jueves, 25 de enero de 2024

“El cortesano”, 1528. Baltasar Casteglione

    Este curioso libro, obra del diplomático y humanista Baltasar Castiglione, fue un auténtico best-seller en el siglo XVI. En cierto modo una respuesta a la cínica visión de Maquiavelo en “El príncipe” sobre el poder político, enfatiza la caballerosidad del “cortesano” en el sentido del hombre que asesora y sostiene el gobierno de los buenos príncipes. En lugar del poder omnímodo y caprichoso, tenemos el recto juicio del hombre formado en las humanidades de su tiempo. Podemos leerlo en el castellano antiguo de su primer traductor, Juan Boscán.

Vos me mandáis que yo escriba cuál sea (a mi parecer) la forma de cortesanía más convenible a un gentil cortesano que ande en una corte para que pueda y sepa perfetamente servir a un príncipe (p. 13)

   Partimos de la base que el buen gobierno solo puede proceder de una autoridad central y segura, y no de las trifulcas partidistas propias de una república.

Veis que los ciervos, las grullas y muchas otras aves, cuando pasan de una tierra a otra, siempre tienen un gobernador a quien siguen y obedecen; y las abejas, casi como si usasen de discurso de razón, tienen tanto acatamiento a su rey, que no le tienen mayor los m á s sujetos pueblos del mundo; y así todo esto es muy gran argumento para hacernos conocer que el s e ñ o r í o del p r í n c i p e tiene más conformidad con la natura que el de la r e p ú b l i c a . (p. 256)

El regimiento popular cuando es ocupado confusamente por todo el pueblo, el cual, mezclando y confundiendo los grados y las partes ordenadas y asentadas en cada oficio y estado, pone totalmente el gobierno en manos de la m u l t i t u d confusa  (p. 257)

  Pero para que el príncipe gobierne, aparte de las buenas cualidades que se han de esperar en quien es de noble cuna, debe estar rodeado de buenos consejeros, de hombres ejemplares provistos de las más altas virtudes, que son compatibles con las del buen guerrero y el inclinado a las humanidades

Nuestro Cortesano (…) fuese en las letras más que medianamente instruido, a lo menos en las de humanidad, y que tuviese noticia, no sólo de la lengua latina, mas áun de la griega, por las muchas y diversas cosas que en ella maravillosamente están escritas. No deje los poetas ni los oradores, ni cese de leer historias; exercítese en escribir en metro y en prosa (p. 93)

  Aquí el modelo será siempre el de la Antigüedad clásica (que es también compatible con la Cristiandad, por supuesto).

J ú p i t e r , d o l i é n d o s e del miserable estado de los hombres, los cuales, no pudiendo estar juntos por faltalles la v i r t u d que compone y concierta el trato humano, andaban por los montes como salvajes, y eran a cada paso despedazados por las fieras, envió con Mercurio la Justicia y la Vergüenza al mundo, a fin que estas dos cosas ennobleciesen las ciudades, y atasen en concordia y pacífico ayuntamiento a los moradores dellas, y quiso que a todos fuesen dadas estas dos virtudes como las otras artes, (p. 244)

 Por otra parte, la aristocracia se justifica racionalmente

El de noble sangre, si se desvía del camino de sus antepasados, amancilla el nombre de los suyos, y, no solamente no gana, mas pierde lo ya ganado; porque la nobleza del linaje es casi una clara lámpara que alumbra- y hace que se vean las buenas y las malas obras; y enciende y pone espuelas para la virtud, así con el miedo de la infamia como con la esperanza de la gloria. Mas la baja sangre, no echando de sí ningún resplandor, hace que los hombres bajos carezcan del deseo de la honra y del temor de la deshonra, y que no piensen que son obligados a pasar más adelante de donde pasaron sus antecesores. (p. 35)

  Las cualidades del cortesano tienen que estar al servicio de su sociedad. Una sociedad guerrera (la Italia del siglo XVI en la que este libro fue escrito) exige cualidades guerreras, pero estas –como sucede también en el ideal shakesperiano- no van asociadas a la ferocidad implacable, sino a la caballerosidad humanista.

