viernes, 5 de febrero de 2016

“Grandes Dioses”, 2013. Ara Norenzayan

  El  psicólogo social Ara Norenzayan ha escrito un buen libro acerca de las funciones prosociales de la religión. Aunque hay quienes creen que las religiones son solo un subproducto de la mente humana -un tipo de superstición, como tantas otras- que obstaculiza las relaciones sociales de forma similar a como opera el Sesgo endogrupal (el diferenciar  sistemáticamente entre “los nuestros”, amigos, y “los otros”, enemigos), Norenzayan se inclina, muy documentadamente, por la opinión de que las religiones han sido un importante factor de mejora en las relaciones sociales. Y concretamente centra su estudio en determinado tipo de religiones, las que dan relevancia capital a la existencia de “Grandes Dioses”, a modo de autoridades celestiales.

Creer en vigilantes sobrenaturales alienta el buen comportamiento incluso si nadie más está vigilando, haciendo posible la cooperación entre extraños

  No todas las religiones que conocemos son de ese tipo

Un hecho sorprendente acerca de los espíritus y deidades de las sociedades cazadoras-recolectoras es que la mayor parte de ellos no tienen una gran preocupación por la moral

  Y, desde luego, en estas religiones no aparecen Grandes Dioses, sino una difusa gama de entidades sobrenaturales, espíritus de antepasados y brujerías varias, nunca omnipotentes ni omniscientes y a veces ni siquiera inmortales. Cabría entonces preguntarse para qué les sirve tener religiones. Tal vez las tengan simplemente porque no pueden evitarlo -“subproducto”- o tal vez las tengan porque su función social no tendría que ver tanto con la moralidad -el buen comportamiento- sino con insuflar en los individuos un sentimiento de pertenencia y compromiso grupal –cohesión-.

  ¿Eso quiere decir que estos pueblos primitivos (“el hombre en estado de naturaleza”) no se preocupan por la moral? Sí que se preocupan por ella, solo que la controlan por otros medios.

Las raíces tempranas de la religión no tienen una visión moral. Ganamos apreciación de por qué esto es así cuando nos damos cuenta de que en estos grupos [primitivos] íntimos y transparentes es constante el encuentro entre individuos emparentados y que así las reputaciones pueden ser supervisadas fácilmente, al ser difícil de ocultar las transgresiones sociales. Quizá es por eso que los espíritus y los dioses en estos grupos típicamente no se implican en la vida moral de la gente

  La conclusión del autor es, pues, sencilla y aguda: el control moral en los grupos pequeños donde todo el mundo se conoce tiene que ser diferente al de los grupos grandes donde surge el anonimato…

Las religiones prosociales, con sus Grandes Dioses que miran, intervienen y exigen muestras de lealtad difíciles de falsear facilitaron el incremento de la cooperación en grandes grupos de extraños anónimos

  La moral supone nuestra gran herramienta psicológica a la hora de facilitar una cooperación compleja inalcanzable para los seres no humanos. Se basa en el principio de “reciprocidad indirecta”, tanto en sociedades pequeñas y primitivas como en las más evolucionadas: yo me porto bien contigo para que todo el mundo sepa que soy justo y benéfico, con lo que tendré más posibilidades de que la gente confíe en mí y me ofrezcan, a su vez, buenas oportunidades de cooperación mutua.  El objetivo del comportamiento moral es, pues, ganarse una reputación.

El imperativo social para cooperar requiere que la gente estime atenta y regularmente las reputaciones de los otros

  Y esto es simple cuando siempre nos estamos viendo unos a otros y nos conocemos todos: los cazadores-recolectores viven en común todo el tiempo, no conocen la privacidad, raramente se relacionan con extraños… pero cuando cambia la forma de vida, aparece la agricultura e incluso las ciudades, entonces es cuando parece oportuno que se abra paso la idea de que existen

Grandes Dioses vigilantes con inclinaciones intervencionistas. Los creyentes que temían estos dioses cooperaban, confiaban y se sacrificaban por el grupo mucho más que los creyentes en dioses moralmente indiferentes o en dioses que carecían de omnisciencia.

