El libro de los psicólogos David DeSteno y Piercarlo Valdesolo “Out of character” parte de la extrañeza que muchas personas experimentan cuando un individuo al que caracterizamos por un determinado temperamento o posicionamiento ético se nos muestra como alguien en apariencia muy diferente, cuando nos sorprende lo que hasta entonces supuestamente permanecía oculto en su personalidad.
Cuando la gente actúa en una forma que viola nuestras expectativas y creencias acerca de su carácter, nosotros -como individuos y como sociedad- nos vemos con frecuencia fuertemente impresionados.
Y esto es importante porque la sociedad funciona sobre todo a partir de las relaciones de confianza entre los individuos. Y de repente parece que ya no te puedes fiar de nadie…
El carácter –lo que [el diccionario] Webster define como “el conjunto de rasgos éticos y mentales que con frecuencia individualizan a una persona”- desde hace tiempo se ha considerado casi universalmente que es una estructura estable.(…) [Supuestamente] los rasgos del carácter son fijos y profundamente arraigados en la personalidad
Sin embargo, mucha sabiduría ancestral trata de prevenirnos de las sorpresas que derivan de los cambios en los rasgos de carácter. El cristianismo, por ejemplo, no olvida que todos somos pecadores y que el mayor auxilio que puede prestarnos la divinidad es el perdón y la comprensión ante nuestras debilidades. Tal vez esta agudeza psicológica haya hecho bien a la sociedad, pero el caso es que seguimos sorprendiéndonos…
Si usted cree que el carácter es fijo, tiene que aceptar que un instante de comportarse “fuera de carácter” es una de estas dos cosas: un suceso aberrante (como el acto heroico de [un despreciado vagabundo]) o una ventana a la verdadera pero aún oculta naturaleza de una persona (como la indiscreción [sexual de un político muy estimado]).
Cambios sutiles en el entorno o en el contexto pueden llevarnos a cualquiera de nosotros a ser tanto santos como pecadores
Partimos de un estereotipo para juzgar el carácter, y lo damos por fijo y estable. Lo que suceda a partir de ahí va a ser siempre influenciado por nuestra visión inicial, por nuestra tendencia a caracterizar a todo individuo desde el primer momento. Y no es que nuestra constitución psicológica sea estúpida al confiarnos a lo que se podría llamar “la primera impresión”: en realidad, la determinación de un carácter o de un estereotipo obedece a una finalidad lógica.
Estereotipos y prejuicios parecen ser tan viejos como la misma civilización. Para haber soportado esta prueba del tiempo, debe haber algo en ellos que en ocasiones pueda ser adaptativo (…) Una razón fundamental para esta categorización instantánea es el deseo de la mente de predecir lo que es probable que suceda de forma inmediata
Los prejuicios ahorran tiempo que puede ser vital… Aunque en nuestra refinada civilización hoy luchemos contra ellos, no deja de ser estadísticamente verdadero que cierto tipo de maleantes, por ejemplo, son fácilmente reconocibles por su aspecto…
Más allá del prejuicio, sin embargo, encontramos las grandes verdades…
El carácter puede ser mejor comprendido no como un conjunto de rasgos fijos, sino más bien como un estado temporal –como un juego de tira y afloja, con intereses a corto plazo en un extremo e intereses a largo plazo en el otro
DeSteno y Valdesolo atribuyen los cambios de carácter a una pugna constante entre los impulsos hedonistas y de autocontrol que se dan dentro de todo individuo (un poco como en la vieja fábula de la hormiga y la cigarra). El autocontrol exige un gran esfuerzo y no siempre está claro cuales son las compensaciones por éste.
Para esclarecer cómo funciona este constante conflicto se nos ilustra con diversos experimentos de psicología social, y todo apunta en el mismo sentido: somos fácilmente influenciables, manipulables y nuestra capacidad de resistencia es limitada. Por ejemplo, se puede predisponer a un individuo para ser más o menos favorable a un determinado juicio moral simplemente deprimiéndolo al hacerlo ver un documental sobre temas desagradables o, en el sentido contrario, contándole un buen chiste.
Si algo tan aparentemente trivial como ver un breve video clip u oír un chiste puede alterar nuestros juicios morales, imagínense cómo de vulnerables somos a la manipulación deliberada por políticos o abogados
Sentarse junto a un pañuelo usado afecta tus juicios morales acerca de cuestiones que no tienen nada que ver, como el matrimonio gay o no ser activo en el reciclado [el sujeto dio juicios acerca de tales asuntos que eran poco acordes con los que son públicamente bien aceptados]. ¿Por qué? Porque ese sentimiento de asco puede afectar en la forma de moldear tus juicios (…) Los sentimientos de asco que genera el desorden priman el sistema intuitivo para sentirse asqueado por cualquier cosa que suceda después
Sin embargo, no debemos equivocarnos tampoco en lo que se refiere al autocontrol del comportamiento. En muchas ocasiones el uso de la razón está también al servicio de intereses sesgados…
Cuando [en un experimento psicológico] impedimos la racionalización [del sujeto, al forzarlo a mantener la mente ocupada en otra cosa] (…), la hipocresía que observamos antes desapareció por completo. En un giro fascinante, esta vez la gente juzgó al acto de [obtener ventaja propia mediante hacer trampas](…) como moralmente objetable tanto cuando ellos lo cometían como cuando otros lo hacían.
