domingo, 25 de mayo de 2025

“El altruismo eficaz y la mente humana”, 2024. Schubert y Caviola

   El movimiento “Altruismo eficaz” (en el que participan Stefan SchubertLucius Caviola) tiene un origen completamente lógico desde el punto de vista humanitario.

La mayor parte de las donaciones no van a las causas caritativas más efectivas (…) [De elegirse las donaciones cuidadosamente, éstas] podrían ser al menos hasta 100 veces más efectivas que la caridad promedio, según algunos estudios (p. 1)

  Resulta absurdo que algo tan importante como las donaciones caritativas se desperdicien por el descuido de no tener en cuenta su efectividad. 

Podemos hasta cierto punto derrotar un gran número de misconcepciones sobre la efectividad caritativa y conseguir con ello incrementar la efectividad de las donaciones (p. 104)

  La pedagogía insistente de las buenas causas nunca es inútil, pero más necesario aún es comprender primero por qué en ciertos casos las personas promedio tienden a actuar irracionalmente.

La mayor parte de la gente no utiliza la consideración objetiva que usan para las inversiones cuando toman decisiones sobre donar a caridad (p. 12)

Los donantes no tienen la actitud de “no puedo esperar a contárselo a mis amigos” que tienen los consumidores e inversores  (p. 36)

Un estudio encontró que la gente ve a los donantes empáticos, que donan según su corazón, como personas más fiables y cálidas que los donantes calculadores que usan estimaciones coste-beneficio para determinar dónde realizar sus donaciones (p. 25)

  ¿Para qué donamos? ¿Cuál es la motivación de los actos humanitarios? Desde luego, no se trata del sentido del deber kantiano. Quizá un poco eso de “sentirnos bien con nosotros mismos”, pero, sobre todo, lo hacemos para incrementar nuestra reputación en el medio social en el que vivimos. Hagamos mayor o menor ostentación de nuestra caridad (hay viejas costumbres sobre eso) está claro que no queremos parecer menos fiables y cálidos, si, encima, estamos haciendo el mayor bien para el mayor número.

  Obrar “por el corazón” suele llevar a malas elecciones a la hora de hacer un bien efectivo a nuestros semejantes. Es como el dilema del médico que tiene que atender a los heridos graves de un accidente de tráfico: no debe necesariamente concentrar su atención en el que pueda estar en la situación más angustiosa, que es probable que ya no pueda salvarse, sino en aquel que tenga más posibilidad de cura. 

  Y, para colmo, donde aparentemente los donantes a causas humanitarias sí imitan a los inversores es en la diversificación (donar a causas variadas para que en lo posible nadie quede desatendido) ... y esto es también absurdo, porque si se trata de salvar vidas lo que cuenta es cuántas vidas se salvan, y no tanto salvarlas en lugares diversos o de riesgos diversos.

Normalmente tenemos razón para concentrar nuestras donaciones a la caridad más prometedora (p. 68)

   Algunas enfermedades son ciertamente terribles, como el Sida o el cáncer, pero otras que no tienen el mismo impacto entre el público son igualmente mortales… y más fácilmente curables.

La mayor parte de la gente [que participó en un estudio al respecto] se sintió más motivada [a donar] para la investigación del cáncer que a las enfermedades cardiacas o artritis. Tales sentimientos para causas en particular superaban la información sobre la efectividad (p.12)

  Según agencias como Givewell, resulta que podemos salvar una vida con una donación aproximada de 5.000 dólares que se dediquen al tratamiento contra la malaria en el África subsahariana… mientras que el tratamiento contra el Sida o el cáncer para salvar igualmente a una persona enferma puede costar muchísimo más (¿qué necesidad había, por cierto, de inventar el un tanto pueril dilema ético del tranvía, cuando convivimos diariamente con la realidad de los dilemas utilitaristas de la acción humanitaria?).