Aquellos que han llegado al término de no desear otra cosa sino ser buenos, fácilmente alcanzan la ciencia necesaria para serlo (p. 89)

Demás de la bondad, el substancial y principal aderezo del alma pienso yo que sean las letras, (p. 90)

  Con el tiempo, la humanidad ha llegado a dudar de la caballerosidad propia del militar, pero la necesidad de la época estimuló este mito. Recordemos que los guerreros de la “Iliada” no eran especialmente caballerosos, pero que ese ideal va formándose lentamente a lo largo de la Antigüedad –Alejandro Magno, por ejemplo- hasta entroncar con el ideal del caballero cristiano.

  Ahora bien, las cualidades del cortesano no surgen de forma espontánea ni tan simple como las del buen cazador, duelista o guerrero. Las que son cualidades humanistas tienen que ser cultivadas y aquí tenemos un paso importante que antes no se había dado.

Si el bien y el mal fuesen perfetamente conocidos, todos escogeríamos siempre el bien, y huiríamos el mal. (p. 87)

Las virtudes se pueden aprender, (p. 246)

La costumbre hace que muchas veces una misma cosa agora nos parezca bien y agora mal (p. 14)

En las virtudes es necesario tener maestro, el cual con su dotrina de buenos consejos, despierte y levante en nosotros aquellas virtudes modales, de las cuales tenemos la simiente enterrada en nuestras almas, y las granjee como buen labrador, y les abra el camino por donde nazcan, quitándoles las espinas y las malas yerbas de los deseos, los cuales muchas veces tanto ocupan y ahogan nuestros corazones, que ni les dejan echar flor ni producir aquellos singulares frutos que debiéramos desear que naciesen solos en nosotros. (p. 246)

No niego yo (…) que aun en los hombres bajos no puedan reinar las mismas virtudes que reinan en los de alta sangre (p. 40)

E l inclinar y traer su p r í n c i p e al bien y apartalle del mal sea el verdadero fruto desta cortesanía  (p. 236)

De los cuidados que ha de tener el p r í n c i p e , el más importante es el de la justicia, por la c o n s e r v a c i ó n de la cual se deben dar los cargos a los hombres sabios y abonados; y la prudencia destos ha de ser verdadera prudencia, mezclada con bondad, porque de otra manera no sería prudencia, sino astucia; (p. 271)

    El triunfo de la virtud se encuentra, pues en el aprendizaje. No en la iluminación ni como reflejo de otras cualidades apreciadas –la guerra- sino en la enseñanza, la paciencia erudita y el esclarecimiento de las humanidades. Aún más, en la línea platónica hay una alabanza de la belleza como fuente de la virtud moral.

No puede ser círculo sin centro, así tampoco puede ser hermosura sin bondad; y con esto acaece pocas veces que una r u i n alma esté en un hermoso cuerpo (p. 308)

  Y, de hecho, no hay misoginia sino alabanza explícita a las condiciones femeniles en tanto portadoras de bondad y equiparables en talento a los hombres (si bien han de cumplir una misión diferente a la del hombre en la vida social).

Lectura de “El cortesano” en Editorial Saturnino Calleja 1920; traducción de Juan Boscán

lunes, 15 de enero de 2024

“La vida de los cazadores-recolectores”, 2013. Robert L. Kelly

  El interés por la vida de los últimos pueblos cazadores-recolectores documentados tiene un claro origen: el conocer cuál es nuestra verdadera naturaleza, aquella que queda oculta por el barniz de la civilización en la que hemos sido criados… y que en cualquier momento, por circunstancias azarosas, puede volver a salir a la luz. Recordemos la famosa novela de Zola, “La bestia humana”, inspirada por la versión más pesimista de las especulaciones acerca de ello en su tiempo. Por entonces estaba naciendo la antropología moderna.

