miércoles, 15 de mayo de 2024

“Contra la empatía”, 2018. Paul Bloom

   El psicólogo Paul Bloom se muestra deliberadamente polémico al escribir “Contra la empatía”.

Es fácil entender por qué muchas personas consideran a la empatía como una fuerte influencia para el bien y el cambio moral; asimismo, por qué mucha gente cree que el único problema con la empatía es que muchas veces no tenemos la suficiente. Yo solía pensar así también, pero ya no. La empatía tiene sus méritos; puede ser una gran fuente de placer, en el arte, la ficción y en los deportes; también puede ser importante en las relaciones íntimas, y algunas veces puede motivarnos a hacer el bien. Pero en su totalidad, es una guía moral mediocre; fundamenta juicios pobres y con frecuencia motiva indiferencia y crueldad. Nos puede llevar a tomar decisiones irracionales y políticas injustas; puede desgastar relaciones importantes, como las que existen entre un doctor y su paciente, y hacernos malos amigos, padres, esposos o esposas. Yo estoy contra la empatía (Prólogo)

El sentido de empatía que estaré usando a lo largo de este libro es el más típico: como el acto de llegar a experimentar el mundo de la manera en que, piensas, alguien más lo hace. (Capítulo 1)

  ¿Cómo es esto posible?, ¿no es la empatía la base de todo el comportamiento benevolente entre humanos, al implicar identificación con la suerte –buena o mala- de los extraños?

   Bloom relaciona todos los aspectos negativos de la empatía en cuanto a la promoción del comportamiento prosocial.

La empatía funciona como un reflector que se enfoca en algunas personas en el aquí y el ahora. Esto hace que nos preocupemos más por ellos, pero nos vuelve insensibles a las consecuencias a largo plazo de nuestros actos y nos ciega también al sufrimiento de aquellos con los que no empatizamos o no podemos hacerlo. Es parcial, y nos empuja en dirección del racismo y la estrechez mental. (Prólogo)

No se puede sentir empatía por más de una persona al mismo tiempo. (Capítulo 1)

Es mucho más fácil empatizar con alguien que es similar a ti, con alguien que ha sido amable contigo en el pasado o a quien amas, y debido a ello éstas son las personas a quienes es más probable que ayudemos. (Capítulo 3)

Cuando la empatía nos hace sentir dolor, la reacción es a menudo un deseo de escapatoria. (Capítulo 2)

La empatía se ve modificada por nuestras creencias, expectativas, motivaciones y juicios.(…) La gente decía sentir menos empatía por la persona que se infectó [de Sida] por drogarse (Capítulo 2)

La empatía refleja nuestros prejuicios. (Capítulo 1)

  Básicamente, de lo que se trata es de que la empatía está limitada a las personas más próximas y además se encuentra condicionada socialmente (prejuicios). Por eso solo sentiríamos empatía por unas pocas personas solo bajo determinadas circunstancias y de acuerdo con los criterios culturales de la sociedad en la que vivimos (ahora bien, ¿no puede decirse lo mismo de cualquier otra cualidad humana, como el conocimiento erudito, el sentido de la belleza o los criterios morales?, ¿no nos vemos siempre influidos a la hora de actuar por cómo nos afecten las personas próximas y los prejuicios del entorno?).

   Por otra parte, Bloom considera que hay mejores criterios para expandir la bondad que la empatía. Veamos cuáles son.

Personas (…) motivadas por la fría lógica y el razonamiento (…), hacen mucho más para ayudar a la gente que aquellos que están sujetos a sentimientos de empatía (Capítulo 1)

Lo que realmente importa en lo que se refiere a la bondad en nuestras interacciones cotidianas no es la empatía, sino capacidades como el autocontrol, la inteligencia y una mayor difusión de la compasión. (Capítulo 1)

  La cuestión capital parece ser que la compasión y la bondad no tendrían como origen la empatía.

No sólo la compasión y la bondad pueden existir de manera independiente de la empatía, sino que en ocasiones se oponen. Algunas veces somos mejores personas si reprimimos nuestros sentimientos empáticos. (Capítulo 4)

  Sin embargo, pese a presumir de lo contrario, Bloom no argumenta todas las objeciones obvias a su planteamiento. ¿Compasión sin empatía?¿El razonamiento nos lleva a la bondad más que el instinto empático? ¿La razón compasiva nos proporciona una guía mejor?

