Giovanni Frazzetto es un joven neurólogo que acude a informarnos de las últimas novedades con respecto a lo que se sabe y a lo que se averigua acerca de las emociones humanas. Comencemos recordando que las emociones son determinadas pautas de conducta que experimentan todos los seres vivos.
Todos los organismos despliegan mecanismos emocionales primordiales innatos que se han conservado y que nos ayudan a sobrevivir. En los extremos opuestos de una escala de estos mecanismos se hallan la aproximación y la evitación, que son estrategias para lograr placer y evitar el dolor, respectivamente
Ahora bien, solo los seres humanos poseemos mentes autoconscientes capaces de establecer relaciones interpersonales de empatía con otros seres humanos, tan emocionales como nosotros.
El sentimiento es emoción que se ha hecho consciente. Aunque las emociones se desarrollan como procesos biológicos, culminan como experiencias mentales personales (…) La experiencia íntima es el sentimiento, la conciencia personal de aquella emoción (los filósofos llaman fenomenología al estudio de esta experiencia subjetiva)
Mediante las emociones, nuestras respectivas mentes se comunican unas con otras. Son la reproducción más fiable de nuestro mundo interior, que se proyecta al exterior en la expresión del rostro
En la evolución no hay contradicción entre razón y emoción, ambos mecanismos de comportamiento son interdependientes. En el ser racional la emoción tiene su razón de ser desde el punto de vista evolutivo.
La razón no puede operar sin el persuasivo consejo de las emociones
Por ejemplo, la fastidiosa emoción de la culpa…
Imaginemos (…) una vida, nuestra vida social e interpersonal, sin ninguna clase de culpa (…) Seguramente ganaríamos con ello mucho tiempo y tranquilidad interior. Sin embargo (…) estaríamos permanentemente cometiendo errores. No habría incentivo para cambiar o mejorar nuestra conducta.
Todo lo que juzgamos valioso en nuestras vidas está relacionado directamente con las emociones. Pero algunas de ellas parecen hacernos más desgraciados de lo que desearíamos
Las emociones negativas son la ira, la culpa, la vergüenza, la añoranza, el miedo y el dolor, todas las cuales implican algo a evitar o de lo que necesitamos defendernos. Las emociones positivas son la empatía, la alegría, la risa, la curiosidad, y la esperanza, todas las cuales implican la propensión y el deseo de abrirnos al mundo exterior
El principal problema con las emociones en la cultura contemporánea es que la codificación genética de nuestro comportamiento emocional se produjo evolutivamente durante la larga prehistoria, de modo que seguimos teniendo las predisposiciones emocionales de los antiguos cazadores-recolectores que llevaban una forma de vida que al ciudadano de hoy no le parece envidiable. La emoción de la culpa, que existe en todos los seres humanos, se experimenta de forma diferente según la cultura en la que se viva.
En cuanto emoción moral, la culpa es influida por los códigos y las normas de comportamiento de la cultura en la que se da. Las acciones o el orden del uso de la palabra que en una cultura se consideran inapropiados, pueden estar exentos de culpa en otra cultura.
Por lo tanto, para vivir bien en nuestra sociedad actual (que la mayoría no cambiaríamos por ninguna otra) debemos evitar la experimentación de las emociones negativas (no hacerlas desaparecer, por supuesto, pues eso nos destruiría como seres humanos) y quedarnos solo con las positivas dentro del marco cultural dado... bien que a veces no nos sentimos satisfechos tampoco con la seguridad del marco cultural dado: las emociones negativas nos atenazan de tal forma que se da una cierta pulsión de inconformismo el cual, muy poco a poco, da lugar a cambios culturales.
Una conocida tendencia de cambio cultural es la de tratar de desvincularnos emocionalmente de nuestro entorno, de forma que las desdichas no nos afecten. Ésta es la vieja táctica de la sabiduría oriental. La vieja táctica de la sabiduría occidental es compensar el malestar emocional con el bienestar emocional de las experiencias afectivas dentro de las relaciones interpersonales.
De todos los factores que influyen en nuestro bienestar emocional, el más importante, con gran diferencia, es el establecimiento de vínculos sociales y emocionales
La evolución cultural ha dejado abundantísimo testimonio del resultado del uso de diversas tácticas de control emocional. La ciencia neurológica pone ahora a nuestro servicio nuevos medios muy ingeniosos para hacernos ver cómo operan la voluntad y el entorno a la hora de ejercer este control.
