflexiones sobre el propio pensamiento. Entonces, con todas estas nuevas posibilidades de inferencia, estaríamos ya en el camino de desarrollar procesos de pensamiento que son realmente razonados y reflexivos.

Los individuos humanos modernos llegaron a imaginar el mundo a fin de manipularlo mediante el pensamiento con representaciones “objetivas” (la perspectiva de cualquiera), inferencias reflexivas conectadas por las razones (vinculantes para cualquiera) y autogobierno normativo a fin de coordinar con las expectativas normativas del grupo (formado por cualquiera)

Las construcciones abstractas son la principal fuente de productividad lingüística convencional, y por tanto de la productividad conceptual en el pensamiento.(…) El pensamiento metafórico o analógico demuestra el hecho de que la misma construcción tiene su propia función comunicativa 

  Tomasello y otros estudiosos especulan que el humano primitivo de “intencionalidad conjunta” (¿el Heildelbergensis?) debía de contar ya con algún tipo de forma de comunicación intermedia entre el lenguaje humano desarrollado y los gestos indicativos de los grandes simios.

Las primeras formas de comunicación cooperativa únicamente humanas fueron los gestos naturales de señalar y la pantomima usada para ayudar a otros en situaciones que fuesen relevantes para ellos.

   Los chimpancés, por ejemplo, sí saben señalar, pero no conocen la pantomima, que se basa en gestos “icónicos” (lo vimos en el caso del hombre que imitaba el uso de un martillo).

Ningún primate no humano usa gestos icónicos o vocalizaciones. Los grandes simios pueden fácilmente imitar los gestos con las manos que hacen los humanos para gesticular beber o comer, pero ellos no los hacen. De hecho, ni siquiera comprenden los signos icónicos.

  Otra cosa, por supuesto, es que los asocien al comportamiento de los humanos cuando interrelacionan con ellos. Pero asociarían el acto de comer con cualquier gesto, nunca comprenderían la relación entre la correspondiente pantomima y el acto real de comer, nadar o trepar. Carecen de esa capacidad cognitiva, de modo que pueden imitar un gesto pero no comprenderlo.

Cuando los grandes simios trabajan juntos en experimentos hay una total ausencia de comunicación intencional de cualquier clase. Cuando los monos se comunican en otros contextos, siempre se trata de directivas (…) No importa cómo sean entrenados por los humanos, los grandes simios no adquirirán un motivo para simplemente informar a otros de cosas o compartir información con ellos. Y en una comunicación estrictamente imperativa, hay poca necesidad funcional de todas las complejidades de la comunicación lingüística humana (ningún sujeto, ningún tiempo verbal, etc)

  Y es que el problema del lenguaje en los no-humanos está directamente relacionado con la propia organización social, con  el ser social dentro de sus mentes. No es solo una cuestión de forma, también lo es de contenido.

Cuando se les da una opción de comer juntos con un grupo de compañeros o comer solos, tanto los chimpancés como los bonobos prefieren comer solos (…)En general, la adquisición de comida por medio de disputas y competencia de dominio caracteriza virtualmente todas las actividades de forrajeo de las cuatro especies de grandes simios. (…) Los procesos sociales y cognitivos implicados en la caza en grupo de los chimpancés podrían potencialmente ser complejos, pero podrían ser también bastante simples (…) Cada individuo está intentando cazar un mono por su cuenta (puesto que los captores consiguen la mejor carne) y tienen en cuenta el comportamiento y quizá las intenciones de los otros chimpancés, ya que estos afectarían a sus posibilidades de captura. Añadiendo alguna complejidad, los individuos prefieren que uno de los otros cazadores capture al mono (en cuyo caso conseguirán una pequeña cantidad de carne gracias a suplicar e insistir) a la posibilidad de que el mono escape (en cuyo caso no obtendrían nada)

  Lo cual se parece mucho a la forma en que los leones y lobos cazan en manada: no comparten un objetivo, simplemente, coinciden en él.  Tampoco debemos pensar que el castor que construye una presa o la araña que teje una tela poseen una imagen planificada en sus mentes de la meta a lograr. Muy al contrario, operan en base a estímulos concretos para conseguir “metas parciales” que acaban concretándose en una presa o una red, todo por obra del instinto. El castor siente el impulso de empujar unas ramas y unas piedras, el resultado de esta acción lo incentiva a perseverar, y así sucesivamente. Se trata del resultado de millones de generaciones de herencia genética con fines adaptativos de los que el castor no puede darse cuenta,… pues carece de “mente”.

