El filósofo William Casebeer no cree en el relativismo ético. En realidad, el relativismo implica la inexistencia real de la ética. Una ética relativa que puede ser cambiada constantemente no nos proporciona un criterio moral fiable, mientras que el propósito de este libro es
la empresa de naturalizar la ética por el camino de la biología evolutiva y la ciencia cognitiva (p. 160)
Este libro podría leerse como un argumento extendido para una nueva y potencialmente fructífera metáfora moral: la de la moralidad como un fenómeno ecológicamente evolutivo en esencia (p. 110)
Decir a alguien que la moralidad es “ilusoria” o “meramente un asunto de estado emocional” pero urgirle que él debe actuar sin embargo moralmente es una posición repleta de una considerable tensión psicológica (p. 157)
Hoy las ciencias sociales nos ayudan a encontrar una ética sólida justo cuando han desaparecido los mandatos religiosos como fundamento moral. La visión evolutiva aparenta ser una perspectiva asequible para fijar criterios éticos factuales, no relativistas. Si podemos establecer criterios de la naturaleza humana, también podremos establecer criterios óptimos para el comportamiento moral a un nivel universal. Pero para conseguir esto –coherentemente con el planteamiento científico, evolutivo- debemos librarnos de los prejuicios de nuestra época, y eso no es tan fácil.
Recordemos una vez más las tres tradicionales visiones de la ética: deontología (kantismo), utilitarismo (consecuencialismo), ética de la virtud.
Los kantianos ven las prohibiciones morales como una uniformidad a partir de las exigencias del imperativo categórico. Los utilitarios ven las prohibiciones y obligaciones morales como funciones de la cantidad de placer producido (y que previene el dolor) por actuar en base a ellos. Los teóricos de la virtud ven la moralidad como un asunto referido a encarnar los estados de carácter apropiados de modo que se alcance la eudaimonía (p. 127)
El camino más acertado parece ser la búsqueda de la virtud aristotélica en tanto que es el más vinculado al desarrollo psicológico humano.
La teoría de la virtud considera qué estados de carácter debemos cultivar en nosotros (p. 12)
Pero también es el más vulnerable de todos al relativismo, pues los criterios de virtud cambian con los tiempos… cosa que no debería ser así, pues la constitución psicológica del comportamiento no cambia (y aquí es donde un punto de vista evolutivo podría ayudarnos).
En cuanto al tipo de vida que lleva a la eudaimonia. [Aristóteles] desecha rápidamente la vida de placer, centrándose en lugar de ello en dos obvios contendores: una vida de servicio público y una vida de contemplación intelectual (p. 43)
Aristóteles intenta dar una comprensión reflexiva del bienestar humano y la buena vida. Sugiere que el desarrollo humano consiste en una actividad excelente (como la contemplación intelectual y la acción virtuosa) que surge de un carácter apropiadamente estructurado (p. 42)
El ideal aristotélico de la vida para el servicio público es similar al del estoicismo posterior (incluso se parece bastante al confucionismo chino), pero presenta el problema de que la valoración de tal servicio cambia con los tiempos, lo que implica al relativismo ético. Ahora bien, tenemos el otro camino de la virtud posible, el de la contemplación intelectual, y aquí lo que se implica no es tanto el tipo de servicio público que la sociedad exija en un momento dado, sino la constitución psicológica innata del ser humano. La “contemplación intelectual” abarca el razonamiento lógico, la liberación de los prejuicios y, en las relaciones humanas, la búsqueda de la sabiduría.
Una ética pragmática informada por la biología y la neurobiología mantiene la mayor esperanza de ser el pegamento procedimental unificador que puede mantener unido con éxito las visiones de una vida moral que de otra forma serían inconectables y mutuamente antagonistas (p. 161)
Eso no quiere decir que en este libro el autor haya hallado el contenido correcto de la virtud según la ciencia social… o según el juicio virtuoso del individuo informado que se entrega a la contemplación intelectual.
Trabajos recientes en antropología moral (…) argumentan que la variación entre códigos morales citados con frecuencia por quienes apoyan el relativismo y el escepticismo no existen realmente. Un cuidadoso examen de la evidencia antropológica e histórica sugiere que de hecho hay un gran número de valores universales (p. 40)
Sería conveniente establecer la base de la virtud universal, de tales valores, y no solo en el sentido negativo de no matar, no torturar, no engañar, etc. En eso, no estamos tan lejos del modelo de virtud deontológico.