  De forma parecida, se suele decir que la caridad debe empezar por quienes están cerca de nosotros (enfermos y personas en precariedad en las mismas ciudades de los países ricos), pero…

Tiende a ser más efectivo para la gente en los países ricos ayudar a la gente en países en desarrollo que a sus compatriotas (p. 3)

  Los autores promueven estrategias que permitan solventar o aminorar las consecuencia fatales de estos absurdos y que, en suma, permitan salvar un mayor número de personas del sufrimiento y la muerte prematura. Organizaciones como GiveWell son extraordinariamente útiles al señalar cuáles son las mejores opciones. La pedagogía, por supuesto, es esencial.

Ni uno solo de los 167 participantes [en un sondeo de opinión acerca de cómo elegir dónde hacer una donación de dinero] eligió una caridad que los expertos clasificasen como que estuviera entre las más efectivas del mundo (…) [Sin embargo,] el 41% de los participantes que habían sido informados [de forma explícita y detallada sobre la efectividad señalada por expertos] sí que lo hicieron (p. 102)

  Y hay  otras estrategias efectivas que aparentan ser meros “trucos psicológicos”, como, por ejemplo, ofrecer “packs caritativos” que diversifiquen las donaciones… pero siempre atentos a que se incluya la donación más productiva entre ellas (esto es más rentable que intentar persuadir a los donantes de que incidan solo en las donaciones más eficaces). O incentivar las donaciones más efectivas con un refuerzo (por cada euro que dones a esta causa en concreto… la organización añade otro más).

Al dar tanto a su caridad favorita como a una caridad altamente efectiva, los donantes señalan tanto calidez como competencia (p. 110)

  El utilitarismo resulta, pues, un planteamiento convincentemente práctico cuando se trata de ayudar a nuestros semejantes. Solo eso ya hace muy necesaria la publicación de este tipo de obras de divulgación. Pero cuando nos cuestionamos el altruismo “y la mente humana” estamos implicando cuestiones más profundas y más trascendentes (y, al cabo, más útiles aún).

El sesgo contra el impacto indirecto puede ser un obstáculo crucial al altruismo efectivo porque algunas caridades con alto impacto indirecto han sido estimadas como más efectivas (p. 83)

  Un ejemplo de impacto indirecto es no financiar directamente a una agencia que distribuye vacunas en África, sino a una agencia especializada que se encargue de buscar donantes de alto nivel con estrategias de eficacia equiparable a la de los publicistas y lobbystas del gran comercio internacional… y cuyo personal altamente especializado, por supuesto, cobrará pingües salarios…

  Ahora bien, otros podrán opinar que, si la falta de caridad procede de un sistema económico enormemente injusto, ¿no sería mucho más productivo tratar de cambiarlo?

[Muchos] argumentan que sería más prometedor intentar modelar la política de los gobiernos. (p. 157)

  Hace cien años, un intelectual marxista lo habría tenido claro: hacer triunfar la lucha de clases en el mundo sería el altruismo más eficaz.

  Sin embargo, el fracaso de la lucha de clases no debe hacernos olvidar que aún hoy, en lugar de las meras estrategias “mecánicas” que se exponen en este libro a la hora de sacar partido a las tendencias caritativas hoy existentes (eficacia dentro del pragmatismo) podría ser viable la exploración de vías para el cambio social conducentes a un sistema económico basado en el altruismo.

  De hecho, la mera existencia de organizaciones como “Altruismo eficaz” ya es un buen síntoma de cambio social. Este movimiento hace unos quince años no existía, y se basa en un planteamiento racional y coherente para explotar los impulsos altruistas de los individuos motivados. Es importante considerar que en este libro también se contempla incentivar la motivación altruista. Y aquí surgen nuevas cuestiones, que algunos pueden  considerar hoy como "rebuscadas", pero que tal vez dejen de parecerlo dentro de poco.

Una interpretación ingenua del altruismo efectivo podría llevar a alguien a creer que está justificado mentir o robar por un bien mayor [como haciendo un desfalco o estafando a ricos inversores y después donar el dinero obtenido a caridad] (…) [Pero] mentir y robar por el supuesto bien mayor causaría que disminuyese la confianza social, que es un componente vital en una buena sociedad (…) Además, podría tener un alto coste reputacional para el altruismo efectivo (p. 155)

   ¿Y si una bella joven (que en otros tiempos hubiera podido ser monja) contrae matrimonio con un nada atractivo varón centimillonario o milmillonario a cambio de que éste done decenas o centenas de millones a obras de caridad? ¿Cuál sería el coste reputacional de una acción semejante? Al fin y al cabo, muchas heroínas de las novelas de Dickens, Balzac o Dostoievsky se sacrificaban casándose con un odioso señor adinerado para salvar a sus familias.

