La cooperación es el gran problema de la humanidad. Nuestras dotes intelectuales nos permitirían alcanzar enormes logros si contáramos con una cooperación eficiente entre todos. Evidentemente es difícil alcanzar la plena cooperación, pero a lo largo del proceso civilizatorio se han hecho avances: de vivir en pequeñas comunidades hemos pasado a naciones políticamente organizadas hasta el punto de ser posible crear recursos tecnológicos de enorme poder económico.
El profesor de Ciencias Políticas Robert Axelrod trata de profundizar en las claves de la cooperación humana, pero no desde la psicología individual, sino desde la mera mecánica de los intereses particulares en conflicto.
Este proyecto comenzó con una pregunta sencilla: ¿cuándo debería cooperar una persona, y cuándo debería una persona ser egoísta en una interacción constante con otra persona? ¿Debería un amigo seguir haciendo favores a otro amigo que nunca le corresponde? ¿Debería un negocio proporcionar un servicio eficiente a otro negocio que está al borde de la bancarrota?
En las relaciones humanas reales intervienen muchos factores psicológicos propiamente humanos, instintos morales incluidos, pero la investigación de Axelrod es necesariamente conservadora –está, por tanto, “limitada” al planteamiento del “Dilema del prisionero", la situación esquemática por excelencia del conflicto entre intereses individuales- y por ello se encuentra en sintonía con los principios evolutivos propios de toda consideración ecológica: principios de supervivencia y reproducción de la estirpe más apta.
Si la cooperación apareciera justificada incluso desde un posicionamiento del todo egoísta (el beneficio de cada uno a partir de los beneficios comunes que son consecuencia de la cooperación) ¡tanto más estaría justificada la cooperación si a estos beneficios individuales evidentes le sumamos una posible predisposición psicológica al altruismo en los seres humanos!
¿Cómo puede una estrategia potencialmente cooperativa ponerse en marcha en un entorno que es predominantemente no cooperativo?
El egoísmo propio de los individuos que anteponen todo a su propio beneficio no es nada cooperativo. Normalmente, en la sociedad contamos con una autoridad central que impone orden y disciplina para evitar que los momentáneamente más afortunados avasallen y exploten a los menos afortunados. Pero supongamos que no existe esa autoridad central, que estamos tan libres como lo están los animales en su entorno ecológico.
Una perspectiva evolutiva: la consideración de cómo la cooperación puede emerger entre los egoístas sin una autoridad central (…) ¿Bajo qué condiciones emergerá la cooperación en un mundo de egoístas sin una autoridad central? Esta cuestión ha intrigado a la gente durante largo tiempo
La teoría de la cooperación que se presenta en este libro se basa en una investigación sobre individuos que persiguen sus propios intereses sin la ayuda de una autoridad central que los fuerce a cooperar los unos con los otros
El cálculo lógico da que, en el dilema del prisionero, la vía más segura, menos arriesgada, es “desertar” (o “traicionar”). Parecido al náufrago que “tiene que” matar a otro para apoderarse del único salvavidas con el que solo una persona puede sobrevivir.
Pero la vida real, y mucho menos la vida en sociedad, donde no somos solo dos individuos en una misma situación crítica, no funciona como el dilema del prisionero “a una sola jugada”. En sociedad, las interacciones entre los individuos son constantes a lo largo del tiempo y en diversas situaciones, de modo que el obrar egoístamente en una situación dada puede suponer un grave problema si, en otra situación posterior, necesitamos la ayuda de aquel al que previamente se la hemos negado…
Empecemos por considerar que un juego se caracteriza por las condiciones estrictamente controladas de las circunstancias de actuación. Y que hay muchas clases de juegos.