  La teoría tiene sentido, pero también caben reparos y, en cualquier caso, da lugar a observaciones de largo alcance en torno a la psicología social. La principal, tal como la expresa Norenzayan, tiene que ver con la utilización del desarrollo de las creencias religiosas para el progreso social… y sus inesperadas consecuencias contrarias a la religión misma…

Las sociedades con mayorías ateas –algunas de las más cooperativas, pacíficas y prósperas en el mundo- subieron por la escala de la religión y entonces la tiraron fuera

  Es decir, parece indudable que el racionalismo lleva a que una sociedad renuncie a la creencia en los seres sobrenaturales, y sin embargo, hay una conexión aparente entre la evolución religiosa de las comunidades humanas (naciones, clases sociales) y su tendencia final al racionalismo en el que el ateísmo aparece como una consecuencia necesaria.

  En este esquema, se pasaría primero de sociedades con creencias en lo sobrenatural, pero sin dioses que se interesen por la ética, a religiones con muchos dioses interesados en alguna medida por la moralidad pero sin un ideario doctrinal de tipo ético (como los de la antigua Grecia), de donde a su vez se pasaría a religiones con un mensaje ético específico (normalmente de un solo Dios) hasta que se alcanzaría finalmente a formar una ideología social que puede prescindir de la creencia teísta gracias a la acumulación precedente de instrumentaciones psicológicas del pensamiento ético… De la misma forma que la alquimia y la astrología dieron lugar a la química y astronomía racionales, que acabaron desechando las “seudociencias” que les dieron origen, la religión cada vez más evolucionada habría acabado dando lugar al pensamiento racionalista y ateo.

  También es muy valioso tener en cuenta que la efectividad del condicionamiento por la supuesta presencia de seres sobrenaturales vigilantes -tanto como el condicionamiento moralista por las autoridades seculares- se ha tratado de comprobar mediante experimentos psicológicos, a modo de prueba empírica, tal como se documenta en este libro. Los experimentos más usados derivan de los conocidos tests del "Ultimátum" y del "Dictador", en los cuales se trata de detectar los impulsos cooperativos y altruistas en los sujetos.

El grupo que fue condicionado por la autoridad moral secular también mostró mayor generosidad que el grupo control –de hecho, tanta como se halló en el grupo de creyentes en Dios. (…) Esto es un importante hallazgo que muestra que los Grandes Dioses no son la única fuente de comportamiento prosocial –los mecanismos seculares, si están disponibles y se confía en ellos, pueden también hacer a la gente prosocial 

Cuando las instituciones seculares tuvieron éxito en incrementar la confianza y la cooperación en una sociedad, invadieron la función social de la religión y precipitaron su declive

  Una conciencia cívica estimulada por las autoridades seculares (Ley, Policía, Urbanidad) conseguiría, pues, efectos parecidos a los que consigue la conciencia religiosa en las sociedades teístas. Aunque Norenzayan no lo menciona, naciones oficialmente ateas como la Unión Soviética y la China comunista también lograban desarrollar el sentido moral a partir de su propia ideología. En muchas ocasiones, el requerimiento de “compórtate como un buen comunista” parecía tener tanto efecto como el de “compórtate como un buen cristiano” en otras sociedades.

  En otro experimento parecido a los del “Dictador” o el “Ultimátum” (el del “computador trucado”) se invocó simplemente la presencia de un fantasma en la habitación donde se ejecutaba.

