domingo, 5 de enero de 2020

“El indiferente moral”, 2009. Hans-Georg Moeller

   El filósofo Hans-Georg Moeller aborda una crítica general al concepto mismo de moralidad. Un poco puede parecer sorprendente, pues la moral, el control por parte del conjunto de la comunidad humana de las conductas antisociales particulares, es la base de la vida social, particularmente de la vida social civilizada: si no hay criterios aceptados por la comunidad para controlar las actitudes egoístas, parece imposible alcanzar el bien común. Pero Moeller indica que su crítica es solo a cierta concepción de la moralidad…

La moralidad es una herramienta (…) para dividir a la gente en dos categorías: el bueno y el malo (p. 1)

Este libro no dice ¡abolid la moralidad! (…) Pero sí cuestiona la creencia comúnmente mantenida de que la moralidad es, en sí, algo bueno. No lo es. No lo es más de lo que pueda serlo un hacha o un fusil. (p. 1)

Sería absurdo abogar por la eliminación de la distinción entre lo bueno y lo malo (p.6)

  Entonces, ¿qué es lo tan criticable de dividir las personas entre las categorías de “buenas” y “malas” como consecuencia del juicio moral?

Si uno comienza a concebirse a uno mismo y a los otros en términos éticos, entonces uno llega fácilmente a ver el mundo en términos de negro y blanco, de amigos y enemigos (p. 34)

Una vez desencadenadas, las emociones tienden a incrementarse y alimentarse a sí mismas (p. 33)

   Es decir, la moralización implica un apasionamiento de la conducta social y como todo apasionamiento, perturba el recto juicio.

Los juicios éticos resultan de tomar una posición que impone una cierta interpretación de la realidad. Las categorías morales no son esenciales, sino que se añaden a los hechos y sucesos. Son siempre el resultado de apropiarse de hechos para el beneficio de la propia visión del mundo. Al describir algo en lenguaje moral uno puede tanto alabar el propio comportamiento como denigrar el de otros. El lenguaje moral es combativo y sirve para justificarse a uno mismo, condenar a otros, o ambas cosas (p. 35)

  Observemos que este posicionamiento contra la moralidad parte más bien de la imposibilidad del juicio moral desapasionado, no sesgado y despojado de su contexto. De ahí que Moeller ataque a los autores clásicos que precisamente han sostenido lo contrario: que la ley moral debe basarse en juicios racionales que, a su vez, han de informar las leyes justas.

La filosofía moral kantiana es grotesca. Pretende identificar científicamente los principios morales universales basados en la pura razón. El resultado de estos principios, sin embargo, no es sino una cruda afirmación de la moral dominante del tiempo y cultura de Kant (…) Trato de mostrar la increíble arrogancia filosófica de Kant. Las visiones éticas de Kant obviamente no son ni universales ni se basan en la pura razón (p. 84)

  Pone como ejemplos que Kant condena la homosexualidad como crimen, acepta la esclavitud de los siervos y defiende el infanticidio por cuestión de honor: su idea de la moral está sesgada por las costumbres de su época.

Los juicios morales –las aplicaciones morales de la distinción bueno/malo- normalmente tienen que ver con la agencia social. Fuera de un contexto social la moralidad no tiene lugar (p. 21)

Nunca hay una perspectiva moral desprovista de contexto (p. 31)

   Igual que se condena al viejo Kant, también se condena al moderno Kohlberg… aunque el razonamiento es otro.

Cómo juzgamos las cuestiones morales no determina en absoluto cómo nos comportamos moralmente en realidad (…) Lo que Kohlberg en realidad midió fue cómo la gente de nuestra época es capaz de afrontar la comunicación moral cuando alcanza cierta edad, y no sus acciones o cogniciones morales o inmorales (p. 97)

  ¿Comunicación moral? Moeller hace la sorprendente afirmación de que ni existe la moral objetiva, racional, ni existe el progreso moral… pero sí existen las justificaciones morales.

El progreso moral es un mito, tanto con respecto a la historia como con respecto al desarrollo individual. Es similar al progreso en perder peso. Podemos progresar mucho en hablar racionalmente sobre obesidad (…) pero cada vez tendemos a estar más gordos (p. 103)

   Esta distinción entre lo que se afirma retóricamente y lo que sucede en realidad resulta sorprendente porque implica que no hay conexión entre nuestras actitudes y manifestaciones externas –nuestros juicios morales- y nuestros actos y sentimientos reales. Sería como que buscamos justificarnos con argumentos que a nadie le importan. La psicología de esta visión se manifiesta también en negar la teoría de que existe una relación directa entre las expresiones artísticas y la cultura moral de una población.