Como los pensadores ilustrados antes que ellos, los antropólogos buscan la naturaleza humana para descubrir los rasgos que subyacen la formación de toda humanidad (p. 272)

   El antropólogo Robert L. Kelly nos ilustra acerca de sus primeros colegas que se lanzaron a las selvas y desiertos a buscar tales últimos pueblos y a consecuencias de lo cual, hoy, casi doscientos años después del inicio de tal búsqueda del “ser humano originario”, algunas cosas parecen haber quedado claras. 

No podemos (…) reconstruir la antigua sociedad humana extrapolando hacia el pasado desde los cazadores-recolectores actuales (p. xv)

  Y es que es imposible reconstruir las circunstancias del entorno en el que aquellos hombres vivían, antes de que existiera civilización alguna. La realidad es que hoy casi ningún pueblo cazador-recolector ha sido contactado que podamos estar seguros de que no ha tenido un contacto previo con algún tipo de civilización próxima. ¿Quizá los aborígenes australianos serían la excepción?

Las formas sociales y estructuras análogas a aquellas que se observan en Australia estuvieron probablemente presentes en el Paleolítico (p. 269)

  Y, por supuesto, contamos con lo poquito que sabemos de los auténticos primitivos por la arqueología y la paleoantropología.

Entre los primeros homininos, el crecimiento y maduración de los niños era más rápido, los grupos eran más pequeños y la carne era probablemente conseguida más de la carroña que de la caza. No hay evidencia de que tuvieran poblados o de que compartieran (p. 271)

Los humanos del Alto Paleolítico (40000-10000  años atrás), por ejemplo, eran mayores y más sexualmente dimórficos que más tarde. (p. 271)

Hay solo dos cosas [que podríamos asumir en un modelo del pasado]: [que las primeras sociedades humanas estaban constituidas por] forrajeros nómadas que vivían en grupos residenciales de entre 18 y 30 personas, y [que había] hombres que cazaban mientras las mujeres recolectaban. (p. 274)

  En cualquier caso, lo que tenemos en este libro es una recopilación de conclusiones no tanto acerca del hombre primitivo originario, sino acerca de los pueblos cazadores-recolectores conocidos. Hay bastantes coincidencias que pueden considerarse significativas.

Los humanos son con frecuencia calificados como “criadores cooperativos” porque usamos alopadres, individuos que actúan como padres para ayudar a cuidar de los niños. Esto, de hecho, es una razón por la que los humanos han tenido tanto éxito como especie (p. 230)

  Esto es importante porque tiene su origen en una característica biológica insalvable: la extrema fragilidad de los bebés humanos comparados con cualquier otro simio u homínido. Debido al gran tamaño del cerebro –que dificulta mucho el parto-, los bebés humanos nacen prácticamente prematuros y requieren especiales cuidados. La aloparentalidad podría explicar muchas de las peculiares características sociales de los hombres primitivos.

El 20 al 50 por ciento del tiempo que un bebé está en los brazos de alguien, se trata de alguien diferente de la madre (p. 192)

   Y tampoco es raro que el bebé sea amamantado por mujeres que no son su madre.

   Este vínculo puede contribuir al igualitarismo presente en casi todas las sociedades primitivas. Pero no debemos equivocarnos con la aloparentalidad y el igualitarismo: se trata de estrategias costosas que requieren un esfuerzo deliberado y conllevan conflicto.

El mantenimiento de una sociedad igualitaria requiere esfuerzo. Las relaciones igualitarias no llegan fácilmente, no son naturales en que es lo que queda por defecto en ausencia de estratificación (p. 244)

  Y es que, entre nuestros parientes simios, no se conoce igualitarismo alguno, sino constante conflictividad jerárquica. Y el igualitarismo también fracasa entre los humanos cuando las circunstancias sociales ya no lo hacen propicio, y entonces surgen jerarquías, como entre los chimpancés, pero de forma mucho más compleja.

Se argumenta que las jerarquías emergen porque resuelven disputas, mantienen información eficiente sobre la posibilidad de cambio de recursos y así ayudan a redistribuir recursos, especialmente bajo condiciones de estrés (p. 249)

  Es mucho más fácil ser igualitario cuando el grupo es pequeño y podemos controlar a la vista a cualquier “desviado” que pretenda acrecentar su poder y riqueza. Si bien hay quienes aseguran que existieron civilizaciones igualitarias primitivas de gran extensión poblacional y territorial, parece más bien que la desigualdad está relacionada con la abundancia de población y riqueza.