El dilema del prisionero continuado es completamente diferente de un juego como el ajedrez. Un gran jugador de ajedrez puede con seguridad usar la asunción de que el otro jugador hará el movimiento más temido. Esta asunción le proporciona una base para planificar en un juego donde el interés de los jugadores es por completo antagonista. Pero las situaciones que representa el juego del dilema del prisionero son bastante diferentes. Los intereses de los jugadores no están en total conflicto. Ambos jugadores pueden llevarse bien al conseguir la recompensa (…) por cooperación mutua o ambos pueden hacerlo mal al dar lugar al castigo (…) por mutua defección. Usando la asunción de que el otro jugador siempre hará el movimiento más temible la mayor parte tenderá a esperar que el otro nunca cooperará, lo cual a su vez te llevará a desertar, causando un bucle de castigo infinito. Así que, a diferencia del ajedrez, en el dilema del prisionero no es seguro asumir que el otro jugador está ahí para aniquilarte.
El dilema del prisionero “continuado” da lugar a una serie de posibilidades prometedoras. En su investigación, Axelrod y su equipo organizaron una especie de “torneo” de estrategias posibles que básicamente desarrollaban patrones de conducta a partir del reconocimiento mutuo de la reputación de unos y otros: yo, por ejemplo, actúo en beneficio mutuo, pero “el otro”, en lugar de mantener la pauta de cooperación, obra en su propio beneficio egoísta. ¿Cómo he de reaccionar? ¿Debo tomar siempre una represalia? ¿Debo ofrecer a veces un nuevo trato? ¿Debo insistir en mi actitud cooperativa con la expectativa de que “el otro” reconsidere su actitud?
Se probaron docenas de estrategias… Pero siempre ganaba la de reciprocidad directa, en inglés “Tit for tat”, “Toma y daca” (yo te doy si tú me das…). Ahora bien, esta estrategia exitosa de “Toma y daca” también incluye un espacio para la “amabilidad”, es decir: no siempre hemos de represaliar una falta de cooperación, podemos enviar una “señal” –una segunda oportunidad- para que “el otro” reconsidere su actitud.
Las normas de decisión amables son aquellas en las que nunca se es el primero en desertar
El resultado de la primera ronda del torneo computacional del dilema del prisionero concluyó que valía la pena no solo ser amable, sino también el perdonar (…) La lección uno [en la primera ronda del torneo] fue: sé amable y perdona. La lección dos [en la segunda ronda] fue: si otros van a ser amables y a perdonar, vale la pena intentar aprovecharse de ellos. (…) Pero a la gente que aprendió la lección dos tampoco le fue muy bien. La razón es que al intentar explotar las reglas de otros, solían ser castigados lo suficiente como para hacer que todo el juego fuera menos rentable para ambos jugadores de lo que la pura cooperación mutua lo habría sido.
Los individuos no tienen por qué ser racionales: el proceso evolutivo permite que prosperen estrategias exitosas, incluso si los jugadores no saben ni por qué ni cómo (…) No se necesita el altruismo: las estrategias exitosas pueden dar lugar a la cooperación incluso de un egoísta. Finalmente, no se necesita ninguna autoridad central: la cooperación basada en la reciprocidad puede cuidarse de sí misma. La emergencia, crecimiento y mantenimiento de la cooperación sí requieren algunas asunciones sobre los individuos y el marco social. Se requiere que un individuo sea capaz de reconocer a otro jugador con el que se ha tratado antes. También se requiere que la previa historia de interacciones propias con este jugador sean recordadas, de modo que el otro jugador sea consecuente
Estamos de enhorabuena: incluso basándonos en principios totalmente egoístas, conviene ser generoso, amable y perdonar. Claro que el que esto sea conveniente no quiere decir que sea evidente para todos. Motivo por el cual la cooperación siempre ha sido –y sigue siendo- difícil.