   Saltamos así de la ética utilitarista a la ética de la virtud. ¿No sería más útil cultivar estilos de vida basados en el altruismo, un poquito más allá (evolutivamente) del estilo de vida convencional actual?

  Los autores constatan que, de momento, no se da un crecimiento espectacular (ni aritmético ni geométrico) del movimiento del “altruismo eficaz”… y tienen la lucidez (eficaz lucidez) de observar las características psicológicas propias de quienes participan activamente en acciones altruistas.

La búsqueda de la verdad y otras virtudes epistémicas son cruciales para la práctica del altruismo efectivo (p. 131)

  Porque implican racionalidad. La búsqueda de la verdad debe incluir también la naturaleza cultural (culturalmente evolutiva) del comportamiento social humano. Y toda evolución consiste en “copia más modificación”, y toda evolución implica que pautas minoritarias acaban imponiéndose, por su eficiencia, en las mayorías.

En lugar de intentar alcanzar indiscriminadamente a la mayor parte de la población, los esfuerzos podrían tener como objetivo específico aquellos que están más abiertos al altruismo efectivo (p. 120)

  Es decir, construir minorías culturalmente activas (recordemos la “influencia de las minorías”) capaces de influir en el sentido de hacer evolucionar un estilo de vida que estuviese más basado en el altruismo. ¿Cuáles son las motivaciones del comportamiento altruista?, ¿a qué otras características emocionales se asocia el altruismo?, ¿cómo desarrollarlas, difundirlas, incentivarlas?

  ¿No contamos, acaso, con la evidencia de los cambios culturales (morales) de nuestro pasado reciente?, ¿por qué los cambios epistémicos referidos al racismo, la superstición o el sexismo que ya se han producido no pueden seguir evolucionando hasta acabar eliminando la concepción social actual que tolera la precariedad económica extrema en un mundo de gran riqueza? 

  ¿Cuál es la estrategia más eficaz para conseguir que prospere el altruismo más eficaz?

Lectura de “Effective Altruism and the Human Mind” en Oxford University Press 2024; traducción de idea21

jueves, 15 de mayo de 2025

“La idea del progreso”, 1920. J. B. Bury

   Entre 1815 (fin de las guerras napoleónicas) y 1914 (primera guerra mundial) el mundo parecía haber entrado en una época gloriosa, sin precedentes: ¡el progreso!

En 1850 apareció en París un librito (…) con el título “La idea del progreso”. Su interés está en el expreso reconocimiento de que el progreso era la idea característica de la época (Capítulo 17)

La historia tiene una meta, y la humanidad tiende perpetuamente, si bien en una línea oscilante, hacia un estado más perfecto mediante una creciente dominación de la razón sobre el instinto y el capricho (Capítulo 17)

  Este último texto acerca de que “la historia tiene una meta” es obra de uno de los más lúcidos visionarios éticos de la época, Ernest Renan. “Progreso” como “dominio de la razón sobre el instinto”. Aún hoy es una concepción creíble.

 Cuando John Bagnell Bury escribe su libro sobre la historia del progreso, en 1920, sin embargo, las brillantes expectativas se han ensombrecido: la espantosa –y absurda- guerra 1914-1918 ha arrastrado también el surgimiento de la Revolución bolchevique que a los autores ilustrados más sensatos recuerda siniestramente el Terror jacobino.