La preocupación y compasión no necesitan reflejar los sentimientos de los demás. Si alguien trabaja ayudando a las víctimas de la tortura y además lo hace con toda su energía y entusiasmo, no es correcto decir que mientras lo hace siente empatía por ellas. Es mejor decir que siente compasión por ellas. (Capítulo 1)

   El problema es que no nos explica en qué consiste entonces la compasión, si la empatía no participa de ella.

La moralidad de una persona puede tener su origen en una concepción religiosa o filosófica; puede estar motivada por una preocupación poco clara sobre el destino de los demás, es decir, lo que se llama a menudo preocupación o compasión, y que para mí son una mejor guía moral que la empatía. (Capítulo 1)

    Esa “preocupación poco clara”, resulta en buena parte esclarecida si consideramos que lo que hace la compasión es potenciar la empatía más allá de las limitaciones que Bloom acertadamente nos señala.

   Bloom no menciona uno de los errores “necesarios” más significativos de la evolución civilizatoria, que es el socialismo. Según el socialismo, el ser humano está dotado de forma natural para vivir en armonía, y todo lo que tiene que hacer para recuperar su estado de naturaleza armónico es eliminar una serie de “accidentes” civilizatorios que lo entorpecen, como la propiedad privada, la religión, la división social en clases y el capitalismo. Como al final del recorrido político para eliminar estas maldades extrañas a la naturaleza humana nos espera el paraíso socialista –o comunista- es lógico que, razonadamente, “el fin justifique los medios”. En las atrocidades socialistas –que van de La Vendée al holocausto del Khmer rojo pasando por el Gulag estalinista- la empatía no juega papel alguno, sino que la acción política se basa en una especie de “razón compasiva”. Si se extermina a los trotskistas –incluidos los familiares de estos- esto se hace por “los pobres de la tierra” –compasión racional-. Y, desde luego, durante el desarrollo de la acción política en cuestión, mejor que no activemos la empatía…

  Un caso parecido, más sencillo incluso de describir, es lo que se comenta sobre lo que los caudillos del liberalismo democrático norteamericano hicieron con los esclavos negros que poseían: Franklyn los libertó en vida, Washington los libertó en su testamento (y los dotó económicamente)… pero el intelectual Jefferson no los libertó: dada su erudición podía encontrar argumentos –hoy se dirían “racistas”, pero no entonces-  para no hacerlo, argumentos que serían racionales y que seguramente alguien consideraría también compasivos –el caso del esclavismo paternalista, por ejemplo- . Franklyn y Washington, más simples, cedieron a la empatía propia de sus convicciones democráticas…

  Recordemos también que el campeón de la ética racional, Kant, tampoco apoyó el fin de la esclavitud, ni defendió los derechos de las mujeres, ni el igualitarismo económico: su ética racional se veía limitada por los prejuicios de su época. Y eso no quiere decir que no fuese socialmente avanzado en otros aspectos ya que, por ejemplo, se oponía al dominio moral de la Iglesia y la aristocracia.

  Por el contrario, la empatía de un ser humano de cualquier época se ve afectada por la contemplación de cualquier maltrato a otro individuo vulnerable, sea cual sea su condición social. Otra cosa es que los prejuicios sociales nos fuercen a reprimir las emociones empáticas. Uno podía, en tiempos de Kant, ser testigo de los azotes a un esclavo y, por mucho que siguiendo la ética de Kant considerara racionalmente que esto era justo y proporcionado, sus sentimientos empáticos le harían experimentar desagrado. Lo mismo puede suceder hoy en día si empatizamos con la amargura por la pérdida de libertad de un preso condenado justamente por un delito atroz.

   La empatía es la base de todo sentimiento compasivo y de toda ideología compasiva genuina. Lo que hacen las religiones compasivas es crear estrategias para expandir la empatía –por ejemplo, a los samaritanos, a las mujeres adúlteras o a los hijos pródigos- y no tanto estrategias para negar la empatía en base a criterios morales razonados.