Por ejemplo:
David Eagleman lo llama “entrenamiento prefrontal” (…) La técnica consistiría en observar en una pantalla la actividad de los circuitos cerebrales cuando se está luchando contra la tentación de dejarse llevar a algo perjudicial para uno mismo, como comer tarta de chocolate (…) Mientras uno se reprime, observa una barra que señala la implicación de los circuitos prefrontales y el logro del control. Si la barra es alta, es necesario trabajar con más ahínco.(…) Aprendemos qué estrategias mentales nos ayudan a bajar la barra, y el circuito cerebral correspondiente se entrenará en el logro de la meta deseada.
La zona prefrontal del cerebro es donde se halla nuestra parte racional, que intenta reprimir las reacciones emocionales indeseadas (que se generan en partes más “primitivas” del cerebro, estructuras del encéfalo que los animales también poseen, a diferencia del denso neocórtex, donde se encuentra también la zona prefrontal, y que es característico de las especies más desarrolladas, primates y, sobre todo, humanos). Como en el ejemplo de la tarta de chocolate, no se trata tan solo de evitar el sufrimiento ante las desgracias… sino también de evitar actos, aparentemente felices (pero irreflexivos) que a medio o largo plazo nos harán aún más desgraciados.
Una estrategia que la psicología ha refinado en los últimos tiempos ha sido la de las terapias verbales.
Hoy está claro que las terapias verbales de todo tipo no son simples intercambios intelectuales, sino un tratamiento biológico que afecta directamente al cerebro (…) La evocación de recuerdos, su elaboración y la reorganización de la atención hacia nuevas pautas de comportamiento producen cambios biológicos duraderos en el cerebro (…) Cuatro semanas de terapia normalizan la hiperactivación de la amígdala en pacientes que sufren trastorno de pánico. La terapia cognitivo-conductual se basa en el supuesto de que la angustia tiene su origen en distorsiones cognitivas (…) en pensamientos no realistas o exagerados (…) Los terapeutas nos alientan a emplear la plasticidad de nuestro cerebro (…) La psicoterapia penetra en nuestro cerebro a la misma profundidad que un neurocirujano
Freud formuló la teoría de que (…) un neurótico era una persona que reprimía la descarga de algún tipo de energía psíquica (…) Los síntomas de un paciente desaparecían casi por completo cuando se evocaba el momento de su primera aparición y se recordaban los acontecimientos desagradables o traumáticos relacionados con aquellos síntomas
Y la sabiduría de la Antigüedad ya impartía enseñanzas “sapienciales” y hábitos prácticos que trataban de apartar al individuo del sufrimiento de dejarse llevar por conductas irreflexivas. Algo tan valioso exigía atención.
De acuerdo con Platón, el alma humana estaba animada por tres tipos de pasiones o energías: la razón, la emoción y los apetitos (…) Las pasiones debían someterse a los dictados de la razón, fueran estos los que fuesen
Es posible evitar la terrible experiencia de angustia si nos entrenamos en la utilización de vías alternativas (…) Podemos aprender a no caer prisioneros de la angustia (…) apartándonos activamente de los pensamientos negativos, emprendiendo actividades placenteras mediante conductas constructivas
Mientras más sepamos acerca de cómo funcionan los mecanismos emocionales más podremos saber acerca de cómo desenvolvernos en las terapias reparadoras. Las cosas no siempre son lo que parecen y la enseñanza que es consecuencia de la observación resulta de la mayor utilidad. Aquí tenemos dos ejemplos: por un lado, la carga emocional determina sesgadamente nuestros recuerdos...
La mayor parte de los recuerdos de sentimientos o acciones morales positivas se relacionan con el pasado reciente, mientras que la mayoría de los recuerdos ligados a acontecimientos morales negativos se remontan a periodos muy lejanos de la vida. (…) Hay una distorsión interesada (…) Es como si reconociéramos el hecho de que, efectivamente, hemos sido malos, pero preferimos creer que actualmente somos mejores personas que antes
y, por otro, se revela la fragilidad de la voluntad frente a las emociones a la hora no solo de activar recuerdos, sino también de llevar a cabo acciones...
Se pedía a los participantes que emplearan su memoria a corto plazo para recordar un número y luego se les solicitaba que escogieran entre un bol de macedonia de frutas y una tarta de chocolate. Los que memorizaron un número de siete dígitos fueron incapaces de resistir a la tentación de preferir la tarta de chocolate a la macedonia de frutas (…) A menor carga cognitiva, mayor disponibilidad de fuerza de voluntad para resistir las tentaciones.
