sábado, 25 de enero de 2020

“Crisis”, 2019. Jared Diamond

    Jared Diamond, el célebre geógrafo y erudito que siempre busca una explicación para el comportamiento humano en sociedad, ha escrito un libro que aborda cuestiones geopolíticas actuales. Partiendo de comparar el comportamiento individual con el comportamiento político a nivel de naciones, centra su atención en los momentos críticos, aquellos donde se hacen más evidentes los fundamentos psicológicos y/o sociales que nos llevan al éxito o al fracaso.

Se podría relacionar la crisis con el momento de la verdad: un punto de inflexión en el que la diferencia existente entre las condiciones que se observan antes y después de dicho «momento» es «mucho mayor» que la que existe entre la fase anterior y posterior de «la mayoría» de todos los demás momentos (Prólogo)

La mayoría de las crisis, tanto personales como nacionales, suelen ser la culminación de una serie de cambios evolutivos que se prolongan durante muchos años (…) La «crisis» es el reconocimiento súbito de presiones que se han ido acumulando durante largo tiempo o una actuación súbita sobre ellas. (Prólogo)

   Es decir, hasta el momento de la crisis todo iba más o menos bien. Se vivía. De repente, las circunstancias se han hecho intolerables: nuestros recursos ya no bastan. ¿Nos habíamos equivocado desde el principio? Sucede de forma semejante en las cuestiones personales tanto como en las sociales.

El objetivo inmediato de un terapeuta durante la primera sesión —o el primer paso cuando uno tiene que enfrentarse a una crisis por su cuenta o con la ayuda de sus amistades— es superar esa parálisis mediante lo que se denomina la «construcción de un cercado». Esto consiste en identificar las cuestiones específicas que de verdad han ido mal durante la crisis, de forma que uno pueda decir: «Aquí, dentro de este cercado, están los problemas concretos de mi vida, pero todo el resto de cosas que quedan fuera de la valla son normales y están bien». A menudo, la persona que sufre la crisis siente alivio en cuanto puede empezar a formular el problema y a construir una cerca en torno a él.(…) Si me centro en la terapia de crisis de corto plazo es porque los terapeutas de esta especialidad han construido un enorme corpus de experiencias y han compartido sus observaciones unos con otros.  (Capítulo 1)

   No es que todos los problemas tengan solución, pero muchos sí la tienen. Los ejemplos políticos son espectaculares. Por ejemplo, Japón. Al igual que China, esta avanzada civilización oriental vivía de espaldas al expansivo Occidente. De hecho, ni Japón ni China necesitaban para nada de Occidente, ya que ellos contaban con una forma de vida autárquica en lo económico y en lo cultural. Pero a mediados del siglo XIX el poder del imperialismo occidental se muestra imparable en lo que se refiere a avasallar a naciones más débiles; las infames guerras del opio suponen el ejemplo más representativo de esta encrucijada. Ambas grandes naciones de Extremo Oriente hubieron de enfrentar grandes trastornos. China se hundió en terribles crisis internas que la llevaron a casi medio siglo de guerras civiles, pero al Japón de la “revolución Meiji” le fue “mejor”, ¿por qué?

El objetivo Meiji era adoptar muchas de las características occidentales, pero modificándolas para que se adaptaran a las circunstancias japonesas, y conservar en gran medida el Japón tradicional. (…)  Los líderes Meiji actuaron a partir de una comprensión general y excepcionalmente lúcida del tipo de sociedad occidental que subyacía a las instituciones militares y educativas, entre otras, que Japón adoptó con modificaciones. (Capítulo 3)

   Bien mirado, el planteamiento de Diamond es totalmente convencional: ninguna comunidad humana (nación) puede sobrevivir sin éxito político. Y el éxito político implica, por encima de todo, la fuerza militar, mientras que el éxito económico es necesario para alcanzar el éxito político -militar-. Japón necesitó adaptar su sistema económico y administrativo a fin de desarrollar la producción industrial imprescindible para la guerra moderna. Con todo, cabe preguntarse si el éxito de Japón había de llevar o no necesariamente a su propia guerra imperialista en los años treinta, en la que además se dieron fenómenos de violencia de características únicas. El Japón próspero y pacífico de hoy parece, por otra parte, consecuencia de unas instituciones impuestas por la fuerza tras la ocupación norteamericana.

