Este es un libro con un argumento muy simple: las mujeres no son iguales a los hombres; son superiores en muchas formas, y en la mayor parte de las que contarán en el futuro. No es solo un asunto de cultura o educación, aunque ambas cosas juegan su papel. Es un asunto de biología y del ámbito de nuestros pensamientos y sentimientos influenciados por la biología
No es el primer libro que se escribe acerca de la superioridad femenina en el contexto de nuestra civilización (anterior es "The Natural Superiority of Women", de Montague Francis Ashley-Montagu, de 1953). Para algunos, este tipo de punto de vista resulta un poco humorístico, y sin embargo es también útil a la hora de afrontar la aún difícil tarea de conseguir la igualdad entre sexos (especialmente grave en las llamadas “naciones del tercer mundo”). Otros no lo verán así, pero algunos datos parecen incontrovertibles.
Además de la superioridad de la mujer en juicio, su confianza, fiabilidad, ecuanimidad, el trabajar y jugar limpio con otros, una relativa libertad para desviar sus impulsos sexuales y niveles más bajos de prejuicio, intolerancia y violencia las hacen biológicamente superiores.
En un sentido general, tenemos que admitir que esto es cierto. Si bien se han cometido y se siguen cometiendo bastantes errores a la hora de destacar las pautas de comportamiento innatas que son propias de hombres y mujeres.
Juzgando a partir de recientes metaanálisis –sofisticados sumarios estadísticos de muchos estudios- la mayoría de las “diferencias entre sexos” en las que puede pensar la mayoría de las personas no son siquiera reales, y mucho menos están basadas en la biología. Pero los hallazgos han sido siempre más consistentes en la agresión, el cuidado mutuo y la sexualidad.
Nada más fácil de comprender que el que la cooperación entre los seres humanos es lo que permite la civilización y que, por tanto, la agresividad masculina, sobre todo, supone un estorbo en términos prácticos. La agresión masculina no solo tiene que ver con las reacciones emocionales individuales. También está relacionada con la forma más peligrosa de agresividad humana: la agresión entre grupos, el sesgo endogrupal
Los hombres son más xenófobos y etnocéntricos que las mujeres, más inclinados a deshumanizar a los grupos extraños y a usar palabras animales sobre ellos, y más dispuestos a hacer sacrificios para castigarlos. (…) Los hombres tienen un umbral más bajo que las mujeres para poner en marcha conflictos intergrupales
Y hay más:
Los varones son diferentes. Los dos rasgos [distintivos más notorios] son la violencia y la sexualidad impulsiva.
Aunque la sexualidad impulsiva parezca algo no tan malo como la violencia, también aporta inconvenientes antisociales.
Los hombres han demostrado tener deseos sexuales más intensos y frecuentes que las mujeres, tal como reflejan los pensamientos espontáneos sobre sexo, frecuencia y variedad de las fantasías sexuales, de los deseos frecuentes de relaciones sexuales, del número de parejas deseable, masturbación, gusto por variadas prácticas sexuales, voluntad de tomar la iniciativa en el sexo, de iniciarlo y no de rechazarlo, de hacer sacrificios por sexo y otras medidas. No ha habido estudios con resultados opuestos –ni uno solo que indique mayor motivación sexual en la mujer que en el hombre. En un típico estudio, el 90% de los hombres, pero solo la mitad de las mujeres, sintieron deseo sexual al menos unas cuantas veces por semana
La búsqueda de placer sexual en el hombre es problemática en tanto que suele suponer, lógicamente, una fuerte motivación para comportarse de forma egoísta (por ejemplo, en la violación). El placer propio no se comparte y por ello con frecuencia nos lleva a utilizar al otro como medio para un fin privadísimo e intransferible...
A partir de estos rasgos innatos se han creado tradiciones culturales que los alimentan, de modo que masculinidad y feminidad en un sentido social pueden desarrollarse de forma muy diversa.
Algunas familias [en una población rural poco desarrollada] tenían pocas chicas para hacer las tareas [tradicionales de chicas] y se las encargaban a los chicos. En observaciones estándar, estos chicos mostraban menos agresión y autoritarismo, más altruismo y menos dependencia que los chicos a los que no les habían asignado tareas de chicas, cambiando su comportamiento al de las chicas. En particular, los chicos que habían hecho mucho trabajo cuidando de bebés mostraban mucha menos agresión (…) La biología determina que los chicos sean más agresivos y menos altruistas incluso antes de la pubertad, [pero] estas predisposiciones son en adelante moldeadas por la experiencia, educación y expectativas
Así que podría decirse que, en cierto modo, el cambio evolutivo más prosocial tuvo lugar a lo largo de la historia a medida que “comportamientos femeninos” –o, mejor dicho, no específicamente masculinos- fueron predominando. No parece una mala idea considerar los cambios en la condición social de la mujer a lo largo de la historia como especialmente significativos.
Las mujeres de Atenas no tenían personalidad legal (…)[Mientras que] las mujeres romanas eran oficialmente ciudadanas.