  Y de ahí la reflexión de la que nace este libro:

La frase “civilización y progreso” se ha convertido en un estereotipo e ilustra cómo hemos llegado a juzgar una civilización como buena o mala según si es o no progresista. Los ideales de libertad y democracia, los cuales cuentan con sus independientes y antiguas justificaciones, han buscado cobrar más fuerza al vincularse al progreso. Las conjunciones de “libertad y progreso”, “democracia y progreso”, nos encuentran en cada esquina. El socialismo, en su etapa temprana de su desarrollo moderno, buscaba el mismo apoyo. [Pero] los amigos de Marte, que no pueden soportar la perspectiva de la paz perpetua, mantienen que la guerra es un instrumento indispensable para el progreso; es en el nombre del progreso que los doctrinarios que han establecido el presente reino de terror en Rusia basan su actuación. Todo esto muestra el sentimiento prevalente de que una teoría social o política, o un programa, hoy es apenas sostenible si no puede afirmar que está en armonía con esta idea controladora. (Prefacio)

  Cien años después… ¿no participamos en cierto modo de esta decepción? Porque también en 1989, con la caída del muro de Berlín, se esperaba que se emprendiera una continuidad de progreso en el mundo entero. No nos viene mal entonces una reflexión sobre este concepto (o ideal) tan extendido hoy pero que nos aporta tanto desencanto.

  El “progreso” del siglo XIX era percibido por las masas sobre todo por el avance tecnológico y económico.

Entre 1830 y 1850, el transporte ferroviario se expandió en toda Gran Bretaña y fue introducido en el continente, y la electricidad fue sometida a la conveniencia humana por la invención del telégrafo (Capítulo 18)

 Hubo, por supuesto, muchas más invenciones pero incluso quienes vivían lejos de las zonas industriales y quienes no sabían cómo se producían los bienes de consumo cada vez más abundantes y menos caros sí que conocían el ferrocarril y el telégrafo. Y la prensa, cada vez más difundida en una sociedad cada vez más alfabetizada, informaba de nuevas invenciones por venir. Era vertiginoso. 

   Las maravillas tecnológicas incendian la imaginación de un Julio Verne, pero las consecuencias sociales son aún más transformadoras.

El más destacado hecho observable en la historia es la continua extensión del principio de asociación, en la familia, ciudad, nación, iglesia supranacional. El próximo paso ha de ser una asociación más vasta que comprenda a toda la raza. A consecuencia de la insuficiencia del asociacionismo, la explotación del débil por el fuerte resultaba ser un rasgo capital en las sociedades humanas, pero las formas sucesivas del asociacionismo muestran una mitigación gradual de la explotación. Del canibalismo se siguió la esclavitud, a la esclavitud siguió la servidumbre, y finalmente llegó la explotación industrial por el capitalista (…) La sociedad del futuro será socialista [con predominio de la propiedad estatal] (Capítulo 15)

  Esto lo escribió Henri de Saint-Simon ya en aquellos tiempos.   

  Los antiguos, en cambio, no creían en el progreso. En general, los sabios paganos o bien creían que nos hallábamos en una continua decadencia tras la Edad de Oro del pasado habitado por los dioses, o bien creían que la humanidad repite ciclos que vuelven a dejarla en el punto de partida.

  Se suele citar a Séneca como el primer filósofo que creyó en el progreso humano.

El día llegará cuando el tiempo y la diligencia humanos esclarecerán los problemas que ahora son oscuros. Dividimos los pocos años de nuestras vidas desigualmente entre el estudio y el vicio, y llevará el trabajo de muchas generaciones explicar cosas como los cometas. Un día nuestra posteridad se maravillará de nuestra ignorancia de las causas que serán tan evidentes para ellos (Introducción)

  También los epicúreos (como Lucrecio en “De Rerum Natura”) se habían apercibido de que los humanos civilizados habían abandonado la barbarie del pasado, haciéndose diferentes de las bestias. Pero aunque se podía reconocer un avance con respecto al pasado y se ponían esperanzas en incrementar la sabiduría en el futuro, no se pensaba tanto en el desarrollo económico-tecnológico ni en el avance social. Con todo, el Imperio Romano, surgido de mil guerras, idealizaba la paz, tal vez una paz perpetua.

  Con el cristianismo, todas las esperanzas pasan al mundo ultraterreno.