El imperativo categórico (…) nos dice lo que no podemos hacer a medida que seguimos nuestros proyectos de vida (p. 132)
La virtud no puede ser solo el “no hacer”, exige un estilo de vida, un modelo de comportamiento que pueda garantizar una vida social armoniosa. La actitud de Aristóteles sigue siendo válida porque nos invita a razonar el sentido de la existencia en sociedad.
La respuesta esencialista de Aristóteles: nuestra capacidad para una razón robusta (p. 43)
La razón ética es “robusta” cuando ejerce la lógica a largo plazo y considera la evolución humana –evolución de las civilizaciones- con la misma objetividad que los fenómenos naturales.
El imperativo categórico de Kant resultó más frustrante que la idea de la virtud del carácter de Aristóteles. Al fin y al cabo, Kant era incapaz de sacar consecuencias lógicas de su imperativo más allá de los prejuicios de su época. No pudo deducir que la “norma aplicada como máxima universal” o el “no usar a la persona como medio” son incompatibles con el mundo burgués del que formaba parte, con violencia política institucionalizada (guerras justas), desigualdad arbitraria y gravosos prejuicios contra mujeres y esclavos. Su ética no era universal, tal como pretendía, sino que pertenecía a su época y a su clase social.
La racionalidad robusta de Aristóteles puede llevarnos, en cambio, al pensamiento científico, a la visión evolutiva y, por tanto, a una ética que sí podría ser universal. Es cierto que Aristóteles se limita al modelo de virtud propio de la Atenas de su tiempo pero él no ignoraba la existencia de otras sociedades con otros modelos éticos. De la misma forma, hoy podemos plantearnos, desde una visión evolutiva, si una humanidad futura -naturalmente evolucionada- de dentro de mil o dos mil años tendrá multimillonarios, un mundo dividido en fronteras y lenguas incomprensibles, creencias en lo sobrenatural, presidiarios y alcohólicos. Una razón robusta sin prejuicios nos hace pensar que no.
Finalmente, y entre otros muchos asuntos relacionados, el autor nos llama la atención sobre un tema importante en cuanto a cómo podemos transformar evolutivamente la cultura ética: la imaginación moral.
Mi imaginación moral me causa transformar un fin a la vista (consumir helado [que es malo para mi salud]) en un fin diferente (consumir manzanas [que es bueno para mi salud]), lo cual concibo primero meramente como un medio para un fin (…) para mi salud, pero lo cual se transforma eventualmente en un fin en sí mismo. Finalmente, ello se convierte en costumbre (p. 31)
A lo que se están refiriendo el autor es a la creación evolutiva de nuevos presupuestos morales. La fuente de toda moralidad –aparte de las emociones morales innatas básicas o valores universales - es la presión de las costumbres. Pero las costumbres se van creando en un proceso en el que necesariamente han de participar los individuos. La imaginación moral es uno de los recursos cognitivos para ello (los “estímulos supernormales” podrían ser otro).
Se trata de que podemos proponernos cambiar nuestras creencias y afinidades. Pensemos en el individuo que ve que sus vecinos cristianos llevan una vida familiar feliz. Él no cree en la existencia de seres sobrenaturales, pero aspira a esa forma de felicidad familiar. Puede decidir participar en la congregación religiosa esperando que “por contagio” él adquiera la fe en lo sobrenatural… que a su vez le llevará a la felicidad familiar.
La antigua sabiduría ya conocía este tipo de transformaciones psicológicas y ello es por completo coherente con la visión moral aristotélica –no con la kantiana ni la utilitarista-.
Buscamos la felicidad… pero hay muchas formas de ser felices. Podemos elegir un tipo particular de búsqueda de la felicidad acorde no solo con la moralidad de nuestro medio, sino incluso acorde con la moralidad de otro medio que nos resulte extraño en un principio. Las manzanas no están mal de sabor, al fin y al cabo… y el llevar una vida sana aporta otras recompensas aparte de lo que se refiere a la salud misma; por ejemplo, el llevar una vida sana nos puede producir la sensación de estar haciendo lo correcto, de ser una persona elegante, educada. Los políticos actuales o las personas públicas que buscan la popularidad, todos, suelen gustar de presumir de ser no obesos, deportistas y no fumadores… Es posible construir una personalidad acorde con un ideal racional y prosocial, cultivar un “estado de carácter” gratificante para nuestra propia subjetividad y al mismo tiempo integrado en un sistema social de elevada moralidad. De esa forma, ideales morales racionalmente robustos pueden abrirse paso a través de la maraña de los prejuicios convencionales de las costumbres de un momento dado.
Lectura de “Natural Ethical Facts” en The MIT Press 2003; traducción de idea21