Es revelador considerar la profunda historia de la monogamia, que parece en último término haber mejorado el estatus de la mujer, aunque no automáticamente
El posicionamiento de la cristiandad surgió de la antipoliginia grecorromana, pero a medida que el cristianismo progresó, así lo hizo Europa, y porque Europa conquistó el mundo, la monogamia es ahora la norma en su mayor parte. En otras palabras, ha sido en parte una casualidad histórica
Puede ser discutible que se trate de una casualidad. Más bien parece que la liberación de las mujeres es paralela a otras liberaciones, y que todo ello se debió de articular, probablemente, con la difusión de doctrinas por el estilo de la liberación del alma individual, una e indivisible en cada uno de los seres humanos. Estas ideologías igualitarias, por otra parte, religiosas o no, parecen a su vez haber surgido como consecuencia del aumento de población, la frecuencia de intercambios entre grupos de individuos extraños y el desarrollo económico.
En resumen, Melvin Konner considera que el futuro de un mundo en el que las mujeres tendrán cada vez más responsabilidades parece bastante prometedor. Se recuerda, por ejemplo, que no solo las mujeres cometen menos delitos violentos, sino que incluso, una vez las mujeres han comenzado a tener responsabilidades económicas de todo tipo, también juegan más limpio en tales coyunturas.
Pocas mujeres cometieron fraude independientemente, sacando provecho de sus roles [directivos] en compañías financieras
Se podrían añadir algunas cosas a este análisis. Para empezar, queda por ver si el modelo social y económico en el cual las mujeres están siendo liberadas será aquel que las mujeres preferirán cuando tengan capacidad para elegir sus propios modelos económicos y sociales. Al fin y al cabo, han sido los hombres los que han diseñado nuestra civilización, y no se ve por qué las mujeres tienen que conformarse con ser generosamente invitadas a integrarse en ella cuando es muy posible que sus propias tendencias den lugar a fórmulas sociales diferentes. En el libro, por ejemplo, se habla de la importancia de que las mujeres alcancen puestos ejecutivos en las grandes corporaciones, pero ¿y si resulta que tal sistema económico materialista y competitivo no es el preferido de las mujeres en base a sus peculiaridades de comportamiento?
En el libro tampoco se analiza en profundidad la cuestión de la llamada “plasticidad erótica femenina”, aunque sí se menciona que en las mujeres existe una relativa libertad para desviar sus impulsos sexuales y al hacerlo se especula con algunas posibilidades futuras. Si es cierto que el deseo sexual de la mujer puede ser mucho más fácilmente moldeado –desviado- por el entorno, esto podría representar una amenaza gravísima para el sexo masculino, ya que sería viable la creación de un entorno social autosuficiente y universal diseñado por las mismas mujeres.
¿Podría nuestra evolución futura eliminar a los varones, manteniendo conexiones sexuales solo femeninas?
Encuestas recientes hablan de una escalada que parece imparable en la frecuencia de relaciones lésbicas que se da en las naciones donde las mujeres han tenido mayor acceso a la independencia económica y a la educación, y una psicóloga nada sospechosa de radicalismo, Helen Fisher, escribe nada menos que "Unos dos tercios de mujeres heterosexuales se sienten sexualmente atraídas por otras mujeres". ¿Qué ocurriría entonces si las niñas dejasen de ser educadas en el sentido de que, para integrarse socialmente y hallar la plenitud emocional y sentimental, las mujeres deben mantener exitosas relaciones sexuales y afectivas con hombres? A lo largo de la historia las mujeres han sido educadas o bien para ser castas, o bien para vivir en matrimonios polígamos, o bien para someterse a las decisiones de sus padres a la hora de contraer matrimonio... y estos sistemas han sido bastante estables, lo que en buena parte coincide con el concepto de “plasticidad erótica femenina”. No es disparatado pensar entonces en entornos en los que las niñas y jóvenes puedan ser educadas para conexiones sexuales solo femeninas quizá complementadas con esporádicas relaciones heterosexuales -¿a modo de práctica deportiva ocasional y discrecional, como un “deporte de riesgo”?- y con fórmulas de vida familiar complejas y flexibles más acordes con la vivencia femenina de la maternidad.
Finalmente, a la hora de especular alegremente acerca de un futuro en el que las mujeres pudieran ser autosuficientes por completo (reproducirse a sí mismas, incluso recurriendo a la partenogénesis), habría que plantearse qué interés tendría ese tipo de humanidad en prolongar su existencia, una vez se halle liberada de las constricciones que impone la naturaleza. La continuidad de la especie ha dependido siempre del deseo masculino en mantener relaciones sexuales con las mujeres, lo que hacía inevitable los embarazos, a lo que se sumaba el instintivo amor maternal que permitía que los bebés no murieran por abandono. Ambas fuerzas instintuales también podrían ser neutralizadas y/o reemplazadas en el futuro.
Especular acerca de un mundo en el cual las buenas cualidades prosociales del sexo femenino tendrían el control es también hacer futurismo con todo lo que ello implica. Es posible que una humanidad pacífica y racional decida autoextinguirse apaciblemente si logra satisfacer las necesidades de sus últimos individuos sin que ello implique dar lugar a descendencia alguna. Pero supongamos que la humanidad tuviera una razón para existir, una finalidad o misión a cumplir (¿cuál podría ser?), en tal caso, hay pocas dudas de que la masculinidad sería un lastre para alcanzar tal fin. Así que, si bien lo más probable es que “la humanidad no sirva para nada”, si, en todo caso, sí “sirviera para algo”, sería entonces el varón el que no serviría para nada…
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