jueves, 25 de mayo de 2023

“Progreso y declive”, 2015. Hans Hermann Hoppe

  El prestigioso profesor Hans Hermann Hoppe, que es filósofo, economista, historiador y sociólogo,  nos presenta un breve resumen de sus peculiares ideas liberales no democráticas. Seguidor de una escuela de pensamiento historiográfico muy determinada, considera que el progreso de la civilización consiste en fomentar la iniciativa privada hasta lograr la desaparición del Estado.

  Se daría entonces un proceso de civilización no lineal. De las pequeñas sociedades primitivas de cazadores-recolectores donde todo se compartía y no existía una autoridad clara, habríamos pasado a unas sociedades con intereses privados más extendidas que gradualmente dieron lugar y fortalecieron los Estados… que a su vez, si el progreso no cesa, habrán de acabar siendo debilitados por una sociedad liberal más justa y eficiente en la que todo ha de depender de los intereses privados y el Estado ya no existirá.

[Trataré] de explicar tres de los momentos más importantes en la historia de la humanidad. Primero explico el origen de la propiedad privada y en particular de la tierra, y de la familia y del hogar como los fundamentos institucionales de la agricultura y la vida agraria que comenzó hace 11000 años, con la Revolución Neolítica en el Creciente Fértil de Próximo Oriente (…) En segundo lugar, explico el origen de la revolución industrial, que nació alrededor de 1800, solo hace unos 200 años, en Inglaterra. Hasta entonces, y durante miles de años, la humanidad había vivido bajo condiciones malthusianas. El crecimiento poblacional fue constantemente presionando  sobre los medios de subsistencia disponibles. Todo incremento de la productividad era “devorado” rápidamente por un tamaño de  población en expansión tal que los ingresos reales para la gran mayoría de la población se mantuvieron constantemente cerca del nivel de subsistencia. Solo durante cerca de dos siglos hasta ahora el hombre ha sido capaz de lograr un crecimiento de población combinado con el crecimiento de los ingresos per capita.  Y en tercer lugar, explico el origen paralelo y desarrollo del Estado como un monopolista territorial de la toma última de decisiones, esto es, una institución investida con el poder para legislar y gravar con impuestos a los habitantes de un territorio, y su transformación desde un Estado monárquico, con reyes “absolutos”, a un Estado democrático con un pueblo “absoluto”, tal como se ha dado en el curso del siglo XX. (Introducción)

    Al observar el curso del desarrollo histórico de Occidente, Hoppe encuentra un referente aproximado de lo que debería ser una sociedad más eficiente y justa: la Edad Media.

Aunque muchos libertarios imaginan un orden social anarquista como un orden sobre todo horizontal, sin jerarquías ni distintos niveles de autoridad (como “antiautoritario”), el ejemplo medieval de la sociedad sin Estado nos enseña otra cosa. La paz no se mantiene con la ausencia de jerarquías ni niveles de autoridad, sino por la ausencia de cualquier cosa que no sea autoridad social y niveles de autoridad social. De hecho, al contrario que en el orden actual, que esencialmente solo reconoce una autoridad, la del Estado, la Edad Media se caracterizaba por una gran multitud de niveles de autoridad social que competían, operaban, se superponían y estaban ordenados jerárquicamente. Estaba la autoridad de los cabezas de familia y de los diversos grupos de parientes. Había amos, señores, nobles y reyes feudales, con sus territorios y sus vasallos y vasallos de vasallos. Había innumerables comunidades y pueblos distintos e independientes, una enorme variedad de órdenes religiosas, artísticas, profesionales y sociales, consejos, asambleas, gremios, asociaciones y clubes, cada uno con sus propias normas, jerarquías y categorías. Además, algo que es de la máxima importancia, estaban las autoridades del sacerdote local, el más distante obispo y el papa en Roma. Pero ninguna autoridad era absoluta y ninguna persona o grupo tenía un monopolio sobre su puesto o nivel de autoridad. La relación jerárquica feudal señor-vasallo, por ejemplo, no era indisoluble. Podía romperse si alguna de las partes incumplía las disposiciones de los juramentos de fidelidad que ambos habían prometido mantener (…) La autoridad estaba ampliamente desperdigada y cualquier persona o puesto de autoridad estaba limitado y mantenido bajo control por otro. Incluso los reyes feudales, los obispos y de   hecho hasta el propio papa podían ser arrestados y llevados ante la justicia por otras autoridades en competencia. El “derecho feudal” reflejaba esta estructura social “jerárquica-anárquica” de la Edad Media. Todo el derecho era esencialmente derecho privado (Capítulo 4)

  Aunque a primera vista esto habría sido un caos de intereses enfrentados en constante conflicto –resueltos en la mayor parte de las veces por la mera violencia-, en realidad, según esta visión, actuarían unas autoridades hasta cierto punto naturales y eficientes en contraste con la autoridad parasitaria e inepta que sería la del Estado moderno por venir. Los reyes absolutos que siguen a la Edad Media ya encarnarán ese Estado naciente.

