El libro del psicólogo y divulgador científico Marc Ian Barasch no es tan malo como la mayoría de los libros “buenistas” que tratan de promover una forma de vida convencional mejorada en el sentido moral.
Como todo buenista, el autor considera que podemos hacer un mundo mejor si todos cambiamos un poco nuestra actitud hacia los demás en base a la buena información y la mejor voluntad. Esto parece muy insuficiente puesto que los cambios sociales “positivos” –es decir, en el sentido de aumentar el autocontrol de la agresividad humana y de incrementar la cooperación eficiente- suelen tener más que ver con cambios estructurales y no tanto con iniciativas individuales que dependan de una buena voluntad condicionada por unas estructuras psicosociales que no hayan previamente cambiado. El problema insuperable del buenismo es que quiere hacer un mundo mejor que sería igual que el que ahora tenemos… solo que sin los problemas que ahora tenemos.
Sin embargo, y considerando siempre este tipo de limitaciones, entre la información que este libro nos ofrece acerca de los comportamientos prosociales (altruismo, benevolencia, empatía… compasión) hallamos datos muy merecedores de interés y que pueden hacernos pensar hasta el punto de llegar a conclusiones que, inevitablemente, serán un tanto diferentes a las del autor.
Barasch tiene la lucidez de comprender que el impulso decisivo en la mejora ética de la humanidad lo dan las ideologías religiosas… sean éstas lo que sean más allá de las tradiciones que nos son más familiares
Un [participante en un debate sobre el altruismo] nos pidió que contempláramos lo que sucedería si todos los voluntarios altruistas que se basan en la fe fueran mañana a desaparecer. La sociedad se paralizaría: ¿quién iba a estar allí para limpiar de excrementos a los pacientes de Alzheimer, atender las cocinas de beneficencia, los teléfonos de emergencia para los suicidas, los programas para drogodependencia, los orfanatos y asilos?
Lo que no se plantea es examinar con atención por qué esos mecanismos psicológicos se dan en los creyentes en seres sobrenaturales en particular y mucho más excepcionalmente en la “gente ordinaria” que no alberga tales contraintuitivas creencias, pero, de todas formas, lo principal es que se considera la función psicosocial de las religiones como factor clave en la mejora de la sociedad.
Si nuestras tradiciones espirituales obedecen a algún patrón, es que hemos estado desde siempre intentando redirigir o suprimir nuestros circuitos agresivos y reforzar los asistenciales
Este mecanismo para condicionar nuestros instintos (redirigir, suprimir) funciona de forma tal que hoy en día nos afecta en nuestros prejuicios a favor de la libertad
¿No es esto [las técnicas religiosas de manipulación emocional] solo un santo lavado de cerebro? [Sin embargo,] las tradiciones contemplativas afirman que ya se nos ha lavado el cerebro con el pensamiento convencional
Hace falta, ciertamente, una ecuánime perspectiva para darnos cuenta de hasta qué punto nuestra concepción de las relaciones humanas está condicionada desde la más temprana infancia por nuestra forma de vida actual… que es solo una de las muchas posibilidades que nuestra naturaleza social nos ofrece, pero que nosotros vivimos, habitualmente, como la única aceptable. Resulta difícil aceptar que ya estamos condicionados, que nuestros cerebros ya han sido "lavados", y que numerosas pautas de comportamiento que hoy parecen incuestionables (por ejemplo, la competitividad, la justicia penal, la formación de parejas heterosexuales, el nacionalismo) podrían dejar de serlo en contextos culturales nuevos.
Barasch también está informado acerca del hecho biológico del altruismo y de otro correspondiente prejuicio al respecto.
Cuando traigo el tema del altruismo a cualquier conversación, percibo un cierto malestar ante la noción de que podría haber gente que es congenitalmente más amable. Es una cosa reconocer, digamos, que hay prodigios musicales pero otra bastante diferente hablar de virtuosos de la bondad. Tendemos a ver la compasión como si no fuese ni un talento ni una habilidad, sino una cualidad de la esfera moral de la cual todos estamos, en principio, igualmente dotados.