Dudo de que los lectores de Dickens (…) sean moralmente superiores a aquellos que no lo han leído (o a otros escritores moralistas). Dudo también de que el mundo se haya hecho un lugar mejor después de Dickens o de que sería éticamente más pobre si no hubiéramos tenido su obra (p. 70)

  El enfoque en el caso de la “novela existencial” nos da una pista de exactamente a qué se está refiriendo: parece que sí cree en la influencia del pensamiento y la literatura, pero no en el caso de los “escritores moralistas”. Solo unos pocos –como Dickens- entrarían en esa categoría. Otros no.

La importante diferencia entre las narrativas de Dostoievsky y las narrativas morales simplistas de muchas películas y juegos es que no presenta una clara distinción entre el bien y el mal. Hay conflictos morales, pero no tienden a tomar la forma de una clara oposición en blanco y negro (…)  No se disfruta leyendo “Crimen y castigo” debido a que finalmente Raskolnikov es llevado ante la justicia. Esta novela no es un tratado moral sino una meditación sobre la compleja ambivalencia del crimen y el castigo y de cuestiones éticas y religiosas (p. 73)

  Sin embargo, resulta que tampoco se considera que el debate moral sea beneficioso para la sociedad…

Una sociedad en la que se habla mucho de moral no tendrá menos crímenes (p. 36)

Ciertamente [el debate moral] contribuye a la capacidad de cada uno en reflexionar sobre los problemas éticos y ganar una mejor comprensión de las sutilezas de los dilemas y conflictos morales, pero hay una gran diferencia entre la capacidad para ver más profundamente en las cuestiones morales y ser una buena persona (p. 74)

   Ser “una buena persona” probablemente implica para el autor un comportamiento más prosocial (menos agresión, más cooperación, más benevolencia y afección). Los datos a este respecto parecen contradecir la opinión contra el debate moral: lo que se llama la “educación emocional” (tanto como el cultivo de la empatía) suelen relacionarse directamente con el comportamiento prosocial; los que leen y se preocupan por las “grandes cuestiones” suelen estadísticamente ser más prosociales. Y no deja de ser significativo el dato de que los psicópatas no están interesados por la lectura de novelas introspectivas y moralistas. Y que hay una conexión histórica entre la lectura de novelas que describen cuestiones emocionales y morales, y el surgimiento de tendencias morales más benévolas y compasivas.

   Pero Moeller tiene que afrontar esta cuestión porque al negar el progreso moral lo que está haciendo es apoyar su teoría contraria a la moral.

No tiene sentido hablar de un progreso moral general. Podemos hablar, desde una perspectiva pragmática, de progreso legal (abolición de la esclavitud, derechos humanos), pero podemos ciertamente hablar, desde la misma perspectiva, de un declive medioambiental (polución, destrucción de recursos). (p. 93)

   La moralidad sería una superstición y las altas metas morales serían una ilusión.

No estoy de acuerdo con la visión cristiana del amor universal, y no pienso que pueda o deba existir una obligación ética de amar a los demás (p. 50)

Diseñar una sociedad que funcione sobre la base del amor mutuo es bastante irrealista (…) Una familia puede funcionar sobre la base del amor (en lugar de la moralidad), pero no una sociedad más grande (p. 9)

   Obsérvese que quien critica a Kant o a Kohlberg porque sus pretendidos ideales morales racionales están condicionados por el contexto hace también afirmaciones taxativas acerca de lo que considera o no realista desde el contexto de nuestra sociedad de hoy. ¿Si Kant se equivocaba, porqué no va a equivocarse el señor Moeller al juzgar el porvenir? De hecho, parece equivocarse ya al juzgar el pasado (aumento de la prosocialidad unido al debate moral).

   Por otra parte, la alternativa a la moralidad que presenta (la ley y el amor “natural”, familiar) resulta bastante poco segura.

El amor y la ley son mecanismos sociales que llevan a la suspensión y obsolescencia de la moralidad (…) El amor y la ley son capaces de prevenir que la moralidad inflame el cuerpo social(…) El amor y la ley son mecanismos sociales que, a mi parecer, son sustitutivos efectivos de la moralidad. Permiten que la sociedad trate los casos extremos de violación de normas de una forma coherente y práctica. Permiten la rehabilitación y reintegración de los ofensores al limitar las sanciones y ofrecen el potencial para la reconciliación, el restablecimiento de la armonía y la resolución de conflictos  (p. 48)

Comprendo a la ley no como un instrumento de disciplina sino como un medio que permite a una sociedad como la nuestra “estabilizar expectativas” (…) Por ejemplo, en la mayor parte de los países occidentales, el tráfico de vehículos funciona sorprendentemente bien, dado el número de vehículos, su velocidad y las habilidades necesarias para operar con seguridad en situaciones variadas. (p. 12)

[Entiendo la] ley no primariamente como instrumento de retribución [castigos a quien se los merece], sino como un sistema social que permite que una sociedad compleja sea productiva. (p. 13)