El rey se alineó con el “pueblo” o el “hombre común”. Apeló al sentimiento popular de envidia siempre y en   todas partes entre los “desfavorecidos” contra sus propios “mejores” y “superiores”, sus señores. Ofreció liberarlos de sus obligaciones contractuales con sus señores, convertirlos en propietarios en lugar de inquilinos de sus propiedades, por ejemplo, o para “perdonar” sus deudas con sus acreedores, y así corrompería el sentido público de justicia suficiente para hacer inútil la resistencia aristocrática contra su golpe (Capítulo 3)

  Las consecuencias serían cada vez más catastróficas a medida que se vaya fortaleciendo el Estado.

La carga fiscal impuesta a los propietarios y productores hace que la carga impuesta a los esclavos y siervos parezca moderada en comparación. (Capítulo 3)

Cuanto más ha aumentado el gasto estatal en seguridad social, pública y nacional, más se han erosionado los derechos de propiedad privada, más propiedad ha sido expropiada, confiscada, destruida y depreciada, y más se ha privado a la gente de la base misma de toda protección: de independencia personal, fortaleza económica y riqueza privada. Cuantas más leyes de papel se han elaborado, más inseguridad jurídica y riesgo moral se ha creado, y la anarquía ha desplazado a la ley y el orden. (Capítulo 3)

  El Estado, en realidad, no serviría para nada. Y si creemos otra cosa es por la propaganda interesada de quienes han medrado a costa de tal estructura de poder.

[La] idea (…) [de] que el poder del Estado como monopolista territorial de la toma de decisiones última se fundamenta y se basa en algún tipo de contrato, domina la cabeza de la población hasta el día de hoy. (…) Como resultado del trabajo ideológico de los intelectuales de promover este doble mito, de presentar el ascenso de los monarcas absolutos como resultado de un contrato, la monarquía absoluta del rey se convirtió en una monarquía constitucional.(…) Mientras que la posición del rey absoluto era, en el mejor de los casos, tenue, ya que el recuerdo de su ascenso real al poder absoluto a través de un acto de usurpación aún persistía y, por lo tanto, limitaba efectivamente su poder “absoluto”, la introducción de una constitución realmente formalizó y codificó su poder para gravar y legislar. (Capítulo 3)

  Pero ¿por qué cree Hoppe que un sistema aristocrático de competencia entre élites –por el estilo de la Edad Media europea- sería la clave para el verdadero progreso de la civilización? La mera dispersión de los núcleos de poder no parece razón suficiente.

En cada sociedad de algún grado mínimo de complejidad, unos pocos individuos adquieren el estatus de una elite natural. Debido a los logros superiores de riqueza, sabiduría, valentía o una combinación de estos, algunos individuos llegan a poseer más autoridad que otros y su opinión y juicio exige un respeto generalizado. Además, debido al apareamiento selectivo y las leyes de la herencia civil y genética, las posiciones de autoridad natural a menudo se transmiten dentro de unas pocas familias “nobles”. Es a los jefes de familia con antecedentes establecidos de logros superiores, clarividencia y conducta ejemplar a los que los hombres suelen dirigirse con sus conflictos y quejas entre sí. Son los líderes de las familias nobles quienes generalmente actúan como jueces y pacificadores, a menudo de forma gratuita, por un sentido del deber cívico. De hecho, este fenómeno todavía se puede observar hoy en cada pequeña comunidad. (…) La Edad Media puede servir como un ejemplo histórico aproximado de lo que acabo de describir como un orden natural. (Capítulo 3)  

Este orden se acercó a un orden natural a través de (a) la supremacía y la subordinación de todos bajo una ley, (b) la ausencia de cualquier poder legislativo y (c) la falta de un monopolio legal del juicio y arbitraje de conflictos. Y diría que este sistema podría haberse perfeccionado y retenido prácticamente sin cambios mediante la inclusión de los siervos en el sistema. Pero esto no es lo que pasó. En cambio, se cometió una locura moral y económica fundamental. Se estableció un monopolio territorial de la justicia suprema y, con ello, el poder de hacer leyes y la separación de la ley y su subordinación a la legislación. Los reyes feudales fueron reemplazados primero por reyes absolutos y luego por reyes constitucionales (Capítulo 3)