Los psicólogos sociales han señalado una cualidad extraordinaria que algunos llaman “sensibilidad moral”
Así pues, si queremos una humanidad altruista y compasiva, habríamos de tener en cuenta dos elementos básicos: el carácter innato de la predisposición al altruismo, lo que implica una gradación con “picos” en ambos extremos de la curva (recordemos el caso contrario a las tendencias altruistas que supone la condición psicopática, los individuos que carecen de empatía), y la capacidad cultural para manipular nuestra abundante o no tan abundante (según los casos) predisposición al altruismo.
La mayor parte de las teorías sociales sostienen que los altruistas son el producto del ejemplo moral, el poder del cual ha sido demostrado incluso en el laboratorio
El ejemplo moral resulta un magnífico instrumento para incrementar el altruismo o prosocialidad en todos los individuos, pero ha de aplicarse siempre sobre una realidad –la predisposición innata- que puede presentar mayores o menores obstáculos.
De lo que se trataría, entonces, sería de combinar ambos elementos, si bien Barasch no capta el problema ya mencionado al principio de esta reseña: que un hábil control de los dos elementos (el innato y el de manipulación cultural) puede acabar poniendo en cuestión nuestra forma de vida convencional, lo que quizá implicara un tercer elemento, el político o, mejor dicho, anti-político: un modelo social centrado precisamente en el “ejemplo moral” que sería diferente a la sociedad politizada. Mientras que en la sociedad politizada –todas las que hoy existen, excepto las sociedades residuales de cazadores-recolectores- se dirime la cuestión ética siempre desde el punto de vista de imponer y hacer cumplir las leyes penales, en una civilización no politizada los cambios éticos dependerían no de las nuevas leyes dictadas, sino exclusivamente de los procesos psicológicos de interiorización individual de las pautas de comportamiento prosocial, de manera que una posible sociedad altruista futura (“comunidad de santos” o “comunismo" o "anarquismo pacifista”) se estructuraría de forma “religiosa” o, si se prefiere, con alguna semejanza a ciertas prácticas actuales de psicoterapia o asociacionismo para la mejora del comportamiento, de entre los cuales “Alcohólicos Anónimos” es el ejemplo más conocido.
Entre la información –o anécdotas, ya que para el caso viene a ser lo mismo en este tipo de libros- que nos proporciona Marc Barasch llama la atención un fenómeno nuevo: los donantes de órganos en vida a desconocidos. Personas que, conociendo que hay otras personas que van a morir por falta de un donante de riñón –por ejemplo-, e informados de que una donación puede ser poco dañina para el donante, eligen someterse a cirugía a fin de salvar la vida de un completo desconocido… sin buscar ningún tipo de compensación a cambio. Solo por la satisfacción moral de hacer algo tan humanamente relevante…
Aunque la cirugía ha mejorado mucho, someterse a semejante operación siempre implica riesgos y molestias. ¿Qué tipo de personas puede tomar una decisión así? Después de entrevistarse con algunas de ellas, Barasch hace varias observaciones inteligentes acerca de lo que parecen sus peculiaridades psicológicas
Creen que los otros no están maliciosamente intencionados, y que los tratarán honradamente y con benevolencia. Me sorprendió que no era que querían hacer del mundo un lugar mejor, sino que pensaban que ya lo era (…) Tuve la impresión de que la confianza es el pilar que sustenta su actitud –confianza en otros, en el futuro, en un poder más alto, en el destino, en el corazón-, confianza en un universo providencial que les permite renunciar a cosas más que aferrarse a lo que tienen.
