jueves, 5 de septiembre de 2024

“La conquista del pan”, 1892. Piotr Kropotkin

   En 1892 estamos en plena “belle epoque”: el progreso tecnológico e industrial en Occidente va unido al desarrollo de la libertad de pensamiento, del parlamentarismo cada vez más democrático, las organizaciones obreras legalizadas, la alfabetización masiva, la libertad de prensa y el pensamiento científico generalmente aceptado (Darwin incluido). Hay quienes piensan que, sin la estúpida guerra de 1914, la humanidad hubiera podido continuar progresando de forma lineal hasta hoy. Pero, en cualquier caso, la misma exigencia humanista propia de aquella época de progreso mundial llevaba a planteamientos de ruptura por parte de los intelectuales más socialmente comprometidos. Uno de ellos, uno de los más originales y peculiares, fue el científico natural Piotr Kropotkin.

¿Por qué (…) esta miseria en torno de nosotros? ¿Por qué ese trabajo penoso y embrutecedor de las masas? ¿Por qué esa inseguridad sobre el mañana aún hasta para el trabajador mejor retribuido, en medio de las riquezas heredadas del ayer y a pesar de los poderosos medios de producción que darían a todos el bienestar a cambio de algunas horas de trabajo cotidiano?  (p. 22)

  Para quienes vivían aquellos tiempos, la precariedad no había terminado. Se hacía aún más indignante en medio de aquellos avances tecnológicos.

La humanidad entera podría gozar una existencia de riqueza y de lujo con la ayuda de los sirvientes de hierro y de acero que posee (p. 22)

  Tanto más se podría decir eso hoy, cuando la tecnología es todavía más poderosa que la de 1892. Pero, siendo francos, en tiempos de la antigua Roma, aunque la agricultura no rindiera entonces lo que en 1892 o 2024 (ni siquiera lo que en la Edad Media), también existían recursos más que suficientes para erradicar la pobreza. ¿Cuál es el problema?

  Para Kropotkin está tan claro como para Marx: el capitalismo, la propiedad privada. 

¿Con qué derecho alguien se apropia de la menor parcela de ese inmenso todo y dice: “Esto es sólo mío y no de todos”?  (p. 26)

A la empresa no la conmueven las necesidades de la sociedad; su único objetivo es aumentar los beneficios del empresario. De ahí las continuas  crisis crónicas y las fluctuaciones en la industria, que dejan en la calle a cientos de miles de trabajadores.  (p. 28)

  Y al igual que Marx, Kropotkin considera que la lucha de clases llevará a la revolución libertadora. En 1892 existían ya precedentes de movimientos políticos revolucionarios de tendencias fuertemente igualitarias, es decir, socialistas: 1793 (los jacobinos), 1848 (revolución en Europa occidental) y 1871 (la Comuna de París). Se trató de movimientos efímeros y en conjunto fracasados, pero que aportaron grandes experiencias de cambio social.

  De estas experiencias nacen, sin embargo, las significativas diferencias del pensamiento de Kropotkin –anarquismo- con respecto al socialismo de inspiración marxista.

Posibilistas, colectivistas, radicales, jacobinos, blanquistas, forzosamente reunidos, perderán el tiempo en discutir. Las personas honradas se confundirán con los ambiciosos, que sólo piensan en dominar y en despreciar a la multitud de la cual han surgido. Llegando todos con ideas diametralmente opuestas, se verán obligados a formar alianzas ficticias para constituir mayorías que no durarán ni un día; disputarán, se tratarán unos a otros de reaccionarios, de autoritarios, de bribones; incapaces de entenderse acerca de ninguna medida seria, perderán el tiempo en discutir necedades; no lograrán más que dar a luz proclamas altisonantes, todo se tomará seriamente, pero la verdadera fuerza del movimiento estará en la calle. (p. 37)

1793, (…), 1848 y (…) 1871.(…) Grandes ideas se originaron en estas épocas, ideas que han conmovido al mundo; las palabras que fueron pronunciadas un siglo atrás aún hacen acelerar los latidos de nuestros corazones. Pero el pan faltaba en los suburbios. (p. 63)

Los radicales que piden mayor extensión de las libertades políticas, muy pronto advierten que el hálito de la libertad produce con rapidez el levantamiento de los proletarios, entonces cambian de camisa, mudan de opinión y retornan a las leyes excepcionales y al gobierno del sable. (p. 28)

  Kropotkin predica el anarquismo como un fenómeno diferente a este tipo de actitudes políticas de cambio ineficaces, y asegura que sin duda el anarquismo será más efectivo en implantar el igualitarismo.

La anarquía conduce al comunismo, y el comunismo a la anarquía, y una y otro no son más que la tendencia predominante en las sociedades modernas, la búsqueda de la igualdad. (p. 41)

   He aquí la peculiaridad anarquista que se muestra en esta época: en el socialismo igualitario, se encuentran tendencias autoritarias. Eso parece deducirse de las experiencias habidas y de los planteamientos teóricos conocidos.