  Interesante es el punto de vista del autor en el caso de la nación alemana unificada a mediados del siglo XIX. Aquí ya existía la riqueza económica. Los estados alemanes del principio de aquel siglo eran prósperos, aunque pequeños (Suiza hoy es también próspera y pequeña), pero a Diamond le parece lógica la aparición posterior de una compleja organización política que inevitablemente desataría una guerra de agresión.

Bismarck era un realista extremo(…) Reconoció que la capacidad de Prusia para poner en marcha grandes acciones estaba limitada por constreñimientos geopolíticos y que su política tendría que basarse en aguardar a que se presentaran oportunidades favorables y entonces actuar con rapidez. Ningún otro político alemán de su generación se le aproximaba en lo que a habilidades políticas se refiere. (…)A Bismarck también se le ha criticado su talante supuestamente belicista, pero Alemania difícilmente podría haberse unificado, imponiéndose a la oposición prevaleciente, sin las tres guerras que libró, dos de ellas muy breves. (Capítulo 6)

   Las cosas, de hecho, empeoran cuando nos situamos ya en pleno siglo XXI. Hoy nos enfrentamos a un peligroso fenómeno político: la dictadura tecnocrática de China. Pero siguiendo una lógica parecida a la de los elogios a Bismarck, en este libro encontramos planteamientos geopolíticos un tanto intimidantes aplicados al presente.

Su Gobierno dictatorial tiene la capacidad de hacer las cosas a mucha mayor velocidad que nuestro sistema democrático [de Estados Unidos], con nuestros dos partidos, nuestros controles y nuestros equilibrios de ritmo más lento. Para muchos estadounidenses, que China termine superándonos en términos tanto económicos como militares es solo una cuestión de tiempo.  (Capítulo 9)

Por ejemplo, en China, la adopción de la gasolina sin plomo se produjo tan solo en un año, mientras que en Estados Unidos conllevó toda una década de debates y recursos judiciales. (Capítulo 9)

   Ciertas conclusiones parecen inevitables, pero ¿puede aplicarse esto al caso chino?

Reconozco que la democracia no es necesariamente la mejor opción para todos los países; es difícil que prevalezca en países que no cuentan con los requisitos previos de tener un electorado alfabetizado y una identidad nacional ampliamente aceptada. (Capítulo 9)

   En este último párrafo, Diamond se estaba refiriendo a ciertos países “del Tercer Mundo”, pero en el caso chino su población sí está plenamente alfabetizada; de hecho, la cultura ancestral china cuenta con una sorprendente tradición erudita. Y desde luego que disponen de una no menos ancestral identidad nacional. Con todo, ¿es la dictadura china un éxito?

  Diamond elude pronunciarse al respecto. En el momento histórico en que nos encontramos, resulta imposible prever qué sucederá con este sistema político. ¿Podría colapsar por “contradicciones internas”? ¿O podría llegar a servir de modelo en un medio internacional como el actual, en el que se busca la alta eficiencia y competitividad en una economía de mercado globalizada?

  No hay precedentes y la reflexión histórica puede ayudarnos aunque conviene tener en cuenta que lo que tuvo lugar en el pasado se dio en unas peculiares circunstancias que no se pueden volver a repetir.

El conocimiento de los cambios que han funcionado antes, y de los que no lo hicieron, puede servirnos de guía. (Epílogo)

   Resulta preocupante que no haya en este libro un planteamiento moral. Por ejemplo, para Diamond el nacionalismo es un bien porque ayuda al éxito político.

¿Qué es la identidad nacional? Se trata del orgullo colectivo por las cosas admirables que caracterizan a un país y lo hacen único. Existen muchas fuentes distintas de las que emana la identidad nacional, entre ellas la lengua, las victorias militares, la cultura y la historia. Estas fuentes varían de un país a otro. (Epílogo)

   Objetivamente, la identidad nacional no es más que una superstición, tanto como puede serlo la creencia en Dios. ¿Todas las naciones son admirables por igual? ¿Tenemos que creernos que determinados hechos históricos son admirables solo porque los protagonizaron nuestros supuestos antepasados? ¿Y qué tiene que ver cada individuo de hoy con los logros pasados de su nación? Solo nos sentimos vinculados a ello porque nos sentimos vinculados a ello. Sobre todo porque nos dicen que debemos sentirnos vinculados a ello.

   En realidad, no hay nada admirable en el pasado político de una nación en lo que a cada ciudadano concierne. Simplemente se aplican referentes psicológicos de vinculación que derivan del sesgo endogrupal propio de las tribus primitivas, un irracionalismo que tenía sentido en la Prehistoria por la inevitable escasez de recursos por los que combatían los grupos pero que hoy resulta amargamente contraproducente si lo que buscamos es “el mayor bien para el mayor número”.