La Edad Media representa un ejemplo histórico a gran escala y duradero de una sociedad sin Estado y como tal representa el polo opuesto al actual orden social estatista (Capítulo 4)

  A primera vista, resulta un tanto aterrador que un intelectual de tan sólida formación trate de convencernos de que nos debemos someter a un “orden natural” en el cual unas élites ejercerán su poder tras seleccionarse a sí mismas en base a los logros superiores de riqueza, sabiduría, valentía o una combinación de estos, que los más altos jerarcas serán jefes de familia con antecedentes establecidos de logros superiores, clarividencia y conducta ejemplar y que además van a perpetuarse por generaciones debido al apareamiento selectivo y las leyes de la herencia civil y genética de las cuales sabemos poco o nada. Lo que sí sabemos es que las familias aristocráticas feudales se encontraban en constante lucha violenta contra otras familias, de modo que las cualidades que más probablemente les llevaban al éxito tendrían que ver sobre todo con su destreza guerrera. Pero Hoppe insiste en que se trata de una selección natural de los gobernantes mejor dotados.

Mientras que en las condiciones malthusianas reinan los efectos eugenésicos positivos —los económicamente exitosos producen más supervivencia de la descendencia y, por lo tanto, la población se mejora gradualmente (mejora cognitivamente)—, en las condiciones posmalthusianas la existencia y el crecimiento del Estado produce un doble efecto disgénico, especialmente en las condiciones del Estado de bienestar democrático. Por un lado, los “retados económicamente” como los principales “clientes” del estado del bienestar producen más sobrevivientes de la descendencia y menos los económicamente exitosos. En segundo lugar, el crecimiento constante de un Estado parasitario, hecho posible por una economía subyacente en crecimiento, afecta sistemáticamente a las necesidades del éxito económico. El éxito económico se vuelve cada vez más dependiente de la política y el talento político, es decir, el talento de utilizar al Estado para enriquecerse a costa de los demás. En cualquier caso, el stock de población empeora cada vez más (en lo que respecta a los requisitos cognitivos de la prosperidad y el crecimiento económico) en  lugar de mejorar. (Capítulo 2)

  Como mínimo, podemos decir que nos falta información científica al respecto y que hasta que se nos aclare cómo se produce esta selección para el orden natural de la aristocracia genuina tendremos que contemplar esta teoría con cierta estupefacción…  Demostrar que esto es razonable probablemente dependerá siempre de lo que los investigadores de la ciencia cognitiva, de la genética y la neurociencia puedan informarnos sobre la “élite natural” que es seleccionada por sus “logros superiores” . Y es poco creíble que los especialistas se pongan de acuerdo sobre tales cuestiones.

  De modo que la selección aristocrática para el buen gobierno no parece convincente.

Los ricos y los pobres suelen ser ricos o pobres por una razón. Los ricos son característicamente brillantes y trabajadores, y los pobres suelen ser torpes, perezosos o ambos.  (Capítulo 3)

  Tampoco parece convincente el principio de que la escasez es el origen de los conflictos humanos en civilización

El origen de estos conflictos es siempre el mismo: la escasez de bienes. (…) En ausencia de una perfecta armonía de todos los intereses humanos y dada la condición humana permanente de escasez, los conflictos interpersonales son una parte ineludible de la vida humana y una amenaza constante para la paz. (Capítulo 3)

  Sin duda existía escasez entre los cazadores-recolectores, sobre todo si consideramos que hace unos cincuenta mil años comenzó un crecimiento de la población incontrolable (debido a la mejora tecnológica que llevó a incrementar los resultados de la caza y recolección). Pero no existe escasez hoy. Lo que hay es despilfarro, desigualdad y un control irracional de los abundantes recursos que nos proporciona la moderna tecnología. Precisamente son los conflictos sociales los causantes de la escasez.

  ¿Y qué nos dice Hoppe acerca de la democracia como forma de evitar los conflictos políticos y optar a un mejor gobierno?

La selección de los gobernantes estatales mediante elecciones populares hace que sea esencialmente imposible que una persona inofensiva o decente llegue a la cima. Los presidentes y primeros ministros llegan a su cargo no debido a su condición de aristócratas naturales, como lo hicieron los reyes feudales, es decir, en base al reconocimiento de su independencia económica, logros profesionales sobresalientes, vida personal moralmente impecable, sabiduría y juicio y gusto superiores, sino como resultado de su capacidad como demagogos moralmente desinhibidos. (Capítulo 3)

  Lo que finalmente lleva a la crítica de Hoppe al popular autor Steven Pinker, cuya obra señala que el avance de la civilización es paralelo al control de la agresión, en buena parte por la creciente sofisticación del control estatal democrático.