A los participantes que fueron elegidos al azar se les dijo que el fantasma de un estudiante muerto había sido visto en la habitación del experimento; estos engañaron menos en el “experimento del computador trucado” [en el que ha de vencerse la tentación de engañar] (…) Un estudio diferente recogió este efecto –pero esta vez a los participantes se les evocó a Dios subliminalmente

  Ha de tenerse en cuenta que en la mayoría de estos experimentos no se realizan apercibimientos explícitos. Por ejemplo, tan solo se mencionan –se “dejan caer”- algunas palabras clave cuyo contenido simbólico parece relacionado con la capacidad para la inhibición del comportamiento en términos morales (palabras relacionadas con la divinidad o relacionadas con las instituciones cívicas seculares, como “policía”, “jurado”, “ley”). En otros experimentos  basta con poner un dibujo o fotografía que represente unos ojos que nos miran.

   Lo importante es constatar que a lo largo del proceso civilizatorio se han probado todo tipo de trucos que son más o menos los mismos que ahora los psicólogos catalogan pacientemente. Uno de ellos es el "efecto ideomotor"…

Considerar un pensamiento nos hace más probable que hagamos algo consistente con él y, de hecho, hay cientos de estudios en psicología que demuestran tales efectos ideomotores. En un estudio clásico [en Estados Unidos], por ejemplo, jóvenes participantes fueron inconscientemente cebados con estereotipos de ancianidad (palabras tales como “Bingo”, “Florida”, “ jubilación”). Entonces los investigadores disimuladamente observaron a los participantes al abandonar el laboratorio. Los participantes que pensaron en el estereotipo de ancianidad caminaban más despacio

  En otros experimentos se utilizaron recordatorios religiosos para afrontar situaciones estresantes.

Las evocaciones religiosas endurecían a la gente, haciéndola más capaz de soportar experiencias desagradables

  Lo que confirma lo que han observado testigos de catástrofes y otras situaciones trágicas…

  Queda claro entonces que las religiones son, en buena parte, conjuntos de estrategias para el desarrollo del control inhibitorio del comportamiento en un sentido prosocial.  La educación también promueve el comportamiento prosocial, pero la diferencia entre educación y religión está en que en la educación el sujeto participa conscientemente en la asimilación de reglas de comportamiento explícitas (por ejemplo, cuando se le enumeran las leyes que no debe vulnerar so pena de castigo), mientras que en la religión el individuo va asimilando inconscientemente inhibiciones de su conducta  a través de un heterogéneo conjunto de recursos, como doctrinas, mitos, rituales, obras de arte… Si bien una persona puede ser influida en su comportamiento por la religión que ha recibido desde su infancia, con independencia de su voluntad, también se dan los casos de cuando una persona se afilia a una congregación religiosa consciente de que esto va a influir en su comportamiento. De hecho, esta actitud, parecida a la de las personas que acuden a psicoterapia, ha sido vital en el desarrollo de las religiones. También las autoridades políticas han promovido la religión con fines prosociales (a Napoleón se atribuye haber dicho que "un cura le ahorraba diez gendarmes"). En cualquiera de estas circunstancias el mecanismo psicológico para la inhibición del comportamiento antisocial es diferente del de la educación (aunque pueden y, de hecho, históricamente sucede a menudo, que se mezclen, por ejemplo en la "educación religiosa").

Para la mayor parte de la humanidad, como en la mayor parte de la historia humana en la mayoría de las culturas, la religión es, y ha sido, el factor moral principal –el principal motivador de prosocialidad entre extraños

  Quizá Norenzayan exagera un poco la relevancia de los “Grandes Dioses” dentro del repertorio de los recursos religiosos para desarrollar inhibiciones del comportamiento en un sentido prosocial (no menciona la importancia de las redes sociales de afectividad y ayuda dentro de las comunidades religiosas, por ejemplo), pero en general la argumentación tiene bastante sentido.