La sociedad contemporánea ha desarrollado un sistema funcional en gran medida amoral, el sistema legal, que es bastante efectivo al establecer y continuamente modificar conjuntos de reglas que la gente más o menos acepta sin consideración de sus convicciones morales (p. 12)

El amor dentro de la familia hace la moralidad obsoleta. De padres e hijos no se espera, en la mayor parte de las culturas, que se condenen moralmente el uno al otro. Los padres, al contrario, se espera que amen a sus hijos a pesar de sus potenciales problemas morales (p. 44)

   Pero el mero legalismo práctico lleva al grave peligro del relativismo moral y a un utilitarismo de la peor clase (matar a un inocente podría ser útil si eso aplaca la ira de unos agraviados, a la manera del código de Hammurabbi). Si los principios morales –emociones de culpa para los infractores y satisfacción de los cívicos- no juegan ningún papel, el único freno serían las sanciones del sistema legal. En el ejemplo del control del tráfico, si uno tiene prisa, puede asumir el pago de una multa por exceso de velocidad. Un empresario corrupto también puede asumir cualquier abuso y su correspondiente sanción económica como un riesgo empresarial más (y ya son demasiados los que obran así). Sin embargo, ciertas naciones posiblemente muy moralizadas –ejemplo conocido son las sociedades del norte de Europa, de tradición protestante- destacan por su bajo nivel de corrupción en la vida económica y financiera… ¿o es porque tienen leyes más sofisticadas, de mayor nivel técnico? Difícilmente puede predecir el que redacta leyes a partir de criterios morales si éstas acabarán siendo o no convenientes desde el punto de vista práctico.

   En cuanto al amor dentro de la familia como base del comportamiento armonioso, esto es puro nepotismo, lo que haría imposible el desarrollo de una civilización compleja formada por no parientes. Además, cada uno entiende las relaciones familiares según su propia sensibilidad.

La mente amoral e indiferente ve más claramente que la emocional y moralmente afligida. (p. 59)

   Ve sus propios intereses, lo cual proporciona gran claridad, nada hay más racional que el egoísmo… si despojamos al ser humano de los impulsos morales. El problema es que de esta visión lógica y clara del interés propio se originan todo tipo de conflictos sociales.

   Y finalmente…

Hay una historia de cambios de paradigma en ética. (…) El progreso no es un hecho objetivo. Es imposible no creer en la superioridad del propio paradigma ético [no podemos ser objetivos al juzgarlo] (…) Yo personalmente creo que [abolir la esclavitud] es mejor porque comparto el paradigma antiesclavitud. (p. 91)

Es mi opinión que las mujeres deberían tener derecho legal al aborto, pero esta opinión no se sigue de ningún principio ético. Soy demasiado indiferente moral para decir si las mujeres tienen el derecho moral para obrar así y si este derecho legal puede en consecuencia ser deducido de un principio ético. No tomaría parte en un debate sobre la justificación ética del aborto pero defendería este derecho legalmente (p. 126)

    Es decir, acepta las opiniones pero no participa en crearlas. Las leyes, ciertamente, se elaboran en base a sesgos y paradigmas, pero estos se originan en alguna parte. El aborto, el infanticidio, los malos tratos y abusos a niños no son actitudes prácticas. Civilizaciones que prohíban el aborto o aprueben el infanticidio pueden ser económicamente eficientes, ¿qué motiva los cambios sino la evolución moral de las culturas a lo largo de los periodos históricos?

Las antiguas sociedades (…) (la antigua China por ejemplo) confiaban principalmente en el castigo corporal, incluyendo golpes, mutilación, tortura y ejecuciones. Estoy del todo feliz viviendo en una sociedad donde nunca seré expuesto a tales modos de castigo. Pero dadas las contingencias sociales e históricas, encuentro difícil condenar esas civilizaciones como inherentemente o principalmente inmorales (p. 131)

   Lo mismo se podría decir de cualquier atrocidad. Lo mismo se podrá decir en el futuro de lo que tal vez juzgarán como atrocidades propias de la civilización del siglo XXI, por ejemplo, la desigualdad económica y la huida de millones de ciudadanos pobres hacia los países ricos soportando todo tipo de penalidades (entre ellas, el ser tratados como delincuentes simplemente por buscar una vida mejor).

   En realidad, no es tan difícil elaborar ideales morales de forma racional a partir de lo que sabemos de la naturaleza humana. Que Kant no acertara en el 100% no implica que no acertara quizá en un 90%, lo que supone una enorme mejora –progreso moral- con respecto al Antiguo Régimen. El progreso moral es una evolución y la racionalidad moral no se alcanza a la primera. Cada vez más poseemos criterios más certeros acerca de los ideales de prosocialidad, los que garantizan una convivencia armoniosa a la mayor escala posible.