Si alguna vez llegase a constituirse una sociedad comunista autoritaria, no duraría, y bien pronto se vería obligada, por el descontento general, a disolverse o a reorganizarse sobre principios de libertad. (p. 143)

Que no vengan a interponerse las bayonetas jacobinas: que los sedicentes científicos no vengan a enredarlo todo, o más bien, que enreden cuanto quieran a condición de que no tengan derecho a mandar, y con ese admirable espíritu organizador espontáneo que tiene el pueblo en tan alto grado, y sobre todo la nación francesa, en todas sus capas sociales, y que raras veces le es permitido ejercitar, surgirá, incluso en una ciudad tan vasta como París, aun en plena efervescencia revolucionaria, un inmenso servicio libremente constituido para proveer a cada uno los víveres indispensables. (p. 71)

  Con la distancia que nos proporciona el tiempo transcurrido, observamos que en Kropotkin hay una decepción ante el crecimiento de los movimientos obreros socialistas. Por una parte, hacen demasiadas concesiones en sus primeros avances de coexistencia política (parlamentaria, por ejemplo) con el enemigo de clase, pero por otra, su alternativa al autoritarismo de la clase opresora parece basarse en nuevas tendencias autoritarias, siempre enmarcadas en la política de Estado.

Quién sabe si mañana el nuevo gobierno, por revolucionario que pretenda ser, no reconstituya la fuerzas represivas ¡y no lance la jauría policíaca nuevamente contra el trabajador! (p. 86)

El Estado, esa personificación de la injusticia, de la opresión y del monopolio. (p. 47)

  La solución sería el orden espontáneo surgido de la directa expresión popular.

Aunque hubiera que padecer durante quince días o un mes cierto desorden parcial y relativo, poco importa. Para las masas siempre será mejor que lo que hoy existe (…) Lo que surgiría espontáneamente, bajo la presión de las necesidades inmediatas, sería infinitamente preferible a todo lo que se pudiera inventar entre cuatro paredes, entre libros o en las oficinas de la Administración Municipal. (p. 72)

Tejedores, sastres, zapateros, hojalateros, ebanistas y tantos otros no encontrarán dificultad ninguna en abandonar la producción de lujo por el trabajo de utilidad. Sólo es preciso compenetrarse en la necesidad de esta transformación; que se la considere como un acto de justicia y de progreso; que no nos dejemos llevar por esa ilusión, tan cara a los teóricos, de que la revolución debe limitarse a tomar posesión de la plusvalía, y que la producción y el comercio pueden permanecer siendo lo que son en nuestros días.(p. 81)

Si se teme que falte el agua en París durante los grandes calores, las compañías saben muy bien que basta una simple advertencia de cuatro líneas puesta en los periódicos para que los parisinos reduzcan su consumo de agua y no la derrochen demasiado. (p. 73)

  Está claro el mal que se señala: la teorización política socialista implica una organización burocrática, de tipo estatal, en el que las nuevas autoridades igualitarias habrán de imponer el orden. Pero la solución propuesta resulta casi una “reducción al absurdo”: se confía al instinto “de las masas”.

El pueblo comete disparate tras disparate cuando tiene que elegir en las urnas entre los engreídos que compiten por el honor de representarlo y se encargan de hacerlo todo, de saberlo todo, de organizarlo todo. Pero cuando el pueblo necesita organizar lo que conoce, lo que le atañe directamente, lo hace mejor que todas las oficinas posibles. ¿No se lo ha visto durante la Comuna y en la última huelga de Londres? ¿No se ve todos los días en cada comuna agraria? (p. 93)

  ¿Existe evidencia de semejante cosa? ¿Estamos ante argumentos serios?, ¿a qué “comuna agraria” se refiere Kropotkin?

   Los ejemplos que sí pone Kropotkin de cómo las masas pueden organizarse sin parlamentos, ni gobiernos democráticos, ni administraciones centralizadas no parecen convincentes. Algunos incluso recuerdan al neoliberalismo actual.

Si ponemos como ejemplo el tácito acuerdo establecido entre las compañías de ferrocarriles, no es como un ideal de distribución económica, ni siquiera como un ideal de organización técnica. Es para mostrar que si capitalistas sin otro objetivo que el de aumentar sus rentas a expensas de todo el mundo pueden conseguir explotar las vías férreas sin fundar para eso una oficina internacional, las sociedades de trabajadores podrán hacer lo mismo, y aun mejor, sin nombrar un ministerio de los ferrocarriles europeos. (p. 133)

   (Obviamente, los empresarios ferroviarios actuaban en base al lucro inmediato recíproco del que todos se beneficiaban simultáneamente)

   Lo sorprendente es que, si cree que es tan asequible una organización espontánea tan solo basada en el sentido común de que esto será beneficioso para los individuos que componen una sociedad -¿para todos por igual?- debería haber prestado más atención a la muy conocida experiencia de igualitarismo utópico. Por ejemplo, menciona a los falansterios 

