lunes, 25 de agosto de 2025

“Normas racionales”, 2021. Shaun Nichols

  La moral se basa en normas o da lugar a normas. Consiste en elegir lo que uno debe o no hacer ante las opciones que se le ofrecen para procurar el bien propio sin perjuicio del bien común, ponderando los distintos ámbitos de interés. 

   Las normas no tienen por qué ser impuestas por coerción social –normas legales-, las normas pueden estar ya previamente interiorizadas en la conciencia de la persona y también surgir hasta cierto nivel espontáneamente por condicionamiento del entorno e incluso siguiendo pautas innatas; pero lo  que el filósofo Shaun Nichols quiere enseñarnos es que las normas más eficaces y beneficiosas son las que elaboramos racionalmente.

  Esto puede contrastar con nuestra sensación de que las elecciones morales, por mucho que se puedan describir mediante la razón, requieren para existir del factor emocional: amamos el bien y odiamos el mal.

La visión que defiendo es obviamente racionalista en cuestiones importantes. Pero no implica rechazo a la significancia de las emociones para el juicio moral. De hecho, pienso que mucha de la imagen sentimentalista [de la moral] es correcta. Las emociones juegan un papel crítico al amplificar las reglas de la moralidad  (p. xi)

  Tengamos en cuenta el “principio de benevolencia” de Henry Sidgwick:

El principio abstracto del deber de benevolencia [consiste en que,] en tanto que es cognoscible por la intuición directa el que uno está moralmente obligado a considerar el bien de cualquier otro individuo tanto como el propio, debe hacerse una excepción cuando juzguemos que lo es menos en el caso de que se vea así de forma imparcial, o cuando sea menos cognoscible o alcanzable  (p. 172)

  A este principio, Nichols objeta que existen los casos excepcionales de los psicópatas que, por su constitución emocional innata, no sienten la obligación moral de la benevolencia. Así pues, la racionalidad moral solo promueve la benevolencia en los casos de personas emocionalmente constituidas de forma convencional. 

   Con todo, anomalías aparte (¿trastornos de personalidad?), lo principal es que se sostiene que la benevolencia es la base de la moralidad sana. La benevolencia es un estado emocional (en cierto modo, opuesto a la agresividad), pero su desarrollo racional en el contexto social es lo que nos puede llevar a un sistema de relaciones óptimas para el bien común. 

  Una de las necesarias observaciones que surgen a partir de la consideración racional de nuestras emociones morales es que nuestra sensación de moralidad tiene que ver con cómo juzgamos al agente moral. El mal es lo que hacen las malas personas, y no tanto las malas consecuencias de una acción incorrecta.

Tendemos a tener reglas que prohíben acciones más que reglas que requieren minimizar las malas consecuencias (p. 183)

Los niños tienden a tratar las reglas sociales y morales como basadas en actos más que en consecuencias (p. 133)

Los deontologistas mantienen que la distinción entre hacer algo y permitir que tal cosa suceda es una distinción moralmente importante. Los consecuencialistas con frecuencia mantienen que la distinción actuar/permitir es moralmente irrelevante (p. 169)

  Esto se puede llamar sesgo acción/permisión. Tiene también que ver con la “suerte moral”: un conductor de tren negligente causó la muerte de ochenta pasajeros; incluso si bien es cierto que no se le debe castigar por cada una de las muertes igual que si hubiese cometido un asesinato… al tratarse de ochenta, la mera suma de responsabilidades menores conlleva un fuerte reproche (un castigo penal) dadas las consecuencias y no tanto dada la intencionalidad.

  En general, el estudio de la moral nos muestra la importancia de juzgar racionalmente, pese a nuestra emotividad

El aprendizaje racional proporciona una explicación mucho mejor que las emociones sobre cómo adquirimos los sistemas normativos en toda su complejidad (p. xi)

El juicio moral parece ser directamente motivacional. Cuando vemos algo como moralmente mal, esto típicamente proporciona al menos alguna motivación para no hacerlo (p. 30)

  Si la emoción es natural, la racionalidad también lo es. Puede predominar lo emocional, dadas las circunstancias, pero el peso psicológico de la razón no deja de hacerse notar y eso afecta también a las emociones. La emoción moral que surge de la reflexión racional acerca de los sucesos prosociales (causados por individuos que promueven el bien común) y antisociales (causados por individuos que dañan el bien común) es la más próxima a la justicia. 