Si los hechos de la teoría de cooperación son conocidos por los participantes por anticipado, la evolución de la cooperación puede ser acelerada
El núcleo del problema de cómo conseguir beneficios de la cooperación es que el sistema de aprendizaje mediante prueba y error es lento y penoso. Las condiciones pueden ser favorables para desarrollos a largo plazo, pero podemos no tener disponible el tiempo necesario para esperar que los procesos ciegos nos muevan lentamente hasta estrategias mutuamente fructíferas basadas en la reciprocidad. Quizá si comprendemos mejor el proceso podemos usar nuestra capacidad para la anticipación a fin de acelerar la evolución de la cooperación
Buena parte de la sabiduría de la Antigüedad consiste más o menos en eso mismo: enseñar las consecuencias lógicas y evidentes de la cooperación, que en numerosas ocasiones se contradicen con la apariencia de que el egoísmo es rentable como norma universal. Al fin y al cabo, sí es cierto que el egoísmo es rentable en las ocasiones esporádicas en las que las circunstancias son lo suficientemente afortunadas para el abusador. Y todo abusador suele esperar tener buena fortuna. Pero ¿es razonable mantener expectativas a largo plazo en base a la esperanza de tener buena fortuna?
Por otra parte, las evidencias de los experimentos lógicos en torno al “Dilema del prisionero” continuado, muestran asimismo que la estrategia más rentable para todos, la reciprocidad generosa (“Tit for tat”), es siempre un poquito más beneficiosa para el abusador al que se da una segunda oportunidad y un poquito menos para el que lleva la iniciativa cooperativa, generosa.
[El que lleva la iniciativa en] TIT FOR TAT ni una sola vez consigue un beneficio mejor en un juego que el otro jugador. De hecho, es imposible. El primer jugador deja que el otro jugador deserte primero, y nunca deserta más veces que el otro jugador. Por ello, TIT FOR TAT consigue o bien el mismo resultado que el otro jugador o un poco menos. TIT FOR TAT ganó el torneo [de todas las estrategias posibles al dilema del prisionero] no porque ganase al otro jugador, sino por hacer surgir el comportamiento del otro jugador que les permitía obtener beneficio a ambos. (…) De modo que en un mundo de suma no cero no tienes que hacerlo mejor que el otro jugador si quieres hacer lo mejor para ti mismo (…) No tiene sentido ser envidioso
Detrás de la frialdad funcional de la teoría de juegos encontramos el origen evolutivo de muchas emociones éticas: generosidad, perdón, rechazo de la envidia… Es cierto que las emociones éticas se interiorizan, se viven como episodios gratificantes o mortificantes (son recompensa o castigo en sí mismas, no solo dan lugar a beneficios o perjuicios materiales correspondientes), pero en un sentido evolutivo tenemos que considerar que somos meros organismos biológicos que tratan de medrar en un entorno hostil.
El proceso evolutivo necesita más que un crecimiento diferencial de los que tienen éxito. Para ir muy lejos también necesita una fuente de variedad –de cosas nuevas, cosas que sean intentadas y puestas a prueba. En la genética de la biología, esta variedad es conseguida por mutación y por una renovación de los genes con cada generación. En los procesos sociales, la variedad puede introducirse por el proceso de aprendizaje mediante prueba y error.
Axelrod ha desarrollado sus teorías sin perder nunca de vista el comportamiento animal, la interacción de los agentes biológicos (bacterias, insectos…) en su incansable búsqueda del propio beneficio gracias o a pesar de los otros. De lo que se trata es de evidenciar esquemáticamente, incluso simbólicamente, las funciones motivadoras de los individuos emplazados a elegir entre egoísmo y cooperación.
Para dar cuenta de la existencia manifiesta de la cooperación y el correspondiente comportamiento de grupo, tales como altruismo y restricción de la competición, la teoría evolutiva ha adquirido recientemente dos tipos de extensiones. Estas extensiones son, dicho a grandes rasgos, la teoría del parentesco genético y la teoría de la reciprocidad
Sin duda, el factor del “parentesco genético” (padres que se sacrifican por sus hijos, en quienes pervive la herencia genética de los progenitores) excede la funcionalidad lógica del “Dilema del prisionero”… pero el elemento de la reciprocidad persiste. ¿Y qué reciprocidad? ¿A corto plazo? ¿A largo plazo? ¿Calculada hasta qué punto?, ¿controlada mediante qué medios?