El almacenaje conlleva el potencial de la guerra y el saqueo (p. 256)

    Y hay, por tanto, una conexión entre jerarquización y sedentarismo, ya que las sociedades sedentarias son más grandes.

Dos contextos principales para la aparición de comunidades sedentarias: primero, aparecen en áreas donde el crecimiento de la población ha resultado en superpoblación, de forma que el coste de desplazarse implica el coste de desplazar a otros que ya ocupan el lugar buscado; segundo, aparecen, incluso con bajas densidades de población, donde el coste de desplazarse es alto con relación al coste de permanecer en el sitio actual. Esto puede jugar un papel en algunos casos de establecimientos sedentarios en las costas árticas. (…) Si bien otros factores están implicados en el origen y desarrollo de las comunidades sedentarias, es probable que la abundancia de recursos sea una condición necesaria pero no suficiente para el sedentarismo de los cazadores-recolectores. (p. 113)

El sedentarismo es un producto de abundancia local en un contexto de escasez regional (p. 107)

  Con las sociedades sedentarias se establece la desigualdad y surge lo que algunos llaman la “violencia sistémica”, es decir, una violencia institucionalizada por la clase opresora sobre los oprimidos.

Los orígenes de las comunidades sedentarias es una cuestión importante en antropología, porque las comunidades sedentarias son en gran medida asociadas con la organización sociopolítica no igualitaria: las jerarquías sociales y el liderazgo hereditario, el dominio político, la desigualdad de género y el acceso desigual a los recursos así como los cambios en nociones culturales de riqueza material, individualidad y cooperación  (p. 104)

  Que esta desgracia surja tan fácilmente no debe sorprendernos. Sociedades poco civilizadas como la de los prósperos nativoamericanos del noroeste –que se beneficiaban de una ingente riqueza pesquera- ya tenían esclavos.

[En cuanto al] número de esclavos [entre los nativoamericanos de la costa noroeste], la proporción podía haber sido de 25% en ciertas comunidades  (p. 264)

El sedentarismo (…) permite a los ambiciosos, aquellos con personalidades dominantes, acumular los bienes y la comida necesaria para el prestigio y la competición económica  (p. 249)

  Incluso si vamos a sociedades nómadas más modestas, nos encontramos tal vez no con desigualdad, pero sí con guerras y conflictos incontrolables.

Hay unas pocas sociedades forrajeras que virtualmente no conocen la violencia (…) pero la mayor parte, desgraciadamente, sí. Si bien las sociedades forrajeras vocalizan un ethos de no violencia y tienen mecanismos para resolver disputas (…) los datos arqueológicos y etnográficos muestran que muchos forrajeros vivieron con altos niveles de homicidio y guerra  (p. 202)

Las razones que se dan para el homicidio entre los forrajeros nómadas son venganza, disputas sobre mujeres (incluyendo adulterio), delitos y ejecución (p. 205)

Los cazadores-recolectores siempre tendrán algún nivel mínimo de violencia que resulta de la ira que se construye entre la gente que vive en grupos pequeños y que no pueden evitar tropezarse unos con otros  (p.208)

  Y la desigualdad, de todas formas, también puede estar presente en pueblos cazadores-recolectores. No hemos de olvidar que requiere de un gran esfuerzo el mantener la igualdad.

Los arqueólogos encuentran cada vez más evidencia de cazadores-recolectores no igualitarios en una variedad de entornos diferentes (…) Simplemente, no podemos equiparar la caza-recolección con el igualitarismo (p. 15)

Unidades de cazadores tratan de hacerse lo más grandes posible porque grandes unidades de caza son políticamente poderosas. (p. 234)

  Tampoco parece cierto que los pueblos nómadas circulasen libremente por el territorio, contando siempre con la opción de evitar el conflicto simplemente desplazándose.