Para Agustín, así como para cualquier creyente medieval, el curso de la historia estaría completado satisfactoriamente si el mundo llegase a un fin en su propio periodo vital. No estaba interesado en la cuestión de si una gradual mejora de la sociedad o incremento de conocimiento marcaría el periodo de tiempo que podía aún quedar antes del Día del Juicio (Introducción)

  Entonces, ¿cuándo surge la idea del progreso tal como hoy la concebimos? Tuvo que ser un poco antes de 1815, evidentemente. De hecho, fue un poco antes del siglo XVIII (el siglo de la Ilustración).

Los descubrimientos de los antiguos merecen gran alabanza, pero los modernos también han alumbrado fenómenos que ellos habían explicado de forma incompleta y han hecho descubrimientos de igual o superior importancia. Por ejemplo, la brújula (Capítulo 1)

  Éste es el juicio de Jean Bodin, si bien no especula acerca de qué otros logros vendrán en el futuro.

Las tres invenciones que eran desconocidas para los antiguos – la imprenta, la pólvora y la brújula (Capítulo 2)

  Es decir, en el Renacimiento se redescubren los avances de la Antigüedad… pero a partir del racionalismo propio del mero hecho de la observación, se constatan cambios posteriores que no pueden ser más que para mejor.

  “La imprenta, la pólvora, la brújula”… Pero en el pasado también hubo invenciones: los carros de caballos, la escritura, la metalurgia… Los sabios de entonces no parecían darles mucha importancia social. Sócrates incluso desconfía de la escritura porque hace que el hombre ya no piense tanto por sí mismo, sino que dependa del conocimiento de otros.

  Bury no reflexiona sobre esto. Parte del principio de que hay una comparación con el pasado redescubierto y, de esta comparación razonada, surge la idea de los avances que se producen y pueden seguir produciéndose.

La atmósfera general en Francia en el reinado de Luis XIV era propicia a la causa de los Modernos. Los hombres sentían que era una gran época, comparable a la de Augusto, y pocos habrían preferido vivir en otros tiempos. (Capítulo 4)

La ciencia y las artes dependen de la acumulación de conocimiento, y el conocimiento necesariamente se incrementa con el paso del tiempo [Perrault] (Capítulo 4)

  ¿Por qué se aprecia ahora la importancia de las invenciones prácticas?, ¿por qué hacia mediados del siglo XVII, con Descartes, Bacon, Newton y la “Royal Society” se pone a los científicos al nivel del prestigio social de los grandes artistas o filósofos?

La popularización de la ciencia, que era uno de los rasgos del siglo XIX, fue de hecho una condición del éxito de la idea de progreso (Capítulo 5)

  Quizá existiera un valor moral de origen cristiano en ello. Al fin y al cabo, los cristianos creían que mediante el razonamiento podía alcanzarse un conocimiento místico y a la vez moral, y los monjes, Ora et labora, durante la Edad Media utilizaron su inteligencia para logros prácticos no relacionados con la guerra. Con el humanismo, el erasmismo y el protestantismo, la capacidad para alcanzar la perfección espiritual y moral mediante el razonamiento quedaba al alcance de todos… pues todos poseemos alma inmortal y la misma aspiración.

  En todo caso, hacia el siglo XVIII la idea de progreso ya está consolidada.

En 1737 [el abad de Saint-Pierre] publicó una obra general para explicar su concepción: "Observaciones sobre el continuo progreso de la razón universal" (Capítulo 6)

El problema de la raza humana era alcanzar un estado de felicidad por sus propios poderes. Los pensadores [ilustrados del siglo XVIII] creían que era alcanzable por el triunfo gradual de la razón sobre el prejuicio y el conocimiento sobre la ignorancia (Capítulo 8)

  Y lo que empieza como progreso meramente intelectual (y quizá económico) pasa al campo del progreso social.

¿Cuál era el valor de los logros de la ciencia y la mejora de las artes, si la vida misma no podía ser mejorada? ¿No era posible una radical reconstrucción en la fibra social, equiparable a la reconstrucción radical inaugurada por Descartes en los principios de la ciencia y los métodos de pensamiento? (Capítulo 6)

La teoría psicológica de Helvetius (…) [consistía en que] la naturaleza y carácter del hombre es moldeada por su entorno (…) Cambia las opiniones del hombre y actuará de forma diferente. Haced que las opiniones sean conformes a la justicia y la benevolencia, y tendrás una sociedad benevolente. La virtud es, como enseñaba Sócrates, una cuestión de conocimiento (…) Transforma las ideas de los hombres y la sociedad será transformada. El filósofo francés consideró que un sistema reformado de educación de los niños sería el medio más eficaz para promover el progreso y traer el reino de la razón; Condorcet [por su parte] creó un esquema de educación estatal (Capítulo 12)

  Parece ser que el primer socialista habría sido un autor llamado Morelly.