La empatía nos hace preocuparnos más por los demás, y hace más probable que tratemos de mejorar sus vidas. (Capítulo 1)

Tiene sentido que la empatía sea vista por muchos como la panacea de la moralidad.(…) La empatía nos guía para tratar a los demás como nos tratamos a nosotros mismos (Capítulo 1)

No puedo negar que en ocasiones la empatía puede dar buenos resultados. (…) La empatía puede motivar la bondad en las personas y esto hace del mundo un lugar mejor (Capítulo 6)

  Se pueden buscar dilemas éticos en los cuales la empatía parece un problema para la acción altruista como, por ejemplo, el caso del médico que tiene que atender, entre muchos heridos de un accidente, solo a los que más probablemente podrá curar, abandonando a los que se encuentran en un estado más lastimoso pero que son incurables. Sin embargo, tales dilemas quedan al alcance de una actitud empática cultivada en el sentido de la compasión eficaz. E incluso cuando se caiga en alguna debilidad… tal debilidad es en sí misma la base de la fortaleza de la actitud compasiva, en comparación con un supuesto racionalismo compasivo, cuya implacabilidad puede llevarnos en dirección contraria a una compasión genuina, tal como hemos visto.

Debe haber más moralidad que empatía. (capítulo 1)

  ¿Y cómo vamos a motivar la moralidad si no tenemos empatía?

Nuestro círculo moral se ha ampliado a lo largo de la historia: nuestra actitud con respecto a las mujeres, los homosexuales y las minorías raciales ha cambiado hacia la inclusión.(…); estamos atestiguando un progreso moral en tiempo real. Pero esto no se debe a que nuestros corazones se hayan abierto a lo largo de la historia. No somos más empáticos que nuestros abuelos. No vemos a la humanidad como si fuera nuestra familia, y nunca lo haremos (…) Lo que en realidad se ha ampliado no es tanto el círculo de la empatía, sino el círculo de los derechos: un compromiso para que otros seres vivos, no importa qué tan distantes y diferentes, estén a salvo del daño y la explotación. (Capítulo 6)

Solo cuando nos libramos de la empatía y en su lugar confiamos en la aplicación de reglas y principios o en el cálculo del costo-beneficio que podemos, al menos en cierta medida, ser justos e imparciales (Capítulo 3)

   La apreciación abstracta y el círculo de los derechos no son diferentes a lo ya mencionado sobre el socialismo. Bien está decir que existe “un compromiso” ético, pero un compromiso de esa clase se sostiene sobre una base psíquica, de tipo emocional.

   La idea de que se puede manipular la empatía es aceptable –lo hacen los mendigos profesionales- pero tenemos que reconocer que la racionalidad moral –a lo Kant- o la compasión política –a lo Marx- son también manipuladoras. El “compromiso” moral de atenerse a los derechos reconocidos puede igualmente alejarnos del altruismo, siempre dependiendo de las convenciones sociales sobre las cuales se construye el derecho y los correspondientes compromisos sociales del aquí y ahora.

Pedirle a la gente que sienta tanta empatía como pueda tanto por un enemigo como por su propio hijo, es como pedirles que sientan tantas ganas de comer excremento de perro como una manzana —lógicamente, es posible, pero no refleja el funcionamiento normal de la mente humana—. Quizá haya personas especiales que sean capaces de amar a sus enemigos tanto como aman a sus familias. (Capítulo 5)

   Nadie puede esperar hoy por hoy que amemos a nuestros enemigos según el ideal compasivo extremo, pero ese es precisamente el objetivo a largo plazo. Existe una evolución moral, un círculo expansivo y éste se encuentra motivado emocionalmente.

Creo que es posible tener interés y comprensión mientras se mantiene una distancia emocional (Capítulo 4)

   El problema es que nunca podemos saber cuáles acciones de “interés y comprensión” están motivadas por una actitud altruista genuina o por simple conformismo social. Si es solo conformismo social, si mantenemos la distancia emocional, será difícil que sigamos avanzando en el progreso moral. ¿Qué puede impulsarnos a ampliar el “círculo moral” si no somos empáticamente sensibles a nuevos casos de sufrimiento ajeno evitable?

Los problemas con los psicópatas podrían relacionarse más con la falta de autocontrol y una naturaleza maliciosa, que con la empatía, y hay muy poca evidencia de la conexión entre poca empatía y ser agresivo o cruel con los demás. (Capítulo 1)

   Hay autores que sí señalan que el altruismo se origina en la empatía. Y recordemos que la agresividad –que incluye la crueldad- es algo innato en todos nosotros. La tarea de la civilización es controlar la agresión, ¿puede hacerse esto sin estimular culturalmente la empatía?

El cambio climático, una problemática por la que los progresistas se preocupan más que los conservadores. Aquí la empatía favorece que no se haga nada. (Capítulo 4)

   Con lo que se equipara la empatía a la ignorancia. En la misma medida, la empatía tampoco favorece que se haga nada en investigación científica, en el desarrollo tecnológico o en el arte de vanguardia.

