sábado, 25 de marzo de 2023

“La evolución de la tecnología”, 1988. George Basalla

  La gran superioridad material del ser humano se basa en la tecnología. Aparte de ojos, brazos y piernas, los humanos también tenemos gafas, prismáticos, azadones, cuchillos, automóviles… La tecnología no es algo exclusivamente humano, porque los pájaros construyen nidos, las arañas redes, los conejos madrigueras y los castores diques; pero una vez Homo sapiens fue capaz de encender el fuego y se armó con hachas de piedra, y más tarde con arcos y flechas, su poder no podía más que incrementarse cada vez más. 

  Resulta sorprendente, de hecho, que no avanzara más rápido.

Variaciones por azar que sucedieron al construir herramientas de piedra pueden haber sugerido nuevas formas y funciones que fueron explotadas más tarde  (p. 104)

  Lo fueron mucho más tarde, porque todos los elementos materiales quedaban al alcance de los primeros hombres prehistóricos. Superdotados intelectuales siempre ha habido y construir casas, carromatos, carreteras y canalizaciones de riego tampoco requiere de tanta imaginación… sobre todo si tenemos en cuenta las inevitables variaciones por azar que a lo largo de los siglos podían haber sido aprovechadas cuando resultasen más productivas. Lo que el libro del historiador George Basalla intenta aclararnos es qué tipos de obstáculos creados por la propia psicología social humana ha enfrentado el avance tecnológico.

Este libro presenta una teoría de la evolución tecnológica basada en la más reciente investigación de la historia de la tecnología por medio de materiales relevantes extraídos de la historia económica y la antropología (p. vii)

  En realidad, el problema se encuentra en la misma resistencia al cambio de un ser humano que vivía asediado por la precariedad. Muchas de las variaciones, incluso las productivas, eran desechadas porque no era así como lo habíamos aprendido de nuestros padres. Si ellos lograron prosperar para engendrarnos, cuidarnos y transmitirnos sus conocimientos ¿qué necesidad hay de variar lo que ha demostrado tener éxito? Lo que se aprende porque es útil, ¿por qué va a dejar de serlo?

  Una posible salida es la indulgencia a la novedad: podemos cambiar lo menos importante.

La tecnología fue la producción de lo superfluo. El fuego, el hacha de piedra o la rueda no fueron artículos de absoluta necesidad. (p. 208)

El automóvil no fue diseñado en respuesta a una grave crisis internacional de los caballos o por falta de caballos (p. 6)

  Aunque, a este respecto, hay alguna afirmación en este libro que es dudosa.

Como el resto del reino animal, nosotros también podríamos haber vivido sin fuego ni herramientas. Por razones oscuras comenzamos a cultivar la tecnología y en el proceso creamos lo que ha llegado a ser conocido como vida humana, la buena vida o bienestar (p. 13)

  En lo que se refiere al uso del fuego, sin carne cocinada parece dudoso que físicamente el género hominino hubiera podido aumentar el tamaño de su cerebro, pero sí que es cierto que tecnología sencilla que nadie podría dudar que es muy útil –por ejemplo, barcas de pesca, arcos y flechas- ha llegado a perderse en algunas culturas de forma que nos resulta a primera vista inexplicable. El caso más conocido es el de la cultura tasmana.

   Tan sorprendente como la pérdida de tecnología sencilla y útil es también el origen de la tecnología más sofisticada. A lo que parece, las invenciones mecánicas más complejas que hoy son consideradas la base de nuestro sistema productivo tienen su origen en la mera curiosidad.

Entre 1400 y 1600, un número de elaborados libros ilustrados [sobre máquinas] fueron publicados en Alemania, Francia e Italia. Algunos de ellos eran descriptivos, representando con exactitud prácticas tecnológicas y artefactos reales en campos como la minería y la metalurgia. Pero otros, y muy influyentes, contenían cientos de imágenes de máquinas que eran extrapoladas de la tecnología existente (…) Se llamaba “teatro de máquinas” a estos libros, y presentaban la tecnología como un espectáculo para el entretenimiento e instrucción de los lectores (p. 67)

  (En lo referente a la notoriedad de las curiosidades tecnológicas a lo largo de la historia, hay precedentes de la Antigüedad que Basalla no menciona, como Herón de Alejandría y hallazgos tan notables como el mecanismo de Anticitera.)

  Estas curiosidades acabaron difundiéndose y poco a poco se fue reconociendo su valor objetivo.

Los tecnólogos como grupo, tanto si eran inventores como artesanos hábiles, ganaron mayor reconocimiento en el Renacimiento del que tenían en los tiempos antiguos y la Edad Media. Encontraron patrones que los apoyaron a ellos y a sus proyectos, escribieron y publicaron elaborados libros ilustrados de sus especialidades técnicas, recibiendo alabanzas de autores y pensadores influyentes por su contribución al bienestar humano  (p. 129)

   En el siglo XVII, algunos sabios filósofos, como Descartes, atisbaron la conexión entre el conocimiento científico y la mejora de la vida humana. Francis Bacon, en su utopía de "New Atlantis" (1627), ya señala la importancia social de los inventores. De este modo fue abriéndose paso la conexión entre la ciencia, la filantropía y el beneficio privado. 

  Quizá uno de los casos mejor estudiados de desarrollo tecnológico asociado al avance científico fue el de la máquina de vapor, invención de Thomas Newcomen que más tarde sería adaptada por Watt. Y parece que su origen fue la idea de un “científico puro” –Denis Papin- en absoluto interesado ni en el beneficio personal ni en la filantropía.