En lo que se refiere a la defensa realizada allí de la tesis esencial de Pinker de un progreso social constante que culmina en el presente, mi veredicto es completamente negativo (…) [Según Pinker] el progreso social se define como una reducción de la violencia. (…) [Pero] Pinker no hace una distinción categórica entre violencia agresiva y defensiva (…) [Resulta rechazable] esta visión depravada del progreso social que no reconoce las violaciones de la propiedad y los derechos de propiedad, sino que solo cuenta el número de muertes no naturales (Capítulo 4)

La violencia, tal y como la define Pinker, puede que realmente haya disminuido, salvo que hay que señalar que el ejercicio de la violencia ha sido tan “refinado” y redefinido bajo los auspicios del Estado que ya no cae bajo la estrecha definición del término por parte de Pinker. Por ejemplo, las “brujas” ya no son quemadas violentamente, sino enviadas de una forma aparentemente pacífica a centros psiquiátricos para drogarlas y tranquilizarlas por medio de profesionales médicos; y a los vecinos ya no se les roba violentamente su propiedad, sino que muy “refinadamente” y aparentemente sin violencia física se enfrentan a impuestos periódicos que son pagados casi automáticamente por transferencias bancarias a las cuentas del Estado (Capítulo 4)

  Equiparar la carga fiscal con el robo no parece más razonable que la famosa idea de Proudhon de que la misma propiedad es un robo.

  Finalmente, algunas de las ideas de Hoppe parecen más conciliables con los criterios convencionales. Por una parte, considera el capitalismo basado en la propiedad privada el mejor sistema económico (algo a lo que parece que ya todos nos hemos resignado).

[El] capitalismo de libre mercado  (…) [se basa en] tres factores. Uno, la garantía general de la propiedad privada; dos, la baja preferencia temporal, es decir, la capacidad y voluntad de un creciente número de personas de retrasar la gratificación inmediata para ahorrar para el futuro y acumular existencias cada vez mayores de bienes de capital; y tercero, la inteligencia  e ingenio de un número suficiente de personas para inventar y construir un flujo constante de nuevas máquinas y herramientas que mejoraban la productividad. (Capítulo 4)

  Y donde Hoppe quizá tenga hoy más apoyos es en su idea de que, para combatir el poder del Estado, hay que priorizar la descentralización del poder político.

La principal contraestrategia de recivilización debe ser (…) una vuelta a la “normalidad” por medio de la descentralización. Debe invertirse el proceso de expansión territorial que iba de la mano de la centralización de toda la autoridad en una mano monopolística. Así que   toda tendencia o movimiento secesionista debería ser apoyado y promovido, porque con toda independencia territorial del Estado central se crea otro centro independiente y rival de autoridad y adjudicación. Y la misma tendencia debería promoverse dentro del marco de cualquier territorio y centro de autoridad recién creado como separado o independiente. (Capítulo 4)

Solo en regiones, distritos y comunidades pequeñas la estupidez, la arrogancia y la corrupción de los políticos y los plutócratas locales se harán visibles casi de inmediato para el público y posiblemente se puedan corregir y rectificar rápidamente. Y solo en unidades políticas muy pequeñas también será posible que los miembros de la elite natural, o lo que quede de esa elite, recuperen la condición de árbitros de conflicto y jueces de paz reconocidos voluntariamente. (Capítulo 3)

  Hoy por hoy no parece que estas teorías vayan a encontrar mucho respaldo, pero queda por ver hasta qué punto son sintomáticas de los nuevos tiempos que se avecinan. No viene mal recordar que hace unos cien años nos encontrábamos con que algunos de los más eminentes eruditos eran partidarios de los totalitarismos más atroces. Y a ese respecto conviene también recordar el pensamiento de Karl Popper acerca de las tendencias tiránicas de los filósofos

Lectura de “Progreso y declive” en Unión Editorial SA 2022; traducción de Gilberto Ramírez Espinosa 

lunes, 15 de mayo de 2023

“Incertidumbre moral”, 2020. MacAskill, Bykvist y Ord

   Este libro analiza cómo afrontar los dilemas morales cuando contamos con diversos criterios de moralidad (con un fin meramente orientativo, podemos referirnos a las tres escuelas de moralidad más conocidas: el utilitarismo -o consecuencialismo-, la deontología y la ética de la virtud). Aplicar criterios diferentes al mismo dilema no da siempre resultados igualmente satisfactorios. Hay que elegir, o transigir…