  Por lo demás, es una idea fundamental el que el razonamiento y las ideas también afectan a la emoción. Se trata de una concepción fundamental en el desarrollo de la civilización y en ello se basan terapias modernas como la cognitivo-conductual y las relativas a la inteligencia emocional.

  ¿Y el proceso de elaborar racionalmente las normas morales? Esto se lleva a cabo mediante las instituciones, ¿en base a qué criterios deberían constituirse?

Las instituciones ecológicamente racionales son aquellas que serían seleccionadas por un agente racional que conociera nuestros fines, nuestras mentes y nuestros entornos (p. 175)

  La moralidad, por mucho que se base en tradiciones y la interpretemos emocionalmente, obedece a principios evolutivos relacionados con la naturaleza humana, y por eso el principio racional es el más válido de principio a fin. 

   Que la naturaleza humana pueda ser descrita evolutiva o ecológicamente no quiere decir que de forma espontánea contemos con una predisposición correcta de nuestra moralidad. Antes al contrario: no somos espontáneamente un “agente racional”, nuestra mente está llena de sesgos, prejuicios, supersticiones y condicionamientos de los que no somos conscientes y para lidiar con los cuales necesitamos un pensamiento racional lo más ponderado posible.  Este pensamiento racional, en sociedad, lo generan las instituciones.

   La comprensión racional de nuestra propia naturaleza es un proceso tremendamente complejo. La lógica es nuestra guía, pero hemos de llegar a ella merced a un procedimiento sistemático.

Ser racional es razonar de acuerdo con principios que se basan en las reglas de lógica, teoría de la probabilidad y demás (p. 12)

  Esto puede llevarnos muy lejos y puede cuestionar todo convencionalismo. Sí, la moral racional sustenta el orden social… pero si nos consta que las sociedades evolucionan, eso quiere decir que las instituciones mantenedoras del orden convencional no son suficiente. La lógica sustenta el orden, pero también hace visible su evolución (y evolución es “copia más modificación”) 

Lectura de “Rational Rules” en Oxford University Press, 2021; traducción de idea21

viernes, 15 de agosto de 2025

“Ambición moral”, 2024. Rutger Bregman

La ambición moral es la voluntad de hacer del mundo un lugar mejor (Capítulo 1)

  Nos urge tener un mundo mejor, de modo que, de entrada, debemos apoyar la ambición moral. Pero ¿a qué se refiere el historiador Rutger Bregman en concreto?

Charity Entrepreneurship” es un programa para (…) empresarios con ambición moral (…) Cada año, la dirección de la escuela presenta la cuestión de cómo puedes ayudar a tantas personas y animales como sea posible. ¿Cuáles son las mejores soluciones para los mayores problemas del mundo?  (Capítulo 6)

  Así pues, estamos en una dimensión emocional similar a la de los empresarios ambiciosos, pero en lugar de hacer dinero, se trata de hacer del mundo un lugar mejor.

¿Qué hay de los abolicionistas que lucharon para acabar la esclavitud o de las sufragistas que trabajaron por el derecho de la mujer al voto? (…) Cambiaron el mundo. El estadístico Nassim Taleb habla de una “minoría intransigente” (Capítulo 2)

  La mejora de la sociedad dependería en gran medida de unos individuos escogidos. Esto recuerda un poco a lo que escribió Pitirim Sorokin acerca de que el progreso moral depende de grandes personajes individuales.

  Nada que objetar a que para mejorar la sociedad debemos utilizar hábilmente los mejores recursos, y si la iniciativa personal de determinados caracteres es beneficiosa, sin duda ha de aprovecharse. A lo largo del libro, Bregman nos muestra algunos casos de gran interés, aparte de los abolicionistas y sufragistas. Por un lado, los logros de la Fundación Gates contra la malaria y el entramado de "Altruismo Eficaz", pero también historias menos conocidas.