A diferencia de Papin, que era miembro de la Royal Society y un contribuyente a su publicación, Newcomen no tenía asociación formal con esta famosa organización científica; sin embargo, sí tenía conocidos que eran miembros o de alguna forma estaban conectados con la Sociedad  (p. 95)

  Parece, pues, casi seguro, que la invención de Papin, que solo buscaba desarrollar la curiosidad científica entonces naciente –la bomba tenía por objeto crear un vacío perfecto- acabó, de forma indirecta, sugiriendo al ingeniero Newcomen las bombas accionadas por el vapor.  En 1697 el boletín de la Royal Society informa del descubrimiento de Papin, y la máquina de Newcomen aparece en 1712. Esta coordinación entre la curiosidad científica y la mejora práctica del trabajo supuso una novedad revolucionaria. 

  Conviene aquí hacer una puntualización que Basalla no menciona en su libro: tanto en la "Royal Society" como entre los científicos -o "filósofos físicos"- de la época del siglo XVII predominaban los protestantes heréticos: cuáqueros o calvinistas hugonotes; de modo que parece existir una conexión cognitiva entre la espiritualidad crítica y las posteriores realizaciones materiales.

  Una vez creado el concepto de invención tecnológica derivada de la ciencia que podría tanto beneficiar al público como proporcionar ingresos al inventor y al fabricante, nos encontramos con una nueva realidad humana que hoy tenemos asumida pero que no existía, desde luego, en los tiempos de Aristóteles y Arquímedes.

Elevado al estatus del líder político o militar, el inventor del siglo XIX fue presentado como un héroe romántico que luchaba contra la inercia social y se enfrentaba a poderosas fuerzas naturales a fin de otorgar los dones de la tecnología a la humanidad.  (p. 59)

Por primera vez en la historia, los logros tecnológicos fueron incluidos en la determinación del estatus de una nación en el mundo. La tecnología se convirtió en un factor de los asuntos y rivalidades internacionales (p. 60)

  Así, la tecnología, que siempre ha existido, y a la que debemos –ya desde la prehistoria- la supremacía humana sobre todo el entorno material planetario, se convierte en el factor esencial del avance social. Al fin y al cabo, sin la enorme riqueza creada por la tecnología tampoco se habrían producido los más recientes cambios civilizatorios.

Los historiadores han rastreado los orígenes de la pasión occidental por la novedad a una serie de desarrollos que tuvieron lugar en el Renacimiento. La exploración geográfica descubrió literalmente nuevos mundos; la observación astronómica confirmó la existencia de nuevas estrellas en los cielos que hasta entonces se consideraba inmutable; el escolasticismo medieval fue reemplazado por nuevos sistemas filosóficos; y la ciencia moderna, o la “nueva filosofía” como fue llamada, presentaba una concepción revolucionaria del universo. En el siglo XVII la fascinación por la novedad era tan grande que las listas de los libreros estaban llenas de títulos que prometían una nueva alquimia, astronomía, botánica, química, geometría, medicina, farmacopea, retórica y tecnología. (…) Muy próxima a la búsqueda de la novedad es una de las ideas más grandes e influyentes del mundo occidental –la idea de progreso-. Según sus fundamentos, la historia humana no sigue ni un curso cíclico ni de declive, se mueve hacia delante y hacia arriba hasta un futuro mejor  (p. 131)

  ¿Puede ser esto? ¿La idea de “progreso”? Los antiguos creían que el mundo era cíclico o más bien decadente a partir de la pérdida de la edad dorada en el pasado mítico. Y al mismo tiempo pareció producirse otra importante novedad:

La creencia cristiana en la dignidad del trabajo manual, una creencia no común en la Antigüedad, era central en la vida monástica  (p. 148)

  De hecho durante la “estancada” Edad Media tuvieron lugar numerosas invenciones de gran valor práctico –aumento del rendimiento del trabajo- y muchas se produjeron en el entorno monástico. 

El impacto de la tecnología de la energía hidráulica en la sociedad y economía medieval fue tan profundo que algunos historiadores modernos afirman que fue uno de los principales rasgos de esa era (p. 147)

  Los romanos conocían la energía hidráulica, pero no solían hacer mucho uso de ella. 

Los molinos manuales y de animales eran menos caros de construir que los de energía fluvial y tenían una ventaja – en tiempos malos, los caballos, burros y esclavos pueden ser vendidos y se recobraba el dinero invertido-. El argumento de que un abundante suministro de fuerza laboral actuaba en contra de la difusión del poder hidráulico se refuerza por la evidencia de que en el siglo IV se recomendaban los molinos de fuerza hidráulica a las propiedades romanas como sustitutivo por escasez o encarecimiento de mano de obra. (p. 146)

  Aun más sorprendente, los romanos no herraban a los caballos, ni sabían utilizar su fuerza para tirar del arado. Por no hablar del sistema de rotación de cultivos que permitió doblar el rendimiento de las tierras.

  En algunos casos puede explicarse un aparente retroceso si consideramos las condiciones de la época. Las ruedas, al fin y al cabo, requieren de un suelo hábil para su uso.