A esto se añadiría cierta intrepidez. Por ejemplo, suele tratarse de personas aficionadas a deportes de alto riesgo y cosas por el estilo… cuando resulta que la mayoría de las personas intrépidas no suelen ser compasivas, altruistas ni prosociales (los psicópatas, que desconocen la empatía y la compasión, se caracterizan también por su intrepidez…)
Se solicitó a mil adultos seleccionados al azar que rellenaran un cuestionario acerca de si estarían dispuestos a donar un riñón a miembros de su familia, amigos o extraños. La mayor parte no completó el cuestionario. De los 250 que lo hicieron, solo 50 aceptaron ser donantes. De estos, 16 fueron clasificados como que también donarían a extraños.(…) [El porcentaje resultante fue un] 1,5 %
¿Y si este 1,5 % fuese un primer dato acerca de la existencia de una minoría específica con cualidades prosociales innatas, el otro extremo de la curva donde están también registrados los psicópatas?
En cualquier caso, el altruismo existe y no solo en esa minoría tan escasa que muestra rasgos altruistas acusados. El altruismo no es una anomalía del comportamiento social. Muy al contrario, el altruismo puede estar justificado desde el punto de vista evolutivo, dentro del darwinismo más clásico…
Los biólogos evolutivos proponen que el altruismo sea considerado como un “nepotismo desplazado”
“Nepotismo” implica que cada individuo alberga un instinto que le lleva a favorecer con su conducta el bienestar de quienes, en la medida más estrecha posible, están genéticamente relacionados con él. La prole, por supuesto, pero también hermanos o sobrinos. En seres intelectual y emocionalmente tan complejos como el Homo sapiens, este instinto podría haber sido manipulado o “desplazado” hasta llegar al punto de que afectara a muchísimos más “semejantes” (que psicológicamente serían equiparados a parientes… como “hermanos”, por ejemplo). Las modificaciones culturales en ese sentido necesariamente tienen que estar basadas en una predisposición natural del ser humano. El cristianismo, como filosofía de vida que promueve el altruismo, no es el único caso, pero sí aportó la valiosa idea de que cada uno de la totalidad de individuos posee un alma inmortal, con independencia de su raza, sexo o cualquier otra condición. Dada esta valoración previa, no resulta difícil “desplazar” psicológicamente el nepotismo a todos los seres humanos.
Existen también medios más inmediatos que la presión cultural para promover el altruismo. Son medios que han utilizado las tradiciones religiosas pero que la ciencia de la conducta es capaz de afinar y amplificar. Barasch nos narra una curiosa experiencia que tiene que ver con un detector de determinados estados anímicos -por el estilo de un polígrafo- asociado a una serie de estrategias sencillas para promoverlos: uno piensa en imágenes bellas y calmas, evoca recuerdos gratos y amables, trata de despertar pensamientos bondadosos. La peculiaridad se encuentra en que mientras uno hace estos intentos está siguiendo los marcadores anímicos al respecto y sabe “si lo está haciendo bien o no”.
[El especialista] me envía de vuelta a casa con un kit de versión casera [del detector de sentimientos bondadosos]. Lo conecto a mi computador. Después de jugar con él solo unas pocas veces por semana, realmente comienzo a sentirme mejor: al menos, mis registros [en el sistema] se incrementan. También lo hace un sentimiento en mi pecho que solo puedo referir como una confusa sensación cálida [¿activación del nervio vago?]. Sí, hay algo un poco absurdo en estar sentado ante la pantalla, confiando mi corazón a unos destellos digitales, pero encuentro, para mi sorpresa, que cuando camino a la luz del día incluso este poquito de práctica realmente me hace sentir diferente.(…) La activación del corazón mediante prácticas deliberadas es una tradición venerable
Estas estrategias son parecidas a las que utilizaron muchos “pensadores espirituales” del pasado (por ejemplo: la “Imitación de Cristo”, y su secuela de “Ejercicios espirituales” de los jesuitas, con precedentes en el paganismo). Lo que se nos muestra aquí es la posibilidad de que se utilicen tales "trucos" de una manera sistemática, informada por la ciencia psicológica, lo que muy probablemente los haría más eficaces… y depurados de prejuicios e intereses espurios.