La más correcta visión en la cuestión de la incertidumbre sobre la corrección de teorías éticas es determinar la teoría que es más probable que sea válida y actuar según sus dictados.  (p. 39)

  Los profesores William MacAskill, Krister Bykvist y Toby Ord son “técnicos” de la moralidad y a la hora de fijar criterios nos exponen algoritmos cuantificables, tendencias estadísticas y otras diversas reglas de cálculo bastante chocantes a primera vista pero que tienen sentido cuando abordamos las elecciones y dilemas desde un punto de vista lo más objetivo posible.

Algunos filósofos han sugerido que las implicaciones de maximizar la esperada elegibilidad [entre opciones morales] son tan claras en algunas cuestiones de ética práctica que podemos prescindir de más elaboración de la cuestión filosófica de primer orden acerca de qué criterio es el correcto. Creemos que esto es un error (…) No podemos simplemente evaluar cómo impacta la incertidumbre moral en un debate de ética práctica en aislamiento; los argumentos de incertidumbre moral tienen muchas implicaciones para la ética práctica y muchas de ellas interactúan unas con otras en formas sutiles (p. 188)

  Veamos, por ejemplo, cómo abordar una cuestión ética que no consideramos en general de las más acuciantes: el bienestar animal.

Si [en un principio] Harry está muy confiado en la visión de que los animales no importan [desde el punto de vista ético], [el cambio a la] creencia de que sí importan [-pues él considera hasta cierto punto creíble el argumento vegetariano-] genera un riesgo significativo de hacer algo gravemente erróneo, lo que sobrepasa la mayor probabilidad de que prescinda de un beneficio prudencialmente ligero [comer carne, que le gusta]. Si pensamos que [una persona] no debe acelerar su automóvil en [caso de elegir entre apresurarse y conducir prudentemente] entonces deberíamos pensar que (…) la opción vegetariana es la opción adecuada para Harry (p. 180)

  Es decir, nos encontramos con una estructura decisoria respecto a la incertidumbre moral en la que, por una parte, podemos obrar incorrectamente por mera ignorancia mientras que, por la otra, la sistematización de la elección con una regla predeterminada –en caso de duda, optar siempre por la opción moralista- puede llevarnos a actuar mejor.

  Esta regla misma, sin embargo, no parece tan clara, porque los autores no la abordan directamente en el caso del dilema del aborto.

Si (…) [una mujer embarazada] tiene alguna creencia en que [es equivalente actuar mal que omitir el bien] entonces la consideración moral mayor en su decisión de abortar o no, sería no el potencial matar a una persona inocente, sino el coste de oportunidad de los recursos que ella gastaría en el niño que podría ser usado para prevenir la muerte de otros [haciendo beneficencia] (p. 195)

  Es decir, en la duda de si es moral o no abortar, en este caso no se aplica la regla de que, en caso de duda, hemos de adoptar la opción más moralista –tener el bebé-. Aparece una regla nueva: considerar que no haciendo algo que parece altruista en realidad dispondrá de más recursos para actuar de forma altruista en otros ámbitos. Algo parecido se podría aplicar al consumo de animales: el no consumir carne implica el perjuicio para quienes viven de la ganadería, o, desde otro punto de vista, la eliminación de los animales que ya no son necesarios.

Al comprar y comer vacas, ovejas, pollos de corral y cerdos, tú contribuyes a que lleguen a existir animales bastante felices que de otra forma no vivirían (p. 189)

  En el supuesto, claro está, de que los animales que van a ser aprovechados para carne tengan “buenas vidas”, tal como defienden algunos animalistas carnívoros.

Algunos tipos de animales criados para el consumo parecen llevar unas vidas moderadamente felices, incluyendo vacas, ovejas, pollos y cerdos criados humanamente  (p. 188)

  Por otra parte, no se considera el que en el derecho de las mujeres a abortar entran en juego cuestiones no solo éticas sobre si el nasciturus es o no vida humana, detentador de derechos: el dilema del aborto abarca también cuestiones políticas relacionadas con las reivindicaciones feministas.

  Yendo ya a horizontes éticos más amplios, nos encontramos en general con la responsabilidad ética de las personas afortunadas frente a quienes viven en situaciones de precariedad extrema.