En este experimento en particular se había incitado a un sujeto a hacer trampas durante una prueba escrita. La tendencia natural sería después ocultar la falta cometida, ser hipócrita, pero al forzar la distracción, la verdad salió a la luz porque falló el autocontrol que exige dar una excusa hipócrita, de forma parecida a como en el experimento anterior (poner al sujeto junto a un pañuelo sucio) la distracción llevó a que fallara el autocontrol necesario para dar una respuesta “políticamente correcta” (o simplemente amable o considerada). En un caso, se trataba de un fallo en el autocontrol para llevar a cabo una buena acción (pública: emitir una opinión bien aceptada en la que a lo mejor no se cree mucho personalmente), en el otro caso, se trataba de un fallo en el autocontrol para llevar a cabo una mala acción (en secreto: ocultar hipócritamente que se ha cometido una falta).
Hay muchas otras lecciones que podemos aprender de la experiencia de la psicología en todo este asunto. Por ejemplo, el sesgo en base al cual construimos nuestras simpatías. En un experimento en el que se mostraban los rostros de supuestos candidatos políticos, se pedía a los sujetos que señalaran despreocupadamente cuáles tenían un aspecto que les parecía más agradable. Aquí se recurrió a una cuidadosa manipulación de la imagen.
La gente clasificaba como más honesto, moral, amable y demás, al candidato [electoral] cuya imagen había sido modificada con la suya propia –e indicaban que sería más probable que votaran por él
Es decir, que la gente tiende a manifestar simpatía por rasgos o cualquier tipo de indicador que los confirme ante sí mismos.
Un caso notable es el llamado “efecto Macbeth”
A participantes [en un experimento] se les solicitó evocar un hecho no ético o escribir sobre un acto no ético, y más tarde adquirían más productos de limpieza que los participantes que no se sentían culpables –sus mentes intuitivamente exigían sentirse “limpias”
(Esto podría estar relacionado con el origen evolutivo del asco: la repugnancia a los alimentos en mal estado que a lo largo de generaciones iría siendo seleccionada genéticamente pero asociada también con un sentido moral.)
Otro sesgo grave no es tanto la afinidad externa, sino, simplemente, la peligrosa autoestima.
Tener un desmesurado sentido de superioridad moral con frecuencia da a la gente licencia para actuar menos moralmente en el futuro
Todas estas tendencias pueden sorprendernos en un momento determinado y apartarnos de nuestro ideal de comportamiento. Un ideal marcado por quienes nos rodean. A este respecto, una de las manipulaciones más peligrosas y antisociales es la deshumanización. Y aquí se ha recurrido no a los experimentos de psicología social, sino incluso a la observación directa de la actividad cerebral.
Cuando la gente [en un experimento] vio imágenes de aquellos que pertenecían a lo que los sociólogos consideran grupos marginados extremos (tales como drogadictos y homeless, los que pensamos que son más diferentes a nosotros), las zonas [del cerebro] de categorización (las que están implicadas en hacer juicios sobre seres humanos) estaban tranquilas, mientras que se encendían las zonas que procesan objetos
Encontramos, pues, que no se trata de una mera forma de hablar: la deshumanización parece incluso un hecho neurológico.
Y, finalmente, la parte positiva. También podemos comprobar que la gratitud que experimentamos, e incluso la gratitud que manifestamos, tienen efectos prosociales en general.
[En un experimento] era precisamente la gente que se sentía agradecida a [alguien en particular que le había ayudado en una tarea] la que estaba mucho más dispuesta a ayudar a un extraño [no a la persona en concreto que le había ayudado]. Cuanto más agradecida informaba la gente sentirse, más tiempo pasaba ayudando a la petición del extraño (…) Si recibimos un favor, nos sentimos agradecidos. Si nos sentimos agradecidos, correspondemos
E incluso aquí cabe cierta preocupación en cuanto a que el optimismo y la felicidad a veces tienen sus desventajas
Sentirse feliz hace que la gente más probablemente sobreestime la posibilidad de sucesos positivos
Pero también es cierto que la ingenuidad de las personas felices y bondadosas es algo que bien podemos permitirnos el lujo de consentir. Al fin y al cabo, si no fuera por la ocasional buena voluntad de los otros no podríamos confiar en nadie. Un entorno de personas optimistas y benévolas sería el más apropiado para que fueran poco a poco dejando de producirse esas dobleces, esas manifestaciones chocantes de personas que actúan “fuera de carácter” para perjuicio de todos.
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