[Katherine] Mc Cornick, [rica heredera hija del inventor de cosechadoras] (…) le hizo un cheque [a un brillante científico] y al final llegó a poner hasta dos millones de dólares a su disposición para que investigase. Unos pocos años más tardes el descubrimiento de “Enovid” por Gregory Pincus fue aprobado por el departamento de sanidad USA (Capítulo 7)

  La duda puede estar en que tal vez, exagerando la iniciativa de estos individuos ambiciosos, podemos estar cerrando el paso a cambios culturales de otro tipo. Por ejemplo, Bregman es partidario de que se mantenga el comportamiento convencional.

Simplemente no podemos ser personalmente conmovidos por la escala [estadística, masiva] del sufrimiento. Somos, bueno, humanos. No somos santos (Capítulo 8)

La mayor parte de la gente no quiere ser santos y es correcto que sea así. Estamos en la tierra para maravillarnos y caminar, para buscar y para pecar. Estamos aquí para vivir la vida (Epílogo)

  Olvida el señor Bregman que los cambios morales van unidos siempre a cambios de comportamiento y estilo de vida en general (ethos). Y de la misma forma que el comportamiento escéptico y racional del mundo ilustrado de hoy hubiese resultado inverosímil para las personas de hace dos mil años que vivían inmersos en las tradiciones, tal vez el comportamiento futuro del ser humano resulte muy diferente al convencional de hoy. Igual se parece más al de los "santos”. 

  Este tipo de comentarios probablemente busquen atraer a un mayor sector del público, pero quizá resulten contraproducentes porque pueden poner como demasiado fácil el que se lleven a cabo cambios enormes en el comportamiento humano.

  Mucho más sensato es cuestionarse:

¿Qué prácticas nuestras serán consideradas bárbaras por las futuras generaciones? (Capítulo 9)

  Buena pregunta, pero en realidad, Bregman no la contesta. Puede que las futuras generaciones consideren “bárbaro” que se anime al altruismo y al mismo tiempo a “pecar” y a “vivir la vida”. O más probablemente equiparen el fenómeno de la extranjería con el de la pasada esclavitud. O se escandalicen de la monstruosa desigualdad económica (aunque ya estaba injustificada hace unos cuantos siglos). O se escandalicen del desperdicio de talento en temas banales (como la publicidad, las finanzas o la venta de fruslerías).

  Todo eso implica también cambios en las costumbres.

  En cualquier caso, el libro de este autor, vinculado al movimiento Altruismo Efectivo, está lleno de buenas observaciones acerca de las cosas que ya se están haciendo bien.

  Ejemplo o no de “ambición moral”, el libro no olvida al que es casi el único de los magnates del mundo de Internet que ha realizado una loable tarea humanitaria.

Bill Gates, que pagó para desarrollar una vacuna de la malaria, cuando el gobierno y la empresa privada no estaban interesados (Capítulo 8)

  El caso de la malaria es uno de los más recurridos por la gente de Altruismo Efectivo: una enfermedad que para muchos no es mortal, y que sin embargo cuesta muchas vidas en los países pobres… vidas que podrían ser salvadas por relativamente poco dinero. Ésa es una de las tareas de las nuevas agencias humanitarias:

Gracias a los extensos análisis por parte de GiveWell, sabemos que la Fundación contra la malaria es una de las mejores organizaciones benéficas. (Capítulo 5)

  En cambio, la enfermedad del Sida recibe mucha más atención.

Se ha invertido cincuenta veces más en la investigación contra el Sida porque, bien, miles de activistas en los países ricos han luchado para financiarlo. No hubo tal movimiento por la malaria, probablemente porque golpea sobre todo a la gente pobre en los países pobres (Capítulo 7)

  No hay que ser un genio para darse cuenta de esto. En realidad, la “ambición moral” muchas veces consiste en alertar acerca de pequeños detalles que pueden salvar a muchos. Y de esto se nos dan unos cuantos ejemplos. Así, un plan surgido de Charity Entrepeneurships que era sencillo y barato, y que salvó muchas personas en la India: todo un éxito en la estrategia de coste-beneficio.