Las emociones negativas no pueden ser vencidas siempre en la medida en que no queremos renunciar tampoco a los mayores bienes. Precisamente, aquí se presenta la más grave objeción a las enseñanzas de la filosofía oriental acerca de evitar el dolor gracias a desvincularnos emocionalmente de las causas del sufrimiento.
La pena (…) es el precio inevitablemente alto que se paga por el vínculo afectivo con otras personas
La mayor parte de nuestras emociones subjetivas (las que más valoramos) se originan en la comunicación interpersonal de las propias experiencias emocionales. En estos episodios de comunicación e intercambio suelen producirse fenómenos de ocultación, fingimiento y manipulación, estrategias propias de la mayor parte de los seres vivos pero que resultan contraproducentes en la vida propiamente humana, dentro de la cual la confianza y la cooperación siempre resultan más provechosas que entre los animales inferiores. La observación y la consecuente enseñanza de la expresión emocional humana nos proporcionan ciertas habilidades que podríamos aprovechar.
Cuando una sonrisa es sinceramente alegre, también se contrae el músculo que rodea los ojos, llamado orbicular (…) Aunque se pueden alargar y extender voluntariamente los labios para producir una sonrisa que manifieste cortesía (…) es imposible mover ex profeso el orbicular. De ahí que no se pueda fingir una sonrisa de alegría
El hecho de que algunas manifestaciones emocionales puedan observarse y no puedan fingirse es extremadamente alentador: supone que podemos contar con algunos indicios viables para asegurarnos de cómo reaccionan nuestros semejantes, y la confianza en las relaciones intersubjetivas es la clave para alcanzar buenas relaciones de cooperación: cuanto más se aprenda con respecto a la fiabilidad de las manifestaciones emocionales, tanta más confianza podremos obtener y tanto más mejorará la cooperación.
Cualquier estudioso de las emociones humanas y sus repercusiones sociales puede observar que en nuestra cultura actual se pone un énfasis especial en la “empatía”, un concepto psicológico que se define como la
capacidad para reconocer lo que otra persona está pensando o sintiendo, identificarnos con ello y reaccionar con un estado emocional comparable (…) Es la columna vertebral de nuestra vida social (…) Tiene el poder de ayudar a mitigar circunstancias difíciles (…) La ansiedad, la culpa, la tristeza, la desesperación, se ven hasta cierto punto atemperadas si son compartidas con otras personas
El descubrimiento reciente de las ya famosas “neuronas-espejo” ha servido para respaldar el aparente acierto de la cultura occidental en profundizar en la introspección mutua, de subjetividad a subjetividad, como forma de alcanzar más altos niveles de confianza. Los avances de nuestra cultura en este sentido se han expresado en el arte literario, en las ciencias sociales y en iniciativas sociales como la defensa de los derechos humanos y las libertades.
Las neuronas-espejo (…) solo se activan si el movimiento implica una interacción entre el agente del movimiento y un objeto, no si el movimiento carece de un objetivo o una intención específicos. El simple hecho de mover el brazo sin un propósito no es suficiente (…) La actividad neuronal de observar una acción refleja la actividad de realizar esa misma acción
Esta fijación en los “propósitos” ajenos implica una identificación de lo más privado de la subjetividad: la voluntad de actuar de otro la percibimos automáticamente como equivalente a la nuestra. Empatizar supone aprender a confiar en el otro como semejante. Es la clave de la confianza y la cooperación.
La capacidad de percepción, de imitación, de aprendizaje y de desarrollo de las conductas ajenas ofrece posibilidades que aún están por explorar. El doctor Frazzetto es lo suficientemente perspicaz para fijarse en el pequeño descubrimiento del director teatral Stanislavski
Se dio cuenta de que mediante la selección y cuidadosa preparación de unidades clave de acción física coherentes con la lógica del personaje y las circunstancias de la pieza, el actor podía aprender, por reflejo, a expresar en toda su plenitud la experiencia psicológica de la emoción (…) Al trabajar sobre acciones secundarias como por ejemplo cerrar los puños y tensar los músculos del cuello, los actores desencadenan la ira (…) Debían cultivar una fuerte creencia en sus acciones y sus motivos
Los psicoterapeutas harían descubrimientos parecidos más adelante (y aprovecharían las técnicas de actuación en estrategias terapéuticas como el "role playing") pero las religiones, que Frazzetto apenas menciona, han sido siempre, a lo largo de su desarrollo histórico, compendios de expresión social, de pautas de conducta moral y de modelos emocionales. Los muy contenidos protestantes del norte de Europa han acabado desarrollando las civilizaciones más exitosas en lo social y lo económico, ¿es eso indicativo de la vía a seguir en el desenvolvimiento emocional que pueda ayudar al avance de las civilizaciones?
