sábado, 5 de octubre de 2019

“Por qué vivimos”, 2003. Marc Augé

   Marc Augé es un antropólogo que, después de trabajar durante muchos años con sociedades tradicionales africanas, aplicó buena parte de sus criterios de observación y estudio a la sociedad contemporánea europea. Esto dio lugar a una serie de consideraciones novedosas.

  Por ejemplo, si todas las sociedades tradicionales tienen una cosmovisión, él encontró en las sociedades contemporáneas una “cosmotecnología”

¿Qué entiendo por cosmotecnología? Todos los grupos humanos tienen cosmologías, representaciones del universo, del mundo y de la sociedad que aportan a sus miembros puntos de referencia para conocer su lugar, saber lo que les resulta posible e imposible, autorizado y prohibido. (…) Los mitos desarrollan estas cosmologías y los ritos las aplican. Las vidas individuales se ordenan en principio sobre el modelo así definido. Cuanto más fuerte es la adhesión a estos modelos, menor es la libertad, pero mayor el sentido; (…) [En la sociedad contemporánea] la ciencia es la última aventura; no nos reconforta, sino que nos enfrenta constantemente a la evidencia de nuestros límites, a los misterios combinados de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. En cambio, las aplicaciones de la ciencia, las tecnologías, sin duda porque su desarrollo depende de programas y decisiones políticas o económicas, pretenden facilitar la gestión de la vida cotidiana, rodearnos de evidencias fáciles y artefactos que funcionan como una segunda naturaleza: la cosmología tecnológica, la «cosmotecnología», a la inversa de las cosmologías tradicionales, es inducida —más que expresada— por los instrumentos, en la medida en que los mensajes que éstos transmiten y las imágenes que difunden no cesan de reforzarla. (Prólogo)

  Y esta novedad es limitadora, al contrario que la ciencia, que debería abrirnos a todo tipo de nuevos horizontes. Si la sociedad tradicional estaba limitada por el mito, al menos, el mito evolucionaba. Pero la tecnología, en tanto que se circunscribe a una sociedad de superficial consumo, no parece que nos ofrezca evolución alguna.

  ¿Por qué vivimos? Vivimos, evidentemente, por las razones que nos han dado para ello en el entorno cultural, pero ¿sobrevive a esta imposición exterior algo propio, algo que podemos redirigir con nuestra libre razón?

La necesaria relación con los demás, la imposible conciencia del yo y la legítima aspiración a conocer el mundo constituyen los tres vértices del triángulo entre los cuales se ha desarrollado la historia del hombre (…). La sociedad, el individuo y el conocimiento son tres finalidades que definen la condición humana. (…) Todas nuestras prácticas, todas nuestras ciencias, todos nuestras conciencias son históricas. Y lejos de disipar la historia, sus enfrentamientos y violencias, la globalización actual multiplica sus efectos. Como nos ofrece una imagen falaz de lo universal, lo global parece haber matado los fines fingiendo alcanzarlos. Sin embargo, nunca hemos estado tan cerca de percibirlos como lo que son: invitaciones a la fraternidad, al pensamiento y al saber. (Capítulo III)

   Cada sociedad habría entonces creado sus limitaciones a la hora de aspirar a estas tres finalidades que definen la condición humana (que serían la sociedad, el individuo y el conocimiento). Quizá entonces lo que tenemos que aprender es cómo funcionan estos sistemas de limitación a la libertad humana. Y cómo se manifiestan en la sociedad contemporánea.