   La salud de las naciones beneficia siempre a las naciones, no necesariamente a sus habitantes. Hoy en día, por ejemplo, el Islam es una superstición religiosa que funciona también como referente nacional. Y hay poco de objetivamente admirable en las pobres y caóticas sociedades islámicas.

     Cabe preguntarse si observando el pasado, en el cual se han producido transformaciones culturales decisivas –la aparición de la Antigüedad clásica, las grandes religiones espirituales de Oriente, la Ilustración…- no resulta un tanto corto de miras no imaginar que en el futuro también puedan darse nuevas transformaciones que harían poco valiosas las enseñanzas del pasado. ¿Siempre tendremos que depender del nacionalismo, de la solidez del poder político, del crecimiento del capitalismo industrial, de los éxitos de las fuerzas armadas?

  Incluso la preocupación por el desafío ecológico como problema mundial futuro –ya presente, en realidad- podría distraernos de dónde está el verdadero problema.

Cada año el estadounidense medio consume aproximadamente 32 veces más gasolina y produce 32 veces más residuos plásticos y dióxido de carbono que el ciudadano medio de un país pobre (Capítulo 11)

¿Es posible para todo el mundo cumplir ese sueño de alcanzar el estilo de vida del primer mundo? (…) La tasa de consumo mundial aumentaría once veces (Capítulo 11)

Tendremos que sacrificar nuestras tasas de consumo, voluntariamente o no, porque el mundo no puede seguir sosteniendo nuestros niveles actuales. (Capítulo 11)

   Pero precisamente el nacionalismo y la pugna por incrementar el poder político de los estados aparecen como graves obstáculos para resolver este problema. El orgullo nacional se expresa en buena parte por la riqueza y ésta se mide por la capacidad de consumo.

   Hoy por hoy, el consumismo se ha convertido en la expresión de individuación más asequible en el mundo entero. ¿Es el consumismo un valor acorde con nuestros ideales humanistas o se trata por el contrario de un sucedáneo que llena un vacío que tal vez una comprensión futura de la vida humana en sociedad podría llenar con más propiedad?

   Sin duda el medio ambiente supone una urgencia pero lo absurdo de esta problemática es síntoma de la situación absurda en la que nos encontramos actualmente, con una tecnología que puede proporcionar la inmediata solución a todos los problemas humanos y una cultura que no responde a tales potencialidades.  La precariedad y desigualdad social, así como el daño al medio ambiente son consecuencias de una inadecuación de nuestro sistema social. Es el sistema social el que hay que resolver y no esos problemas puntuales. O, quizá mejor, hay que resolver los problemas puntuales teniendo a la vista una solución global al problema social.

   Los científicos sociales deberían abordar esta cuestión sin someterse tanto al convencionalismo. Los eruditos deberían implicarse en promover nuevos modelos de civilización, y no tanto en tratar de parchear los problemas de la civilización actual… a la espera de que nos venga una nueva “crisis” surgida no sabemos desde dónde.

   Uno desearía soluciones más imaginativas, más críticas ante la sociedad convencional. El marxismo, que hoy sabemos inviable, propuso en su momento una alternativa al industrialismo capitalista y su sistema de sociedad de clases con crisis bélicas de raíz nacionalista e imperialista; tenía claro que se trataba de una visión errónea de las relaciones humanas a gran escala como errónea acabó siendo su alternativa. ¿Al señor Diamond no se le ocurre ninguna sugerencia por su parte?

¿Qué factores suponen una amenaza para la población humana y para los estándares de vida en todo el mundo? Y, en el peor de los casos, ¿cuáles suponen una amenaza para la continuidad de la civilización humana a escala global? (Capítulo 11)

  ¿La continuidad de la civilización humana? ¿Esta misma civilización o quizá una nueva civilización de la que estamos ya muy necesitados?

Lectura de “Crisis” en  Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. , 2019; traducción de María Serrano

1 comentario:

  1. Hola! Quería simplemente agradecerte esta recensión. Gracias a ella conocí a este escritor, de quien me interesan muchos de sus títulos. Autores como este me ayudan a ver con perspectivas amplias los hechos actuales de la historia humana. Y a la vez me ayudan a no darle exagerada importancia a las opiniones fatalistas o triunfalistas que el ser humano siempre tiene sobre su actualidad. Nuevamente gracias!

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