Tener una empatía alta no nos hace buenas personas, y tener poca no nos hace malos. (Capítulo 2)

   Depende del contexto social.  Un psicópata, sin empatía, puede ser “bueno” solo en el sentido de que considere que le conviene seguir las reglas sociales de su medio.

La preocupación acerca de la empatía no es que sus consecuencias siempre sean malas; es que su parte negativa pesa más que la positiva, y que hay mejores alternativas. (Capítulo 6)

   Este planteamiento parece tratarse de un error, pero el debate abierto nos hace pensar y reflexionar sobre el auténtico sentido de la moralidad, la compasión y la empatía, así como sobre su evolución futura.

Lectura de “Contra la empatía” en Taurus Penguin Random House Grupo Editorial México ebook 2018; traducción Eduardo Latapí

domingo, 5 de mayo de 2024

“Vivir después”, 2009. John Casey

    La idea de la supervivencia tras la muerte física es lógico que apareciera ya en el pasado humano más remoto. No solo por el miedo a la muerte, sino también por los sueños, las enfermedades mentales, los episodios alucinatorios que explica la psicología social y, sobre todo, por lo inexplicable de numerosos fenómenos naturales que nos rodean (¿naturales o sobrenaturales?). Todo este tipo de condicionantes han llevado históricamente a desarrollar determinadas visiones sobre el Más Allá. Algunas de ellas, al ser refrendadas por la autoridad moral y también política, han acabado teniendo a su vez una fuerte influencia en nuestro estilo de vida.

  El filósofo John Casey parte de un planteamiento impecable:

Parece probable que las creencias sobre la vida ultraterrena han estado en función de cómo comprendemos y valoramos la vida presente (p. 20)

  En la primera Antigüedad, cuando las grandes civilizaciones de Mesopotamia y Egipto, la visión de la existencia humana tras la muerte no podía ser más diversa. El caótico mundo de Mesopotamia (con constantes cambios políticos) mostraba un desalentador Más Allá; en el monolítico y relativamente estable país a orillas del Nilo, en cambio, el Más Allá era mucho más optimista.

Los antiguos sumerios, de lo que es hoy Irak, y los griegos homéricos, si pensaban en la supervivencia tras la muerte imaginaban una vida a medias, una existencia apenas consciente en un lugar de oscuridad (p. 14)

Los antiguos egipcios señalan no una gran ruptura entre esta vida y la siguiente, sino una continuidad (p.29)

  Sin embargo, a lo largo de los “tres mil años” que se suele considerar que abarcó la inmensidad de la cultura egipcia (hasta que los romanos convierten este país en una de sus provincias) la visión de la ultratumba experimentó diversos cambios.

En el desarrollo de las creencias egipcias sobre la otra vida había una especie de gradual democratización. En el periodo más temprano –el Viejo Reino- se creía que solo faraón y su familia podían ascender a una vida de dicha en los cielos mientras que la gente corriente iba al inframundo (…) En la época del Reino Medio el ámbito solar de los muertos quedó abierto a todos (p.30)

  Antiguos griegos y romanos también veían inicialmente una clara desigualdad. En un principio, al Hades iba todo el mundo; más adelante aparecieron lugares mejores para los privilegiados, como los Campos Elíseos y las Islas de los Bienaventurados.

  Pero volvamos a Egipto, ya que es en Egipto donde empieza todo lo referente a una vida más allá de la muerte.

Los egipcios fueron también el primer pueblo que desarrolló una idea del castigo futuro y el Infierno. Este es el precio de la “democratización” –el estado futuro ya no depende puramente del estatus social- (p. 33)

  Mucho antes que para los antiguos judíos y cristianos, la virtud era recompensada para los egipcios de toda condición.

La persona virtuosa era caracterizada por su bondad, temperamento calmo, justicia, generosidad y respeto por los derechos tradicionales (p. 24)

[La virtud de los antiguos egipcios] no estaba lejos de las obras cristianas de misericordia corporal (confortar a los afligidos, alimentar a los hambrientos, vestir al desnudo, enterrar a los muertos) (p. 27)

  Pero la antigua civilización judía no tomó de los egipcios estas creencias. En realidad, el pueblo judío originario se hallaba claramente inserto en las tradiciones de la vecina Mesopotamia, con una ultratumba siniestra e indeseable. El mismo Evangelio atestigua que hacia el siglo I aún era objeto de debate entre los judíos si había o no vida futura. Y, para entonces, ya Platón había elaborado su gran teoría del alma inmortal, prisionera del cuerpo mortal, que a la muerte es liberada para alcanzar el mundo celestial. 