Morelly (…) pensaba que, ayudados por la ciencia y el aprendizaje, el hombre podía alcanzar un estado basado en el comunismo que recordase al estado de naturaleza pero más perfecto (Capítulo 9)

  Avance filosófico, avance económico, avance tecnológico y avance social. Todos coincidirán en el siglo XIX, la época del progreso. Se legalizan los sindicatos, se universaliza la educación y la sanidad, se expande el sufragio, se combate el racismo y en 1914 Henry Ford dobla el salario a sus obreros para convertirlos también en consumidores. Los socialistas escribirán sus panfletos y manifiestos, y todo el mundo se pondrá a leer: periódicos, folletones, novela psicológica…

  ¿Qué podía salir mal?  

Lectura de “The Idea of Progress” en Project Gutenberg Ebook 2013; traducción de idea21

lunes, 5 de mayo de 2025

“Los amish”, 2013. Kraybill, Johnson-Weiner y Nolt

   La comunidad amish fue popularizada en todo el mundo por los medios de comunicación sobre todo a partir de un famoso film de entretenimiento del año 1985, aunque en Norteamérica ya eran muy conocidos por entonces. Los amish son el grupo más numeroso (¡cuatrocientas mil personas ya!) de las comunidades de “vida simple” (Plain people) de puritanos tradicionales de origen anabaptista. En apariencia, son gente anticuada que vive en la simplicidad agraria de los viejos tiempos por el bien de sus valiosas almas supuestamente inmortales.

  Pero desde el punto de vista de la organización social, los amish son absolutamente asombrosos: viven en un perfecto anarquismo que ya hubieran querido para su militancia los revolucionarios Kropotkin y  Bakunin. Entre ellos no hay gobierno, no hay tribunales, no hay litigios, no hay policía, ni prisiones, ni multas, ni sanciones penales de ningún tipo; todas las decisiones comunes se toman por consenso y nunca hay conflicto. 

No hay oficinas amish regionales o nacionales, ni sínodos, ni conferencias o siquiera constituciones escritas que confieran autoridad eclesiástica o determinen la uniformidad (Capítulo 1)

  Tampoco existe la pobreza. Aunque sí existe la propiedad privada y cierta desigualdad económica…

Los amish nunca han abogado por una absoluta igualdad socioeconómica (Capítulo 16)

  Aún más difícil entonces si entre ellos hay desigualdad. A pesar de su vida simple, algunos prosperan con pequeños negocios y pueden darse lujos que no están al alcance de otros. Pero que se dediquen a los negocios o que trabajen para la gente del mundo convencional no ha cambiado lo esencial de su estilo de vida (localización rural, incomunicación, vida familiar, rechazo a la tecnología, pacifismo, indumentaria).

Algunos negocios amish fracasan porque son víctimas de compañías sin escrúpulos que los subcontratan para producir bienes y después no les pagan, contando con que los amish no los demandarán [puesto que rechazan litigar] (Capítulo 16)

   Pero obsérvese que, si bien desde el punto de vista de la “reciprocidad directa” los amish pueden fracasar por los abusos de la gente de conducta convencional… desde el punto de vista de la “reciprocidad indirecta” (la reputación que se ganan por su honestidad y benevolencia) tienen un éxito enorme que les compensa sobradamente a nivel económico.  

   ¿Cómo lo hacen? ¿Se trata de su religión cristiana? Difícilmente puede ser eso, ya que sus textos sagrados son los mismos que los de los católicos, luteranos o calvinistas que llevan una vida perfectamente convencional.

  ¿Es su pacifismo? Pero todos los cristianos presumen de pacíficos (y, además, en las familias amish se azota a los niños pequeños).