El falansterio repugna a millones de seres humanos. (…) El falansterio, que no es en realidad sino un inmenso hotel, puede agradar a algunos y aun a todos en ciertos momentos de su vida, pero la gran masa prefiere la vida de familia (de la familia del porvenir por supuesto); prefiere la habitación aislada (p. 124)

  Y es lógico que este modelo que apenas si tuvo oportunidad de ponerse a prueba no le guste debido a su rígida organización social. Pero ¿qué pasa con las experiencias de quienes, como Kropotkin, también creían en la espontánea buena voluntad de los anarco-comunistas? Si tan razonable es la propuesta de Kropotkin ¿por qué no tuvieron éxito los intentos –que existieron- en ese sentido? Al fin y al cabo, el registro histórico nos deja las pruebas de numerosas sectas heréticas que, duramente perseguidas, prosperaron en sus empresas cooperativas a gran escala, como el caso de los mormones, los menonitas, los amish... o las mismas comunidades judías. ¡Incluso los escandalosos "pervertidos sexuales" de Oneida!

La fuerza del anarquismo está precisamente en que comprende todas las facultades humanas y todas las pasiones, sin ignorar ninguna (p. 109)

Inspirados en una nueva audacia, nutrida por el sentimiento de la solidaridad, todos marcharán juntos a la conquista de los elevados placeres del saber y de la creación artística. (p. 220)

  Da la impresión de que existe una teoría psicológica kropotkiniana no escrita acerca de cómo puede aprovecharse este natural deseo de igualad que aparentemente solo se manifiesta en el curso de las traumáticas revoluciones políticas.

Una revolución es más que la demolición de un régimen. Es el despertar de la inteligencia humana, el espíritu de inventiva decuplicado, centuplicado, es la aurora de una ciencia nueva, ¡la ciencia de los Laplace, de los Lamarck, de los Lavoisier! Es una revolución todavía mayor en los espíritus que en las instituciones. (p. 197)

  Además, tenemos a un igualitarista que se ve decepcionado no solo por el camino transigente de los socialistas que promueven el parlamentarismo u organizaciones estatales, sino también por lo que asoman como impulsos individualistas dentro de una sociedad más rica que ofrece más oportunidades.

El agricultor sufre el despoblamiento de los campos, cuyos jóvenes se ven arrastrados hacia las fábricas de las grandes ciudades, ya sea por el cebo de salarios más altos pagados temporalmente por los productores de objetos de lujo, ya sea por los atractivos de una vida más dinámica (p. 59)

Frente a esa débil minoría de trabajadores que gozan de cierto bienestar, ¡cuántos millones de seres humanos viven al día, sin salario asegurado, dispuestos a concurrir adonde sea que los llamen! ¡Cuántos campesinos trabajarán catorce horas diarias por una mediocre comida! (p. 100)

  Es decir, la sociedad de clases ya no solo se establece por la diferenciación entre propietarios y proletarios. Ahora también existen clases entre los mismos proletarios y entre los campesinos: al haber más posibilidades materiales, nos encontramos con más individuos de la clase baja que buscan su propio provecho escalando a las clases altas.

  La percepción del comportamiento humano parece errónea también en otros aspectos. Por ejemplo, cuando los capitalistas aducen que hay que hacer pasar necesidad al obrero para que trabaje

Se teme a que, sin ser forzarla a hacerlo, la masa no quiera trabajar. (p. 145)

  ¿No es cierto también que, en la filosofía de la lucha de clases, el burgués, el rentista, tampoco quiere trabajar?

  Lo que la obra de Kropotkin nos permite reflexionar es, por una parte, la percepción ya antes del éxito de la Revolución rusa de 1917, de que en el socialismo existían fuertes tendencias autoritarias y, por otra, la percepción de la amenaza de una sociedad individualista no igualitaria, en la que las diferencias de clase cada vez iban a pesar menos.

  Pero si rechazamos la democracia parlamentaria y el estado del bienestar porque se trata de estructuras autoritarias solo nos queda el camino poco prometedor de la invocación de esta magia del comunismo libertario espontáneo que aparece en momentos históricos críticos –revoluciones- pero no sabemos cómo sostener. Es como la energía eléctrica del rayo que se tardó tanto tiempo en derivar a los generadores industriales.

A pesar del individualismo autoritario que nos asfixia, hay siempre en el conjunto de nuestra vida una parte muy vasta donde no se obra mas que por el libre acuerdo, y que es mucho más fácil vivir sin gobierno de lo que se piensa. (p. 130)

   Kropotkin hubiera hecho mucho mejor indagando científicamente en las condiciones que permitirían la realización de la vida armónica en sociedad de los individuos (psicológicamente descritos). ¿Libre acuerdo?, ¿vivir sin gobierno? ¿Qué tipo de cultura humana permitiría el sostenimiento de tales conductas?

Lectura de “La conquista del pan” en Buenos Aires: Libros de Anarres, 2005; traducción de León Ignacio

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