No donar [a beneficencia] implica un riesgo de hacer algo tan incorrecto como dejar que un niño se ahogue delante de ti [sin auxiliarlo], mientras que donar implica solo el riesgo de incurrir innecesariamente en un coste moderado (p. 183)

  Lo complicamos todavía más si queremos medir no solo el valor de una vida humana –de la condición y origen que sea- sino la calidad de vida.

Estipularemos que salvar una vida en un país en desarrollo, según una visión parcial, vale una unidad de valor, y beneficiar la vida de alguien en un 30% vale 0.3 (p. 203)

  Por supuesto, las cantidades son arbitrarias. Y, por otra parte, ¿en qué medida la vida puede ser beneficiada? Es difícil determinar cuáles son los beneficios para cada persona y en cada situación.

  Veamos ahora un conflicto desde el punto de vista cognitivo:

Las teorías difieren en su metafísica e, intuitivamente, esta relación metafísica puede hacer una diferencia con respecto a la aplicación de una teoría. En el utilitarismo benthamita uno hace algo mal al matar a otra persona (propiamente, reduce la cantidad de benevolencia en el mundo), mientras que en el utilitarismo familiar, uno hace dos cosas mal (reducir la cantidad de benevolencia en el mundo y violar una obligación que surge de una especial relación [de parentesco]). Cometer ambos males es peor que cometer solo uno, de modo que es un error más severo según el utilitarismo de parentesco que de acuerdo con el benthamita (p. 128)

   Otro planteamiento:

Según algunas visiones morales plausibles, el aliviar el sufrimiento es más importante moralmente que la promoción de la felicidad. Según otras visiones morales plausibles (como el utilitarismo clásico), el alivio de sufrimiento es igual de importante, moralmente, que la promoción de la felicidad. Pero no hay una visión moral razonable de que el alivio del sufrimiento sea menos importante que la promoción de la felicidad (p. 185)

  Nada de esto parece muy práctico, y hay cuestiones que los autores no abordan. Supongamos que yo creo que una doctrina política en particular –un tipo de marxismo, de lucha de clases- es la que mejor puede garantizar el bienestar de los ahora desafortunados. ¿No sería nuestra mayor contribución ética hacer triunfar a toda costa tal doctrina? Ése era el planteamiento de los marxistas, que consideraban inútil e incluso contraproducente el humanismo meramente compasivo: si quieres llevar una vida ética, haz triunfar la lucha de clases, mientras que si haces caridad para aliviar a unos pocos solo les das una coartada a los explotadores.

  Otra perspectiva:

¿Cuántos años debería [una persona altruista] estar dispuesta a gastar estudiando a fin de conseguir una información perfecta acerca de cómo sopesar los beneficios para su familia frente a los beneficios para los que se encuentran en el mundo en desarrollo? (p. 203)

  Aunque los detallados métodos que se muestran en este libro puedan parecernos excesivos o poco prácticos, lo que expresan es la naturaleza del desafío ético al que se enfrentan hoy las personas motivadas en un mundo donde, no existiendo una ideología ética universal aceptada, tenemos que elegir entre demasiadas opciones. 

El núcleo de nuestro argumento es defender una visión de información sensible para la toma de decisiones bajo la incertidumbre moral: aceptar que visiones morales diferentes proporcionan diferentes cantidades de información con respecto a nuestras razones para la acción  (p. 2)

El problema de la incertidumbre moral es encontrar el mejor compromiso en una situación donde hay muchas teorías morales posibles con recomendaciones en conflicto sobre qué hacer (p. 63)

  Incluso puede suceder que centrarnos en las elecciones disponibles nos impida pensar por nosotros mismos y reflexionar acerca de cuál es la auténtica naturaleza del compromiso ético: podría haber más posibilidades de elección que no hemos considerado.

  No hay que caer en el error de meramente elegir haciendo uso de algoritmos de estadísticas y probabilidades, sino que hay que considerar que la elección ética está motivada por la conciencia ética y ésta, al cuestionar la realidad sin prejuicios, puede llevarnos, aún, a formulaciones éticas novedosas y asumibles que habrán de ser, inevitablemente, creadas a partir de la reflexión acerca de las inconsistencias de las antiguas.