  Los autores de este libro (Donald Kraybill, Karen Johnson-Weiner y Steven Nolt) son científicos sociales expertos en la cultura amish que, lógicamente, intriga bastante a los estadounidenses (la gran mayoría de los amish viven en zonas rurales de Pensilvania, Ohio e Indiana). No ocultan cierta simpatía por los objetos de su estudio (Donald B. Kraybill ha sido pastor menonita) y ponen bastante empeño en demostrar que su estilo de vida sencillo tiene poco que ver con los orígenes  de la cultura estadounidense (son fuertemente comunalistas, carecen de ambición personal y rechazan el individualismo).

La armonía [Gelassenheit, en el dialecto alemán hablado por la comunidad] guía a una persona sumisa que descubre la plenitud en el servicio de la comunidad (Capítulo 6)

  “Gelassenheit” es un concepto que se refiere a “mansedumbre, humildad y servicio”. Podríamos relacionarlo con otros conceptos religiosos que engloban conjuntos coherentes de conductas prosociales, como “Gracia” o “Espíritu Santo” (budistas, hinduistas y taoístas cuentan también con conceptos parecidos… así como las escuelas éticas helenísticas). Alcanzar la “Gelassenheit” implica ser un verdadero cristiano (¿o un verdadero amish?). Y es precisamente aquí cuando uno echa en falta en este libro una profundización del tipo de estudio psicológico acerca de la capacidad amish para autogobernarse de forma “anárquica” (el anarquismo es la más alta expresión del orden).

La identidad cultural es construida socialmente mediante la interacción, y su significado es fluido y siempre cambiante (Capítulo 1)

  Si la “identidad cultural” es “siempre cambiante”… es probable que hacia 1900 los amish no fueran conductualmente como son hoy.

La defección [abandono del estilo de vida tradicional] en un condado pasó del 30% de aquellos nacidos en 1920 a solo el 5% de los nacidos en torno 1960 (Capítulo 9)

  Es decir, los amish que eran adultos en tiempos de la segunda guerra mundial abandonaban el estilo de vida tradicional seis veces más que los nacidos en tiempos de la revolución hippy. ¿No es esto incoherente? Al fin y al cabo, la vida campesina parecía una mejor opción en una época de nivel de vida menos avanzado que hoy. En término medio, el 85% de los jóvenes amish siguen hoy eligiendo seguir el estilo de vida de sus padres (lo que implica vivir en zona rural, no acceder a una educación superior y limitar el uso de tecnología: ni automóvil, ni televisión ni Internet). Esto hace pensar que es probable que los amish evolucionaran sus estrategias conductuales: hacia 1950, los sociólogos estadounidenses daban por seguro que acabarían optando por los beneficios de una sociedad mucho más libre y próspera... y ahora son más numerosos que nunca.

  Hay otros hechos que mueven a la sospecha en este sentido de una evolución conductual.

Los amish tienen sentimientos encontrados sobre [Jakob] Ammann (…) Algunos que han leído sus cartas de 1693 quedaron turbados por su tono rencoroso y su estilo combativo (Capítulo 2)

  Amman fue el fundador de la secta amish, desgajada de la tradición anabaptista anterior. Evidentemente, sus cartas de 1693 debían de tratar de la polémica religiosa con aquellos otros predicadores anabaptistas con los que disentía... Y es de suponer que estarían escritas en el estilo imprecativo típico de los polemistas religiosos… Es decir, un estilo conductual diferente al que tienen hoy.

  Y es que los amish no son típicos “fanáticos religiosos”.