Es incorrecto decir que no hay límites territoriales entre los cazadores-recolectores (p. 6)

Ninguna sociedad tiene una verdadera actitud liberal hacia los límites espaciales. En lugar de eso todos tienen formas, a veces sutiles, de asignar a los individuos particulares porciones de tierra y permitirles ganar acceso a otros (p. 154)

  Violentos, territoriales, con tendencia constante a imponerse a sus semejantes mediante la desigualdad económica, este panorama del hombre primitivo puede parecer desalentador, pero es lógico considerando que hemos evolucionado a partir de los homininos, que a su vez nos conectan con lo que sabemos de los grandes simios actuales.

  La reflexión que surge de todo esto puede llevarnos a ver las posibilidades futuras de la evolución social o civilizatoria: al igual que durante miles de años los humanos primitivos mantuvieron esforzadamente el igualitarismo quizá la humanidad futura pueda diseñar, con no menos comparativo esfuerzo, un estadio civilizatorio plenamente cooperativo y pacífico. 

Lectura de “The Lifeways of Hunter-Gatherers” en Cambridge University Press 2013; traducción de idea21

viernes, 5 de enero de 2024

“La guerra por la bondad”, 2019. Jamil Zaki

   Los avances de la psicología social se consolidan y no perdemos la esperanza de que nos demuestren que el ser humano está programado para el comportamiento prosocial, que no somos homo homini lupus, “el hombre lobo para el hombre”. Los lobos son lobos, y los chimpancés son chimpancés. Los humanos somos bastante diferentes a ellos en capacidad para controlar la agresión y fomentar la benevolencia que se origina a partir de la empatía (y que puede tener como consecuencia la más alta cooperación imaginable). El profesor de psicología Jamil Zaki aborda todas estas cuestiones por orden y con una coherencia palpable, sobre todo a partir de las experiencias de los estudios de psicología social.

Nuestros niveles de testosterona cayeron, nuestras caras se suavizaron y nos hicimos menos agresivos. Desarrollamos el blanco de los ojos más que otros primates de forma que pudiéramos fácilmente rastrear la mirada del otro, y también desarrollamos intrincados músculos faciales que nos permitieron mejores expresiones emocionales. Nuestros cerebros se desarrollaron para darnos una comprensión más precisa de los pensamientos y sentimientos de los demás (Introducción)

Los chimpancés (…) trabajan juntos y se consuelan unos a otros durante momentos dolorosos, pero su buena voluntad está limitada. Raramente dan a otros comida, y si bien pueden ser amables con su tropa, son agresivos fuera de ella (Introducción)

  Este es el comienzo, una predisposición genética a la mutua ayuda que excedería la de otros mamíferos sociales, pero tenemos buenas razones para estar descontentos con el grado de control de la agresión alcanzado. Es lógico, puesto que sí que somos en alguna medida agresivos. Lo que sucede es que tenemos recursos que, partiendo de nuestra naturaleza relativamente menos agresiva, y desarrollados culturalmente por el factor civilizatorio, pueden llevarnos a desarrollar nuestro lado más prosocial en mucha mayor medida que otros mamíferos.

La empatía es al menos en algún grado genética, tal como se ha demostrado en los estudios de gemelos (Capítulo 1)

“Empatía” se refiere a diferentes maneras en las que respondemos los unos a los otros. Esto incluye identificar lo que los otros sienten (empatía cognitiva), compartir sus emociones (empatía emocional), y desear mejorar sus experiencias (preocupación empática) (Introducción)

  Si hay empatía, podemos tener benevolencia. No podemos actuar benévolamente sobre los demás sin interesarnos primero por su situación. Y una vez nos hemos interesado por su situación y sus experiencias también es muy probable que nos hayamos implicado emocionalmente. La empatía casi siempre lleva a la acción benevolente.