Lo que presenciamos en la actualidad es una dislocación y una descomposición general del lenguaje de los fines en la vida económica, social y política del mundo, sobre todo en las grandes democracias occidentales. (Capítulo III)

   La desventaja de la sociedad contemporánea se encontraría en su falsa libertad material. A la determinación exacta de los fines y limitaciones de la sociedad tradicional, con su cosmología, con su definición del espacio, del tiempo y de las relaciones sociales y económicas, le sigue ahora una especie de descomposición

Si bien es cierto que el capitalismo ha desarrollado un formidable instrumento de producción y el mercado está inundado de instrumentos nuevos (sobre todo en materia de tecnología de la comunicación), cada vez se alude menos a la finalidad social mundial de esta creación de riqueza. En la era de la globalización, somos incapaces de responder a preguntas que nos apresuramos a calificar de ingenuas: ¿Para qué sirve el conocimiento? ¿Para qué sirve el desarrollo económico? ¿Para qué sirve el poder? (Capítulo III)

   ¿Para qué sirve nuestra libertad?, ¿y hasta qué punto somos libres?

Una de las paradojas de la globalización es que desaparezcan las utopías en el momento en que la humanidad esté técnicamente en condiciones de definirse como cuerpo social unificado. La utopía ha tomado diversas formas a lo largo de la historia, centrándose en el tema de la guerra («la paz perpetua»), la desigualdad (la sociedad sin clases) o la lengua (el esperanto). (Capítulo III)

   Una utopía es una oferta de certeza. Por ejemplo, el marxismo prometía no solo un paraíso material, sino un cosmos donde toda acción y todo concepto estarían definidos. Ahora no contamos con nada de eso… de momento.

Las cosmologías son reconfortantes, nos tranquilizan en la vida. Para ello, intentan aniquilar el acontecimiento. Claro está, no pueden evitar que de cuando en cuando haya muertes, epidemias, sequías, guerras. Pero en este caso aportan los medios de interpretación que integrarán estos accidentes en el orden común: si la muerte se debe a un hechizo, es preciso identificarlo y reestablecer las relaciones familiares; si la sequía se debe a un adulterio, lo mismo. (Prólogo)

   Una cosmología en contraste con el “acontecimiento” implica el rechazo instintivo del hombre social a su propia realidad material que, en tanto que única, no permite una coordinación tranquilizadora con el resto de agentes sociales.

El concepto de acontecimiento, tratándose del cuerpo, es ambivalente, o incluso ambiguo, porque si bien el cuerpo es soporte y objeto de acontecimientos (o acontecimiento en sí, en cierto modo), puede también provocar acontecimientos: se desplaza, copula, ataca, se defiende. (…) La diferencia entre el cuerpo acontecimiento y el cuerpo objeto es mínima.(…) ¿Qué ha sido hoy del cuerpo acontecimiento y del cuerpo objeto? Todos los avances de la medicina y de las técnicas tienden a la desaparición del cuerpo acontecimiento. Son incontables las técnicas disponibles para conjurar la aparición de la vejez y ayudar al cuerpo a disimular sus enfermedades o su decrepitud. (…) El ideal de las sociedades contemporáneas parece ser, por tanto, conjurar el acontecimiento, controlarlo, controlar el cuerpo para controlar el acontecimiento. (Capítulo I)

Sólo será concebible una utopía planetaria el día en que logremos convertir estos acontecimientos en objeto primordial de nuestras preocupaciones. Estas preocupaciones se inician vagamente en la actualidad, pero sólo adquirirán mayor amplitud si, renunciando a los fantasmas contradictorios del cuerpo glorioso, teniendo presente que las imágenes son imágenes y los medios sólo son medios, recordamos que la relación con el otro —el vínculo social, el vínculo simbólico— pasa ante todo, lejos de las imágenes y los simulacros, por la relación entre los cuerpos. (Capítulo I)

  Cuerpos y espacios que han adquirido ahora una autonomía nunca conocida, mientras que la libertad del laicismo la ocupan tan solo trivialidades

En este mundo de índices y medidas, el único deber es el deber del consumo. Es preciso consumir para continuar consumiendo. Los consumidores son, en cierto modo, índices en sí mismos. ¿Hay alguna otra finalidad en el sistema económico, aparte de su propia reproducción? Aparentemente no. (Capítulo III)