El camello como animal de carga se vio favorecido sobre el transporte con ruedas por razones evidentes cuando se compara al camello con el típico vehículo tirado por bueyes. El camello puede transportar más peso, moverse más rápido y viajar más rápido con menos agua y comida que un buey. (p. 11)

  Pero estas desventajas de la rueda se dan en condiciones muy localizadas y pueden ser resueltas invirtiendo más en la mejora de la tracción –uso de caballos y mulos, no solo de bueyes- y, sobre todo, con el mantenimiento de las vías públicas.

  Tampoco la civilización china, tan eficiente en tantas otras cosas, sacó rendimiento a los descubrimientos tecnológicos.

Las tres invenciones que sir Francis Bacon identificaba como la fuente de los grandes cambios en la Europa del Renacimiento –la imprenta, la pólvora y la brújula- fueron productos de la civilización china, no de la europea (p. 169)

La respuesta [a porqué China no desarrollo la tecnología] es que la cultura occidental no era monolítica; los europeos eran eclécticos, abiertos a nuevas ideas e influencias (p. 176)

 La conclusión del autor es inevitable

Me he resistido a la tendencia de hacer el avance de la humanidad o la necesidad biológica el fin hacia el cual se dirige todo cambio tecnológico. En lugar de eso, explico la diversidad de los artefactos como la manifestación material de las varias formas en que los hombres y mujeres a lo largo de la historia han elegido definir y perseguir la existencia. Si bien algunas elecciones se hacen conscientemente para cumplir metas inmediatas, como el vehículo volador más pesado que el aire o incrementar la eficiencia del combustible para un motor automóvil, la suma total de estas elecciones no constituye el progreso humano (pp. 217-218)

  Las invenciones han prosperado por diversos motivos, que solo indirectamente han tenido que ver con el bien común

  Por una parte, el mercado: si tenemos más productos y más variados, podemos vender más.

El poder del mercado solo no puede bastar para la operación del proceso de selección que podría explicar la emergencia de la novedad. Juega un papel, pero en absoluto es el principal actor del drama (p. 144)

  Y, como en otros aspectos del progreso humano, debemos tener en cuenta la triste necesidad de afrontar las guerras:

Los usos bélicos del camión probaron su adaptabilidad y fiabilidad, y los contratos del gobierno financiaron la expansión de la producción de camiones (p. 160)

  (También la radiotelegrafía sin hilos fue promovida por la Marina militar británica)

  Casi no menos triste es la conveniencia del uso del progreso tecnológico para ahorrar mano de obra.

Si bien la [primera maquinaria textil] no resultó en el inmediato despido de las hilanderas en toda la industria, su existencia disminuyó su independencia, bajó sus salarios y limitó su propensión a ponerse en huelga  (p. 111)

  Hoy quizá hemos asimilado el avance tecnológico desde un punto de vista más social, en buena parte gracias a la abundancia de la muy diversificada tecnología y al control político que se ejerce sobre su desarrollo –control estatal, universidades e inversión pública-. Pero nos encontramos con nuevos desafíos –efectos medioambientales- y con la sospecha de que siguen existiendo resistencias ocultas al desarrollo tecnológico para el bien público –suelen atribuirse al interés de las corporaciones industriales-.

  Ya en el pasado la civilización ignoró evidencias palpables que tenía ante la vista. ¿Podría estarnos sucediendo algo parecido hoy, en otros ámbitos?

Lectura de “The Evolution of Technology” en Cambridge University Press 1988; traducción de idea21

miércoles, 15 de marzo de 2023

“Los orígenes primates de la naturaleza humana”, 2016. Carel P. van Schaik

  Los seres humanos estamos emparentados con los primates y descendemos de cierto tipo de primates probablemente no muy diferentes de los actuales grandes simios. Por lo tanto, tiene mucho sentido la tarea del primatólogo y antropólogo Carel P. van Schaik para averiguar todo lo posible acerca de cómo evolucionamos –física y mentalmente- de tales seres, pues así dispondremos de una base firme para comprender nuestra propia naturaleza.

Nuestra mejor conjetura es que [el concestor, antepasado común de homininos y grandes simios,] tenía vínculos masculinos, vivía en comunidades fusión-fisión [grupos que se dividen y reúnen] y formaba sistemas de emparejamiento políginos (p. 433)

  Este probable “concestor” sería, por tanto, bastante parecido al actual chimpancé (que tiene vínculos masculinos, hace fusión-fisión y es polígino).  ¿Y por qué no iba a ser así? El chimpancé, el gran simio por antonomasia, es probablemente, después del Homo sapiens, el mamífero más inteligente del planeta. Ahora sabemos que incluso cuentan con cierto sentido de la justicia.

Un ejemplo probable de preferencia moral en los chimpancés es la tendencia de los individuos de alto rango de ambos sexos para intervenir en las interacciones agonísticas entre no parientes de una forma imparcial, sin que se derive de ello ningún aparente beneficio (p. 360)

  Los llamados “homininos” son nuestros parientes directos pero, por desgracia, estos están todos extinguidos. En general, se considera que el “eslabón perdido” entre los grandes simios y los humanos es el llamado “Homo erectus”, denominación que se refiere en realidad a un tipo de seres que fueron evolucionando a lo largo de casi dos millones de años a partir del Australopiteco, un animal también parecido al chimpancé (como el “concestor”)… pero que era bípedo. 

  Con un cerebro tres veces más pequeño que el ser humano, el chimpancé no puede igualarnos cognitivamente. No es solo que no disponga de tanta memoria como nosotros, es que su capacidad para la vida social, que es lo que caracteriza sobre todo al ser humano, resulta muy diferente a la nuestra.