  Los humanos primitivos sí eran capaces de obrar de forma consciente. Aunque es probable que no conocieran la autoconsciencia. Ellos vivían limitados a las relaciones de intencionalidad conjunta de “segunda persona”

El pensamiento de segunda persona comprendería las representaciones cognitivas que son simbólicas y de perspectiva, las inferencias que están estructuradas recursivamente para incluir estados intencionales dentro de otros estados intencionales y la automonitorización que incorpora la evaluación social imaginada y la comprensión del socio cooperativo y comunicativo (…) Este nuevo tipo de pensamiento de segunda persona tuvo lugar sin convencionalización, cultura o lengua; nada más que compromisos sociales directos, de una a otra persona

  Así pues, la investigación llevada a cabo por Tomasello y muchos otros de sus colegas (que en absoluto está finalizada) nos revela cómo la mente humana se ha desarrollado a lo largo de costosas etapas, desde la interacción de individuos (los grandes simios) capaces de colaborar, pero no de compartir intereses, hasta la etapa intermedia que se especula que fue la de los humanos primitivos en la que se compartían intereses, pero solo en el ámbito inmediato (“segunda persona”) y finalmente, la expansión, mediante métodos culturales, de la “intencionalidad colectiva” capaz de desarrollar un lenguaje complejo, abstracciones sociales… y el sorprendente fenómeno de la autoconciencia, sin duda relacionado también con la aparición de manifestaciones artísticas, enterramientos y otros tempranos rastros arqueológicos que nunca están datados más allá de hace unos cuarenta o cincuenta mil años atrás.

   ¿Qué enseña esto al hombre de hoy? Nos enseña, tal vez, que existen límites cognitivos firmemente establecidos en nuestras mentes como consecuencia de la evolución que las ha generado, pero nos enseña asimismo que, por una parte, la mente no es un mero instrumento, sino que ésta también condiciona nuestras aspiraciones, que no pueden ser ya las de nuestros antepasados, y nos demuestra la complejidad del proceso cultural que, casi milagrosamente, acabó dando lugar a nuestra propia mente. Nacimos con capacidad para pensar, una capacidad de la que durante cientos de miles de años no hicimos uso, hasta que, de alguna forma, un sensible cambio tuvo lugar y aprendimos a pensar. A partir de ese momento nos hemos transmitido tal capacidad mediante la cultura.

  En nuestros genes no están ni la autoconciencia, ni el arte, ni las abstracciones sociales, ni el lenguaje complejo que el Heidelbergensis, prácticamente idéntico a nosotros genéticamente, desconocía. Este humano primitivo contaba con la mera posibilidad de que tales propiedades de la mente llegasen a existir, pero recordemos los casos de los “niños salvajes” que al desconocer la cultura en su infancia tampoco pueden llegar a desarrollarla. Lo que existe en nuestros genes es la potencialidad de que tales habilidades lleguen a desarrollarse.

  Podemos imaginar a los Homo Sapiens de hace 100.000 años (no a los de hace 30.000 años) como grandes comunidades de “niños salvajes” incapaces de aprender a hablar y a pensar como nosotros, incapaces de desarrollar la “intencionalidad compartida colectiva” (el escenario tipo “Señor de las Moscas”).

  ¿Quién les enseñó? Evidentemente, ellos mismos, ayudados quizá por alguna mínima mutación genética que probablemente fue consecuencia de un “cuello de botella” genético: una disminución brusca del número de pobladores que forzó combinaciones aleatorias más extremas en el genoma. La cultura permitió que las peculiaridades de las nuevas pautas de comportamiento se transmitieran y se enriquecieran a lo largo de generaciones: los seres humanos aprendieron a pensar. Todavía hoy la capacidad de pensar es más aguda entre los pueblos con culturas ricas que entre los pueblos de culturas orales, más aisladas y pobres.

  Si nos esperan cambios cognitivos futuros, debemos tener eso en cuenta. Potencialmente, podemos vernos reducidos al mundo limitado de la “intencionalidad compartida de segunda persona” si la cultura se empobrece hasta límites previos a la prehistoria misma. Pero también podría darse un enriquecimiento futuro. Aunque ya no habrá más mutaciones genéticas espontáneas, la capacidad tecnológica abre asombrosos caminos para la mejora de la mente mediante la intervención directa en la capacidad cognitiva del cerebro (aparte de la posibilidad de la inteligencia artificial). Quedaría ver si vamos o no a disponer de una cultura capaz de asumir tales desafíos.

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