   Con una mirada más práctica –pero vinculada por supuesto a la visión sistemática de la antropología- nos vemos en nuestro mundo más amable que ya no es utopía
 
Los socialdemócratas, que se empeñan en humanizar la ley del mercado, ya no se plantean como prioridad absoluta la transformación de la sociedad y la finalidad social. La sociedad se transforma pese a ellos. (Capítulo III)

   ¿Y qué sentido tiene esa transformación que nos viene dada? La cultura antes otorgaba un sentido a través de la religión, los mitos… la ya mencionada cosmología. Los individuos participaban en el sentido a través del ritual. Hoy eso ya no es posible. Y nada parece haberlo sustituido.

Construir rituales laicos puede parecer difícil para quien confunde rito y religión o se fascina con el arte religioso de hacer rituales. En materia de ritos laicos, tenemos en mente algunos malos ejemplos: las copias; por ejemplo, ciertos ritos demasiado inspirados en el ritual religioso o militar, aunque se desarrollasen en sociedades comunistas.(…) Quienes se sitúan fuera de toda religión se definen a menudo negativamente como no creyentes o ateos. Es difícil construir el rito sobre lo negativo. (Capítulo I)

   Finalmente, llegamos a nuestra vida económica (el materialismo de las relaciones sociales). Ahora, que gracias a la ciencia –la tecnología- podemos tenerlo todo, encontramos que la abundancia no nos hace más libres…

El sistema económico sólo es un aspecto más del Sistema en su conjunto, pero deja traslucir su funcionamiento ideológico. El liberalismo, siempre proclamado como prioritario, no es la única clave de la economía en su funcionamiento real. La demanda puede controlarse o modificarse de diversas maneras, y los precios de las materias primas no evolucionan en un medio vacío y aséptico. Con sus subvenciones los países ricos sostienen producciones que, si el librecambio fuera la única ley auténtica, no serían competitivos. (…) Se habla esporádicamente de las hambrunas que amenazan a alguna parte de África, pero este continente podría ser exportador de productos alimentarios diversos y de ganado si Europa no protegiese a sus propios productores. (Capítulo III)

   Para el estudioso del pasado, donde pueden leerse una serie de constantes que aportan solidez a la visión de la comunidad social, la etapa contemporánea puede parecer, a la vez, decepcionante y peligrosa. El individuo, alejado del acontecimiento más que nunca puesto que es un consumidor o un mero objeto publicitario, ya no tiene el consuelo de la religión. No puede crear ninguna en el laicismo, tan escéptico. Supuestamente, ha ganado la razón y un liberalismo democrático y generoso, pero constatamos que vivimos en un sistema que sigue sin justicia social y el orden humanitario más asequible, la socialdemocracia, carece de empuje ideológico.

  Marc Augé es uno más de los que señalan este absurdo vacío, esta carencia. Otros quizá puedan aportar posibles soluciones.

Lectura de "Por qué vivimos" en Editorial Gedisa, 2004. Traducción de Marta Pino Moreno

2 comentarios:

  1. Hola Fran! Muchas gracias por esta recensión. Me ha gustado mucho. Conocí a Marc Augé gracias a tu blog, y he leído algunos textos del autor. A diferencia de Michel Houellebecq, Marc Augé es más objetivo sobre la sociedad contemporánea, y no cae en extremismos acerca de qué debemos hacer o cómo debemos proceder.
    Nuevamente gracias!
    Leandro.

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    1. Gracias a ti por tu atención. A Marc Augé lo conocía antes por lo de los "no lugares" y tenía mis dudas acerca de la importancia de ese tipo de observaciones. En este libro esperaba encontrar una visión más global y alguna propuesta. Quizá no he sabido leerlo, pero no he encontrado gran cosa. Lo he enfocado desde el punto de vista de la libertad que lleva a la indeterminación; la falta de idealismo como algo negativo.

      Nadie ve ninguna sugerencia novedosa. Casi prefiero a los extremistas...

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