  Serán Platón y Aristóteles quienes construirán el fundamento de las especulaciones cristianas del Más Allá.

La imagen de Platón puede persuadirnos porque ha derivado la realidad humana hacia el interior. El mundo real no es el mundo fenoménico de luz y color, la pérdida del cual deploran las tristes sombras de Homero y Virgilio, sino el mundo de las Ideas, que solo el alma está equipada para aprehender. Esto hará posible para los sucesores de Platón y aquellos influenciados por él –y, en particular, para los cristianos- encontrar justificación intelectual para una fe en la que este mundo es solo una sombra del mundo por venir. (p. 100)

  Aunque Aristóteles parece escéptico con respecto al mundo de ultratumba, su concepción intelectual de la divinidad es la que pasará a Tomás de Aquino y Dante, y en cierto modo establecerá un modelo perfecto que no ha sido superado.

La adaptación por Tomás de Aquino de Aristóteles para la tradición cristiana proporciona un andamiaje intelectual y moral al relato del Infierno, Purgatorio y Cielo que encontramos en Dante (p.148)

El gran Averroes, que fue una importante influencia en Aquino, interpretaba las delicias del paraíso como alegorías de la visión beatífica, y negaba que pudieran ser tomadas literalmente como placeres de los sentidos. Esto era así particularmente cierto en la gran tradición Sufí (p. 280)

  Este Cielo de Dante y Aquino recuerda a muchas especulaciones actuales sobre la inteligencia artificial y la trascendencia a ámbitos más elevados de consciencia.

La metafísica de Aristóteles ha contemplado la actividad más alta humana como un estado de pura contemplación, donde la mente, reflejándose en sí misma, se hace a sí misma más verdadera (p.289)

La imagen duradera del amor que usa Dante es la de la luz (p.282)

   Una abstracción total que deja los restos antropomorfos como un mero símbolo del pasado biológico. Cristianos, platónicos y neoplatónicos podían discrepar acerca del papel de los cuerpos en el Cielo, pero el concepto era claro: la humanidad virtuosa debía trascender al nivel divino, confluyendo con la misma divinidad que se halla por encima de la vida corpórea. 

  Ahora bien, a lo largo de los siglos siguientes, la cristiandad –y no digamos el Islam- iba a rechazar esta concepción lógica de la elevación del alma purificada a la divinidad. Cuando llegan el renacimiento y la reforma protestante, este Cielo intelectual y trascendente entra en conflicto con una forma más asequible y humana.

Erasmo (…) imaginaba un Cielo donde la sociabilidad, especialmente en la forma de conversación, sería central, y donde los fallecidos se encontrarían con almas nobles (p.301)

   Pero los estrictos Lutero y Calvino aún se resisten.

Los reformadores protestantes imaginan un estado de bendición que está centrado en Dios como la visión de Aquino. La encantadora visión de Cicerón de un futuro estado en el cual la conversación civilizada será una parte central de las delicias prometidas queda atrás, tal como pasa con varias esperanzas renacentistas de que las familias se reunirán en el nuevo mundo (p. 304)

  Esta imagen de la conversación elevada muestra un ideal de virtud intelectual, amable y grata, asequible en la vida terrena, propia de una vida más pacífica y cómoda que la que se conocía durante la oscura Edad Media, y que quizá fuese equivalente a la vida de la cultura grecorromana ya dentro de la estabilidad del Imperio,

  A nivel popular, una idea se va abriendo paso: el Cielo místico y trascendente de Aquino, Dante y Aristóteles resulta poco atractivo.

Una eternidad pasada alabando a Dios sería tremendamente aburrida.(p. 358)

  Si lo pensamos bien, esta imagen “burguesa” del aburrimiento místico es un poco infantil, incluso en el sentido de que también un niño de ocho años encuentra que la vida de los adultos es tremendamente aburrida

  En el fondo, de lo que se trata es de que la creencia en la ultratumba va perdiendo relevancia a medida que mejoran las condiciones de vida. Hay discrepancia, pero en general se forma una imagen más bien metafórica del Más Allá, como un ideal de vida apacible, familiar, de amor romántico y buena vecindad… no muy diferente del estilo de vida terrenal para los más favorecidos.