   Por otra parte, la visión de la moralidad como mera condena –justicia retributiva- olvida que la moralidad es más bien una idealización del comportamiento –eudaimonía-  y que este comportamiento correcto, en el cristianismo y otras escuelas éticas avanzadas, incluye la humildad y el perdón, paliativos importantes del efecto condenatorio del juicio moral.

Un cristiano podría argumentar que las partes en conflicto deberían ser instigadas a amarse los unos a los otros, pero los resultados empíricos de tal visión no son muy alentadores. (p. 62)

   ¿Los resultados de la evolución moral a partir de las innovaciones éticas del cristianismo no son alentadores? La civilización heredera del cristianismo –propiamente del cristianismo reformado- ha demostrado hasta el momento ser la menos letal y más compasiva (los castigos penales menos duros se dan precisamente en las sociedades donde menos delitos se cometen, y no al revés). Resulta difícil negar que una sociedad cuyo ideario moral gira en torno al paradigma de los derechos humanos no es el resultado de una evolución moral en la que el cristianismo –y sus precedentes paganos, como el estoicismo y el budismo- tuvieron una importancia capital y cuyo futuro aún no podemos prever.

  Sin embargo, el cuestionamiento de Moeller y quienes participan en sus creencias no supone una mera extravagancia, sino que contiene valiosos elementos de crítica sensata a una concepción peligrosa de la moralidad. Se trata, al fin y al cabo, de una reflexión que se origina en cierta escuela de pensamiento actual, inspirada, entre otras cosas, por la filosofía china, confuciana y taoísta.

Los juicios morales tienen como objetivo toda la persona, incluyendo su cuerpo –y así, toda su persona, incluyendo su cuerpo, puede ser objeto de sanciones. (…) Si, sin embargo, un sistema ignora los aspectos de la existencia individual (el cuerpo de una persona, por ejemplo) que son irrelevantes para la función del sistema, entonces es más probable que desarrollen su propio sistema de sanciones funcionales, menos personal, menos moral y menos corporal  (p. 133)

Desde una perspectiva funcional un mal estudiante es simplemente un mal estudiante. Desde una perspectiva moral, un mal estudiante es una mala persona que tiene vicios (quizá, holgazanería, obstinación y una naturaleza indisciplinada) (p. 133)

    Sin embargo, esto es así precisamente porque la moralidad se centra en la personalidad individual interpretada como un modelo de convivencia (se crean “reputaciones” en base al carácter y los actos que derivan de él, lo que asigna indicadores de confianza dentro de la comunidad). La moralidad de hoy, al considerar “persona” al individuo en su totalidad (como si fuese el “protagonista” de una historia) interpreta sus acciones antisociales como parte de un conjunto de interactuaciones psicológicas. El lado negativo de esto, es cierto, es la condena moral integral, que abarca la constitución psicológica del individuo, lo que puede comprenderse como un rechazo integral. Pero la evolución moral también ha abierto camino a concepciones como el perdón y la rehabilitación personal –la “salvación del alma”-, mucho más prometedoras –aunque difíciles- que el mero “funcionalismo” del Código de Tráfico.

La moralidad es una forma de descomplejización comunicativa. Simplifica las cosas. Por ejemplo, simplifica la guerra guiando nuestras armas, estableciendo una clara distinción entre a quienes podemos matar y a quienes no. Simplifica la vida al hacernos creer que hicimos lo que hicimos porque era lo moralmente correcto. Pero la realidad es más compleja que eso. (p. 185)

   Simplifica en el sentido de que permite la acción inmediata sobre la condición psicológica de los individuos que interactúan. Esta simplificación es del tipo de cualquier abstracción o simbolismo. Es lo que permite ser propiamente humanos. La moralización asigna “carácter” –reputación- al individuo, para condenarlo o para aprobarlo, pero, en todo caso, permite la aparición de concepciones culturales, de modelos de convivencia (los “derechos humanos” son también una “simplificación” “descomplejizadora”).

  Llegar a esta valiosa simplificación ha requerido de una larga evolución. Diseñar un modelo humano de convivencia, un ideal de virtud, de sabiduría y de afección mutuas implica mucho más que la condena simplista de los antisociales, pero es correcto poner énfasis en el riesgo que esto supone. Las guerras de religión (o las “guerras revolucionarias” del marxismo), ciertamente, fueron terribles, pero no más letales que las guerras de caudillos a lo Gengis Khan y, al fin y al cabo, las guerras ideológicas eran un subproducto de la evolución moral. Reconocer el grave problema que esto supone nunca está de más, pero también es una grave exageración negar la evidencia de la evolución moral.

Lectura de “The Moral Fool” en Columbia University Press, 2009; traducción de idea21

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