Atrocidades morales como la esclavitud, el sometimiento de las mujeres, la persecución de los no heterosexuales y el Holocausto fueron, por supuesto, impulsadas en parte por el interés egoísta de quienes estaban en el poder. Pero también fueron posibilitadas y fortalecidas por las visiones morales comunes de la sociedad de la época acerca de cuáles grupos eran merecedores de la preocupación moral. Dado este triste registro histórico, sería en extremo sorprendente si fuéramos la primera generación de la historia humana en haber encontrado la visión moral correcta. Es de extrema importancia, por tanto, calcular qué acciones la sociedad toma como moralmente permisibles hoy que deberíamos pensar que [serán juzgadas como] bárbaras [en el futuro]. La nueva información moral no simplemente contribuye a una cantidad de valor fijo para el mundo: en tanto que influye en las visiones morales de la sociedad tiene un impacto multiplicador para todos los valores que podamos alcanzar en el futuro. (p. 213)

  Las condiciones de elección moral son dependientes del entorno social donde tienen lugar. Cambiar las condiciones sociales, aumentar el número de opciones morales, es también un buen camino para despejar tanta incertidumbre. Y, por encima de todo, la incertidumbre no debe hacernos renunciar a la acción moral.

Lectura de “Moral Uncertainty” en Oxford University Press 2020; traducción de idea21

viernes, 5 de mayo de 2023

“Una historia de la mente”, 1992. Nicholas Humphrey

  En los libros que estudian la estructura y función del cerebro humano, el lector medio siempre se interesa en especial por la cuestión de la autoconciencia. La autoconciencia nos convierte en seres humanos. Presumimos que ningún otro ser vivo experimenta este fenómeno único. De hecho, los niños muy pequeños no llegan a conocerla.

  El neuropsicólogo Nicholas Humphrey considera que la autoconciencia supone, ciertamente, un hecho único, aunque no la considera algo misterioso.

El problema mente-cuerpo es el problema de explicar cómo es que los estados de conciencia surgen en los cerebros humanos. En forma más específica (…) es el problema de explicar cómo las sensaciones subjetivas surgen en los cerebros humanos. (p. 27)

Confieso que yo también he sido víctima del malestar del “¿Es eso todo?” (…) en la preocupación acerca de qué más debería hacer una teoría de la conciencia. Pero (…) ahora diría que las transmisiones nerviosas me parecen simplemente el tipo correcto de materiales para traer la conciencia al mundo. (p. 241)

Más que abarcar toda la gama de funciones mentales superiores (percepciones, imágenes, pensamientos, creencias, etc), la conciencia es, singularmente, el “tener sensaciones”. (p. 209)

  La autoconciencia nos da bastantes problemas y no todos los pensadores y opinadores consideran que esta condición nos aporta un gran privilegio. Nos vemos, sin embargo, forzados a encontrar irrenunciable nuestra subjetividad, pues está biológicamente vinculada a nuestro deseo de supervivencia.

  Sabemos que el cuerpo no sobrevive, pero ¿es la mente lo mismo que el cuerpo?

El dualismo afirma que el universo contiene dos tipos de elementos muy diferentes, el elemento mental (del cual están hechas las sensaciones subjetivas) y el elemento físico (del cual está hecho el cerebro), y que ambos existen en forma semiindependiente el uno del otro. De modo que, en principio, podría haber mentes sin cerebros y cerebros sin mentes. (p. 28)

  No es Humphrey un simpatizante de los transhumanistas que creen que la mente puede existir en un soporte no biológico. Sin embargo, no presenta tal posibilidad como un absurdo, ya que esa concepción es la consecuencia natural del dualismo mente/cuerpo. Por una parte está el cuerpo y por la otra “el alma” –o “mente”, o “conciencia”- que lo habita. Igualmente, las funciones cognitivas pueden ser tanto simples percepciones funcionales –como las que puede tener un insecto o una máquina bien programada- como sensaciones que impliquen la subjetividad protagónica de la “persona”.

Lo que se postula es que las dos categorías de experiencia –sensación y percepción, representaciones autocéntricas y alocéntricas, sensaciones subjetivas y fenómenos físicos- constituyen modos alternativos y esencialmente no superpuestos de interpretar el significado de un estímulo ambiental que llega al cuerpo. De modo que, cuando huelo una rosa, la sensación provee la respuesta a la pregunta “¿Qué me está ocurriendo?”, y la percepción, la respuesta a la pregunta “¿Qué está pasando ahí fuera?” (p. 51)

  Esta concepción dualista tiene ciertas implicaciones que podrían reflejarse en las funciones cerebrales.