El mejor plan resultó ser el más simple: enviar a los padres mensajes de texto para recordarles que tienen que vacunar a sus hijos. Esto no costaba nada pero disparó la cobertura de las vacunas, lo que pudo salvar miles de vidas (Capítulo 6)

  En lo demás, los proyectos humanitarios han de abarcar todos los campos útiles. Por ejemplo, la tecnología. Es verdad que la tecnología de hace cien años ya hubiera sido suficiente para salvar a media humanidad de la violencia y la miseria… pero eso no niega que, aunque el mundo de 1925 hubiera dado un vuelco en la moralidad (al nivel de profetas que entonces ya eran conocidos, como un Tolstoy o un Gandhi)… aun así no hubieran podido disponer de los antibióticos hasta que los hubiesen inventado…

La ambición moral necesita tecnología (…) Ves manifestaciones contra fábricas contaminantes u oleoductos con pérdidas –y es correcto- pero nunca gente marchando con pancartas que digan “SUBVENCIONEN LA FUSIÓN NUCLEAR”, “NECESITAMOS YA ENERGÍA LIMPIA INFINITA” (Capítulo 7)

  Es más, tampoco estarían mal pancartas en las universidades para exigir a los alumnos de altas capacidades que se matriculen en institutos de investigación científica, en lugar de estudiar finanzas y marketing…

Necesitamos más éxitos como el Apolo. ¿Por qué no un programa Apolo para acabar con la pobreza y uno para detener el tráfico de personas, un programa Apolo para erradicar la malaria o acabar con el envenenamiento con plomo, o un programa Apolo para detener el calentamiento global o para erradicar a los patógenos más mortales del planeta? (Capítulo 10)

  En realidad, hay que recordar que tras el éxito del Apolo, el presidente Nixon puso en marcha la guerra contra el cáncer (no tuvo éxito definitivo).

  Y un buen señalamiento:

Alguien preguntó [a Matthieu Ricard] (…) si él no se arrepentía de nada, y contestó “No haber puesto la compasión en acción” (Epílogo)

    Matthieu Ricard es –o pudo ser- algo bastante parecido a un “santo”, pero sumergido en la búsqueda de la Iluminación budista y en la práctica sistemática de la meditación, su activismo idealista parece haberse orientado más hacia la calidad de vida de sus seguidores que a la práctica de la caridad. El credo de Altruismo Efectivo es el utilitarismo, que está vinculado más con la materialidad de la compasión de la cual la economía altruista tendría que ser su consecuencia necesaria.

Lectura de “Moral Ambition” en BLOOMSBURY PUBLISHING  2025; traducción de idea21

martes, 5 de agosto de 2025

“La salvación del alma moderna”, 2008. Eva Illouz

  El alma debe ser salvada porque en todo momento somos conscientes del peligro en que se encuentra. Con la ciencia y la tecnología, se pierde la confianza en los remedios espirituales de origen religioso.

De manera similar a las ideas religiosas (…) los conceptos elaborados en los espacios especializados y profesionales de los científicos moldean nuestra comprensión corriente de nuestro ambiente social y natural (p. 26)

El análisis expuesto en este libro ofrece un modelo implícito para el estudio de la cultura y del cambio cultural. (p. 301)

  La socióloga Eva Illouz nos muestra que tras la pérdida de influencia de las religiones en la sociedad moderna, lo que la ciencia puede ofrecer a nivel espiritual es, básicamente,  “psicología”. 

[La] situación dual de la psicología, simultáneamente profesional y popular, es lo que la hace tan interesante para el estudioso de la cultura contemporánea (p.18)

   En un principio, los psicólogos eran médicos del alma. El doctor Freud descubría los traumas y los curaba.