Los psicólogos cognitivos señalan hoy generalmente a la intencionalidad compartida (…) como la diferencia cognitiva clave entre los humanos y los otros grandes simios. La intencionalidad compartida es la formación de metas comunes y la coordinación de acciones en busca de estas metas comunes. Sugerimos que la motivación prosocial proactiva derivada dio lugar a la intencionalidad compartida porque permitía que las habilidades nacientes de la teoría de la mente en nuestros antepasados se derivara a fines prosociales y en consecuencia se incrementó  (p. 438)

  La prosocialidad es la clave de una vida comunitaria avanzada: el considerar, aparte del bien propio y de nuestros parientes directos, también el bien común de toda la comunidad.  Pensar de otra manera en nuestras relaciones sociales nos lleva a una realidad social distinta.

  Las especulaciones de Schaik y otros científicos a partir de las pistas que tenemos son del mayor interés. Sin caer en la “falacia naturalista” –las cosas deben ser tal cual en el pasado siempre han sido- es mucho lo que podemos aprender de las tendencias innatas del ser humano. Por ejemplo, la monogamia es una invención cultural reciente que no parece encontrarse en nuestro pasado ancestral. No se la encuentra entre los últimos cazadores-recolectores conocidos.

Los grupos de forrajeros varían en composición a lo largo del tiempo pero generalmente contienen parientes genéticos (biológicos) en varios grados de parentesco, así como afines (por matrimonio) y varias personas que no están relacionadas de forma próxima con otros (…) No hay familias nucleares aisladas. (p. 354)

  Ahora bien, el amor romántico sí parece ser una realidad humana que no existe en los grandes simios y sí parece también una característica humana propia.

El amor romántico es un universal humano, lo que fuertemente sugiere que la elección de pareja estuvo originalmente libre de coacciones (p. 186)

  Estas diferencias, que son solo algunas de las más notables, se han desarrollado gracias a una capacitación cognitiva posible gracias a su vez a un cerebro de mayor tamaño. Pero ¿cuál pudo ser el mecanismo que seleccionase para el Homo sapiens un cerebro mayor, con una capacidad cognitiva mayor y con peculiaridades sociales tan especiales como la intencionalidad compartida y los enamoramientos?

  En términos generales, la interpretación evolutiva del origen de la vida humana está conformando ya su propio mito, alternativo al bíblico de Adan y Eva. En un principio -después del "concestor"- existían los australopitecos, que eran una especie de chimpancés que, aunque bípedos, también sabían subirse a los árboles. Con el curso evolutivo, los bípedos fueron perdiendo totalmente la protección de los árboles y eso hizo conveniente el desarrollo de sus cerebros, sobre todo para mejorar la capacidad de relacionarse socialmente dentro de grupos grandes y bien coordinados. 

El riesgo de predación [es] el mayor beneficio de la vida grupal entre los primates  (p. 271)

Como es usual en la evolución, todo fue un poco accidental, inducido por un factor externo: cambio de hábitat. En un punto hace 2.5 millones de años, los homininos se hicieron más carnívoros, cazando ungulados (…) Casi con certeza, esto era una actividad cooperativa que, como en los chimpancés, se basaba en el vínculo masculino (…) El movimiento decisivo, hecho hace unos 2 millones de años o algo más tarde, pudo haber sido pasar mucho más tiempo en la sabana abierta, más que en los límites de lagos o en los bosques.  (p. 434)

  Necesitaban buenos cerebros para vivir en grupos grandes –inteligencia social- a fin de defenderse de los predadores en un medio más inseguro que el bosque –los chimpancés duermen en los árboles por seguridad-, asimismo, les convenía, por el mismo motivo de defensa, desarrollar el uso de las armas de piedra: una puntiaguda roca tallada puede destrozar el cráneo de un leopardo. Además, tanto para las relaciones sociales, como para el desarrollo de herramientas como para emprender cacerías en grupo, el lenguaje y la transmisión de conocimientos resultaban una innovación de lo más conveniente.

[La] hipótesis del cerebro social (…) sugiere que los desafíos sociales favorecieron la evolución de cerebros mayores y especialmente el tamaño mayor del neocortex  (p. 438)

Compartimos y proporcionamos información los unos a los otros, una forma de comunicación declarativa  (p. 435)

Al menos desde la revolución del Alto Paleolítico hay un nuevo mecanismo en marcha llamado “cultura donada”, por el cual los más jóvenes reciben los productos ya acabados de la revolución cultural previa de sus mayores, de modo que no necesitan ir ellos mismos por todos los pasos que fueron necesarios históricamente para alcanzarlos  (p. 437)

  Grupos grandes para defenderse de los predadores, grupos que hay que mantener unidos mediante todo tipo de recursos cognitivos que hagan que cada uno acepte en alguna medida limitar sus intereses particulares por el bien común (intencionalidad compartida, por ejemplo). Invenciones como las armas de piedra o el fuego, que se transmiten y perfeccionan con el paso de las generaciones.

   El aumento del cerebro no es nada barato desde el punto de vista evolutivo porque este sofisticado órgano consume muchos nutrientes. Ya un cerebro como el del chimpancé es costoso de mantener: el de un Homo erectus abultaba el doble. Eso exige más alimento. La recolección de frutos y carroña ya no es suficiente y hay que cazar grandes animales cuya carne después conviene compartir (otra dificultad social a superar).