La creencia en cierta clase de vigilantes sobrenaturales –Grandes Dioses- es un ingrediente esencial que, junto con los rituales y otros conjuntos interrelacionados de dispositivos de cohesión social, lograba unir a completos extraños dentro de comunidades morales cada vez más grandes a medida que la evolución cultural ganaba impulso en los pasados doce milenios

  Como hemos visto, las sociedades ateas son hoy las más prosociales… pero también hemos visto que la civilización no ha llegado fácilmente al ateísmo, de la misma forma que no ha llegado fácilmente a la ciencia, a la democracia o a la tecnología de vanguardia. Las raíces culturales de las sociedades ateas también son religiosas…

Parece que la gente educada en una cultura protestante es mucho más probable que moralice los pensamientos, y en consecuencia más probable que asuma que Dios juzga no solo los actos, sino también los pensamientos

  Como algún sacerdote católico ha observado, ser protestante (la fe religiosa predominante en las naciones que después han tendido al racionalismo y al mayor desarrollo social) es un primer paso para convertirse en ateo. Norenzayan cita el chiste de que la Iglesia Unitaria Universalista (una versión casi vanguardista del protestantismo anglosajón) “cree, a lo máximo, en solo un Dios”.

Quizá pensamientos altruistas inconscientes incrementan el comportamiento prosocial a causa de que los pensamientos de Dios están asociados con nociones de benevolencia, caridad y honestidad

    Esto es una digresión más en torno a la cuestión del “efecto ideomotor” en el discurso religioso, y aquí se nos puede ocurrir algo: que la religión protestante, como todas las religiones cristianas, hace uso de apelaciones muy vivas a emociones empáticas y altruistas como la caridad, la benevolencia, la misericordia, el sacrificio, la humildad, la resignación y la compasión, y que estas directrices psicológicas poseen un gran poder inhibitorio a la hora de afrontar sentimientos –tentaciones- como el amor propio, el interés propio, la lujuria y la agresividad… pero, sin embargo, la sociedad secular resultante de ello, aunque comparativamente más benévola que aquellas que no han pasado por esta etapa cultural previa, no incluye este tipo de directrices psicológicas “extremas” en su discurso cívico: el discurso cívico secular actual es más “pagano” que “cristiano”, ya que no promueve la santidad, la afección, la humildad ni la caridad, habiendo optado por valores menos emocionalmente comprometidos como el juego limpio, la justicia y la dignidad. ¿No podría esta diferencia explicar que aún no se hayan alcanzado mayores resultados en el desarrollo del comportamiento prosocial?

Cualquier cosa que reemplaza el vacío cultural dejado por la religión debe ser capaz de asumir las funciones sociales y hablar a las profundas necesidades psicológicas que cumplen las religiones prosociales

  El hecho es que al cristianismo religioso no lo ha reemplazado un cristianismo secular, mientras que la religión cristiana sí reemplazó a la religión clásica grecorromana (cuya cota moral más alta fue probablemente el estoicismo)… Una cultura de la santidad religiosa y teísta (es decir, inspirada por la supuesta presencia de entidades sobrenaturales) “bombardeó” psicológicamente los cerebros de los europeos durante dos mil años con demandas morales de un nivel tan alto (y que se mantenían vivas en mayor o menor medida sobre todo en el estamento eclesiástico) que aparentemente forzaron a una compleja transformación cultural al enfrentarse, con nuevos recursos mentales, a las instintivas emociones violentas y egoístas de siempre. El resultado ha sido, hasta el momento, la aparición de un ideal cívico humanista que ha alcanzado grandes logros… pero que parece haber renunciado –de momento- al ideal de las demandas morales más extremas, más prosociales –la santidad.

  ¿No sería el paso que falta el desarrollo de una ideología secular de la santidad, a fin de alcanzar una transformación social aún más avanzada?

  (Entendemos “santidad” como el comportamiento moral extremo que nos proporciona garantías plenas de confianza mutua: un santo es una persona cuya agresividad está completamente inhibida, que se ha despojado del amor propio, que a nivel universal empatiza, se comporta altruistamente y vive afectivamente en una dimensión equivalente a la de los lazos familiares más estrechos. Esto no es psicológicamente un imposible, pero sí muy infrecuente.)