Otro tema que se considera en este libro es el del perdón y la relación del altruista con el mal. El perdón supondría algo más que renunciar a la hostilidad hacia un ofensor.
Una persona puede acabar con una rencilla solo para quedar con “despegada indiferencia, borrando al ofensor como si fuera moralmente incompetente… y ya no digno de nuestro tiempo”. En este caso, más que perdón, “acabamos reemplazando el resentimiento con la alienación”
Todo lo que sea superar el resentimiento es una ayuda. Pero hay que ser precavidos a la hora de tender a aproximarnos al “malvado”, sobre todo si tenemos en cuenta que tanto la bondad como la maldad suelen tener orígenes innatos. Desde luego, “salvar el alma” del malvado es un gran logro, pero es mucho lo que hemos de resolver antes de alcanzar una meta tan lejana…
Una de las grandes doctrinas de Martin Luther King: el paradójico poder de los oprimidos para restaurar la destruida humanidad del opresor
Finalmente, toca la mención al budismo. Es inevitable porque la doctrina budista es una tradición con una fuerte coherencia psicológica y que se halla directamente relacionada con el altruismo. Tanto Barasch como otros intelectuales interesados en el altruismo simpatizan fuertemente con el budismo, pero ¿por qué el budismo no ha encontrado mayor eco hasta el punto de cambiar la sociedad, existiendo en el mundo desde hace dos mil quinientos años?
A primera vista, parece que la práctica del budismo tiene efectos espectaculares en las reacciones emotivas con respecto al sufrimiento ajeno.
Cuando se le mostró [al monje budista Ricard] una filmación de víctimas de severas quemaduras a quienes dolorosamente se les quitaba la piel muerta de sus cuerpos –una secuencia usada en los laboratorios de psicología para de forma fiable poner en marcha el instinto de asco- él informó de que en lugar de asco había sentido “cuidado y preocupación, mezclado con una tristeza intensa no desagradablemente fuerte”
Pero la capacidad para desarrollar la compasión no parece necesariamente relacionada con la actuación altruista. Así parecen demostrarlo los estudios sobre el comportamiento de muchos maestros espirituales.
Es difícil imaginar si algunos de estos lamas están realmente haciendo el salto de estudiar y meditar sobre la compasión para realmente ejecutarla (…) Ellos harán sus prácticas, serán amables con un extraño en un peregrinaje, lanzarán de vuelta un pez a un lago y cosas así, pero cuando se les pregunta cosas como “¿si se te pidiera que abandonaras por cinco días lo que estás haciendo para ayudar un amigo enfermo, lo harías? Los estudiantes [del budismo] dirían que sí, mientras algunos de los lamas se mantendrían en sus prácticas [sin cambiar su comportamiento habitual]. Los estudiantes budistas puntúan más alto en las escalas de empatía, simpatía y amor [que sus maestros].
Es decir, que la práctica del budismo por los expertos se desvía de la tendencia acostumbrada de que la compasión lleva a la acción compasiva. Por el contrario, los maestros budistas consideran que la misión del auténtico creyente no es tanto remediar el sufrimiento de manera directa, sino contribuir con su enseñanza a la mejora global del comportamiento humano. Pero ¿qué enseñanza nos ofrece esta actitud que considera la experimentación de sentimientos compasivos más valiosa como instrumento para la propia perfección del creyente que como generadora de actos de benevolencia para los semejantes?
La conclusión de todo esto es que aún no contamos con un proyecto de organización racional del hecho religioso que promueva las facultades altruistas y compasivas bajo nuevas formulaciones sociales. Cualquier iniciativa en este sentido, que hasta el momento es inexistente, podría tener importantes consecuencias y en todo caso supondría una innovación.
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