Los cazadores humanos van deliberadamente a cazar mientras que entre los chimpancés la caza es necesariamente oportunista y normalmente en respuesta a signos de presencia de presas (p. 120)

Debido a que la abundancia de carne no podía ser consumida solo por los cazadores, se habría dado el compartir la comida más allá de la cohorte de machos  (p. 434)

  Vamos más lejos: los homininos recién nacidos tienen que llegar al mundo hasta cierto punto prematuros debido a la dificultad de que sus grandes pequeños cerebros transiten por el canal del parto. Esto exige que a tan frágiles crías se les proteja de forma especial si se quiere que lleguen a adultos.

Una vez los homininos comenzaron a hacerse activos en el cuidado comunal [de los niños], tanto la tolerancia social como la enseñanza se convirtieron en inevitables subproductos (…) La enseñanza está ausente entre los grandes simios pero es notable en los humanos (p. 53)

Tenemos la hipótesis de que [la originalidad humana] fue el resultado del efecto de injertar la motivación prosocial de un criador cooperativo en las habilidades cognitivas del nivel de un gran simio. (p. 432)

  Esta protección para los niños tan vulnerables habría podido dar lugar tanto a la aloparentalidad –cría del niño con la ayuda activa de todo el grupo social- como al amor romántico –vínculo que ayuda a criar al bebé especialmente entre los dos progenitores-.

  La aloparentalidad, a su vez, habría podido dar lugar a la menopausia y la homosexualidad (más peculiaridades humanas).

El fenómeno de la menopausia es cualitativamente nuevo y único entre los humanos (p. 226)

La sexualidad humana [no] muestra ningún paralelo con otras especies: homosexualidad, masturbación y comportamiento sexual desviado (p. 175)

  La menopausia y la homosexualidad masculina contribuyen a la aloparentalidad: he aquí dos roles de individuos dentro del grupo que, no teniendo que cuidar de sus propios hijos pequeños –la mujer menopáusica tiene los hijos ya adultos y el homosexual no se interesa por la reproducción-, pueden desempeñar funciones auxiliares para sus parientes no directos.

  El homosexual, además, puede cumplir otra función de tipo sexual.

En las sociedades políginas, esta táctica reproductiva alternativa [homosexualidad] podría ser adaptativa para que los hombres consigan una pareja (p. 200)

   Aunque nunca podremos dar nada por seguro, las especulaciones arqueológicas suelen coincidir con los estudios acerca de las sociedades cazadoras-recolectoras actuales, que es muy probable que se parezcan bastante a las sociedades previas a la agricultura; y, en general, los hallazgos de los estudiosos de los grandes simios –primatólogos-, los de los paleoantropólogos y los de los etnógrafos que recolectan información de los últimos cazadores-recolectores suelen coincidir.

La evolución del sistema de forrajeros humanos es (…) debida a la combinación inusual de la vinculación de varones (en la cual la alianza de los miembros es crítica para la supervivencia y el éxito reproductivo) y la crianza cooperativa (en la cual todos los miembros de la familia apoyan proactivamente a las madres y la descendencia dependiente) (p. 333)

Rasgos clave únicos son la intencionalidad compartida y sus consecuencias: un vasto aumento de la inteligencia cultural (…) lenguaje (…) evolución cultural que incluye una tecnología en gran medida mejorada (…) y la moralidad, en particular su componente normativo (…) Estas diferencias encuentran su base física en nuestro cerebro, cuyo tamaño se incrementó hasta tres veces a lo largo de 2.5 millones de años. La hipótesis de la crianza cooperativa atribuye estos cambios al hecho de que las presiones selectivas asociadas con la cría cooperativa actuaban sobre un sistema cognitivo de tipo simio (p. 437)

El pensamiento abstracto libera a los individuos de las limitaciones del pensamientos y espacio inmediatos y así incrementa el tiempo para la planificación; y el pensamiento simbólico (…) hace posible representar gente, personas e incluso conceptos (tales como pertenencia al grupo) utilizando signos arbitrarios (p. 90)

  No cabe ninguna duda de que el Homo sapiens pudo utilizar estas peculiaridades para convertirse en el animal más temible del planeta. En grupos grandes, armados con hachas de piedra, disponiendo del fuego y sistemáticamente organizados, todos los predadores eran mantenidos a raya. Y sin embargo, esta fortaleza física ante los mamuts y los dientes de sable trajo también algunos problemas: la vinculación de varones que se da también en los chimpancés es probable que conlleve la aparición de la guerra. 

Datos empíricos apoyan la idea de que hay un beneficio para los chimpancés machos que ganan los enfrentamientos entre grupos (…) La guerra chimpancé parece una adaptación (p. 345)

[La guerra] es diferente de la reyerta, porque la reyerta implica violencia vinculada a conflictos individuales o familiares, no violencia entre unidades políticas  (p. 337)

   Más probablemente aún puede haber guerra si los sujetos están habituados a cazar en grupo grandes animales con armas cada vez más sofisticadas (ya no solo piedras talladas, también hachas, lanzas y arcos y flechas).

La guerra debería estar presente cuando se reúnan las siguientes condiciones: un grupo es mucho más fuerte que otro, beneficia ganar acceso a recursos controlados por otro grupo y hay poco beneficio de los intercambios pacíficos con éste (p. 346)

  Aunque hay antropólogos optimistas que consideran que la guerra no habría siempre existido, no es este el caso de Schaik.