Si bien los amish rechazan aspectos de la cultura contemporánea, ciertamente esperan encontrar a muchos no amish en el cielo. Cuando se les pregunta sobre la salvación de otros, ellos repiten las palabras de Jesús de “no juzguéis si no queréis ser juzgados” (Capítulo 4)

  (Ésta no es, desde luego, la actitud de los "Testigos de Jehová”, por ejemplo)

Las Escrituras se discuten en planteamientos informales, especialmente dentro de las familias, pero no en grupos organizados de estudios bíblicos porque, como un miembro dice, los grupos de estudio de la Biblia tienden a dividir más que a edificar o a unificar. El análisis crítico, especialmente por los individuos, es desalentado por miedo a que esto dé lugar a  facciones, desafíe la autoridad tradicional o siembre discordia (Capítulo 4)

Solo se leen en voz alta los textos del Nuevo Testamento en el servicio eclesial (Capítulo 4)

    Es decir, los amish, que dedican su vida a ganarse el cielo llevando una vida acorde con el Evangelio, no experimentan el menor amor propio con ello. De hecho, están divididos en numerosas “afiliaciones” con pequeñas variedades en sus costumbres (por ejemplo, en el uso de la tecnología o la actividad económica) pero eso no les impide relacionarse entre sí. Son una secta herética y, sin embargo, no dan importancia a la herejía entre ellos.

  Así que es probable que los amish, aparte de por el discurso religioso y su organización económica, estén también condicionados por pautas conductuales bien definidas, un aspecto del desarrollo civilizatorio al que no se presta siempre la atención debida. 

Cómo uno sonríe, ríe, da la mano, se quita el sombrero y conduce un caballo señala la Gelassenheit o su ausencia. Una risa bulliciosa y una rápida respuesta traicionan un espíritu altanero. Los rasgos personales mostrados públicamente –un vestido que es demasiado brillante o demasiado corto, un sombrero o medias especiales (…)- puede señalar la celebración de un espíritu individual más que someterse a la comunidad. Un apretón de manos agresivo y un saludo parco revelan un comportamiento asertivo que no se ajusta con la Gelassenheit. Más bien un amable titubeo ante una respuesta encarna un espíritu de humildad (Capítulo 6)

  Esto son pautas conductuales no muy diferentes a las que se pueden encontrar en un manual moderno de "coaching". Que, aparentemente, se transmiten de forma tradicional –no doctrinal- y que probablemente están en el origen de la baja conflictividad y la relativa facilidad con la que logran el consenso. Esto es lo que ni a Bakunin ni a Kropotkin se les ocurrió… pero que tiene claros precedentes en estrategias religiosas del pasado.

  Los amish hubieran estado de acuerdo con el personaje de Unamuno en “San Manuel Bueno, mártir” que recomendaba con vehemencia a un joven sacerdote: “¡Poca Teología, eh!: ¡religión, religión!”

  Esto no es menos sorprendente que el énfasis en la responsabilidad personal que se da en esta comunidad de sentimientos fuertemente colectivistas.

Si bien los amish enfatizan la responsabilidad personal, cada individuo también sabe que, al unirse a la iglesia, ha aceptado la responsabilidad de compartir las cargas de los otros miembros e la comunidad (Capítulo 18)

  Pese a que cuentan con la seguridad del apoyo de la comunidad (jamás se consiente que el fracaso económico lleve a una familia a la indigencia), eso no afecta al sentimiento de responsabilidad personal. Y esto supone un claro ejemplo contrario a la resolución habitual del dilema de los “bienes comunes”.

  Con todo, no es probable que exista el “paraíso amish” (hacen muy pocos conversos) y a veces parece que los autores de este libro son demasiado indulgentes y poco críticos. Ellos aseguran, por ejemplo, que la excomunión amish no es psicológicamente opresiva (no sería cierto que los padres se nieguen a volver a hablar con sus hijos si estos abandonan el estilo de vida tradicional) pero otros observadores no están de acuerdo en eso. Y recientemente se han dado a conocer terribles sospechas de que se producen abusos sexuales entre los amish que son ocultados por la comunidad haciendo un uso interesado de las estrategias de perdón y reconciliación (para beneficio de los abusadores). También hay informes de que entre los amish se dan muchos casos de depresión e incluso suicidios. Estos autores mismos sí reconocen que hay casos de violencia doméstica (aunque no serían muchos… y no existen divorcios).

  De todas formas, lo fundamental es que las estrategias conductuales amish, que sin duda están relacionadas con la versión más pacifista y benévola de la doctrina cristiana, dan resultados sorprendentes e innegables, y merecen ser tenidas en cuenta.

Lectura de “The Amish” en The Johns Hopkins University Press 2013; traducción de idea21