Existen buenas razones para suponer que el canal sensorial hace uso de procesamiento “analógico” y termina en una representación pictórica (algo así como una pintura en el cerebro), mientras que el canal perceptivo hace uso de procesamiento “digital” y termina en una representación proposicional (que se asemeja más a una descripción en palabras) (p. 111)

  Si nuestro interés por hacer del mundo un lugar mejor nos ha de llevar a la creación de controles culturales a nuestros peores instintos, es sin duda a través de las palabras cómo podemos tener esperanzas de éxito. Las sensaciones que llegan hasta nuestra intimidad son incontrolables pero es agudizando nuestra capacidad perceptiva como podemos mitigar sus consecuencias indeseadas. De ahí la importancia de científicos como Humphrey que nos diseccionan nuestras flaquezas dejándonos entonces un camino posible para compensarlas.

   De hecho, al estudiar los fenómenos perceptivos nos encontramos con que muchas veces no contamos con una información fiable, que nuestras percepciones son engañosas. Por ejemplo, siendo los seres humanos sujetos de percepción principalmente visual –otros animales dependen más de la percepción auditiva u olfativa-, es de lo más valioso reconocer los mecanismos innatos de la percepción visual humana que, a veces, más que guiarnos por el entorno, nos desorientan

Se ha comprobado (…) que la luz roja provoca síntomas fisiológicos de excitación: la presión sanguínea se eleva, los ritmos respiratorio y cardiaco se aceleran, y la resistencia eléctrica de la piel disminuye. La luz azul, en cambio, tiene un efecto opuesto: la presión sanguínea cae ligeramente y los ritmos cardíaco y respiratorio se hacen más lentos (p. 64)

El efecto estimulante del amarillo es tan intenso que puede incitar a los niños al vandalismo. Durante una exposición de juguetes, exhibidos en varias habitaciones pintadas en colores, ¡todos los de la habitación amarilla fueron dañados o rotos! (p. 65)

  La “percepción subliminal” es otro de tales mecanismos innatos que pueden descarriarnos. Incluso se puede medir la velocidad perceptiva del ojo humano en comparación con el de otros animales (nadie gana en percepción visual a las aves rapaces) lo que nos ayuda a comprender que no siempre hemos de fiarnos de las apariencias.

   Reconocida nuestra fragilidad subjetiva ante lo engañoso de las sensaciones y percepciones, ¿es la conciencia de la autoconciencia nuestro refugio? ¡Pensamos, luego existimos! Y, sin embargo, también puede parecer imprecisa la descripción del “estado reverberante” de la percepción durante la consciencia si bien el contraste entre el estado de vigilia y el del sueño nos lo hace más comprensible.

Los filósofos liberales, opuestos a la idea de cualquier tipo de grandes discontinuidades en la naturaleza, a veces han sugerido que la [conciencia] ha surgido lenta y gradualmente, con algunos animales que eran “solo un poquito conscientes”, y otros más. Pero esto, de acuerdo con la teoría, es algo que podemos descartar taxativamente. Porque la conciencia no habrá surgido salvo que y hasta que la actividad en el circuito de retroalimentación decolase como actividad reverberante; y los circuitos de retroalimentación tienen característicamente propiedades de todo-o-nada: o bien sostienen la actividad reverberante con un lapso vital significativo, o bien la actividad se extingue de inmediato. De ahí que podamos conjeturar que, a medida que los circuitos sensoriales se acortaron en el curso de la evolución y su fidelidad se incrementó, debe haber habido un umbral en el que la conciencia surgió en una forma bastante súbita, así como hay un umbral que nosotros mismos cruzamos al ir del sueño a la vigilia (p. 225)

La gente a veces experimenta estados de depresión en los que hay una pérdida de intensidad visual y los colores parecen chatos y desvaídos, como si, en este caso, la vida de la actividad sensorial hubiese sido restringida y el presente consciente reducido. El ejemplo más dramático de lo que sucede cuando la actividad reverberante es amortiguada por completo puede ser el estado de sueño. Al caer una persona en el sueño el presente consciente se reduce efectivamente a nada, y el tiempo subjetivo se torna no más que la corriente poco profunda del tiempo físico (p. 207)

  Coincide bastante con lo que nos indican técnicas contemporáneas de relajamiento o reforzamiento de la atención como el yoga o el “mindfulness”. Si bien nuestra inclinación natural es hacia el estado consciente, el estado que nos hace ser propiamente humanos, por otra parte este estado implica esfuerzo, tensiones e inseguridad existencial. Nuestra aspiración a una vida racional basada en una información objetiva acerca de nuestro entorno requiere de un conocimiento crítico de la naturaleza perceptiva y las consecuentes sensaciones subjetivas. 

Lectura de “Una historia de la mente” en Editorial Gedisa 1995; traducción de José María Lebrón