  Ahora bien, la guerra también tiene algunos aspectos positivos:

Si bien violenta, la guerra es esencialmente cooperativa porque implica una coalición, tradicionalmente formada exclusivamente por hombres, que se unen en una lucha colectiva de alto riesgo. (p. 337)

  Estos grupos familiares complejos, con su herencia cultural, su gran capacidad predadora y habilidades sociales inesperadas como el lenguaje simbólico daría lugar también a otra peculiaridad única: la religión.

Uno puede proponer como función esencial de la religión moderna el reemplazo del rol de la reputación en sociedades anónimas a gran escala. Sin esta nueva forma de mantener la solidaridad y confianza intragrupal, estas grandes sociedades enseguida se descompondrían (p. 370)

  El Homo sapiens llega a convertirse en un mamífero superior de gran éxito: se calcula que seis millones de individuos llegaron a extenderse por todo el planeta y desplazaron no solo a los grandes predadores y a espectaculares ejemplares de megafauna, sino también a los últimos homininos no del todo humanos (como los Neandertales y los Denisovianos).

  El paso a la civilización se producirá tras un impresionante cambio climático hace diez mil años: surgirán la agricultura, la ganadería, los Estados organizados –asociaciones entre individuos que no se conocen personalmente unos a otros-, la escritura y todo lo que ya sabemos y que supone hoy, al fin y al cabo, nuestra forma de vida.

  La explicación del cambio probablemente la tenemos en estos orígenes prehistóricos. La guerra, por ejemplo, puede entrar fácilmente en una escalada: si quiero vencer al enemigo, me interesa tener el mayor número de combatientes y para eso me conviene producir la mayor cantidad posible de alimentos. Es probable, de hecho, que la guerra fuese el factor civilizatorio esencial. Pero todo asociacionismo, aunque sea para la guerra, implica aspectos positivos: hace falta que los individuos aporten recursos al bien común. Y si hay que combatir al enemigo, conviene no desperdiciar energías en las disputas internas.

  Necesitamos desarrollar la confianza mutua, desarrollar la camaradería, el amor y la amistad. La aloparentalidad es un buen comienzo. 

El mejor predictor de la presencia de prosocialidad proactiva en una especie es la extensión del cuidado alomaternal, un marcador de crianza común (p. 327)

   Y no es el único.

Actividades que aumentan la adaptación tales como el grooming están necesariamente acompañadas por una alta motivación para llevarlas a cabo, lo cual a su vez requiere algún sistema de recompensa fisiológico (…) El alogrooming está asociado con la liberación de endorfinas (p. 278)

Tenemos tendencias altamente prosociales, que son a la vez proactivas (espontáneas) y reactivas [condicionadas por solicitantes], que se ponen en marcha por estímulos que evocan la empatía y moduladas por la proximidad social (amistad, parentesco) (p. 354)

  La amistad ayuda, y para que la amistad se mantenga conviene evitar las provocaciones al conflicto.

El beneficio para el hombre [de realizar discretamente el coito] es que previene una competición abierta por acceso a parejas potencialmente fértiles lo que amenazaría la cooperación entre varones (p. 184)

  Finalmente, las religiones evolucionarán hasta el desarrollo de nuevas estrategias éticas. Pero el camino a la civilización no será sencillo. Desde luego, si la cooperación se nutre de las necesidades militares, la violencia nunca podrá ser vencida. Y si hay que guerrear y reunir recursos económicos con urgencia es inevitable que surjan tiranías y clases desposeídas y explotadas. Pero mientras más sepamos del origen de nuestras grandezas y nuestras calamidades más preparados estaremos para seguir afrontando los nuevos desafíos de la civilización.

Lectura de “The Primate Origins of Human Nature” en John Wiley & Sons, Inc 2016; traducción de idea21

domingo, 5 de marzo de 2023

“Cómo funciona Dios”, 2021. David DeSteno

  El psicólogo David DeSteno busca en su libro ilustrarnos sobre algo que todos siempre hemos sospechado incluso sin la ayuda de los científicos sociales: que si la religión ha existido durante tanto tiempo en la sociedad –simplemente, no se conoce ninguna sociedad ancestral sin religión- es porque la religión es útil (no todos los científicos sociales están de acuerdo con esto, pues algunos se han mostrado convencidos de que la religión es una especie de parásito en la mente humana).

Ser religioso –tomar parte en los rituales y prácticas de la fe- hace la vida mejor. (Introducción)

La práctica de la religión, en oposición a sus sostenes teológicos, ofrece un impresionante conjunto de tecnologías psicológicas probadas a lo largo del tiempo que, partiendo de nuestra biología, nos ayudan a resolver problemas que la adaptación biológica no puede resolver (Epílogo)

  Como psicólogo, DeSteno no puede ser indiferente a tales efectos beneficiosos.  El bienestar derivado de las prácticas religiosas puede confirmarse empíricamente. Las personas religiosas, cuando menos, están más sanas. 