El descubrimiento de la plasticidad del cerebro tiene una enorme relevancia si pensamos en su significado e importancia en, por ejemplo, la superación de pautas de miedo no deseadas, o incluso el perfeccionamiento de nuestra aproximación al tema del amor
La educación de las emociones, el uso de la “inteligencia emocional”, es sin duda un camino que coincide con buena parte de las aspiraciones de la Antigüedad a alcanzar la felicidad y la virtud. Los científicos como Frazzetto dan su aprobación a todo este tipo de estrategias. Con nuestro cerebro “plástico” y con medios como la educación, las prácticas de empatía propias de la expresión artística (especialmente la literatura), las terapias verbales (la psicoterapia cognitivo-conductual supone la formulación más moderna en este aspecto) o incluso la meditación, podríamos vivir casi en el paraíso. Podríamos vivir sin miedo, sin ira, abastecidos diariamente de amor y de goces reposados… la ciencia nos lo permite.
Debemos reflexionar, sin embargo, acerca de que, hoy por hoy, ciertos estados emocionales que causan dolor a uno mismo y a otros (la ira, el desprecio, la crueldad…) no están concebidos en nuestra cultura científica actual como trastornos. Según el famoso Manual Diagnóstico de Trastornos mentales (DSM) de los psiquiatras norteamericanos
para atribuir naturaleza clínica a un estado, éste “no ha de ser solo una respuesta esperable y socialmente aprobada a un acontecimiento particular”
Esto quiere decir que, por ejemplo, la depresión puede ser considerada un trastorno, pero no la venganza, el amor propio o la mera crueldad, reacciones emocionales terriblemente dañinas para la convivencia. No estando calificadas como delitos ni como enfermedades (los “tipos penales” no se basan en las emociones ni en las “intenciones”... de la misma forma que la determinación de la “naturaleza clínica” de los comportamientos dañinos varía según las épocas) no merecen sino escasa preocupación por parte de quienes estudian el comportamiento humano. De ese modo, las emociones determinan el sufrimiento o la dicha de cada uno, pero la razón humana, que se somete a la cultura del momento, no siempre está en condiciones de intervenir en ellas, aún teniendo esa capacidad.
Mantengamos cierta esperanza al considerar que, con todo, existe una tendencia civilizatoria a cambiar esto: la manifestación de ciertas emociones negativas (como el insulto, el acoso, la “crueldad mental”) comienzan a ser rechazadas públicamente.
No son pocos los psiquiatras que se quejan de este “sesgo de negatividad” de la ciencia de las emociones, según la cual solo se clasifican como trastornos los casos más extremos de manifestaciones emocionales dañinas, tanto para el semejante como para el mismo sujeto que sufre. Así, la ira y el desprecio no son, hoy por hoy, un problema médico y solo suponen un problema penal si, como secuela extrema de ellos, se cometen determinados actos… que no tienen por qué ser necesariamente los más dañinos. Igualmente, la angustia y la depresión solo supondrían un trastorno de acuerdo con ciertas convenciones
Una persona en proceso de duelo cuyos síntomas de depresión persistan durante un periodo superior a dos semanas es, en principio, candidata a recibir un diagnóstico de enfermedad mental
Pero si no sobrepasa ese límite, el especialista no tiene por qué intervenir…
El desarrollo del conocimiento acerca de las emociones y la importancia fundamental que tienen en nuestra vida real como seres sensibles es algo a lo que le queda mucho camino por delante y, dada la experiencia histórica, es probable que tenga mucho que ver con el desarrollo de lo que llamamos humanismo y civilización.
Hola! Un autor sobre este tema que podría interesarte es el psiquiatra italiano Eugenio Borgna, no sé si lo has tratado en tu blog. Tiene reflexiones muy profundas y útiles sobre las emociones.
ResponderEliminarL.
Muchas gracias por la sugerencia, Leandro. Voy explorando por Google sobre este autor del que nada sabía.
ResponderEliminar