Iba a convertirse en un rasgo característico del pensamiento moderno sobre el Cielo ver la otra vida como una réplica muy próxima de esta. Con esto va el declive de la consideración de que sería esencial para el Cielo la visión de Dios, que Dios estará en todo (p.332)

  El autor pone especial atención en un curioso personaje, el místico protestante Swedenborg, que aseguraba tener visiones exactas del Más Allá celestial.

Es con Swedenborg que (…) aparece el Cielo moderno (p. 339)

La idea de que los muertos, especialmente los niños, se convierten en ángeles, desconocida en el cristianismo tradicional pero extremadamente popular desde los tiempos victorianos, viene de Swedenborg (p. 344)

La tradición católica de ascetismo y contemplación de los bienes más altos es completamente rechazada (p.346)

  Esta es la imagen del Cielo que nos ha quedado hoy. Una idealización de la vida burguesa, con amor conyugal incluido.

Hay amor sexual angélico [en el paraíso de  Swedenborg] que es casto y libre de toda lujuria (p.352)

    Y también hay buena comida y deportes. No se señalan tanto las conversaciones intelectuales y, curiosamente, pareciendo un paraíso más popular y asequible, encontramos que Swedenborg era muy clasista.

En el Cielo muchos ricos están en un mayor esplendor y felicidad que los pobres (…) Los pobres pueden encontrar más difícil entrar en el Cielo que los ricos porque en la vida no están contentos con lo que tienen y esto los aleja de las futuras alegrías (p.348)

  Finalmente, entrados en el siglo XIX, la naturaleza del Más Allá se encuentra con la visión científica… lo que lleva a la aparición de los actuales “fenómenos paranormales”, una versión moderna de la antigua brujería.

   Según John Casey, el comienzo del espiritualismo moderno tiene un origen muy concreto; las travesuras de las hermanas Fox a partir de marzo de 1848.

Todo un nuevo mundo de energía –energía psíquica, que con frecuencia se asumía que tenía alguna conexión con la electricidad- estaba a punto de desatarse (…). El médium sería una especie de receptor inalámbrico recibiendo impulsos del éter espiritual (p. 363)

   Lo que queda de todo ello es una gran trivialización de la vida ultraterrena, El autor no aborda otras culturas, entre ellas el islamismo, donde el Más Allá tiene una gran importancia política y social, pero nos muestra un fenómeno cultural evolutivo que va desde la amargura de la aceptación de la muerte por Gilgamesh al ideal pequeño burgués del confort del espiritualismo protestante que finalmente ha predominado en un mundo de mayor nivel de vida. 

 ¿Y el Infierno?

  Hoy en día está prácticamente descartado, pero tuvo una gran importancia en el cristianismo.

La iglesia desarrolló una elaborada psicología del pecado, y los dolores del Infierno mantenían esta relación. Si bien las doctrinas del eterno castigo y la dicha eterna sí tenían una utilidad en persuadir al creyente a llevar una vida virtuosa, temer el castigo o buscar la justicia en el nuevo mundo, esto no siempre lo conseguían. En el caso del Infierno, se trataba de imaginar cómo persuadir a la gente para que viese sus pecados con todo su horror –como si hubieran sido vistos a los ojos de Dios-. La conclusión lógica era que el peor mal en el que podía caer el hombre era el estado del pecado. Puesto que el pecado era el efecto de una errónea elección, una mala voluntad es intrínsecamente un mal mucho peor que cualquier catástrofe natural (p.9)

  ¿Cómo podría haber justicia sin castigo? El terror al Infierno se justifica por ciertos aparentes logros durante la época anterior a la modernidad, pero ya hacia el siglo XVIII ciertos autores comienzan a mostrar renuencia a la idea de esta amenaza divina, no muy acorde con un Dios de esperanza.

[El predicador baptista Samuel] Richardson [en 1660] contempla la misma noción de castigo tras la muerte –tanto si es o no eterno- como fundamentalmente opuesto al espíritu de Jesús: el miedo es un peso que oprime el alma y la debilita (p. 216)

  Curiosamente, Casey nos recuerda que ya en la Antigüedad cristiana, Orígenes también parecía juzgar el castigo eterno del Infierno como una crueldad innecesaria y lo consideraba más bien como un padecimiento pasajero a modo de redención en el Más Allá, tras la cual el penado sería también recibido en el Cielo (esta creencia fue condenada en su momento como herejía).

Lectura de “After Lives” en Oxford University Press 2009; traducción de idea21