En Estados Unidos la gente que participa más activamente en su fe informa de mejor salud que los que están menos comprometidos o que no están afiliados con ninguna religión (32% contra 27% y 25%, respectivamente) (Capítulo 5)

Un estudio sobre diez mil hombres israelíes mostró que ser parte de una comunidad ortodoxa disminuye el riesgo de un ataque al corazón fatal en un 20% comparado con quienes siguen un estilo de vida más secular, incluso teniendo en cuenta la edad, los niveles de colesterol y consideraciones de salud relacionadas (Capítulo 5)

Los creyentes fuman menos, beben menos, evitan el sexo arriesgado y usan más los cinturones de seguridad (Capítulo 7)

El efecto placebo no es un simple truco de charlatán; es una solución parcial a un problema, y una que las religiones han estado usando durante milenios antes de que la medicina moderna descubriera sus beneficios (Capítulo 5)

La fe religiosa lleva a un sentido calmante de certeza en la vida en que todo sucede por una razón. Esto reduce el estrés (Capítulo 5)

Rezar, cantar y moverse juntos impulsa la mente a fortalecer los vínculos sociales. Es la forma en que estos rituales sincronizan los latidos del corazón, la respiración y los movimientos corporales lo que crea un sentido de conexión entre la gente que de lo contrario nunca podría interactuar más allá de un rápido saludo (Capítulo 5)

  Y no puede faltar la consecuencia necesaria de tal tipo de planteamientos fisiológico-morales:

La psilocibina [componente de los alucinógenos] puede ayudar a sanar la ansiedad y la depresión que proceden del temor existencial. Al darse una dosis a gente con cáncer avanzado, el  75% informó de una elevación significativa del ánimo incluso cuando se enfrentaban a una muerte inminente. Sentían más conexión, más compasión y más gratitud por la gente y el mundo que los rodeaba. Muchos incluso comenzaron a confortar a sus preocupados parientes (Capítulo 4)

   Así pues, la religión funciona objetivamente como una especie de tranquilizante, alucinógeno u otro tipo de sustancia bioquímica, proporcionando efectos benéficos para el individuo y por ello es lógico que un terapeuta busque hacer compatibles todos los tratamientos que proporcionan alivio al paciente (es decir, tanto la religión, como las drogas, como el efecto placebo…).

  Especialmente significativo es el señalamiento del tono vagal.

Tu mente no solo se ve influenciada por las manipulaciones del cuerpo, sino que puede alterar el tono vagal mediante sus predicciones de futuro (Capítulo 4)

  A primera vista, el estudio de David DeSteno no parece completo en el sentido de que ignora las instituciones sociales que, en tiempos modernos, intentaron deliberadamente imitar las tecnologías psicológicas de la religión, sea inventando nuevas religiones a partir de las ya existentes –como la masonería o el culto al Ser Supremo- o añadiendo elementos rituales de tipo religioso a ideologías supuestamente racionales –los regímenes marxistas-.

[Hay] tres pilares comunes a la mayor parte de las fes. La primera es la pertenencia –reconocimiento de que los humanos son más felices cuando cuidan, apoyan y muestran compasión los unos por los otros-. El segundo es la transformación –la realización de que necesitamos encontrar caminos para desarrollar y compartir nuestros dones, competencias y experiencia-. (…) [El tercero es] la creencia de que estamos vinculados a algo mayor que nosotros mismos (Epílogo)

   Pertenencia, transformación y trascendencia: son características propias de toda religión, incluso de las más primitivas, pero, como habría dicho el astrónomo Laplace, “para esta hipótesis no es necesaria la existencia de Dios”. Con todo y con eso, hoy por hoy la estadística nos relaciona tal tipo de fenómenos benéficos con las religiones tradicionales (teístas e irracionales).

La aceptación religiosa es un remedio efectivo contra el estrés y la ansiedad. Aquellos que aceptan esta noción están más calmados que los demás en general y ante sucesos que específicamente provocan ansiedad (…) La aceptación puede darse no solo ante Dios sino también ante el Destino y los mecanismos inescrutables de un universo extremadamente complicado (Capítulo  1)

  Por ejemplo, los textos sagrados del marxismo soviético (¡o el “Mein Kampf” de Hitler!), debidamente interpretados por los camaradas ideólogos lograron dar a la gente, durante cierto tiempo, una orientación vital que equivalía a la aceptación: toda la vida social –y también la personal- se hallaba en función de un proceso histórico materialista del cual formamos parte. Es cierto que tal “religión” no llegó nunca a ser tan efectiva como las relacionadas con lo sobrenatural –tampoco el budismo ateo logró un éxito mayor- pero podemos reconocer en sus rasgos muchos de sus elementos característicos, como las ceremonias, la trascendencia, la comunidad -¡el Partido!- y los ritos de paso.

Los ritos de paso evolucionaron para centrarse en el autocontrol en los ámbitos intelectuales y éticos –áreas que tienden a ser más centrales en el éxito en las sociedades complejas-. Estos tipos de autocontrol pueden ser mostrados mediante la dedicación a aprender los edictos de una fe y a encarnar sus argumentos (Capítulo 3)

Lo que verdaderamente importa no son los textos exactos de las oraciones, sino el estar juntos, la sensibilidad y las acciones inherentes al ritual (Capítulo 7)

  David DeSteno se fija en algunos elementos psicológicos simples que aparecen recurrentemente en los rituales religiosos.

Si dices algo repetidamente en una situación cuando pareces estar haciéndolo por tu propia elección o con solo una tibia incitación, tus creencias comenzarán a cambiar. Y esto es especialmente cierto para las creencias que no se sostienen con firmeza (Capítulo 2)

Cuando se lee información que se presenta en pantallas situadas por encima del nivel de la vista, es dos veces más probable que cambien sus puntos de vista y acepten esa información (Capítulo 2)

  Experimentos psicológicos sencillos demuestran que los trucos del ritual pueden aplicarse de forma independiente sin muchos problemas.