Si podemos romper el patrón [de que la capacidad para la empatía es fija e inamovible] y reconocer que la naturaleza humana –nuestra inteligencia, nuestra personalidad y nuestra empatía- es en algún extremo dependiente de nosotros mismos, podemos comenzar a vivir como “movilistas” [quienes creen que las personas pueden cambiar], abriéndonos a nuevas posibilidades empáticas (Capítulo 1)

Las partes del cerebro relacionadas con la empatía crecen en tamaño tras el entrenamiento para la bondad (Capítulo 2)

  Pero la tarea no es fácil. Si lo fuese, la civilización habría avanzado más. Los factores sociales no siempre coinciden con el fomento de la empatía, el altruismo y la benevolencia. Hay que identificar los obstáculos.

La preocupación de Darwin acerca de la bondad: la gente que se para a ayudar a otros no tendrá tiempo de innovar, e inevitablemente acabará antes su propia vida. [Sin embargo,] tal como vemos, esto es un mito –los individuos empáticos es más probable que triunfen de muchas formas. (Capítulo 6)

   Los altruistas, en apariencia, siempre dejarían menos descendencia que los egoístas ya que su sacrificio por el bien común pone en peligro sus intereses particulares y acortaría sus vidas en mayor medida que quienes son egoístas. Esta lógica es aceptable, pero ya el mismo Darwin entrevió la idea de la “selección de grupo”, según la cual los grupos donde –por las circunstancias que fuesen- los individuos prosociales predominaran serían más eficientes –también en la guerra entre grupos- y por lo tanto prosperarían más a costa de aquellos que viven en grupos donde las rencillas internas debilitan la acción común.

  Ahora bien, este factor a favor de la solidaridad interna en el grupo nos obstaculiza el progreso social a gran escala ya que implica un constante conflicto entre grupos. Y los grupos originarios, los del “hombre en estado naturaleza”, eran bastante pequeños (poco más que familias extendidas). El avance social siempre ha sido lento.

Los límites entre conocidos y extraños destruyen virtualmente cada tipo de empatía que los científicos pueden medir. Cuando la gente encuentra extraños que sufren, informan de menos empatía, se sienten menos ansiosos e imitan menos las expresiones que cuando la víctima es del propio grupo. (Capítulo 3)

   Porque los individuos hemos sido programados para el “grupalismo” y no para el amor mutuo universal. Incluso las pruebas con la oxitocina –la hormona del amor- demuestran un chocante sesgo en lo que se refiere a la empatía con extraños y empatía con miembros del propio grupo.

  Muchas experiencias de psicología social que el profesor Zaki ha seguido de cerca se basan en estimular el contacto entre personas extrañas de forma que creen lazos de empatía, “ampliando el círculo” de confianza, algo que, en potencia, puede llegar a abarcar a la humanidad entera (“El círculo expansivo” de Peter Singer) pero

Los psicólogos han examinado alrededor de setenta programas [de psicología social] basados en el contacto [para estimular empatía entre grupos que inicialmente desconfían]. Muchos tuvieron éxito en construir camaradería y atención entre grupos. Al menos algunos de estos beneficios duraron hasta un año después. Pero (…) el contacto no siempre funciona. Y cuando lo hace no queda claro por qué. Para usarlos efectivamente los psicólogos deben aislar sus elementos activos. (Capítulo 3)

  La conclusión provisional es que estos programas fracasan cuando se trata de unir a personas de grupos gravemente enfrentados. Las estrategias sencillas no hacen milagros.

  Sin embargo, hay avances claros en ciertos ámbitos

El contacto funciona mejor cuando invierte la estructura de poder existente más que ignorándola (Capítulo 3)

   Esto quiere decir que en los grupos muy desiguales o muy enfrentados (opresores y oprimidos; sangrientos conflictos étnicos) se pueden hacer avances solo si se atiende a disminuir las diferencias estructurales de poder. Reconciliar opresores y oprimidos es más fácil cuando se dan pasos para disminuir la opresión, lógicamente.

   Los problemas de la empatía también aparecen por el “endurecimiento” que es consecuencia de la exposición constante al sufrimiento.