Al hacer del psicoanálisis el único camino hacia la salvación física, Freud sugería que la autoayuda no dependía de la propia resistencia moral, de la propia virtud o de la propia voluntad, pues el inconsciente podía tomar astutamente muchos caminos que conducían hacia la derrota de las decisiones de la conciencia. Si el inconsciente podía derrotar a la propia determinación a ayudarse a uno mismo, esto significaba a su vez que la perspectiva freudiana era, al menos inicialmente, incompatible con lo que se convertiría en la industria de la autoayuda (p. 199)

  ¿Autoayuda? Sí, en un principio, incluso en una sociedad materialista, incluso antes de la moderna "industria de la autoayuda", el alma podía ser curada a partir de la concepción decimonónica de la firmeza moral.

El siglo xix fue (…) el siglo del “descubrimiento del yo”: autobiografías confesionales, autorretratos, diarios, cartas y literatura sentimental y autorreferencial señalaban un vasto interés en la naturaleza de la interioridad y la subjetividad (p. 69)

[Hay] diferencias importantes entre la concepción victoriana y la concepción moderna del “yo verdadero”: para los victorianos, la intimidad era una oportunidad para expresar el yo verdadero, y la expresión del yo verdadero no conllevaba ningún problema en especial (…) Pero ahora la revelación del yo verdadero parecía conllevar problemas especiales y requerir un cuidado especial (…) La intimidad era presentada como un bien precioso pero difícil de obtener, como una meta que el yo podía lograr sólo de manera dolorosa. (p. 168)

   La del pasado, que creía en la fuerza de la voluntad, suponía una subjetividad menos quejica. Illouz nos recuerda, entre otros, el testimonio de Abraham Lincoln, que nunca dio importancia a las circunstancias de su pobreza en la infancia y juventud.

En conformidad con el estoicismo y la circunspección que dominaban gran parte de la cultura protestante, Lincoln se rehusaba a adornar la pobreza y el sufrimiento con un significado. En contraste con ello, la narrativa terapéutica consiste precisamente en adornar con el máximo de significado todas las formas de sufrimiento, tanto reales como inventadas.(…) La narrativa terapéutica (…) consiste (…) en extraer conclusiones a partir de los primeros años de vida. (p. 234)

  Y del principio llegamos al final: en la narrativa terapéutica la culminación de la vida es la “autorrealización”.

La afirmación de que una vida no autorrealizada necesita terapia es análoga a la afirmación de que alguien que no utiliza al máximo el potencial de sus músculos está enfermo (p. 221)

El mandato mismo de esforzarse por lograr niveles más altos de salud y de autorrealización produce narrativas del sufrimiento. (p. 226)

  Si partimos de una concepción terapéutica, médica, es lógico que se nos vea inicialmente como pacientes, como seres sufrientes necesitados de la asistencia de los especialistas.

  Ahora bien, tengamos a mano o no un terapeuta disponible, lo que estamos interiorizando también es una concepción racional de nuestra naturaleza. Los terapeutas no son augures ni sacerdotes: reflejan una realidad asequible.

Conceptos (…)  como “intimidad”, “sexualidad” o “liderazgo” (…) son el punto de contacto entre las instituciones de conocimiento especializadas y las prácticas culturales corrientes (p. 26)

La doctrina terapéutica ha transformado en una enfermedad lo que antes era clasificado como un problema moral, y puede así ser entendida como parte del fenómeno más amplio de la medicalización de la vida social. (p. 220)

El lenguaje de la psicoterapia abandonó la esfera de los expertos y se trasladó hacia la esfera de la cultura popular, donde se entrelazó y se combinó con otras categorías clave de la cultura estadounidense, tales como la búsqueda de la felicidad, la confianza en uno mismo y la creencia en la posibilidad de perfeccionar el yo (p. 200)

   Así, la medicalización y la introducción de conceptos científicos (médicos) en el lenguaje no tenemos que verlas como algo negativo. El libro de la señora Illouz señala los excesos, pero no niega el enriquecimiento social que ha supuesto que los individuos vean la problemática de la subjetividad como algo mejorable con ayuda de consejos sensatos en el marco de una sociedad racional y progresista.