Incluso rituales inventados recientemente, completamente arbitrarios pueden cambiar la mente (Capítulo 3)

  Por ejemplo:

Cuando estamos listos para comer, primero cortamos la comida en varios trozos, reagrupamos los trozos en el plato de forma que formen un patrón genérico y finalmente golpeamos los cubiertos tres veces en cada trozo de comida antes de dar un bocado (Introducción)

  Esto último lo hacen para ayudar a restringir la ingesta de alimentos en los casos de comedores compulsivos. Los rituales complejos funcionan como una acumulación sistemática de este tipo de sencillos trucos.

  Por supuesto, DeSteno está interesado sobre todo en las estrategias religiosas que llevan a una vida más prosocial.

Los psicólogos como yo estudian cosas como la generosidad, la empatía, la resiliencia y el perdón. Y si como científicos aprendemos más sobre lo que ayuda a promover estos sentimientos y comportamientos, podemos también sugerir pasos prácticos que la gente puede tomar para mejorar sus vidas (Introducción)

  Obviamente, en la época del terrorismo yihadista, no se va a dejar de reconocer el peligro antisocial de las estrategias religiosas.

Algunas de las herramientas religiosas proporcionadas por la religión pueden usarse para propósitos malignos. Pero eso no es razón para condenar todos los fenómenos implicados, especialmente cuando hay una amplia evidencia de que otros artículos de la caja de herramientas religiosa pueden promover los rasgos más nobles de las personas (Introducción)

  ¿La mejora de las costumbres sociales en los últimos tiempos –libertad, tolerancia, racionalidad- debe mucho a la religión? No hay pronunciamiento expreso sobre ello.

La religión es uno de los más antiguos, y entre los más efectivos, medios de alentar el buen comportamiento, particularmente en grandes y complejas comunidades del tipo que han dominado la civilización humana durante los últimos seis mil años (Capítulo 2)

  Siempre será difícil demostrar que, en la evolución moral, las innovaciones religiosas, por su cualidad para ser interiorizadas por el individuo a través de la dimensión de “lo sagrado” –es decir, aquello que genera reverencia o repulsión de forma similar a la del instinto-, han sido las más importantes, pero no cabe duda de que la elaboración doctrinal religiosa siempre ha tenido más repercusión en las masas que las discusiones filosóficas de tipo académico.

  El autor tiene mucho cuidado en no señalar a unas religiones como mejores que otras, ya que está claro que cada una incorpora estrategias diferentes. Por ejemplo, los beneficios de la meditación parecen altamente prosociales.

[En un experimento de psicología social,] el 50% de aquellos que habían hecho meditación en las últimas ocho semanas ofrecieron su asiento [a una persona discapacitada en un transporte público]. Solo el 16% del grupo control hizo lo mismo (Capítulo 6)

   En general, no puede ser mala una organización de creencias que tiene tan buenos efectos para la vida en común, pero la conclusión de todo esto no debería ser conformista.

Lo que la mayor parte de los científicos sociales, sacerdotes, imanes, chamanes y rabinos comparten es un deseo de ayudar a la gente a vivir vidas mejores (Epílogo)

  La motivación primaria –deseo- no parece ser esa. Científicos sociales, sacerdotes y chamanes buscan por encima de todo el prestigio social, tanto como cualquier otro profesional competente. Otra cosa es que su competencia en particular –en base a la cual obtienen prestigio- trate en efecto de ayudar a la gente a vivir vidas mejores pero la diferencia entre el deseo y la función es importante al tratarse de los ideales máximos de las religiones modernas: la motivación para obtener prestigio del sacerdote, imán o psicólogo puede llevar –dependiendo de las circunstancias- tanto a ayudar a los menesterosos como a predicar la guerra santa.

   Sí es verdad que la psicología del comportamiento religioso –de las religiones más aceptadas hoy en nuestra sociedad, las llamadas “compasivas”-  implica por encima de todo un estilo de vida que está directamente relacionado con los descubrimientos de psicólogos como DeSteno acerca de que la salud humana y las relaciones sociales óptimas están conectadas con los comportamientos prosociales: compasión, armonía, mutua ayuda, altruismo, afección. Estos ideales pueden ser impulsados por las estrategias descritas en este libro, pero las motivaciones éticas tienen un origen que probablemente va más allá de los convencionalismos del momento.

  Por lo tanto, lo coherente desde el punto de vista psicológico es definir cuál es el estilo de vida que más puede cumplir los objetivos éticos de la religión en un sentido absoluto y objetivo. La tradición religiosa –con sus textos sagrados arcaicos, sus divinidades sobrenaturales y sus congregaciones étnicas- no va en el sentido exacto de la prosocialidad tal como la comprendemos hoy.  Ni siquiera el ritual es la mejor estrategia psicológica imaginable para alcanzar los ideales éticos más elevados: las terapias personalizadas con componente participativo y afectivo, generadoras de confianza, dan mejor resultado (desde el sacramento católico de la confesión a los “doce pasos” de Alcohólicos Anónimos).

   Reconocer los hallazgos en el pasado de las tradiciones religiosas para el bienestar humano no implica dejar de exigir a nuestra capacidad para destilar y mejorar las sucesivas estrategias de psicología social. Es probable que Dios no funcionara tan mal, pero a partir de la experiencia del pasado podemos lograr cambios futuros en el estilo de vida que funcionen aún mejor.   

Lectura de “How God Works” en Simon & Schuster 2021; traducción de idea21