Al comienzo de su formación, los estudiantes de enfermería y medicina marcan más alto en empatía que los que comienzan otras carreras (…) Los pacientes de los médicos empáticos tienden a estar más satisfechos con su desempeño (…) [Sin embargo,] a su tercer año [de adiestramiento, los sanitarios] empatizan menos que la población general (Capítulo 5)

  Otro caso es cuando se intenta desarrollar una autonomía moral que se enfrente a una estructura social. Aunque el ideal moral siempre será el del individuo que juzga autónomamente lo justo incluso oponiéndose a la gran mayoría, alcanzar este ideal casi heroico no está al alcance de todos.

En la campaña anti droga juvenil DARE, los policías vienen a las clases y muestran a los niños imágenes y muestras de drogas. El agente les avisa de que sus pares pensarán que el uso de drogas es guay y los presionarán para unirse a ellos. El punto de la estrategia: hacer lo correcto quiere decir no unirse a la masa. Esto es un buen mensaje, pero con frecuencia fracasa. Señala normas peligrosas y pide a los estudiantes que luchen contra ellas. Pero (…) las normas tienden a ganar. (…) Cierta evidencia sugiere que [esta estrategia] empeora las cosas. Una estrategia mejor es trabajar con las normas, no contra ellas (…) [Otras iniciativas antidroga] crearon campañas, eslóganes y posters alentando a la bondad, y esta aproximación funcionó. (…) En lugar de luchar contra la conformidad, la usaron para construir entornos más sanos (Capítulo 6)

  Partimos, pues, de la empatía, pero tenemos que asumir su relativa fragilidad dependiendo del contexto social.

La empatía se modela con la experiencia. Niños de un año cuyos padres expresan altos niveles de empatía muestran mayor preocupación por los extraños que niños de dos años, son más capaces de sintonizar en las emociones de otros como si tuvieran cuatro años y actúan más generosamente que los niños de seis años cuando se comparan con otros niños de su edad. (Capítulo 1)

  Y ciertos éxitos son claros. Incluso algo tan simple como hacer que las personas en entornos antisociales lean libros –fundamentalmente novelas- tiene efectos innegables.

El 45% de los presos en libertad condicional [que NO participaron en programas de lectura] volvieron a cometer delitos (…). Al mismo tiempo, menos del 20% de los [participantes en grupos de lectura] volvieron a delinquir (Capítulo 4)

  En las universidades se han probado sistemas aún más eficaces –y rápidos- en fomentar la empatía

Se pide a los estudiantes que escriban acerca de por qué piensan que la empatía es importante y útil. Después los estudiantes leen los mensajes de los otros aprendiendo que sus pares valoran la atención mutua tanto como ellos. También leen mensajes positivos de empatía escritos por estudiantes (…) Tras aprender sobre la empatía de sus pares, los estudiantes nos dicen que están también más motivados para empatizar (Capítulo 6)

  También con los niños más pequeños.

Nuevas evidencias sugieren que la gente puede aprender a identificar sus sentimientos. Un programa enseñaba a colegiales un conjunto de palabras que precisamente describían estados emocionales y después les ayudaban a reflexionar sobre sus sentimientos. Los estudiantes que pasaron por este programa fueron clasificados como más bondadosos y calmos por los maestros, y sus notas mejoraron. (Capítulo 5)

  Todos estos resultados y experiencias nos aportan valiosas claves acerca de cuál es la mejor forma de fomentar el avance social y moral. Ahora bien, se trata de observaciones que, aplicadas sus consecuencias positivas en la práctica, solo proporcionan un desorganizado escenario de mejora. ¿Falta quizá un elemento doctrinario o ideológico que las aglutine y convierta en un movimiento social?

  Si hemos señalado, por ejemplo, las estructuras de poder y el etnicismo como obstáculos a la empatía, ¿no debería el cambio moral implicar cambios civilizatorios de gran alcance que nos permitan vivir, por ejemplo, sin opresión ni desigualdad económicas y sin etnicismo-nacionalismo? (No confundamos esto con el socialismo, que si bien predicaba la igualdad social no mostraba interés alguno por la mejora moral).

  Algo parecido se puede añadir con respecto a los prejuicios, supersticiones e irracionalismos que obstaculizan el desarrollo moral en tantos otros ámbitos.

Lectura de “The War for Kindness” en Penguin Random House  2019; traducción de idea 21