Ninguna forma de cooperación es estable cuando el futuro no es lo bastante importante con respecto al presente. (…) Primer método para promover la cooperación: alargar la sombra del futuro. Hay dos formas básicas de hacer esto: al hacer las interacciones más duraderas y al hacerlas más frecuentes
Los planes de éxito social a largo plazo, las recompensas inmediatas de tipo moral, la obtención de estatus o los amaños de las instituciones bancarias, todos son mecanismos psicológicos que permiten mantener, en realidad o ficción, las interacciones a lo largo del tiempo con valor similar al que tendrían si se dieran en el presente. Yo no obtengo, en apariencia, recompensa alguna de suprimir gastos a lo largo de un plan de ahorro… pero psicológicamente sí que me hallo lo suficientemente satisfecho de estar obrando de forma correcta en base a mis expectativas. Estos planteamientos a largo plazo –esta “gratificación aplazada”- son los que hacen funcionar una sociedad compleja y progresista. Los delincuentes, en cambio, se caracterizan particularmente por no demorar nunca la gratificación, por practicar el… “Carpe diem”.
El objetivo será siempre mantener la estrategia de cooperación a pesar de las tendencias egoístas y de la ilusión de que el egoísmo es rentable.
¿Y cuándo uno se apercibe de que la cooperación es rentable? En un universo de egoístas, como en el “Dilema del prisionero”, todos y cada uno creerán que el egoísmo siempre es rentable. Si aparece alguien generoso, predispuesto a una reciprocidad con capacidad para perdonar las conductas egoístas… ¿cómo va a convencer a los otros, que abusarán de él, de que su actitud es la correcta?
El problema [para que surja la cooperación] es que en un mundo de deserción incondicional, un solo individuo que ofrece cooperación no puede prosperar a menos que otros estén cerca de él y le correspondan. Por otra parte, la cooperación puede emerger a partir de pequeños núcleos de individuos discriminativos en tanto que estos individuos tengan aunque sea una pequeña proporción de interacciones los unos con los otros. De modo que debe de haber un núcleo de individuos que usen estrategias con dos propiedades: la estrategia será primero cooperar, y después se discriminará entre quienes responden a la cooperación y quienes no
Cabe preguntarse cuándo los “Homo” comenzaron a desarrollar generosidad y perdón. Tuvieron que surgir, en alguna parte, de alguna forma, pequeños núcleos de individuos generosos y dados a la reciprocidad. Más adelante, pequeñas comunidades de este tipo pudieron desarrollarse y prosperar gracias a la “selección de grupo” que el mismo Darwin visionara en el principio de la teoría evolutiva.
Y a este respecto, no conviene olvidar que la interactuación no es la única forma de que se expandan las estrategias prosociales. A veces basta con la vecindad, de modo que se hagan presentes el ejemplo o el mero “aprendizaje observacional”
Un vecino puede proporcionar un modelo de rol. Si al vecino le va bien, el comportamiento del vecino puede ser imitado. De esta forma, estrategias exitosas pueden expandirse a lo largo y ancho de una población, de vecino a vecino
Conocer la conveniencia de la cooperación siempre será una gran ayuda. Pero tampoco debemos fiarnos mucho de que estas evidencias convenzan a todo el mundo. Al fin y al cabo, muchos creen que, de entre todos los abusadores, ellos precisamente jamás serán descubiertos y podrán así aprovechar los beneficios a su alcance.
Por otra parte, no somos, en general, meros agentes amorales en busca del propio beneficio (los que sí lo son, son los llamados “psicópatas”). En nuestra naturaleza contamos con sentimientos innatos de generosidad y altruismo… y en nuestro entorno social se inculcan, mediante complejas estrategias simbólicas (educación, religión…), otros muchos principios morales que nos hacen sentir aversión o atracción por determinadas actuaciones hacia otras personas… con relativa independencia de los beneficios materiales que obtengamos de ellas.
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