    En cualquier caso, siempre es oportuno subrayar lo equivocado del juicio de que la religión ha significado un atraso en el proceso civilizatorio: todo lo contrario, la religión ha sido el instrumento de cambio cultural más importante de todos…

A lo largo del tiempo histórico, los patrones demográficos y culturales han favorecido los grupos religiosos prosociales

  Y, en contra de una creencia popular, tampoco la religión está muy relacionada con las guerras

En la “Enciclopedia de las guerras”, Phillips y Axelrod (…) encontraron que menos del 10% [de ellas] implicaban la religión en absoluto

  La guerra es muy anterior a la religión, y son el nacionalismo y sus equivalentes –el sesgo endogrupal- los que han causado la mayoría de los conflictos políticos armados.

No hay escasez de evidencia en el registro histórico y etnográfico en mostrar que el conflicto violento y noviolento ha sido endémico a la existencia humana

 En general, la religión ha resultado dañina solo cuando se ha puesto al servicio del sesgo endogrupal (hay excepciones, por supuesto, como las guerras de religión de Europa central en los siglos XVI y XVII… tras las cuales apareció por primera vez el humanismo secular, la Ilustración).

  Finalmente, no debemos confundir “religión” con las creencias en sí, porque lo más importante de la religión es su apelación inconsciente al control inhibitorio del egoísmo humano, y no tanto los contenidos ideológicos o teológicos sin contenido moral que suelen envolverla. Norenzayan cita la frase de Khalil Gibran: “¡Ay del pueblo que está lleno de creencias y vacío de religión!”. También podemos citar a Unamuno que en su novela “San Manuel Bueno, mártir” pone en boca de uno de sus personajes este vehemente consejo a un joven sacerdote: “¡Poca teología, eh, poca teología!: ¡religión, religión!

Aunque todavía no sabemos exactamente cómo lo hacen, los estudios muestran que la implicación en el ritual religioso, así como los recordatorios religiosos del ritual, incrementan la verosimilitud de ver como sagrados valores que de otra forma serían seculares

  Y la diferencia entre lo sagrado y lo secular es clara a nivel psicológico: lo sagrado es lo que nos mueve a experimentar asco o veneración de forma automática, es decir, a experimentar aquello que es propenso a actuar como inhibitorio, de forma parecida a un instinto. Para un devoto, ver a alguien pisotear un libro religioso genera ira… tanto como para un ateo prosocial puede serlo observar un abuso sexual. Los trucos religiosos (rituales, recordatorios… efectos ideomotores…) surten efecto… en mayor o menor medida. Lo mismo puede decirse de las prácticas de psicoterapia… aunque la psicología aún no se ha formulado como religión (y esto, probablemente, es algo que queda por hacer).

   De hecho, Norenzayan no menciona que, hoy por hoy, los métodos religiosos tradicionales de instauración automática de inhibiciones al comportamiento antisocial siguen siendo mucho más efectivos que el civismo secular (cuyo principal instrumento de transformación es la educación). Se requieren siglos de evolución cultural (básicamente religiosa, en un principio) para que una sociedad laica alcance los comparativamente buenos resultados en comportamiento prosocial que tienen hoy Suecia y Dinamarca, pero a un charlatán teísta (islamista o evangélico) le pueden bastar unos cuantos días para lograr que un delincuente antisocial se convierta en un ciudadano ejemplar, algo que sigue fuera del alcance de los psicólogos. ¿Por qué?

  Quizá, en buena parte, esto sea así porque, de momento, personas tan preparadas e inteligentes como Ara Norenzayan no dedican mucho tiempo a estudiar ese asunto… Aunque con libros como éste se demuestra que se están acercando cada vez más…

1 comentario:

  1. Éste artículo me ha hecho cambiar mi forma de ver la religión (no las instituciones religiosas).
    De ser un ateo dogmático, ahora soy un ateo evolucionado.
    Gracias amigos.

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