La ideología del lenguaje promovida por la terapia reside en una serie de creencias: que el autoconocimiento se obtiene mediante la introspección, que la introspección puede a su vez ayudarnos a entender, controlar y adaptarnos a nuestro entorno social y emocional y que la expresión verbal es clave para las relaciones sociales (p. 305)

El conflicto [es] el resultado de transacciones emocionales, y la armonía [puede] ser alcanzada mediante el reconocimiento de dichas emociones y la comprensión mutua. (p. 99)

   Esto es una mejora con respecto a las cuestiones cristianas acerca de la salvación del alma. Es una mejora porque, naturalmente, se aleja de la irracionalidad de las tradiciones religiosas, pero también lo es porque proporciona al individuo más claves para esclarecer la verdad. Menos misterio.

El discurso terapéutico ayuda a justificar la afirmación de que el lenguaje es central en la constitución del yo en tanto es un medio dinámico de experimentar y expresar emociones (p. 22)

Muchas decisiones erróneas pueden tener lugar precisamente por no entender lo que otra gente puede pensar y no saber cuáles son sus actitudes (p. 287)

Se establece un estilo emocional cuando se formula una nueva “imaginación interpersonal”, esto es, un nuevo modo de pensar la relación del yo con otros, imaginando sus potencialidades e implementándolas en la práctica. (p. 28)

  Los excesos son unos cuantos. Para empezar, la terapia supone un gran negocio, y eso siempre resulta sospechoso.

La doctrina terapéutica funciona como una “zona comercial” cultural ampliada (p. 219)

   Y si el enfermo es el negocio del terapeuta, a éste nunca le interesará que sane del todo…

Los psicólogos presentaban el conflicto como inevitable pero superable, y sugerían que, si se los abordaba con cuidado, los [mismos] conflictos maritales podían ser contenidos e incluso resueltos (p. 158)

La perturbadora pregunta en relación con la distribución del sufrimiento (o teodicea) (¿Por qué los inocentes sufren y los malos prosperan?), que ha obsesionado a las religiones y a las utopías sociales modernas, ha sido reducida a una banalidad sin precedentes por un discurso que entiende el sufrimiento como el efecto de emociones mal manejadas o de una psiquis disfuncional, o incluso como una etapa necesaria del propio desarrollo emocional. (…) La psicología resucita vengativamente [ciertas] formas de la teodicea. En el espíritu terapéutico no existen el sufrimiento y el caos sin sentido, y éste es el motivo por el que, en el análisis final, su impacto cultural debería preocuparnos. (p. 308)

   Recordemos que la “Teodicea” es la doctrina del sufrimiento humano perpetuo. En una sociedad que establece metas tan específicas como la autorrealización humana, la intimidad y la felicidad conyugal tal vez sea inevitable aceptar el sufrimiento cuando no se alcanzan tantos objetivos a la vez. Pero en todo caso será por culpa del entorno y de los traumas infantiles.

El espíritu terapéutico (…) alienta un fuerte individualismo basado en un interés propio ilustrado, pero siempre con el objetivo de mantener el yo dentro de una red de relaciones sociales. El espíritu terapéutico promueve un enfoque procedimental para la propia vida emocional, en tanto opuesto a una vida emocional espesa o sustantiva. La vergüenza, el enojo, la culpa, el honor ofendido, la admiración son emociones definidas por su contenido moral y por una visión sustantiva de las relaciones, y estas emociones han sido convertidas cada vez más en signos de la inmadurez o de la disfunción emocional. (p. 137)

   La conclusión es que, como tantas veces, un intento de paliar un mal en una situación dada acaba cambiando la situación misma.

Marshall Sahlins [escribió que] “los hechos son ordenados por la cultura, [...] [y] en ese proceso la cultura es reordenada (p. 302)

Lectura de “La salvación del alma moderna” en Katz editores 2010; traducción de Santiago Llach